El caso que esa vez le tocó resolver a León Betancourt era de una particularidad muy especial, y por ende, de una solución poco viable. Pero para él, no había imposibles. Le gustaban los desafíos.
_ ¿Intentó por todos los medios legales convencionales resolver el conflicto, señora Bordioni?_ le preguntó Betancourt a la mujer que tenía sentada frente a él en su despacho.
Emilce Bordioni era una mujer de unos 59 años, vestida con elegancia, de aspecto respetable y con un semblante rozagante.
_ Sí_ respondió ella, apenada._ Llegué hasta mandarles una carta documento, pero ni siquiera con eso pude disuadirlos.
_ ¿La prepaga se rehúsa a explicarle los motivos de su decisión, pero usted asume que no la admiten por esa cuestión que me planteó cuando me contactó por teléfono?
_ ¿Y por qué otra cosa iba a ser, sino? Y yo necesito atenderme de urgencia por un tratamiento que estoy haciendo y que no puedo interrumpir bajo ningún concepto. En los hospitales públicos no hay insumos ni infraestructura ni personal adecuado. Ellos hicieron todo lo posible, pero me dijeron que la única alternativa que tenía era el sanatorio La Sanidad. Incluso, el director del hospital regional me hizo una carta de recomendación para presentarles. Pero no hay caso. Es gente insensible. Son empresarios, ni siquiera son personas. No sé por qué las legislaciones que rigen en nuestro país no son más severas con este tipo de asuntos.
_ Con la carta de recomendación, su historia clínica y su situación, el sanatorio debiera admitirla y brindarle el tratamiento de forma gratuita. ¿Entiendo bien?
_ Perfectamente, señor Betancourt. Son políticas implementadas que tienen que respetar impuestas por ley. Pero como un tratamiento muy caro me lo tienen que hacer gratuitamente, entonces ponen palos en la rueda constantemente.
_ Las autoridades de La Sanidad se justifican alegando que el estatuto interno del sanatorio no permite esta clase de excepciones.
_ Así es, entre miles de pretextos más, que no vienen al caso. Y no pienso pagar los $8000 que me exigen que abone para realizar el tratamiento porque no me corresponde.
_ Pero usted supone que la decisión responde a otro motivo mucho más grave, socialmente hablando.
_ La Ley Nacional Nº 26.914 me avala. Soy insulinodependiente. Y si los servicios públicos no pueden brindarme una atención digna para tratar la enfermedad, la obligación recae automáticamente en los servicios de salud privada, los cuales no pueden oponerse a llevarlo adelante. Pero este no parece ser el caso. Inclusive, La Sanidad tiene un estatuto interno, como le mencioné antes, que complementa algunos puntos de la ley nacional. Pero ellos se siguen negando categóricamente y rechazando mis argumentos con excusas baratas.
_ ¿Y no probó con ir a otros centros de salud a ver qué le dicen, señora Bordioni?
_ La burocracia hace más difícil todo, ¿sabe, Betancourt?
_ Muy bien. Si usted no pudo disuadirlos legalmente para que le admitan el tratamiento gratuitamente, yo voy a disuadirlos con sofisticados artilugios que le aseguro son ciento por ciento efectivos.
_ Haga lo que deba hacer. En cuanto al pago por sus servicios…
_ Eso no es prioridad ahora. Tengo una idea muy simple que no puede fallar. Pero usted tendrá que desempeñar un rol fundamental para que funcione eficazmente.
_ Estoy dispuesta a ayudarlo en lo que precise.
León Betancourt se puso de pie y dirigió a Emilce Bordioni una mirada y una sonrisa muy inocentemente particulares.
El sanatorio La Sanidad se encontraba ubicado en pleno corazón de Palermo. Cuando llegaron, León Betancourt hizo ingresar a Emilce Bordioni primero y le solicitó anunciarse en la mesa de entradas. Allí, le pidió amablemente a la secretaria que quisiera hablar con el responsable del área, el doctor Arturo Demarconi. Al comienzo, Demarconi se negó a volver a recibir a Emilce Bordioni, pero ante las reiteradas insistencias de la mujer, aceptó recibirla una vez más. Salió a su encuentro en una actitud ya hastiada y soberbia.
_ Señora Bordioni, otra vez por acá_ dijo Arturo Demarconi con sarcasmo._ Ya le explicamos veinte veces su situación. El gerente de la empresa no me autoriza a hacerle el tratamiento contra la diabetes gratis. Si quiere que se lo hagamos, tiene que abonar $8000 cada vez que se lo realice. De lo contrario, le voy a pedir que por favor no insista más, no venga más, porque compromete al personal que está trabajando y compromete a la empresa. Vaya a otra clínica, hay por doquier en Capital.
_ ¿Así qué los comprometo? Mire usted. La ley dice que el tratamiento me lo tienen que brindar de forma gratuita. Y con una carta de recomendación de por medio, no se pueden negar. Usted sabe cabalmente que mi situación económica actual no me permite afrontar un gasto diario tan grande_ refrendó Emilce Bordioni resueltamente.
_ Su situación económica no es asunto que le ataña a la compañía. Mire, esto no pasa por una cuestión legal. Este tipo de decisiones pasan por una cuestión política, burocrática… Usted me comprende.
_ Ustedes me discriminan por mi condición sexual. Por eso no me admiten. Porque me gustan las personas de mí mismo sexo.
_ No es así, señora Bordioni. Y usted lo sabe perfectamente eso.
_ No le creo, Demarconi. Empresas como la suya tienen un amplio itinerario de situaciones de discriminación de esta naturaleza.
