Si hay un tipo de crimen que realmente conmueve a la opinión pública, es aquél que involucra a una celebridad muy querida por la mayoría de la audiencia. Para algunos, Lucía Restrepo era una actriz sobrevalorada, engreída y soberbia; que actuaba sus personajes horriblemente y que además tenía la virtud de ser excesivamente caprichosa y de que encima los productores para colmo le satisficieran esos caprichos que eran impropios de una mujer de su estilo. Para otros, en cambio, era poseedora de todas las probidades opuestas a las mencionadas. Para decirlo en términos más simples, tenía seguidores que la querían y otros que la odiaban. ¿Y qué mejor para una actriz como Lucía Restrepo que ser odiada públicamente? Para ella o cualquier actor de su talla, esa es la mejor publicidad que puede tener porque la eleva hasta lo más alto del pedestal.
Tenía conflictos con mucha gente, incluso hasta con sus propios compañeros de elenco de la última obra de teatro que estaba protagonizando. Y algo de todo ese amplio abanico debió indudablemente matarla. Su muerte, o mejor dicho su asesinato, no fue al azar y mucho menos improvisado. El asesino lo planificó cuidadosamente con varios días de anticipación. La gran pregunta que surgía era: ¿por qué decidió matarla justo el día de su asesinato-vale la redundancia- y no otro día cualquiera?
Murió en pleno ensayo. Durante toda la obra, ella bebía de un vaso de agua apenas un trago en tres momentos distintos de la función. El vaso estaba apoyado sobre una mesa de luz que era parte de la decoración del escenario, visible para el público. Murió al ingerir el último sorbo, en la escena 5 del segundo acto. Alguien vertió cianuro con mucha discreción, la dosis justa para que el asesinato se camuflara como una aparente muerte natural producto de una falla cardíaca.
_ El envenamiento se produjo de 5 a 10 minutos antes de confirmado el deceso_ sentenció el médico forense, después de hacerle un análisis preliminar al cuerpo de Lucía Restrepo en la escena del crimen.
Sabíamos que había sido envenenada con cianuro porque hallamos restos del tóxico en el vaso de agua en cuestión.
Esto reducía los sospechosos a los cinco compañeros de elenco en cuestión de la interfecta: Valentín Saavedra, Eugenia Funes, Eleonor Ayala, Carlos Altolaguirre y Armando Solorzano. Todos estaban consternados, conmovidos por lo ocurrido… Lo mismo de siempre. Como si esa actitud fuese un guión en común en todos los casos de asesinato. Por ley, sabemos que uno o más fingen. En circunstancias habituales, los reconoceríamos en lo inmediato. Pero entre cinco actores, el asunto se relegaba a la más obtusa de las dificultades yacentes.
Lo primero que solicité hacer es recrear la escena completa en la que se produjo la muerte para tener una idea lo más aproximada y certera posible sobre quién tuvo la ocasión de verter el cianuro en el vaso con agua de forma prudente e inadvertida. Aunque los actores se ofuscaron demasiado, acataron las directivas aunque habiéndolo hecho muy a desgano y en contra de su propia voluntad. El resultado de la experiencia me desconcertó terriblemente. Ninguno de los cinco actores se acercó al vaso en ningún momento de la escena, por lo que ninguno tuvo la ocasión de echar el cianuro en el vaso con agua. Esto me molestó bastante y para ser sincero, me desconcertó profundamente. Pero más me irritó la actitud petulante e insolente de los cinco sospechosos y sus entredichos. Pero ese es tema aparte.
_ ¿Nadie más entra durante la escena, entonces?_ volví a preguntar para estar del todo convencido.
_ Ya le dijimos que no, capitán_ protestó con inmodestia la actriz Eleonor Ayala.
_ ¿Y las luces no bajan en ningún momento, el telón no se cierra para cambiar la escenografía…?
Carlos Altolaguirre caminó hacia mí con impertinencia y se paró enfrente de mí con soberbia e indignación.
_ La escena la recreamos tal cual sucede, tal como usted lo solicitó_ me dijo con descaro._ La escenografía no cambia sino hasta el final de la obra, las luces nunca bajan y el telón no se cierra jamás. De lo contrario, el público no podría ver nada. Y eso sería una gran pena porque no hacemos reembolso de la entrada.
