lunes, 22 de abril de 2019

Las detectives (Gabriel Zas)


                                               



                                           Caso 11: Extraños en el teléfono


Sentada en su oficina, Ailen Ezcurra meditaba. Tenía la vista clavada en un punto fijo de la mesa totalmente inerte. Muchas cosas le pasaban por la cabeza en esos momentos, sin que ninguna en particular lograse conmoverla en absoluto. Y sin embargo, unos toquecitos repetitivos en la puerta la sacaron de su estado de concentración rápidamente.
_ Pase, está abierto _ gruñó.
Su amiga Ivonne Fraga hizo gala de su presencia. La miró tiernamente por unos segundos y sin sacarle los ojos de encima, cerró la puerta y se sentó delicadamente frente a ella.
_ ¿Te sentís bien?_ le preguntó someramente preocupada.
_ Sí, estoy bien. Pensaba, nada más _ replicó la detective Ezcurra, reponiéndose de su reciente estado con movimientos lentos y pausados.
_ ¿Te sigue preocupando lo de Nievas, no?
_ ¿Hicimos bien en haber actuado como lo hicimos en ese caso?.
Hizo un sonido de protesta con la boca y se tomó la frente en una actitud de dudas y miedo conjuntos.
_ Hicimos lo que sentimos y lo que debimos_ dijo Ivonne Fraga, relajada y desafectada del problema._ Somos policías, no adivinas. Ninguna de las dos advirtió de antemano que ese tipo se las traía.
_ Pero vos sos consciente que percibimos algo raro desde el momento que lo conocimos y nos contó su caso.
_ No hicimos nada por fuera de la ley... Excepto, desobedecer a Laberna, claro está. Pero no es una falta grave eso.
_ Precisamente, por eso mismo el tipo se escapó y nos dejó como unas boludas a las dos, mal paradas frente a todos. Y por eso nos investigan... ¿Apareció Nievas?
Pronunció la última pregunta con un dejo de ironía.
_ Interpol y los nuestros lo siguen buscando. No te hagas problema, va a caer de un momento a otro.
_ ¡Hace seis meses que lo andan buscando, querida! ¡Avivate! ¿No sos consciente del quilombo en el que estamos metidas?
La actitud de Fraga tornó una severa transición en su conducta y se puso ostensiblemente más autoritaria.
_ Soy consciente de que en el medio resolvimos varios casos importantes y complejos. ¿Te los recuerdo? Agarramos a Zarasola, que era de los nuestros, gracias a que seguimos la lógica de pistas falsas que nos dejó. Recuperamos a un bebé secuestrado, atrapamos a un ladrón internacional de joyas... ¿Sigo?
Ailen Ezcurra se sosegó al escuchar esto último.
_ Imagino que eso nos suma _ declaró más apaciguada y con prudencia.
_ Y no te das una idea de cuánto nos suma eso. Por eso vine, aparte. Laberna nos quiere en un caso. Hay que salir ya para Pigüé.
_ ¿De qué se trata el asunto?
Una mueca de satisfacción se dibujó en su rostro.
_ Durante el trayecto, te cuento. Dale, vamos. Hay que llegar allá en menos de tres horas.
Durante el viaje, Ivonne Fraga puso a su amiga al corriente de los eventos que requerían su intervención en ellos. Tres residentes de Pigüé, muy queridos en el pueblo, fueron heridos gravemente con un objeto contundente que la Policía no había podido identificar hasta el momento. Los peritos estaban trabajando duramente para establecerlo cuanto antes.
Las tres víctimas tenían en común una misma cuestión: el apellido. Fueron identificados como Horacio Fernández, Salvador Fernández y Victoria Fernández. Los tres estaban internados en el mismo hospital, en el del pueblo, y los tres atestiguaron lo mismo frente a las autoridades. Unas cinco horas antes del ataque, recibieron una llamada telefónica a su teléfono de línea donde una voz desconocida les advertía estrepitosamente que algo les iba a ocurrir muy pronto. Lo más curioso del caso era que los tres recibieron llamados de tres sospechosos diferentes. A Horacio Fernández lo llamó un hombre joven, de alrededor de unos treinta años, según pudo deducir del tono mismo de voz. A Victoria Fernández, un hombre algo mayor, de unos cincuenta y tantos años. Y a Salvador Fernández, una mujer relativamente grande, sin haber sido capaz de precisar una edad estimada.
