viernes, 8 de abril de 2022

El cofre del diplomático (Gabriel Zas)


 

 

_ Es inútil ocultarlo_ decía una voz masculina al unísono._ El señor presidente sabe que estoy metido hasta el cuello en todo este asunto. Si me agarra…

_ Pero, hasta ahora, no lo agarró_ replicó otra voz masculina, más gruesa y difónica que la primera._ Y eso quiere decir que no tiene nada en contra suya. No se me va a achicar ahora…

_ Es muy arriesgado. Nos estamos jugando el pescuezo con esta maniobra. ¿Si nos agarran? Discúlpeme, pero…

El otro se puso firme y contundente.

_ ¿Se me va a achicar ahora? Cuando le propuse este negocio, usted no estaba asustado. Y sabía desde ese momento los riesgos que asumía siendo parte de esto. Dígame, ¿qué lo hizo cambiar de parecer tan repentinamente, de la noche a la mañana?

_ Ya todo el mundo sabe que robamos esos planos. Van a venir atrás nuestro en cualquier momento, y nos van a colgar de las pelotas.

_ ¡Yo lo voy a colgar a usted de las pelotas, si se achica ahora! ¿Me escuchó?  Usted está tan comprometido como yo en todo este asunto. ¿O qué se piensa? ¿Que usted solo va a salir perjudicado nada más de todo este asunto? Llegamos hasta acá. No nos vamos a detener ahora.

_ Tengo una mujer, dos hijos, una reputación, señor. Quizás a usted no le importe eso. Pero para mí es importante que mi reputación y honor no se manchen.

_ Ya se mancharon, se lo aclaro, por si no estaba al tanto. Su reputación y su honor están enterrados diez metros bajo tierra desde que aceptó ser parte de esto. Así que, no me venga con estupideces, hágame el favor. Además, le recuerdo que usted aceptó ser parte de esta operación justamente por su mujer y sus hijos. Para darles una vida mejor, un bienestar mejor, un futuro mejor.

_ Cometí un error. Discúlpeme si lo ofendo.

_ Vamos a vender estos planos a los países que están interesados en adquirirlos, y con lo que nos van a pagar, ni usted ni yo vamos a tener que trabajar por el resto de nuestras vidas.

_ Temo que debo insistir…

_ ¿Se va a abrir ahora porque tiene cagazo de que nos descubran? No se alarme. Tengo jueces y funcionarios amigos que nos van a apoyar. Relájese.

_ Pero, el presidente sospecha y por ahí…

_ ¡Una cosa es sospechar y otra muy distinta es tener certeza de las cosas, lo que el presidente no tiene! ¡Porque si no, ya nos habría mandado a fusilar, mínimamente! Además, habla del presidente como si fuese un ser ejemplar. Es un imbécil hecho y derecho, él y la gente que lo rodea. ¿Por qué se cree que fue tan fácil robar los planos de la Casa Rosada? Son todos unos inútiles los que trabajan ahí. Usted no le debe devoción ni mucho menos respeto al presidente. ¿Usted quiere saber de dónde saca la plata con la que le paga su sueldo mensualmente? La saca de cagar al pueblo, de malversar fondos públicos y de los negocios corruptos que mantiene con jueces y fiscales vendidos como usted y yo. De ahí sale la guita de su sueldo. Entonces, no me venga ahora a hacerse el moralista, ¿quiere?

_ Esto que estamos haciendo va en contra de mis principios.

_ ¿Ahora, de repente, tiene principios? Mire usted.

_ Con el debido respeto, siempre los tuve, señor.

_ No parece.

_ Lo lamento. Yo llego hasta acá.

Le estrechó la mano y el otro se quedó perplejo mirándolo cómo se alejaba lentamente hacia la salida. Antes de que llegara a la puerta, lo llamó, el otro se giró y aquél le disparó al pecho.

Una testigo, desde un coche que estaba estacionado en la vereda de enfrente, contempló horrorizada el asesinato y llamó angustiada a la Policía.

_ Ningún juez nos va a dar una orden para allanar la casa de este tipo_ le explicaba el capitán Riestra a Dortmund, en la escena del crimen, mientras otros dos oficiales hablaban con la testigo.

_ Si el señor nos da permiso de hablar con él y explicarle la situación, no tenemos porqué recurrir a ningún juez_ refutó Sean Dortmund, solemnemente.

