lunes, 30 de enero de 2017
Una cuestión Familiar (Gabriel Zas)
_El señor Robledo, reconocido abogado de familia_ relataba el capitán Riestra_ padece una enfermedad terminal y es inminente su partida de ésta tierra. Por eso, para que sus hijos puedan heredar sus bienes de acuerdo a las recomendaciones fijadas por ley y la sucesión pueda ser efectuada en común convenio con sus principios y exitosamente, escribió un testamento, que guardó adentro de un sobre madera en el segundo cajón del escritorio de su oficina.
_Pero el testamento desapareció, ¿correcto?_ inquirió Sean Dortmund, vivamente.
_ Así es_ ratificó el capitán Riestra, apesadumbrado._ El modo en que se perpetró el robo es muy confuso, por no decir inexplicable.
_ Póngame al tanto de los pormenores del caso.
_ El señor Robledo, Ricardo Robledo, tal es su nombre; escribió el testamento ésta mañana. Su esposa, Ana Clara Marín, confirmó que estuvo desde las 9 hasta alrededor de las 11 encerrado en su oficina y no salió para nada. Después que abandonó su despacho, lo hizo con el testamento en mano y se lo expuso a ella para que le diera su opinión al respecto. Una vez eso, regresó a su oficina, colocó el documento en el sobre, lo guardó en el cajón, lo cerró, salió y nadie más volvió a ingresar.
_ ¿Cerró la puerta con llave?_ indagó Sean Dortmund.
_ Sí, por supuesto_ respondió el capitán Riestra_. Siempre que sale de allí, cierra con llave. No permite que nadie más ingrese. Es muy reservado y cauteloso, en ése sentido.
_ ¿Y está completamente seguro de que nadie más volvió a ingresar minutos más tarde?
_ Sí. Sólo el propio señor Robledo a eso de las 13:30 para buscar unos papeles, y según su versión, el testamento estaba en donde lo había dejado.
_ ¡Ahí está!: “según su versión”. Pero los hechos en la realidad, nunca son iguales al ojo de quien los narra. Prosiga, por favor.
_ ¿Cree que…?
_ No creo nada, aún. Pero, dígame una sola cosa: ¿está del todo seguro el señor Robledo que el testamento estaba allí, donde lo había dejado la última vez?
_ Sí.
_ ¿No lo cambió de lugar en absoluto?
_ No, según su declaración.
_ ¿Había algún otra copia de la llave?
_ Sólo una y estaba en poder del señor Robledo. Nunca se deshacía de ella.
_ ¿Cuántas personas había en la casa momentos anteriores o posteriores al robo?
_ Sólo eran él y su esposa, hasta que aproximadamente a eso de las 15 cayeron sus tres hijos junto con su abogado, el doctor Federico Rambler.
_ ¿Una reunión para anunciar lo del testamento?
_ Sí. El señor Robledo fue a buscarlo y no lo encontró. La Policía buscó huellas, evidencias, ADN de terceros, pisadas, algún rastro, algo fuera de lo ordinario… Pero nada, nada de nada.
_ ¿Ninguno de los visitantes pudo…?
_ Imposible. Si alguien se hubiera levantado y se hubiese demorado más tiempo de lo normal, no hubiese pasado desapercibido.
_ ¿Los beneficiarios eran sus tres hijos, solamente?
_ Y su esposa, también.
_ ¿Revisaron toda la casa?
_ Sí. Nada.
_ ¿Y no hizo copia del testamento el señor Robledo?
_ No, no hizo.
_ ¿Ya prestaron todos su declaración?
_ Sí, y todos los testimonios concuerdan.
El inspector Dortmund solicitó autorización y realizó una minuciosa inspección en la oficina del señor Robledo. Revisó vitrinas, muebles, rincones en general y no encontró nada sospechoso. El escritorio disponía de tres cajones amplios: el primero contenía expedientes clasificados; el segundo, el sobre madera con una hoja en blanco en su interior (sustituida por el ladrón, sin dudas); y el tercero, papeles de todo tipo y tamaño. La mesa estaba vacía y sólo había sobre ella una lámpara, un lapicero y un anotador. El teléfono era pequeño, de color negro e inalámbrico y descansaba sobre una pequeña mesa a medida, arrumbada en el extremo izquierdo de la biblioteca.
Dortmund abrió sigilosamente el anotador que yacía sobre el escritorio, lo examinó y notó que alguien arrancó una hoja. La comparó y corroboró que era de la misma calidad, textura y diseño de la que estaba adentro del sobre donde estaba guardado el testamento antes de ser sustraído. Tras eso, inspeccionó el lapicero y percibió que faltaba una birome. Por último, repasó el tercer cajón, en donde entre los papeles había un estudio de ADN practicado recientemente, casi perdido al fondo de la pila. Por la disposición y el orden de los pliegos, la Policía no había revisado ahí.
El inspector salió de la oficina y confrontó al señor Robledo con una simple pregunta insignificante.
_ ¿Qué pasó con la lapicera que falta del lapicero que está sobre su escritorio?
_ ¿Eso importa?_ respondió el abogado, irritado y sorprendido, a la vez.
_ Todo importa en una investigación de ésta naturaleza.
_ Dejó de andar y la tiré a la basura. Eso es todo.
Pero el inspector no confió en su explicación.
_ ¿Podemos hablar en privado?_ lo invitó Sean Dortmund.
