sábado, 27 de junio de 2020

La locura de Cárdenas (Gabriel Zas)




_ Necesitamos plata_ le dijo Olivia a su madre, Leonor Cárdenas.
Ella miró a su hija con abrumadora impasibilidad.
_ ¿Qué pasó con la fortuna que les dejó su padre cuando murió? ¿Ya se la patinaron toda?
_ Fue culpa mía, vieja_ reconoció lastimosamente, Nicandro, su otro hijo._ Unos conocidos me prometieron un negocio, confié, invertí y resultó ser una estafa.
_ ¡Lo hiciste a espaldas mía!_ le recriminó su hermana Olivia con frustración y enojo._ ¡Te cagaste en mi parte, te cagaste en todo, como hacés siempre!
_ Pará, Olivia, no te enojes_ quiso calmarla Nicandro._ Ya sé que debí haberte dado lo que te correspondía. Pero entendeme, era un flor de negocio. Yo confié y…
_ Sos un pelotudo. Me dejaste en bancarrota, sin un peso.
_ Vieja, es por un tiempito, nada más. Hasta conseguir algo. Yo prometo devolvértelo todo junto en cuanto pueda.
_ No. Me cansé siempre de lo mismo. Ya son grandes los dos. Consíganla por su cuenta.
_ Pero, mamá. No nos podés fallar justo ahora_ le suplicó Olivia.
_ No, Olivia. Y cuando yo digo no, es no.
_ Vieja, por favor…_ imploró Nicandro.
_ ¡No!_ repuso determinante, Leonor Cárdenas._ Váyanse los dos ya mismo de mi casa.
El tire y afloje duró unos cuantos minutos más con idéntico resultado. Ya al ver que Leonor Cárdenas no tenía ninguna intención de revocar su decisión, Olivia y Nicandro se levantaron ofuscados y se retiraron hastiosamente ofendidos.  
Los intentos se repitieron por semanas enteras hasta el punto del hartazgo por parte de Leonor Cárdenas, que ya dejaba de responder a las insistencias permanentes de sus hijos.
Tanto Olivia como Nicandro desistieron de las pesadeces y optaron por dejar a su madre definitivamente tranquila. Desde entonces, intentaron rebuscárselas  desesperadamente como pudieron, hasta que cierto día a la mañana recibieron una inesperada llamada que cambió la suerte de ambos estrepitosamente. Se trataba de Bernabela Cruz, la abogada de Leonor Cárdenas.
_ Es sobre su madre. Quería hablarles sobre un tema un tanto delicado, que me agarró de sorpresa_ anunció la abogada con pesadumbre.
Olivia y Nicandro se preocuparon terriblemente.
_ ¿Qué pasó con mamá?_ preguntó desesperada, Olivia.
_ ¿Ella está bien?_ coreó encima, Nicandro.
_ Tuvo un colapso mental que afectó severamente su memoria. Ella tenía anotada cosas que debía hacer, trámites, turnos; a modo de recordatorio, en una libreta azul que siempre tenía con ella. Pero se olvidó que la tenía, no reconocía su propia letra, no recordaba haber anotado ciertas cosas…
_ ¿Enloqueció?_ inquirió con nerviosidad, Nicandro.
Se hermana lo reprendió pero él la ignoró.
_ No en términos clínicos, según los profesionales que la están tratando.
_ ¿Está internada?_ preguntó con desesperación, Olivia.
_ No, por ahora convencí a los doctores que le permitieran confinarse en su domicilio bajo mi estricta responsabilidad. Pero está al borde la insania. El no recordar cosas que ella misma apuntó, el olvidarse de hacer otras, la está dejando en un estado alarmante.
_ ¿Está tomando alguna medicación?
_ Le recetaron fluoxetinea, que sirve para tratar la ansiedad y la depresión. Pero no veo resultados favorables. Y si no presenta aunque sea una leve mejoría dentro de las próximas 48 horas, la van a internar.
_ ¡Ay, no! ¡Pobre mamá!
_ ¿Qué podemos hacer nosotros por ella?_ quiso saber Nicandro.
_ Me dijo que tuvo bastantes peleas recientemente con ustedes dos porque le estaban pidiendo plata prestada.
_ No sé por qué le comentó semejante cosa_ negó descaradamente, Nicandro.
_ Mire, este remedio que ella está tomando… La fluoxetinea, quiero decir, tiene como efecto colateral las alucinaciones. Es posible que producto de esas alucinaciones haya imaginado la discusión con ustedes_ sugirió Bernabela Cruz.
Tanto Nicandro como Olivia dibujaron en sus labios una mueca de significativa malicia.
_ Sí, eso mismo abogada_ afirmó emocionado, Nicandro._ Como somos con Olivia, es una locura impensada pedirle plata a mamá.
_ Por eso me contacté con ustedes. Como son los únicos familiares vivos que ella tiene y son descendientes directos, ella hizo un testamento hoy a la mañana, que yo convalidé legalmente, en el que les deja toda su fortuna y sus bienes personales a ustedes dos, a repartirse en partes iguales.
La emoción que recorrió el cuerpo de los dos hermanos fue indescriptible. Acordaron un punto de encuentro para homologar el testamento, al que asistieron puntualmente. Era un bar ubicado en pleno Microcentro porteño.  Bernabela Cruz les extendió el testamento, les explicó los términos y sus formalidades, la instrumentalización del documento y se los hizo firmar a los dos por igual.