El asesino había elegido el momento perfecto para cometer el asesinato y no dejar rastros. Volví a hablar con el forense para cerciorarme de que no hubo ningún error de interpretación en su análisis preliminar y así fue. Toda la información acerca del momento del fallecimiento de Lucía Restrepo era irremisiblemente correcta.
_ ¿Y el foco principal que ilumina el escenario y aumenta su intensidad levemente para destacar las acciones de la protagonista en escena, en este caso la víctima, es unidireccional?_ preguntó una sombra que venía caminando hacia nosotros por la zona de butacas y que a medida que avanzaba, su figura dejaba de ser un misterio, porque se dejaba entrever gradualmente con ayuda de las luces del escenario. Era nada más y nada menos que el inspector Sean Dortmund. Mi corazón dio un vuelco de alegría al verlo y una sensación de alivio se apoderó de mi alma por completo.
_ ¿Cómo supo que estaba trabajando en este caso, Dortmund?_ le pregunté curioso después de los saludos de rigor.
_ Vi el caso en las noticias_ replicó Dortmund_ e identifiqué que era su unidad la que estaba procesando la escena. Así que, me tomé el atrevimiento de venir sin avisarle. Espero no se ofenda por eso, capitán Riestra.
_ Para nada_ respondí gustoso._ Su ayuda será vital para esclarecer el caso.
_ Estuve antes de hacer oficial mi aparición unos minutos del lado de afuera oyendo todo lo que hablaban.
_ Entonces, ya está al tanto de la situación.
Los cinco actores contemplaban mi conversación con Dortmund con desconfianza y hartazgo.
_ Oiga, usted_ lanzó con imprudencia Armando Solorzano, dirigiéndose a Dortmund._ ¿Quién es y por qué preguntó lo de las luces?
_ Soy asesor de la Policía Federal, amigo del capitán Riestra. Y mi pregunta tiene un propósito muy claro: identificar el momento exacto en que se produjo el envenenamiento_ repuso el inspector con premura y tolerancia.
_ ¿Por una luz? No me haga reír.
_ ¿Dónde está el cuerpo?_ quiso saber el inspector.
Lo guié hacia él en el escenario. Dortmund se puso en cuclillas sobre la silueta dibujada que indicaba la posición exacta en que se halló el cadáver e hizo una serie de mediciones, mirando de tanto en tanto el foco de luz principal.
Al fin se puso de pie después de unos largos y extendidos minutos.
_ La luz cenital da de lleno en la víctima. ¿Cuánto tiempo estima, capitán Riestra, que pasó desde el momento de la muerte de la señorita Restrepo hasta su llegada a la escena?
_ Veinte minutos a media hora, calculo_ dije con cavilaciones.
_ El tiempo suficiente para que el calor que emana de la luz por la temperatura que controla modifique arduamente la data de la muerte del cuerpo de la señorita Lucía Restrepo.
Todos se quedaron enmudecidos, incluido yo.
_ No digo que el asesino lo haya planificado de esta forma_ reflexionó Dortmund con arrogancia._ Simplemente, fue un golpe de suerte que tuvo que le jugó muy a favor.
_ ¿Está sugiriendo que pudo ser envenenada en otro momento de la obra?_ indagó temerosa, Eugenia Funes.
_ Incluso, antes de iniciar, señorita. Y si ese es el caso, la lista de sospechosos se amplía.
_ ¿Cómo podemos verificarlo, Dortmund?_ inquirí.
_ Teniendo en cuenta la dosis de cianuro suministrada en relación a la diferencia de tiempo que dista desde el comienzo de la obra hasta el momento del deceso.
Los cinco actores miraron a Dortmund burlonamente. Pero yo detecté enseguida que el inspector pasó por alto el hecho. Cuando se develará quién de ellos era el asesino, las miradas burlonas y los entredichos acusadores iban a quedar reducidos a la más mínima insignificancia.
