sábado, 21 de mayo de 2022

El problema del hombre célebre (Gabriel Zas)

 


                              

_ Tenemos un visitante de honor, Dortmund_ le dije a mi amigo, enérgicamente vigoroso. 

Se despedazó en la cama, miró el reloj y refunfuñó.

_ Son las seis y cuarenta de la mañana_ me reprochó el inspector con los ojos entreabiertos._ ¿Cuál es la urgencia de venir a interrumpirnos el sueño tan temprano?

_ No es el problema en sí lo que amerita que nos desvelemos, sino quién es nuestro visitante.

_ El quién o el qué, da igual. Dígale que vuelva más tarde, doctor, por favor._ protestó Sean Dortmund. Y se volvió a acomodar en la cama para seguir durmiendo.

Pero la presencia imponente de nuestro visitante lo hizo retrotraerse de su actitud egoísta. Contemplamos una esbelta figura masculina que nos observaba expectante desde el umbral de la habitación. La penumbra no dejaba a mi amigo reconocer a tan distinguido visitante. Entonces, encendió la luz del velador y lo divisó obnubilado. 

_ Usted es Inocencio Icaza_ dijo mi amigo ávido de entusiasmo.

El caballero en cuestión asintió con un discreto movimiento de cabeza.

_ No saben que vine a consultarle. Y preferiría que se mantuviera así, dada mi reputación y sobre todo mi cargo en la política_ aclaró el señor Icaza.

_ Le doy mi palabra de honor.

Unos diez minutos después, Dortmund y yo estábamos cambiados y levantados, y recibimos a nuestro célebre cliente con un buen desayuno y con todas las atenciones que la ocasión merecía.

_ Son ustedes muy amables caballeros_ agradeció el señor Icaza._ Pero no dispongo de mucho tiempo. Tengo que volver a mi despacho en media hora. Así que, me gustaría ponerlos al tanto del porqué de mi consulta.

_ Por supuesto_ dijo Sean Dortmund._ Comience cuando guste.

_ Sabrán, señores, que fui electo presidente de la Nación argentina en las elecciones que se celebraron en octubre pasado y que en dos días asumo el cargo, tal cual lo establece nuestra Constitución.

Asentimos con la cabeza.

_ Y también sabrán que me separé de la que fuera mi mujer los últimos treinta años de mi vida. De una hermosa vida juntos, llena de felicidad y momentos inolvidablemente únicos.

_ ¿Por qué se divorció, Señor Presidente?_ me arriesgué a preguntar.

_ Todavía no asumí el cargo. Pero le agradezco la gentileza.

_ Espero que el doctor no lo haya importunado con su pregunta_ expresó Dortmund.

_ Al contrario. Entiendo que es una pregunta obligada de su profesión. Nos divorció mi carrera política. Le dedicaba muchas más horas al trabajo y a mi causa, que al matrimonio. Terminamos bien igual, de mutuo acuerdo y en buenos términos. Como ha de saber, contraté a un abogado también de común acuerdo, que se encargó de toda la parte legal del trámite de divorcio. Y aquí viene el motivo por el que he venido a consultarle. Quizá en relación a otros casos, este no signifique nada. Y si se rehúsa a aceptarlo, lo voy a entender.

_ Ningún caso es más o menos que otro. Los considero a todos con la misma importancia. Prosiga, si es tan amable.

_ Cuando dividimos los bienes materiales, Graciela se llevó un jarrón antiguo que heredé de mi abuelo. A ella le encantaba y permití que se lo quedara. Pero no recordé que en su interior oculté algo que necesito que recupere, porque de hacerse público, podría significar el fin de mi carrera política. Podría ser causal de un gran escándalo.

_ ¿De qué se trata, señor Icaza?

_ De unas cartas de amor. Antes de conocerla a Graciela, tuve un romance duradero e intenso con Margarita Novales. No sé si les suena ese nombre, señores.

_ Es la esposa del diputado Nicanor Isaurralde, su principal competidor político. Con el que ha tenido múltiples enfrentamientos que son de público conocimiento.

_ Así es, inspector. Yo tuve un romance, como le dije recién, muy intenso con Margarita. Nos escribíamos cartas todo el tiempo. Cuando nos separamos, yo conservé las cartas que ella me escribió. Desafortunadamente en términos sentimentales, pero afortunadamente en cuestión política, Margarita se deshizo de todas las cartas que yo le escribí. Se deshizo de todos nuestros recuerdos.

_ La cosa no terminó bien_ acoté.