_ El señor Borsato es un alto funcionario del gobierno nacional, muy allegado al presidente de la Nación. Si nos metemos con él, es muy probable que a mí me echen y encima me abran un sumario. Y a usted lo deporten de nuevo para Irlanda. Y eso es algo que no quisiera que ocurriera.

_ Nada de eso va a pasar si compruebo que el señor Borsato mató a alguien.

_ Dortmund, ningún juez nos va a autorizar a allanar la casa de Borsato. ¿Otra vez se lo tengo que explicar?

_ ¿Por qué? ¿Porque es un funcionario del gobierno? ¿Porque es un diplomático, entonces no se lo puede juzgar?

_ Algo por el estilo. Así funciona la burocracia en Argentina. Y usted, con los años que lleva viviendo acá, ya debería recontra saberlo eso.

_ No me acostumbro aún, capitán Riestra. En mi país, estas cosas no existen. El que asesina a alguien o comete cualquier otro delito, sin importar quién sea, es  encarcelado y sometido a juicio.

_ Ojalá acá fuese así también. Pero está todo tan corrompido, Dortmund… En fin. Esto no es Irlanda y las cosas funcionan de un modo muy distinto. Otra cosa, además. ¿No se puso a pensar que la testigo se pudo a ver equivocado?

_ Ella dijo que vio un asesinato desde su coche y yo le creo. No tengo por qué dudar de su relato.

_ Sea cual fuere el caso, hablar con Fabián Borsato no va a resultar nada sencillo.

_ Es cuestión de acercarme, tocarle el timbre, explicarle la situación y pedirle permiso para revisar su casa. Si accede, no necesitamos la autorización de ningún magistrado y todo se podrá aclarar mucho más rápidamente en beneficio de todos. ¿No le parece, capitán Riestra?

_ ¿Cree que el señor Borsato va a acceder? Va a decir que todo esto es un montaje para desprestigiarlo públicamente, va a hablar con gente de muy alto rango que conoce y nosotros vamos a estar perdidos.

_ Si no tiene nada que esconder, no va a tener inconveniente en recibirnos. ¿Usted qué cree al respecto, capitán Riestra?

_ Si insiste… Después de todo, no perdemos nada. Mientras Borsato no levante una queja en mi contra…

_ No tiene porqué hacerlo, capitán Riestra.

_ Pero antes, quiero cruzar algunas palabras con la testigo.

_ Como guste, Dortmund.

El inspector se acercó hasta donde se encontraba la muchacha. Era encantadora. Ojos azules, cabello negro intenso como la noche, facciones suaves y una voz débil pero cautivadora. Tendría en apariencia unos treinta y cinco años. Estaba fastidiosa e impaciente, y algo cansada también. Dortmund se acercó hacia ella, le pidió a los dos oficiales que la estuvieron interrogando que se alejaran e invitó a la señorita a calmarse.

_ Antes que nada_ abrió Sean Dortmund la conversación_ quisiera saber su nombre, por favor.

_ Carina Abelaustegui_ respondió ella, refunfuñando.

_ Señorita Abelaustegui. Reláteme, por favor, lo que vio.

_ ¿Para qué? ¿Para que no me crea y me trate de loca como esos dos? (Los señaló con la mirada)._ No, gracias.

_ Yo no soy como esos dos oficiales, señorita. A diferencia de ellos, yo sí le creo.

El rostro de ella se endulzó sutilmente. Era claro que había bajado apenas la guardia ante los elogios del inspector.

_ Por favor, sea precisa con los detalles_ le aconsejó Dortmund en un tono de voz afectuoso y magnánimo.

_ Me detuve un momento porque el motor de mi auto estaba haciendo unos ruidos extraños. Entonces, estacioné y me bajé a revisarlo, aunque la mecánica no es mi fuerte. Como por mi ignorancia en el asunto no podía detectar el origen del sonido ni qué lo causaba, bajé el capot. Quería buscar algún teléfono público para llamar al auxilio. Y cuando me dispuse a volver a subir a mi coche, oí unos gritos muy fuertes de dos hombres que aparentemente estaban discutiendo de una forma muy poco sutil. Miré para la ventana y los vi gesticulando,  como si estuvieran lanzándose acusaciones mutuamente. Pero nada más. Así que, simplemente volví a subirme a mi auto. Lo puse en marcha y cuando arrancó, que aceleré para calentar el motor, oí el disparo. Me paralicé, y casi dudando de qué era lo que debía hacer, me di vuelta casi por instinto, miré por la ventana y vi cómo un hombre mayor, de unos cincuenta años más o menos, blandía una pistola. Vi el humo que se desprendía del cañón, vi cómo gozó de lo que hizo y cómo guardo la pistola.