El señor Robledo aceptó algo fastidioso y ambos se dirigieron a una habitación desocupada. Después que los dos hombres estaban adentro, Dortmund cerró la puerta para que nadie los molestara.
_ Le voy a decir lo que pienso y quiero que sea franco conmigo_ dijo Sean Dortmund.
El otro hombre asintió con un escueto movimiento de cabeza.
_ Usted se casó_ empezó el inspector_ con la señora Marín, quien venía de un matrimonio anterior y del que traía consigo a dos de sus tres hijos. El tercero, Andrés, lo tuvo con usted. Pero siempre puso en duda la identidad de su verdadero padre y por eso ordenó realizar un examen de ADN. Lo encontré entre sus cosas. Comparó una muestra del cabello de Andrés con una suya y sus peores sospechas se confirmaron: Andrés no es hijo legítimo suyo, lo que implica que inexorablemente su mujer le fue infiel, y además, que le mintió. No quiso hacer un escándalo de todo este asunto, así que acudió a una solución ingeniosa: fingir el robo del testamento, porque ninguno de los cuatro merecía nada suyo, porque sobre todo sus hijos, no son su sangre. Entonces, tomó el testamento y se deshizo de él. Luego, tomó otra hoja, redactó el documento con una lapicera que no escribe y lo guardó en el sobre original_ tomó del interior de su saco el sobre madera, extrajo de adentro la hoja en blanco y por encima deslizó una luz ultravioleta, que puso al descubierto todo lo escrito.
El rostro de Dortmund adquirió una expresión triunfal, en tanto que el señor Robledo se precipitó repentinamente.
_ Con este mecanismo_ continuó el inspector_ podía remarcar con un bolígrafo que funcionase todo lo escrito y volver lo invisible, visible, y así sustituir un documento por otro de una forma infalible y prácticamente sin ser detectado. ¡Brillante! ¡Una jugada brillante!
_ La ley no prohíbe este tipo de escrituras_ reprimió el abogado.
_ ¿Quién es el real beneficiario?
_ Tengo una hija de mi matrimonio anterior. Su madre falleció y perdí todo tipo de contacto con ella, hasta que hace unos días me encontró. Ella sí es mi sangre, ella sí merece mi fortuna, mis bienes y todo lo que tengo. Puede atribuirme todos los cargos que desee, si quiere, pero no me arrepiento de hacer lo que creí mejor, justo y necesario.
_ No lo juzgaré ni tampoco lo hará la Justicia. Su único delito fue mentir.
El Coco (Gabriel Zas)
“Duérmete niño, / duérmete ya, / que viene el coco / y te comerá.”
No puedo pronunciar esos versos sin sentir escalofríos por todo el cuerpo. No debería sentir nada porque es simplemente una canción de cuna, otoñal e infantil, para los niños que no pueden dormir. Y la verdad es que yo no pude dormir jamás desde aquélla mañana de octubre de 1998, cuando una alarmante llamada de nuestro amigo y colaborador, el aapitán Riestra, nos puso en contacto con una eventual cadena de sucesos que, si bien el primer incidente pareció trivial, los que lo antecedieron y sucedieron no resultaron nada austeros y puso en evidencia cuan cruel puede ser el ser humano y cuánta maldad puede guardar la mente de una persona.
Aquélla cálida mañana primaveral de octubre, Dortmund y yo nos levantamos un poco más temprano de lo habitual con el propósito de poner en orden algunas cuestiones personales y laborales. Pero la intempestiva llamada del capitán Riestra rompió todos los esquemas. Su voz temblaba de preocupación y horror, y cada dos palabras que pronunciaba, la respiración se le agitaba y eso lo llevaba inexorablemente a tartamudear. Con eso supimos que no era poca cosa el caso por el cual el mencionado capitán requería nuestra intervención urgentemente. No comprendimos, de momento, de qué se trataba bien todo eso, qué era lo que había pasado con exactitud y el trasfondo de la cuestión. La única forma de conocer la esencia de lo acontecido era apersonándonos en el lugar en donde todo se había desarrollado. Sin perder el tiempo, hacia allá nos dirigimos. Entre tanto nerviosismo y estupor, nuestro amigo alcanzó a decirnos por teléfono en dónde se encontraba exactamente. Estaba en Castelar, en una pequeña residencia, ubicada a unas pocas cuadras de la estación, sobre la calle Del Valle al 800.
Cuando arribamos, la escena no era tan espeluznante como la había dibujado el capitán Riestra. Había algunos patrulleros en la puerta y personal trabajando en el interior de la vivienda. Nos identificamos con el oficial de guardia y accedimos a la casa. Nuestro amigo nos esperaba en la habitación principal, en donde una mujer de alrededor de unos 70 años, yacía tendida boca arriba sobre la cama, asesinada producto de múltiples puñaladas. El asesino, su hijo, Franco de 37 años, estaba en la habitación contigua. Cuando la Policía llegó, él estaba sobre el cuerpo, totalmente desconcertado y convulsionado, y sostenía con su mano izquierda el cuchillo con el que cometió el crimen. Hasta ese punto, supusimos que nuestro amigo había magnificado los hechos de un modo intolerablemente inaceptable. Dortmund lo confrontó sin piedad.