_ Usted lo dijo, doctor. No terminó nada bien. A tal nivel de hostilidad y rencor, que me amenazó con destruirme en cuanto se le presentara la oportunidad de hacerlo. Y créanme que lo va a hacer sin vacilar.

_ Y esa oportunidad, a la que la señora Novales aludió, son las cartas que usted tenía ocultas en el jarrón que le dejó a su exesposa en el divorcio_ dedujo el inspector, correctamente.

_ Esas cartas las encontró la mucama de Graciela, que casualmente, es la misma que trabaja en casa del diputado Isaurralde. Y se las entregó a Margarita. Y ahora ella amenazó con destruir mi carrera presidencial, incluso antes de asumir el cargo en dos días, si no le pago la suma que me exige.

Había cierta preocupación en el tono de su voz.

_ Y usted quiere que recupere esas cartas antes que ceder a sus demandas_ adujo Sean Dortmund.

_ Imagínese, inspector, que saliera a la luz un romance que mantuve con la actual esposa de mi mayor rival político hace más de treinta años atrás.

_ Naturalmente, no lo haría quedar bien a usted.

_ Implicaría un verdadero escándalo.

_ Concuerdo. Pero voy a evitarlo. Dos días son suficientes para resolver su pequeño inconveniente, señor Icaza.

El señor Inocencio Icaza sintió que el alma le volvió al cuerpo.

_ Si usted logra recuperar esas cartas antes de mi asunción, será muy bien recompensado. Se lo garantizo.

_ Cumpla con sus promesas de campaña y estaremos a mano.

_ Es un hecho.

Nos estrechó la mano con una elocuente sonrisa y se retiró con mucha reserva.

_ ¿No es poco tiempo dos días, Dortmund?_ lo indagué una vez que nuestro visitante se retiró.

_ Cuando se tiene la solución ya pensada, dos días son más que suficientes_ repuso el inspector, con su típica impertinente soberbia.

_¿Qué piensa hacer al respecto?

_ Ya lo verá, doctor. Ya lo verá. No se impaciente.

 

                                                                 ***

 

Margarita Novales estaba sentada en el living de su lujosa casa, leyendo una revista de moda, cuando la mucama le anunció que un hombre que no quiso identificarse deseaba urgente hablar con ella.

_ Si no se identifica, que se vaya_ le ordenó la señora Novales a la mucama.

_ Está al teléfono_ aclaró la sirvienta._ Y dijo que no piensa colgar hasta que haya hablado con usted.

_ Pásemelo.

Un minuto después, Margarita Novales estaba en comunicación con el desconocido.

_ ¿Es usted Margarita Novales?_ preguntó el desconocido, con voz ronca.

_ Sí. Ella habla_ asintió._ ¿Cómo consiguió mi número?

_ Es la esposa de un importante político. Eso reduce todo a la más mínima simpleza.

_ Dígame qué quiere, para qué me llama.

_ La llamo para hacerle una oferta. Sé muy bien que tiene en su poder unas cartas comprometedoras que podrían perjudicar seriamente la carrera de Inocencio Icaza. Cartas que le escribió a usted cuando fueron pareja hace varios años atrás. Y que lo tiene amenazado con exponerlas si no le paga cierta suma de dinero.

_ ¿Usted cómo sabe eso?

_ Me acaba de confirmar que la información es cierta.

_ No le confirmé nada. ¿Qué quiere?

_ Comprarle esas cartas por el triple del valor que usted le exige a Inocencio que le pague.

_ Es una broma, ¿no?

_ Hablo muy enserio, señora Novales. Esas cartas me sirven mucho más a mí que a usted.

_ No pienso negociar con desconocidos.

_ Dejaré de serlo cuando nos veamos para cerrar la transacción.

_ No hay trato, señor.

_ No se apresure, señora. Igualmente, verá arruinado a Inocencio Icaza.

_ Quiero ser yo la que tenga el privilegio de arruinarlo.

_ Eso no es negociable. Mi motivo es mucho más fuerte que el suyo. Usted lo quiere arruinar por despecho, por una cuestión sentimental. Yo por una cuestión mucho más seria. Estábamos en el mismo partido. Militábamos por la misma causa. Nos llevábamos muy bien hasta que cierto día mi madre enfermó gravemente. Le pedí a Inocencio que me ayudara, pero no lo hizo. Me dejó solo, tirado. Me despojó de puesto y del partido, y me dejó en bancarrota. Mi madre murió porque no pude pagar la operación. Si Inocencio hubiese tenido clemencia de mí y no me hubiera traicionado, todo hubiera resultado muy distinto. Pero desde ese momento, sólo he estado esperando la ocasión para destruirlo y es esta. Así que, señora Novales, mi oferta sigue en pie. El triple por esas cartas.

