Entró a mi casa totalmente devastado,
estresado y nervioso. Presentaba un estado de excitación, que progresaba
paulatinamente en proporción con su actitud dura y veleidosa.
Sergio estaba tan hecho pelota, que
entró a mi casa indiferente y violando toda regla de cordialidad que dictan las
buenas costumbres.
Después de unos minutos de silencio y
de dejarlo acomodarse, lo miré con gravedad y sordidez.
_ Hola, Florencio, ¿cómo estás?
Perdoná que te caiga así de imprevisto, pero estoy enquilombado con un asunto
que me tiene loco_ le retruqué con deliberado reproche.
Su actitud cambió a dócil y
complaciente. Sus nervios se dilataron, su rostro adoptó un cambio positivo de
expresividad y lo único que atinó a hacer fue abalanzarse sobre mí y abrazarme
desaforadamente hasta estrolar su cuerpo contra el mío de forma compelida pero
suave.
_ Perdoname, Máquina _ me dijo en un
tono de sinceras disculpas._ Pero necesito dónde quedarme ésta noche. Las cosas
con Bárbara se fueron al carajo. Ya está. No aguanto más. Lo de hoy fue el
límite de toda tolerancia que mi moral puede permitir.
Lo miré condescendiente y afable.
_ ¿Ya fue, definitivamente?_ le
pregunté en tono sugerentemente dubitativo.
_ La agarré in fraganti hablando con el amante por teléfono. Discutimos, qué sé
yo, la cosa se desmadró terriblemente. Y bueno, antes de que terminara peor,
hice las valijas y me las tomé.
Hubo un instante de silencio algo
incómodo.
_ ¿No te jode bancarme por hoy
solamente, no?_ me preguntó Sergio, en tono de súplica.
_ Te banco todo lo que haga falta_ le
respondí con una sonrisa sutil. Y desvié mi atención hacia su valija. Se notaba
a simple vista que estaba ligeramente rellena.
_ ¿Y el resto de tus cosas?_ le dije,
señalándosela.
_ Cuando se calmen un poco las aguas,
la llamo a Bárbara y le digo que paso a buscarlas cualquier día. Igualmente,
mañana quiero ir sí o sí a ver a un abogado por el tema del divorcio y la
repartición de bienes. No vaya a ser cosa que me quiera jorobar, ¿viste, che,
Florencio?
_ Por empezar, es tu casa.
_ Está a nombre de los dos, en
realidad.
_ Pero la garpaste vos, de tu
bolsillo, peso por peso. Después, te casaste con ella y tuviste que acceder por
ley a ponerla a nombre de ella también. Pero, vos la compraste. Ella es la que
se tiene que ir, no vos.
_ Ella se rehusó a irse y no quería
pelear. No tenía ganas de discutir con ella y que la cosa terminase fea.
Además, yo puse la casa a su nombre porque quise. Porque yo la quería, y ella
venía de una familia humilde y no tenía nada.
_ Te debe lo que sos, para ponerlo
así.
_ Supongo, Florencio.
_ ¡Sos un boludo! Ella te puede cagar
y quedarse con TU casa. Y llevarlo a vivir al amante con ella.
La actitud de Sergio empezó a mutar
raudamente.
_ ¿Ése era su plan, no?_ dijo con
intencionado resguardo, surcando en sus labios una risa malévola.
_ Tenés que ir a ver a un abogado
mañana a primera hora e ir a la Policía después, si es necesario _ le aconsejé
amigablemente._ Pero, ahora, te tomás un whiscacho bien fuerte y te olvidás de
todo por hoy, ¿está claro?
Sergio se sosegó. Empezó a sacudir su
cuerpo estrepitosamente como sacándose toda tensión de encima y seducido por la
idea de tomar algo que le calmase las penas. El whisky, hablando con absoluta
franqueza, era su debilidad.
Mientras tomábamos, relajados y
sentados cómodamente en mi sillón, Sergio me contó toda su historia con Bárbara
y cómo se enteró de la existencia de un tercero en discordia, cuestión que no
hace al presente relato para no desviar al lector de su eje y de su verdadero
propósito.
_ ¿Y así te enteraste?_ le dije con
naturalidad, cuando concluyó._ Qué bajón, che.