_ Una mujer fue asesinada y su asesino está identificado y apresado, como corresponde._ empezó diciendo mi amigo, con un claro enojo acentuado_ Explíqueme por qué hizo tanto escándalo, capitán Riestra. Por su voz y su estado, pensamos que se trataba de algo mucho más grave, no de algo tan simple como esto.
_ Se trata de algo mucho más grave, Inspector Dortmund_ respondió Riestra aseverando el tenor de sus palabras.
_ No veo en dónde está la gravedad del asunto.
_ Cuando interrogamos al presunto asesino de Rosa (así se llamaba la víctima), él contó una historia increíblemente extraña. Dijo que eran las 7 y media de la mañana. Él siempre se levanta a esa hora para ir a trabajar. Después de que desayunó, escuchó a la madre gritar descontroladamente. Entró en pánico, tomó un cuchillo de la cocina para defenderse de cualquier posible ataque y, cuando entró en la habitación de su madre… Bueno, vio al “Coco” que se la estaba intentando comer y, además, la estaba lastimando con… Sus garras filosas. El personaje este exhaló un grito terrorífico y se deslizó hacia debajo de la cama. Cuando él se asomó, la bestia había desaparecido por completo sin dejar rastros.
_ Tuvo un brote psicótico, producto de alguna enfermedad que sufre. Él mismo lo explicitó en su confesión. Aseguró tomar de la cocina un cuchillo.
_ Franco Delano, pues ese es su nombre completo, es una persona absolutamente sana, en todo sentido. El brote psicótico fue inducido por un tercero que desconocemos. Y también desconocemos cómo lo indujo a experimentar ese delirio y a actuar de ese modo tan salvaje y brutal.
_ ¿Los médicos lo examinaron ya? ¿Le realizaron todos los estudios pertinentes y obligatorios, exigidos en esta clase de casos?
_ Todos, inspector Dortmund. Es un hombre mental y físicamente sano. Algo lo alteró. Pero este no es un caso aislado.
Mi amigo se sorprendió enormemente.
_ ¿A qué se refiere, capitán Riestra?_ indagó con aire de confusión, Dortmund.
_ Anterior a este, hubieron tres casos más. Anabela Prietra dijo también que el “Coco” atacó y asesinó a su madre, durante la madrugada. Lo cierto es que fue ella misma quien la apuñaló. Lo mismo sucedió con Pablo Zelaya, quien bajo los mismos efectos alucinógenos y en circunstancias casi idénticas, mató a su madre María, de 79 años. Y el tercer caso conocido es el de Fabián Hernández.: lo mismo. Este caso que nos involucra es el cuarto en tan sólo tres semanas.
_ Si todos son sedados con alguna droga,_ intervine_ ¿por qué todos, sin excepción, ven al “Coco”?
_ Porque es el miedo más común y frecuente que experimenta un niño de entre 5 y 8 años. El chico no se puede dormir y lo asustan con una historia tradicional: con la vieja leyenda del Coco. Eso afecta a la criatura de diferentes maneras, dependiendo de cuan trágico haya sido la idea que le inculcaron los padres respecto a esta figura. Pero es algo que uno jamás olvida.
_ Parece que a todos los afectó de la misma manera_ añadió el capitán Riestra_ porque, además, todos mataron a la madre. Ahí hay una conexión que debemos descubrir antes de que otra tragedia igual ocurra.
_ Las víctimas compartieron algún lugar juntos. Digamos algún tipo guardería. Allí pasó algo traumático que hace que tiempo después alguien se vengue por eso. Si hace que las víctimas maten a sus madres, entonces el odio y el resentimiento son hacia ellas_ agregó Dortmund, inteligentemente.
_ ¿Pero, por qué tomarse la molestia de crear una realidad paralela, convirtiendo a los hijos en asesinos potenciales en vez de ser el propio culpable el que lleve a cabo los crímenes?_ pregunté, algo bastante desorientado.
_ Porque ellos representan la cobardía._ replicó mi amigo, sabiamente_ El desconocido quiere que ellos hagan algo… Hagan lo que no hicieron en su momento. El alucinógeno hace que enfrenten ese miedo, sean valientes y actúen, maten. Y, al matar a sus madres, están vengando y resignando que ellas no los haya defendido en su momento. Mata uno, pagan dos. Ese es el lema del asesino.
_ Todos los involucrados tienen entre 35 y 37 años._ especificó el capitán Riestra, contundente_ Hay que remitirse a casos sin resolver de entre 1968 y 1969, respectivamente. O casos en donde la Justicia haya actuado en discordancia con los principios de la ley, una sentencia que no dejó conforme a alguien. Casos específicos ocurridos en guarderías o jardines de infantes. No importa la zona. Todos los ataques ocurrieron en diferentes lugares.
_ Especifique, si es tan amable, capitán Riestra.
_ El primer crimen se registró en Pilar, el segundo en La Plata, el tercero en Almagro; y el cuarto, acá, en Castelar. Como ve, todos puntos completamente diferentes.
_ ¿Cómo cree usted que ubica a sus víctimas?
_ Por un directorio telefónico, supongo. Sabe con precisión el nombre de cada uno de sus objetivos. Creo que los ha estado siguiendo desde entonces y que jamás les ha perdido el rastro. Cuando la obra conmueve, el público jamás olvida a sus actores.
_ Es una suposición razonable_ añadió Dortmund, poco convencido.
_ ¿Se le ocurre otra cosa?_ pregunté interesadamente.
_ De momento, nada.