_ Con una condición.

_ La que quiera.

_ Que yo me lleve el crédito.

_ Como guste, señora.

_ ¿A qué hora y en dónde?

_ A las 22 en su casa.

_ En mi casa es muy arriesgado. Va a estar mi marido además, el diputado Isaurralde. Lo veo a las 20 en el Obelisco.

_ Quedamos así.

_ ¿Cómo lo reconozco?

_ Porque llevaré un diario debajo del brazo izquierdo, boina, campera de cuero negro y una bufanda.

_ Lo buscaré yo a usted. Hasta la noche.

Y cortó la comunicación. Se levantó del sillón, fue hasta la habitación que compartía con su esposo, se descalzó, se subió a la cama, se estiró hasta el techo y deslizó una madera que ocultaba un hueco amplio, que obraba como una suerte de compartimento secreto. Tomó las cartas, volvió a dejar todo como estaba y las confundió entre otros papeles que tenía dentro de su cartera. Estaba lista para el encuentro. Cerca de la hora, se fue sin indicarle a la mucama adónde se dirigía.

El encuentro entre el desconocido y la señora Novales fue muy rápido. Él la estaba esperando puntual en el Obelisco, como habían acordado. Ella se puso anteojos de sol y un sombrero amplio para evitar que la reconocieran. Fingieron un accidente, hicieron el intercambio y cada uno se retiró por diferentes caminos.

Cuando se alejó bastante del lugar, el desconocido se despojó de sus trajes y revisó las cartas exhaustivamente. Demás está aclarar que el hombre en cuestión no era otro más que Sean Dortmund.

_ Qué ingenua la señora Novales_ se dijo para sí el inspector._ Creyó que me iba a engañar con tanta facilidad.

Soltó una sutil risita y siguió su camino.

            

                                                                                                       ***

 

El señor Inocencio Icaza llegó puntual a las 7 de la mañana del día siguiente.  Estaba excesivamente ansioso, pero mi amigo lo apaciguó sin complicaciones.

_ ¿Las recuperó?_ inquirió ansioso nuestro visitante.

_ Las cartas fueron destruidas. Está usted a salvo, señor Icaza.

_ ¡Es usted brillante! No se equivocaron cuando me recomendaron que le consultara. Siento que me ha quitado usted un gran peso de encima. Ahora me gustaría saber los detalles de cómo lo consiguió.

_ Si una mujer tiene una ambición aún más grande que el dinero, es la venganza. Y la señora Novales no es la excepción. Sabía que si intentaba recuperar las cartas por cualquier medio, no iba a resultar tan sencillo. Así que, ataqué a su ego sublevado de satisfacción. La llamé por teléfono y me hice pasar por un viejo adversario político suyo, diciéndole de la existencia de dichas cartas y de mi interés en obtenerlas para destruirlo. Al principio se rehusó, como era de esperarse, pero cuando le expuse los motivos por los que yo quería verlo arruinado a usted, señor Icaza, cedió y aceptó el trato a condición de que ella se llevase el crédito por el resultado. Estuve de acuerdo y concretamos un encuentro, en donde yo le pagué lo que le ofrecí y ella me entregó las cartas. Mejor dicho, papeles en blanco. Sabía que iba a engañarme y que iba a quedarse con mi dinero y con todo. Así que, dispuse un plan de contingencia que resultó efectivo. Mientras la señora Novales estaba hablando por teléfono , negociando los términos de la transacción, mi buen amigo el doctor estaba afuera de la casa, vigilando por orden mía. Y vio exacto el lugar en donde la señora Margarita Novales ocultaba las cartas. Así que, mientras su ausencia, el doctor entró a su casa bajo pretextos y simulando un accidente, vertió una buena cantidad de agua sobre las cartas, arruinándolas por completo.

_ Pobre, debe estar muy disgustada.

_ Vaya tranquilo y ejerza el cargo de presidente con entereza y responsabilidad, señor Icaza.

_ Así será, Dortmund. No lo dude. Usted me ha dado un motivo para hacer las cosas mucho mejor.  

 

lunes, 25 de abril de 2022

Testigo de ocasión (final alternativo) - Gabriel Zas


 

_ ¿Mabel, estás bien?_ preguntó Jorge Nuero, su esposo, mientras golpeaba sutilmente la puerta de su habitación.

_ Sí, querido, estoy bien. No te preocupes. No es nada_ respondió ella con aire tranquilizador.

_ ¿Segura? Como te escuché quejarte.

