jueves, 2 de mayo de 2019

Tercero en discordia (Gabriel Zas)




Entró a mi casa totalmente devastado, estresado y nervioso. Presentaba un estado de excitación, que progresaba paulatinamente en proporción con su actitud dura y veleidosa.
Sergio estaba tan hecho pelota, que entró a mi casa indiferente y violando toda regla de cordialidad que dictan las buenas costumbres.
Después de unos minutos de silencio y de dejarlo acomodarse, lo miré con gravedad y sordidez.
_ Hola, Florencio, ¿cómo estás? Perdoná que te caiga así de imprevisto, pero estoy enquilombado con un asunto que me tiene loco_ le retruqué con deliberado reproche.
Su actitud cambió a dócil y complaciente. Sus nervios se dilataron, su rostro adoptó un cambio positivo de expresividad y lo único que atinó a hacer fue abalanzarse sobre mí y abrazarme desaforadamente hasta estrolar su cuerpo contra el mío de forma compelida pero suave.
_ Perdoname, Máquina _ me dijo en un tono de sinceras disculpas._ Pero necesito dónde quedarme ésta noche. Las cosas con Bárbara se fueron al carajo. Ya está. No aguanto más. Lo de hoy fue el límite de toda tolerancia que mi moral puede permitir.
Lo miré condescendiente y afable.
_ ¿Ya fue, definitivamente?_ le pregunté en tono sugerentemente dubitativo.
_ La agarré in fraganti hablando con el amante por teléfono. Discutimos, qué sé yo, la cosa se desmadró terriblemente. Y bueno, antes de que terminara peor, hice las valijas y me las tomé.
Hubo un instante de silencio algo incómodo.
_ ¿No te jode bancarme por hoy solamente, no?_ me preguntó Sergio, en tono de súplica.
_ Te banco todo lo que haga falta_ le respondí con una sonrisa sutil. Y desvié mi atención hacia su valija. Se notaba a simple vista que estaba ligeramente rellena.
_ ¿Y el resto de tus cosas?_ le dije, señalándosela.
_ Cuando se calmen un poco las aguas, la llamo a Bárbara y le digo que paso a buscarlas cualquier día. Igualmente, mañana quiero ir sí o sí a ver a un abogado por el tema del divorcio y la repartición de bienes. No vaya a ser cosa que me quiera jorobar, ¿viste, che, Florencio?
_ Por empezar, es tu casa.
_ Está a nombre de los dos, en realidad.
_ Pero la garpaste vos, de tu bolsillo, peso por peso. Después, te casaste con ella y tuviste que acceder por ley a ponerla a nombre de ella también. Pero, vos la compraste. Ella es la que se tiene que ir, no vos.
_ Ella se rehusó a irse y no quería pelear. No tenía ganas de discutir con ella y que la cosa terminase fea. Además, yo puse la casa a su nombre porque quise. Porque yo la quería, y ella venía de una familia humilde y no tenía nada.
_ Te debe lo que sos, para ponerlo así.
_ Supongo, Florencio.
_ ¡Sos un boludo! Ella te puede cagar y quedarse con TU casa. Y llevarlo a vivir al amante con ella.
La actitud de Sergio empezó a mutar raudamente.
_ ¿Ése era su plan, no?_ dijo con intencionado resguardo, surcando en sus labios una risa malévola.
_ Tenés que ir a ver a un abogado mañana a primera hora e ir a la Policía después, si es necesario _ le aconsejé amigablemente._ Pero, ahora, te tomás un whiscacho bien fuerte y te olvidás de todo por hoy, ¿está claro?
Sergio se sosegó. Empezó a sacudir su cuerpo estrepitosamente como sacándose toda tensión de encima y seducido por la idea de tomar algo que le calmase las penas. El whisky, hablando con absoluta franqueza, era su debilidad.
Mientras tomábamos, relajados y sentados cómodamente en mi sillón, Sergio me contó toda su historia con Bárbara y cómo se enteró de la existencia de un tercero en discordia, cuestión que no hace al presente relato para no desviar al lector de su eje y de su verdadero propósito.
_ ¿Y así te enteraste?_ le dije con naturalidad, cuando concluyó._ Qué bajón, che.
