martes, 16 de julio de 2019

El trabajo (Gabriel Zas)





 


Los dos hombres se dieron cita en un bar de Boedo a las nueve en punto de la mañana.
Se sentaron frente a frente y se estudiaron fríamente mientras se miraban con indisimulable desconfianza. Después de unos pocos minutos de repetirse la escena, decidieron abrirse al diálogo.
Uno de ellos, el más joven, sacó de su portafolio un sobre madera, lo apoyó con suavidad sobre la mesa, y con la misma delicadeza, lo deslizó hacia el otro hombre. Aquél lo recogió sin despegar la vista del otro.
_ El pago por adelantado y la foto del trabajo_ dijo por lo bajo, en tono confidencial._ La pistola la recibirá esta misma tarde por correo. Estará camuflada en una caja de un electrodoméstico que tendrá sello oficial de la empresa que lo vende. Nadie va a sospechar nada fuera de lo ordinario, despreocúpese por eso.
_ ¿Qué hago después?_ preguntó el sicario con abrumadora frialdad.
_  Dele dos disparos certeros al pecho y oculte la pistola en el ladrillo falso de la parrilla. Tres lugares izquierda a derecha desde el extremo y después dos lugares hacia abajo. Yo me encargo de ocultarla. Ahí mismo recoja la otra mitad del pago y desaparezca. Y no vuelva a contactarme nunca más.
_ Si sale algo mal, usted cae conmigo. Y me voy a encargar que lo pague caro. ¿Le queda claro?
_ Usted use guantes y deje limpio todo, Quinteros. Está todo calculado. Sino llamo a otro y listo. Usted decide.
_ Nunca me hecho atrás cuando acepto un encargo. ¿Por qué quiere hacer esto? Quiero conocer todos los detalles del blanco. Es rutina, ¿sabe?
_ Samanta me fue infiel. Y descubrí hace poco además que va a irse definitivamente a Brasil con el imbécil ése que tiene de amante dentro de exactamente dos días. Es necesario que sea hoy. ¿Comprende la urgencia del asunto, Quinteros?
El mercenario hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
_ Yo le voy a facilitar la entrada. Hace lo suyo, sale, se mete en mi auto y huye lejos. Yo arreglo las cosas ahí y me voy. Está todo pensado. Un plan sencillo pero inflable.
_ Eso es lo que más me preocupa de todo: la sencillez.
_ ¿Para qué vamos a complicarnos? Lo sencillo es igualmente efectivo que una estrategia cuidadosamente diseñada. A distinto método, igual resultado, ¿no?
_ Eso espero.
_ No sea pretensioso. ¿Quiere, Quinteros? Me rompe mucho la gente pretensiosa. Yo lo contrato y usted hace lo que le pido. ¿Le queda claro eso?
El hombre asintió casi forzosamente y en total disidencia.
Pidieron dos cafés para no llamar la atención, hablaron normalmente, pagaron la cuenta y se retiraron.
A las 16:30, Quinteros recibió en un domicilio falso la pistola por encomienda oficial. El cartero que la llevó realmente pensó que había entregado una cafetera nueva. Quinteros firmó el acta de entrega y cerró la puerta sin ni siquiera saludar al empleado del correo. Tomó las cosas y se fue a cumplir con el trabajo sin perder tiempo.
Él lo llevó en auto hasta la casa en cuestión, Quinteros cumplió con el trabajo y volvió al coche, tal cual lo planeado. Él le cedió las llaves del coche, se bajó y lo vio alejarse a toda marcha. Toda la escena duró apenas siete minutos clavados.
Él entró a la casa y fue directo adonde se había producido el hecho. Hizo una mueca de satisfacción cuando contempló el cuerpo de su esposa tendido sobre la alfombra boca arriba, inerte, con los brazos extendidos hacia los costados y los ojos terriblemente abiertos que miraban al unísono.
Dio media vuelta, hizo unos pasos y dos balazos que dieron directo en la parte media de su espalda lo fulminaron in situ.
Samanta, su esposa, se levantó repentinamente sosteniendo una pistola entre sus dedos y miró el cuerpo de su marido por unos instantes. Seguidamente, se abrió la camisa y se quitó el chaleco antibalas. Sintió unas punzadas que le oprimían el pecho pesadamente, pero al menos estaba viva.
_ ¿Así que quisiste matarme para quedarte con toda mi fortuna, desgraciado? ¿Iba a ser otra víctima tuya? ¿La número cuánto?_ dijo Samanta, fragosa._ ¿Te creés que no te investigué? Te hacías el galán, conquistabas mujeres ricas y solteras, y después contratabas siempre a alguien distinto para hacer el trabajo sucio. Así, nunca te agarraban. Les pagabas dos mangos y vos te quedabas con todo el resto. Pero yo me adelanté a vos y bueno... La fortuna compra todo, ¿no? Hasta asesinos a sueldo, como Quinteros. Les pagás el triple y se venden sin pensarlo dos veces.
Fue hasta el teléfono, levantó el tubo y marcó nerviosa y ansiosa a la vez.
_ Soy yo_ dijo Samanta cuando atendieron._ Ya está. Volvé para acá rápido. ¿Preparaste el auto de él como te pedí?... Perfecto. Estacionalo en la puerta mal a propósito para dar una falsa apariencia y entrá. Yo le planto la pistola y acomodo el cuerpo. Que parezca que fue en legítima defensa. Vos encargate de esconder el chaleco antibalas que me puse... Sí, tranquilo. Van a creer que él vino a matarme, que en parte es cierto, y yo me defendí. El plan salió perfecto. Lo único que no encaja es que en el apuro le pegué los tiros en la espalda... Sí, buena idea. Hagamos eso, Quinteros.


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