miércoles, 6 de junio de 2018

Misterio en el Aras del Solar (Gabriel Zas)



Una sombra penetró sigilosa dentro de la propiedad de Wilfredo Anaya, en la esquina de Las Rosas y Los Ombúes, dentro del privilegiado barrio cerrado Aras del Solar de Canning. Era de noche y la tranquilidad que allí se respiraba era envidiable.

El señor Anaya estaba acostado en su cama leyendo un libro y escuchando la radio, cuando de repente escuchó una serie de ruidos provenientes del comedor. Se levantó cauteloso encaminándose por un pasillo desde su dormitorio hasta el living. Pero antes de que pudiera hacer algo, un golpe fuerte en su cabeza lo sorprendió y se desvaneció.

El intruso tomó varias cosas de valor y salió igual que como entró: por la puerta principal. A la mañana siguiente, el cuerpo de Wilfredo Anaya fue descubierto por su mucama, identificada como Sabrina Folch. Todos los vecinos del barrio quedaron conmocionados por el suceso ya que era la primera vez en dieciocho años que ocurría algo tan grave como un robo seguido de muerte. La Policía peritó la escena pero no encontró huellas ni ningún indicio que ayudara a revelar la identidad del asesino.

Dos días después del homicidio del señor Anaya, apareció muerta en idénticas circunstancias Josefina Martorell. Mismo mecanismo de ataque y mismo todo. Al igual que la primera víctima, la señorita Martorell vivía sola y tampoco encontraron la cerradura de su puerta de entrada forzada. La Policía llegó a la conclusión de que se trataba de un ladrón que atacaba a personas vulnerables que viviesen solas. Alguien que conocía muy bien todos los movimientos del country, esto era, horarios de entrada; salida, cambios de turno, entre otros detalles menos relevantes. Y que además, era vecino del lugar ya que en ningún caso la cerradura había sido forzada, lo que sugería que las víctimas conocían perfectamente a su atacante. El caso llegó a oídos de Sean Dortmund cuando tomó intervención en él el capitán Riestra.

_ Sea breve con los detalles, capitán Riestra_ le dijo mi amigo, sumamente atraído por el caso.

_ La primera víctima se llamaba Wilfredo Anaya. Murió de un golpe en la cabeza que le propició el asesino a traición_ respondió Riestra._ El pobre nunca lo vio venir. Por la posición del cuerpo y la reconstrucción que hicimos, se cree que él estaba en su cuarto a punto de irse a acostar, que escuchó ruidos, fue a ver qué pasaba y fue ahí cuando el desconocido lo interceptó y lo mató. El cuerpo fue descubierto a la mañana siguiente por su empleada doméstica cuando se presentó a las nueve en punto a su puesto de trabajo. Llamó a la Policía que llegó alrededor de nueve y treinta. El forense estima que la muerte se produjo de diez a doce horas antes de su descubrimiento. Esto pone la data de muerte entre las ocho y media y las diez y media de la noche, lo que podría ser cierto ya que el señor Anaya tenía puesto su reloj de pulsera al momento del ataque, que se rompió con la caída y quedó trabado en las diez y veinte de la noche. La entrada no estaba forzada y hallamos varios faltantes de objetos de mucho valor. Ya mandamos a revisar todas las casas de empeño de la zona y de Capital Federal también, pero no esperamos que el asesino las venda inmediatamente porque se arriesgaría demasiado. Y al no dejar rastros en la escena del crimen, sugiere que es organizado, cuidadoso y que sabe muy bien lo que hace.

A los dos días de este crimen, asesinaron también de un golpe severo en el cráneo a la señorita Josefina Martorell. También le robaron diversos objetos de valor, le revolvieron de punta a punta la casa y no forzaron la entrada. Lo curioso es que la víctima en este caso también tenía puesto su reloj de pulsera al momento del crimen y quedó trabado en la una y media de la madrugada. Cuando hallanamos la morada, vimos la hora de un reloj que estaba en la sala principal y estaba perfectamente sincronizada con su reloj de pulsera. Luego, el forense confirmó que el deceso se produjo de doce a catorce horas antes y eso terminó por confirmar que la hora oficial del asesinato fue ciertamente a la una y media de la madrugada. Hasta ahora, todo indica que se trata de un ladrón profesional, que después de robar, mata a sus víctimas para no dejar testigos.