Los estudios revelaron que la dosis de cianuro suministrada era la mínima indispensable para causar la muerte. El deceso de la actriz Lucía Restrepo se produjo exactamente a las 17:18 y el ensayo empezó a las 16:30. Estos datos puestos en relación con la dosis proveída de cianuro más las características fisiológicas de la víctima, les proveyeron a Dortmund que el envenenamiento se había producido estimativamente entre las 16:15 y las 16:30 respectivamente. El forense estuvo de acuerdo con dichas apreciaciones.
Nos entrevistamos en lo inmediato con el señor Aparicio Celani, el utilero de la obra, para saber con precisión el recorrido del vaso con agua en cuestión. El hombre parecía insensiblemente indiferente a la situación.
_ Yo guardo todos los elementos chicos utilizados en la obra en este armario_ nos explicaba con mesura el señor Celani. Y nos señaló el armario en cuestión.
Dortmund y yo lo observamos con puntillosa meticulosidad.
_ ¿A qué se refiere con objetos chicos?_ pregunté más por curiosidad personal que por criterio profesional.
_ Vasos, manteles, cuadros, teléfonos… Ese tipo de elementos, capitán. No sé si me comprende.
_ Perfectamente, señor Celani.
_ Continúe, por favor_ le indicó el inspector, amablemente.
_ Llego, abro el armario, el señor Crespo, que es el director de la obra, revisa que esté todo en condiciones. Una vez que tengo su aprobación, llevo todo al escenario y lo dejo al alcance de los escenógrafos que se encargan de disponer todo adecuadamente para la función. Regreso para acá, cierro el armario con llave, me guardo la llave y ese es todo mi trabajo inicial.
_ ¿El vaso con agua lo llena usted?
_ A la vista del señor Crespo y por orden expresamente suya. Lo apoyo donde corresponde, siempre bajo la supervisión estricta del señor Crespo, y me retiro.
_ ¿Alguien más tiene copia de la llave del armario, señor Celani?
_ Solamente yo.
_ ¿Si mandamos a analizar las huellas del vaso por nuestros expertos, qué vamos a encontrar?_ pregunté prácticamente en tono de provocación. Dortmund me miró con desaprobación, pero apeló al silencio.
_ No sé, capitán. Seguramente encuentre mis huellas, porque como le estoy diciendo yo manipulo el vaso, las de la señorita Restrepo por una cuestión de sentido común, y presumiblemente las del señor Crespo, el director de la obra. Y alguna que otra de alguno de los escenógrafos. No más que eso. Se lo puedo asegurar_ me respondió Aparicio Celani con descortesía y hostilidad.
Eso era cierto. Y los datos fueron confirmados desde el laboratorio de medicina forense de la unidad. Pero quería probar si el señor Celani nos estaba diciendo toda la verdad o nos ocultaba algo, porque había algo en su persona que no me cerraba del todo. Pero al parecer tuve una intuición equivocada. Sean Dortmund estaba al tanto de estos resultados y no pareció sorprendido al conocerlos. Esperaba que fueran tales. Como yo, supongo.
_ ¿Vio movimientos extraños, alguien que no era parte del equipo, merodeando por el lugar?_ siguió interrogando el inspector al utilero.
_ No. Definitivamente, no_ respondió Celani, contundente y sin vacilar.
_ ¿Usted devuelve los objetos al armario y se lleva la llave consigo?_ quise saber.
_ Efectivamente.
Dortmund le hizo algunas preguntas más de menor interés y lo dejó ir. Estaba convencido de que el señor Aparicio Celani no estaba en absoluto involucrado en el asesinato de la señorita Lucía Restrepo. Seguidamente, pidió hablar con el señor Emanuel Crespo, el director de la obra. Era un hombre apático, pero dispuesto a colaborar con la causa. Estaba muy consternado por el asesinato de la señorita Lucía Restrepo.
_ Era una mujer increíble. Gran actriz, gran amiga, gran compañera de elenco_ comentó con mucho pesar y consternación, Emanuel Crespo. Parecía realmente honesto.
_ ¿Primera vez que trabajaba con la señorita Restrepo?_ indagó Sean Dortmund, indiferente.
_ No. Ya habíamos trabajado juntos antes en el teatro San Martín y una temporada en el Cervantes hace ocho años atrás.
_ ¿Ahí fue donde se conocieron?
