lunes, 3 de febrero de 2020

¿Qué pasó en el octavo piso? (Gabriel Zas)




El departamento de mi amigo moderaba su impaciencia  entre el descanso intelectual al que fue sometido forzosamente y la insolente desesperación que lo exultaba  inapropiadamente en su afán de pretender hacerse de algún caso por más insignificante que el mismo resultase.  Yo contemplaba su intranquilidad expectante.
_ ¿Es que los delincuentes se hartaron de cometer actos criminales o acaso tienen miedo de mí, de Sean Dortmund?_ dijo el inspector en un tono de voz que intentó camuflar su desazón con un aire de calma fingida.
Sonreí agradablemente. Miraba a mi amigo con cautela pero con cierta admiración y simpatía. Se ponía trágicamente risible cuando adoptaba esta clase de actitudes.
_ ¿Por qué no tengo noticias del capitán Riestra? ¿Por qué nadie viene a consultarme?_ volvió a preguntarse sin deponer su actitud.
_ No ocurren delitos todos los días y no necesariamente todos los casos son designados al capitán Riestra, Dortmund_ le respondí, intentando apaciguarlo.
_ ¿Es jefe de Homicidios de toda la Policía, no?_ me retrucó disciplente.
_ Sí. Y por eso está en su potestad delegar casos a sus subordinados o a otros oficiales.
_ Quizás esté usted acertado, doctor_ repuso Dortmund bastante más calmo. Había logrado controlar su agitación, voluntariamente.
Sin embargo, unos toquecitos en la puerta lo devolvieron al estado de fogosidad reciente. Corrió a abrir y sus ojos brillaron exaltadamente cuando se chocaron con la figura algo confundida y desvariada del capitán Riestra.  Era claro que estaba investigando un caso sobre el que no lograba avanzar eficazmente y recurrió a Sean Dortmund para solicitar su ayuda al respecto. Lo invitó a pasar desbordado de cordialidad y cortesía.
_ ¿Qué le sucede?_ me preguntó Riestra por lo bajo.
_ Está ansioso por resolver un caso_ le respondí con gracia.
Sonreímos con prudencia y nos abocamos de lleno a su relato.
_ Muy bien, capitán_ dijo Dortmund sosegado pero ávido de entusiasmo._ Soy todo oídos.
_ Hubo una muerte dudosa en el hotel Horizonte de Villa del Parque_ respondió Riestra con pesar y consternación.
_ ¿Muerte dudosa?_ indagó el inspector Dortmund con precaución._ Empleó usted el término muerte dudosa, no asesinato, capitán Riestra.
_ Sí, exacto. Déjeme explicarle cómo fueron los hechos que tienen como principal sospechosa a la señorita Evangelina Sarniola, empleada del hotel en cuestión.
_ ¿Mucama?_ pregunté por instinto.
_ Así es, doctor. La víctima es Eduardo Orona, un destacado médico de la Capital y asiduo cliente del hotel Horizonte. Alrededor de las 10 de la mañana de hoy, la señorita Sarniola fue, como todas las mañanas, a su habitación para el recambio de sábanas y toallas. Se acercó a su puerta para golpear pero lo escuchó discutir fuertemente con alguien por teléfono y desistió de hacerlo. Mientras tanto, dejó su carro de trabajo en la puerta del cuarto del señor Orona, se acercó hasta otra habitación porque creía que la llamaban, y cuando regresó al cuarto del señor Eduardo Orona, vio la puerta entreabierta y la habitación vacía. Ingresó, lo llamó pero no respondió. Supuso que había salido en el intervalo en el que ella se ausentó y le restó importancia a la situación. Simplemente, quitó las sábanas de la cama, dejó un juego nuevo apoyado encima y se retiró. Hizo lo propio en el resto de las habitaciones y una vez que terminó, descendió con el carro de ropa sucia por el montacargas. Cuando vació el contenido en el lavadero del hotel, se llevó una desagradable sorpresa: envuelto entre la ropa, se hallaba el cuerpo del señor Orona. Uno pensaría que la señorita Sarniola lo mató y escondió el cuerpo en el canasto para deshacerse de toda evidencia incriminatoria. Pero…
_ Pero, esconderlo allí sería un riesgo y un lugar demasiado evidente_ interpuso Dortmund, reflexivamente.