_ Perfecto_ dijo la abogada, mientras guardaba el testamento en su sobre original._ Mañana a la mañana nos reunimos con el juez para que lo certifique y ustedes se hagan de su contenido lo antes posible.  Les pido por favor puntualidad.
_ ¿Y mamá con quién está ahora?_ preguntó entre cavilaciones, Olivia.
_ La está cuidando una enfermera recomendada por el médico que la trata_ respondió Bernabela Cruz._ Me estoy yendo corriendo para allá.
_ ¿Cuándo vamos a poder verla nosotros? ¿Cuándo vamos a poder hablar con el psiquiatra?_ indagó pertinaz, Nicandro.
_ En cuanto tenga su autorización, los notifico de inmediato. Por el momento, está privada de recibir cualquier visita.
_ Gracias por todo, doctora.
_ Los espero mañana puntual a las 9 en el Juzgado de Familia.
Y los dos hermanos se despidieron amablemente de Bernabela Cruz.
A la mañana siguiente, tanto Olivia como Nicandro y la doctora Cruz estaban reunidos en el despacho del juez, el doctor Rubén Miraval.  Bernabela Cruz le extendió al juez  el testamento de Leonor Cárdenas, el certificado médico correspondiente que acreditaba la salud mental de su clienta y las explicaciones pertinentes del caso.  El doctor Miraval estudió por unos cuantos minutos toda la documentación que tenía entre manos.
_ ¿Por qué me hace tal solicitud, doctora?_ preguntó curiosamente, el juez.
_ No entiendo su pregunta, Señor Juez_ proclamó algo desvariada Bernabela Cruz.
Nicandro y Olivia intercambiaron una mirada sugerentemente reveladora.
_ La ley es clara al respecto, abogada. El Código Civil y Comercial de la Nación Argentina  estipula en sus artículos correspondientes que el testamento se declara nulo cuando la persona afectada al mismo está privada de sus facultades mentales al momento de testar.
Bernabela Cruz miró aterrada al Juez Miraval.
_ ¿Qué significa eso, Señor Juez?_ indagó ansioso, Nicandro.  
_ Que el testamento queda sin efecto y ni usted ni su hermana tienen derechosa adquiridos sobre el mismo. Eso es todo. El caso está cerrado.
Afuera de la oficina del doctor Miraval, la discusión entre Olivia, Nicandro y la doctora Bernabela Cruz fue intensa y se prolongó durante unos cuantos minutos hasta que algunas autoridades del Juzgado intervinieron y cada quien se fue en direcciones contrarias. Las acusaciones se dispararon para todas partes, llevándose la doctora Cruz la peor parte. Pero eso ya había pasado. Una sensación de angustia y derrota laceraba los rincones más hastiados de las almas de Nicandro y Olivia. Invadidos por un formidable sabor de frustración, sentían que estaban en el peor momento de sus vidas.
Sin embargo, Leonor Cárdenas todo lo contrario. Saboreaba el triunfo de su idea enorgullecida de su éxito, exasperada por la implacabilidad de su plan.  
_ ¿Así que mis hijos Olivia y Nicandro realmente se creyeron lo de mi aparente locura?_ preguntó Leonor Cárdenas, con una sonrisa surcada en todo lo ancho de su boca.
_ Cada palabra_ confirmó Bernabela Cruz._ Sinceramente, pensé que esto no iba a funcionar.
_ Conozco a mis hijos mejor que nadie, querida. Estaba más que segura que algo así no podía fallar. A ver si así aprenden de una vez que en la vida nada es gratis y que la familia se valora por sobre todas las cosas.
_ ¿Entonces, vas a hacer el testamento, Leonor?
_ ¿Se puede?
_ Alegamos mal diagnóstico por parte del personal médico que te atendió, a los efectos de anular la resolución del juez que deberá rectificar Casación, para que de esta manera el testamento que presentaste tenga validez legal.  Y vos, lo modificás, hacés uno nuevo y ya automáticamente anulás el actual. Eso sí, lo tenés que convalidar con escribano público y dos testigos.
_ ¿Me conviene que me vea un psiquiatra real para revocar la resolución del juez y declarar inadmisible la documentación que vos presentaste en el Juzgado?
_ Ayudaría, sí. No va a ser de un día para el otro esto porque es de una complejidad tremenda la situación. Pero para tu tranquilidad, todo se puede resolver por las vías legales correspondientes. ¿Vos tenés apuro para hacer y validar el nuevo testamento?
_ Ni un poquito. Todavía, tiro unos cuantos años más. Mirame. ¡Estoy hecha una pendeja!


jueves, 18 de junio de 2020

Pájaro de otro nido (Gabriel Zas)








No puedo hablar de este caso. Tengo la palabra prohibida. Si por mera casualidad se llega a filtrar que hice mención al respecto, puede significarme el fin. Así que, en consecuencia y en consideración de mi propio bienestar, voy a intentar ser lo más directo y conciso posible, preservando por obvias razones mi identidad.
