Una sombra penetró sigilosa dentro de la propiedad de Wilfredo Anaya, en
la esquina de Las Rosas y Los Ombúes, dentro del privilegiado barrio cerrado
Aras del Solar de Canning. Era de noche y la tranquilidad que allí se respiraba
era envidiable.
El señor Anaya estaba acostado en su cama leyendo un libro y escuchando
la radio, cuando de repente escuchó una serie de ruidos provenientes del
comedor. Se levantó cauteloso encaminándose por un pasillo desde su dormitorio
hasta el living. Pero antes de que pudiera hacer algo, un golpe fuerte en su
cabeza lo sorprendió y se desvaneció.
El intruso tomó varias cosas de valor y salió igual que como entró: por
la puerta principal. A la mañana siguiente, el cuerpo de Wilfredo Anaya fue
descubierto por su mucama, identificada como Sabrina Folch. Todos los vecinos
del barrio quedaron conmocionados por el suceso ya que era la primera vez en
dieciocho años que ocurría algo tan grave como un robo seguido de muerte. La
Policía peritó la escena pero no encontró huellas ni ningún indicio que ayudara
a revelar la identidad del asesino.
Dos días después del homicidio del señor Anaya, apareció muerta en
idénticas circunstancias Josefina Martorell. Mismo mecanismo de ataque y mismo
todo. Al igual que la primera víctima, la señorita Martorell vivía sola y
tampoco encontraron la cerradura de su puerta de entrada forzada. La Policía
llegó a la conclusión de que se trataba de un ladrón que atacaba a personas vulnerables
que viviesen solas. Alguien que conocía muy bien todos los movimientos del
country, esto era, horarios de entrada; salida, cambios de turno, entre otros
detalles menos relevantes. Y que además, era vecino del lugar ya que en ningún
caso la cerradura había sido forzada, lo que sugería que las víctimas conocían
perfectamente a su atacante. El caso llegó a oídos de Sean Dortmund cuando tomó
intervención en él el capitán Riestra.
_ Sea breve con los detalles, capitán Riestra_ le dijo mi amigo, sumamente
atraído por el caso.
_ La primera víctima se llamaba Wilfredo Anaya. Murió de un golpe en la
cabeza que le propició el asesino a traición_ respondió Riestra._ El pobre
nunca lo vio venir. Por la posición del cuerpo y la reconstrucción que hicimos,
se cree que él estaba en su cuarto a punto de irse a acostar, que escuchó
ruidos, fue a ver qué pasaba y fue ahí cuando el desconocido lo interceptó y lo
mató. El cuerpo fue descubierto a la mañana siguiente por su empleada doméstica
cuando se presentó a las nueve en punto a su puesto de trabajo. Llamó a la
Policía que llegó alrededor de nueve y treinta. El forense estima que la muerte
se produjo de diez a doce horas antes de su descubrimiento. Esto pone la data
de muerte entre las ocho y media y las diez y media de la noche, lo que podría
ser cierto ya que el señor Anaya tenía puesto su reloj de pulsera al momento
del ataque, que se rompió con la caída y quedó trabado en las diez y veinte de
la noche. La entrada no estaba forzada y hallamos varios faltantes de objetos
de mucho valor. Ya mandamos a revisar todas las casas de
empeño de la zona y de Capital Federal también, pero no esperamos que el
asesino las venda inmediatamente porque se arriesgaría demasiado. Y al no dejar
rastros en la escena del crimen, sugiere que es organizado, cuidadoso y que
sabe muy bien lo que hace.
A los dos días de este crimen, asesinaron también de un golpe severo en
el cráneo a la señorita Josefina Martorell. También le robaron diversos objetos
de valor, le revolvieron de punta a punta la casa y no forzaron la entrada. Lo
curioso es que la víctima en este caso también tenía puesto su reloj de pulsera
al momento del crimen y quedó trabado en la una y media de la madrugada. Cuando
hallanamos la morada, vimos la hora de un reloj que estaba en la sala principal
y estaba perfectamente sincronizada con su reloj de pulsera. Luego, el forense
confirmó que el deceso se produjo de doce a catorce horas antes y eso terminó
por confirmar que la hora oficial del asesinato fue ciertamente a la una y
media de la madrugada. Hasta ahora, todo indica que se trata de un ladrón
profesional, que después de robar, mata a sus víctimas para no dejar testigos.