Por lo tanto, había más de una persona involucrada en los ataques. ¿Pero, por qué solamente a los Fernández atacaban? ¿Y por qué no los mataban? Afortunadamente.
Sobre el agresor en sí, los tres declararon exactamente lo mismo. No lo vieron venir y no pudieron verle nunca el rostro porque lo traía completamente cubierto. Ni siquiera lograron percibir nada distintivo en él o ella porque llevaba puesto un traje que lo preservaba íntegramente y además porque estaba oscuro, ya que los tres ataques ocurrieron de noche. La Policía local dedujo que se trataba del mismo atacante, aunque no podían confirmarlo hasta disponer de pruebas más sólidas. ¿Un mercenario, quizás? Podía ser. Dejaba inconsciente a sus víctimas y huía sin robar nada. El caso era por demás extraño.
Ailen Ezcurra se quedó ávidamente azorada.
_ Y creí que lo había visto todo en estos seis o siete meses que llevamos en la Fuerza_ adujo con un tono de voz impaciente.
_ Seguramente, ésta banda busca a sus víctimas en la guía telefónica local_ dedujo Fraga en voz alta.
_ Eso es indiscutible. Ahí figura el teléfono, la dirección, todo. ¿Pero, por qué ataca especialmente a los Fernández?
_ Ese es el gran misterio a resolver, amiga.
_ Lo que es claro para mí es que busca a un Fernández en particular...
_ Eso es cantado. Pero volvemos al núcleo del asunto. ¿Por qué?
_ ¿El resto de los Fernández del pueblo están a salvo? ¿Les asignaron custodia ya?
_ Los que pudieron irse, se fueron enseguida. El resto permanece en Pigüé, asustados y en estado de alerta. Creo que hay seis o siete Fernández más, sumado a familiares y demás, la cantidad se triplica.
_ Hay que encontrar al tipo este antes que él encuentre primero al Fernández que busca y la cosa pase a mayores.
_ ¿Y cómo pensás hacerlo?
_ Razonando. Si el tipo busca a un Fernández en particular, es porque está vinculado a un hecho, a una tragedia que ocurrió hace relativamente poco y que dejó un sabor amargo en el desconocido. Y me refiero puntualmente a uno solo porque los otros dos o tres que están con él son cómplices. ¿Me explico con claridad hasta ahora?
_ Creo que sé adónde querés llegar. E imagino que tu idea es hablar con el comisario del pueblo para repasar todos los casos ocurridos, digamos en los últimos diez meses, que involucren a algún Fernández.
_ ¡Tal cual! Y la otra, y por otra me refiero a vos, tiene que ir a hablar con las tres víctimas al hospital a ver qué más nos pueden decir. Cualquier cosa que recuerden, por más irrelevante que parezca, va a servirnos de mucho.
_ Si el médico me deja...
_ Te tiene que dejar. Hay un loco suelto y no pienso dejar que se nos escape. Si te impide verlos, trabajale la cabeza. Metele motivos aunque sean falsos y bien justificados en la cabeza para que te deje hablar con los tres sí o sí. Si total, los médicos no saben nada de medicina, menos van a saber de leyes. Así que, las excusas que le digas las va a validar inmediatamente, como un mecanismo automático en su mente.
_ No sé si va a resultar, pero bueno... ¿Vos te encargás de los peritos?
_ Sí. Mato dos pájaros de un tiro ya que voy a ver al comisario.
_ Los peritajes telefónicos podrían resultar clave para...
Ivonne Fraga interrumpió a Ailen Ezcurra precipitadamente.
_ Olvidate. No dejaron rastros, eso con seguridad te lo digo. Parece un grupo muy organizado. ¿Tanto esmero en hacer un trabajo limpio para descuidar el punto de origen de las llamadas?
_ Sí, tenés razón. Flor de pavada dije.
_ Vamos, que si hablo con el comisario y vos le sacás algo de información a alguna de las tres víctimas, esto lo resolvemos en menos de lo que canta un gallo.