_ Son las vueltas de la vida,
Florencio querido _ me replicó con aire más distendido y despreocupado._ ¿Quién
iba a decirlo, no? Y vos no me creías todas las veces que te lo conté.
_ Me parecía raro. Más, viniendo de
una mina como Bárbara. Qué sé yo, no me cerraba por un montón de cuestiones.
Pero, me retracto. La Barbi resultó ser flor de atorranta y manipuladora.
Imagino que ahora se debe estar revolcando con el bicho ése en tu lecho
nupcial. Bah, en tu nidito de amor _ y me detuve bruscamente.
_ La verdad, no me importa un carajo
de nada_ agregó con un atisbo de indiferencia y deliberado desinterés en el
asunto.
Seguimos la conversación un rato más
hasta que se hicieron las tres de la mañana.
_ Vamos a apolillar_ le dije._ Te
traigo una almohada, unas cobijas y te tirás en el sillón. Necesitás descansar
y estar lúcido para mañana.
_ Gracias, hermano. Sos un amigazo,
Florencio_ me contestó Sergio.
_ ¿Tenés abogado?
_ Sí. Ni bien me levanto, le pego un
tubazo. Es un fenómeno.
_ ¿Vos sabés que esto te va a llevar
tiempo, no? Estas cuestiones no se resuelven de un día para el otro.
_ Sí. Soy consciente de eso. ¿Pero,
qué otra me queda?
_ Siempre hay una alternativa para
todo. Una salida rápida que te resuelve los problemas en un santiamén. Así._ Y
chasqueé los dedos con vehemencia.
Sergio me miró sin comprender
demasiado. Yo le regenté una sonrisa alevosamente intencionada y desaparecí
unos minutos para ir a buscar algo a mi cuarto.
Volví empuñando en mi mano izquierda
un objeto reluciente, traslúcido, brilloso y de una hermosura inconmensurable.
Mango de madera, caño de plata, perfectamente cuidada. La levanté triunfante
ante la mirada perpleja de Sergio.
_ ¿Qué es eso, Florencio?_ me preguntó
temeroso.
_ Un precioso Colt 38. Era de mi
viejo. Fanático del tiro.
Abrí el tambor, corroboré que tuviera
municiones y lo volví a dejar en posición. Estaba listo para disparar. La bajé
ligeramente, tornando mi rostro una expresión de tristeza profunda y anhelante.
_ Con esta arma, el viejo se mató_ le
expliqué a Sergio a secas._ No aguantó más, se encerró en su pieza y se gatilló
en la cabeza. ¡Qué viejo pelotudo! ¿Por qué no habló conmigo antes? Yo hubiera
evitado que hiciera lo que hizo. Y creo que ésa fue la razón por la que no me
contó nada, ahora que lo pienso. Porque él quería acabar definitivamente con su
sufrimiento. Y si yo se lo hubiera evitado... con lo cascarrabias que era él,
me hubiese puteado en cincuenta idiomas. No tengo que lamentar su muerte, tengo
que celebrarla. Porque fue la mejor decisión que pudo tomar.
_ ¿Cómo podés decir una cosa así,
Florencio? ¡Era tu viejo!
Desoyendo su planteo, continué.
_ Y uno tiene que alegrarse por las
buenas decisiones que toman nuestros familiares, ¿no? ¿Y sabés por qué se mató?
Por una mina. Le pasó lo mismo que a vos. Pero vos no sos el viejo y estás a
tiempo de remediar las cosas.
Sergio me miró más asustado que al
comienzo. Yo, en cambio, adoptando una actitud soberbia y arrogante, le extendí
el revólver para que lo agarrase. Al principio, se rehusó rotundamente a obedecerme.
Pero lo disuadí con elegancia y lo agarró, aunque con cierto pánico y
renuencia.
_ No muerde, ¿eh?_ le dije indiferentemente
irónico._ Si lo agarrás con miedo, se te puede escapar un tiro y sonaste._ Y
solté una carcajada.
Sergio, por un impulso del momento,
arrojó el revólver intempestivamente lejos de sí, al suelo, nervioso y
tembloroso.
_ ¿¡Qué hacés, boludazo!?_ le
recriminé severamente._ No se escapó un tiro de pedo.
_ ¡Estás loco, Florencio! Mejor me
voy.
Sergio amagó con irse, pero le cerré
el paso y lo invité a sentarse de nuevo.
