El departamento de mi amigo moderaba su impaciencia entre el descanso intelectual al que fue
sometido forzosamente y la insolente desesperación que lo exultaba inapropiadamente en su afán de pretender
hacerse de algún caso por más insignificante que el mismo resultase. Yo contemplaba su intranquilidad expectante.
_ ¿Es que los delincuentes se hartaron de cometer actos
criminales o acaso tienen miedo de mí, de Sean Dortmund?_ dijo el inspector en
un tono de voz que intentó camuflar su desazón con un aire de calma fingida.
Sonreí agradablemente. Miraba a mi amigo con cautela pero
con cierta admiración y simpatía. Se ponía trágicamente risible cuando adoptaba
esta clase de actitudes.
_ ¿Por qué no tengo noticias del capitán Riestra? ¿Por
qué nadie viene a consultarme?_ volvió a preguntarse sin deponer su actitud.
_ No ocurren delitos todos los días y no necesariamente
todos los casos son designados al capitán Riestra, Dortmund_ le respondí,
intentando apaciguarlo.
_ ¿Es jefe de Homicidios de toda la Policía, no?_ me
retrucó disciplente.
_ Sí. Y por eso está en su potestad delegar casos a sus
subordinados o a otros oficiales.
_ Quizás esté usted acertado, doctor_ repuso Dortmund bastante
más calmo. Había logrado controlar su agitación, voluntariamente.
Sin embargo, unos toquecitos en la puerta lo devolvieron
al estado de fogosidad reciente. Corrió a abrir y sus ojos brillaron
exaltadamente cuando se chocaron con la figura algo confundida y desvariada del
capitán Riestra. Era claro que estaba
investigando un caso sobre el que no lograba avanzar eficazmente y recurrió a
Sean Dortmund para solicitar su ayuda al respecto. Lo invitó a pasar desbordado
de cordialidad y cortesía.
_ ¿Qué le sucede?_ me preguntó Riestra por lo bajo.
_ Está ansioso por resolver un caso_ le respondí con
gracia.
Sonreímos con prudencia y nos abocamos de lleno a su
relato.
_ Muy bien, capitán_ dijo Dortmund sosegado pero ávido de
entusiasmo._ Soy todo oídos.
_ Hubo una muerte dudosa en el hotel Horizonte de Villa
del Parque_ respondió Riestra con pesar y consternación.
_ ¿Muerte dudosa?_ indagó el inspector Dortmund con
precaución._ Empleó usted el término muerte dudosa, no asesinato, capitán
Riestra.
_ Sí, exacto. Déjeme explicarle cómo fueron los hechos
que tienen como principal sospechosa a la señorita Evangelina Sarniola,
empleada del hotel en cuestión.
_ ¿Mucama?_ pregunté por instinto.
_ Así es, doctor. La víctima es Eduardo Orona, un
destacado médico de la Capital y asiduo cliente del hotel Horizonte. Alrededor
de las 10 de la mañana de hoy, la señorita Sarniola fue, como todas las
mañanas, a su habitación para el recambio de sábanas y toallas. Se acercó a su
puerta para golpear pero lo escuchó discutir fuertemente con alguien por
teléfono y desistió de hacerlo. Mientras tanto, dejó su carro de trabajo en la
puerta del cuarto del señor Orona, se acercó hasta otra habitación porque creía
que la llamaban, y cuando regresó al cuarto del señor Eduardo Orona, vio la
puerta entreabierta y la habitación vacía. Ingresó, lo llamó pero no respondió.
Supuso que había salido en el intervalo en el que ella se ausentó y le restó
importancia a la situación. Simplemente, quitó las sábanas de la cama, dejó un
juego nuevo apoyado encima y se retiró. Hizo lo propio en el resto de las
habitaciones y una vez que terminó, descendió con el carro de ropa sucia por el
montacargas. Cuando vació el contenido en el lavadero del hotel, se llevó una
desagradable sorpresa: envuelto entre la ropa, se hallaba el cuerpo del señor
Orona. Uno pensaría que la señorita Sarniola lo mató y escondió el cuerpo en el
canasto para deshacerse de toda evidencia incriminatoria. Pero…
_ Pero, esconderlo allí sería un riesgo y un lugar
demasiado evidente_ interpuso Dortmund, reflexivamente.
_ Exacto_ reafirmó el capitán Riestra._ ¿Por qué ocultar
el cadáver en un lugar donde la convierte en principal sospechosa del homicidio
a ella misma?