Ambas mujeres estaban muy seguras de sí mismas, muy confiadas y dispuestas a hacer su mejor actuación al frente de un caso.
Hipólito Laberna no había viajado con ellas por cuestiones administrativas y eso era una gran ventaja. No se sentían presionadas en absoluto y eso las dejaba trabajar y pensar con mucha más claridad y entusiasmo. Más aún, trabajando separadamente del resto de las fuerzas que también investigaban el caso.

                                                                  ***

El hospital del pueblo era pequeño. No disponía de mucho personal ni de demasiados recursos. Su estructura era bastante ruin y andrajosa, pero los médicos que allí trabajaban lo cuidaban con mucho afecto.
Ailen Ezcurra ingresó por la entrada principal,  se identificó al personal administrativo del ingreso y la guiaron correctamente al segundo piso, habitaciones 31 y 32. Al llegar, fue amablemente recibida por el médico a cargo, el doctor Rafael Raposo, a quien le explicó la situación y el motivo de su visita.
_ Entiendo su posición, detective... ¿Ezcurra, me dijo?
La mujer asintió con la cabeza.
_ Pero es mi deber  preservar y garantizar el bienestar de los pacientes _ prosiguió el médico._ Y por el momento, ninguno de los tres está en condiciones de hablar con nadie. Están en estado crítico. Fuera de peligro, pero delicados.
Ailen le explicó muy pacientemente cuál era el punto de interés en el asunto, pero el médico mantuvo firmemente su postura. Y aunque la investigadora intentó disuadirlo de diferentes maneras, no logró su cometido. La tozudez del especialista resultaba difícil de torcer.
Ya cansada de la negativa del doctor Raposo, Ailen Ezcurra se resignó y salió enardecida del piso. Bajó hasta la planta baja ofuscada y afligida hasta que una idea fugaz le dio la solución adecuada a su embrollo.
Se deslizó precavidamente hasta la sala de médicos y permaneció oculta hasta que no hubiese peligro de ser descubierta. Entonces, tomó un ambo de enfermera, lo vistió, cambió levemente su apariencia y salió como si nada.
Volvió a subir hasta el segundo piso y entró sin dificultades en la habitación 31. Allí descansaba sola Victoria Fernández. Tenía magulladuras y hematomas distribuidos a lo largo de todo el cuerpo. El ojo derecho lo tenía parcialmente cerrado con un corte justo debajo. Y algunos cortes en los antebrazos y las piernas. La detective Ezcurra enjugó una lágrima, conmovida de ver semejante saña en el cuerpo de una mujer inocente. Sentía bronca e impotencia en simultáneo.
Victoria Fernández permanecía dormida, conectada a un respirador artificial. Ailen colocó sus dedos delicadamente en el cuello de la mujer para tomarle el pulso. Era débil e irregular, pero su respiración parecía normal y controlada.
Analizó ligeramente las heridas, relojeando de vez en cuando que nadie entrara. Al cabo de unos cuantos minutos, llegó a una conclusión, que hizo brillar su rostro de tal manera, que parecía que había descubierto la paz mundial o la cura contra el cáncer.
Salió rápidamente del cuarto y se metió urgida en la habitación 32, donde descansaban en camas separadas Horacio Fernández y Salvador Fernández. Ambos estaban en la misma situación que la otra víctima.
Ailen Ezcurra revisó las heridas en los dos hombres y constató que eran idénticas a las de Victoria Fernández. Se cambió, salió rápido del hospital y la llamó inmediatamente a Ivonne Fraga al celular.
_ Ya sé con qué atacaron a las tres víctimas _ dijo con vehemencia, cuando su amiga atendió la llamada._ Sí, estoy segura. Las analicé minuciosamente sin que me vieran... Sí, no pude entrar y me las tuve que ingeniar. Después te cuento, es lo de menos... No, Ivonne, no hablé con ellos porque estaban en coma inducido y dormidos, por lo que hubiese resultado inútil que el médico me concediese el permiso de entrar a verlos. Pero vi las heridas. Las analicé, las cotejé muy bien y puedo asegurarte que fueron golpeados con un rifle.