Las horas siguientes transcurrieron conforme a lo que veníamos planteando, sin la incorporación de ningún dato nuevo ni relevante. Durante dichos instantes, yo particularmente habré bebido un mínimo de 4 tazas de café y el capitán Riestra otras tantas. Dortmund, en cambio, no bebió ninguna infusión y, contrariamente a nuestro comportamiento, se mostraba obsesivamente interesado en descubrir detalles y re pensar los datos de los que disponíamos hasta ese momento. Le sugerí más de una vez que descanse, que ingiera alguna bebida para mantenerse fresco y enérgico, pero rechazó todas las invitaciones con el pretexto de que no había tiempo para eso. Para él, cada segundo era clave. Distado cierto tiempo, mi amigo solicitó hablar con Franco Delano. Para ello, reclamó una entrevista mediante el doctor Esteban Moira, médico psiquiatra interviniente en la investigación, quien le negó su pedido y argumentó que aquél no estaba en condiciones de ver ni hablar con nadie.
_ Está muy alterado._ justificó el médico_ Recién ahora es consciente de la naturaleza de los hechos y de lo que hizo. Aunque le cueste admitirlo, sabe que fue él, pero no entiende porqué cometió el homicidio.
_ ¿Tiene recuerdos sobre ello?_ inquirió Dortmund.
_ No. Todo en su mente es una nube difusa. Está muy consternado y confundido.
_ Producto del alucinógeno que le administró el criminal, ¿verdad?
_ Exactamente.
_ ¿De qué tipo de droga se trata?
_ No pude establecerlo con precisión. Pero se trata, sin lugar a dudas, de una preparación casera. Es un líquido que, al inhalar su aroma, actúa de esta forma. Los elementos de preparación son fácilmente conseguibles. Con una buena receta y cosas básicas, cualquiera pude fabricar esta clase de sustancias tóxicas.
_ ¿Y cómo se suministra?
_ Con colocar el frasco con el contenido a una distancia prudente, es suficiente. Este tipo de sustancias caseras se caracterizan por el increíble poder de alcance que tienen.
_ Entonces, una vez que la droga comienza a actuar, sugestionar a la víctima con alguna fábula no es tarea difícil, ¿cierto?
_ Están diseñadas para cumplir esa doble función. Casi todas las preparaciones adquieren los mismos componentes, a excepción de algún que otro que varía, de acuerdo a cuál sea la finalidad de dicha droga. Generalmente, esto responde a los efectos que se pretenden lograr en el objetivo. Puede aumentar la intensidad de unos y atenuar la de otros.
_ ¿Por qué está tan seguro que se trata de una droga casera y no de una más potentemente dañina y preparada químicamente con fines científicos, por decirlo así?
_ Porque un alucinógeno de preparación más sofisticada, en estas condiciones, lo hubiera matado en cuestión de horas. Lo hubiese hecho perder la razón abruptamente y muy probablemente le hubiese quedado secuelas psicológicas irreversibles. En cambio, es consciente de la situación. La alteración es normal, aunque un poco más intensa.
_ ¿Qué riesgos se corren si no se lo controla debidamente?
_ Es peligroso para sí mismo. Si no se lo controla y se lo ayuda a comprender lo sucedido y el contexto, una falsa idea que quedó guardada en su cerebro puede retroalimentarse e inducirlo a un suicidio seguro.
_ Eso es lo que pretende nuestro hombre. Les siembra un brote psicótico a las víctimas para que asesinen a sus madres. Luego aspira a que esa culpa los atormente y no puedan superarla, para que finalmente se terminen suicidando. Ese es su verdadero propósito: el doble crimen inducido.
_ Es muy hábil. Debe tener en cuenta todo esto para saber realmente a quién busca, inspector.
_ Sé a quién busco… Gracias, doctor.
Dortmund no pudo interrogar al sospechoso para obtener más detalles, pero las palabras del médico fueros suficientes. Realmente no teníamos demasiado hasta entonces, pero contábamos con una buena base, un buen disparador para empezar a trazar el camino que íbamos a seguir. Terminamos exhaustos ésa vez. Volvimos a nuestra residencia y, como era su costumbre, Dortmund no dejaba de pensar en el caso.
_ Evidentemente todas las víctimas fueron drogadas de igual forma y con la misma sustancia_ comentó al pasar.
_ ¿Lo confirmó con el médico?_ le pregunté.
_ No, las circunstancias de todos los crímenes me lo confirmaron.
Dejé escapar una carcajada, casi inconscientemente.
_ ¿Qué es lo que le provoca risa, doctor Tait?_ me indagó Dortmund, algo enojado.
_ Recordaba mi infancia, simplemente._ le respondí con simpatía_ De niño yo era muy inquieto. Mi madre me acostaba en la cama a las diez y me cantaba una canción de cuna, pero yo no me dormía. Cuando ella agotaba todos los intentos permitidos para lograr que yo me durmiese, recurría al Coco como un recurso infalible. Mi madre se tapaba la cara, creaba el climax ideal y, casi como si no supiese que era ella, yo entraba en pánico. Me paralizaba, literalmente. Después de unos segundos, mi madre se descubría la cara y con cierta delicadeza, agudizaba su voz, abría los ojos enormemente, la boca tétricamente y me ordenaba que me durmiese enseguida… Y yo, por muy raro que resulte, obedecía.