_ Ciertamente, inspector. Me convocaron para dirigir temporalmente Hamlet porque Carlos Bidone, el director original de la obra, se había alejado transitoriamente de sus funciones por cuestiones de familia. Por respeto a su trabajo, respeté al elenco original. Y ahí estaba Lucía. Era realmente admirable. Todos la adoraban.
_ No todos_ intervine._ Más de medio país hablaba horrores de su persona.
_ Lucía era una figura pública con una forma de ser muy particular. No podía evitar tener gente en contra suya, que no paraba de inventarle cosas todo el tiempo. No tenía paz. Pero a ella no le importaba porque eso también era publicidad a su favor. Y porque además la otra mitad del país la idolatraba. Y eso la hacía sentirse muy segura de sí misma.
_ ¿Cómo era esa forma de ser muy particular a la que usted se refirió?
El señor Emanuel Crespo me escrudiñó con una mirada fulminante.
_ Era actriz y figura pública. Saque sus propias conclusiones, capitán_ me respondió con prepotencia.
No concebí su actitud, pero preferí quedarme en el molde para no generar conflictos innecesarios.
_ ¿Dónde estaba usted al momento del incidente, señor Crespo?_ inquirió Dortmund con interés.
_ Estaba reunido en la oficina arreglando unos asuntos administrativos con el responsable del teatro. Puede preguntarle si quiere.
_ Ya lo hice y lo verificó. Pero la señorita Restrepo fue envenenada. Y eso anula su coartada. ¿Desde qué hora estuvo reunido con el señor Peralta, el responsable del teatro?
_ Desde las 16:10, más o menos.
_ ¿Y dejó a los actores solos en el ensayo?
_ Son profesionales y la obra ya la tenían dominada. Confié y confío plenamente en ellos.
_ Me interesa el tema del seguro, señor Crespo. Todos los actores de la obra debían estar asegurados por una suma considerable de dinero. Pero no dudo en suponer, y disculpe la impertinencia de mis dichos, que la señorita Restrepo era la que más valía. ¿O me equivoco?
_ No me gusta en absoluto lo que sugiere, inspector.
_ Si la obra estaba en quiebra, un asesinato que pareciera accidental ante la vista de la compañía de seguros y de los propios compañeros de elenco como potenciales testigos de la tragedia, le otorgaría una buena suma en mano que sin duda subsanaría todo problema financiero y económico que la obra padeciese.
_ ¡No me gusta lo que está insinuando!
Traté de contener la situación, pero mis esfuerzos fueron en vano. Emanuel Crespo nos echó como dos perros a la calle. Una vez afuera del teatro, le recriminé con prudencia su conducta a Dortmund.
_ No se exaspere, capitán Riestra_ me dijo con premura y una sonrisa cómplice dibujada en sus labios._ Sé con exactitud que el seguro no fue el motivo de este crimen.
Lo miré estupefacto.
_ ¿Ya sabe lo que pasó?_ le pregunté desconcertado.
_ Tengo una idea aproximada al respecto. Pero la confirmaremos mañana a primera hora después de interrogar a los cinco actores que compartían escenario con la señorita Restrepo.
_ Recreé exhaustivamente los movimientos de ellos cinco a través del ensayo. Pero créame Dortmund que ninguno tuvo una posibilidad clara de verter el cianuro en el vaso sin pasar desapercibido.
_ Sé eso también, capitán. No es eso lo que pretendo corroborar mañana, sino otra idea muy diferente. Los cinco tenían motivos para el crimen, después de todo.
_ Entonces, fueron los cinco a la vez. Uno fue el autor material, uno o más de uno los autores intelectuales y todos en simultáneo copartícipes del hecho.
_ Teoría errónea, amigo mío.
_ ¿Qué idea tiene entonces, Dortmund?
_ Mañana, capitán Riestra. Mañana. No se impaciente.
Y se despidió sin decir nada más. Yo lo contemplé cabalmente confuso y desvarío.