Dortmund la interrumpió en ese punto.

_ ¿Vio en dónde la guardó?_ preguntó cuidadosamente.

_ Supongo que en un estuche, que luego guardó en una especie de arcón que tiene en el comedor. No logré distinguir bien lo que era.  Disculpe si no soy precisa en ese aspecto.

_ Despreocúpese, me está usted ayudando mucho. ¿Vio qué hizo con el cuerpo?

Carina Abelaustegui  recuperó el estado de agitación anterior ante la inquietud del inspector.

_ Tranquila_ la alentó Dortmund._ Conteste con calma. No corre riesgo alguno. Se lo garantizo.

_ Tengo miedo que me haya visto.

_ Le doy mi palabra de que no la vio en absoluto. Estoy completamente seguro de ello.

_ ¿Cómo puede estar seguro de una cosa así?

_ Porque la ventana a través de la cual usted presenció el asesinato, tiene cortinas. Y el asesino no las corrió. Y no las corrió porque está confiado de que nadie lo vio. Así como debe estar confiado de que nadie oyó el disparo.

_ Porque habrá silenciado el arma con algo.

_ No, porque usted lo escuchó. Y si le hubiera puesto silenciador, ni siquiera usted habría percibido la detonación.  No, nadie más oyó el disparo porque el sonido del motor de su auto arrancando lo cubrió. Y el asesino estaba tan concentrado en ocultar lo que hizo, que omitió ese detalle. Así que, como verá, está usted completamente a salvo, señorita Abelaustegui.

_ Me deja usted más tranquila_ ironizó la testigo.

_ Volvamos a la pregunta que quedó pendiente de respuesta. ¿Vio, señorita Abelaustegui, qué hizo el asesino con el cuerpo luego de consumado el crimen?

_  Lo cargó con algo de dificultad y lo escondió en el mismo arcón donde ocultó el arma. Estoy segura.

_ En ese caso, estamos hablando de algo más amplio y con mayor capacidad que un arcón. ¿Podemos convenir que se trata de un cofre quizás?

_ Es posible. Sí. Pero que esto no ponga en duda nada de lo que vi. Porque ya conozco cómo es la policía con estos detalles. Para ellos, los testigos no somos confiables porque dicen que siempre se nos escapan detalles o que distorsionamos los hechos de acuerdo a nuestra conveniencia. Infelices.

_ Eso es verdad, en cierto punto. Pero no es su caso, señorita Abelaustegui. Puede estar tranquila de que le creo en un ciento por ciento.

La joven dejó lucir una tenue sonrisa que iluminó su hermoso rostro por unos instantes.

_ Una última cuestión antes de librarla. ¿Vio a la víctima?

_ Era un hombre joven en apariencia. Pero nada más. No lo vi como para reconocerlo o ayudarlos a que confeccionen un retrato hablado.

_ Será mejor que se retire a descansar, así se relaja y se olvida de este lamentable asunto. Me volveré a poner en contacto con usted en caso que surja algo nuevo.

“Espero que no surja nada nuevo. No quiero involucrarme más en esto. Es suficiente con lo que vi y sé”_ pensó ella.

_ Ningún problema_ repuso ella, afablemente._ Le dejo mi tarjeta así sabe dónde ubicarme en caso de que me necesite de nuevo.

Se la extendió en mano a Dortmund y se retiró. El inspector le pegó una revisada a ojo y la guardo en el bolsillo interior de su sobretodo.

_ Definitivamente, le creo_ concluyó Sean Dortmund, nuevamente reunido con el capitán Riestra mientras caminaban a paso acelerado hacia la casa del señor Borsato.

_ ¿Por qué?_ quiso saber Riestra.

_ Su expresión, su manera de hablar, su estado de ánimo, los detalles precisos que me brindó… Todo es muy convincente. No parece en absoluto algo inventado por ella.