_ No es raro. Después de todo, era sólo un niño, ¿verdad? ¿Qué edad tenía?
_ Cuatro años. Y lo sigo recordando como si fuese ayer.
_ Nos pasa a todos.
_ Y jamás imaginé que algo tan inocente pudiera ser causal de una catástrofe.
_ A mí jamás me han amenazado con eso… Al menos eso creo.
Hablamos un sinfín de anécdotas personales. Empezamos por algo sencillo y luego fuimos pasando de tema en tema. Una cosa derivó en otra. Fue un instante más tarde cuando el capitán Riestra llamó a la puerta de nuestra residencia con cierta inquietud. El sonido de los nudillos en la madera fue conciso. Dortmund lo recibió admirado.
_ Tengo el resultado de los estudios toxicológicos practicado en los cuatro sospechosos_ alertó el capitán con cierta satisfacción, pues su sonrisa en el rostro fue evidente.
_ Lo escucho_ alentó mi amigo.
_ Todas las víctimas fueron drogadas con propanol. Es un preparado etílico con propiedades altamente nocivas. Si entra en contacto con el aire, debido a su elevada sensibilidad, puede producir una explosión con serias consecuencias. Existen varios tipos. Pero en dosis considerablemente pequeñas y mezclado con algún tipo de anti depresivo bloquea los receptores sensibles de los hemisferios cerebrales y refuerza el accionar inmediato de la droga principal, dando lugar a que ésta actúe de forma más liberal e intensificando los trastornos.
_ ¡Les lavaron el cerebro!_ gritó Dortmund eufórico_ Creen que hicieron algo que en realidad nunca pasó. Les inducen una historia falsa que su cerebro toma por verdadera y lo asocia a una idea anterior depositada ahí con alevosía.
_ Ellos no son los asesinos. El brote psicótico es producto de esa mezcla.
_ El crimen perfecto.
_ Casi, porque ahora sabemos que no es así.
_ Entonces, el asesino entró porque las víctimas le abrieron,_ añadió Riestra_ pero ninguna recuerda ese momento. Él comete los crímenes y luego sugestiona a los otros para que se autoincriminen.
_ “Tu madre debe morir. Ella no hizo nada por vos es su momento, no vio los síntomas, no percibió lo que sucedía. Hiciste lo correcto, no sientas culpa por eso. Era tu obligación porque nunca te defendió, dejó que te maltrataran…”_ reflexionó Dortmund vivamente.
_ Con qué eso, ¿no?_ auguró Riestra, rendidamente.
_ Imagino que las palabras que pronuncia sos similares, pero con igual impacto psicológico._ añadió mi amigo. Y continuó_ Las va a visitar con el pretexto de que hace tiempo no se ven, entonces la víctima, incrédula, le abre la puerta sin sospechar la verdadera intención de esa visita inesperada. Indiscutiblemente, empujado por las normas de cortesía, el dueño de casa le ofrece beber algo al invitado quien no niega la invitación y espera que su objetivo también se sirva un trago de lo mismo. Así es que en un descuido vierte en el vaso la dosis precisa del propanol, se somete a la espera requerida para que el producto empiece a estimular sus efectos y listo. Sólo es cuestión de saber sugestionar a la víctima y el propósito está alcanzado.
_ Así qué es probable que el crimen se produzca durante la noche y no a la mañana temprano _ inquirí después de una leve reflexión.
_ Coincidimos en algo, pues creo que así es realmente_ halagó Dortmund para sorpresa mía. Siempre disceminaba de las cosas que yo proponía, y que haya coincidido en un pensamiento propio fue realmente halagador. Creo que en lo sucesivo de nuestras vidas no se volvió a repetir.
_ ¿Cuándo fueron realizados los estudios toxicológicos?
_ Casi inmediatamente después de las detenciones. Los cuatro estudios arrojaron el mismo resultado_ respondió el capitán Riestra, fehacientemente.
_ El médico que yo interrogué me dijo que era una sustancia de preparación casera… Interpuso mi amigo con recelo.
_ Los síntomas son similares. Tienden a confundirse con otras drogas_ aseveré sabiamente.
_ Todavía nos queda establecer la conexión entre, hasta ahora, las cuatro víctimas_ dijo mi amigo.
_ ¿Hasta ahora?_ preguntó Riestra con cierto temor.
_ Esperemos que no haya más muertes. Hay que apurarse.
Esa frase hizo eco, resonando en las mentes de nosotros tres, poniendo al descubierto un grado de nerviosismo altamente inmanejable y sellando las aristas de un silencio perpetuo que no supo camuflarse, y que delató que tanto Dortmund, como el capitán Riestra y yo, coincidíamos en una misma línea reflexiva: no más muertes.
Pasaron dos días de ese encuentro, cuando el capitán Riestra se tomó la impertinencia de abordar nuestra residencia sin previo aviso. A mi, esos hábitos no me producían ningún malestar, pero para Dortmund eran un dolor de cabeza insoportable, ya que era un amante de los buenos modales y las buenas costumbres.
_ Supongo que tendrá un motivo sumamente justificable para haber caído imprevistamente. Mi rigurosidad me deja soportarlo una vez, pero dos ya es un abuso insostenible_ acentuó Dortmund, molestamente.
_ No estuve dos días trabajando incansablemente para que usted me reciba de una forma poco amable_ alertó Riestra.