_ ¿Cuánto tiempo pasó estimativamente entre el momento en
que la señorita Sarniola abandona la habitación de nuestra víctima y retoma
instantes después?
_ Según ella, no más de dos o tres minutos. El otro
cuarto estaba en el mismo piso y a una distancia acotada. No pudo tardar
demasiado en ir y volver.
_ ¿Reconstruyeron ése momento y lo cronometraron
rigurosamente, capitán Riestra?
_ Sí. En ese sentido, Evangelina Sarniola atestigua la
verdad.
_ Y sin embargo, tres minutos es un tiempo muy escaso
para que alguien entrara a la habitación del doctor Eduardo Orona, lo asesinara
y saliera sin ser descubierto.
_ Los otros huéspedes no vieron ni escucharon nada.
_ ¿Pudo haber sido envenenado?_ sugerí.
_ Es probable_ aprobó Riestra,_ ya que el forense, cuando
examinó el cuerpo en la escena, no encontró heridas defensivas ni heridas de
arma de fuego ni heridas de arma blanca. Y mucho menos, rastros de sofocación,
asfixia o estrangulamiento.
_ El señor Orona discute por teléfono con alguien _
reflexionó a viva voz Sean Dortmund._ Corta la llamada, comienza a sentirse
mal, sale a la puerta a pedir ayuda pero el veneno actúa rápido y cae muerto adentro
del canasto de ropa sucia de la señorita Sarniola, que no lo descubre hasta que
lo vacía en el lavadero del hotel.
_ Hay que averiguar las personas que lo visitaron en la
última hora antes del deceso_ sugirió el capitán Riestra.
_ Sí_ dijo el inspector poco convencido._ Y analizar
pertinentemente todos los recipientes que pudieron haber sido utilizados para
verter el veneno en cuestión. ¿Sabe con
quién discutía la víctima por teléfono antes de morir?
_ Con otro médico, el doctor Esnaola. Discutían por un
medicamento mal recetado a una paciente. Pero no tenemos registro de que lo
haya visitado en las últimas 24 horas.
Hizo turno completo en el hospital.
_ En el hospital hay farmacias y laboratorios. Por ende,
hay venenos.
_ ¿Propone que lo mató un colega suyo?
_ Podría ser. Pero nada es concluyente hasta que
revisemos debidamente todos los datos y hablemos con los principales
involucrados en el caso.
_ El veneno es más típico de mujer que de hombre_
insinué.
_ Casi siempre, doctor_ me avaló Dortmund._ Pero a veces
un hombre puede emplear veneno en un homicidio para inculpar a una mujer. ¿Sabe
de los problemas profesionales, económicos o sentimentales que el señor Orona
pudiera tener con otros médicos del hospital en el que trabajaba?_ inquirió
dirigiéndose al capitán Riestra.
_ Mi gente trabaja en ello. Pero, por lo que sabemos
hasta ahora, era alguien muy respetado dentro del ámbito de la medicina.
_ ¿Por qué se hospedaba en ése hotel?
_ Porque siempre lo invitaban de diversos congresos a
disertar y hablar de curas y avances importantes en enfermedades infecciosas,
en lo que él era especialista. Y quería estar tranquilo para preparar
apropiadamente su discurso y los conceptos a desarrollar en el mismo.
_ ¿Dónde ocurrió el asesinato exactamente?
_ Piso 8, habitación 804. Es el último piso del hotel.
_ ¿Desde hacía cuánto estaba hospedado allí el señor
Orona?
_ Ingresó anoche a las 21:30. Pidió la cena y que no lo
molestasen para nada.
_ ¿Era casado?
_ Sí. Su esposa, la señora Eleonor Cofino, fue notificada
de inmediato. Entró en crisis, como es habitual en estos casos. Fue a reconocer
el cuerpo a la morgue judicial y de ahí iba al despacho del juez a prestar
testimonio. Crucé unas palabras con ella hoy hace unas horas. Estaba devastada.
Creo que no es del todo consciente de lo que le ocurrió a su marido.
_ Hay tres personas de interés en este caso: el señor
Esnaola, con quien discutía por teléfono antes de su muerte. La mucama del
hotel, la más comprometida judicialmente por las circunstancias del caso. Y su
esposa. Me gustaría hablar con los tres de ser posible. Sólo cinco minutos. Dos
o tres preguntas concisas. No necesito más.
