martes, 7 de septiembre de 2021

En el juicio

 

    

 

Ya habían pasado por el estrado los seis testigos principales que estuvieron presentes en la quinta al momento del asesinato de la señora Gloria Garibaldi. Todos declararon lo mismo en relación al instante en el que oyeron el disparo. Estaban reunidos en el jardín pasando el rato en familia, charlando y bebiendo unos daiquiris. Atestiguaron que se paralizaron tras oír el estallido y que la conmoción fue abruptamente interrumpida por los gritos desesperados del señor Octavio Uriarte, esposo de la víctima, tras lo cual corrieron todos juntos en tropel hasta su despacho, donde al ingresar, se toparon con la tragedia. Gloria Garibaldi yacía muerta en el piso boca arriba y con los ojos enormemente abiertos por un disparo proveniente de afuera que atravesó completamente la ventana, la franqueó a ella a la altura del tórax y terminó incrustada en un reloj antiguo situado en el centro de una biblioteca enclavada en medio del estudio. Tuvieron que hacer un sobreesfuerzo muy grande para calmarlo a Uriarte ya que estaba comprensiblemente incontrolable por lo acaecido. Costó trabajo pero lograron apaciguarlo, aunque estaba deshecho en llantos. Y no era para menos. Era difícil caer en la realidad de lo ocurrido y asimilarlo.

Los peritos examinaron la escena minuciosamente y determinaron la trayectoria, la distancia

y la posición del asesino. Nadie vio nada fuera de lo común y dar con el culpable era una tarea extenuantemente compleja. Ya habían pasado tres meses del crimen y no se registraron avances considerables en ese corto plazo. La audiencia que se estaba celebrando oportunamente era de carácter preliminar, la segunda en rigor.

Lo primero que el juez quiso saber fue si la muerte de la señora Garibaldi se trató de un fortuito accidente. Es decir, si la bala fue disparada en otra dirección, por determinados factores se desvió de su camino e impactó entonces en el cuerpo de la desafortunada señora Gloria Garibaldi. Pero los múltiples exámenes practicados en la escena por los peritos descartaron de plano esa posibilidad, lo que dejaba de manifiesto que el blanco del asesino era ciertamente la señora Garibaldi.

El único que tenía motivos para asesinarla era su esposo, pero estaba junto a ella al momento de la tragedia. ¿Pudo entonces contratar a un asesino a sueldo? Tampoco. El juez mandó a investigar detalladamente la situación financiera del señor Octavio Uriarte y encontró todo en orden, no había nada por fuera de lo habitual. Además, no se hallaron rastros que indicaran la presencia de una tercera persona en los alrededores de la quinta de la familia ni tampoco se encontró el arma utilizada para el crimen.

El próximo que debía brindar su testimonio ante el juez era el mismo señor Octavio Uriarte. Debía revivir otra vez el terrible momento del asesinato, del que él resultaba testigo involuntario. Estaba tranquilo y predispuesto a disipar todas las inquietudes que le planteara el juez.

_ ¿Por qué estaba reunido con la señora Garibaldi a solas en su despacho, señor Uriarte?_ fue en lo primero que se interesó el magistrado.

_ Debíamos ultimar algunos detalles en relación a nuestro divorcio, Su Señoría_ respondió sin rodeos, Uriarte.

_ El cual usted se negaba a concederle. ¿Es esto correcto?

_ No quería perderla. Estaba confiado en que podíamos recuperarnos y salir adelante.

_ Responda lo que se le preguntó, por favor, señor Uriarte. ¿Usted se negaba a concederle el divorcio a la señora Garibaldi?

_ Sí, Señor Juez.


_ ¿Por qué?

_ Porque la amaba locamente y no estaba dispuesto a perderla así porque sí. No sin antes luchar.

_ ¿Por qué la señora Gloria Garibaldi le solicitó el divorcio?

_ Porque decía que ya no me amaba. Que ya no sentía ningún tipo de atracción física hacia mí persona.

_ ¿Pensó que su decisión respondía a que había otro hombre en su vida?

_ No se me cruzó por la cabeza en ese momento.

_ ¿Y posteriormente?

_ Sí. Aunque me rehusaba a aceptar esa idea.

_ ¿La señora Garibaldi le blanqueó abiertamente mantener un romance alternativo con otro hombre, señor Uriarte?