Pensé en el asunto toda la noche, pero no llegué a una conclusión razonable. Sí me resultaba sutilmente endeble que Sean Dortmund limitase los sospechosos a los cinco compañeros de elenco de Lucía Restrepo cuando la data oficial del asesinato proponía contrariamente a esto un extenso abanico de posibles culpables, premisa ungida por el propio inspector Dortmund. Pero si él no lo consideró, era una prueba irrefutable de que sabía en parte lo que había verdaderamente sucedido. Así que a la mañana siguiente cuando me encontré con él en la puerta del teatro, decidí no mencionar el asunto. Me saludó cortésmente e ingresamos inmediatamente a la sala.
Los cinco actores estaban ofendidos, irascibles e inquietos esperándonos sobre el escenario.
_ Esto es una humillación_ protestó enérgica, la señorita Eugenia Funes._ Mi abogado ya está al tanto de todo.
_ Su consulta a un profesional de las leyes es innecesaria, señorita Funes_ replicó Sean Dortmund con parsimonia.
_ ¿Para qué nos citaron? ¿Qué más quieren de nosotros?_ se acopló Valentín Saavedra a los reclamos.
_ ¡Eso!_ reaccionó con mordacidad Carlos Altolaguirre._ Ya le dijimos a la Policía todo lo que sabemos.
_ Pero no a mí, señores. No a Sean Dortmund. No se precipiten. No los retendré más de cinco minutos a cada uno de ustedes.
_ Los cinco minutos de la Policía se convierten en interminables horas de angustia, sometimiento y humillación_ refrendó tajante Armando Solorzano.
_ Les reitero señores, que yo no soy la Policía. Y yo sí cumplo con mi palabra, señor Solorzano. Siempre. No hagan esto más difícil, por favor. Más predispuestos se muestran a colaborar conmigo, menos tiempo los retendré y más rápido se podrán ir.
Finalmente cedieron.
La primera en declarar fue Eugenia Funes. Estaba algo nerviosa, pero sabía controlar sus nervios a la perfección.
_ ¿Cómo era su relación con la víctima, señorita Funes?_ atacó Dortmund.
_ A decir verdad, inspector, deplorable_ respondió la actriz, con rencor._ Ella, por ser la estrella principal, se llevaba todos los elogios, todos los aplausos, todos los reconocimientos. Y al resto nada. Mi papel es mucho más importante que el de ella y ni siquiera una felicitación. Bienvenido a mi mundo.
_ La paciencia se le agotó y la mató.
_ Si verdaderamente la hubiese querido hundir, la hubiera humillado públicamente. Eso para un actor reconocido es peor que la muerte, se lo aseguro.
_ ¿Y qué puede decirme del señor Emanuel Crespo, el director de la obra?
_ ¿Qué quiere que le diga? Un tipo macanudo, inteligente, bondadoso. Pero de teatro no sabía absolutamente nada. Lucía no estaba cómoda en su papel ni yo en el mío. Es un desastre designando personajes. El papel de Valentín, por ejemplo, le quedaría mil veces mejor a Carlos. El único rol bien asignado es el de Armando.
_ ¿Y el de la señorita Ayala?
_ Ella puede tener el papel que quiera. Es más engreída que Lucía. Y Emanuel siente devoción por las actrices engreídas.
_ ¿Primera vez que trabaja con él?
_ La segunda. Y ambas veces fueron muy similares.
_ Pero si la volvió a elegir, es porque vio indiscutiblemente en usted una cualidad muy interesante.
_ Supongo que será así.
La despidió amablemente y los siguientes en ser entrevistados fueron en orden Armando Solorzano, Carlos Altolaguirre, Eleonor Ayala y Valentín Saavedra.
Las respuestas de los tres caballeros fueron prácticamente idénticas. Mostraban una indiferencia despótica hacia el señor Emanuel Crespo. No lo elogiaron pero tampoco lo tiraron abajo. Hablaron bien de su persona y su trabajo lo justo y necesario. Saavedra y Altolaguirre era la primera vez que trabajan con él, en tanto para el señor Solorzano era la tercera. No tenía un concepto sobresaliente sobre su labor pero siempre le ofreció papeles interesantes.