_ No tengo problema en concedérselo, Dortmund. Y dudo que
el juez también tenga algún inconveniente sobre ese punto. Además, usted conoce a la gran mayoría de los jueces
y fiscales ordinarios y federales tanto de la Capital como de la Provincia,
Dortmund. Muchos oficiales quisiéramos disponer de tan distinguido privilegio.
A veces estamos hasta un año para que nos confieran un favor.
_ No era necesaria tanta gentileza, capitán Riestra. Yo
me gané la confianza de todos ellos haciendo simplemente mi trabajo. Usted
también puede conseguirlo del mismo modo.
_ ¿Quién sabe? En fin. Más tarde coordinamos las
entrevistas de mañana y una visita al hotel si le interesa, Dortmund.
_ Sería muy provechoso inspeccionar la escena. Muy atento
de su parte.
Riestra nos saludó con un ademán y se retiró de la morada
desprovisto de alguna explicación lógica que revelara la muerte del señor
Eduardo Orona. Por muy inverosímil que
resultase, Dortmund hallábase también en condiciones idénticas. Qué pasó en el
octavo piso del hotel Horizonte, era lo que todos nos preguntábamos en esos
momentos.
***
El doctor Guillermo Esnaola era un hombre de aspecto
elegante, estatura media pero de personalidad temeraria y eufórica. Nos recibió en su consultorio de mala gana y
apurado además porque estaba abarrotado de trabajo.
_ Comprenderán señores que tengo otros pacientes que
atender. Si pierdo el tiempo hablando con ustedes, me retraso y eso no es
conveniente para nadie. ¿Me explico?_ lanzó en tono amenazante pero autoritario
a la vez el médico.
_ Se explica usted con elocuente claridad, doctor Esnaola_
repuso Dortmund, amablemente._ Usted hablaba por teléfono ayer con el señor
Orona antes de que muriera. ¿Notó algo raro en el tono de su voz? ¿Dijo algo
que llamara su atención?
_ Discutíamos porque me acusaba de haberle prescripto a
una paciente una dosis errónea de un medicamento que debía tomar por un
tratamiento que estaba haciendo. Se puso como loco.
_ ¿Eran normales ese tipo de reacciones en él?
_ Sí. Cualquier mínimo error en cualquier aspecto, lo
sacaba de sus casillas. Muchas veces consideraba que exageraba sin ningún
motivo.
_ Convengamos, doctor Esnaola, que una dosis incorrecta
de un medicamento determinado puede producir trastornos irreversibles en la
salud del paciente que lo ingiere.
_ No en este caso. Puede suceder en medicamentos más
potentes para tratar enfermedades más complejas. Pero no con el diclofenac
potásico. Le aconsejé a la paciente que tomase una dosis diaria de 100 mg, pero
Eduardo me dijo que para un metabolismo como el suyo le tendría que haber
indicado 75 mg. Le dije que no estaba de acuerdo con argumentos sólidos, él
hizo lo propio y discutimos.
_ ¿Usted lo llamó a él para consultarle?
_ Sí. Se molestó además que lo llamara al hotel por una
cosa así.
_ ¿Discutían con frecuencia?_ intervine.
_ Bastante porque era un hombre terco y cerrado. Pero una
gran persona y un gran profesional. No por nada lo vivían llamando de todas
partes para discurrir en congresos y conferencias.
_ ¿Qué cargo tenía el doctor Orona en el hospital?_
volvió a indagar Dortmund.
_ Médico en jefe del sector Enfermedades Infecciosas.
_ ¿Tenía problemas con algún colega o paciente suyo?
_ No. Definitivamente, no. Y si me permiten…
_ Una última cosa antes de irnos. Creemos que al doctor
Orona lo envenenaron unas horas antes de su deceso. ¿Se detectaron faltantes de
drogas en la farmacia o en el laboratorio del hospital?
Guillermo Esnaola se conmocionó, y nos observó con
asombro y los ojos frágiles.
_ No, no… Bueno, no estoy seguro. Hablen con el personal
del sector para tener una respuesta más certera._ respondió con la voz frágil y
fatigada.
_ Lo haremos. Gracias por su tiempo.
Le estrechamos la mano y salimos. Seguidamente, hablamos
con los respectivos responsables de las áreas de Farmacia y Laboratorio, pero
negaron que se registraran faltantes de cualquier tipo de medicamento o droga.