El incidente tuvo lugar en julio de 1997 en la sucursal de un banco privado de la localidad mendocina de Bermejo. Un viernes por la mañana, el empleado de seguridad apareció muerto de un disparo efectuado con su propia arma en la zona de las cajas de seguridad de la entidad. Su cuerpo presentaba signos de haber forcejeado ávidamente con su atacante, quien le sustrajo durante la pugna la pistola y lo mató de un disparo artero en el pecho. Se descubrió por otra parte que la caja de seguridad número 98 fue abierta y vaciada en su totalidad. Y que además la cerradura no había sido forzada. Por lo tanto, el hecho detentaba que hubo logística e inteligencia interna.
_ Es muy posible que el señor Casabal - era el apellido del guardia de seguridad – haya agarrado in fraganti a su agresor, quien implementaba maniobras sospechosas sobre una caja de seguridad que no era de su propiedad a los efectos de sustraer ilegítimamente su contenido_ reflexionó vagamente el inspector Ramos, a cargo de la investigación del caso. ¿A qué hora me dijo que encontró el cuerpo, señor Tobares?
Gregorio Tobares era el gerente de la sucursal.
_ 8:20, aproximadamente_ respondió el aludido sin cavilaciones._ Yo llego todas las mañanas a esa hora casi siempre.
_ ¿Casi siempre?
_ Y… algún retraso, ¿vio? Nadie está exento de ese tormento.
_ Y, dígame algo más, Tobares... ¿Quiénes llegan inmediatamente después de usted?
_ Cinco cajeros: Golpi, Damone, Soria, Laporta y Catania.
_ ¿Me podría facilitar sus nombres completos, por favor, si es tan amable?
_ Laura Golpi, Sebastián Damone, Patricio Soria, Analía Laporta y Érica Catania.
_ ¿Están los cinco presentes, verdad?
_ Sí. Están a su entera disposición, inspector.
_ Dígame otra cosa, Tobares. ¿Qué había en la caja de seguridad 98 por lo que valía la pena arriesgarse de esta manera y matar a un inocente? Porque supongo que usted debe llevar un estricto registro de los patrimonios, declarados por los propios clientes, para evitar cualquier eventualidad de semejante envergadura que pueda devenir en una serie de conflictos más serios.
_ Esa es información confidencial, inspector. Entienda que no puedo vulnerar la privacidad de los clientes que confían en esta prestigiosa entidad bancaria.
_ Muy bien. Llamo a un juez, en cinco minutos tengo la orden, las cosas se complican más porque alego que usted no quiso colaborar en la investigación de un robo seguido de homicidio, esto va a ser un mundo de gente que va a tirar el banco a pedazos para cumplir con la disposición del juez, a usted lo van a investigar, lo van a citar para que declare… Sea razonable, Tobares. ¿Quiere eso verdaderamente?
Gregorio Tobares accedió y le entregó al inspector Ramos un inventario con los detalles de las 350 cajas de seguridad en total que tenía el banco. La número 98 no tenía nada de particular y eso fue un punto de inflexión en la investigación. Jamás voy a olvidar la expresión que puso Ramos cuando leyó el inventario. Una y mil veces, Ramos le preguntó a Tobares si la información era correcta e igual cantidad de veces, Gregorio Tobares le respondió que sí, con un atisbo de hartazgo en el tramo final de las insistencias.
Para mí, no cabía duda de que el asesino estaba entre los cinco cajeros que llegaron al banco a la hora aproximada del asesinato. Uno de esos cinco consiguió una copia de la llave, entró al banco, se metió en la zona de las cajas de seguridad, fue descubierto por el desafortunado Sergio Casabal, lo mató, huyó y volvió a los pocos minutos a presentarse a trabajar como si nada. Uno de ellos cinco fue contratado por un tercero que le facilitó la llave. Uno de ellos era un traidor, un infiltrado, un pájaro de otro nido.  Pero era curioso y desconcertante que no hubiese nada de valor adentro de la caja asaltada, cuya titularidad figuraba a nombre de un tal Fortunato Villar. El intruso robó lo que era de su interés y algo más, y dejó en la caja unas pocas pertenencias insignificantes. Ahora había dos interrogantes: ¿qué se llevó el ladrón y por qué desistió de llevarse otros efectos? Fortunato Villar era indudablemente la clave de todo esto. Nadie mejor que él para dilucidar este y otros entresijos que viraban en torno al caso.
Por su parte, el inspector Ramos entrevistó a Laura Golpi, Sebastián Damone, Patricio Soria, Analía Laporta y Érica Catania por separado. Ninguno dijo nada de interés, como era de esperarse. Nadie sabía nada, todos se declararon inocentes. Pero estaba absolutamente convencido que uno de ellos cinco fue el responsable y que nos estaba mintiendo en la cara inescrupulosamente.  