_ ¿En qué circunstancias exactas murió la señorita Josefina Martorell?
_ Iguales a las del señor Anaya. Escuchó ruidos y el asesino la atacó
desprevenida.
_ Es curioso_. Dortmund se mostró reflexivo y ensimismado, y añadió.
_ Un ladrón que entra a robar a una casa y que no deja ni el menor
rastro que pueda ayudar a identificarlo, es ruidoso a la hora de concretar el
hecho. Es muy contradictorio, ¿no le parece, capitán Riestra?
_ Admito que el hecho es extraño.
_ Sin dudas, eso llama la atención del dueño de casa y cuando es
descubierto, entra en pánico y mata a traición.
_ Porque temen que lo identifiquen_ dije.
_ Sí. ¿Pero, mata y roba sin dejar rastros, ataca a traición, pero acapara la atención de sus víctimas
cuando roba ya que es demasiado ruidoso? Hay algo que no encaja en esta teoría.
El caso es por demás sumamente interesante.
_ Eso amerita que el asesino es conocido de las víctimas_ sugirió Riestra._ Es alguien mismo del country. A eso, Dortmund, súmele que
la cerradura no fue forzada en ninguno de los dos casos y que tanto el señor
Anaya como la señorita Martorell estaban solos al momento del hecho y tiene la
conclusión zanjada a sus pies.
_ Conoce sus movimientos_ deduje.
Riestra asintió con la cabeza.
_ ¿Sospechan de alguien en particular?_ preguntó entre cavilaciones, mi
amigo.
_ Del encargado de seguridad del barrio cerrado. Su nombre es Horacio
Ruano. Está libre porque no disponemos de nada concreto para aprehenderlo, pero
encabeza la lista de sospechosos.
_ ¿Por qué sospechan de él, capitán Riestra?
_ Porque los dos robos y posteriores asesinatos se produjeron en el
intervalo en que él hace la última recorrida de la noche antes de terminar su
turno. Y no tiene relevo porque echaron al guardia anterior por faltar
incontables veces sin aviso previo.
_ ¿No hay vigilancia durante la noche, entonces?
_ No hasta las ocho de la mañana del día siguiente en que el señor Ruano
retoma a su puesto.
_ ¿Declaró tener algún tipo de problemas con las dos víctimas?
_ Dijo que no. Su relación con todos los vecinos en general es excelente
y eso lo certificamos con algunos testimonios que reunimos de algunos de los
vecinos del Aras del Solar. Y en vista de que no tenemos elementos que sugieran
lo contrario, no tenemos otra alternativa más que creerle por el momento.
_ ¿Las dos víctimas tenían problemas entre sí?
_ Hasta donde sabemos, no. Se conocían poco, según otros vecinos, pero
mantenían los buenos tratos.
_ ¿Y dijo que el señor Anaya murió a las 22:20 y la señorita Martorell a
la 1:30, aproximadamente?
_ Sí. Los relojes, como le mencioné antes, marcaban ésa hora y el médico
forense lo certificó. No habrá nada concreto hasta que no estén los resultados
definitivos de ambas autopsias. Pero no duda de que las muertes ocurrieran
efectivamente en esos horarios concretos.
_ ¿Por qué tanta diferencia de horario entre un crimen y otro?
_ ¿Por el movimiento de gente, quizás?_ sugerí indeciso.
_ No, doctor_ repuso Sean Dortmund._ Definitivamente, no. Hay otra
explicación mucho más sencilla que ésa. Pero para abordarla, necesito un poco
más de información y revisar ambas escenas. Por el momento, no se me ocurre
nada. Pero las escenas tienen la respuesta que estoy buscando.
Y dirigiéndose de nuevo hacia el capitán Riestra, inquirió.
_ ¿Tomó todas las precauciones necesarias para evitar una tercera
muerte?
_ Todas y más, también_ respondió Riestra.
_ ¿Podré ver las escenas?
_ Por supuesto que sí.
Los tres nos dirigimos en tropel al barrio Aras del Solar. Abordamos un
taxi y luego tomamos el tren hasta la estación Canning. Descendimos y caminamos
varias cuadras hasta el barrio en cuestión.