_ Entonces, a hablar con Borsato y ponerme una soga en el cuello.

_ Le reitero que no tiene de qué preocuparse. No le pueden recriminar por hacer su trabajo.

_ Espero.

Riestra les hizo seña a los dos oficiales que lo acompañaron para que se sumaran al tropel.  Una vez los cuatro en la puerta de la casa del señor Fabián Borsato, se quedaron inmóviles, sin saber cómo reaccionar ni qué hacer ni qué decir. La sola idea de hablar con un alto funcionario del gobierno nacional sospechoso de haber asesinado a alguien los intimidaba terriblemente. Pero Dortmund no se anduvo con rodeos y tomó la iniciativa.

_ Capitán Riestra, haga los honores, por favor_  lo invitó Sean Dortmund, mientras señalaba la imponente puerta de entrada que separaba el interior de la residencia del señor Borsato con la calle.

El capitán puso mala cara, pero obedeció por el ser el oficial de más alto rango de los cuatro, sólo en la formalidad.

Fabián Borsato atendió muy predispuesto, pero cuando contempló la presencia de cuatro hombres de la ley, se quedó perplejo y su expresión se endureció.

_ ¿Qué quieren?_ preguntó con malos modales.

Riestra le iba a responder devolviéndole la agresión, pero Dortmund lo detuvo oportunamente y se antepuso a la situación.  Mostró su mejor sonrisa y se presentó ante Fabián Borsato, que seguía sin deponer su actitud hostil y distante.

_ Soy el inspector Sean Dortmund y ellos son el capitán en jefe, Eugenio Riestra, de la Policía Federal y dos oficiales suyos_ dijo amablemente, formalizando las saludos de rigor.

_ ¿Y a qué viene la Policía a mi casa?

_ Denunciaron un incidente que ocurrió en su casa y quería saber si podíamos corroborar la veracidad de la llamada.

_ ¿Qué clase de incidente?

_ Una discusión doméstica. Queríamos comprobar que estuviese todo en orden.

_ ¿Y se presentan cuatro tipos en mi casa por un incidente trivial, en vez de estar patrullando las calles, atrapando delincuentes? El gobierno se va a enterar de esto.

_ Son los protocolos. Sepa disculparnos.

_ Usted evidentemente no sabe quién soy yo y para quién trabajo.

_ Es el señor Fabián Borsato, ministro de Defensa de la Nación.

_ Entonces, si lo sabe, dé media vuelta y retírese por donde vino, si no quiere que llame a sus superiores y lo echen a patadas.

Otra vez Riestra iba a intervenir y de nuevo Dortmund lo detuvo a tiempo.

_ Es sólo rutina. Recibimos una llamada y respondimos en consecuencia_ continuó Sean Dortmund._ No creo que la persona que hizo la llamada supiera quién es usted ni mucho menos lo haya hecho con la mala intención de molestarlo. Como buen ciudadano, presenció una situación y dio aviso a la Policía. Y nosotros estamos acá para cumplir con nuestro trabajo.

_ Acá no pasó nada. Pueden retirarse.

_ Si nos permitiera pasar a revisar…

_ No tienen ninguna orden judicial ni causa probable alguna, así que no les permito nada. Ahora, tómenselas antes que los haga echar.

_ ¿Estuvo con alguien?

_ Eso no le incumbe. Váyanse.

Fabián Borsato amagó con cerrar la puerta, pero Dortmund se lo impidió interponiendo sutilmente la punta de su pie.

_ ¿Qué hace?_ se quejó furioso el ministro._ No sea irrespetuoso en mi propia casa. Ya bastante me faltaron el respeto viniendo hasta acá y molestándome por una estupidez.

_ Un asesinato no es ninguna estupidez, señor Borsato.

Fabián Borsato se quedó inmóvil por unos segundos. Al fin, reaccionó virulento y fuera de sus casillas. Estalló en miles de acusaciones ponzoñosas y prácticamente los echó a los cuatro a patadas y en un estado de absoluta irascibilidad.

_ Por si quiere saber_ dijo Sean Dortmund al final, justo antes de retirarse definitivamente, _ la persona que lo acusa de asesinato se llama Carina Abelaustegui. Es quien asegura haberlo visto dispararle a otro hombre. Ahí tiene su dirección.

Y le tiró la tarjeta de mala gana en la cara, al tiempo que se retiraron antes de que el señor Borsato colapsase.