Nos mostraron los inventarios correspondientes y parecían estar en perfecto
orden. Les agradecimos a ambos sus tiempos y nos retiramos definitivamente de
la institución. Evitamos blanquearles el motivo de nuestra duda para preservar
el cuidado de la investigación. Pero en el fondo entreveíamos que vislumbraban
la razón de nuestro interés.
_ ¿El veneno provino de afuera entonces?_ le comenté a
Dortmund en el trayecto a casa de la viuda.
_ Suena a una posibilidad viable_ me respondió Sean
Dortmund reflexivo._ Pero sería arriesgado. El empleado podría identificar al
médico que realizó la compra. Los venenos o los medicamentos complejos se
adquieren por receta triplicada. Y su uso debe ser rigurosamente justificado.
Podría decirse que es una compra que le encomendó el hospital en sí, pero todo
saldría a la luz inmediatamente. Y si el supuesto asesino quisiera robar el
veneno mismo de adentro del nosocomio, sabiendo que las personas que tienen
acceso a los depósitos de la farmacia y el laboratorio respectivamente son un
número ínfimo y selectivo, también resultaría una jugada demasiado
comprometida. Ahora, partamos del supuesto de que la señorita Evangelina
Sarniola, la doméstica del hotel y principal sospechosa de la muerte de Eduardo
Orona, lo hubiese envenenado ni bien ingresó al hotel. ¿Qué motivos tendría
para haberlo matado? Recién se hospedaba.
_ Pero, no era la primera vez. Recuerde lo que dijo el
capitán Riestra según lo que declararon los empleados del hotel. Pudo tener un
problema antes y haber planificado el crimen con anticipación.
_ Volvemos a lo mismo, doctor. Matar en el lugar y bajo
circunstancias que la convierten a ella misma en la principal sospechosa del
asesinato es endeble y absurdo. En ese sentido, nuestro amigo tiene un punto a
favor. Su razonamiento al respecto es correcto.
_ ¿Entonces? Estoy confundido.
_ Tengo una teoría. Pero vayamos paso a paso. Vamos a
hablar con la viuda de la víctima antes de proceder.
Me dirigió una sonrisa enigmática que me descolocó
radicalmente, que duró apenas unos segundos, y siguió caminando a paso un poco más
acelerado. Igualé su ritmo y me puse a
caminar a la par suya.
_ ¿Pudo ser la esposa entonces?_ me arriesgué a
preguntar._ El envenenamiento sugeriría que fue alguien del hospital el asesino
y así evitaría que la Policía sospechara de ella.
_ Si así fuera, querido doctor, el veneno tuvo que haber
sido suministrado unas horas antes de su ingreso al hotel_ me replicó el
inspector.
_ Es factible entonces que haya sido ella. Es más, lo
pudo haber estado envenenando durante varios días seguidos hasta que falleció…
_ ¿Justo en el hotel? Demasiada casualidad. No digo que
no. Pero las casualidades en casos de esta naturaleza no existen.
_ ¿Cuál es su teoría entonces? Nadie fue a verlo al
hotel. Por lo tanto, el envenenamiento fue externo.
_ Y sin embargo, el informe preliminar de autopsia
determinó que el cuerpo carecía de marcas visibles de cualquier índole, forma y
origen. Y por lo general, el envenamiento deja alguna huella en el cuerpo. Esto
es, decoloración de la piel, pupilas dilatadas, entre las más habituales.
_ Prefiero no preguntar más, Dortmund.
Mi amigo dejó escapar una sutil carcajada inofensiva y
siguió caminando acelerando aún más sus pasos. Con un poco de esfuerzo, lo
alcancé y llegamos al domicilio de la viuda, la señora Eleonor Cofino, en menos
de diez minutos. Era una mujer
atractiva, de grandes ojos azules y facciones dulces. Nos invitó a pasar, nos ofreció algo de beber
y fuimos directo al grano.
_ No estoy en condiciones de hablar con nadie, señores, y
menos en estas circunstancias_ dijo la señora Cofino con absoluta franqueza y
la voz algo quebrada._ Les ruego sean los más concisos posible.
_ Así será_ prometió Dortmund, galantemente._ La noto
consternada, es natural. Pero detrás de esa consternación hay un atisbo de
preocupación que se esfuerza por ocultar. Así que, se lo voy a preguntar de
forma directa. ¿Hace cuánto que estaban mal como pareja?
Eleonor Cofino se esforzó por evitar un sobresalto, pero
la indignación pudo más y miró al inspector con una mirada furtiva y una
actitud alejada de la afabilidad que la definía.