Hubo un rato de silencio. La novedad había enmudecido a la detective Fraga.
_ ¿Seguís ahí, Ivonne?_ insistió prudentemente Ailen Ezcurra.
_ Sí _ respondió ella, algo afligida._ ¿Un rifle? ¿Estás segura?
_ Absolutamente. El agresor debe tenerlo preparado para disparar. Tortura a la víctima y si no es el Fernández que busca, lo deja malherido y se va...
_ Y si es, dispara_ completó la frase, horrorizada, Ivonne Fraga.
_ Busca a un Fernández en especial. Pero desconoce a cuál.
_ Eso sí que es raro.
_ ¿Vos pudiste averiguar algo?
_ Accedí a las declaraciones de los familiares de las tres víctimas. Dijeron lo que ya sabemos. Que no saben porqué alguien les haría daño, que eran muy queridos en todo Pigüé, que no tenían enemigos, que no estaban en problemas con nadie... Todo guionado, típico.
_ No esperaba otra cosa.
_ No encontré nada hasta ahora. Pero con lo que vos me dijiste, tengo una vaga idea sobre lo que puede estar pasando. Venite ya para la Comisaría local. Tenemos menos de quince horas antes de que llame a su siguiente víctima y la lastime.
La llamada se cortó y Ailen Ezcurra tomó un taxi para llegar rápido a la Comisaría, donde su amiga la esperaba ansiosamente.

                                                           ***

_ Las pericias sobre los teléfonos de las tres víctimas arrojaron resultados negativos _ le explicaba Ivonne Fraga a Ailen Ezcurra, una vez en la Comisaría,_ tal como te lo anticipé. Se detectaron los números de origen pero son irrastreables porque básicamente son líneas inexistentes.
La detective Ezcurra miró a su compañera con estupor.
_ ¿Cómo van a contactarse desde líneas inexistentes?_ repuso Ezcurra, sin salir de su asombro pero inexpresivamente.
_ ¡Te digo que sí! Hicieron las llamadas y desconectaron las líneas para que no pudiésemos localizarlas. Era algo obvio eso.
_ Líneas inexistentes, números desconocidos, tres sospechosos distintos_ recitaba Ailen Ezcurra como reflexionando en voz alta.
_ ¿Se te ocurre algo?_ le preguntó Ivonne Fraga con interés.
Ailen Ezcurra la miró repentinamente y le esbozó una sonrisa de triunfo.
_ Hay una aplicación _ dijo_ que permite cambiar la voz de diferentes maneras. Vos te la bajás al celular, la activás y tu voz la transformás en otra muy diferente, como si fuese un modulador digital.
Ivonne Fraga la observó con regocijo y complacencia.
_ Entonces, es un único sospechoso, que a través de dicha aplicación _ dedujo,_ cambia su voz a otras tres diferentes para generar confusión y pánico a la vez, y que pensemos que se trata de una banda. Pero en realidad, es todo un ardid.
_ La tecnología al servicio del delito.
El comisario hizo su aparición repentina y agitada, sosteniendo entre sus manos un expediente, que lo apoyó sobre la mesa ansiosamente.
_ ¡Tengo algo!_ proclamó con un tono de voz expectante._ Vengan a ver esto urgente.
Las dos amigas cruzaron miradas insinuantes y se acercaron sin mediar palabra alguna hasta donde el comisario De Bruno las esperaba con impaciencia.
Patricio De Bruno apoyó sobre su escritorio dos expedientes de manera separada. Primero, tomó el de la izquierda y se los extendió a ambas mujeres en mano.
_ Son los resultados de las pericias que se practicaron sobre los cuerpos de las tres víctimas. Tenían razón, las heridas se corresponden con un tipo de rifle muy particular, y por eso costó efectuar una identificación positiva. Es un rifle tipo Sniper, como los que utilizan los francotiradores, un modelo nada habitual en nuestro país. Existen distintos tipos de rifles que van desde semiautomáticos, pasando por carabinas, exprés, cortos, de doble caño...
_ Sabemos de armas De Bruno_ lo interrumpió con poca paciencia, Ailen Ezcurra._ Somos policías como usted. Vaya al grano, por favor.