_ ¿Qué fue eso, Dortmund?_ le recriminó el capitán Riestra, indignado y enojado, una vez alejados de la propiedad.

_ Nuestra orden judicial para requisar su casa y atraparlo_ repuso el inspector, petulante y totalmente despreocupado.

_ ¡Puso en riesgo la vida de una testigo, Dortmund, por Dios! ¿Está loco o qué?

_ Me alegra oírlo decir eso, porque hasta antes de que habláramos con el señor Borsato, usted no creía en la palabra de nuestra testigo.

_ Usted le creyó. Eso es más que suficiente para mí. Además, después de ver la reacción del ministro, no pongo en duda su culpabilidad en este asunto. Pero, no me cambie de tema. Eso no le da ningún derecho de poner en peligro la vida de alguien.

_ Sería muy torpe por parte del señor ministro pretender lastimar a la señorita Abelaustegui. Sobre todo, después de nuestra visita reciente.

_ Es funcionario público. Por ende, está corrompido. Puede hacer lo que quiera.

_ Y ahí estará usted para evitarlo, capitán Riestra. Y ante esa situación y el testimonio de la señorita Abelaustegui, conseguiremos la orden del juez que necesitamos.

_ Es muy arriesgado… Pero efectivo.

 

 

Carina Abelaustegui se estaba preparando para irse a dormir cuando tocaron el timbre de su casa alrededor de las 23. Se sobresaltó y enfiló hacia la entrada con absoluta cautela. Esperó unos segundos detrás de la puerta antes de preguntar.

_ ¿Quién es?

Pero nadie respondió. Repitió la pregunta con idéntico resultado. Cuando dio media vuelta para volver a su habitación, un desconocido se le apareció de repente y le asestó un golpe en la frente, con tanta fuerza, que la derribó. El intruso entró por el jardín a través de la medianera del vecino.

La señorita Abelaustegui intentaba defenderse pero el desconocido le ganaba en fuerza y tamaño y le resultó todo un reto vencerlo para librarse de sus frías manos enguantadas, que la estaban asfixiando lentamente. De golpe, sintió que la presión del cuerpo de su atacante desapareció y que podía moverse con absoluta libertad. Estaba aturdida y mareada. Pero podía sentir como dos caballeros la sostenían de los brazos y la ayudaban a reponerse. Una vez recuperada, contempló la escena decididamente desconcertada y conmovida.

_ Ustedes son los que me interrogaron hoy a la mañana…_ llegó a decir cuando reconoció a Dortmund como uno de sus salvadores, todavía algo mareada y confusa.

Desvió la vista hacia su atacante y se angustió al observarlo detenidamente. Era la persona que vio dispararle a otra.

_ ¿Está segura que este es el hombre que vio hoy a la mañana en la ventana de su casa tomar la pistola y dispararle a alguien?

_ Sí. Este es el desgraciado.

Y como si el temor hubiese abandonado su cuerpo de forma esporádica, y con un dejo de adrenalina que la dominaba casi contra su propia voluntad, Carina Abelaustegui se abalanzó contra el intruso y le propinó repetidos golpes de puño con ambas manos en la zona del pecho, totalmente furiosa y fuera de sí.

_ ¿Qué le hizo a ese pobre hombre, malnacido? ¿Por qué lo mató? ¡Hijo de perra! ¡Confíese! ¿Por eso quiso matarme a mí también? ¡Hable, desgraciado de cuarta, hable!

Pero dos oficiales lograron aislarla y llevarla aparte para que se tranquilizara.

_ Señor Fabián Borsato_ le dijo Riestra al intruso, _ queda arrestado por asesinato e intento de otro asesinato a una testigo potencial del primero. Vamos. Lo esposó y se lo llevó detenido.

El ministro no mostró arrepentimiento alguno ni se inmutó en lo más mínimo.

_ Un momento, capitán_ lo detuvo Sean Dortmund._ ¿Quién es la víctima de su casa? Si tiene un poco de dignidad y de respeto por sí mismo, dígamelo_ adujo con solemne contundencia el inspector, dirigiéndose al señor Borsato.

_ Ignacio Acevedo. Un cobarde y un traidor. Murió en su ley_ respondió con total indiferencia.

_ Ya tenemos su confesión, capitán Riestra. Proceda.