_ Te digo que no es nada. Ahí salgo.

De repente, Mabel Funes exhaló un grito ahogado y seco, que duró apenas unos segundos y atrás le siguió el silencio.

_ ¿Mabel, estás bien? Contestame_ insistió su marido, inquietantemente.

Pero ella no respondió. En menos de un minuto, todos los integrantes de la casa estaban reunidos frente a su habitación, preocupados y exaltados. Ante las constantes insistencias sin respuesta alguna, el señor Nuero decidió tomar la llave del cuarto y abrir. La escena que él y el resto contemplaron seguidamente fue espantosa. Mabel Funes yacía recostada boca arriba sobre su cama con un disparo en la frente. Triana Nuero, su hija mayor, gritó efusivamente lívida de horror y tuvieron que alejarla. El señor Nuero despejó el área y trató de impartir calma, aunque dadas las circunstancias, resultó una labor inútil. Sin nada más que hacer, dio aviso a la Policía.

 

***

 

_ ¿Dice, señor Nuero, que usted intercambió algunas palabras con su esposa antes de que la mataran? ¿Entendí bien?_ indagó el capitán Riestra, escéptico, mientras Sean Dortmund examinaba la escena rigurosamente y en silencio.

_ Es así como le digo_ espetó el señor Nuero._ La escuché quejarse, me acerqué para saber qué le ocurría, me dijo que no era nada y entonces… gritó…_ se calló abruptamente y le costó continuar. Pero hizo un esfuerzo y prosiguió con el relato.

_ Le hablé pero no respondió _ agregó. _ Me impacienté, y como yo guardo una copia de la llave de su cuarto, abrí y…

_ Entiendo, señor Nuero_ interrumpió prudentemente el capitán._ ¿Ustedes dormían en habitaciones diferentes porque estaban separados?

_ Nos habíamos tomado un tiempo, sí. Pero cada uno tenía llave de la habitación del otro por las dudas.

_ ¿Alguien más, aparte de usted en esta casa, tiene una copia de la llave de la habitación de la señora Funes?

_ Absolutamente nadie más.

_ El forense determinó que el arma utilizada para el asesinato es calibre 22. ¿Hay algún arma de tales características en esta casa?

_ No. La única arma que hay, y la conservo celosamente guardada, es un revólver       calibre 40 para protección personal.

_ Vamos a necesitar examinarlo igualmente. Es procedimiento.

_ Está bien. Comprendo. Se lo entregaré enseguida.

_ ¿Quién más conocía sobre la existencia de dicho revólver, aparte de usted?

_ Todos saben de su existencia, capitán. Pero solamente yo tengo acceso. Es peligroso que esté al alcance de cualquiera.

_ ¿Y usted estaba al momento que pasó todo?


_ Resulta imposible, ¿no? Pero le digo que ella estaba sola encerrada en su cuarto cuando la mataron. Sé lo que le digo. No estoy loco. Hablé con ella unos minutos antes de que se desatara la tragedia.

_ Tuvo que haber visto a alguien entrar, salir…

_ No. Insisto. Estaba sola y yo tuve que entrar usando la llave.

_ Seguramente, el asesino saltó por alguna ventana.

_ Imposible. Hay seis metros de altura hasta el patio. Las posibilidades de salir ileso de una caída semejante son muy exiguas.

_ Coincido con su reflexión, señor Nuero_ proclamó Dortmund, saliendo de la habitación._ Analicé la escena exhaustivamente y es imposible que alguien haya huido sin ser visto.

Además, es una alcoba con espacio muy limitado que descarta de plano la posibilidad de que el asesino se haya ocultado en algún rincón.

_ Detrás de la puerta, quizás _ sugirió Riestra.

_ Lo pensé, naturalmente, capitán Riestra. Pero no hay rastros que indiquen que alguien se haya escondido allí. Créame, examiné toda la habitación hasta el último detalle_ refutó el inspector Dortmund._ Ignoro por completo de qué manera pudo escabullirse el asesino de una forma tan limpia y espectacular.

_ ¡Esto es inconcebible!

_ Eso es todo por el momento, señor Nuero. Reúnase con su familia, que lo necesitan.

_ ¿Cuándo podremos abandonar la casa?_ inquirió el señor Nuero.

_ Cuando demos por concluida las pesquisas_ replicó Riestra con autoridad.

_ Espero que sea lo antes posible. Mis hijas y yo queremos hacer el duelo en paz. Con permiso.

Y bajó las escaleras, desapareciendo lentamente de la visual de los dos hombres. Cuando la figura del señor Nuero desapareció definitivamente, Riestra tomó la palabra.