_ Exacto_ reafirmó el capitán Riestra._ ¿Por qué ocultar el cadáver en un lugar donde la convierte en principal sospechosa del homicidio a ella misma?
_ ¿Cuánto tiempo pasó estimativamente entre el momento en que la señorita Sarniola abandona la habitación de nuestra víctima y retoma instantes después?
_ Según ella, no más de dos o tres minutos. El otro cuarto estaba en el mismo piso y a una distancia acotada. No pudo tardar demasiado en ir y volver.
_ ¿Reconstruyeron ése momento y lo cronometraron rigurosamente, capitán Riestra?
_ Sí. En ese sentido, Evangelina Sarniola atestigua la verdad.
_ Y sin embargo, tres minutos es un tiempo muy escaso para que alguien entrara a la habitación del doctor Eduardo Orona, lo asesinara y saliera sin ser descubierto.  
_ Los otros huéspedes no vieron ni escucharon nada.
_ ¿Pudo haber sido envenenado?_ sugerí.
_ Es probable_ aprobó Riestra,_ ya que el forense, cuando examinó el cuerpo en la escena, no encontró heridas defensivas ni heridas de arma de fuego ni heridas de arma blanca. Y mucho menos, rastros de sofocación, asfixia o estrangulamiento.
_ El señor Orona discute por teléfono con alguien _ reflexionó a viva voz Sean Dortmund._ Corta la llamada, comienza a sentirse mal, sale a la puerta a pedir ayuda pero el veneno actúa rápido y cae muerto adentro del canasto de ropa sucia de la señorita Sarniola, que no lo descubre hasta que lo vacía en el lavadero del hotel.
_ Hay que averiguar las personas que lo visitaron en la última hora antes del deceso_ sugirió el capitán Riestra.
_ Sí_ dijo el inspector poco convencido._ Y analizar pertinentemente todos los recipientes que pudieron haber sido utilizados para verter el veneno en cuestión.  ¿Sabe con quién discutía la víctima por teléfono antes de morir?
_ Con otro médico, el doctor Esnaola. Discutían por un medicamento mal recetado a una paciente. Pero no tenemos registro de que lo haya visitado en las últimas 24 horas.  Hizo turno completo en el hospital.
_ En el hospital hay farmacias y laboratorios. Por ende, hay venenos.
_ ¿Propone que lo mató un colega suyo?
_ Podría ser. Pero nada es concluyente hasta que revisemos debidamente todos los datos y hablemos con los principales involucrados en el caso.
_ El veneno es más típico de mujer que de hombre_ insinué.
_ Casi siempre, doctor_ me avaló Dortmund._ Pero a veces un hombre puede emplear veneno en un homicidio para inculpar a una mujer. ¿Sabe de los problemas profesionales, económicos o sentimentales que el señor Orona pudiera tener con otros médicos del hospital en el que trabajaba?_ inquirió dirigiéndose al capitán Riestra.
_ Mi gente trabaja en ello. Pero, por lo que sabemos hasta ahora, era alguien muy respetado dentro del ámbito de la medicina.
_ ¿Por qué se hospedaba en ése hotel?
_ Porque siempre lo invitaban de diversos congresos a disertar y hablar de curas y avances importantes en enfermedades infecciosas, en lo que él era especialista. Y quería estar tranquilo para preparar apropiadamente su discurso y los conceptos a desarrollar en el mismo.
_ ¿Dónde ocurrió el asesinato exactamente?
_ Piso 8, habitación 804. Es el último piso del hotel.
_ ¿Desde hacía cuánto estaba hospedado allí el señor Orona?
_ Ingresó anoche a las 21:30. Pidió la cena y que no lo molestasen para nada.
_ ¿Era casado?
_ Sí. Su esposa, la señora Eleonor Cofino, fue notificada de inmediato. Entró en crisis, como es habitual en estos casos. Fue a reconocer el cuerpo a la morgue judicial y de ahí iba al despacho del juez a prestar testimonio. Crucé unas palabras con ella hoy hace unas horas. Estaba devastada. Creo que no es del todo consciente de lo que le ocurrió a su marido.
_ Hay tres personas de interés en este caso: el señor Esnaola, con quien discutía por teléfono antes de su muerte. La mucama del hotel, la más comprometida judicialmente por las circunstancias del caso. Y su esposa. Me gustaría hablar con los tres de ser posible. Sólo cinco minutos. Dos o tres preguntas concisas. No necesito más.