En cambio, sobre Lucía Restrepo, las opiniones de Saavedra y Altolaguirre eran positivas, en tanto que la del señor Armando Solorzano era devastadoramente negativa. Valentín Saavedra y Carlos Altolaguirre era la primera vez que trabajaban con ella, aunque ya la conocían del ambiente. Tenían una impresión equivocada sobre ella que modificaron rotundamente cuando comenzaron a compartir escenario. Ambos hombres dijeron que era una gran actriz y una gran persona, buena compañera y humilde. Sin embargo, Dortmund intuyó que eso era una gran mentira y que tampoco Lucía Restrepo les caía para nada bien. Pero obvió mencionar el hecho abiertamente.
En cambio, el señor Armando Solorzano era la cuarta vez que trabajaba con ella, siempre bajo direcciones diferentes. Decía que era engreída, mala persona y que le gustaba humillarlo en los ensayos, aunque esto era un dato someramente incomprobable. Lamentó su muerte, pero no lo afectó en lo más mínimo.
Por su parte, Eleonor Ayala habló maravillas de Emanuel Crespo y barbaridades de Lucía Restrepo. Con el señor Crespo, venían trabajando desde hace un poco más de un año ya y con Lucía Restrepo era la segunda vez que compartía una obra. Pero adujo en su declaración que la señorita Restrepo siempre intentó opacarla en público y hasta en algunas ocasiones lo consiguió. El rencor hacia ella era mordaz.
El inspector les agradeció a los cinco la buena predisposición que tuvieron y los liberó.
Una vez afuera del teatro, Dortmund me expuso sus observaciones respecto a los interrogatorios, los cuales a mi entender no ponían de relieve ninguna ocurrencia trascendental, y seguidamente me hizo dos peticiones que tomé como curiosamente raras.
_ Irá en primer lugar al teatro San Martín y luego al Cervantes y preguntará en ambos casos por la misma persona_ y Dortmund me extendió un papel doblado en cuatro. Al abrirlo y leerlo, mi rostro adquirió una expresión de extrañeza inapropiada.
_ No debería sorprenderle, capitán Riestra_ comentó con indiferencia.
_ ¿Y qué quiere que pregunte?_ quise saber.
_ Si trabajo en ambos teatros, hace cuánto y en qué contexto. Preguntas simples, respuestas simples, directas y lo más completas posible. Si percibe que en las contestaciones quedan espacios vacíos, llénelos preguntando de nuevo.
_ ¿Y a dónde quiere que vaya después?
_ A este otro lugar.
Y me extendió amablemente otro papel, también plegado en cuatro partes. Y mi expresión de asombro fue idéntica a la primera.
_ Ahí preguntará por el señor Ismael Lugones y le dirá…
Cumplí con ambas peticiones y regresé a las pocas horas con toda la información disponible que Sean Dortmund me encomendó que averiguara. Por mi parte, cada vez estaba más confundido.
Cuando le expuse lo que había averiguado, no se sorprendió en lo más mínimo.
_ Empezaré brevemente por el señor Ismael Lugones, reconocido periodista de espectáculos y uno de los más influyentes de Argentina. Sus reseñas pueden llevar a la cima a una obra o llevarla a la ruina. Su pluma es un arma muy poderosa. Y es su trayectoria y reconocimiento lo que le otorga el verdadero poder, que transfiere a través de la redacción de sus artículos. Supe recientemente que el señor Lugones fue a ver la obra en dos ocasiones y que no se llevó una buena impresión en ninguna de las dos ocasiones. Como íntimo amigo del dueño del teatro, solicitó presenciar uno de los ensayos para intentar profundizar el concepto que tenía sobre la obra y además para entrevistarse con el señor Emanuel Crespo, su director. Lugones le explica que la obra le pareció terriblemente mala y que su reseña en el diario va a ser devastadoramente negativa. Emanuel Crespo se angustia arduamente e intenta por todos los medios suplicarle al señor Ismael Lugones que escriba algo favorable al respecto de lo que vio. Al comienzo, el periodista se niega categóricamente y las súplicas de Emanuel Crespo se tornan más insistentemente insoportables. Hasta que Lugones le ofrece una solución poco ortodoxa y nada ética para hablar maravillas de la obra en su artículo: lo soborna. Le pide