_ Son las vueltas de la vida, Florencio querido _ me replicó con aire más distendido y despreocupado._ ¿Quién iba a decirlo, no? Y vos no me creías todas las veces que te lo conté.
_ Me parecía raro. Más, viniendo de una mina como Bárbara. Qué sé yo, no me cerraba por un montón de cuestiones. Pero, me retracto. La Barbi resultó ser flor de atorranta y manipuladora. Imagino que ahora se debe estar revolcando con el bicho ése en tu lecho nupcial. Bah, en tu nidito de amor _ y me detuve bruscamente.
_ La verdad, no me importa un carajo de nada_ agregó con un atisbo de indiferencia y deliberado desinterés en el asunto.
Seguimos la conversación un rato más hasta que se hicieron las tres de la mañana.
_ Vamos a apolillar_ le dije._ Te traigo una almohada, unas cobijas y te tirás en el sillón. Necesitás descansar y estar lúcido para mañana.
_ Gracias, hermano. Sos un amigazo, Florencio_ me contestó Sergio.
_ ¿Tenés abogado?
_ Sí. Ni bien me levanto, le pego un tubazo. Es un fenómeno.
_ ¿Vos sabés que esto te va a llevar tiempo, no? Estas cuestiones no se resuelven de un día para el otro.
_ Sí. Soy consciente de eso. ¿Pero, qué otra me queda?
_ Siempre hay una alternativa para todo. Una salida rápida que te resuelve los problemas en un santiamén. Así._ Y chasqueé los dedos con vehemencia.
Sergio me miró sin comprender demasiado. Yo le regenté una sonrisa alevosamente intencionada y desaparecí unos minutos para ir a buscar algo a mi cuarto.
Volví empuñando en mi mano izquierda un objeto reluciente, traslúcido, brilloso y de una hermosura inconmensurable. Mango de madera, caño de plata, perfectamente cuidada. La levanté triunfante ante la mirada perpleja de Sergio.
_ ¿Qué es eso, Florencio?_ me preguntó temeroso.
_ Un precioso Colt 38. Era de mi viejo. Fanático del tiro.
Abrí el tambor, corroboré que tuviera municiones y lo volví a dejar en posición. Estaba listo para disparar. La bajé ligeramente, tornando mi rostro una expresión de tristeza profunda y anhelante.
_ Con esta arma, el viejo se mató_ le expliqué a Sergio a secas._ No aguantó más, se encerró en su pieza y se gatilló en la cabeza. ¡Qué viejo pelotudo! ¿Por qué no habló conmigo antes? Yo hubiera evitado que hiciera lo que hizo. Y creo que ésa fue la razón por la que no me contó nada, ahora que lo pienso. Porque él quería acabar definitivamente con su sufrimiento. Y si yo se lo hubiera evitado... con lo cascarrabias que era él, me hubiese puteado en cincuenta idiomas. No tengo que lamentar su muerte, tengo que celebrarla. Porque fue la mejor decisión que pudo tomar.
_ ¿Cómo podés decir una cosa así, Florencio? ¡Era tu viejo!
Desoyendo su planteo, continué.
_ Y uno tiene que alegrarse por las buenas decisiones que toman nuestros familiares, ¿no? ¿Y sabés por qué se mató? Por una mina. Le pasó lo mismo que a vos. Pero vos no sos el viejo y estás a tiempo de remediar las cosas.
Sergio me miró más asustado que al comienzo. Yo, en cambio, adoptando una actitud soberbia y arrogante, le extendí el revólver para que lo agarrase. Al principio, se rehusó rotundamente a obedecerme. Pero lo disuadí con elegancia y lo agarró, aunque con cierto pánico y renuencia.
_ No muerde, ¿eh?_ le dije indiferentemente irónico._ Si lo agarrás con miedo, se te puede escapar un tiro y sonaste._ Y solté una carcajada.
Sergio, por un impulso del momento, arrojó el revólver intempestivamente lejos de sí, al suelo, nervioso y tembloroso.
_ ¿¡Qué hacés, boludazo!?_ le recriminé severamente._ No se escapó un tiro de pedo.
_ ¡Estás loco, Florencio! Mejor me voy.