La primera casa que visitamos fue la de la primera víctima, la del señor
Anaya. Sean Dortmund hizo una inspección ocular ligera, revisó minuciosamente
los efectos personales de la víctima, la morada en general e hizo para sí una
reconstrucción de cómo se imaginaba que habían sido los instantes previos al crimen.
Enseguida, le echó un vistazo general y sin hacer gala de sus conclusiones, dio
por finalizada su labor. Salimos y enseguida fuimos a casa de la segunda
víctima.
_ Vivían relativamente cerca una de otra_ observó el inspector con un
peculiar interés en el hecho._ Eso es interesante.
Pero ni Riestra ni yo contestamos a su opinión. Ingresamos a la
propiedad de la señorita Martorell y lo primero que hizo Dortmund fue
visualizar el gran reloj antiguo que colgaba en una de las paredes centrales
del living.
_ ¿Ése es el reloj cuya hora estaba sincronizada con la del reloj de
pulsera de la víctima?_ preguntó señalándolo.
_ El mismo, Dortmund_ respondió afable el capitán Riestra.
Mi amigo consultó su reloj de pulsera y volvió a concentrar su atención
en el reloj de pared. Repitió la acción al menos dos veces más hasta que su
rostro se iluminó de forma colosal y nos miró al capitán y a mí con su tan
característica sonrisa impertinente.
_ Es curioso_ dijo Sean Dortmund._ Pero el reloj está cuatro horas
adelantado. Marca las 18:30 y son las 14:30.
Consultamos con Riestra nuestros respectivos relojes y comprobamos que
Dortmund tenía razón. Con el capitán nos miramos azorados sin saber qué decir
al corriente de dicho descubrimiento.
_ Y el reloj de pulsera de la señorita Martorell estaba sincronizado con
este cuando fue asesinada_ siguió Dortmund.
_ Sí. Bueno... Lo pasamos por alto._ dijo Riestra titubeando y algo
nervioso._ ¿Pero, qué significa?
_ El reloj de la vivienda del señor Anaya estaba convenientemente puesto
en hora. Pero este, no. Puede darse el caso de que un reloj esté adelantado o
atrasado, según sea el caso. Pero dos, eso ya me parece algo muy difícil de
creer.
_ Es posible que el asesino los ponga en hora intencionalmente para
crearse una coartada en caso de eventuales sospechas en su contra.
_ Quizás, tenga usted razón.
Volvimos a intercambiar miradas con el capitán Riestra y estábamos más
confundidos y azorados que al comienzo. Dortmund revisó la casa en términos
generales con la misma exigencia con la que revisó la primera escena del
crimen, revisó unos libros que había en una biblioteca que estaba en el
comedor, algunas fotografías y nos retiramos. Estuvimos afuera unos cuantos
minutos en silencio y Dortmund no paraba de pensar y pensar, hasta que el capitán
Riestra se cansó y quiso saber lo que había descubierto.
_ Bueno, ¿va a decirnos algo?_ indagó el capitán, algo sombrío y con
cierta entonación de reproche en sus palabras.
_ No es conveniente precipitar los hechos sin pruebas concluyentes que
los respalden_ contestó Dortmund, todavía reflexivo._ Pero creo que lo
resolveremos en muy poco tiempo. La única dificultad que presenta el caso es
que no hay sospechosos.
_ Está el guardia de seguridad.
_ Es inocente, capitán Riestra. No encaja en mi hipótesis. Más, cuando está el
hecho de que durante la madrugada el country no está vigilado y los supuestos
ladrones tienen todo el tiempo del mundo para atacar sin correr ningún tipo de
riesgo de ser capturados ni descubiertos. Y sin embargo, atacan cuando las
personas están levantadas y a punto de irse a acostar. La banda que asalta un
country, roba a sus propietarios y los mata es un ingenioso ardid. Todo este
asunto es obra de una misma y única persona. Haremos todo lo que esté a nuestro
alcance para evitar la tercera muerte. Y después de eso, ya no habrá de qué
preocuparse porque será la última.
_ ¿¡Qué!? ¿Cómo puede asegurar eso, Dortmund?
_ Confíe en mí. La casa del señor Anaya está a tres cuadras de la
segunda escena del crimen. Y para llegar, hicimos un camino en forma de L.
Asentimos con la cabeza.
_ Si aplicamos la misma lógica partiendo desde donde estamos parados
ahora, ¿adónde nos conduce, capitán Riestra?