Dos meses exhaustos de investigación y sin avances importantes. Para colmo, Fortunato Villar era irrastreable. <El nombre me suena, francamente. Pero no ubico al sujeto. Mire, yo estoy en la gerencia casi todo el día. Salgo poco, tengo escaso contacto con los clientes, por lo que se me hace difícil identificarlo>, le confesó Gregorio Tobares, el máximo responsable del banco, al inspector Ramos.  <Pero, si usted lo recuerda, es por algo>, le retrucó Ramos. Hizo un breve silencio, lo miró fijo a los ojos para intimidarlo y agregó: <No le creo. Usted sabe perfectamente quién es Fortunato Villar y no nos quiere decir. ¿Lo protege? ¿De qué? ¿De algo terrible que pone en riesgo su vida o del asesinato que perpetró contra Sergio Casabal impunemente? ¿Usted lo ayudó a huir? ¿Por eso nos miente, Tobares?>. Tobares sintió un leve estremecimiento recorrerle la espina dorsal. Pero juntó fuerzas y le respondió a Ramos con valentía y énfasis. <Lo recuerdo por lo particular del nombre, creo, no por otra cosa. Pero eso no significa que sea cliente del banco, ¿o sí?>, <Recuerda a Fortunato Villar con solemne claridad, Tobares. No intente tomarme por estúpido>, <Dije que recordaba el nombre, no el apellido. Recuerdo simplemente Fortunato. ¿Del banco? No sé, quizás. Y como es mi palabra contra la suya, porque hace un mes que está investigando y todavía no tiene nada sólido, lo invito a retirarse ya que no puede proceder en contra mía de ninguna forma>.
Ramos sabía que eso era verdad y fue lo que le causó mayor impotencia. Resignado, se retiró descortésmente.
Los meses continuaban pasando y el caso seguía en foja cero. Para colmo, el inventario de objetos resguardados en la caja de seguridad se condecía con las pericias practicadas en la escena. Los pocos elementos que el ladrón dejó abandonados estaban declarados. Y entre los que faltaban, seguía sin aparecer nada de interés ni relevancia. Sobre este supuesto, Ramos en conjunto con el fiscal evaluaron todas las alternativas pertinentes: juegos de palabras, algún objeto que pudiera ocultar algo en su interior, reflexionaron en profundidad sobre la integridad de cada objeto… Nada. En estas y otras iniciativas más que consideraron, no hallaron nada en concreto. Y el inspector Ramos era hombre de poca paciencia.
Volvió a citar a los cinco principales sospechosos del caso a declarar y al resto del personal del banco en general y tampoco obtuvo resultados favorables por ese lado. Analizó las declaraciones, las contrastó con las anteriores, trató de encontrar alguna inconsistencia en alguna de las declaraciones, pero nada. Definitivamente, nada.
Había pasado un año y todo seguía igual, entonces fue cuando tuve una ocurrencia, que lamenté que no se me haya ocurrido mucho tiempo antes. Pero como dice el dicho, más vale tarde que nunca.
Se me ocurrió suponer que el inventario de las cajas de seguridad fue legítimamente falsificado. ¿A qué me refiero con esta expresión media contradictoria? Existía una copia del inventario en la computadora personal de Gregorio Tobares, la cual estaba en la gerencia del banco. Su lugar de trabajo, naturalmente.  Alguien ingresó, alteró los datos de la caja de seguridad número 98, guardó los cambios, borró las otras copias que pudiera haber registradas y creó copias del nuevo archivo con los datos modificados. Lo imprimió y lo guardó en reemplazo del original, el cual se encargó de hacer desaparecer. Seguidamente, accedió a la caja 98 y robó el objeto de su interés para posteriormente guardar algunos elementos varios para generarles confusión a los investigadores, los cuales ya estaban previamente declarados en el inventario que el intruso adulteró. Y aún hoy estoy convencido de que Sergio Casabal encontró in fraganti al fisgón haciendo la sustitución y no cometiendo el robo, propiamente dicho. El resto ya lo saben. El forcejeo que derivó en el asesinato de Casabal, que sólo cumplía con su trabajo. Esta teoría ratificaba que el culpable era alguno de los empleados del banco. Y en lo que a mí puntualmente concernía, mi lista de posibles sospechosos se ampliaba a seis, porque además de los cinco principales que surgieron al calor de los propios eventos, yo particularmente sumaba a Gregorio Tobares. Sí, el gerente de la sucursal. Porque nada demostraba que fuese inocente. Por supuesto, culpable tampoco. ¿Pero, por qué no incluirlo si él más que el resto tuvo las herramientas indispensables para llevar a cabo el robo? Lo que no me quedaba claro era porqué el inspector Ramos no lo había incorporado a la lista desde el principio. Quizás sí lo consideraba un sospechoso más, pero no hizo públicas sus sospechas por resguardo.
Sea lo que fuere, las evidencias no apuntaban a nadie en particular. Así que, para hacer caer al culpable, tuvimos que recurrir a una suerte de artimaña. Diríamos que encontramos en un rincón de la caja de seguridad número 98 un indicio que nos daría la certeza de lo que se robaron, la que indefectiblemente nos llevaría hasta la persona que buscábamos. Estábamos seguros de que esa persona entraría en pánico y volvería a buscar esa supuesta prueba para evitar que la descubrieran. Por lo tanto, hicimos correr la voz y fue sólo cuestión de esperar a que el culpable mordiese el anzuelo.  Ramos no se mostraba muy entusiasta con esta idea, pero era lo único que podíamos hacer.