_ La Sanidad no va a cubrirle el tratamiento, punto. Lo prohíbe el estatuto interno. Órdenes de la gerencia. Ya no hay razones para que siga insistiendo, señora Bordioni. Ahora, si es tan amable…
León Betancourt emergió en ese preciso instante luciendo un sofisticado y reluciente traje negro y una actitud soberbia y exasperada que denotaba una inescrutable autoridad notable. Miró al doctor Demarconi despectivamente, miró a Emilce Bordioni con cortesía y le dijo.
_ No se preocupe, agente. Grabé todo. En la cinta hay suficiente evidencia para iniciarles una causa por discriminación y su consecuente persecución penal a la luz de los propios hechos.
_ ¿Agente? ¿Pero, qué es esta locura?_ inquirió el doctor Demarconi, confundido y desorientado._ ¿Y usted quién es?_ volvió a preguntar, en referencia a León Betancourt.
_ Soy el doctor Silvio Gramonti, secretario del juez Robledo y representante del fuero penal número 5 de la Justicia de la Ciudad. Y ella es la sargento Emilce Bordioni, de la Policía Federal.
_ ¿Qué está pasando? No entiendo…
_ Entiende muy bien, Demarconi. Recibimos varias denuncias de afiliados que eran discriminados por su orientación sexual, religiosa y política para ser atendidos por ustedes. Gente que quiso afiliarse y no se lo permitieron por su condición sexual, interponiendo pretextos realmente muy absurdos y ridículos. Algunos tan ridículos que hasta dan risa. Y decidimos infiltrar a una agente de la Policía por orden del juez Robledo para constatar la denuncia y reunir las pruebas necesarias para iniciar una investigación en su contra.
_ No, mire. Acá hay una confusión…
_ ¡Cállese! No me quiera tomar por estúpido como a sus afiliados. El sargento Bordioni tiene diabetes y necesita hacerse un tratamiento diario, y ustedes por ley, están obligados a recibirla. Pero cuando se enteraron de que profesa una orientación sexual socialmente amoral y contradictoria para las políticas de la empresa, decidieron no admitirla, intercalándole excusas de toda índole. No solo a nuestra agente, claro. Sino, a todas las personas que se vieron afectadas por lo mismo y radicaron la denuncia correspondiente en nuestras dependencias judiciales.
_ Escúcheme, Gramonti. Entienda que…
_ ¿Entienda qué? Tomo eso como una ratificación a mis acusaciones y a la situación en particular de nuestra infiltrada. No solamente ésta, sino todas las conversaciones de todas las veces que la sargento Bordioni vino anteriormente fueron registradas y ya están en manos del juez Robledo.
_ Mire. No tiene porqué…
_ Créame que si admite todo, Demarconi, va a ser todo mucho más sencillo tanto para usted como para el sanatorio.
_ Usted gana. Cuando el gerente de la empresa, el doctor Illanes, se enteró de que la señora Emilce Bordioni siente atracción física por los semejantes de su mismo género sintió una inmensa repulsión y me ordenó rechazarle el tratamiento con cualquier excusa. Quise disuadirlo, pero no logré que entrara en razón. Es una persona homofóbica y eso está por encima de cualquier ley para él.
_ ¿Admite que los casos de los señores Calvo, Vallar y Montero, y de las señoras Arévalo y Cáceres se rigen bajo la misma disposición implementada arbitraria e ilegítimamente por el gerente del sanatorio La Sanidad, el doctor Illanes?
_ Sí, lo admito. Pero entienda que si la denuncia procede, es la ruina para todos.
_ No se preocupe, Demarconi. Tengo la misma debilidad que todos los funcionarios judiciales en este país.
_ Nos estamos entendiendo parece, Gramonti. ¿Cuánto para dejar todo así como está?
_ Nunca dije de dejar así todo como está. Mi precio es para no proceder legalmente contra la empresa, que solamente voy a aceptar si ustedes le brindan a la sargento Emilce Bordioni el tratamiento que por ley le corresponde de manera absolutamente gratuita.
_ Me pone en un apuro…
_ Ok. En media hora tiene a toda la Policía y la prensa acá. Y ustedes van a salir esposados ante la vista de todo el mundo.
_ No es fácil, Gramonti. ¡Entiéndame, por favor! ¿Cómo me justifico hacia el gerente? ¡Me va a fusilar!
_ Sus problemas con el doctor Illanes no son cuestiones que atañan a nuestro interés. Resuélvalo como sea. No tiene muchas alternativas, Demarconi. O me da el dinero que le pida supeditado a que tanto a la sargento Bordioni como a todo el resto de las personas en su misma situación o en otra similar sean atendidas sin discriminación alguna o van presos, punto.
Viendo que no tenía otra salida posible, Arturo Demarconi le dio el soborno a León Betancourt y cumplió con su parte del acuerdo. Lo que sí no quedó del todo claro es cómo logró convencerlo al doctor Illanes, el gerente del sanatorio La Sanidad, al respecto. Pero ese no era asunto suyo.
_ Quédese tranquila, señora Bordioni_ le dijo León Betancourt de nuevo en su despacho,_ que los honorarios por mis servicios quedan cubiertos con esta generosa contribución que el doctor Demarconi realizó en nombre del Sanatorio La Sanidad.
_ Me salvó. No sé cómo voy a agradecerle todo lo que hizo_ dijo Emilce Bordioni con una sonrisa que surcaba proporcionalmente sus labios.
_ Su caso marcó un gran antecedente, se lo garantizo. Quédese con eso y estamos a mano.