_ La cuestión es_ continuó el comisario De Bruno_ que este rifle Sniper en particular, de suma precisión, no se consigue en Argentina. No este modelo. Es un clásico de Estados Unidos y creo que llegó hasta algunos países de Europa, no estoy seguro de esto. Pero, su portador viajó al exterior y lo ingresó al país de forma poco ortodoxa, por no decir ilegal.
Las dos mujeres se miraron entre sí ingenuamente sorprendidas, en tanto que el comisario Patricio De Bruno centró la atención en el otro archivo.
_ Y este descubrimiento me recordó este caso_ añadió._ Acá antes había un sargento muy popular en todo Pigüé. Era el sargento Ernesto Pablo Fernández. Una vez, tuvo un altercado con una vecina, Sofía Medrano, y él la golpeó con un rifle Sniper, que nunca justificó de dónde sacó. Es más, antes de ese episodio lo lucía por las calles con mucho orgullo y eso no le cayó bien a nadie del pueblo, y fue denunciado. Hicieron un arreglo judicial, una probation, listo. Por supuesto que el rifle se lo confiscaron en su momento. Durante el cumplimiento de la condena, se descubrió que la vecina que denunció ser atacada por Fernández mintió y se auto flageló, por lo que inmediatamente se le retiraron los cargos y el juez le restituyó el arma, pese a que estaba cumpliendo condena en simultáneo por exhibición de armas de guerra en la vía pública. Pero, ¿vieron cómo son los plazos legales, no? No hubo apelación, queja ni nada y bueno, lo sobreseyeron conocido esto. Decisiones de los jueces.
<Tardaron una semana en dársela por una cuestión administrativa. Y en el medio, alguien asesinó a esta vecina con el mismo rifle. Se cree que el encargado de devolverlo nuevamente, lo usó para cometer el crimen y después lo entregó al sargento Fernández. Pero no se encontraron en el rifle otras huellas más que las propias del sargento, ya que la Justicia se sabe que maneja las evidencias y todo material incautado con guantes>.
<Ernesto no tenía coartada, en tanto que el oficial de Justicia que devolvió la evidencia, sí. Lo curioso para mí, fue que siempre dudé de lo que pasó realmente, ¿saben? Porque la hora de la muerte se produjo durante un intervalo de media hora en el que cortaron la luz por un problema en el cableado. Y eso pudo, sin dudas, alterar la data de muerte de esa pobre mujer por diversos motivos. Ustedes entienden>.
<Pensé que los cables habían sido intencionalmente saboteados. Pero el juez desestimó hacer una revisión al respecto. Tenía las huellas de Fernández en el arma homicida, no necesitó más para imputarlo con prisión preventiva>.
<Al cuarto día de detención, apareció colgado en su celda. Suicidio. No lo soportó>.
Se conmovió con mucho pesar, que no pudo continuar hablando.
_ ¿Qué pasó con el rifle en medio y después de todo este drama?_ preguntó compungida, Ivonne Fraga.
_ Estuvo en evidencia hasta que el caso se cerró definitivamente con el suicidio del sargento Fernández. El hijo reclamó el rifle y la Justicia se lo otorgó_ repuso De Bruno, más calmo.
_ ¿Cómo se llama el hijo del sargento Fernández?_ indagó con suma importancia, la detective Ezcurra.
_ Elviro Fernández. Aún no procesa lo ocurrido. Recién pasaron tres semanas de la muerte de su padre.
_ Pero tiene razones para hacer lo que hace. Ataca a algunos Fernández de la ciudad para darle un claro mensaje al oficial de Justicia que manejó el rifle durante el procedimiento legal. Al atacar a los Fernández, sabe que Elviro es el responsable y le deja un mensaje claro y abrumador: voy por vos.
_ Ningún Fernández en particular es el objetivo real de Elviro Fernández, sino el oficial de Justicia que arruinó a su padre y lo llevó directo al suicidio_ dijo Ivonne Fraga con contundencia._ ¿Su nombre?
_ Oscar Rioma. Acá tienen todo sobre él.
El comisario Patricio De Bruno anotó unas palabras en un papel y se lo extendió a Ivonne Fraga.
_ Gracias. Fue de mucha ayuda, comisario De Bruno.