_ ¿En qué circunstancias exactas murió la señorita Josefina Martorell?

_ Iguales a las del señor Anaya. Escuchó ruidos y el asesino la atacó desprevenida.

_ Es curioso_. Dortmund se mostró reflexivo y ensimismado, y añadió.

_ Un ladrón que entra a robar a una casa y que no deja ni el menor rastro que pueda ayudar a identificarlo, es ruidoso a la hora de concretar el hecho. Es muy contradictorio, ¿no le parece, capitán Riestra?

_ Admito que el hecho es extraño.

_ Sin dudas, eso llama la atención del dueño de casa y cuando es descubierto, entra en pánico y mata a traición.

_ Porque temen que lo identifiquen_ dije.

_ Sí. ¿Pero, mata y roba sin dejar rastros, ataca a traición,  pero acapara la atención de sus víctimas cuando roba ya que es demasiado ruidoso? Hay algo que no encaja en esta teoría. El caso es por demás sumamente interesante.

_ Eso amerita que el asesino es conocido de las víctimas_ sugirió Riestra._ Es alguien mismo del country. A eso, Dortmund, súmele que la cerradura no fue forzada en ninguno de los dos casos y que tanto el señor Anaya como la señorita Martorell estaban solos al momento del hecho y tiene la conclusión zanjada a sus pies.

_ Conoce sus movimientos_ deduje.

Riestra asintió con la cabeza.

_ ¿Sospechan de alguien en particular?_ preguntó entre cavilaciones, mi amigo.

_ Del encargado de seguridad del barrio cerrado. Su nombre es Horacio Ruano. Está libre porque no disponemos de nada concreto para aprehenderlo, pero encabeza la lista de sospechosos.

_ ¿Por qué sospechan de él, capitán Riestra?

_ Porque los dos robos y posteriores asesinatos se produjeron en el intervalo en que él hace la última recorrida de la noche antes de terminar su turno. Y no tiene relevo porque echaron al guardia anterior por faltar incontables veces sin aviso previo.

_ ¿No hay vigilancia durante la noche, entonces?

_ No hasta las ocho de la mañana del día siguiente en que el señor Ruano retoma a su puesto.

_ ¿Declaró tener algún tipo de problemas con las dos víctimas?

_ Dijo que no. Su relación con todos los vecinos en general es excelente y eso lo certificamos con algunos testimonios que reunimos de algunos de los vecinos del Aras del Solar. Y en vista de que no tenemos elementos que sugieran lo contrario, no tenemos otra alternativa más que creerle por el momento.

_ ¿Las dos víctimas tenían problemas entre sí?

_ Hasta donde sabemos, no. Se conocían poco, según otros vecinos, pero mantenían los buenos tratos.

_ ¿Y dijo que el señor Anaya murió a las 22:20 y la señorita Martorell a la 1:30, aproximadamente?

_ Sí. Los relojes, como le mencioné antes, marcaban ésa hora y el médico forense lo certificó. No habrá nada concreto hasta que no estén los resultados definitivos de ambas autopsias. Pero no duda de que las muertes ocurrieran efectivamente en esos horarios concretos.

_ ¿Por qué tanta diferencia de horario entre un crimen y otro?

_ ¿Por el movimiento de gente, quizás?_ sugerí indeciso.

_ No, doctor_ repuso Sean Dortmund._ Definitivamente, no. Hay otra explicación mucho más sencilla que ésa. Pero para abordarla, necesito un poco más de información y revisar ambas escenas. Por el momento, no se me ocurre nada. Pero las escenas tienen la respuesta que estoy buscando.

Y dirigiéndose de nuevo hacia el capitán Riestra, inquirió.

_ ¿Tomó todas las precauciones necesarias para evitar una tercera muerte?

_ Todas y más, también_ respondió Riestra.

_ ¿Podré ver las escenas?

_ Por supuesto que sí.

Los tres nos dirigimos en tropel al barrio Aras del Solar. Abordamos un taxi y luego tomamos el tren hasta la estación Canning. Descendimos y caminamos varias cuadras hasta el barrio en cuestión.