_ No tengo problema en concedérselo, Dortmund. Y dudo que el juez también tenga algún inconveniente sobre ese punto. Además,  usted conoce a la gran mayoría de los jueces y fiscales ordinarios y federales tanto de la Capital como de la Provincia, Dortmund. Muchos oficiales quisiéramos disponer de tan distinguido privilegio. A veces estamos hasta un año para que nos confieran un favor.
_ No era necesaria tanta gentileza, capitán Riestra. Yo me gané la confianza de todos ellos haciendo simplemente mi trabajo. Usted también puede conseguirlo del mismo modo.
_ ¿Quién sabe? En fin. Más tarde coordinamos las entrevistas de mañana y una visita al hotel si le interesa, Dortmund.
_ Sería muy provechoso inspeccionar la escena. Muy atento de su parte.
Riestra nos saludó con un ademán y se retiró de la morada desprovisto de alguna explicación lógica que revelara la muerte del señor Eduardo Orona.  Por muy inverosímil que resultase, Dortmund hallábase también en condiciones idénticas. Qué pasó en el octavo piso del hotel Horizonte, era lo que todos nos preguntábamos en esos momentos.

                                                                            ***

El doctor Guillermo Esnaola era un hombre de aspecto elegante, estatura media pero de personalidad temeraria y eufórica.  Nos recibió en su consultorio de mala gana y apurado además porque estaba abarrotado de trabajo.
_ Comprenderán señores que tengo otros pacientes que atender. Si pierdo el tiempo hablando con ustedes, me retraso y eso no es conveniente para nadie. ¿Me explico?_ lanzó en tono amenazante pero autoritario a la vez el médico.
_ Se explica usted con elocuente claridad, doctor Esnaola_ repuso Dortmund, amablemente._ Usted hablaba por teléfono ayer con el señor Orona antes de que muriera. ¿Notó algo raro en el tono de su voz? ¿Dijo algo que llamara su atención?
_ Discutíamos porque me acusaba de haberle prescripto a una paciente una dosis errónea de un medicamento que debía tomar por un tratamiento que estaba haciendo. Se puso como loco.
_ ¿Eran normales ese tipo de reacciones en él?
_ Sí. Cualquier mínimo error en cualquier aspecto, lo sacaba de sus casillas. Muchas veces consideraba que exageraba sin ningún motivo.
_ Convengamos, doctor Esnaola, que una dosis incorrecta de un medicamento determinado puede producir trastornos irreversibles en la salud del paciente que lo ingiere.
_ No en este caso. Puede suceder en medicamentos más potentes para tratar enfermedades más complejas. Pero no con el diclofenac potásico. Le aconsejé a la paciente que tomase una dosis diaria de 100 mg, pero Eduardo me dijo que para un metabolismo como el suyo le tendría que haber indicado 75 mg. Le dije que no estaba de acuerdo con argumentos sólidos, él hizo lo propio y discutimos.
_ ¿Usted lo llamó a él para consultarle?
_ Sí. Se molestó además que lo llamara al hotel por una cosa así.
_ ¿Discutían con frecuencia?_ intervine.
_ Bastante porque era un hombre terco y cerrado. Pero una gran persona y un gran profesional. No por nada lo vivían llamando de todas partes para discurrir en congresos y conferencias.
_ ¿Qué cargo tenía el doctor Orona en el hospital?_ volvió a indagar Dortmund.
_ Médico en jefe del sector Enfermedades Infecciosas.
_ ¿Tenía problemas con algún colega o paciente suyo?
_ No. Definitivamente, no. Y si me permiten…
_ Una última cosa antes de irnos. Creemos que al doctor Orona lo envenenaron unas horas antes de su deceso. ¿Se detectaron faltantes de drogas en la farmacia o en el laboratorio del hospital?
Guillermo Esnaola se conmocionó, y nos observó con asombro y los ojos frágiles.
_ No, no… Bueno, no estoy seguro. Hablen con el personal del sector para tener una respuesta más certera._ respondió con la voz frágil y fatigada.
_ Lo haremos. Gracias por su tiempo.
Le estrechamos la mano y salimos. Seguidamente, hablamos con los respectivos responsables de las áreas de Farmacia y Laboratorio, pero negaron que se registraran faltantes de cualquier tipo de medicamento o droga. Nos mostraron los inventarios correspondientes y parecían estar en perfecto orden. Les agradecimos a ambos sus tiempos y nos retiramos definitivamente de la institución. Evitamos blanquearles el motivo de nuestra duda para preservar el cuidado de la investigación. Pero en el fondo entreveíamos que vislumbraban la razón de nuestro interés.
_ ¿El veneno provino de afuera entonces?_ le comenté a Dortmund en el trayecto a casa de la viuda.
_ Suena a una posibilidad viable_ me respondió Sean Dortmund reflexivo._ Pero sería arriesgado. El empleado podría identificar al médico que realizó la compra. Los venenos o los medicamentos complejos se adquieren por receta triplicada. Y su uso debe ser rigurosamente justificado. Podría decirse que es una compra que le encomendó el hospital en sí, pero todo saldría a la luz inmediatamente. Y si el supuesto asesino quisiera robar el veneno mismo de adentro del nosocomio, sabiendo que las personas que tienen acceso a los depósitos de la farmacia y el laboratorio respectivamente son un número ínfimo y selectivo, también resultaría una jugada demasiado comprometida. Ahora, partamos del supuesto de que la señorita Evangelina Sarniola, la doméstica del hotel y principal sospechosa de la muerte de Eduardo Orona, lo hubiese envenenado ni bien ingresó al hotel. ¿Qué motivos tendría para haberlo matado? Recién se hospedaba.
_ Pero, no era la primera vez. Recuerde lo que dijo el capitán Riestra según lo que declararon los empleados del hotel. Pudo tener un problema antes y haber planificado el crimen con anticipación.
_ Volvemos a lo mismo, doctor. Matar en el lugar y bajo circunstancias que la convierten a ella misma en la principal sospechosa del asesinato es endeble y absurdo. En ese sentido, nuestro amigo tiene un punto a favor. Su razonamiento al respecto es correcto.
_ ¿Entonces? Estoy confundido.
_ Tengo una teoría. Pero vayamos paso a paso. Vamos a hablar con la viuda de la víctima antes de proceder.
Me dirigió una sonrisa enigmática que me descolocó radicalmente, que duró apenas unos segundos,  y siguió caminando a paso un poco más acelerado.  Igualé su ritmo y me puse a caminar a la par suya.
_ ¿Pudo ser la esposa entonces?_ me arriesgué a preguntar._ El envenenamiento sugeriría que fue alguien del hospital el asesino y así evitaría que la Policía sospechara de ella.
_ Si así fuera, querido doctor, el veneno tuvo que haber sido suministrado unas horas antes de su ingreso al hotel_ me replicó el inspector.
_ Es factible entonces que haya sido ella. Es más, lo pudo haber estado envenenando durante varios días seguidos hasta que falleció…
_ ¿Justo en el hotel? Demasiada casualidad. No digo que no. Pero las casualidades en casos de esta naturaleza no existen.
_ ¿Cuál es su teoría entonces? Nadie fue a verlo al hotel. Por lo tanto, el envenenamiento fue externo.
_ Y sin embargo, el informe preliminar de autopsia determinó que el cuerpo carecía de marcas visibles de cualquier índole, forma y origen. Y por lo general, el envenamiento deja alguna huella en el cuerpo. Esto es, decoloración de la piel, pupilas dilatadas, entre las más habituales.
_ Prefiero no preguntar más, Dortmund.
Mi amigo dejó escapar una sutil carcajada inofensiva y siguió caminando acelerando aún más sus pasos. Con un poco de esfuerzo, lo alcancé y llegamos al domicilio de la viuda, la señora Eleonor Cofino, en menos de diez minutos.  Era una mujer atractiva, de grandes ojos azules y facciones dulces.  Nos invitó a pasar, nos ofreció algo de beber y fuimos directo al grano.
_ No estoy en condiciones de hablar con nadie, señores, y menos en estas circunstancias_ dijo la señora Cofino con absoluta franqueza y la voz algo quebrada._ Les ruego sean los más concisos posible.
_ Así será_ prometió Dortmund, galantemente._ La noto consternada, es natural. Pero detrás de esa consternación hay un atisbo de preocupación que se esfuerza por ocultar. Así que, se lo voy a preguntar de forma directa. ¿Hace cuánto que estaban mal como pareja?
Eleonor Cofino se esforzó por evitar un sobresalto, pero la indignación pudo más y miró al inspector con una mirada furtiva y una actitud alejada de la afabilidad que la definía.
_ Le dije que no estoy en condiciones de hablar y usted me falta el respeto al preguntarme semejante atrocidad.
_ Vi infinidad de mujeres como usted en más de veinte años de carrera. Así que, no intente negarlo. Hablo con conocimiento de causa. ¿Desde hace cuánto y cuál fue el motivo que originó la ruptura?
La señora Cofino tomó aire, lo contuvo unos segundos mientras cerró los ojos y exhaló correctamente.
_ Eduardo y yo nos conocimos en la Secundaria_ confesó con anheló._ Verónica y yo estábamos completamente enamoradas de él.
_ Perdón que la interrumpa, señora Cofino_ intervino Dortmund, cortésmente._ ¿Quién es la señorita Verónica?
_ Mi hermana. Nos peleábamos por Eduardo. Y cuando digo que nos peleábamos, me refiero a discusiones severas que nos mantenían distantes por semanas enteras. En casa, ni nos hablábamos. Una siempre buscaba un pretexto para evitar a la otra en las reuniones y comidas familiares, en el almuerzo y en la cena. Hasta que nuestros padres se hartaron de todo esto y nos obligaron a entrar en razón. Y entonces hicimos lo que creímos mejor: cortar todo vínculo con Eduardo. Él no entendía qué sucedía y con Verónica tampoco quisimos explicarle. Simplemente, le pusimos punto final a la relación y nunca más volvimos a hablar con él. Nos graduamos y cada uno hizo su vida por separado. Hasta que hace tres años atrás volvimos a encontrarnos. Fue como si el tiempo no hubiese transcurrido para nosotros. Nos miramos a los ojos y dejamos de lado las diferencias del pasado. Quedamos en vernos, primero una vez, luego otra… Y cuando nos dimos cuenta, ya no había retorno.
_ Se comprometieron y se casaron_ acoté.
_ Así es. No le dijimos nada a Verónica por compasión, si quiere llamarlo así. Pero Eduardo tampoco me dijo que se reencontró con ella hace seis meses y que empezaron un romance a mis espaldas. 
Eleonor Cofino guardó silencio unos segundos y enseguida retomó el relato.
_ Todas las juntas a las que Eduardo supuestamente iba, esos congresos, esas reuniones… Era todo mentira.
Se tapó la cara con las manos y lloró compulsivamente.
_ Déjeme adivinar: se veían en el hotel Horizonte porque la señorita Verónica Cofino también era una mujer casada_ dedujo Dortmund perspicazmente.
_ Tal cual. Algunos empleados del hotel lo sabían. Pero en las declaraciones que dieron a la Justicia seguramente lo negaron_ replicó la señora Cofino, furibunda.
_ La hermana de la señora Eleonor Cofino se siente culpable y le confiesa todo a ella_ dijo el capitán Riestra, una vez los tres reunidos en casa de Sean Dortmund unas horas más tarde._ Ella no perdona a Verónica y la relación entre ambas se desvanece de manera definitiva. Entonces, Eleonor, atormentada por la traición de la que fuera víctima, devuelve la jugada y hace lo propio con el esposo de su hermana. Disputa de por medio, todo termina mal. Si lo pensamos de esta forma, Eduardo Orona fue el punto de partida de todo este problema sentimental. La lista se sospechosos se amplía.
_ Admito que ha usted formulado un razonamiento increíblemente acertado y verosímil, capitán Riestra_ lo alabó Dortmund con gran satisfacción.
Nuestro amigo le devolvió el gesto con una sonrisa.
_ Hay que volver a hablar con el personal del hotel y con la hermana de la viuda y su esposo, respectivamente_ sugirió el inspector con determinación.
_ ¿Y si fueron los tres?_ referí ocurrentemente.
Riestra y mi amigo me miraron impactados.
_ Arriesgado y endeble_ opinó reflexivo, Dortmund._ Pero la posibilidad existe.
_ No descartemos nada por el momento, señores_ consideró el capitán Riestra._ Frente a este panorama, es posible que el médico haya mentido para cubrir a Orona.
_ Nosotros hablaremos con él, capitán Riestra_ ordenó Sean Dortmund, moderadamente_ mientras, usted vaya  y hable con la señorita Verónica Cofino y su esposo… Suponiendo que aún convivan juntos.
El capitán averiguó que el matrimonio entre Verónica Cofino y su esposo en efecto se había disuelto. Pero lo más interesante del caso era quién resultó ser su marido: Guillermo Esnaola, el mismo médico que tomó protagonismo desde el inicio del presente relato. Afortunadamente, con Dortmund hicimos otras diligencias previas a visitarlo, por lo que pudimos confrontarlo con esta nueva información que nos dejó plasmados a todos.  El doctor se quedó atónito cuando lo contrapusimos con esta verdad.
_ Los congresos y todas las conferencias a las que supuestamente asistía para disertar son una pantalla_ confesó Esnaola, quebrantado.
_ ¿Por qué lo encubrió?_ quiso saber Sean Dortmund._ Era con su esposa con la que el señor Orona mantenía un amorío en secreto, en definitiva.
_ Yo quise sacar todo a la luz y actuar de buena fe. Pero Eduardo me amenazó con contar lo que pasó hace siete años atrás.
_ ¿Qué pasó exactamente?
_ Me equivoqué en la dosis de la anestesia que le tenía que suministrar a una paciente y… Quedó con un cuadro irreversible de parálisis entera ya que su sistema nervioso central entró en crisis con la dosis demás que le di. Eduardo me cubrió denunciando falsamente que la paciente no había declarado en el  pre quirúrgico que era alérgica a la materia prima de la anestesia. Para eso movió contactos, falsificó actas… Qué se yo todo lo que hizo. Eso evitó que me echaran y que la familia de la paciente iniciara un juicio en mi contra por mala praxis.
_ Políticas para mantener limpia la imagen del hospital, no para proteger la suya personal.
_ Sí. Me suspendieron un mes, pero eso fue todo.  
_ Usted lo quiso mandar al frente, pero el señor Eduardo lo chantajeó, porque imagino que debe tener muy bien guardadas evidencias que avalan que usted cometió negligencia aquélla vez. Y si eso se sabe, su carrera se arruina.
_ Mentí sobre los congresos y toda esa madeja de estupideces que dije. Pero sabía que estaba en el hotel porque ahí se veía y pasaba noches enteras con mi mujer… ¡Mi mujer!_ y levantó la voz.  Pero Sean Dortmund lo contuvo.
_ ¿Y la señorita Verónica que posición tenía frente a esta situación?
_ Nunca le importé porque ella siempre estuvo enamorada de Eduardo. Se casó conmigo sólo para estar cerca suyo porque nosotros nos hicimos inseparables después que terminamos la Secundaria.  Y estoy convencido que él hizo lo propio con Eleonor. Ella sabe que su hermana la traicionó. La disputa entre ellas por Eduardo no fue cosa de adolescentes nada más.
_ ¿Usted le contó todo a Eleonor?
_ Sí, tuve que hacerlo. No me creía hasta que le convencí que lo comprobara por su propia cuenta. Entonces, lo siguió hasta el hotel y lo vio. La devastó terriblemente.
_ El resto puedo adivinarlo, señor Esnaola. Eduardo Orona descubrió a su esposa que lo espiaba y supo de su traición. Por eso discutieron por teléfono la noche de su muerte.
_ Sí. Pero eso fue tres días antes de que Eduardo muriera.
_ ¿Cómo se sentía el señor Orona con todo este drama cargando sobre sus hombros?
_ Muy presionado. Tal es así, que hará cosa de dos meses  aproximadamente inició un tratamiento con una psiquiatra especializada en esta clase de conflictos. Tomaba un antidepresivo muy poderoso.  Pero no por mi culpa, sino por la suya expresamente. Lamento su muerte, pero no tengo que ver con eso.
_ Convengamos, doctor Esnaola, que tanto usted como las señoritas Verónica y Eleonor Cofino tenían un potencial motivo en común para pretender asesinarlo. No voy a permitir que una inocente empleada del hotel que tuvo la mala suerte de que el cadáver apareciera en su canasta pague por algo de lo que ustedes son responsables. Quizás lo hizo uno solo, fueron dos a espaldas de un tercero… O los tres acordaron en matar a Eduardo Orona. Y dudo honestamente de que lamente su muerte. El principal problema en su matrimonio desaparece para siempre.
_ No voy a permitir que venga a mi consultorio y me ofenda de semejante manera.
_ Igualmente, no hay nada concluyente hasta que estén los resultados definitivos de la autopsia entre pasado y mañana. Buenas tardes, doctor Esnaola.
 _ ¿Por qué ésa actitud?_ le recriminé al inspector una vez afuera.
_ Porque sé que los tres se pusieron de acuerdo para matar a Eduardo Orona y no puedo probarlo_ me aseveró con indignación.
_ Porque quizás resulte que ellos no lo hicieran verdaderamente y la causa de muerte se explique de otra forma muy diferente. Suele ocurrir a menudo.
_ Pero no en este caso, doctor. Lo tuvieron que venir envenenando desde hacía por lo menos un mes antes. Necesito los resultados de la autopsia de inmediato.
_ ¿Qué haremos ahora?
_ Una visita rápida al hotel Horizonte.
_ ¿No va a hablar con la señorita Evangelina Sarniola, la empleada del hotel? Ella es la más perjudicada en todo este asunto.
_ Absolutamente no, doctor. Toda la información que necesitamos de ella ya la tenemos en poder nuestro. Cuando la vea, va a ser para decirle que está absuelta de culpa y cargo por la muerte de Eduardo Orona y que puede volver a su casa. La veré para decirle en persona y como es debido, que es una mujer libre. No antes.
Una vez en el hotel, nos entrevistamos con personal  de allí y todos nos dijeron que desconocían que la señorita Verónica Cofino era la amante de nuestra víctima. Contrariamente, estaban convencidos que se trataba de su esposa legítima. Las actitudes, a mí particularmente, me hubieran dado mucho que pensar. Pero todos sonaron genuinos. Así que, nos retiramos y Sean Dortmund le encomendó averiguar al capitán Riestra si en verdad Eduardo Orona se atendía con una psiquiatra y desde hacía cuánto.
_ Pase a la noche por mi departamento para discutir el resultado de sus averiguaciones, capitán Riestra. Lo espero._ le dijo amigo por teléfono y cortó la llamada.
No hablamos más del asunto hasta que alrededor de las 20:45, el capitán Riestra hizo gala de su presencia. Lo recibimos cordialmente, pusimos una mesa ratona rodeada de tres sillas, tiramos papeles, carpetas y expediente al centro de la misma,  y cada uno de nosotros ocupó su lugar.
_ Eduardo Orona efectivamente estaba en tratamiento con una psiquiatra particular, la doctora Alondra Medina, chilena residente en el país_ comenzó disertando Riestra._ La investigué y está limpia. Prestigiosa profesional en lo que hace. La visité en su consultorio y me recibió amablemente. Crucé unas breves palabras con ella y me dijo que el señor Eduardo Orona se sentía muy presionado por la culpa que sentía por todo lo que estaba viviendo, a tal punto que la doctora Medina temiera que cayera en una profunda depresión de la que no pudiese reponerse jamás.
_ Y le recetó un antidepresivo fuerte_ añadió Dortmund con los ojos brillosos.
_ Así es. Supongo que Orona era alguien que no controlaba sus acciones y alguien a quien no le gustaba acatar órdenes de nadie, y menos de una profesional a la que apenas conocía. Si sentía tanta culpa y estaba tan nervioso por todo esto,  entonces se aumentó abruptamente las dosis del medicamento hasta que su sistema colapsó y derivó en un ataque que terminó con su muerte.  Hay que esperar los resultados decisivos de la autopsia, pero no creo estar lejos de la verdad. A propósito, el forense me citó mañana a primera hora para entregármelos en persona.
_ Un desafortunado accidente, después de todo_ acoté compungido.
_ No, señores_ dijo Dortmund con inteligencia._ Un asesinato… Un vil pero brillante asesinato. El crimen perfecto.
Miramos al inspector azorados.
_ ¿No lo ven acaso?_ nos dijo con disgusto._ Tanto Verónica como Eleonor Cofino y el doctor Guillermo Esnaola saben que Eduardo Orona tiene una debilidad muy potente que ellos aprovechan para usar a su entero beneficio: los nervios por la presión que siente encima por el conflicto en el que se metió, por la traición de las que ellos tres fueran víctimas, sin sentir culpa ni remordimiento en absoluto, porque entre ellos también hubo traiciones e infidelidades internas que despertó un viejo romance del pasado. ¿Pero, iban a estar peleados entre sí por culpa del señor Orona? ¿Iban a arruinar sus vidas por él, por Verónica Cofino que consintió traicionar sus principios, por Guillermo Esnaola que se dejó llevar por sus impulsos y por Eleonor Cofino que sabía toda la verdad al respecto? No. Arman un plan entre los tres, un audaz plan que no desperatría la más mínima sospecha de que en verdad se trató de un asesinato fríamente planificado y ejecutado. Cada uno por separado, le echa en cara las cosas a Eduardo Orona. Le dicen de todo. Le hablan de traiciones, responsabilidades y demás cuestiones para que él se sientiera mal. Tan mal que no soportara la presión y se suicidara. Pero eso no pasó, sino que Eduaro Orona acudió a pedir ayuda profesional con una psiquiatra que, a la vera de los hechos de los que su paciente es víctima y victimario al mismo tiempo, le receta un antidepresivo para atenuarlo. Los tres se enteran e intensifican su plan. Los insultos son más graves, aparecen amenazas de por medio, el miedo crece… Y Eduardo Orona, para aliviar todo eso, se aumenta la dosis del medicamento. Este patrón de reclamos va en aumento constante y ese aumento es directamente proporcional con las dosis diaria que Orona ingiere del antidepresivo recetado por la doctora Medina. El día de su fallecimiento, su esposa, Eleonor Cofino, altera el remedio seguramente para que la dosis aún sea mayor, para acelerar digamos el proceso. Como él ya venía administrándose por cuenta propia dosis demás, el hecho pasaría absolutamente desapercibido en caso de una eventual autopsia. Una vez en el hotel, Guillermo Esnaola simplemente tiene que llamarlo por teléfono y seguir con los ataques morales y psicológicos para que Orona ingiriera la última dosis, la letal, la cual tomó mientras estaba al teléfono. Esnaola es médico, así que sabe cómo funciona esto.
Corta la llamada, Eduardo Orona se siente mal, abre la puerta de su habitación para pedir ayuda pero el colapso es inmediato y cae muerto adentro del canasto de ropa de la mucama del hotel, la señorita Evangelina Sarniola. Ella no se da cuenta de la situación hasta que vacía su contenido en el lavadero del hotel y ve caer el cuerpo de Eduardo Orona.
Con el capitán Riestra nos quedamos enmudecidos y consternados. No entendíamos cómo existía gente capaz de algo así en el mundo.
_ ¿Está seguro de lo que dice, Dortmund?_ preguntó con timidez, Riestra.
_ Así es. Y podrá confirmar lo que digo con los resultados de la autopsia. Es un asesinato y no podemos hacer nada para probarlo. Los tres quedarán impunes.
_ Si usted le cuenta esto a un juez, tal vez le crea y amerite considerar la imputación por homicidio agravado.  Usted tiene credibilidad y mucho peso en el Poder Judicial, Dortmund.
_ No, no van a creerme. Lo máximo que puedo hacer es intentar demostrar con esto que les acabo de confiar instigación a cometer suicidio. Son muchos menos años de cárcel pero al menos los tres pagarían por lo que hicieron.
Tomó lápiz y papel, escribió unas líneas y le encomendó al capitán Riestra que la entregara al día siguiente a primera hora al juez competente en la causa.
Los resultados de la autopsia confirmaron por lejos la teoría que postuló Dortmund, pero desgraciadamente el juez rechazó los argumentos y el cargo por instigación a cometer suicidio, pese a los esfuerzos del inspector por intentar convencerlo de lo contrario. El caso fue catalogado como accidente, porque ni siquiera pudo demostrarse un suicidio, ni siquiera pudo demostrarse que el señor Orona tomó grandes dosis del antidepresivo en cuestión para darse muerte; y la causa se cerró.
Evangelina Sarniola quedó libre y Sean Dortmund se encargó personalmente de ir a sacarla de la cárcel y contarle cómo fueron realmente los hechos, tal como lo prometió.  A la noche, en nuestra residencia, mi amigo no podía dejar de mirar las fotos de los tres asesinos.
_ La Justicia es así, lamentablemente_ le dije._ No siempre se gana y lo justo muchas veces termina siendo lo injusto. Y viceversa.
_ Los voy a atrapar, doctor. Voy a encontrar el error y los voy a atrapar. El señor Orona merece justicia y yo prometo dársela sea como sea.