Esperamos largo y tendido durante varias horas, hasta que vimos que alguien entró al banco con la llave. Nos pusimos en alerta, esperamos a que el desconocido se acercara lo suficiente a la caja de seguridad y lo interceptamos. Gritó, la retuvimos, alumbramos con linternas hasta encender la luz y la vimos a ella, la menos pensada, por lo menos para mí, de los seis sospechosos: Analía Laporta. Cuando la confrontamos, se asustó y nos confesó temerosa que ella no tuvo nada que ver con el robo y el asesinato de Sergio Casabal.
_ ¿Entonces, por qué vino?_ le preguntó irascible, el inspector Ramos.
_ ¡Porque Sergio y yo éramos amantes!_ confesó Analía Laporta, quebrada.
_ Era todo lo que quería escuchar_ dijo una figura imponente que se acercó a ritmo pausado hacia nosotros. Se trataba de Patricio Soria, otro de los sospechosos.
_ ¿Ustedes dos…?_ me atreví a preguntar con algo de culpa.
_ Somos pareja. Hace dos meses nos mudamos juntos a un departamento que alquilamos acá a unas pocas cuadras_ explicó Soria, mirando a Analía Laporta con enojo._ Venía sospechando desde hace unos días que me era infiel por una serie de actitudes suyas. Supuse que me engañaba con alguno de los otros cajeros, no sé. Pero jamás con el guardia de seguridad de la sucursal. Y pensé que vino porque… Porque creí que ella era la culpable.
_ Como si no me conocieras_ replicó ella ofendida.
_ Sinceramente, no te conozco, Analía.
Y el intercambio de palabras y reproches se prolongó por unos segundos, hasta que Ramos intercedió frenético y los obligó a mantener silencio y ocultarse. La espera continuó una media ahora más aproximadamente, pero nadie más apareció y nosotros nos retiramos. El plan fracasó y Ramos estaba molesto. ¿Que nadie más haya aparecido, implicaba inexorablemente que el resto de los sospechosos fuese inocentes o el culpable fue lo suficientemente hábil para no exponerse?   
Al día siguiente, sin ni un ápice de paciencia, Ramos se presentó de improviso en la gerencia de Gregorio Tobares con el propósito de presionarlo. No sé qué hizo, pero la técnica que haya aplicado, resultó porque Tobares confesó irremisiblemente que la caja de seguridad número 98 contenía unos documentos vinculados a la venta ilegal de armas a Croacia, Ecuador y Bosnia, los cuales era innegable que tenían un valor inmenso. Cualquiera que se viese perjudicado por dichos documentos sería capaz de pagar una gran fortuna para poseerlos y hacerlos desaparecer, o venderlos a las fuerzas enemigas. Por eso Gregorio Tobares no dijo nada en su momento, porque de saberse, hubiese implicado un enorme escándalo a nivel institucional que hubiese salpicado inflexiblemente a la órbita judicial y ejecutiva.  
_ Fortunato era la clave para que el ladrón supiese cuál caja debía robar_ reveló Tobares con pesadumbre._ Yo le dejé todos los accesos listos, cosa que entrara y saliera rápidamente. De haber anticipado lo de Casabal, no hubiese accedido, lo juro. ¿Pero, qué otra cosa podía hacer? Me tenía amenazado. El extraño me dijo que si no colaboraba, iba a matar primero a mis hijos, después a mi mujer, a mis padres y por último, a mí. ¿Qué quería que hiciera? ¿Usted que hubiese hecho en mi lugar, Ramos?
_ ¿A quién buscamos?_ insistió el inspector Ramos.
_ No sé quién es. Me dejó las instrucciones siempre en mi escritorio, adentro de la página 35 del diario. Yo llegaba a trabajar, y si veía el diario sobre el escritorio, ya sabía lo que significaba.
_ ¿Entonces, usted le hizo una copia de la llave de la gerencia?
_ Sí. Se la dejé adentro de un sobre cerrado, en el buzón de la esquina, tal como me lo indicó.
_ ¿Y, cómo esta persona se puso en contacto con usted la primera vez, Tobares?
_ A través de una nota que filtró entre la correspondencia que recibo a diario.
_ Si es cierto lo que me está contando, muéstreme entonces todas las notas que dice que el desconocido le dejó y voy a creerle, voy a asignarle protección personal… Le voy a dar todas las garantías legales, se lo aseguro, Tobares. Le doy mi palabra.
_ Las tiré todas a la basura. Me dijo que me tenía vigilado. Y que si lo desobedecía o hacía alguna estupidez, que  lo iba a lamentar.
Como era de esperarse, el inspector Ramos no le creyó y lo imputó por robo de documentos públicos y asesinato, entre otros delitos. Fue procesado por el juez que entiende en la causa y aún hoy, siete años después de los hechos, Tobares espera el juicio en libertad.
Siete interminables años de uno de los mayores misterios que afectó a la ciudad mendocina de Bermejo. El pájaro volvió a su nido para perderle definitivamente el rastro.
Laura Golpi, Sebastián Damone, Patricio Soria, Analía Laporta y Érica Catania fueron imputados e investigados por la Fiscalía por los mismos delitos que se le atribuyen a Gregorio Tobares.  Laura Golpi, Sebastián Damone Y Analía Laporta fueron sobreseídos de la causa. Y Patricio Soria y Érica Catania fueron beneficiados con la falta de mérito porque la Justicia entendió que encontró elementos suficientes en contra de ellos dos y todavía siguen bajo investigación.