_ ¡Vamos, Dortmund! Dígame realmente lo que piensa sobre este caso. ¿O me va a decir que estamos frente un misterio idéntico al del Cuarto Amarillo, pero en la vida real?_ musitó el capitán con renuencia.

_ Mi estimado capitán_ proclamó el inspector con cierto apego._ Hasta ese caso dispone de una solución lógica y razonable. 

_ Sí, ya sé. La víctima se hizo las lesiones ella misma inconscientemente porque estaba atrapada en una terrible pesadilla en la que creía que peleaba con alguien y que ese alguien la quería matar. Pero usted y yo sabemos que esa no es la cuestión en este caso, ¿o sí Dortmund?

_ Ciertamente que no, capitán Riestra. Pero, al igual que ese caso de ficción, este de la vida real también dispone de una solución lógica y razonable.

_ Lo dice como si fuera fácil encontrarla.

_ Puedo garantizarle que la respuesta a este dilema es mucho más sencilla de lo que las circunstancias la hacen parecer.

_ Yo lo veo todo muy oscuro y lejos de resolverse en lo inmediato.

_ ¿A qué hora estima el forense que se produjo la muerte de la señora Funes?

_ Entre las 15 y las 17 horas.

_ El señor Nuero dio aviso de la muerte a las 17:15.

El inspector Dortmund estaba sumamente reflexivo.

_ Encaja con su relato_ confirmó el capitán Riestra.

_ No dije lo contrario. Es otra cosa en lo que estoy pensando.

_ ¿En qué?

_ En una diferencia horaria bastante más amplia.

_ No lo comprendo, Dortmund.

_ Ya lo comprenderá. Créame.

 

                                                                          ***

 

Triana Nuero era una joven muy hermosa, de cabellos rubios y mirada destellante. Pero su belleza estaba opacada por el dolor que la embargaba por lo ocurrido con su madre.

_ Mamá y yo éramos muy cercanas_ comentó la señorita Nuero, compungida.

_ Es su calco exacto_ comentó Riestra, distendidamente.

_ Todos nos decían lo mismo.

_ ¿Dónde estaba alrededor de las 17, cuando ocurrió el crimen?_ indagó Sean Dortmund, con mucho tacto y compasión.

_ En el living. Estaba hablando unos temas personales con Olivia, mi hermana menor. Ella se lo puede confirmar.

_ ¿Y estuvieron toda la tarde en su casa?

_ Yo llegué tipo 16:30 del trabajo y Olivia no hacía mucho que había llegado de la Facultad.

_ ¿Escuchó cuando su padre golpeaba la puerta de la habitación de su madre?

_ Lo oí, sí. Oí muy por encima que ella le contestaba algo porque desde abajo no se puede tener mucha precisión de las cosas que los demás murmuran arriba.

_ Eso no tiene importancia. Importa que haya confirmado que oyó a su padre intercambiar unas palabras con su madre.

_ ¿No sospechará…?

_ ¿De su padre? En absoluto. Al contrario, tengo una doble sospecha que por el momento, es mejor no compartirla. Despreocúpese, no tiene importancia.

_ ¿Cómo tuvo conocimiento de lo que había sucedido?_ preguntó fríamente Riestra.

Sean Dortmund lo miró con desaprobación.

_ Lo escuché a mi padre gritar y desesperarse. Nos alarmamos y subimos enseguida a ver qué ocurría. Yo fui la primera que…

_ Está bien, no es necesario que continúe. Ha sido de gran ayuda, señorita Nuero. Puede retirarse. Muchas gracias.

_ ¿La dejó ir sin preguntarle sobre los problemas que el señor Nuero y la señora Funes pudieran tener como  pareja?_ indagó sorprendido Riestra, una vez que ambos volvieron a estar de nuevo solos.

_ No podía seguir interrogándola_ fustigó Dortmund_ porque usted no tuvo piedad de ella en la manera de preguntarle cómo se había enterado de lo ocurrido.

_ Perdón por hacer mi trabajo.

_ No es lo que dijo, sino la forma en que se lo preguntó. Olvídelo, capitán.

_ Bueno. ¿Qué es eso de la doble sospecha que dijo recién?

_ Una muy particular que no recae sobre dos personas, sino sobre dos eventos. Y uno de esos eventos me fue confirmado con la declaración de la señorita Triana hace un momento.

_ No me ofendo si me pone al tanto, Dortmund.