_ No, Su Señoría. Nunca me dijo nada al respecto. Pero yo lo sospechaba.

_ ¿En qué basó sus sospechas?

_ En su comportamiento en general y en su decisión y fundamentos de divorciarse.

_ ¿Cree que pudiera haber otra razón que implicara solicitar la nulidad del matrimonio, señor Uriarte?

_ Honestamente, no tengo la menor idea. Lo único que es que Gloria está muerta y todavía no hay ningún sospechoso bajo arresto.

_ ¿Cuál fue la actitud de la señora Garibaldi frente a su rechazo de acceder a su petición de divorciarse?

_ La esperada, naturalmente.

_ ¿Y cuál es la esperada, según usted, señor Uriarte?

_ Enojo, indignación, indiferencia, histeria.

_ ¿Y usted insistió en sus formas hasta que ella cedió?

_ Así es, Señor Juez. Nos pusimos de acuerdo y nos pareció un momento propicio… Y calló desapaciblemente. Juntó fuerzas para seguir y retomó con el relato.

_El día de su muerte. Como estábamos todos afuera reunidos, fue muy sencillo disculparnos con mi esposa e ir a mi despacho a hablar más tranquilos.

_ ¿A hablar sobre los términos del divorcio o a matarla, señor Uriarte?_ dijo una voz firme que pertenecía al inspector Dortmund, que irrumpió en la sala de forma elegante y diplomática.

El juez miró a aquél cortés caballero con estupor e indignación conjuntos.

_ ¿Por qué interrumpe en mi audiencia de esta forma?_ inquirió el magistrado imponiendo su autoridad.

_ Disculpe la imprudencia, Señor_ se disculpó Dortmund educadamente._ Pero el señor Uriarte asesinó a la señora Garibaldi porque ella quería el divorcio y él no estaba dispuesto a concedérselo.

_ Usted está loco_ intervino Octavio Uriarte con cierto nerviosismo reflejado en su manera de dirigirse a los presentes._ Yo estaba junto a ella en el preciso instante en que alguien disparó desde afuera y la asesinó. Ella murió delante de mis ojos. Esa imagen vivirá conmigo toda la vida.

_ Y por eso fue un crimen brillante. Porque usted se convirtió en su propia coartada. Pero encontré la pistola que utilizó para el homicidio muy bien oculta en el tronco del cerezo que está justo enfrente de la ventana de su despacho, a 20 metros de distancia. La misma desde la que se efectuó el disparo según la confirmación experta de los peritos de Balística. Y exhibió el arma ante la mirada atónita del juez y de toda la sala en general.


_ Explíquese_ indicó el juez con prepotencia._ Y preséntese ante esta corte, si es tan amable.

_ Sean Dortmund, Señor, _ repuso el inspector._ asesor de la Policía Federal. El capitán Riestra vino a consultarme al respecto de este caso y vengo a que se lo juzgue al señor Octavio Uriarte por el asesinato de su esposa, la señora Gloria Garibaldi.

_ ¿Cómo pude ser yo el asesino si estaba con mi mujer al momento del crimen, insisto?_ volvió a tomar la palabra el señor Uriarte.

_ Porque el arma fue disparada remotamente por un mecanismo bastante arcaico, pero muy ingenioso_ respondió el inspector con vanidad y zozobra._ Y tiene huellas por todos lados, las cuales, si se comparan con las suyas, señor Uriarte; seguramente coincidan.

La sorpresa que había en la sala se hizo notar por primera vez de sobremanera, complementada por un silencio incómodo que dejaba oír hasta la más mínima caída de un alfiler.

_ La pistola, como pueden apreciar todos_ continuó Dortmund la disertación, _ es un modelo viejo y que además tiene escaso mantenimiento. Y sabemos por regla general que un arma  en condiciones paupérrimas de mantenimiento es susceptible de fallar al disparar o, contrariamente, de dispararse de forma accidental ante cualquier mínimo o insignificante incentivo. En el caso puntual que nos compete, el cerezo en cuestión, en cuyo interior el señor Octavio Uriarte escondió muy inteligentemente el arma, está situado en una zona de plena exposición al sol. Y también sabemos por la misma regla física que rige el funcionamiento de las armas que la sobreexposición al calor intenso calienta el arma, la pólvora reacciona y la bala sale disparada.