La primera casa que visitamos fue la de la primera víctima, la del señor Anaya. Sean Dortmund hizo una inspección ocular ligera, revisó minuciosamente los efectos personales de la víctima, la morada en general e hizo para sí una reconstrucción de cómo se imaginaba que habían sido los instantes previos al crimen. Enseguida, le echó un vistazo general y sin hacer gala de sus conclusiones, dio por finalizada su labor. Salimos y enseguida fuimos a casa de la segunda víctima.

_ Vivían relativamente cerca una de otra_ observó el inspector con un peculiar interés en el hecho._ Eso es interesante.

Pero ni Riestra ni yo contestamos a su opinión. Ingresamos a la propiedad de la señorita Martorell y lo primero que hizo Dortmund fue visualizar el gran reloj antiguo que colgaba en una de las paredes centrales del living.

_ ¿Ése es el reloj cuya hora estaba sincronizada con la del reloj de pulsera de la víctima?_ preguntó señalándolo.

_ El mismo, Dortmund_ respondió afable el capitán Riestra.

Mi amigo consultó su reloj de pulsera y volvió a concentrar su atención en el reloj de pared. Repitió la acción al menos dos veces más hasta que su rostro se iluminó de forma colosal y nos miró al capitán y a mí con su tan característica sonrisa impertinente.

_ Es curioso_ dijo Sean Dortmund._ Pero el reloj está cuatro horas adelantado. Marca las 18:30 y son las 14:30.

Consultamos con Riestra nuestros respectivos relojes y comprobamos que Dortmund tenía razón. Con el capitán nos miramos azorados sin saber qué decir al corriente de dicho descubrimiento.

_ Y el reloj de pulsera de la señorita Martorell estaba sincronizado con este cuando fue asesinada_ siguió Dortmund.

_ Sí. Bueno... Lo pasamos por alto._ dijo Riestra titubeando y algo nervioso._ ¿Pero, qué significa?

_ El reloj de la vivienda del señor Anaya estaba convenientemente puesto en hora. Pero este, no. Puede darse el caso de que un reloj esté adelantado o atrasado, según sea el caso. Pero dos, eso ya me parece algo muy difícil de creer.

_ Es posible que el asesino los ponga en hora intencionalmente para crearse una coartada en caso de eventuales sospechas en su contra.

_ Quizás, tenga usted razón.

Volvimos a intercambiar miradas con el capitán Riestra y estábamos más confundidos y azorados que al comienzo. Dortmund revisó la casa en términos generales con la misma exigencia con la que revisó la primera escena del crimen, revisó unos libros que había en una biblioteca que estaba en el comedor, algunas fotografías y nos retiramos. Estuvimos afuera unos cuantos minutos en silencio y Dortmund no paraba de pensar y pensar, hasta que el capitán Riestra se cansó y quiso saber lo que había descubierto.

_ Bueno, ¿va a decirnos algo?_ indagó el capitán, algo sombrío y con cierta entonación de reproche en sus palabras.

_ No es conveniente precipitar los hechos sin pruebas concluyentes que los respalden_ contestó Dortmund, todavía reflexivo._ Pero creo que lo resolveremos en muy poco tiempo. La única dificultad que presenta el caso es que no hay sospechosos.

_ Está el guardia de seguridad.

_ Es inocente, capitán Riestra.  No encaja en mi hipótesis. Más, cuando está el hecho de que durante la madrugada el country no está vigilado y los supuestos ladrones tienen todo el tiempo del mundo para atacar sin correr ningún tipo de riesgo de ser capturados ni descubiertos. Y sin embargo, atacan cuando las personas están levantadas y a punto de irse a acostar. La banda que asalta un country, roba a sus propietarios y los mata es un ingenioso ardid. Todo este asunto es obra de una misma y única persona. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para evitar la tercera muerte. Y después de eso, ya no habrá de qué preocuparse porque será la última.

_ ¿¡Qué!? ¿Cómo puede asegurar eso, Dortmund?

_ Confíe en mí. La casa del señor Anaya está a tres cuadras de la segunda escena del crimen. Y para llegar, hicimos un camino en forma de L.

Asentimos con la cabeza.

_ Si aplicamos la misma lógica partiendo desde donde estamos parados ahora, ¿adónde nos conduce, capitán Riestra?