_ El caso está casi resuelto. Voy a buscar a la señorita Olivia Nuero para interrogarla. Usted cerciórese por favor si sus hombres encontraron el arma calibre 40 que se utilizó para dar muerte a la señora Mabel Funes y si se analizó el arma calibre 22 que el señor Jorge Nuero alegó tener en su poder.

El capitán fulminó a Dortmund con una mirada impiedosamente impertinente e impropia de un hombre de su altura y talante. 

 

                                                                              ***

 

 

Olivia Nuero era apenas tres años menor que la señorita Triana, pero en apariencia parecía mayor. Era una joven dulce y de modales afables. Y aunque estaba devastada por lo sucedido, no se evidenciaba el dolor en su conducta.

_ Lamento profundamente su pérdida, señorita Olivia_ dijo Sean Dortmund con sentida sinceridad.

La muchacha movió tímidamente la cabeza en señal de gratitud.

_ ¿Dónde se encontraba al momento del incidente, si es tan amable de decírnoslo, señorita Nuero?_ interrogó susceptiblemente el inspector.

_ Estaba hablando con Triana_ respondió la joven, con la voz tenuemente resquebrajada._ Me estaba dando algunos consejos útiles de hermana mayor.

Soltó una inocente sonrisa. Dortmund se la retribuyó como todo un caballero.

_ ¿Recuerda el momento exacto en que sobrevino el drama?_ continuó interpelando el inspector.

_ Lo escuchamos a papá que estaba desesperado. Triana se levantó enseguida y yo me quedé abajo sin reaccionar inmediatamente. Estaba tratando de comprender qué ocurría cuando la escuché a mi hermana gritar. Yo me quedé paralizada. Y no fue hasta que vinieron ustedes que logré asimilar lo que había sucedido.

_ Es muy valiente. ¿Lo sabe, no?

_ Triana y papá me dijeron lo mismo. Ellos sólo quieren cuidarme.

_ Como usted los cuida a ellos.

_ Somos una familia muy unida, inspector. Nos cuidamos entre todos, siempre.

_ ¿Trabaja o estudia?

_ Estudio para contadora pública. Estoy en segundo año de la carrera recién, en la Universidad de Buenos Aires. No hacía mucho que llegaba cuando… Bueno, usted ya sabe.

_ La entiendo. Su hermana me lo dijo. ¿Cómo le está yendo?

_ Se puede decir que mucho mejor de lo que imaginaba antes de empezar a cursar.

_ La realidad siempre supera las expectativas.

_ No siempre, inspector.

_ Tiene mucha razón en eso, señorita Olivia. No siempre.

_ ¿Le va a pasar algo a papá?

_ ¿Por qué me hace esa pregunta?

_ Porque con mamá peleaban todo el tiempo.

_ Cuénteme. ¿Por qué peleaban la señora Funes y su padre?

_ Por todo. Hasta que mamá se cansó y se cambió de cuarto para estar lejos de él hasta que las aguas se calmasen un poco. Otra vez.

_ ¿Me está diciendo que no era la primera vez que la señora Mabel Funes se mudaba a otro cuarto ella sola para estar lejos del señor Nuero?

_ Efectivamente. Pasaban unas dos semanas, como mínimo. Hablaban, se arreglaban, ella volvía a la habitación con él y a los pocos días, lo mismo.

_ ¿Hacía mucho tiempo que estaban así?

_ Sí. Desde que yo tengo uso de razón, dos años mínimo.

_ ¿Discutían delante de ustedes?

_ Casi siempre trataban de evitarlo. Pero había excepciones. El que más lo sufría era Joaquín, nuestro hermano menor.

_ ¿Por qué lo dice, señorita Olivia?

_ Porque mis padres siempre descargaban su enojo sobre él inmediatamente después de cada discusión. Es el más vulnerable de todos. Mamá cada vez que le gritaba, se arrepentía al rato y le pedía disculpas.

_ Y dígame, señorita Olivia. ¿Estaba el señor Joaquín Nuero presente al momento del incidente?

_ Sí. Se fue corriendo a encerrarse a su habitación. La mucama está con él. Supongo que querrá hablar con ellos también.

_ Sí. Pero cuando sea más oportuno. No es urgente hacerlo en este preciso instante.

_ ¿Necesita algo más, inspector? Necesito descansar.

_ Por supuesto. Vaya tranquila. Y gracias. Fue de mucha ayuda. Se lo aseguro.

La joven sonrió casi por obligación y se retiró a su cuarto a descansar. Dortmund reflexionó sagazmente y corrió a reunirse enseguida con el capitán Riestra.

