_ Tenemos un visitante de honor, Dortmund_ le dije a mi amigo, enérgicamente vigoroso.
Se despedazó en la cama, miró el reloj y refunfuñó.
_ Son las seis y cuarenta de la mañana_ me reprochó el inspector con los ojos entreabiertos._ ¿Cuál es la urgencia de venir a interrumpirnos el sueño tan temprano?
_ No es el problema en sí lo que amerita que nos desvelemos, sino quién es nuestro visitante.
_ El quién o el qué, da igual. Dígale que vuelva más tarde, doctor, por favor._ protestó Sean Dortmund. Y se volvió a acomodar en la cama para seguir durmiendo.
Pero la presencia imponente de nuestro visitante lo hizo retrotraerse de su actitud egoísta. Contemplamos una esbelta figura masculina que nos observaba expectante desde el umbral de la habitación. La penumbra no dejaba a mi amigo reconocer a tan distinguido visitante. Entonces, encendió la luz del velador y lo divisó obnubilado.
_ Usted es Inocencio Icaza_ dijo mi amigo ávido de entusiasmo.
El caballero en cuestión asintió con un discreto movimiento de cabeza.
_ No saben que vine a consultarle. Y preferiría que se mantuviera así, dada mi reputación y sobre todo mi cargo en la política_ aclaró el señor Icaza.
_ Le doy mi palabra de honor.
Unos diez minutos después, Dortmund y yo estábamos cambiados y levantados, y recibimos a nuestro célebre cliente con un buen desayuno y con todas las atenciones que la ocasión merecía.
_ Son ustedes muy amables caballeros_ agradeció el señor Icaza._ Pero no dispongo de mucho tiempo. Tengo que volver a mi despacho en media hora. Así que, me gustaría ponerlos al tanto del porqué de mi consulta.
_ Por supuesto_ dijo Sean Dortmund._ Comience cuando guste.
_ Sabrán, señores, que fui electo presidente de la Nación argentina en las elecciones que se celebraron en octubre pasado y que en dos días asumo el cargo, tal cual lo establece nuestra Constitución.
Asentimos con la cabeza.
_ Y también sabrán que me separé de la que fuera mi mujer los últimos treinta años de mi vida. De una hermosa vida juntos, llena de felicidad y momentos inolvidablemente únicos.
_ ¿Por qué se divorció, Señor Presidente?_ me arriesgué a preguntar.
_ Todavía no asumí el cargo. Pero le agradezco la gentileza.
_ Espero que el doctor no lo haya importunado con su pregunta_ expresó Dortmund.
_ Al contrario. Entiendo que es una pregunta obligada de su profesión. Nos divorció mi carrera política. Le dedicaba muchas más horas al trabajo y a mi causa, que al matrimonio. Terminamos bien igual, de mutuo acuerdo y en buenos términos. Como ha de saber, contraté a un abogado también de común acuerdo, que se encargó de toda la parte legal del trámite de divorcio. Y aquí viene el motivo por el que he venido a consultarle. Quizá en relación a otros casos, este no signifique nada. Y si se rehúsa a aceptarlo, lo voy a entender.
_ Ningún caso es más o menos que otro. Los considero a todos con la misma importancia. Prosiga, si es tan amable.
_ Cuando dividimos los bienes materiales, Graciela se llevó un jarrón antiguo que heredé de mi abuelo. A ella le encantaba y permití que se lo quedara. Pero no recordé que en su interior oculté algo que necesito que recupere, porque de hacerse público, podría significar el fin de mi carrera política. Podría ser causal de un gran escándalo.
_ ¿De qué se trata, señor Icaza?
_ De unas cartas de amor. Antes de conocerla a Graciela, tuve un romance duradero e intenso con Margarita Novales. No sé si les suena ese nombre, señores.
_ Es la esposa del diputado Nicanor Isaurralde, su principal competidor político. Con el que ha tenido múltiples enfrentamientos que son de público conocimiento.
_ Así es, inspector. Yo tuve un romance, como le dije recién, muy intenso con Margarita. Nos escribíamos cartas todo el tiempo. Cuando nos separamos, yo conservé las cartas que ella me escribió. Desafortunadamente en términos sentimentales, pero afortunadamente en cuestión política, Margarita se deshizo de todas las cartas que yo le escribí. Se deshizo de todos nuestros recuerdos.
_ La cosa no terminó bien_ acoté.