_ Le dije que no estoy en condiciones de hablar y usted
me falta el respeto al preguntarme semejante atrocidad.
_ Vi infinidad de mujeres como usted en más de veinte
años de carrera. Así que, no intente negarlo. Hablo con conocimiento de causa.
¿Desde hace cuánto y cuál fue el motivo que originó la ruptura?
La señora Cofino tomó aire, lo contuvo unos segundos
mientras cerró los ojos y exhaló correctamente.
_ Eduardo y yo nos conocimos en la Secundaria_ confesó
con anheló._ Verónica y yo estábamos completamente enamoradas de él.
_ Perdón que la interrumpa, señora Cofino_ intervino
Dortmund, cortésmente._ ¿Quién es la señorita Verónica?
_ Mi hermana. Nos peleábamos por Eduardo. Y cuando digo
que nos peleábamos, me refiero a discusiones severas que nos mantenían
distantes por semanas enteras. En casa, ni nos hablábamos. Una siempre buscaba
un pretexto para evitar a la otra en las reuniones y comidas familiares, en el
almuerzo y en la cena. Hasta que nuestros padres se hartaron de todo esto y nos
obligaron a entrar en razón. Y entonces hicimos lo que creímos mejor: cortar
todo vínculo con Eduardo. Él no entendía qué sucedía y con Verónica tampoco
quisimos explicarle. Simplemente, le pusimos punto final a la relación y nunca
más volvimos a hablar con él. Nos graduamos y cada uno hizo su vida por
separado. Hasta que hace tres años atrás volvimos a encontrarnos. Fue como si
el tiempo no hubiese transcurrido para nosotros. Nos miramos a los ojos y
dejamos de lado las diferencias del pasado. Quedamos en vernos, primero una
vez, luego otra… Y cuando nos dimos cuenta, ya no había retorno.
_ Se comprometieron y se casaron_ acoté.
_ Así es. No le dijimos nada a Verónica por compasión, si
quiere llamarlo así. Pero Eduardo tampoco me dijo que se reencontró con ella
hace seis meses y que empezaron un romance a mis espaldas.
Eleonor Cofino guardó silencio unos segundos y enseguida
retomó el relato.
_ Todas las juntas a las que Eduardo supuestamente iba,
esos congresos, esas reuniones… Era todo mentira.
Se tapó la cara con las manos y lloró compulsivamente.
_ Déjeme adivinar: se veían en el hotel Horizonte porque
la señorita Verónica Cofino también era una mujer casada_ dedujo Dortmund
perspicazmente.
_ Tal cual. Algunos empleados del hotel lo sabían. Pero
en las declaraciones que dieron a la Justicia seguramente lo negaron_ replicó
la señora Cofino, furibunda.
_ La hermana de la señora Eleonor Cofino se siente
culpable y le confiesa todo a ella_ dijo el capitán Riestra, una vez los tres
reunidos en casa de Sean Dortmund unas horas más tarde._ Ella no perdona a
Verónica y la relación entre ambas se desvanece de manera definitiva. Entonces,
Eleonor, atormentada por la traición de la que fuera víctima, devuelve la
jugada y hace lo propio con el esposo de su hermana. Disputa de por medio, todo
termina mal. Si lo pensamos de esta forma, Eduardo Orona fue el punto de
partida de todo este problema sentimental. La lista se sospechosos se amplía.
_ Admito que ha usted formulado un razonamiento
increíblemente acertado y verosímil, capitán Riestra_ lo alabó Dortmund con
gran satisfacción.
Nuestro amigo le devolvió el gesto con una sonrisa.
_ Hay que volver a hablar con el personal del hotel y con
la hermana de la viuda y su esposo, respectivamente_ sugirió el inspector con
determinación.
_ ¿Y si fueron los tres?_ referí ocurrentemente.
Riestra y mi amigo me miraron impactados.
_ Arriesgado y endeble_ opinó reflexivo, Dortmund._ Pero
la posibilidad existe.
_ No descartemos nada por el momento, señores_ consideró
el capitán Riestra._ Frente a este panorama, es posible que el médico haya
mentido para cubrir a Orona.
_ Nosotros hablaremos con él, capitán Riestra_ ordenó
Sean Dortmund, moderadamente_ mientras, usted vaya y hable con la señorita Verónica Cofino y su
esposo… Suponiendo que aún convivan juntos.