_ Balística no encontró el arma 22 que se utilizó para el asesinato. Pero ya ordené que analizaran la de calibre 40, que el señor Nuero nos proporcionó muy gentilmente. Aunque espero no encontrar nada significativo_ comentó Riestra.

_ Es muy conveniente_ susurró Dortmund.

_ ¿Perdón? No le entendí bien. ¿Qué dijo?

_ Nada, capitán Riestra. Olvídelo. Hay dos personas más en la casa, a las que debemos entrevistar. Joaquín Nuero, hermano de las señoritas Triana y Olivia, y la mucama.

_ Sí. La señora Ordoñez. Estoy al tanto.

_ Me gustaría que me acompañase a hablar con ambos, capitán Riestra.

_ Sólo si ya tiene una explicación de cómo se cometió el asesinato. Yo sigo sin entender cómo el responsable escapó de un cuarto absolutamente cerrado sin ser detectado.

_ La tengo. Ya sé todo, capitán Riestra. Pero es necesario hablar con ellos primero.

_ ¿Va a blanquearme la solución del caso o me va a tener esperando hasta el último segundo, como hace siempre?

Sean Dortmund lo miró con una impertinencia muy locuaz.

_ Tal como suponía_ se lamentó el capitán._ Ahí vamos de nuevo. Por lo menos, dígame que el asesino se llevó consigo el arma homicida, así no siento que todo este asunto es una imposibilidad absoluta.

_ Se equivoca también en ese punto, capitán Riestra. El arma jamás salió de esta casa.

_ ¿¡Qué!? Debe estar bromeando.

_ A decir verdad, es un mecanismo inteligentemente pensado. Pero muy previsible si se piensa en el caso muy detenidamente.

Riestra estaba furioso. Pero no hizo gala de sus sentimientos abiertamente. 

Las entrevistas con la mucama de la familia, la señora Ordoñez, y el joven Joaquín Nuero fueron provechosas porque confirmaron algunas cuestiones relevantes, aunque sin agregar nada nuevo, excepto el hecho de que la señora Ordoñez había ido al supermercado alrededor de las 15:10 y había regresado recién poco antes del crimen. Y el joven Joaquín Nuero se pasó la mayor parte del tiempo en su habitación.

_ ¡Voila!_ fue lo último que atinó a decir el inspector Dortmund, triunfante y rozagante.

 

                                                                         ***

 

Jorge Nuero se estaba encaminando hacia su habitación, cuando se cortó la luz del pasillo abruptamente. Profirió una seguidilla de improperios interminables contra la compañía de suministro eléctrico mientras retrocedía para bajar de nuevo living, cuando extrañamente un destello irradió con todo su esplendor una figura femenina ataviada en una túnica blanca y con el semblante lívidamente pálido y blanquecino. El señor Nuero estuvo a punto de colapsar por el susto que se llevó cuando la figura comenzó a caminar lentamente hacia él.

_ ¿Por qué me mataste, Jorge, si yo te amaba?_ dijo el espectro, tétricamente.

_ ¿Mabel?_ preguntó el señor Nuero, totalmente asustado y descolocado por la situación.

_ Sí, Jorge. Soy yo. Soy Mabel. ¿Por qué me mataste? Decile a la Policía la verdad. Admití la culpa de lo que me hiciste.

_ No. Vos no sos real. Esto es un mal sueño, nada más.

_ Soy Yo, Jorge. Mabel.

_ Probamelo, si es así. ¿Cuál es tu nombre completo?

Jorge Nuero retrocedía mientras la figura avanzaba a paso lento hacia él.

_ Mabel Elizabeth Funes Alcorta.

Enloqueció. Así se llamaba ella realmente.

_ ¿Qué clase de broma es esta?_ cuestionó el señor Nuero, altamente alarmado.

_ Ninguna broma. Vos me mataste. Confesá, Jorge, confesá.

_ Vos y yo sabemos que eso es mentira, Mabel. Yo estaba con vos cuando te mataron.

_ ¡Mentís! Imitaste mi voz para que pareciera que hablabas conmigo para crearte una coartada delante de nuestras hijas, para que pensaran que vos no lo hiciste y que fuiste un testigo ocasional de mi muerte.

_ ¿Cómo creés que puedo hacer una cosa así, Mabel? Por favor, estás diciendo barbaridades.

_ Fuiste imitador durante muchos años en una varieté en calle Corrientes. ¿O te olvidaste de esa parte de tu vida ya? Tenés el don para hacer las voces que quieras y de quién quieras.

_ ¡Está bien! Fingí que hablaba con vos con esa tertulia. ¿Pero, y el arma? ¿Cómo explicas que te mataron con una 22 cuando yo tengo una 40?