El aludido confirmó, a través del registro de propietarios del country, que en dicho punto residía el señor Aníbal Cifuentes. Era el único de ése sector que vivía solo.

_ Se ajusta a las características del asesino_ proclamó Sean Dortmund._ Ahí es donde atacará esta noche. Le sugiero que monte guardia allí, capitán Riestra. Y si no estoy errado y todo resulta de acuerdo a mis cálculos, podrá atrapar al asesino exitosamente.

_ Le haré caso porque es usted. Aunque desearía que fuese más específico en vez de hacerse el misterioso.

_ Le haré una pregunta que omití hacerle antes. ¿Algún vecino vio movimientos inusuales después de las veintidós horas los días en que se cometieron ambos asesinatos? ¿Alguien en actitud sospechosa, algún vecino que estaba fuera de su casa, alguien caminando por el vecindario?

_ Nada de eso. Fue lo primero que preguntamos.

_ ¿Y los días previos, tampoco? ¿Algún vehículo en actitud sospechosa, alguien ajeno al barrio que se comportase de manera atípica o algún vecino que tuviese alguna actitud rara?

_ Nada de eso.

_ Hágame caso, entonces, y monte guardia en la puerta de la casa del señor Cifuentes. Está demás que se lo aclare, pero sea discreto. No le diga a nadie sobre esto y mucho menos, ponga en alerta al propio señor Cifuentes sobre los planes. Sea cauteloso y actúe con profesionalismo.

_ No se ofenda. Pero sé cómo hacer mi trabajo, Dortmund.

_ Le pido mil disculpas, capitán Riestra, si lo ofendí. Lo veo a la noche. Cuente con nuestra presencia en el lugar.

Cerca de las veintidós nos apersonamos sigilosamente en el lugar en cuestión y sentí una estremecedora sensación que recorría mi espalda de arriba a abajo cuando contemplamos con el inspector que el capitán Riestra había capturado a la asesina. Nos vio y le guiñó el ojo a mi amigo en señal de gratitud y a modo de felicitación por haber acertado. Lo único lamentable era que había llegado tarde y no pudo evitar la tercera muerte. El señor Cifuentes fue asesinado. Eso me generó impotencia e indignación, aunque Sean Dortmund se mostrara indiferente al hecho, aunque su mirada reflejara un sentimiento diferente. Dejamos trabajar a la Policía tranquila y con Dortmund nos retiramos a descansar. A la mañana temprano del día siguiente, el capitán Riestra vino a contarnos sobre la asesina.

_ Acertó, Dortmund_ dijo el capitán, obnubilado._ El tema de la banda que asaltaba las propiedades para robar y matar a sus dueños para, digamos, no dejar testigos, fue un montaje para cubrir el verdadero crimen.

_ ¿El de la señorita Martorell, cierto?_ adujo Dortmund con arrogancia.

_ Exacto. La asesina se llama Susana Requena. Hace un año atrás, ella y Josefina Martorell planearon un fraude de seguro que involucraba a sus hijos. Fabián Martorell y Darío Pérez Requena, respectivamente, chocarían con sus autos en una zona poblada y peligrosa para justificar la farsa. Después de la colisión, simularían discutir, intercambiarían los datos del seguro y listo. Cuando una de las partes cobrara el seguro, la plata ésa se la repartirían mitad para cada uno. Ambas damas obtendrían un porcentaje mayor en tanto que sus hijos cobrarían una ínfima comisión en concepto de su rol asumido en la comedia.

Sin embargo, el accidente no salió como lo habían planeado y en el mismo Darío Pérez Requena perdió la vida por la gravedad de sus heridas. Susana Requena culpó entonces a la señorita Josefina Martorell de haberla traicionado y de haber asesinado a su hijo para quedarse ella con todo el dinero del seguro. Josefina Martorell claro que lo negó, pero Susana Requena no le creyó ni una sola palabra. El caso no llegó a juicio porque se desestimó por falta de pruebas concluyentes. Susana Requena acusó también a la señorita Josefina Martorell de haber chantajeado a los jueces y fiscales para que la causa no progresara. Pero nunca lo pudo probar con pruebas fehacientes. Josefina Martorell desapareció todo este tiempo junto a su hijo hasta que Susana Requena la encontró viviendo en su mismo country, al que se había mudado hace dos meses atrás. La confrontó pero ella se negó a escucharla. Y cuando le preguntó por su hijo, alegó que Fabián Martorell se había ido a vivir a Puerto Rico. No lo dudó y la mató, culpando a una banda misteriosa de ladrones que asaltaba diferentes viviendas del country. Y para eso, se cobró la vida de dos hombres inocentes. Recuperamos todos los objetos robados de su vivienda. Estaban ocultos en un arcón en su habitación, debajo de un montón de ropa apilada.

_ Me deja usted helado, capitán Riestra_ dijo mi amigo, con pesar._ El cinismo y la crueldad del ser humano son dos armas sin límites.

_ Ahora le toca a usted, Dortmund. ¿Cómo lo descubrió?

_ Lo deduje por el reloj. ¿Era posible que la señora Requena lo hubiese adelantado intencionalmente para crearse una coartada en caso de que sospecharan de ella o que hubiese detenido los relojes adrede en un horario de su conveniencia? Las dos opciones eran válidas, naturalmente. Pero, si la Policía no tenía a ningún vecino en la mira, ¿por qué habría de tomarse semejante trabajo, entonces? Sea lo que fuere, hubo un gran interés de parte suya en centrar la atención en la cuestión de los relojes. ¿Lo pensó así desde el primer momento que diseñó el plan? Decididamente, no. Se le ocurrió cuando vio que el señor Wilfredo Anaya, su primera víctima, llevaba puesto su reloj de pulsera. Era un reloj muy codicioso y ostensible. Y sin embargo, supuso que si el forense descubría el cuerpo a la mañana siguiente, el rango de horario en que se produjo la muerte podía beneficiarla. Ése fue su plan. No centró la atención en los relojes para tener una coartada a la hora de los asesinatos, sino para crearse una a partir de ellos. Y usar al señor Horacio Ruano, el empleado de seguridad como chivo expiatorio, le dio la excusa perfecta para hacerlo. El primer asesinato lo cometió con éxito y el segundo, el que ella pretendía cometer, también. Pero cometió un error grave que fue el que la delató. El reloj de pulsera que llevaba puesto la señorita Josefina Martorell cuando fue asesinada, marcaba la 1:30 de la mañana, pero en realidad la mató alrededor de las nueve y media de la noche. Y en lugar de sincronizar dicho reloj con el de pared, procedió de forma totalmente inversa. Sincronizó la hora del reloj de pared con el de pulsera.

_ ¿El reloj de pulsera de la señorita Martorell estaba efectivamente adelantado, entonces?_ intervine con recelo.

_ No, doctor_ respondió Sean Dortmund._ Estaba puesto perfectamente en hora. Y he aquí la explicación.

Extrajo del interior de su saco un pasaje de avión desde Madrid hacia Buenos Aires y sonrió triunfante.

_ Lo encontré oculto entre las páginas de un libro cuando revisé la casa de la señorita Martorell_ prosiguió mi amigo._ Debió esconderlo ahí la propia señora Requena cuando lo descubrió después de que asesinara a la señorita Martorell. Argentina tiene con España cuatro horas de diferencia más y el reloj de pulsera que la víctima traía puesto cuando murió estaba sincronizado con el huso horario de aquél país. Y cuando el forense examinase el cuerpo por la mañana y estableciera un rango de horario para la muerte, todo coincidiría. Sólo que movió las manecillas del reloj equivocado: el de pared. Pero admito que fue un plan muy hábil.

_ Increíblemente hábil_ asumió el capitán Riestra._ Lo único que me perturba es no haber podido llegar a tiempo para evitar que matara al pobre señor Cifuentes.

_ No se maquine, capitán Riestra. Sé que usted hizo todo lo que pudo por evitarlo. Pero esto es la realidad y lo difícil de nuestra labor.

_ Estudiar los movimientos de todos sus vecinos para establecer un patrón de ataque y elegir a dos inocentes víctimas para cubrir su crimen verdadero. Ésa mujer no merece piedad de los jueces que la juzguen. Pero ésta noche dormiré tranquilo sabiendo que hemos cerrado este caso.