dinero a cambio de una buena crítica en el matutino. Pero el señor Crespo es incorruptible y se niega. Y el periodista, ofendido por el rechazo de su oferta, amenaza con redactar una reseña mucho más dañina y destructiva que la que tenía originalmente en la cabeza. ¿Qué hacer para evitar que el periodista y crítico de teatro más influyente y con más poder del país revierta su decisión de escribir una nota de opinión tan negativa que pueda significar tanto el fin de la obra en cartelera como la de su propia carrera profesional? Y se le ocurre que si la actriz más influyente, querida y admirada por más de medio país sufriese un pequeño incidente en escena, el señor Lugones podría apiadarse y revertir su disposición. Claro que un hombre como Lugones, eso sería motivo de profundizar su devoción por arruinar una obra que se logró realizar con un esfuerzo desmedido. Pero el señor Crespo no lo ve de esa manera y habla con la señorita Lucía Restrepo para que lleve adelante su propósito. Y la elige a ella porque la conoce de cuando trabajaron juntos en el teatro San Martín hace seis años atrás y en el Cervantes, hace ocho años atrás. Él le plantea su idea y ella se niega porque el plan es severamente arriesgado. La asusta la idea de que algo salga mal. Pero Emanuel Crespo la convence de que va a estar todo bien y finalmente, Lucía Restrepo accede sin más prejuicios. El plan era inducir una falla cardíaca mediante el empleo de una dosis ínfima de cianuro. Pero los cálculos fueron inexactos y el resultado fue la muerte accidental de la actriz en escena.
Me quedé obnubilado.
_ Increíble. Simplemente, increíble_ comenté todavía sin salir del asombro._ ¿Puede probarlo?
_ No. Lamentablemente, es sólo una historia. Pero mi otra teoría concatena con esta primera de manera perfecta. Lucía Restrepo y Emanuel Crespo eran amantes. Y lo eran desde hace ocho años, desde sus inicios en el teatro Cervantes.
_ No deja de sorprenderme, Dortmund.
_ Durante ocho años, ellos son amantes y mantienen su romance en absoluto secreto. Pero no es el único secreto que el señor Crespo mantiene, sino que está felizmente casado desde hace diecisiete años. Y este secreto se lo ocultó nada más ni nada menos que a la señorita Restrepo, su amante. Mientras ella no lo sepa, su carrera y su matrimonio están a salvo. No tiene por qué saberlo porque nadie lo sabía. Pero Lucía Restrepo accidentalmente una tarde lo ve al señor Crespo disfrutar en familia. Se siente engañada, humillada y traicionada. Ella lo confronta violentamente y amenaza con sacar su relación ilícita con él a la luz. Emanuel Crespo se siente amenazado y atrapado entre cuatro paredes. No logra disuadir a la señorita Lucía Restrepo que dé marcha atrás y apela a la única solución posible: el asesinato. Pero lo comete en un contexto en donde aparezcan implicados el resto de los actores. A su vez, aprovecha el incidente para persuadir al señor Ismael Lugones, el insoportable periodista que pretende arruinarlo. Pero lo que el señor Crespo no sabía era que el calor emanado de la iluminación dando de lleno en el cuerpo alteraría parcialmente la data de la muerte y sería un gran golpe de suerte a su favor.
También podemos imaginar que el señor Lugones se habría enterado del romance y la extorsión vino en realidad por ese lado. Y con el asesinato de Lucía Restrepo, mata dos pájaros de un solo disparo. Pero lo creo muy poco probable.
Yo estaba completamente estupefacto y aturdido.
_ Tampoco puede comprobar esta segunda teoría_ pronuncié lastimosamente.
_ Al contrario, poseo un gran indicio que valida fuertemente esta hipótesis, capitán Riestra_ me respondió Sean Dortmund con un inusitado entusiasmo.
_ ¿Cuál?_ le pregunté curioso.
_ Cuando entrevistamos al señor Crespo, se refirió a la señorita Restrepo como a “una mujer increíble. Gran actriz, gran amiga, gran compañera de elenco”. Y lo dijo con sincero pesar. Realmente estaba devastado por lo ocurrido. Y se podía leer muy claramente la culpa que lo carcomía por dentro.
_ De todos modos, en uno u otro caso, él la mató.