_ Será un placer arrestar a un político. Vamos.

_ Tengo fueros, por si no está enterado.

_ Ya no, amigo. Por si no está enterado.

Dortmund se acercó a la señorita Abelaustegui, que estaba muy bien cuidada y mimada por otros oficiales.

_ Gracias por llegar a tiempo_ dijo con absoluta franqueza._ Y por creer en mi palabra.

_ No tenía porqué dudar de su testimonio ni de lo que vio_ repuso Sean Dortmund._ ¿Está dispuesta a testificar en contra del señor Borsato en el juicio que se celebre en su contra?

_ Por supuesto que sí. Cuente conmigo.

_ Se lo agradezco enormemente, señorita.

_ Hay algo que no comprendo de todo esto.

_ Dígame.

_ ¿Cómo supo el desgraciado este dónde vivía?

_ Eso no importa ahora. Descanse.

Y se alejó, avergonzado de revelarle la verdad. Había puesto su vida en peligro, pero ellos estaban preparados para actuar a tiempo. ¿Y si algo salía mal? Deberían haber pensado un plan de contingencia por si algo fallaba. Una oficial entrenada y preparada para la ocasión tomando el lugar de la señorita Abelaustegui hubiese resultado perfecto. Pero, afortunadamente, todo salió acorde a lo planeado.

 

 

El Juez de Instrucción competente en la causa emitió una orden para requisar la propiedad del ministro Fabián Borsato. Dortmund, por supuesto, fue parte del procedimiento junto al capitán Riestra. Lo que encontraron fue estremecedor. Dentro del cofre que había en la sala comedor y que coincidía con el que describió Carina Abelaustegui en su testimonio, se hallaba oculto el cuerpo de Ignacio Acevedo. Además, había una enorme pintura renacentista pintada en lienzo, que Dortmund detectó que era falsa. Pues a través de los trazos de las formas y la composición de la obra, se podía observar a contraluz unos planos que parecía que contenían tácticas y estrategias militares de ataque. El inspector y Riestra lo contemplaron obnubilados.

_ Son los planos robados de la Casa Rosada hace unos días atrás_ dedujo correctamente el capitán.

_ Los Planos Cóndor_ agregó Sean Dortmund.

El capitán asintió con la cabeza.

_ Contiene tácticas y estrategias militares totalmente novedosas, en las que el Ejército Argentino viene trabajando desde hacía varios años_ acotó Riestra._ Lo que acá hay es completamente revolucionario. A nadie jamás se le ocurrió algo así en la historia.   

_ Si cae en manos equivocadas, puede ser peligroso.
_ Ni más ni menos, inspector Dortmund.

_ De eso se trataba entonces. El señor Borsato debió robarlos para vendérselos a países enemigos y el señor Ignacio Acevedo debió ser su socio. Pero se arrepintió y vino a decirle al ministro que se abría del negocio. Y dadas las circunstancias, Fabián Borsato lo asesinó para evitar que hablase y que el asunto se convirtiera en un completo escándalo público.

_ Comparto su razonamiento. Lo que aún no encontramos es el arma homicida.

Dortmund palpó sutilmente el suelo del cofre y notó un hueco. Presionó lo suficiente y se abrió una especie de compartimento secreto, del cual extrajo el arma homicida. Riestra la examinó fascinado y boquiabierto. No era una pistola convencional, sino era de plata y tenía ornamentos e incrustaciones en oro.

_ Es el arma robada hace dos meses de Paris, que perteneció nada más ni nada menos que a Napoleón Bonaparte_ declaró el inspector, dándose importancia.

_ Increíble_ atinó a pronunciar el capitán Riestra, que seguía sin salir de su asombro.

_ El ministro Borsato, si mal no recuerdo, estuvo en Paris en ese tiempo, en una visita oficial. Otra prueba incriminatoria más en su contra.

_ ¿Cómo hizo para ingresarla al país sin que se la detectaran?

_ Capitán Riestra. Si hay algo que en la Aduana nunca revisan son los equipajes que tienen el sello oficial.

_ Bien pensado.

_ Siempre razono bien, capitán. Ese es mi gran don.

Dortmund volvió a sonar impertinentemente modesto como siempre. Creo que le gustaba la idea de fastidiarlo al capitán Riestra sólo por diversión.

 

 

 

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