El rostro del inspector se iluminó notablemente. El capitán procedió.
_ Las cuatro víctimas concurrían a un mismo orfanato: Nuevo Amanecer. Investigué detalladamente qué pasó allí y di en la tecla. Al parecer, una enfermera, de nombre Virginia Morelos, abusaba de varios niños, y los nombres de las cuatro víctimas sobresalen. Según consta en el expediente y en base a declaraciones de todo tipo, los maltrataba física pero, ante todo, psicológicamente. Después de que la victimaria consumara su propósito, amedrentaba a sus pequeñas víctimas con el Coco. De ese modo tan perverso mantenía control absoluto sobre ellas, una forma inhumana de manipularlas y dominarlas. Y las pobres criaturas, presas del pánico, no decían nada a nadie. Los padres notaban que sus hijos adoptaban una actitud bastante acérrima, pero lo atribuyeron a algo natural, en el sentido de que a ningún niño le gusta estar lejos de sus padres y rodeados, además, de gente desconocida. Esta pesadilla persistió por dos años, hasta que un empleado, de identidad reservada, presenció eventualmente las bajezas a la que eran sometidos los huéspedes y decidió darle curso a una denuncia penal. El testigo presentó evidencia clarificadora y fue entonces que más personas, todas como testigos protegidos, se animaron a declarar; en consecuencia, enjuiciaron a la acusada y la sentenciaron a reclusión perpetua, pero obtuvo la libertad por el beneficio del dos por uno por buen comportamiento y quedó libre hace exactamente un año atrás, el 2 de octubre de 1997. Los padres se culpaban por no haber percibido los síntomas que denotaban el terror que ahí adentro se estaba experimentando. La cosa quedó juzgada. Alguien se enojó por esto y estuvo todo un año pensando y planeando su venganza, que ahora lleva a cabo.
_ Tiene sentido._ intervino Dortmund, reflexivamente_ ¿Qué pasó con el orfanato?
_ Después de este drama, lo cerraron definitivamente. Además de la enfermera, la Justicia sentenció al director y a otros dos empleados por considerarlos cómplices y tener vinculación directa con el hecho. Todos absueltos por haber cumplido la condena impuesta en su totalidad. ¿Sospecha quién puede ser el denunciante? Quizás se sintió irritado y...
_No_ interrumpió mi amigo, _ obtuvo lo que deseaba: justicia. En ese sentido, me parece muy endeble que sea el asesino. ¿Qué fue de la vida de los demás involucrados?
_De la señora Morelos, nunca más se supo nada de ella._ remarcó el capitán Riestra_ En cuanto al director, viajó a Venezuela y allí rehizo su vida. No hay registros de que haya retornado al país o arribado transitoriamente por algún otro motivo. De los dos restantes, se cree que llevan un vida decente, pero concreto no hay nada.
_ ¿Por qué decidió matar, en primera instancia, a estas cuatro víctimas? ¿Qué tienen de especial?_ indagó Dortmund, pensativamente.
_ Nada, a simple vista, _ respondió en seco nuestro visitante_ teniendo en cuenta, además, que sus víctimas superaron los 20 niños.
_ Precisamente, por eso. Pudo haber comenzado por donde quisiera, ¿por qué ellos cuatro? La razón hay que averiguarla enseguida. Si va a atacar de nuevo o no, eso es algo inminente, y ciertamente me preocupa demasiado.
_ No quiero ser aguafiestas, _ interviene, con el ego algo elevado_ pero me parece absolutamente sensato suponer que estas cuatro víctimas fueron quienes tuvieron el coraje de declarar en primera instancia. Y me arriesgo a especular que una de ellas fue quien puso en alerta al empleado del orfanato sobre el drama, quien comprobó que su pequeño informante decía la verdad y decidió entonces radicar la denuncia. Desde mi punto de vista, tiene mucho sentido.
_ E inventó la historia de que había presenciado el maltrato ocasionalmente para no ponerlo en riesgo_ agregó Riestra, casi instintivamente.
_ Los cuatro acordaron declarar. _ continué_ Por eso los asesinó en primer lugar. Y el criminal ahora va por el premio mayor: la enfermera.
_ Les debo la vida, caballeros_ enfatizó Dortmund. Y salió de la residencia con dirección incierta y sin decir nada al respecto. Con el capitán Riestra no supimos qué hacer, hasta que dos horas más tarde el inspector se contactó con nosotros por teléfono y nos dio un domicilio en Floresta, para ir a hablar con alguien. Se trataba de Víctor Manfredo, padre de Lorenzo Manfredo, uno de los niños que fue víctima en el orfanato. Al parecer, Dortmund averiguó que era bioquímico, es decir, era la persona con los conocimientos necesarios para llevar a cabo este siniestro plan. Cuando llegamos a su casa con el capitán Riestra, ubicada sobre la calle Azul al 300, el señor Manfredo nos recibió amablemente. Era un hombre sencillo, alto, pelo corto negro, vestido con ropa informal y de unos modales refinados. En apariencia, tendría alrededor de unos 70 años. Su casa mantenía un estilo también sencillo, compatible con su persona y con un talante bastante rústico. Nos invitó a pasar y no perdió tiempo.