Yo me arriesgo a decir que una fortuita casualidad me puso sobre la pista del verdadero responsable y lo estoy investigando por mi cuenta. Pero parece que se dio cuenta y me tiene en la mira porque me sigue a cada lugar que voy. Por eso, me vi en la obligación de irme lejos y preservar desde un comienzo mi identidad y mi participación en esta historia. Ojalá el pájaro no tenga un vuelo arrasador y persistente porque entonces será el final para mí.



domingo, 7 de junio de 2020

Deja vú (Gabriel Zas)









                                     

                                                                            I

Muchos se han interesado en la personalidad de Félix Astorga, un hombre al que muchos veían como un gentilhombre de la sociedad argentina moderna, aquel prototipo a seguir por las actuales y futuras generaciones del país. Era un hombre que inspiraba ánimo y confianza en los demás.
Pero aunque Félix Astorga fuese un reconocido artista plástico allá por 1975, el rótulo de gentilhombre le quedaba grande. Que era un caballero sí, eso nadie lo dudaba. Pero nunca sirvió para otras personas importantes. No pintaba por encargo. El simple hecho de verse limitada su creatividad por imposición de un tercero que contratara sus servicios, lo disgustaba y raras veces lo ponía de mal humor. Para Félix Astorga, el arte era eso: sólo arte, el placer de pintar para expresarse libremente. Tuvo la suerte de que sus cuadros se vendieran cada más con mayor frecuencia. Pero eso era algo distinto, porque esos trabajos nadie se los había impuesto ni nadie más que él mismo se los había obligado a pintar, obteniendo un rédito económico por eso. Por tal motivo, la idea de que Oliverio Girondo, aquel presunto destacado noble italiano, quisiera comprar su última colección de estilo renacentista que había pintado para sí, lo contrarió un poco. Pero lo que realmente lo fastidió fue el hecho de que su representante, Renzo Brajkovic, negociara a sus espaldas la adquisición de dicha colección. Y peor aún: exhibir la muestra en su propia casa y celebrar una cena posteriormente.  Para eso, se inventaron las galerías de arte, no para otro fin. Además, estaba el hecho de que a Félix Astorga le exasperaba notoriamente recibir visitas en su casa. Pero, entonces cabía la gran duda: ¿por qué Aldana Simari, su esposa, concedió el permiso para el evento sabiendo las pretensiones que su esposo tenía al respecto?  ¿Podía estar Félix Astorga acertado al corriente de sus sospechas sobre ella y Renzo Brajkovic, después de todo? ¿Tramaban algo ellos dos que él ignorase? Son serias dudas que requieren de una mente hábil para disiparlas satisfactoriamente. Aun así, más allá de toda indecisión, Félix Astorga fue asesinado por una o más personas desconocidas la noche de la muestra en su propio estudio. Alrededor de las 21:55 notaron que estaban todos reunidos en la sala comedor a punto de retirarse, pero que Félix Astorga aún no había abandonado su despacho. Cuando Lucrecia Bertola, la asistente de Renzo Brajkovic, fue a buscarlo, exhaló un grito seco y profundo que retumbó en todas los rincones de la morada haciendo temblar las paredes vertiginosamente. Lo encontró muerto. Alguien lo degolló salvajemente. Los invitados, incluido Renzo Brajkovic, quedaron lívidos de espanto y corrieron a llamar a la Policía inmediatamente.
Félix Astorga tenía alrededor de cincuenta y cinco años, un rostro rubicundo y era de carácter jovial aunque algo reservado. Era un hombre generoso, aunque se rumoreara que era extremadamente ruin para contribuir al bienestar personal de su prima, Martina Cortés.  Fomentaba el arte en todas sus formas y contribuía mensualmente al fondo de solidaridad del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires haciendo aportes muy desprendidos.
Su relación con sus dos hijos era muy diferente entre sí. Tenía un trato muy disfuncional con ellos, no era democrático en ese aspecto. Con Carolina era con la que mejor se llevaba. Al principio la relación padre e hija era bastante áspera porque a Carolina Astorga francamente le fastidiaba la forma en que se Renzo Brajkovic manejaba los negocios de su padre. Ella justificaba fervientemente que las ventas que Renzo cerraba no eran en beneficio de su padre, sino más bien del suyo personal. Claro que esto generó toda clase de rispideces entre Carolina Astorga y Renzo Brajkovic, y que en medio de esta confrontación en defensa de sus propios intereses, Félix Astorga se sintiese incómodo. No quería que su hija se involucrase en sus asuntos personales. “Mis negocios no te atañen en lo más mínimo, Carolina”, dicen que Félix Astorga le reprochaba a su hija. “Agradezco tu preocupación, enserio. Pero está todo bajo control. Renzo es un profesional, confío en él. Es decente, sabe lo que hace”, cuentan por ahí las buenas lenguas que era la respuesta de Félix Astorga a los reclamos de su hija mayor. Ella se ofendió y se distanciaron por un tiempo considerable.