Sergio amagó con irse, pero le cerré el paso y lo invité a sentarse de nuevo.
_ ¿Adónde vas a ir a las tres y media de la mañana? No seas boludo y quedate. El arma tiene puesto el seguro, no va a pasar nada.
Agarré el arma del piso y la volví a depositar en manos de Sergio.
_ ¿Para qué me la das otra vez?_ me preguntó, intranquilo.
_ Para que practiques, y mañana vayas y mates a Bárbara y al amante. Y vas a ser feliz otra vez. Y no tenés que preocuparte ni por el divorcio ni por los bienes ni por absolutamente nada. Todo se soluciona apretando el gatillo.
_ No voy a hacer eso _ me dijo firmemente decidido.
_ Yo te acompaño. Está todo pensado ya. Un disparo limpio a cada uno, dejamos sus huellas impregnadas en el revólver, el arma queda en manos de él y listo. Para la Justicia, asesinato seguido de suicidio. Un problema de pareja que terminó mal. Caso cerrado. Y a vos no te rompen las pelotas para nada.
Pero Sergio seguía oponiéndose tajantemente a la idea.
_ ¿Te querés quedar sin nada y que Bárbara te arruine y se cague de risa de vos, mientras está en la cama con el otro?_ le dije en tono persuasivo._ Dale, es lo mejor que podés hacer. Vení, practiquemos un poco de puntería.
Insensiblemente, Sergio fue cambiando de opinión y al final, aceptó. Estaba determinado a hacerlo a cualquier costo y haciendo oídos sordos a cualquier consecuencia.
Le di el revólver, liberé el seguro y deje que efectuara dos disparos contra una de las paredes laterales que daba a mi cuarto. Vi la expresión en sus ojos. Lo disfrutó, lo gozó. Tenía una mirada frívola y feroz. Ángel y demonio vivían en un mismo cuerpo y bajo una misma apariencia.
Me acerqué a la pared y vi los orificios de los impactos. Uno muy cercano del otro, a una altura media de la pared. Estaba muy bien. Sergio tenía capacidad para disparar. Y cumplía con dos condiciones indispensables en la actividad del tiro: coraje y frialdad.
_ Nada mal, eh... Nada mal_ lo elogié después de analizar el resultado de su práctica.
_ ¿Habrán oído algo los vecinos, Florencio?_ me preguntó, Sergio, preocupado.
_ Tranqui, que en los pasillos no vive nadie y las dos casas de al lado están en alquiler.
Le retiré el arma sutilmente y lo apunté. Sergio palideció terriblemente de los pies a la cabeza. Nos miramos unos segundos y le disparé dos tiros al pecho. Cayó desfallecido en el centro de la escena.
Disfracé un poco la situación y llamé a la Policía.
_ Es para denunciar una muerte _ le dije a la operadora, cuando me atendió._ La víctima se llama Sergio Malla. Vino a mi casa pidiéndome asilo porque se había peleado con la esposa en teoría. Lo dejé entrar, fui un momento a la cocina para llevarle algo de beber y cuando volví, me estaba apuntando con mi revólver. Lo tenía guardado a la vista en uno de los cajones de mi cuarto. Debió agarrarlo en el ínterin que fui a la cocina y regresé. No habrán sido más de tres o cinco minutos que tardé en ir y venir.
<Me apuntó y sin mediar palabra, disparó dos veces seguidas. Por suerte falló y los tiros impactaron en una de las paredes del living, uno muy cerca del otro, eso sí. Se asustó un poco y dejó caer el arma al piso, involuntariamente>.
<Intenté hablarle para que depusiera su actitud pero no resultó. Quiso recuperar el arma, pero le gané en velocidad y la tomé yo primero. Se quiso tirar encima mío violentamente y lo único que atiné a hacer en esos momentos fue a apretar el gatillo para defenderme. Y bueno, le di en el pecho dos veces. Juro solemnemente que jamás tuve intención de matarlo o lastimarlo. Pero se dio así. Fue en legítimo defensa todo>.
La operadora me dijo que no me moviera del lugar, que ya mandaba efectivos a mi casa. Y mientras esperaba, llamé a Bárbara.
_ Hola, Bárbara, mi amor. Por fin vamos a estar juntos. Está hecho.