_ Creen que piensan_ comenzó diciendo_ que yo estoy involucrado en lo que les pasó a estos cuatro infortunados. Imagino que teorizaron que yo los maté a ellos cuatro primero porque, dadas las circunstancias, culparían a ésa estúpida. Pero no fue así. Sí, tenía un gran motivo para hacerlo y de gusto lo hubiera hecho. Mi hijo la pasó muy mal por culpa de esa enfermera de cuarta. ¿Acaso el resto de los empleados no lo veían? Lorenzo estuvo diez años con psicólogos para recuperarse. Cuando se enteró que el año pasado ella quedó libre, se fue del país y comenzó una nueva vida en España._ se detuvo por un instante, inhaló, exhaló y continuó con su historia_ ¿Saben, señores? Yo me la pasaba todo el día en el laboratorio, en permanente contacto con sustancias nocivas. En consecuencia, tengo un enfisema pulmonar severo, por lo que no puedo acercarme a ningún preparado de ninguna especie. Eso me impidió actuar_ remató con cierto euforismo pronunciado.
_ ¿Asesoró a alguien?_ indagó Riestra_ ¿Alguien tuvo su misma ocurrencia y lo ayudó a concretar lo que usted no pudo?
_ Absolutamente, no. Además, yo hubiera matado directamente a esa enfermera, sin vueltas ni excusas.
_ ¿Y los demás padres? Supongo que todos están enojados, como lo está usted.
_ Así es. Pero no tendrían el valor de hacer algo como esto, ninguno de ellos. Ignoraron los síntomas cuando estaban a la vista y cuando se quisieron acordar, era demasiado tarde.
_ ¿Y quién sí tendría el valor suficiente para hacer esto?
_ Lamento no poder ayudarlo, capitán.
_ ¿Tal vez su hijo? ¿O alguno de los demás niños? Usted debe saber quién, además suyo, estudió bioquímica o una rama similar que tenga a la química como protagonista. O estimo que debe tener una idea aproximada sobre ello._ intimó el capitán Riestra, autoritariamente.
El señor Manfredo se puso de pie de un salto, resentido y con denotado enojo. Indudablemente, se sintió ofendido por la pregunta de mi compañero.
_ Mi hijo es arquitecto, nada tiene que ver con lo que usted sugiere_ respondió enfáticamente el interrogado_ En cuanto al resto, es problema de ellos lo que hicieron de sus vidas. Vaya y averígüelo. A mí no me incumbe en absoluto.
_ Usted parece la típica persona narcisista._ lanzó el capitán con lasciva_ Es arrogante y como tal, cree que es el único que advirtió el infierno que vivieron esos chicos. Intentó instigar al resto de los padres sin éxito. Eso debió irritarlo terriblemente...
El capitán Riestra estaba fuera de si, pareció que otra persona se infiltró en su cuerpo y era tal quien hablaba. Eso me alertó irremediablemente cuánto lo estaba afectando el caso. A su vez, advertí que el señor Manfredo se estaba molestando y su ira crecía proporcionalmente con cada palabra que mi compañero prorrumpía en contra suya. Así que decidí intervenir para evitar que nuestro testigo estallara en un estado de nervios incontrolable, pues parecía un hombre con un temperamento incuestionablemente hostil y difícil de sobrellevar.
_ Entendemos la situación_ dije, interponiéndome entre ambos y apartando a Riestra del declarante. _ ¿Qué fue de la madre de Lorenzo?_ le pregunté enseguida al señor Manfredo.
_ Falleció hace seis años a causa de una neumonía severa. Ella luchó todos estos años, tanto como yo._ pareció quebrarse, pero se repuso casi inmediatamente_ No fue su lucha, solamente: fue la de ambos, y como padre me siento sumamente enojado con el sistema que rige en el país. Ya hablé de esto en incontables oportunidades, no me hagan reiterar todo otra vez. Si quieren saber más, busquen los expedientes del caso. Ahí figuran todas las declaraciones. Ahora, si me disculpan...
Entendimos la indirecta y nos retiramos. Cuando hicimos una cuadra, le recriminé al capitán Riestra la actitud injustificada que adoptó en la casa de Manfredo. Comprendió que exacerbó los límites de la ética y la moral, y se disculpó por ello.
Por su parte, él no creyó su historia. Pero, por su modo de hablar y sus expresiones faciales, a mí concretamente me pareció muy sincero y le creí, motivo que generó una diferencia de ideas entre el capitán Riestra y yo, pero un asunto poco relevante. Volvimos a la residencia y nos encontramos con una escena completamente sorprendente: Dortmund estaba sentado en su sillón, de piernas cruzadas y con una sonrisa triunfante; y a su costado se hallaba sentada... ¡Virginia Morelos! La enfermera protagonista de este drama. Con el capitán Riestra, intercambiamos una mirada de asombro, sin entender demasiado lo que sucedía. Dortmund se puso de pie, pasó sus manos a su espalda, nos miró y nos consagró una sonrisa, ésa que ya sabíamos lo que significaba.
_ Tenemos una invitada de honor_ destacó el inspector, en referencia a la señora Morelos. Era una mujer caucásica, de cabellos rubios, algo encorvada, ojos marrones claros y un rostro prominente. Su expresión era la de una persona derrotada, atrapada sin salida.
_ Perdonen, caballeros, que los he mandado a entrevistar a un testigo irrelevante, pero necesitaba tiempo para poner a prueba una teoría, que como se darán cuenta, corroboré exitosamente_ se absolvió el inspector Dortmund_ La señora Morelos colaboró de muy buena fe conmigo y soy un hombre que sabe devolver los favores.