_ Eso se lo puedo explicar yo sin ningún inconveniente, señor Nuero_ dijo Sean Dortmund, que emergió de la nada misma._ Adaptó el caño del arma para que disparara municiones calibre 22. Balística lo certificó.

_ Enciendan las luces_ ordenó el capitán Riestra._ Señor Jorge Nuero, lo arresto por el asesinato de Mabel Funes. Tiene derecho a permanecer en silencio y a un abogado.

Le colocó las esposas y se lo llevó detenido. Jorge Nuero estaba tan sorprendido e irritado a la vez, que apeló al silencio y sólo se limitó a escrudiñar al inspector hostilmente.

_ No la juzgaré si creo que las cosas son como supongo que son_ le dijo Sean Dortmund a Mabel Funes. Sí, era Mabel Funes. ¡Estaba viva!

_ Le tendré piedad porque no creo que merezca ir a prisión por querer escaparse de su esposo.  

_ ¿Cómo me descubrió?_ preguntó afligida.

_ La señorita Triana, su hija, me dijo que usted se iba a dormir a la otra habitación con reiterada frecuencia porque el señor Nuero alcanzaba un límite de crueldad intolerable. No me lo dijo de esta forma exactamente, pero los hechos se deducen por sí solos. Así que, usted debía intuir que iba a matarla en cualquier momento y se adelantó a que eso sucediera. Le dijo a su mucama, la señora Ordoñez, que podía dormir en esa habitación y que usted dormiría en el cuarto de servicio. La señora Ordoñez debió entender el propósito de su petición y aceptó con la única intención de ayudarla, pero no vislumbró que usted había diseñado un plan implacablemente orquestado. Y era que el señor Jorge Nuero supusiera que la mujer que dormía allí era en efecto usted y no la señora Ordoñez. Y le resultó a la perfección, porque su esposo con la tertulia ya consabida se convenció que la mató verdaderamente a usted. Sólo fue cuestión de convencer a la señora Ordoñez que no se dejase ver si llegara a ocurrir algo. Ella sintió los pasos del señor Nuero penetrar en el cuarto, se agazapó entre las cobijas de la cama, él se acercó, calculó, apuntó, disparó y huyó. Todo en una milésima de segundo. Y jamás percibió que asesinó a la mucama en lugar suyo, señora Funes.

_ ¿Solamente por eso me atrapó?

_ No. También porque usted fue la única que no subió a ver qué sucedía cuando su marido montó la farsa del momento del crimen. No subió porque no podía dejarse ver, claramente. Y se ocultó en la habitación de su hijo Joaquín con el pretexto de cuidarlo y protegerlo porque era emocionalmente el más frágil y vulnerable de todos. Nunca salió, ni siquiera cuando nosotros llegamos. Pero habló imagino con el capitán Riestra sin problema porque jamás antes la había visto a usted ni a la señora Ordoñez. Así que, nunca pusimos en discusión que quien yacía en su habitación era en realidad usted y usted era la señora Ordoñez, la mucama de la familia. Le dio la excusa de Joaquín, él la comprendió y todo fue muy natural. Y cuando la señorita Olivia me habló de un modo muy particular y esquivo, entendí que la estaba encubriendo y que era cómplice junto con su hijo Joaquín. La única que no sabía nada y que tuvo una reacción genuina a su muerte fue la señorita Triana Nuero, su hija mayor.

_ ¿Qué va a pasarme? No quería que la señora Ordoñez muriera. Pero tampoco estaba dispuesta a morir yo.

_ Estoy seguro de que no, señora Funes.

_ La situación con Jorge ya era insostenible. Me maltrataba a mí y a mis hijas todo el tiempo. Con Joaquín hacía lo que quería porque era el más dócil y vulnerable de los tres. Pobre mi chiquito. Lo de la señora Ordoñez fue un sacrificio que tuve que hacer para salvarme. Si no hubiese adivinado en la mirada de Jorge sus intenciones, me hubiese asesinado ciertamente.

_ La comprendo perfectamente.

_ ¿Qué va a pasarnos a mí y a mis hijos? A Triana sáquela del medio. Ella no sabía nada de todo esto. De haberlo sabido, lo hubiera evitado a como dé lugar. Por eso la mantuve al margen.

_ El señor Jorge Nuero está convencido que la mató a usted. Ni siquiera la reconoció cuando montamos la farsa de su espíritu para atraparlo y lograr que confesara. Dejemos todo así.

Y volvió a repetirlo una vez más para sus adentros: “Dejemos todo así”.