<Sabía, señor Uriarte, que el arma podía dispararse de un momento a otro. Por eso le insistió a su esposa en ir a hablar tranquilamente a su despacho y por eso usted se mantuvo estratégicamente distante de la señora Garibaldi para mantenerse por fuera del radar de impacto. Pero intuyo que la pistola se disparó más rápido de lo previsto. Pistola que usted preparó el mismo día a la mañana temprano sin que nadie lo viera. Lo felicito.

Sinceramente, lo felicito>.

El rostro del juez adoptó una expresión grave y su mirada, en conjunto con la del resto de la sala, se volteó hacia el rostro pálido, adusto y huidizo del señor Octavio Uriarte.

_ ¿Lo vieron?_ proclamó Sean Dortmund con aire triunfal._ ¡Fue tan sencillo!

miércoles, 1 de septiembre de 2021

Confesiones homicidas 8: Confesión en el avión (Gabriel Zas)

 

                     

 

_ Está temblando, hombre_ le dijo al pasajero que tenía sentado en el asiento de al lado._ Mire que el avión no despego todavía, eh. Tiene tiempo de bajarse.

_ No es miedo a volar. De hecho, ya volé antes_ respondió el aludido sin titubeos.

_ ¿Entonces?_ repreguntó el otro, medio desorientado.

_ Una vez que el avión haya despegado y esté más tranquilo, le cuento.

_ Muy bien. Como prefiera.

El avión despegó desde el aeropuerto de Rosario quince minutos después con destino a San Martín de los Andes. Cuando la nave se estabilizó, el pasajero nervioso se calmó y procedió a contarle a su acompañante el porqué de sus temores.

_ ¿Lo puedo molestar ahora?_ quiso saber antes.

_ Por supuesto. Lo escucho.

_ No sé cómo empezar. No es fácil lo que tengo que contarle. Entiéndame, no estoy en una situación para nada favorable.

_ No voy a juzgarlo. Quédese tranquilo. Cuente nomás.

Tomó aire, inhaló, contuvo y exhaló.

_ Se lo digo así como viene, eh_ agregó.

_ Sí, sí. Largue nomás.

_ Supongo que habrá oído hablar de los secuestros que ocurrieron en el Jardín de Infantes 7500 de Rosario. Hay cuatro chicos desaparecidos hasta el momento y nadie sabe nada. Están todos desesperados. Autoridades, padres…

_ Sí, estoy al corriente del asunto. Es comprensible. ¿Pero, qué tiene qué ver eso con usted?

_ Mucho.

_ ¿Es padre de uno de los chicos desaparecidos?

_ No. Como le anticipé anteriormente, mi situación no es nada favorable.

_ Explíqueme por qué, porque créame que no le estoy entendiendo.

_ A esos chicos… Los tengo yo.

No le dio tiempo de reaccionar a su acompañante, que se le paralizó el corazón al oír tal confesión.

_ ¿Cree que los secuestré yo, no? Bueno, le digo que está usted completamente equivocado si se le pasó semejante cosa por la cabeza.

_ ¿Qué quiere que piense? Mire, déjeme. Voy a dar aviso a las autoridades.

Pero lo volvió a detener.

_ Escúcheme, por favor_ le imploró._ Las cosas no son como parecen.

_ ¿Cómo parecen para usted? Porque para mí está todo muy claro.

_ Esos chicos eran víctimas de abusos en ese jardín de mierda. El maestro de Sala Verde abusa de ellos, yo lo vi. Intenté advertir la situación, pero nadie me creyó. ¿Entiende? ¡Nadie me creyó! Lo vi abusar de esos chicos una y otra vez, y sentí impotencia. Impotencia de no poder hacer nada, impotencia de que nadie me crea, impotencia por toda esa mierda. Porque hay que ser mierda para abusar de chicos. Los chicos no hablaron por temor, los padres creen que está todo bien, las autoridades del colegio son cómplices, cubren todo, tapan todo… ¡Tenía que hacer algo urgente! ¡Tenía que salvar a esas pobres criaturas del horror al que la basura del maestro de Sala Verde los sometía! Y me los fui llevando de a uno. Moví contactos para que me dejasen salir de la provincia sin hacer preguntas. Tengo a los cuatro bien cuidados en una cabaña de mi propiedad en San Martín de los Andes. Le aseguro que no les falta nada. Que los tengo muy bien cuidados a todos.