Con el correr de los meses, Félix Astorga percibió en los balances de cuenta, pérdidas importantes en las ventas, devenidas en detrimento de una sobrefacturación en las tasaciones de sus obras. Tras este hallazgo que lo dejó atónito, confrontó sin rodeos a Renzo Brajkovic, que fervientemente, defendió su inocencia y alegó desconocer las razones de las claras diferencias en los balances de cuenta finales. Félix Astorga y Renzo Brajkovic discutieron en fuertes términos porque el artista no creía en absoluto en las justificaciones que su representante le extendía. Para Félix Astorga, esa diferencia se la quedaba Renzo Brajkovic, no tenía dudas al respecto, porque nadie más que él tenía acceso a su finanzas. La dura relación entre artista y socio perduró por un período prolongado de tiempo.
Paralelamente, Félix Astorga empezó a mantener otras diferencias con Carolina Astorga. En base a una serie de situaciones de las que tuvo conocimiento por vía directa y que no hacen al presente relato, empezó a tener serias sospechas con respecto a Rogelio Loguercio, por entonces esposo de su hija mayor. No sabía qué era exactamente lo que le sucedía con él. Pero el instinto de padre protector nunca suele fallar. Le causó una mala impresión desde el minuto uno en que lo conoció. Pero Carolina estaba tan perdidamente enamorada de él que Félix Astorga prefirió no interponer sus sospechas entre la felicidad y su hija.  Pero la mala impresión que atacó de imprevisto a Félix Astorga sobre el esposo de su hija no lo dejó tranquilo ni un instante, ni aún en las horas en las que se dedicaba de lleno a crear y pintar, y decidió seguir prudentemente y con resguardo sus instintos de padre que adoraba con locura a su hija mayor. Descubrió a las pocas semanas que aquel aparente buen hombre estaba metido en algunos negocios turbios. No estaba seguro de lo que se trataba, pero no dudaba que había algo oscuro detrás de Rogelio Loguercio, y su instinto paternal lo impulsó sin demoras a advertirle a Carolina, su hija. No quería que le sucediese nada malo y mucho menos, que ella se viera involucrada en algo en lo que no tenía absolutamente nada que ver, fuera lo que fuese.
Como era de esperarse, Carolina Astorga se rehusó a aceptar las dudas de su padre y defendió a regañadientes a su esposo. Félix Astorga la inundó de súplicas hasta el hartazgo inútilmente.  Era una mujer muy testaruda y reacia a aceptar las buenas recomendaciones de los demás. Pero toda regla tiene sus excepciones y en este punto cabe preguntarse si los instintos pueden rotularse como recomendaciones o más bien como advertencias de posibles futuros sucesos que podrían perjudicar al otro de mil formas distintas. Igualmente, un padre jamás recomendaría a una hija para mal. Ese es un tema absolutamente fuera de discusión.
Carolina Astorga era la réplica exacta de la personalidad de su padre. Físicamente diferían bastante, aunque ella heredó de él sus ojos y la forma perfectamente redonda, tierna y rosada de sus pómulos. Eran dos rasgos muy estrictos que nadie que los conociese a los dos en profundidad podía pasar por alto tan fácilmente.  Y si alguien que no los conociera, los veía por primera vez juntos, no iba a demorar demasiado en percibir la relación padre e hija que los unía incondicionalmente.
Pero puntualmente respecto del carácter, ambos eran igual de testarudos, cerrados y hoscos en algunos aspectos muy esenciales. En el caso de Félix Astorga, en la venta de sus obras sin su consentimiento y en el pintar a pedido. En el caso de Carolina Astorga, eso era algo difícil de entrever por su personalidad compleja y enmarañada.  Pero tenía un punto de contacto altamente estrecho con el género femenino y en ese sentido, era indomable y tenaz: no aceptaba ni siquiera que su propio padre se metiera en sus asuntos matrimoniales y le diese consejos, recomendaciones, advertencias, y por sobre todo el resto, sermones. Por ende, todos los intentos que Félix Astorga agotó para intentar disuadirla confluyeron en un callejón sin salida. 
La relación padre e hija volvió a erosionarse. La distancia entre los dos perduró por un tiempo hasta que por una fortuita casualidad del destino, se reveló que Rogelio Loguercio era un ladrón de guante blanco y que fue él quien, mediante artilugios, sobrevaluó las obras de Félix Astorga y se quedó con la diferencia.  Nunca se supo a ciencia cierta cómo logró engañar eficazmente a Renzo Brajkovic y al propio Félix Astorga, pero las pruebas estaban a la vista y eran de carácter irrefutable. Lo que vino a continuación es historia conocida por la lógica. Padre e hija se pidieron perdón recíprocamente, la relación entre ambos se fortaleció, a su vez Félix Astorga le pidió disculpas a Renzo Brajkovic por haberlo acusado impunemente de algo de lo que resultó ser absolutamente inocente, el otro las aceptó sin rencores y las cosas entre ellos dos volvieron a regularizarse paulatinamente, y la confianza se restauró de forma definitiva.  Era imposible imaginar que Rogelio Loguercio no tomara revancha cuando saliese de la cárcel. Los criminales de su talla siempre hostigan a quienes consideran que son los responsables de haberlos metido tras las rejas. Particularmente, Rogelio Loguercio fue condenado a tres años y medio de prisión, que con todos los beneficios de la ley por esos tiempos, era más que probable que al año como mucho ya estuviese en libertad y absuelto. Y una vez afuera, iba a buscar la manera más espontánea y discreta de acercarse a Félix Astorga para castigarlo por lo que él suponía una impertinencia. De eso no cabía ninguna consideración al respecto.  Carolina Astorga se volvió mucho más cercana a su padre y no volvió a contraer matrimonio. Tuvo algunos romances fugaces con algunos hombres de su estilo, pero nada serio ni perdurable.