Las dos mujeres solicitaron refuerzos y fueron hasta el domicilio de Oscar Rioma. Rodearon la morada y percibieron que Elviro Fernández lo tenía de rehén, amenazándolo con el rifle en cuestión. Estaba nervioso, con una actitud petulante y dispuesto a todo. Por su parte, Oscar Rioma estaba atado, sentado en una silla, completamente aterrado y rezando por su vida entre lágrimas.
Elviro Fernández le gritaba infructuosamente.
La Policía lo distrajo para que tanto Ivonne Fraga como Ailen Ezcurra entraran sigilosamente al domicilio y lo sorprendieran por atrás. Sin embargo, hicieron levemente un poco de ruido y Fernández se avivó de todo. Lo tomó apresuradamente a Rioma por el cuello y le apoyó el arma en la cabeza, manteniendo el dedo expectante sobre el gatillo.
_ ¡Salgan ahora mismo de acá o lo mato!_ amenazó seriamente Elviro Fernández, mientras distribuía la puntería del rifle entre Rioma y las detectives.
Calmada, Ivonne Fraga apoyó su pistola en el piso y levantó suave y lentamente las manos, y Ailen Ezcurra se abrió pasó con mucha cautela hacia un costado, pasando desapercibida hasta para el propio Rioma.
_ Nadie tiene que salir lastimado _ dijo con compasión, Fraga.
_ ¡Dije que se vayan o le reviento la cabeza de un tiro, y va a ser su culpa!
Ivonne Fraga intentó acercarse pero una amenaza de Elviro Fernández la obligó a detenerse.
_ ¡Ni un paso más o lo hago mierda! ¡Hablo enserio, carajo! ¿Quiere eso acaso?
_ ¡No! ¿Cómo voy a querer eso? Baje el arma un instante y charlemos como dos personas adultas.
_ ¡No quiero que me dé una clase de moral! ¡Quiero que se vayan ahora mismo todos!
_ Yo bajé mi pistola como señal de tregua y buena voluntad. No quiero lastimarte. Sabemos lo de tu papá, sabemos por lo que estás pasando. Pero así no se solucionan las cosas. Para eso está la Justicia.
_ ¿¡De qué justicia me hablás!? Fue la propia Justicia la que mató a mi padre y lo inculpó injustamente de un asesinato que cometió este hijo de puta.
Y golpeó desesperado a Oscar Rioma con la culata del rifle. Lo derribó por la fuerza del golpe y lo levantó con la misma brutalidad.
_ Yo soy la Justicia _ insistió Ivonne Fraga sin perder la calma ni bajar la guardia en ningún momento._ Sé que a tu papá lo arruinaron y te entiendo.
_ ¡Usted no entiende nada! ¡Todos dicen que entienden y es mentira!
_ Yo sí te entiendo. Me pasó lo mismo que a vos.
Elviro Fernández bajó la guardia e Ivonne Fraga aprovechó eso para acercarse muy lentamente y con cuidado.
_ A mi hermana la inculparon de un robo que cometió otra persona y estuvo dos años presa injustamente. ¿Te creés que no tuve el impulso de hacer lo que vos estás haciendo ahora? Pero me controlé. Y lo solucionamos como corresponde. Te lo digo por experiencia. Esta no es la forma ni el modo de hacerle justicia a tu padre. ¿Él hubiera deseado que actuaras de esta forma? Estoy segura que no.
Ivonne Fraga no dejaba de avanzar hacia él minuciosamente, en tanto que Elviro Fernández estaba sin reacción y cada vez bajaba más la guardia. Ya un poco más cerca, Ailen Ezcurra lo sorprendió por la espalda, lo desarmó cuidadosamente y lo apresó, en tanto que Ivonne Fraga puso a salvo a Oscar Rioma.
_ ¡Gracias!_ dijo Rioma, todavía asustado y abrazando a la detective Fraga.
Ella lo alejó de sí y lo apresó.
_ Queda arrestado por el homicidio de Sofía Medrano. Sabemos que la mató y que cortó la luz intencionalmente para alterar la hora de la muerte y generarse de esa forma una coartada y dejar al descubierto al Sargento Fernández. La mató mientras iba a devolverle el rifle a Elviro Fernández. Podemos imputarle también el suicidio del sargento Ernesto Pablo Fernández, si queremos. Y el fiscal nos va a avalar.