El capitán averiguó que el matrimonio entre Verónica
Cofino y su esposo en efecto se había disuelto. Pero lo más interesante del
caso era quién resultó ser su marido: Guillermo Esnaola, el mismo médico que
tomó protagonismo desde el inicio del presente relato. Afortunadamente, con
Dortmund hicimos otras diligencias previas a visitarlo, por lo que pudimos
confrontarlo con esta nueva información que nos dejó plasmados a todos. El doctor se quedó atónito cuando lo
contrapusimos con esta verdad.
_ Los congresos y todas las conferencias a las que
supuestamente asistía para disertar son una pantalla_ confesó Esnaola,
quebrantado.
_ ¿Por qué lo encubrió?_ quiso saber Sean Dortmund._ Era
con su esposa con la que el señor Orona mantenía un amorío en secreto, en
definitiva.
_ Yo quise sacar todo a la luz y actuar de buena fe. Pero
Eduardo me amenazó con contar lo que pasó hace siete años atrás.
_ ¿Qué pasó exactamente?
_ Me equivoqué en la dosis de la anestesia que le tenía
que suministrar a una paciente y… Quedó con un cuadro irreversible de parálisis
entera ya que su sistema nervioso central entró en crisis con la dosis demás
que le di. Eduardo me cubrió denunciando falsamente que la paciente no había
declarado en el pre quirúrgico que era
alérgica a la materia prima de la anestesia. Para eso movió contactos,
falsificó actas… Qué se yo todo lo que hizo. Eso evitó que me echaran y que la
familia de la paciente iniciara un juicio en mi contra por mala praxis.
_ Políticas para mantener limpia la imagen del hospital,
no para proteger la suya personal.
_ Sí. Me suspendieron un mes, pero eso fue todo.
_ Usted lo quiso mandar al frente, pero el señor Eduardo
lo chantajeó, porque imagino que debe tener muy bien guardadas evidencias que
avalan que usted cometió negligencia aquélla vez. Y si eso se sabe, su carrera
se arruina.
_ Mentí sobre los congresos y toda esa madeja de
estupideces que dije. Pero sabía que estaba en el hotel porque ahí se veía y
pasaba noches enteras con mi mujer… ¡Mi mujer!_ y levantó la voz. Pero Sean Dortmund lo contuvo.
_ ¿Y la señorita Verónica que posición tenía frente a
esta situación?
_ Nunca le importé porque ella siempre estuvo enamorada
de Eduardo. Se casó conmigo sólo para estar cerca suyo porque nosotros nos
hicimos inseparables después que terminamos la Secundaria. Y estoy convencido que él hizo lo propio con
Eleonor. Ella sabe que su hermana la traicionó. La disputa entre ellas por Eduardo
no fue cosa de adolescentes nada más.
_ ¿Usted le contó todo a Eleonor?
_ Sí, tuve que hacerlo. No me creía hasta que le convencí
que lo comprobara por su propia cuenta. Entonces, lo siguió hasta el hotel y lo
vio. La devastó terriblemente.
_ El resto puedo adivinarlo, señor Esnaola. Eduardo Orona
descubrió a su esposa que lo espiaba y supo de su traición. Por eso discutieron
por teléfono la noche de su muerte.
_ Sí. Pero eso fue tres días antes de que Eduardo
muriera.
_ ¿Cómo se sentía el señor Orona con todo este drama
cargando sobre sus hombros?
_ Muy presionado. Tal es así, que hará cosa de dos
meses aproximadamente inició un
tratamiento con una psiquiatra especializada en esta clase de conflictos.
Tomaba un antidepresivo muy poderoso.
Pero no por mi culpa, sino por la suya expresamente. Lamento su muerte,
pero no tengo que ver con eso.
_ Convengamos, doctor Esnaola, que tanto usted como las
señoritas Verónica y Eleonor Cofino tenían un potencial motivo en común para
pretender asesinarlo. No voy a permitir que una inocente empleada del hotel que
tuvo la mala suerte de que el cadáver apareciera en su canasta pague por algo
de lo que ustedes son responsables. Quizás lo hizo uno solo, fueron dos a
espaldas de un tercero… O los tres acordaron en matar a Eduardo Orona. Y dudo
honestamente de que lamente su muerte. El principal problema en su matrimonio
desaparece para siempre.
_ No voy a permitir que venga a mi consultorio y me
ofenda de semejante manera.
_ Igualmente, no hay nada concluyente hasta que estén los
resultados definitivos de la autopsia entre pasado y mañana. Buenas tardes,
doctor Esnaola.
_ ¿Por qué ésa
actitud?_ le recriminé al inspector una vez afuera.
_ Porque sé que los tres se pusieron de acuerdo para
matar a Eduardo Orona y no puedo probarlo_ me aseveró con indignación.
_ Porque quizás resulte que ellos no lo hicieran
verdaderamente y la causa de muerte se explique de otra forma muy diferente.
Suele ocurrir a menudo.
_ Pero no en este caso, doctor. Lo tuvieron que venir
envenenando desde hacía por lo menos un mes antes. Necesito los resultados de
la autopsia de inmediato.
_ ¿Qué haremos ahora?
_ Una visita rápida al hotel Horizonte.
_ ¿No va a hablar con la señorita Evangelina Sarniola, la
empleada del hotel? Ella es la más perjudicada en todo este asunto.
_ Absolutamente no, doctor. Toda la información que
necesitamos de ella ya la tenemos en poder nuestro. Cuando la vea, va a ser
para decirle que está absuelta de culpa y cargo por la muerte de Eduardo Orona
y que puede volver a su casa. La veré para decirle en persona y como es debido,
que es una mujer libre. No antes.
Una vez en el hotel, nos entrevistamos con personal de allí y todos nos dijeron que desconocían
que la señorita Verónica Cofino era la amante de nuestra víctima.
Contrariamente, estaban convencidos que se trataba de su esposa legítima. Las
actitudes, a mí particularmente, me hubieran dado mucho que pensar. Pero todos
sonaron genuinos. Así que, nos retiramos y Sean Dortmund le encomendó averiguar
al capitán Riestra si en verdad Eduardo Orona se atendía con una psiquiatra y
desde hacía cuánto.
_ Pase a la noche por mi departamento para discutir el
resultado de sus averiguaciones, capitán Riestra. Lo espero._ le dijo amigo por
teléfono y cortó la llamada.
No hablamos más del asunto hasta que alrededor de las
20:45, el capitán Riestra hizo gala de su presencia. Lo recibimos cordialmente,
pusimos una mesa ratona rodeada de tres sillas, tiramos papeles, carpetas y
expediente al centro de la misma, y cada
uno de nosotros ocupó su lugar.
_ Eduardo Orona efectivamente estaba en tratamiento con
una psiquiatra particular, la doctora Alondra Medina, chilena residente en el
país_ comenzó disertando Riestra._ La investigué y está limpia. Prestigiosa
profesional en lo que hace. La visité en su consultorio y me recibió
amablemente. Crucé unas breves palabras con ella y me dijo que el señor Eduardo
Orona se sentía muy presionado por la culpa que sentía por todo lo que estaba
viviendo, a tal punto que la doctora Medina temiera que cayera en una profunda
depresión de la que no pudiese reponerse jamás.
_ Y le recetó un antidepresivo fuerte_ añadió Dortmund
con los ojos brillosos.
_ Así es. Supongo que Orona era alguien que no controlaba
sus acciones y alguien a quien no le gustaba acatar órdenes de nadie, y menos
de una profesional a la que apenas conocía. Si sentía tanta culpa y estaba tan
nervioso por todo esto, entonces se
aumentó abruptamente las dosis del medicamento hasta que su sistema colapsó y
derivó en un ataque que terminó con su muerte. Hay que esperar los resultados decisivos de la
autopsia, pero no creo estar lejos de la verdad. A propósito, el forense me
citó mañana a primera hora para entregármelos en persona.
_ Un desafortunado accidente, después de todo_ acoté compungido.
_ No, señores_ dijo Dortmund con inteligencia._ Un
asesinato… Un vil pero brillante asesinato. El crimen perfecto.
Miramos al inspector azorados.
_ ¿No lo ven acaso?_ nos dijo con disgusto._ Tanto
Verónica como Eleonor Cofino y el doctor Guillermo Esnaola saben que Eduardo
Orona tiene una debilidad muy potente que ellos aprovechan para usar a su
entero beneficio: los nervios por la presión que siente encima por el conflicto
en el que se metió, por la traición de las que ellos tres fueran víctimas, sin
sentir culpa ni remordimiento en absoluto, porque entre ellos también hubo
traiciones e infidelidades internas que despertó un viejo romance del pasado.
¿Pero, iban a estar peleados entre sí por culpa del señor Orona? ¿Iban a
arruinar sus vidas por él, por Verónica Cofino que consintió traicionar sus
principios, por Guillermo Esnaola que se dejó llevar por sus impulsos y por
Eleonor Cofino que sabía toda la verdad al respecto? No. Arman un plan entre
los tres, un audaz plan que no desperatría la más mínima sospecha de que en
verdad se trató de un asesinato fríamente planificado y ejecutado. Cada uno por
separado, le echa en cara las cosas a Eduardo Orona. Le dicen de todo. Le
hablan de traiciones, responsabilidades y demás cuestiones para que él se sientiera
mal. Tan mal que no soportara la presión y se suicidara. Pero eso no pasó, sino
que Eduaro Orona acudió a pedir ayuda profesional con una psiquiatra que, a la
vera de los hechos de los que su paciente es víctima y victimario al mismo
tiempo, le receta un antidepresivo para atenuarlo. Los tres se enteran e
intensifican su plan. Los insultos son más graves, aparecen amenazas de por
medio, el miedo crece… Y Eduardo Orona, para aliviar todo eso, se aumenta la
dosis del medicamento. Este patrón de reclamos va en aumento constante y ese
aumento es directamente proporcional con las dosis diaria que Orona ingiere del
antidepresivo recetado por la doctora Medina. El día de su fallecimiento, su
esposa, Eleonor Cofino, altera el remedio seguramente para que la dosis aún sea
mayor, para acelerar digamos el proceso. Como él ya venía administrándose por
cuenta propia dosis demás, el hecho pasaría absolutamente desapercibido en
caso de una eventual autopsia. Una vez en el hotel, Guillermo Esnaola
simplemente tiene que llamarlo por teléfono y seguir con los ataques morales y
psicológicos para que Orona ingiriera la última dosis, la letal, la cual tomó
mientras estaba al teléfono. Esnaola es médico, así que sabe cómo funciona
esto.
Corta la llamada, Eduardo Orona se siente mal, abre la
puerta de su habitación para pedir ayuda pero el colapso es inmediato y cae
muerto adentro del canasto de ropa de la mucama del hotel, la señorita
Evangelina Sarniola. Ella no se da cuenta de la situación hasta que vacía su
contenido en el lavadero del hotel y ve caer el cuerpo de Eduardo Orona.
Con el capitán Riestra nos quedamos enmudecidos y
consternados. No entendíamos cómo existía gente capaz de algo así en el mundo.
_ ¿Está seguro de lo que dice, Dortmund?_ preguntó con
timidez, Riestra.
_ Así es. Y podrá confirmar lo que digo con los
resultados de la autopsia. Es un asesinato y no podemos hacer nada para
probarlo. Los tres quedarán impunes.
_ Si usted le cuenta esto a un juez, tal vez le crea y
amerite considerar la imputación por homicidio agravado. Usted tiene credibilidad y mucho peso en el
Poder Judicial, Dortmund.
_ No, no van a creerme. Lo máximo que puedo hacer es
intentar demostrar con esto que les acabo de confiar instigación a cometer
suicidio. Son muchos menos años de cárcel pero al menos los tres pagarían por
lo que hicieron.
Tomó lápiz y papel, escribió unas líneas y le encomendó
al capitán Riestra que la entregara al día siguiente a primera hora al juez
competente en la causa.
Los resultados de la autopsia confirmaron por lejos la
teoría que postuló Dortmund, pero desgraciadamente el juez rechazó los
argumentos y el cargo por instigación a cometer suicidio, pese a los esfuerzos
del inspector por intentar convencerlo de lo contrario. El caso fue catalogado
como accidente, porque ni siquiera pudo demostrarse un suicidio, ni siquiera
pudo demostrarse que el señor Orona tomó grandes dosis del antidepresivo en
cuestión para darse muerte; y la causa se cerró.
Evangelina Sarniola quedó libre y Sean Dortmund se encargó
personalmente de ir a sacarla de la cárcel y contarle cómo fueron realmente los
hechos, tal como lo prometió. A la
noche, en nuestra residencia, mi amigo no podía dejar de mirar las fotos de los
tres asesinos.
_ La Justicia es así, lamentablemente_ le dije._ No
siempre se gana y lo justo muchas veces termina siendo lo injusto. Y viceversa.
_ Los voy a atrapar, doctor. Voy a encontrar el error y
los voy a atrapar. El señor Orona merece justicia y yo prometo dársela sea como
sea.