_ No. El señor Crespo no es el asesino, capitán Riestra.
_ Créame que cada vez entiendo menos a dónde quiere llegar.
_ Es bastante más sencillo de lo que parece. El señor Lugones sabía del romance clandestino que Emanuel Crespo y la víctima mantenían desde hace tiempo, no dudo de esto al respecto. ¿Quién es la única persona que pudo haberle dicho? La propia señorita Restrepo. Es una mujer de alma vengativa y espíritu combativo. No va a perdonar al señor Crespo por haberle mentido durante ocho años. Así que, sabiendo de la visita de Ismael Lugones al señor Crespo, visita al periodista y le confiesa el romance. Y le propone sobornar a Emanuel Crespo para no publicarlo. ¿Por qué? ¿Por caridad? ¿Por gentileza? No. Porque era parte de un plan mayor. Lugones acepta y soborna al señor Crespo con dicha información. Se niega a aceptar el soborno y se imagina que fue su propia amante la que filtró la información, y la confronta sin rodeos. Después de discutir unos cuantos minutos, ella se muestra falsamente apenada y él le propone un plan para evitar un mal mayor. Y se le ocurre en este punto la idea del accidente al señor Crespo. Y acá viene lo más interesante de todo. Lucía Restrepo no accede ayudarlo por remordimiento ni compasión, sino para terminar de hundirlo. Porque fue ella misma la que se envenenó. El señor Lugones sabe del romance, justo su amante muere accidentalmente en escena en pleno ensayo... ¿Quién va a creerle a Emanuel Crespo que su intención realmente era otra? Es perfecto. ¡Qué mujer más hábil! Su idea era desaparecer por un tiempo y adquirir una identidad nueva.
_ Pero se le fue la mano con la dosis de cianuro y su muerte fue trágicamente real.
_ No, capitán Riestra. También se equivoca en este punto. Ella puso la cantidad justa de cianuro, la cual no resultaba letal. Pero alguien le echó apenas unos gramos más, que en definitiva resultaron fatídicos para la pobre señorita Restrepo. Después de todo, sí hay un asesino en esta enredada y fascinante trama. Vamos a desenmascararlo.
Para serles totalmente franco, en este punto del caso yo ya estaba completamente mareado.
Acompañé al inspector Dortmund y me quedé azorado cuando vi que la persona a la que fuimos a visitar era Eleonor Ayala, la compañera de elenco de Lucía Restrepo.
_ Asumo que ya lo saben_ dijo la señorita Ayala, ofuscada._ Así que, no tiene sentido seguir negando las cosas.
_ Usted lo dijo_ asentó Dortmund.
_ Emanuel y yo éramos amantes. Empezamos hace seis meses. Todo iba bien hasta que, con su reputación y su carrera de por medio en juego, me contó lo suyo con Lucía. Me contó todo en detalle, hasta lo del periodista este Lugones y el plan que tuvo y que Lucía lo iba a apoyar. Conocía a Lucía lo suficientemente bien para no creer en sus palabras. Cuando la vi manipular el cianuro en su camarín, el resto lo deduje fácilmente. Esperé a que salga, entré y aumenté la dosis que había vertido en un frasco por separado. Era tan escasa la diferencia, que no iba a notar para nada el agregado. Y así fue. Tenía que pagar por haberse metido con Emanuel.
_ Usted se metió con él y con su familia, señorita Ayala.
_ Eso es irrelevante.
_ ¿Por qué no lo mató a él?_ pregunté exacerbado de curiosidad e intriga.
_ Porque lo amo. Lo amo demasiado. El amor es algo tan extrañamente curioso, que no puede definirse con palabras, sino con acciones concretas.
_ Como asesinar_ completó Sean Dortmund la frase.
La señorita Ayala fue detenida por la muerte de Lucía Restrepo y la carrera del señor Emanuel Crespo quedó en ruinas. Su esposa lo abandonó y perdió la dirección de la obra. Reemplazarlo a él y a la señorita Restrepo era casi un imposible.
Paradójicamente, el único hombre que lo entendió fue quien quería arruinarlo para mantener a flote su profesión y el prestigio que la misma le otorgó: el señor Lugones.