_ Lo que usted me cuenta es una verdadera locura. ¿Usted espera que le crea que es un salvador? ¿Usted me vio la cara a mí? Voy a denunciarlo ya mismo y va a tener que rendir cuentas por sus actos ante quien corresponda.

_ ¡No! ¡Espere! No me haga eso por favor. Usted tiene pinta de ser un buen tipo, por eso se lo conté. No me delate, por favor. Puedo demostrarle que lo que digo es cierto.

El acompañante reflexionó unos instantes y decidió darle una oportunidad.

_ Voy a darle sólo una chance de demostrarme que lo que dice es cierto. Si no me convence, lo denuncio con la Policía Aeroportuaria. ¿Está claro?

_ Muchas gracias. Sabía que no me equivocaba con usted.   

_ ¿Al resguardo de quién tiene a esas criaturas?

_ Al de mi hermana menor, Sofía. Es la cabaña que heredamos de nuestros padres cuando fallecieron hace 13 años atrás.

_ Lamento lo de sus padres.

El otro hizo una sutil reverencia con la cabeza.

_ Gracias_ agregó._ Necesito confiar en que usted va a ayudarme de buena fe.

_ Si realmente lo que dice es la pura verdad, no voy a tener ningún inconveniente en ayudar a esos inocentes niños. Que conste que accedo por ellos, no por usted. Y si usted no me dice toda la verdad o no me convence lo que vaya a plantearme ahora, voy y lo denuncio. De un modo u otro, a esos chicos los voy a ayudar. ¿Le quedó claro, no?

_ Absolutamente claro. Nunca pretendí igualmente que lo hiciera ni por mí ni por mi hermana, sino por ellos.  

_ ¿Qué pruebas tiene, según usted?

_ La confesión misma de los chicos. Tengo el casete muy bien guardado. Pero se imaginará que yo no puedo llevarlo a la Policía.

_ ¿Y pretende que lo lleve yo y me metan preso a mí?

_ No, no, en absoluto. La idea es que usted sea un transeúnte casual que pasó por la cabaña de fortuitamente, escuchó gritos, se asomó, vio a los chicos cautivos adentro, los reconoció por las noticias y dio aviso a las autoridades, ¿me entiende? Después yo dejo la cinta a la vista como un simple descuido para que la Policía la encuentre cuando requise el lugar.

_ Me parece sensato. Sáqueme de una duda. ¿Cómo logró que los chicos confiesen?

_ Fue difícil ganarme su confianza. Pero valió la pena.

El resto del viaje habló de cómo continuarían una vez desarrollado el plan.

Ya en San Martín de los Andes, aquél buen hombre fue guiado por su compañero de viaje a la cabaña en donde tenía ocultos a los chicos.  Estaba enclavada en medio de la nieve, rodeada de calma y silencio.

El propietario abrió la puerta, lo invitó a pasar al hombre de buen corazón y una vez dentro, lo golpeó fuertemente en la nuca a traición. Cayó desvanecido al instante.

Lo vistió con otras ropas, le plantó un arma y elementos que lo incriminaban, y montó la escena para dar una impresión completamente falsa. Los chicos estaban atados y amordazados y miraron con horror el suceso recientemente presenciado.

El captor los miró amenazantes.

_ Ya saben lo que tienen que decir, ¿no?_ dijo en tono agresivo y prepotente._ Si llegan a decir una palabra demás o a tergiversar una frase o mentir o cualquier estupidez parecida, mato a sus papis. Lisa y llanamente los mato. Y hablo enserio. ¿Quedó claro?

Los cuatro niños asintieron nerviosamente con la cabeza.

_ ¿A ver si entendieron? Hagan sí con la cabeza. ¿Los secuestró este hombre?

Los niños obedecieron forzosamente.

_ ¿Se los llevó contra su voluntad en una camioneta gris con vidrios polarizados?

Los chicos repitieron la acción.

_ ¿Y yo los encontré, me peleé con él, lo desmayé y los liberé?

Una vez más, los chicos asintieron.

_ Qué chicos tan obedientes que son. Ya prontito van a volver con sus papis, no se preocupen. Agradezcan que las cosas no salieron como esperaba, sino seguirían conmigo.

Tomó el teléfono y marcó el 911.