_ Explíquese, si es tan amable_ sugerí.
_ Ella ideó todo este plan. _ comenzó esclareciendo, Sean Dortmund_ Pues tiene la idoneidad, los recursos y, sobre todo, el motivo para hacerlo. Pero fue otra persona quien lo ejecutó, naturalmente. Todo se desarrolló como lo imaginábamos: ingresaron al hogar de las víctimas después de ganarse su confianza... El criminal se hacía pasar por un viejo recluta del orfanato, un ser al que todos adoraban. En un descuido, introdujo la mezcla del propanol con el antidepresivo en la bebida del incauto y aquél se desmayó a causa de su efecto somnífero. El atacante entonces tomó un cuchillo, se dirigió a la habitación de la madre y la asesinó. Cuando los otros despertaron, la droga ya había hecho su trabajo en su organismo. Así que, les incorporó la idea del Coco y los remontó a aquéllos días de castigo. Creo que el resto no hace falta aclararlo. Por el efecto del preparado y el lavado de cerebro, creyeron ver realmente al monstruo y además, que ellos eran los asesinos potenciales. Con el tiempo, no lo soportarían y se terminarían suicidando. El propanol resguarda en el cerebro los momentos traumáticos, pero el anti depresivo elimina los irrelevantes que se dieron antes o posteriormente al evento. Sólo fue cuestión de plantarles el cuchillo y listo.
_ ¿Pero, quién es el asesino?
_ El cómplice de la doctora Morelos es el señor Esteban Moira, el médico designado en la investigación que yo interrogué, y quien intentó persuadirme para que no supiera quien era él en realidad y así evitar entorpecer un plan que llevó años de elaboración. El señor Moira es quien fuera el director del orfanato en su momento. Después de quedar en libertad, viajó a Venezuela y retomó al país con una identidad falsa, para que no lo buscasen y así impedir ser descubierto.
_ Si esos malcriados no nos hubieran denunciado, _ arremetió la enfermera_ nada de esto hubiera sucedido. Si los atacábamos a ellos directamente, hubieran sospechado de nosotros de inmediato. Por eso fuimos contra sus madres. De todas formas, nos descubrieron. Ese estúpido no supo ser discreto.
_ No intente justificar lo que carece de justificación por su naturaleza perversa e inhumana.
_ ¿Cómo lo descubrió?_ intervino Riestra, confundido.
_ Ya se lo dije. _ recalcó mi amigo_ Intentó disuadirme cuando hablé con él y no soy una persona fácilmente engañable. Me di cuenta de que había algo que no encajaba en su discurso, y a partir de eso empecé a unir todos los eslabones sueltos de este drama, hasta que finalmente acerté a su solución.
_ ¿Qué va a pasar conmigo?_ demandó la señora Morelos, algo ofuscada.
_ Volverá a la cárcel y ésta vez es posible que no salga nunca más. Carga con cuatro homicidios sobre sus hombros. _ confirmó el inspector_ Pero tengo un trato para ofrecerle.
_ Lo escucho_ disparó la enfermera, interesadamente.
Breve presentación del personaje
SEAN DORTMUND: Es un exagente e inspector especializado en homicidios de la Garda Síochána (Policía nacional de Irlanda). Después de su retiro, decidio viajar junto con su amigo y médico forense jubilado, Jim Tait (relata la mayoria de sus casos) a Argentina para tomarse unas vacaciones y descansar su mente. Durante el crucero que lo trae por Latinoamérica resuelve exitosamente un caso algo intrincado (El extraño caso de María Álzaga), lo que le otorga cierto prestigio. Es el inicio de una carrera que lo tendrá como protagonista resolviendo casos de toda índole a lo largo y ancho de Argentina, junto al superintendente de la División Homicidios de la Policía Federal y jefe a su vez de la División Homicidios de la jurisdicción Zárate/Campana, Eugenio Nicanor Riestra, a quien tuvo el agrado de conocer durante la investigación de un caso que lo involucraba a Sean Dortmund (El misterio de la red ferroviaria). Pero toda aventura tiene sus sacrificios: por su nueva labor casi inducida de manera natural, se ve obligado a separarse de su esposa que se quedó a vivir en Irlanda. Él consigue vivienda propia en Buenos Aires, la que comparte con el doctor Tait. Es así que ante cualquier caso enredado, el capitán Riestra lo convoca a Dortmund para que lo ayude a resolver el caso y él, siempre valiéndose de dos o tres mínimos detalles, hace especulaciones sobre la posible solución del caso, que no revela hasta el final de la trama para estar completamente seguro y no dejar nada librado al azar.
PAÍS DE ORIGEN: Irlanda
PAÍS DE LABOR COMO ASESOR E INVESTIGADOR DE LA POLICÍA FEDERAL: Argentina.
Relatos en lo que no aparece hasta el momento: "Testigo en un sueño", "Ruleta Rusa", "El cuadro", "El afan de ser detective" y "Vidrio empañado".
PAÍS DE ORIGEN: Irlanda
PAÍS DE LABOR COMO ASESOR E INVESTIGADOR DE LA POLICÍA FEDERAL: Argentina.
Relatos en lo que no aparece hasta el momento: "Testigo en un sueño", "Ruleta Rusa", "El cuadro", "El afan de ser detective" y "Vidrio empañado".
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