_ Usted lo dijo, doctor. No terminó nada bien. A tal nivel de hostilidad y rencor, que me amenazó con destruirme en cuanto se le presentara la oportunidad de hacerlo. Y créanme que lo va a hacer sin vacilar.
_ Y esa oportunidad, a la que la señora Novales aludió, son las cartas que usted tenía ocultas en el jarrón que le dejó a su exesposa en el divorcio_ dedujo el inspector, correctamente.
_ Esas cartas las encontró la mucama de Graciela, que casualmente, es la misma que trabaja en casa del diputado Isaurralde. Y se las entregó a Margarita. Y ahora ella amenazó con destruir mi carrera presidencial, incluso antes de asumir el cargo en dos días, si no le pago la suma que me exige.
Había cierta preocupación en el tono de su voz.
_ Y usted quiere que recupere esas cartas antes que ceder a sus demandas_ adujo Sean Dortmund.
_ Imagínese, inspector, que saliera a la luz un romance que mantuve con la actual esposa de mi mayor rival político hace más de treinta años atrás.
_ Naturalmente, no lo haría quedar bien a usted.
_ Implicaría un verdadero escándalo.
_ Concuerdo. Pero voy a evitarlo. Dos días son suficientes para resolver su pequeño inconveniente, señor Icaza.
El señor Inocencio Icaza sintió que el alma le volvió al cuerpo.
_ Si usted logra recuperar esas cartas antes de mi asunción, será muy bien recompensado. Se lo garantizo.
_ Cumpla con sus promesas de campaña y estaremos a mano.
_ Es un hecho.
Nos estrechó la mano con una elocuente sonrisa y se retiró con mucha reserva.
_ ¿No es poco tiempo dos días, Dortmund?_ lo indagué una vez que nuestro visitante se retiró.
_ Cuando se tiene la solución ya pensada, dos días son más que suficientes_ repuso el inspector, con su típica impertinente soberbia.
_¿Qué piensa hacer al respecto?
_ Ya lo verá, doctor. Ya lo verá. No se impaciente.
***
Margarita Novales estaba sentada en el living de su lujosa casa, leyendo una revista de moda, cuando la mucama le anunció que un hombre que no quiso identificarse deseaba urgente hablar con ella.
_ Si no se identifica, que se vaya_ le ordenó la señora Novales a la mucama.
_ Está al teléfono_ aclaró la sirvienta._ Y dijo que no piensa colgar hasta que haya hablado con usted.
_ Pásemelo.
Un minuto después, Margarita Novales estaba en comunicación con el desconocido.
_ ¿Es usted Margarita Novales?_ preguntó el desconocido, con voz ronca.
_ Sí. Ella habla_ asintió._ ¿Cómo consiguió mi número?
_ Es la esposa de un importante político. Eso reduce todo a la más mínima simpleza.
_ Dígame qué quiere, para qué me llama.
_ La llamo para hacerle una oferta. Sé muy bien que tiene en su poder unas cartas comprometedoras que podrían perjudicar seriamente la carrera de Inocencio Icaza. Cartas que le escribió a usted cuando fueron pareja hace varios años atrás. Y que lo tiene amenazado con exponerlas si no le paga cierta suma de dinero.
_ ¿Usted cómo sabe eso?
_ Me acaba de confirmar que la información es cierta.
_ No le confirmé nada. ¿Qué quiere?
_ Comprarle esas cartas por el triple del valor que usted le exige a Inocencio que le pague.
_ Es una broma, ¿no?
_ Hablo muy enserio, señora Novales. Esas cartas me sirven mucho más a mí que a usted.
_ No pienso negociar con desconocidos.
_ Dejaré de serlo cuando nos veamos para cerrar la transacción.
_ No hay trato, señor.
_ No se apresure, señora. Igualmente, verá arruinado a Inocencio Icaza.
_ Quiero ser yo la que tenga el privilegio de arruinarlo.
_ Eso no es negociable. Mi motivo es mucho más fuerte que el suyo. Usted lo quiere arruinar por despecho, por una cuestión sentimental. Yo por una cuestión mucho más seria. Estábamos en el mismo partido. Militábamos por la misma causa. Nos llevábamos muy bien hasta que cierto día mi madre enfermó gravemente. Le pedí a Inocencio que me ayudara, pero no lo hizo. Me dejó solo, tirado. Me despojó de puesto y del partido, y me dejó en bancarrota. Mi madre murió porque no pude pagar la operación. Si Inocencio hubiese tenido clemencia de mí y no me hubiera traicionado, todo hubiera resultado muy distinto. Pero desde ese momento, sólo he estado esperando la ocasión para destruirlo y es esta. Así que, señora Novales, mi oferta sigue en pie. El triple por esas cartas.
