_ Está temblando, hombre_ le dijo al pasajero que tenía sentado en el asiento de al lado._ Mire que el avión no despego todavía, eh. Tiene tiempo de bajarse.
_ No es miedo a volar. De hecho, ya volé antes_ respondió el aludido sin titubeos.
_ ¿Entonces?_ repreguntó el otro, medio desorientado.
_ Una vez que el avión haya despegado y esté más tranquilo, le cuento.
_ Muy bien. Como prefiera.
El avión despegó desde el aeropuerto de Rosario quince minutos después con destino a San Martín de los Andes. Cuando la nave se estabilizó, el pasajero nervioso se calmó y procedió a contarle a su acompañante el porqué de sus temores.
_ ¿Lo puedo molestar ahora?_ quiso saber antes.
_ Por supuesto. Lo escucho.
_ No sé cómo empezar. No es fácil lo que tengo que contarle. Entiéndame, no estoy en una situación para nada favorable.
_ No voy a juzgarlo. Quédese tranquilo. Cuente nomás.
Tomó aire, inhaló, contuvo y exhaló.
_ Se lo digo así como viene, eh_ agregó.
_ Sí, sí. Largue nomás.
_ Supongo que habrá oído hablar de los secuestros que ocurrieron en el Jardín de Infantes 7500 de Rosario. Hay cuatro chicos desaparecidos hasta el momento y nadie sabe nada. Están todos desesperados. Autoridades, padres…
_ Sí, estoy al corriente del asunto. Es comprensible. ¿Pero, qué tiene qué ver eso con usted?
_ Mucho.
_ ¿Es padre de uno de los chicos desaparecidos?
_ No. Como le anticipé anteriormente, mi situación no es nada favorable.
_ Explíqueme por qué, porque créame que no le estoy entendiendo.
_ A esos chicos… Los tengo yo.
No le dio tiempo de reaccionar a su acompañante, que se le paralizó el corazón al oír tal confesión.
_ ¿Cree que los secuestré yo, no? Bueno, le digo que está usted completamente equivocado si se le pasó semejante cosa por la cabeza.
_ ¿Qué quiere que piense? Mire, déjeme. Voy a dar aviso a las autoridades.
Pero lo volvió a detener.
_ Escúcheme, por favor_ le imploró._ Las cosas no son como parecen.
_ ¿Cómo parecen para usted? Porque para mí está todo muy claro.
_ Esos chicos eran víctimas de abusos en ese jardín de mierda. El maestro de Sala Verde abusa de ellos, yo lo vi. Intenté advertir la situación, pero nadie me creyó. ¿Entiende? ¡Nadie me creyó! Lo vi abusar de esos chicos una y otra vez, y sentí impotencia. Impotencia de no poder hacer nada, impotencia de que nadie me crea, impotencia por toda esa mierda. Porque hay que ser mierda para abusar de chicos. Los chicos no hablaron por temor, los padres creen que está todo bien, las autoridades del colegio son cómplices, cubren todo, tapan todo… ¡Tenía que hacer algo urgente! ¡Tenía que salvar a esas pobres criaturas del horror al que la basura del maestro de Sala Verde los sometía! Y me los fui llevando de a uno. Moví contactos para que me dejasen salir de la provincia sin hacer preguntas. Tengo a los cuatro bien cuidados en una cabaña de mi propiedad en San Martín de los Andes. Le aseguro que no les falta nada. Que los tengo muy bien cuidados a todos.
_ Lo que usted me cuenta es una verdadera locura. ¿Usted espera que le crea que es un salvador? ¿Usted me vio la cara a mí? Voy a denunciarlo ya mismo y va a tener que rendir cuentas por sus actos ante quien corresponda.
_ ¡No! ¡Espere! No me haga eso por favor. Usted tiene pinta de ser un buen tipo, por eso se lo conté. No me delate, por favor. Puedo demostrarle que lo que digo es cierto.
El acompañante reflexionó unos instantes y decidió darle una oportunidad.
_ Voy a darle sólo una chance de demostrarme que lo que dice es cierto. Si no me convence, lo denuncio con la Policía Aeroportuaria. ¿Está claro?
_ Muchas gracias. Sabía que no me equivocaba con usted.
_ ¿Al resguardo de quién tiene a esas criaturas?
_ Al de mi hermana menor, Sofía. Es la cabaña que heredamos de nuestros padres cuando fallecieron hace 13 años atrás.
_ Lamento lo de sus padres.
El otro hizo una sutil reverencia con la cabeza.
_ Gracias_ agregó._ Necesito confiar en que usted va a ayudarme de buena fe.
_ Si realmente lo que dice es la pura verdad, no voy a tener ningún inconveniente en ayudar a esos inocentes niños. Que conste que accedo por ellos, no por usted. Y si usted no me dice toda la verdad o no me convence lo que vaya a plantearme ahora, voy y lo denuncio. De un modo u otro, a esos chicos los voy a ayudar. ¿Le quedó claro, no?
_ Absolutamente claro. Nunca pretendí igualmente que lo hiciera ni por mí ni por mi hermana, sino por ellos.
_ ¿Qué pruebas tiene, según usted?
_ La confesión misma de los chicos. Tengo el casete muy bien guardado. Pero se imaginará que yo no puedo llevarlo a la Policía.
_ ¿Y pretende que lo lleve yo y me metan preso a mí?
_ No, no, en absoluto. La idea es que usted sea un transeúnte casual que pasó por la cabaña de fortuitamente, escuchó gritos, se asomó, vio a los chicos cautivos adentro, los reconoció por las noticias y dio aviso a las autoridades, ¿me entiende? Después yo dejo la cinta a la vista como un simple descuido para que la Policía la encuentre cuando requise el lugar.
_ Me parece sensato. Sáqueme de una duda. ¿Cómo logró que los chicos confiesen?
_ Fue difícil ganarme su confianza. Pero valió la pena.
El resto del viaje habló de cómo continuarían una vez desarrollado el plan.
Ya en San Martín de los Andes, aquél buen hombre fue guiado por su compañero de viaje a la cabaña en donde tenía ocultos a los chicos. Estaba enclavada en medio de la nieve, rodeada de calma y silencio.
El propietario abrió la puerta, lo invitó a pasar al hombre de buen corazón y una vez dentro, lo golpeó fuertemente en la nuca a traición. Cayó desvanecido al instante.
Lo vistió con otras ropas, le plantó un arma y elementos que lo incriminaban, y montó la escena para dar una impresión completamente falsa. Los chicos estaban atados y amordazados y miraron con horror el suceso recientemente presenciado.
El captor los miró amenazantes.
_ Ya saben lo que tienen que decir, ¿no?_ dijo en tono agresivo y prepotente._ Si llegan a decir una palabra demás o a tergiversar una frase o mentir o cualquier estupidez parecida, mato a sus papis. Lisa y llanamente los mato. Y hablo enserio. ¿Quedó claro?
Los cuatro niños asintieron nerviosamente con la cabeza.
_ ¿A ver si entendieron? Hagan sí con la cabeza. ¿Los secuestró este hombre?
Los niños obedecieron forzosamente.
_ ¿Se los llevó contra su voluntad en una camioneta gris con vidrios polarizados?
Los chicos repitieron la acción.
_ ¿Y yo los encontré, me peleé con él, lo desmayé y los liberé?
Una vez más, los chicos asintieron.
_ Qué chicos tan obedientes que son. Ya prontito van a volver con sus papis, no se preocupen. Agradezcan que las cosas no salieron como esperaba, sino seguirían conmigo.
Tomó el teléfono y marcó el 911.
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