lunes, 23 de julio de 2018

El instructor (Gabriel Zas - Cuento en competencia en concurso nacional)




Ricardo Pietrela era instructor de tiro en el Polígono Federal de Buenos Aires. Era uno de los mejores que había en el país por aquélla época. Pero su reputación se desmoronó en un segundo cuando quedó envuelto en el asesinato de Silvia Larrazábal, ya que la bala que se recuperó del cuerpo contenía sus huellas y la víctima era alumna suya. Solamente faltaba el motivo. Pero el señor Pietrela sostenía firmemente que él era inocente, lo que no convenció a nadie y el juez lo procesó con prisión preventiva, pese a que el arma utilizada jamás fue encontrada. Pero el Polígono de Tiro daba en su parte de atrás por una calle lateral al Río de la Plata, y el fiscal del caso arguyó que el señor Pietrela lanzó el arma a sus aguas, un argumento que convenció decididamente al magistrado. Pero no a Sean Dortmund, que estaba seguro de la inocencia del señor Ricardo Pietrela.
_ Según la autopsia_ decía el capitán Riestra, _ la señora Larrazábal murió alrededor de las ocho y veinte de la noche. En ése horario, ella estaba tomando clases con el señor Pietrela. No había nadie más en el Polígono, ya todos se habían ido, y ellos dos quedaron solos. Sin testigos, fue el momento ideal para el asesinato. Para mí, la culpabilidad del señor Pietrela es irrefutable.
_ Se olvida usted del motivo, capitán Riestra_ lo disintió mi amigo con temeridad._ El señor Pietrela carece de motivos suficientes para asesinar a la señora Silvia Larrazábal.
_ Perdone que discrepe con usted, Dortmund. Pero las circunstancias no lo favorecen en absoluto. Y recuerde además que la bala recuperada del cuerpo de la víctima contiene sus propias huellas.
_ Eso es porque él es instructor de tiro y es el único que tiene autorización para tocar las balas y cargar las armas. Y por su profesión, sus huellas están cargadas en el sistema.
_ No es suficiente para demostrar que es inocente.
_ Tampoco lo es para demostrar su culpabilidad. 
Dortmund le extendió una carpeta, que el capitán Riestra tomó y revisó con asombro.
_ ¿Qué es esto?_ preguntó con curiosidad.
_ Es el resultado de mis investigaciones y de un trabajo correctamente realizado_ respondió mi amigo, quedamente._ Lo que usted tiene en la mano, capitán Riestra, son registros de adopción. La víctima adoptó a tres criaturas de forma irregular a través del pago de sobornos. Y tiene además todos los datos de los padres biológicos de las tres criaturas, todos con motivos más que suficientes para querer asesinar a la señora Silvia Larrazábal. Dos son descartados automáticamente. Pongo mi atención entonces en el matrimonio Ochoa. El padre de Jeremías Ochoa, el niño de cinco años adoptado ilegalmente por la señora Larrazábal, Enrique Ochoa; practicó tiró al blanco rigurosamente todos los días desde hace cinco meses atrás y tiene un arma registrada a su nombre.
El capitán Riestra, aunque un poco renuente por la teoría del inspector, accedió a entrevistar al señor Ochoa que confesó que compró un arma pero aduciendo motivos de protección personal. El capitán Riestra le pidió que le mostrara el arma en cuestión y era casualmente calibre 22, el mismo con el que mataron a la señora Silvia Larrazábal. Por lo tanto, el capitán lo demoró en la casa con custodia policial y le pidió autorización al juez para peritar el arma. Los resultados estuvieron listos enseguida: no era el arma buscada, y el señor Enrique Ochoa fue liberado de inmediato.
El capitán Riestra volvió a ver a Dortmund y le expuso los resultados de su hipótesis, los cuales mi amigo no compartió bajo ningún punto de vista.
_ Es claro, capitán Riestra, que el señor Ochoa no iba a usar su propia arma para el crimen_ refunfuñó Dortmund.
_ ¿De dónde iba a sacar una, entonces?
_ De cualquier otro lado. Trabaje debidamente y lo resolverá. Esto me da la certeza absoluta de que el señor Pietrela es inocente.
_ El arma pertenecía al Polígono de Tiro y estaba registrada como todas las que pertenecen a entidades de servicio público. Por eso, después del asesinato, el señor Pietrela se deshizo de ella arrojándola a las aguas del Río de la Plata. Todo nos lleva irremediablemente al señor Pietrela.
_ Pues, sigo sin estar convencido.
_ ¿Se le ocurre algo mejor, Dortmund?
Mi amigo recobró la vivacidad de pronto y miró a Riestra con una sonrisa impertinente.
_ Dígame una cosa, capitán Riestra. ¿Dónde escondería comúnmente una planta en particular para que no sea descubierta fácilmente?
_ Entre otras plantas de su misma especie, naturalmente. ¿Por qué?
_ ¿Y dónde escondería un arma específica utilizada en un asesinato para que no fuese encontrada durante la investigación?
_ ¿Entre otras armas? Digamos, una armería...
El capitán vaciló frente a su propia respuesta, pero mi amigo le hizo saber que su deducción fue acertada.
_  ¡Exacto! ¿Qué se supo del revólver de colección que robaron hace unos días del Museo de Armas?
_ Lo encontraron abandonado adentro de un pañuelo, enterrado en un concurrido parque de la Capital. Lo hallaron siguiendo la evidencia y con un detector de metales. Hasta ahora, no se supo quién la robó ni porqué. Pero ya fue restituida al museo hace unos días atrás. 
_ Corríjame si me equivoco, capitán Riestra. ¿Era calibre veintidós?
_ ¿Qué está insinuando?
_ Que es el arma homicida. Robaron la bala del Polígono, robaron el arma, la adaptaron, cometieron el homicidio ahí mismo en el Polígono y la ocultaron en donde fue recuperada unos días más tarde.
El capitán Riestra le solicitó hacer a Balística pruebas adicionales al arma para comprobar si había sido recientemente disparada. Después de todos los trámites de rigor para que fuese retirada del museo al que pertenecía, se autorizó el examen y el resultado fue positivo: había sido disparada hacía tres semanas atrás, en fecha coincidente con el asesinato de Silvia Larrazábal. Y las estrías de la bala pertenecían al propio adminículo.
Dortmund sugirió arrestar al señor Ochoa y así sucedió. Enrique Ochoa le confesó al capitán Riestra haber matado a Silvia Larrazábal por haberse apropiado de su hijo de manera ilegal, después de que lo diera en adopción porque ni él ni su esposa podían darle una vida digna al pequeño Jeremías. Ahora era responsabilidad del Estado decidir sobre el futuro de la criatura.
Ricardo Pietrela fue liberado y sobreseído, y el capitán Riestra se rindió a la inteligencia del inspector Dortmund, quien se había vuelto a lucir una vez más.



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