_ Con una condición.
_ La que quiera.
_ Que yo me lleve el crédito.
_ Como guste, señora.
_ ¿A qué hora y en dónde?
_ A las 22 en su casa.
_ En mi casa es muy arriesgado. Va a estar mi marido además, el diputado Isaurralde. Lo veo a las 20 en el Obelisco.
_ Quedamos así.
_ ¿Cómo lo reconozco?
_ Porque llevaré un diario debajo del brazo izquierdo, boina, campera de cuero negro y una bufanda.
_ Lo buscaré yo a usted. Hasta la noche.
Y cortó la comunicación. Se levantó del sillón, fue hasta la habitación que compartía con su esposo, se descalzó, se subió a la cama, se estiró hasta el techo y deslizó una madera que ocultaba un hueco amplio, que obraba como una suerte de compartimento secreto. Tomó las cartas, volvió a dejar todo como estaba y las confundió entre otros papeles que tenía dentro de su cartera. Estaba lista para el encuentro. Cerca de la hora, se fue sin indicarle a la mucama adónde se dirigía.
El encuentro entre el desconocido y la señora Novales fue muy rápido. Él la estaba esperando puntual en el Obelisco, como habían acordado. Ella se puso anteojos de sol y un sombrero amplio para evitar que la reconocieran. Fingieron un accidente, hicieron el intercambio y cada uno se retiró por diferentes caminos.
Cuando se alejó bastante del lugar, el desconocido se despojó de sus trajes y revisó las cartas exhaustivamente. Demás está aclarar que el hombre en cuestión no era otro más que Sean Dortmund.
_ Qué ingenua la señora Novales_ se dijo para sí el inspector._ Creyó que me iba a engañar con tanta facilidad.
Soltó una sutil risita y siguió su camino.
***
El señor Inocencio Icaza llegó puntual a las 7 de la mañana del día siguiente. Estaba excesivamente ansioso, pero mi amigo lo apaciguó sin complicaciones.
_ ¿Las recuperó?_ inquirió ansioso nuestro visitante.
_ Las cartas fueron destruidas. Está usted a salvo, señor Icaza.
_ ¡Es usted brillante! No se equivocaron cuando me recomendaron que le consultara. Siento que me ha quitado usted un gran peso de encima. Ahora me gustaría saber los detalles de cómo lo consiguió.
_ Si una mujer tiene una ambición aún más grande que el dinero, es la venganza. Y la señora Novales no es la excepción. Sabía que si intentaba recuperar las cartas por cualquier medio, no iba a resultar tan sencillo. Así que, ataqué a su ego sublevado de satisfacción. La llamé por teléfono y me hice pasar por un viejo adversario político suyo, diciéndole de la existencia de dichas cartas y de mi interés en obtenerlas para destruirlo. Al principio se rehusó, como era de esperarse, pero cuando le expuse los motivos por los que yo quería verlo arruinado a usted, señor Icaza, cedió y aceptó el trato a condición de que ella se llevase el crédito por el resultado. Estuve de acuerdo y concretamos un encuentro, en donde yo le pagué lo que le ofrecí y ella me entregó las cartas. Mejor dicho, papeles en blanco. Sabía que iba a engañarme y que iba a quedarse con mi dinero y con todo. Así que, dispuse un plan de contingencia que resultó efectivo. Mientras la señora Novales estaba hablando por teléfono , negociando los términos de la transacción, mi buen amigo el doctor estaba afuera de la casa, vigilando por orden mía. Y vio exacto el lugar en donde la señora Margarita Novales ocultaba las cartas. Así que, mientras su ausencia, el doctor entró a su casa bajo pretextos y simulando un accidente, vertió una buena cantidad de agua sobre las cartas, arruinándolas por completo.
_ Pobre, debe estar muy disgustada.
_ Vaya tranquilo y ejerza el cargo de presidente con entereza y responsabilidad, señor Icaza.
_ Así será, Dortmund. No lo dude. Usted me ha dado un motivo para hacer las cosas mucho mejor.