Ricardo Pietrela era instructor de tiro en el Polígono
Federal de Buenos Aires. Era uno de los mejores que había en el país por
aquélla época. Pero su reputación se desmoronó en un segundo cuando quedó
envuelto en el asesinato de Silvia Larrazábal, ya que la bala que se recuperó
del cuerpo contenía sus huellas y la víctima era alumna suya. Solamente faltaba
el motivo. Pero el señor Pietrela sostenía firmemente que él era inocente, lo
que no convenció a nadie y el juez lo procesó con prisión preventiva, pese a
que el arma utilizada jamás fue encontrada. Pero el Polígono de Tiro daba en su
parte de atrás por una calle lateral al Río de la Plata, y el fiscal del caso arguyó que el señor
Pietrela lanzó el arma a sus aguas, un argumento que convenció decididamente al
magistrado. Pero no a Sean Dortmund, que estaba seguro de la inocencia del
señor Ricardo Pietrela.
_ Según la autopsia_ decía el capitán Riestra, _ la
señora Larrazábal murió alrededor de las ocho y veinte de la noche. En ése
horario, ella estaba tomando clases con el señor Pietrela. No había nadie más
en el Polígono, ya todos se habían ido, y ellos dos quedaron solos. Sin
testigos, fue el momento ideal para el asesinato. Para mí, la culpabilidad del
señor Pietrela es irrefutable.
_ Se olvida usted del motivo, capitán Riestra_ lo
disintió mi amigo con temeridad._ El señor Pietrela carece de motivos
suficientes para asesinar a la señora Silvia Larrazábal.
_ Perdone que discrepe con usted, Dortmund. Pero las
circunstancias no lo favorecen en absoluto. Y recuerde además que la bala
recuperada del cuerpo de la víctima contiene sus propias huellas.
_ Eso es porque él es instructor de tiro y es el único
que tiene autorización para tocar las balas y cargar las armas. Y por su
profesión, sus huellas están cargadas en el sistema.
_ No es suficiente para demostrar que es inocente.
_ Tampoco lo es para demostrar su culpabilidad.
_ Tampoco lo es para demostrar su culpabilidad.
Dortmund le extendió una carpeta, que el capitán
Riestra tomó y revisó con asombro.
_ ¿Qué es esto?_ preguntó con curiosidad.
_ Es el resultado de mis investigaciones y de un
trabajo correctamente realizado_ respondió mi amigo, quedamente._ Lo que usted
tiene en la mano, capitán Riestra, son registros de adopción. La víctima adoptó
a tres criaturas de forma irregular a través del pago de sobornos. Y tiene
además todos los datos de los padres biológicos de las tres criaturas, todos
con motivos más que suficientes para querer asesinar a la señora Silvia
Larrazábal. Dos son descartados automáticamente. Pongo mi atención entonces en
el matrimonio Ochoa. El padre de Jeremías Ochoa, el niño de cinco años adoptado
ilegalmente por la señora Larrazábal, Enrique Ochoa; practicó tiró al blanco
rigurosamente todos los días desde hace cinco meses atrás y tiene un arma
registrada a su nombre.
El capitán Riestra, aunque un poco renuente por la
teoría del inspector, accedió a entrevistar al señor Ochoa que confesó que
compró un arma pero aduciendo motivos de protección personal. El capitán
Riestra le pidió que le mostrara el arma en cuestión y era casualmente calibre
22, el mismo con el que mataron a la señora Silvia Larrazábal. Por lo tanto, el
capitán lo demoró en la casa con custodia policial y le pidió autorización al
juez para peritar el arma. Los resultados estuvieron listos enseguida: no era el arma buscada, y el señor
Enrique Ochoa fue liberado de inmediato.
El capitán Riestra volvió a ver a Dortmund y le expuso
los resultados de su hipótesis, los cuales mi amigo no compartió bajo ningún
punto de vista.
_ Es claro, capitán Riestra, que el señor Ochoa no iba
a usar su propia arma para el crimen_ refunfuñó Dortmund.
_ ¿De dónde iba a sacar una, entonces?
_ De cualquier otro lado. Trabaje debidamente y lo
resolverá. Esto me da la certeza absoluta de que el señor Pietrela es inocente.
_ El arma pertenecía al Polígono de Tiro y estaba
registrada como todas las que pertenecen a entidades de servicio público. Por
eso, después del asesinato, el señor Pietrela se deshizo de ella arrojándola a
las aguas del Río de la Plata. Todo nos lleva irremediablemente al señor
Pietrela.
_ Pues, sigo sin estar convencido.
_ ¿Se le ocurre algo mejor, Dortmund?
Mi amigo recobró la vivacidad de pronto y miró a
Riestra con una sonrisa impertinente.
_ Dígame una cosa, capitán Riestra. ¿Dónde escondería comúnmente una planta en particular para que no sea descubierta fácilmente?
_ Entre otras plantas de su misma especie, naturalmente. ¿Por qué?
_ ¿Y dónde escondería un arma específica utilizada en un asesinato para que no fuese encontrada durante la investigación?
_ ¿Entre otras armas? Digamos, una armería...
El capitán vaciló frente a su propia respuesta, pero mi amigo le hizo saber que su deducción fue acertada.
_ Dígame una cosa, capitán Riestra. ¿Dónde escondería comúnmente una planta en particular para que no sea descubierta fácilmente?
_ Entre otras plantas de su misma especie, naturalmente. ¿Por qué?
_ ¿Y dónde escondería un arma específica utilizada en un asesinato para que no fuese encontrada durante la investigación?
_ ¿Entre otras armas? Digamos, una armería...
El capitán vaciló frente a su propia respuesta, pero mi amigo le hizo saber que su deducción fue acertada.
_ ¡Exacto! ¿Qué se supo del revólver de colección que robaron
hace unos días del Museo de Armas?
_ Lo encontraron abandonado adentro de un pañuelo,
enterrado en un concurrido parque de la Capital. Lo hallaron siguiendo la
evidencia y con un detector de metales. Hasta ahora, no se supo quién la robó
ni porqué. Pero ya fue restituida al museo hace unos días atrás.
_ Corríjame si me equivoco, capitán Riestra. ¿Era
calibre veintidós?
_ ¿Qué está insinuando?
_ Que es el arma homicida. Robaron la bala del
Polígono, robaron el arma, la adaptaron, cometieron el homicidio ahí mismo en
el Polígono y la ocultaron en donde fue recuperada unos días más tarde.
El capitán Riestra le solicitó hacer a Balística
pruebas adicionales al arma para comprobar si había sido recientemente
disparada. Después de todos los trámites de rigor para que fuese retirada del
museo al que pertenecía, se autorizó el examen y el resultado fue positivo: había sido disparada hacía tres semanas
atrás, en fecha coincidente con el asesinato de Silvia Larrazábal. Y las
estrías de la bala pertenecían al propio adminículo.
Dortmund sugirió arrestar al señor Ochoa y así
sucedió. Enrique Ochoa le confesó al capitán Riestra haber matado a Silvia
Larrazábal por haberse apropiado de su hijo de manera ilegal, después de que lo
diera en adopción porque ni él ni su esposa podían darle una vida digna al
pequeño Jeremías. Ahora era responsabilidad del Estado decidir sobre el futuro
de la criatura.
Ricardo Pietrela fue liberado y sobreseído, y el
capitán Riestra se rindió a la inteligencia del inspector Dortmund, quien se
había vuelto a lucir una vez más.
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