_ Suerte con eso. No tienen pruebas para respaldar la acusación.
_ ¿Está completamente seguro? ¡Qué iluso! ¿Cómo cree que llegamos hasta usted? Vamos, andando.
Oscar Rioma palideció terriblemente.
_ ¿Qué pasó?_ agregó Ivonne Fraga _ ¿El sargento Fernández logró el ascenso que usted creyó que merecía? Trabajaron juntos antes de que usted fuese oficial de Justicia. Un puesto miserable, ¿no?
_ No voy a decir nada sin mi abogado presente.
Unos días después, los peritos judiciales analizaron el celular de Elviro Fernández y corroboraron fehacientemente que las llamadas a las tres víctimas salieron de ahí.
Victoria Fernández, Salvador Fernández y Horacio Fernández recuperaron el alta médica, siguiendo por fuera un tratamiento específico para cada uno por separado.


                                                           Un mes después

Ivonne Fraga y Ailen Ezcurra estaban sentadas cara a cara con el comisario Hipólito Laberna en el despacho de este último. Hubo unos segundos de silencio incómodo y miradas que generaban tensión y dudas.
_ Se lucieron con lo de Pigüé, ¿eh? No esperaba menos de ustedes _ las elogió sinceramente, Laberna._ Resolvieron dos casos juntos. Les aviso igual que me insultaron de arriba a abajo porque trabajaron de manera aislada de la Policía Local, la Bonaerense y Gendarmería. Casi me meten el zapato en el culo. Tenían que ir a asistir, no a trabajar por cuenta propia. ¿Entienden eso, no?
Ailen Ezcurra iba a decir algo, pero un gesto repentino del comisario Laberna se lo impidió.
_ Ya está solucionado _ aclaró Hipólito Laberna._ Arriesgué mi reputación por salvarlas a ustedes. Pero ya está. Olvídense de eso.
_ Gracias, señor_ dijo primero una.
_ Gracias, señor _ coreó arriba la otra.
_ Pero hay un temita que no pude arreglar. Yo con el caso Nievas les di una orden clara y directa y ustedes la desatendieron, sabiendo que podía haber serias consecuencias al respecto. Y las hubo, las hay. Nievas se hizo el vivo, ustedes le creyeron y las embaucó. Así de simple es la cosa. El tipo se rajó por ahí y ni Interpol lo puede encontrar.
_ Señor, nosotras..._ atinó a decir Ivonne Fraga. Pero Laberna la cayó con un ademan abrupto y resignado.
_ Asuntos Internos las tuvo en la mira desde entonces y las investigó noche y día _ prosiguió Hipólito Laberna con el relato._ No les sacó nunca la vista de encima. Resolvieron, incluyendo este último, diez casos de manera excepcional. Pero en el medio hicieron un par de argucias que rindieron sus frutos. Quiero decir, Asuntos Internos las tomó muy en cuenta para llegar a una decisión parcial.
Las dos mujeres se miraron entre sí asustadas y con incertidumbre.
_ Paso a notificarles_ siguió explicando Laberna_ que desde este preciso instante están temporalmente desafectadas del servicio sin goce de sueldo por tiempo indefinido. Los casos que resolvieron van a ser reevaluados, va a haber un balance de su trabajo con valoraciones y criterios muy variados, y ahí se definirá concluyentemente sus futuros. Créanme que esto se dio así porque yo hablé bien de ustedes. Pero, los milagros están fuera de mi alcance.
El comisario Laberna se puso de pie y miró a las detectives con seriedad pero admiración a la vez.
_ Entreguen sus pistolas reglamentarias y sus placas ahora mismo, por favor.
Con mucha desolación y enojo, tanto Ivonne Fraga como Ailen Ezcurra obedecieron y abandonaron la oficina fundidas en un sincero abrazo afectuoso. Laberna las miraba con pesadumbre y decepción, y las vio partir al mismo tiempo con frustración.
Otra historia se empezaba a escribir y nadie conocía el desarrollo ni mucho menos el final.