El aludido confirmó, a través del registro de propietarios del country,
que en dicho punto residía el señor Aníbal Cifuentes. Era el único de ése
sector que vivía solo.
_ Se ajusta a las características del asesino_ proclamó Sean Dortmund._
Ahí es donde atacará esta noche. Le sugiero que monte guardia allí, capitán
Riestra. Y si no estoy errado y todo resulta de acuerdo a mis cálculos, podrá
atrapar al asesino exitosamente.
_ Le haré caso porque es usted. Aunque desearía que fuese más específico
en vez de hacerse el misterioso.
_ Le haré una pregunta que omití hacerle antes. ¿Algún vecino vio
movimientos inusuales después de las veintidós horas los días en que se
cometieron ambos asesinatos? ¿Alguien en actitud sospechosa, algún vecino que
estaba fuera de su casa, alguien caminando por el vecindario?
_ Nada de eso. Fue lo primero que preguntamos.
_ ¿Y los días previos, tampoco? ¿Algún vehículo en actitud sospechosa,
alguien ajeno al barrio que se comportase de manera atípica o algún vecino que
tuviese alguna actitud rara?
_ Nada de eso.
_ Hágame caso, entonces, y monte guardia en la puerta de la casa del
señor Cifuentes. Está demás que se lo aclare, pero sea discreto. No le diga a
nadie sobre esto y mucho menos, ponga en alerta al propio señor Cifuentes sobre
los planes. Sea cauteloso y actúe con profesionalismo.
_ No se ofenda. Pero sé cómo hacer mi trabajo, Dortmund.
_ Le pido mil disculpas, capitán Riestra, si lo ofendí. Lo veo a la
noche. Cuente con nuestra presencia en el lugar.
Cerca de las veintidós nos apersonamos sigilosamente en el lugar en
cuestión y sentí una estremecedora sensación que recorría mi espalda de arriba
a abajo cuando contemplamos con el inspector que el capitán Riestra había
capturado a la asesina. Nos vio y le guiñó el ojo a mi amigo en señal de
gratitud y a modo de felicitación por haber acertado. Lo único lamentable era
que había llegado tarde y no pudo evitar la tercera muerte. El señor Cifuentes
fue asesinado. Eso me generó impotencia e indignación, aunque Sean Dortmund se
mostrara indiferente al hecho, aunque su mirada reflejara un sentimiento diferente.
Dejamos trabajar a la Policía tranquila y con Dortmund nos retiramos a
descansar. A la mañana temprano del día siguiente, el capitán Riestra vino a
contarnos sobre la asesina.
_ Acertó, Dortmund_ dijo el capitán, obnubilado._ El tema de la banda
que asaltaba las propiedades para robar y matar a sus dueños para, digamos, no
dejar testigos, fue un montaje para cubrir el verdadero crimen.
_ ¿El de la señorita Martorell, cierto?_ adujo Dortmund con arrogancia.
_ Exacto. La asesina se llama Susana Requena. Hace un año atrás, ella y
Josefina Martorell planearon un fraude de seguro que involucraba a sus hijos.
Fabián Martorell y Darío Pérez Requena, respectivamente, chocarían con sus
autos en una zona poblada y peligrosa para justificar la farsa. Después de la
colisión, simularían discutir, intercambiarían los datos del seguro y listo.
Cuando una de las partes cobrara el seguro, la plata ésa se la repartirían
mitad para cada uno. Ambas damas obtendrían un porcentaje mayor en tanto que
sus hijos cobrarían una ínfima comisión en concepto de su rol asumido en la
comedia.
Sin embargo, el accidente no salió como lo habían planeado y en el mismo
Darío Pérez Requena perdió la vida por la gravedad de sus heridas. Susana
Requena culpó entonces a la señorita Josefina Martorell de haberla traicionado
y de haber asesinado a su hijo para quedarse ella con todo el dinero del
seguro. Josefina Martorell claro que lo negó, pero Susana Requena no le creyó
ni una sola palabra. El caso no llegó a juicio porque se desestimó por falta de
pruebas concluyentes. Susana Requena acusó también a la señorita Josefina
Martorell de haber chantajeado a los jueces y fiscales para que la causa no
progresara. Pero nunca lo pudo probar con pruebas fehacientes. Josefina
Martorell desapareció todo este tiempo junto a su hijo hasta que Susana Requena
la encontró viviendo en su mismo country, al que se había mudado hace dos meses
atrás. La confrontó pero ella se negó a escucharla. Y cuando le preguntó por su
hijo, alegó que Fabián Martorell se había ido a vivir a Puerto Rico. No lo dudó
y la mató, culpando a una banda misteriosa de ladrones que asaltaba diferentes
viviendas del country. Y para eso, se cobró la vida de dos hombres inocentes.