Con su otro hijo, Joel Astorga, la relación era más frívola y distante. Llamaba a su padre cada vez que se acordaba para saber cómo estaba. Pero siempre se acordaba de llamarlo cuando necesitaba un favor suyo. Ese es un factor muy común en la mayoría de las familias promedio. Claro que esta actitud de Joel a Félix Astorga lo molestaba bastante, pero nunca se lo reprochó más que el único hecho de no haberse casado nunca. Entre ambos no se reprochaban las malas actitudes o las decisiones equivocadas que el otro asumía. Simplemente se aconsejaban con todas las formalidades exigidas en una relación de socios de negocios. Pero ninguno se metía en los asuntos del otro y mucho menos, Joel y Félix Astorga eran socios, sino padre e hijo. En ese caso, serían socios de la vida. Sin embargo, así podía resumirse en términos generales la relación que existía entre ambos.
Pero era innegable que se querían mucho. La relación entre hermanos era bastante distante también y entre ellos mantenían sus propias vicisitudes, pero no había nada de qué preocuparse.
Por su parte, la relación entre Félix Astorga y Aldana Simari, su esposa, era muy áspera. Se conocieron en la cárcel cuando Astorga daba clases de pintura a los presos los días jueves. Se enamoraron a primera vista, él puso todo su empeño para que ella cambiara, habló con jueces y fiscales, y logró sacarla de la prisión algunos años antes de cumplida la condena con mucho esfuerzo. Aldana Simari estaba muy conmovida y no le alcanzaban las palabras para agradecerle a Félix Astorga el sacrificio que él hizo por ella. Se casaron, se fueron a vivir juntos y como ella no tenía nada y él realmente la amaba, la puso como copropietaria en las escrituras de la casa.
Al poco tiempo de convivir juntos, ella cambió su comportamiento radicalmente. Lo empezó a maltratar, a mostrarse más hostil y agresiva. El amor que había entre ellos se estaba desvaneciendo de una forma demasiado incomprensible para la lógica de cualquiera. Una noche cenando juntos, Félix Astorga comenzó a sentirse mal y convulsionó estrepitosamente. Lo llevaron al hospital a él y a Aldana Simari, que se encontraba en las mismas condiciones que su marido, y fueron dados de alta al día siguiente ya que los médicos le diagnosticaron que habían ingerido algún alimento en mal estado. Pero Félix Astorga nunca creyó tal hipótesis. Estaba más que convencido de que su mujer había intentado envenenarlo, pero que fracasó a raíz de que el veneno estaba vencido. Y cuando Aldana Simari observó que él había sobrevivido a la intoxicación, ingirió una dosis medianamente similar del veneno para sentir los mismos síntomas y de esa forma generar una distracción en los médicos.
A las dos semanas de este incidente, Félix Astorga se accidentó misteriosamente bajando las escaleras en su casa. Sufrió algunas contusiones de menor consideración que no requirieron intervención médica, ya que él mismo se curó sin muchas dificultades. Cuando examinó el rellano de la escalera, halló una arandela ajustada a uno de los laterales, que debió operar como soporte para sostener una cuerda que provocara intencionalmente su caída. Eso era lo que él suponía. Pero no disponía de elementos suficientes en los que fundar sus sospechas. Sin embargo, él estaba convencido de que su esposa quería asesinarlo para quedarse con la propiedad y con sus posesiones, idea que Renzo Brajkovic, su representante, desestimó por completo.  Aun así, la desconfianza se interpuso de nuevo entre ambos cuando Félix Astorga comprobó que su esposa tenía una relación demasiado amena y cordial con Renzo Brajkovic. La forma en que se miraban y se hablaban despertó fuertes sospechas en el artista.
< ¿Qué pasa entre vos y mi mujer?_ lo increpó Félix Astorga sin rodeos.
Renzo Brajkovic miró a Félix Astorga altamente azorado.
_ ¿Qué estás diciendo?_ preguntó Brajkovic obstinado y molesto.
_ Vi cómo la miraste mientras subía las escaleras y cómo ella te sonrió a vos y te miró. ¿Por eso no te puso peros cuando le planteaste la idea de hacer la muestra y la cena acá en casa, no? Decime, ¿de quién fue la idea? ¿Tuya o de ella?
_ ¡Dejate de hablar incoherencias, Félix, por favor! Escuchate lo que decís. Largá el vino que te hace mal.
_ No son incoherencias. Los vi.
_ Entonces, andá al oculista porque estás viendo cosas que no son.
Félix Astorga no le sacaba la vista de encima a Renzo Brajkovic. Lo miraba con desconfianza y con escepticismo. El otro se dio cuenta y se sintió francamente incómodo. No obstante, Renzo Brajkovic decidió romper con esa incomodidad abruptamente a la fuerza.
_ ¿Sabés qué? Pensá lo que quieras. Si seguís en modo imbécil, mando todo al diablo y te jodés. A mi Aldana no me interesa y lo que pase entre ustedes no es asunto mío. