Caso 11: Extraños en el teléfono
Sentada en su oficina, Ailen Ezcurra meditaba. Tenía la
vista clavada en un punto fijo de la mesa totalmente inerte. Muchas cosas le
pasaban por la cabeza en esos momentos, sin que ninguna en particular lograse
conmoverla en absoluto. Y sin embargo, unos toquecitos repetitivos en la puerta
la sacaron de su estado de concentración rápidamente.
_ Pase, está abierto _ gruñó.
Su amiga Ivonne Fraga hizo gala de su presencia. La miró
tiernamente por unos segundos y sin sacarle los ojos de encima, cerró la puerta
y se sentó delicadamente frente a ella.
_ ¿Te sentís bien?_ le preguntó someramente preocupada.
_ Sí, estoy bien. Pensaba, nada más _ replicó la
detective Ezcurra, reponiéndose de su reciente estado con movimientos lentos y
pausados.
_ ¿Te sigue preocupando lo de Nievas, no?
_ ¿Hicimos bien en haber actuado como lo hicimos en ese
caso?.
Hizo un sonido de protesta con la boca y se tomó la
frente en una actitud de dudas y miedo conjuntos.
_ Hicimos lo que sentimos y lo que debimos_ dijo Ivonne
Fraga, relajada y desafectada del problema._ Somos policías, no adivinas.
Ninguna de las dos advirtió de antemano que ese tipo se las traía.
_ Pero vos sos consciente que percibimos algo raro desde
el momento que lo conocimos y nos contó su caso.
_ No hicimos nada por fuera de la ley... Excepto,
desobedecer a Laberna, claro está. Pero no es una falta grave eso.
_ Precisamente, por eso mismo el tipo se escapó y nos
dejó como unas boludas a las dos, mal paradas frente a todos. Y por eso nos
investigan... ¿Apareció Nievas?
Pronunció la última pregunta con un dejo de ironía.
_ Interpol y los nuestros lo siguen buscando. No te hagas
problema, va a caer de un momento a otro.
_ ¡Hace seis meses que lo andan buscando, querida!
¡Avivate! ¿No sos consciente del quilombo en el que estamos metidas?
La actitud de Fraga tornó una severa transición en su
conducta y se puso ostensiblemente más autoritaria.
_ Soy consciente de que en el medio resolvimos varios
casos importantes y complejos. ¿Te los recuerdo? Agarramos a Zarasola, que era
de los nuestros, gracias a que seguimos la lógica de pistas falsas que nos
dejó. Recuperamos a un bebé secuestrado, atrapamos a un ladrón internacional de
joyas... ¿Sigo?
Ailen Ezcurra se sosegó al escuchar esto último.
_ Imagino que eso nos suma _ declaró más apaciguada y con
prudencia.
_ Y no te das una idea de cuánto nos suma eso. Por eso
vine, aparte. Laberna nos quiere en un caso. Hay que salir ya para Pigüé.
_ ¿De qué se trata el asunto?
Una mueca de satisfacción se dibujó en su rostro.
_ Durante el trayecto, te cuento. Dale, vamos. Hay que
llegar allá en menos de tres horas.
Durante el viaje, Ivonne Fraga puso a su amiga al
corriente de los eventos que requerían su intervención en ellos. Tres
residentes de Pigüé, muy queridos en el pueblo, fueron heridos gravemente con
un objeto contundente que la Policía no había podido identificar hasta el
momento. Los peritos estaban trabajando duramente para establecerlo cuanto antes.
Las tres víctimas tenían en común una misma cuestión: el
apellido. Fueron identificados como Horacio Fernández, Salvador Fernández y
Victoria Fernández. Los tres estaban internados en el mismo hospital, en el del
pueblo, y los tres atestiguaron lo mismo frente a las autoridades. Unas cinco
horas antes del ataque, recibieron una llamada telefónica a su teléfono de
línea donde una voz desconocida les advertía estrepitosamente que algo les iba
a ocurrir muy pronto. Lo más curioso del caso era que los tres recibieron
llamados de tres sospechosos diferentes. A Horacio Fernández lo llamó un hombre
joven, de alrededor de unos treinta años, según pudo deducir del tono mismo de
voz. A Victoria Fernández, un hombre algo mayor, de unos cincuenta y tantos
años. Y a Salvador Fernández, una mujer relativamente grande, sin haber sido
capaz de precisar una edad estimada.
Por lo tanto, había más de una persona involucrada en los
ataques. ¿Pero, por qué solamente a los Fernández atacaban? ¿Y por qué no los
mataban? Afortunadamente.
Sobre el agresor en sí, los tres declararon exactamente
lo mismo. No lo vieron venir y no pudieron verle nunca el rostro porque lo
traía completamente cubierto. Ni siquiera lograron percibir nada distintivo en
él o ella porque llevaba puesto un traje que lo preservaba íntegramente y
además porque estaba oscuro, ya que los tres ataques ocurrieron de noche. La
Policía local dedujo que se trataba del mismo atacante, aunque no podían
confirmarlo hasta disponer de pruebas más sólidas. ¿Un mercenario, quizás?
Podía ser. Dejaba inconsciente a sus víctimas y huía sin robar nada. El caso
era por demás extraño.
Ailen Ezcurra se quedó ávidamente azorada.
_ Y creí que lo había visto todo en estos seis o siete
meses que llevamos en la Fuerza_ adujo con un tono de voz impaciente.
_ Seguramente, ésta banda busca a sus víctimas en la guía
telefónica local_ dedujo Fraga en voz alta.
_ Eso es indiscutible. Ahí figura el teléfono, la
dirección, todo. ¿Pero, por qué ataca especialmente a los Fernández?
_ Ese es el gran misterio a resolver, amiga.
_ Lo que es claro para mí es que busca a un Fernández en
particular...
_ Eso es cantado. Pero volvemos al núcleo del asunto.
¿Por qué?
_ ¿El resto de los Fernández del pueblo están a salvo?
¿Les asignaron custodia ya?
_ Los que pudieron irse, se fueron enseguida. El resto
permanece en Pigüé, asustados y en estado de alerta. Creo que hay seis o siete
Fernández más, sumado a familiares y demás, la cantidad se triplica.
_ Hay que encontrar al tipo este antes que él encuentre
primero al Fernández que busca y la cosa pase a mayores.
_ ¿Y cómo pensás hacerlo?
_ Razonando. Si el tipo busca a un Fernández en
particular, es porque está vinculado a un hecho, a una tragedia que ocurrió
hace relativamente poco y que dejó un sabor amargo en el desconocido. Y me
refiero puntualmente a uno solo porque los otros dos o tres que están con él
son cómplices. ¿Me explico con claridad hasta ahora?
_ Creo que sé adónde querés llegar. E imagino que tu idea
es hablar con el comisario del pueblo para repasar todos los casos ocurridos,
digamos en los últimos diez meses, que involucren a algún Fernández.
_ ¡Tal cual! Y la otra, y por otra me refiero a vos,
tiene que ir a hablar con las tres víctimas al hospital a ver qué más nos
pueden decir. Cualquier cosa que recuerden, por más irrelevante que parezca, va
a servirnos de mucho.
_ Si el médico me deja...
_ Te tiene que dejar. Hay un loco suelto y no pienso
dejar que se nos escape. Si te impide verlos, trabajale la cabeza. Metele
motivos aunque sean falsos y bien justificados en la cabeza para que te deje
hablar con los tres sí o sí. Si total, los médicos no saben nada de medicina,
menos van a saber de leyes. Así que, las excusas que le digas las va a validar
inmediatamente, como un mecanismo automático en su mente.
_ No sé si va a resultar, pero bueno... ¿Vos te encargás
de los peritos?
_ Sí. Mato dos pájaros de un tiro ya que voy a ver al
comisario.
_ Los peritajes telefónicos podrían resultar clave
para...
Ivonne Fraga interrumpió a Ailen Ezcurra precipitadamente.
_ Olvidate. No dejaron rastros, eso con seguridad te lo
digo. Parece un grupo muy organizado. ¿Tanto esmero en hacer un trabajo limpio
para descuidar el punto de origen de las llamadas?
_ Sí, tenés razón. Flor de pavada dije.
_ Vamos, que si hablo con el comisario y vos le sacás
algo de información a alguna de las tres víctimas, esto lo resolvemos en menos
de lo que canta un gallo.
Ambas mujeres estaban muy seguras de sí mismas, muy
confiadas y dispuestas a hacer su mejor actuación al frente de un caso.
Hipólito Laberna no había viajado con ellas por
cuestiones administrativas y eso era una gran ventaja. No se sentían
presionadas en absoluto y eso las dejaba trabajar y pensar con mucha más
claridad y entusiasmo. Más aún, trabajando separadamente del resto de las
fuerzas que también investigaban el caso.
***
El hospital del pueblo era pequeño. No disponía de mucho
personal ni de demasiados recursos. Su estructura era bastante ruin y
andrajosa, pero los médicos que allí trabajaban lo cuidaban con mucho afecto.
Ailen Ezcurra ingresó por la entrada principal, se identificó al personal administrativo del
ingreso y la guiaron correctamente al segundo piso, habitaciones 31 y 32. Al
llegar, fue amablemente recibida por el médico a cargo, el doctor Rafael
Raposo, a quien le explicó la situación y el motivo de su visita.
_ Entiendo su posición, detective... ¿Ezcurra, me dijo?
La mujer asintió con la cabeza.
_ Pero es mi deber
preservar y garantizar el bienestar de los pacientes _ prosiguió el
médico._ Y por el momento, ninguno de los tres está en condiciones de hablar con
nadie. Están en estado crítico. Fuera de peligro, pero delicados.
Ailen le explicó muy pacientemente cuál era el punto de
interés en el asunto, pero el médico mantuvo firmemente su postura. Y aunque la
investigadora intentó disuadirlo de diferentes maneras, no logró su cometido.
La tozudez del especialista resultaba difícil de torcer.
Ya cansada de la negativa del doctor Raposo, Ailen
Ezcurra se resignó y salió enardecida del piso. Bajó hasta la planta baja
ofuscada y afligida hasta que una idea fugaz le dio la solución adecuada a su
embrollo.
Se deslizó precavidamente hasta la sala de médicos y
permaneció oculta hasta que no hubiese peligro de ser descubierta. Entonces,
tomó un ambo de enfermera, lo vistió, cambió levemente su apariencia y salió
como si nada.
Volvió a subir hasta el segundo piso y entró sin
dificultades en la habitación 31. Allí descansaba sola Victoria Fernández.
Tenía magulladuras y hematomas distribuidos a lo largo de todo el cuerpo. El
ojo derecho lo tenía parcialmente cerrado con un corte justo debajo. Y algunos
cortes en los antebrazos y las piernas. La detective Ezcurra enjugó una
lágrima, conmovida de ver semejante saña en el cuerpo de una mujer inocente.
Sentía bronca e impotencia en simultáneo.
Victoria Fernández permanecía dormida, conectada a un
respirador artificial. Ailen colocó sus dedos delicadamente en el cuello de la
mujer para tomarle el pulso. Era débil e irregular, pero su respiración parecía
normal y controlada.
Analizó ligeramente las heridas, relojeando de vez en cuando
que nadie entrara. Al cabo de unos cuantos minutos, llegó a una conclusión, que
hizo brillar su rostro de tal manera, que parecía que había descubierto la paz
mundial o la cura contra el cáncer.
Salió rápidamente del cuarto y se metió urgida en la habitación
32, donde descansaban en camas separadas Horacio Fernández y Salvador
Fernández. Ambos estaban en la misma situación que la otra víctima.
Ailen Ezcurra revisó las heridas en los dos hombres y
constató que eran idénticas a las de Victoria Fernández. Se cambió, salió
rápido del hospital y la llamó inmediatamente a Ivonne Fraga al celular.
_ Ya sé con qué atacaron a las tres víctimas _ dijo con
vehemencia, cuando su amiga atendió la llamada._ Sí, estoy segura. Las analicé
minuciosamente sin que me vieran... Sí, no pude entrar y me las tuve que
ingeniar. Después te cuento, es lo de menos... No, Ivonne, no hablé con ellos
porque estaban en coma inducido y dormidos, por lo que hubiese resultado inútil
que el médico me concediese el permiso de entrar a verlos. Pero vi las heridas.
Las analicé, las cotejé muy bien y puedo asegurarte que fueron golpeados con un
rifle.
Hubo un rato de silencio. La novedad había enmudecido a
la detective Fraga.
_ ¿Seguís ahí, Ivonne?_ insistió prudentemente Ailen
Ezcurra.
_ Sí _ respondió ella, algo afligida._ ¿Un rifle? ¿Estás
segura?
_ Absolutamente. El agresor debe tenerlo preparado para
disparar. Tortura a la víctima y si no es el Fernández que busca, lo deja
malherido y se va...
_ Y si es, dispara_ completó la frase, horrorizada,
Ivonne Fraga.
_ Busca a un Fernández en especial. Pero desconoce a
cuál.
_ Eso sí que es raro.
_ ¿Vos pudiste averiguar algo?
_ Accedí a las declaraciones de los familiares de las
tres víctimas. Dijeron lo que ya sabemos. Que no saben porqué alguien les haría
daño, que eran muy queridos en todo Pigüé, que no tenían enemigos, que no
estaban en problemas con nadie... Todo guionado, típico.
_ No esperaba otra cosa.
_ No encontré nada hasta ahora. Pero con lo que vos me
dijiste, tengo una vaga idea sobre lo que puede estar pasando. Venite ya para
la Comisaría local. Tenemos menos de quince horas antes de que llame a su
siguiente víctima y la lastime.
La llamada se cortó y Ailen Ezcurra tomó un taxi para
llegar rápido a la Comisaría, donde su amiga la esperaba ansiosamente.
***
_ Las pericias sobre los teléfonos de las tres víctimas
arrojaron resultados negativos _ le explicaba Ivonne Fraga a Ailen Ezcurra, una
vez en la Comisaría,_ tal como te lo anticipé. Se detectaron los números de
origen pero son irrastreables porque básicamente son líneas inexistentes.
La detective Ezcurra miró a su compañera con estupor.
_ ¿Cómo van a contactarse desde líneas inexistentes?_
repuso Ezcurra, sin salir de su asombro pero inexpresivamente.
_ ¡Te digo que sí! Hicieron las llamadas y desconectaron
las líneas para que no pudiésemos localizarlas. Era algo obvio eso.
_ Líneas inexistentes, números desconocidos, tres
sospechosos distintos_ recitaba Ailen Ezcurra como reflexionando en voz alta.
_ ¿Se te ocurre algo?_ le preguntó Ivonne Fraga con
interés.
Ailen Ezcurra la miró repentinamente y le esbozó una
sonrisa de triunfo.
_ Hay una aplicación _ dijo_ que permite cambiar la voz
de diferentes maneras. Vos te la bajás al celular, la activás y tu voz la
transformás en otra muy diferente, como si fuese un modulador digital.
Ivonne Fraga la observó con regocijo y complacencia.
_ Entonces, es un único sospechoso, que a través de dicha
aplicación _ dedujo,_ cambia su voz a otras tres diferentes para generar
confusión y pánico a la vez, y que pensemos que se trata de una banda. Pero en
realidad, es todo un ardid.
_ La tecnología al servicio del delito.
El comisario hizo su aparición repentina y agitada,
sosteniendo entre sus manos un expediente, que lo apoyó sobre la mesa
ansiosamente.
_ ¡Tengo algo!_ proclamó con un tono de voz expectante._
Vengan a ver esto urgente.
Las dos amigas cruzaron miradas insinuantes y se
acercaron sin mediar palabra alguna hasta donde el comisario De Bruno las
esperaba con impaciencia.
Patricio De Bruno apoyó sobre su escritorio dos
expedientes de manera separada. Primero, tomó el de la izquierda y se los
extendió a ambas mujeres en mano.
_ Son los resultados de las pericias que se practicaron
sobre los cuerpos de las tres víctimas. Tenían razón, las heridas se
corresponden con un tipo de rifle muy particular, y por eso costó efectuar una
identificación positiva. Es un rifle tipo Sniper, como los que utilizan los
francotiradores, un modelo nada habitual en nuestro país. Existen distintos
tipos de rifles que van desde semiautomáticos, pasando por carabinas, exprés,
cortos, de doble caño...
_ Sabemos de armas De Bruno_ lo interrumpió con poca
paciencia, Ailen Ezcurra._ Somos policías como usted. Vaya al grano, por favor.
_ La cuestión es_ continuó el comisario De Bruno_ que
este rifle Sniper en particular, de suma precisión, no se consigue en
Argentina. No este modelo. Es un clásico de Estados Unidos y creo que llegó
hasta algunos países de Europa, no estoy seguro de esto. Pero, su portador
viajó al exterior y lo ingresó al país de forma poco ortodoxa, por no decir
ilegal.
Las dos mujeres se miraron entre sí ingenuamente
sorprendidas, en tanto que el comisario Patricio De Bruno centró la atención en
el otro archivo.
_ Y este descubrimiento me recordó este caso_ añadió._
Acá antes había un sargento muy popular en todo Pigüé. Era el sargento Ernesto
Pablo Fernández. Una vez, tuvo un altercado con una vecina, Sofía Medrano, y él
la golpeó con un rifle Sniper, que nunca justificó de dónde sacó. Es más, antes
de ese episodio lo lucía por las calles con mucho orgullo y eso no le cayó bien
a nadie del pueblo, y fue denunciado. Hicieron un arreglo judicial, una
probation, listo. Por supuesto que el rifle se lo confiscaron en su momento.
Durante el cumplimiento de la condena, se descubrió que la vecina que denunció
ser atacada por Fernández mintió y se auto flageló, por lo que inmediatamente
se le retiraron los cargos y el juez le restituyó el arma, pese a que estaba
cumpliendo condena en simultáneo por exhibición de armas de guerra en la vía
pública. Pero, ¿vieron cómo son los plazos legales, no? No hubo apelación,
queja ni nada y bueno, lo sobreseyeron conocido esto. Decisiones de los jueces.
<Tardaron
una semana en dársela por una cuestión administrativa. Y en el medio, alguien
asesinó a esta vecina con el mismo rifle. Se cree que el encargado de
devolverlo nuevamente, lo usó para cometer el crimen y después lo entregó al
sargento Fernández. Pero no se encontraron en el rifle otras huellas más que
las propias del sargento, ya que la Justicia se sabe que maneja las evidencias
y todo material incautado con guantes>.
<Ernesto
no tenía coartada, en tanto que el oficial de Justicia que devolvió la
evidencia, sí. Lo curioso para mí, fue que siempre dudé de lo que pasó
realmente, ¿saben? Porque la hora de la muerte se produjo durante un intervalo
de media hora en el que cortaron la luz por un problema en el cableado. Y eso
pudo, sin dudas, alterar la data de muerte de esa pobre mujer por diversos
motivos. Ustedes entienden>.
<Pensé
que los cables habían sido intencionalmente saboteados. Pero el juez desestimó
hacer una revisión al respecto. Tenía las huellas de Fernández en el arma
homicida, no necesitó más para imputarlo con prisión preventiva>.
<Al
cuarto día de detención, apareció colgado en su celda. Suicidio. No lo soportó>.
Se conmovió con mucho pesar, que no pudo continuar
hablando.
_ ¿Qué pasó con el rifle en medio y después de todo este
drama?_ preguntó compungida, Ivonne Fraga.
_ Estuvo en evidencia hasta que el caso se cerró
definitivamente con el suicidio del sargento Fernández. El hijo reclamó el
rifle y la Justicia se lo otorgó_ repuso De Bruno, más calmo.
_ ¿Cómo se llama el hijo del sargento Fernández?_ indagó
con suma importancia, la detective Ezcurra.
_ Elviro Fernández. Aún no procesa lo ocurrido. Recién
pasaron tres semanas de la muerte de su padre.
_ Pero tiene razones para hacer lo que hace. Ataca a
algunos Fernández de la ciudad para darle un claro mensaje al oficial de
Justicia que manejó el rifle durante el procedimiento legal. Al atacar a los
Fernández, sabe que Elviro es el responsable y le deja un mensaje claro y
abrumador: voy por vos.
_ Ningún Fernández en particular es el objetivo real de
Elviro Fernández, sino el oficial de Justicia que arruinó a su padre y lo llevó
directo al suicidio_ dijo Ivonne Fraga con contundencia._ ¿Su nombre?
_ Oscar Rioma. Acá tienen todo sobre él.
El comisario Patricio De Bruno anotó unas palabras en un
papel y se lo extendió a Ivonne Fraga.
_ Gracias. Fue de mucha ayuda, comisario De Bruno.
Las dos mujeres solicitaron refuerzos y fueron hasta el
domicilio de Oscar Rioma. Rodearon la morada y percibieron que Elviro Fernández
lo tenía de rehén, amenazándolo con el rifle en cuestión. Estaba nervioso, con
una actitud petulante y dispuesto a todo. Por su parte, Oscar Rioma estaba
atado, sentado en una silla, completamente aterrado y rezando por su vida entre
lágrimas.
Elviro Fernández le gritaba infructuosamente.
La Policía lo distrajo para que tanto Ivonne Fraga como
Ailen Ezcurra entraran sigilosamente al domicilio y lo sorprendieran por atrás.
Sin embargo, hicieron levemente un poco de ruido y Fernández se avivó de todo.
Lo tomó apresuradamente a Rioma por el cuello y le apoyó el arma en la cabeza,
manteniendo el dedo expectante sobre el gatillo.
_ ¡Salgan ahora mismo de acá o lo mato!_ amenazó
seriamente Elviro Fernández, mientras distribuía la puntería del rifle entre
Rioma y las detectives.
Calmada, Ivonne Fraga apoyó su pistola en el piso y
levantó suave y lentamente las manos, y Ailen Ezcurra se abrió pasó con mucha
cautela hacia un costado, pasando desapercibida hasta para el propio Rioma.
_ Nadie tiene que salir lastimado _ dijo con compasión,
Fraga.
_ ¡Dije que se vayan o le reviento la cabeza de un tiro,
y va a ser su culpa!
Ivonne Fraga intentó acercarse pero una amenaza de Elviro
Fernández la obligó a detenerse.
_ ¡Ni un paso más o lo hago mierda! ¡Hablo enserio,
carajo! ¿Quiere eso acaso?
_ ¡No! ¿Cómo voy a querer eso? Baje el arma un instante y
charlemos como dos personas adultas.
_ ¡No quiero que me dé una clase de moral! ¡Quiero que se
vayan ahora mismo todos!
_ Yo bajé mi pistola como señal de tregua y buena
voluntad. No quiero lastimarte. Sabemos lo de tu papá, sabemos por lo que estás
pasando. Pero así no se solucionan las cosas. Para eso está la Justicia.
_ ¿¡De qué justicia me hablás!? Fue la propia Justicia la
que mató a mi padre y lo inculpó injustamente de un asesinato que cometió este
hijo de puta.
Y golpeó desesperado a Oscar Rioma con la culata del
rifle. Lo derribó por la fuerza del golpe y lo levantó con la misma brutalidad.
_ Yo soy la Justicia _ insistió Ivonne Fraga sin perder
la calma ni bajar la guardia en ningún momento._ Sé que a tu papá lo arruinaron
y te entiendo.
_ ¡Usted no entiende nada! ¡Todos dicen que entienden y
es mentira!
_ Yo sí te entiendo. Me pasó lo mismo que a vos.
Elviro Fernández bajó la guardia e Ivonne Fraga aprovechó
eso para acercarse muy lentamente y con cuidado.
_ A mi hermana la inculparon de un robo que cometió otra
persona y estuvo dos años presa injustamente. ¿Te creés que no tuve el impulso
de hacer lo que vos estás haciendo ahora? Pero me controlé. Y lo solucionamos
como corresponde. Te lo digo por experiencia. Esta no es la forma ni el modo de
hacerle justicia a tu padre. ¿Él hubiera deseado que actuaras de esta forma?
Estoy segura que no.
Ivonne Fraga no dejaba de avanzar hacia él
minuciosamente, en tanto que Elviro Fernández estaba sin reacción y cada vez
bajaba más la guardia. Ya un poco más cerca, Ailen Ezcurra lo sorprendió por la
espalda, lo desarmó cuidadosamente y lo apresó, en tanto que Ivonne Fraga puso
a salvo a Oscar Rioma.
_ ¡Gracias!_ dijo Rioma, todavía asustado y abrazando a
la detective Fraga.
Ella lo alejó de sí y lo apresó.
_ Queda arrestado por el homicidio de Sofía Medrano.
Sabemos que la mató y que cortó la luz intencionalmente para alterar la hora de
la muerte y generarse de esa forma una coartada y dejar al descubierto al
Sargento Fernández. La mató mientras iba a devolverle el rifle a Elviro
Fernández. Podemos imputarle también el suicidio del sargento Ernesto Pablo
Fernández, si queremos. Y el fiscal nos va a avalar.
_ Suerte con eso. No tienen pruebas para respaldar la
acusación.
_ ¿Está completamente seguro? ¡Qué iluso! ¿Cómo cree que
llegamos hasta usted? Vamos, andando.
Oscar Rioma palideció terriblemente.
_ ¿Qué pasó?_ agregó Ivonne Fraga _ ¿El sargento
Fernández logró el ascenso que usted creyó que merecía? Trabajaron juntos antes
de que usted fuese oficial de Justicia. Un puesto miserable, ¿no?
_ No voy a decir nada sin mi abogado presente.
Unos días después, los peritos judiciales analizaron el
celular de Elviro Fernández y corroboraron fehacientemente que las llamadas a
las tres víctimas salieron de ahí.
Victoria Fernández, Salvador Fernández y Horacio
Fernández recuperaron el alta médica, siguiendo por fuera un tratamiento
específico para cada uno por separado.
Un mes después
Ivonne Fraga y Ailen Ezcurra estaban sentadas cara a cara
con el comisario Hipólito Laberna en el despacho de este último. Hubo unos
segundos de silencio incómodo y miradas que generaban tensión y dudas.
_ Se lucieron con lo de Pigüé, ¿eh? No esperaba menos de
ustedes _ las elogió sinceramente, Laberna._ Resolvieron dos casos juntos. Les
aviso igual que me insultaron de arriba a abajo porque trabajaron de manera
aislada de la Policía Local, la Bonaerense y Gendarmería. Casi me meten el
zapato en el culo. Tenían que ir a asistir, no a trabajar por cuenta propia.
¿Entienden eso, no?
Ailen Ezcurra iba a decir algo, pero un gesto repentino
del comisario Laberna se lo impidió.
_ Ya está solucionado _ aclaró Hipólito Laberna._
Arriesgué mi reputación por salvarlas a ustedes. Pero ya está. Olvídense de
eso.
_ Gracias, señor_ dijo primero una.
_ Gracias, señor _ coreó arriba la otra.
_ Pero hay un temita que no pude arreglar. Yo con el caso
Nievas les di una orden clara y directa y ustedes la desatendieron, sabiendo
que podía haber serias consecuencias al respecto. Y las hubo, las hay. Nievas
se hizo el vivo, ustedes le creyeron y las embaucó. Así de simple es la cosa. El
tipo se rajó por ahí y ni Interpol lo puede encontrar.
_ Señor, nosotras..._ atinó a decir Ivonne Fraga. Pero
Laberna la cayó con un ademan abrupto y resignado.
_ Asuntos Internos las tuvo en la mira desde entonces y
las investigó noche y día _ prosiguió Hipólito Laberna con el relato._ No les
sacó nunca la vista de encima. Resolvieron, incluyendo este último, diez casos
de manera excepcional. Pero en el medio hicieron un par de argucias que
rindieron sus frutos. Quiero decir, Asuntos Internos las tomó muy en cuenta
para llegar a una decisión parcial.
Las dos mujeres se miraron entre sí asustadas y con
incertidumbre.
_ Paso a notificarles_ siguió explicando Laberna_ que
desde este preciso instante están temporalmente desafectadas del servicio sin
goce de sueldo por tiempo indefinido. Los casos que resolvieron van a ser
reevaluados, va a haber un balance de su trabajo con valoraciones y criterios
muy variados, y ahí se definirá concluyentemente sus futuros. Créanme que esto
se dio así porque yo hablé bien de ustedes. Pero, los milagros están fuera de
mi alcance.
El comisario Laberna se puso de pie y miró a las
detectives con seriedad pero admiración a la vez.
_ Entreguen sus pistolas reglamentarias y sus placas
ahora mismo, por favor.
Con mucha desolación y enojo, tanto Ivonne Fraga como
Ailen Ezcurra obedecieron y abandonaron la oficina fundidas en un sincero
abrazo afectuoso. Laberna las miraba con pesadumbre y decepción, y las vio
partir al mismo tiempo con frustración.
Otra historia se empezaba a escribir y nadie conocía el
desarrollo ni mucho menos el final.