Recuperamos todos los objetos robados de su vivienda. Estaban ocultos en un
arcón en su habitación, debajo de un montón de ropa apilada.
_ Me deja usted helado, capitán Riestra_ dijo mi amigo, con pesar._ El
cinismo y la crueldad del ser humano son dos armas sin límites.
_ Ahora le toca a usted, Dortmund. ¿Cómo lo descubrió?
_ Lo deduje por el reloj. ¿Era posible que la señora Requena lo hubiese
adelantado intencionalmente para crearse una coartada en caso de que
sospecharan de ella o que hubiese detenido los relojes adrede en un horario de
su conveniencia? Las dos opciones eran válidas, naturalmente. Pero, si la
Policía no tenía a ningún vecino en la mira, ¿por qué habría de tomarse
semejante trabajo, entonces? Sea lo que fuere, hubo un gran interés de parte
suya en centrar la atención en la cuestión de los relojes. ¿Lo pensó así desde
el primer momento que diseñó el plan? Decididamente, no. Se le ocurrió cuando
vio que el señor Wilfredo Anaya, su primera víctima, llevaba puesto su reloj de
pulsera. Era un reloj muy codicioso y ostensible. Y sin embargo, supuso que si
el forense descubría el cuerpo a la mañana siguiente, el rango de horario en
que se produjo la muerte podía beneficiarla. Ése fue su plan. No centró la
atención en los relojes para tener una coartada a la hora de los asesinatos,
sino para crearse una a partir de ellos. Y usar al señor Horacio Ruano, el
empleado de seguridad como chivo expiatorio, le dio la excusa perfecta para
hacerlo. El primer asesinato lo cometió con éxito y el segundo, el que ella
pretendía cometer, también. Pero cometió un error grave que fue el que la
delató. El reloj de pulsera que llevaba puesto la señorita Josefina Martorell
cuando fue asesinada, marcaba la 1:30 de la mañana, pero en realidad la mató
alrededor de las nueve y media de la noche. Y en lugar de sincronizar dicho
reloj con el de pared, procedió de forma totalmente inversa. Sincronizó la hora del reloj de pared con el
de pulsera.
_ ¿El reloj de pulsera de la señorita Martorell estaba efectivamente
adelantado, entonces?_ intervine con recelo.
_ No, doctor_ respondió Sean Dortmund._ Estaba puesto perfectamente en
hora. Y he aquí la explicación.
Extrajo del interior de su saco un pasaje de avión desde Madrid hacia
Buenos Aires y sonrió triunfante.
_ Lo encontré oculto entre las páginas de un libro cuando revisé la casa
de la señorita Martorell_ prosiguió mi amigo._ Debió esconderlo ahí la propia
señora Requena cuando lo descubrió después de que asesinara a la señorita
Martorell. Argentina tiene con España cuatro horas de diferencia más y el reloj
de pulsera que la víctima traía puesto cuando murió estaba sincronizado con el huso
horario de aquél país. Y cuando el forense examinase el cuerpo por la mañana y
estableciera un rango de horario para la muerte, todo coincidiría. Sólo que movió las manecillas del reloj equivocado:
el de pared. Pero admito que fue un plan muy hábil.
_ Increíblemente hábil_ asumió el capitán Riestra._ Lo único que me
perturba es no haber podido llegar a tiempo para evitar que matara al pobre
señor Cifuentes.
_ No se maquine, capitán Riestra. Sé que usted hizo todo lo que pudo por
evitarlo. Pero esto es la realidad y lo difícil de nuestra labor.
_ Estudiar los movimientos de todos sus vecinos para establecer un
patrón de ataque y elegir a dos inocentes víctimas para cubrir su crimen
verdadero. Ésa mujer no merece piedad de los jueces que la juzguen. Pero ésta
noche dormiré tranquilo sabiendo que hemos cerrado este caso.