_ ¿Adónde vas a ir a las tres y media
de la mañana? No seas boludo y quedate. El arma tiene puesto el seguro, no va a
pasar nada.
Agarré el arma del piso y la volví a
depositar en manos de Sergio.
_ ¿Para qué me la das otra vez?_ me
preguntó, intranquilo.
_ Para que practiques, y mañana vayas
y mates a Bárbara y al amante. Y vas a ser feliz otra vez. Y no tenés que
preocuparte ni por el divorcio ni por los bienes ni por absolutamente nada.
Todo se soluciona apretando el gatillo.
_ No voy a hacer eso _ me dijo
firmemente decidido.
_ Yo te acompaño. Está todo pensado
ya. Un disparo limpio a cada uno, dejamos sus huellas impregnadas en el
revólver, el arma queda en manos de él y listo. Para la Justicia, asesinato
seguido de suicidio. Un problema de pareja que terminó mal. Caso cerrado. Y a
vos no te rompen las pelotas para nada.
Pero Sergio seguía oponiéndose
tajantemente a la idea.
_ ¿Te querés quedar sin nada y que
Bárbara te arruine y se cague de risa de vos, mientras está en la cama con el
otro?_ le dije en tono persuasivo._ Dale, es lo mejor que podés hacer. Vení,
practiquemos un poco de puntería.
Insensiblemente, Sergio fue cambiando
de opinión y al final, aceptó. Estaba determinado a hacerlo a cualquier costo y
haciendo oídos sordos a cualquier consecuencia.
Le di el revólver, liberé el seguro y
deje que efectuara dos disparos contra una de las paredes laterales que daba a
mi cuarto. Vi la expresión en sus ojos. Lo disfrutó, lo gozó. Tenía una mirada
frívola y feroz. Ángel y demonio vivían en un mismo cuerpo y bajo una misma
apariencia.
Me acerqué a la pared y vi los orificios
de los impactos. Uno muy cercano del otro, a una altura media de la pared.
Estaba muy bien. Sergio tenía capacidad para disparar. Y cumplía con dos
condiciones indispensables en la actividad del tiro: coraje y frialdad.
_ Nada mal, eh... Nada mal_ lo elogié
después de analizar el resultado de su práctica.
_ ¿Habrán oído algo los vecinos,
Florencio?_ me preguntó, Sergio, preocupado.
_ Tranqui, que en los pasillos no vive
nadie y las dos casas de al lado están en alquiler.
Le retiré el arma sutilmente y lo
apunté. Sergio palideció terriblemente de los pies a la cabeza. Nos miramos
unos segundos y le disparé dos tiros al pecho. Cayó desfallecido en el centro
de la escena.
Disfracé un poco la situación y llamé
a la Policía.
_ Es para denunciar una muerte _ le
dije a la operadora, cuando me atendió._ La víctima se llama Sergio Malla. Vino
a mi casa pidiéndome asilo porque se había peleado con la esposa en teoría. Lo
dejé entrar, fui un momento a la cocina para llevarle algo de beber y cuando
volví, me estaba apuntando con mi revólver. Lo tenía guardado a la vista en uno
de los cajones de mi cuarto. Debió agarrarlo en el ínterin que fui a la cocina
y regresé. No habrán sido más de tres o cinco minutos que tardé en ir y venir.
<Me apuntó y sin mediar palabra, disparó
dos veces seguidas. Por suerte falló y los tiros impactaron en una de las
paredes del living, uno muy cerca del otro, eso sí. Se asustó un poco y dejó
caer el arma al piso, involuntariamente>.
<Intenté hablarle para que
depusiera su actitud pero no resultó. Quiso recuperar el arma, pero le gané en
velocidad y la tomé yo primero. Se quiso tirar encima mío violentamente y lo
único que atiné a hacer en esos momentos fue a apretar el gatillo para
defenderme. Y bueno, le di en el pecho dos veces. Juro solemnemente que jamás
tuve intención de matarlo o lastimarlo. Pero se dio así. Fue en legítimo
defensa todo>.
La operadora me dijo que no me moviera
del lugar, que ya mandaba efectivos a mi casa. Y mientras esperaba, llamé a
Bárbara.
_ Hola, Bárbara, mi amor. Por fin
vamos a estar juntos. Está hecho.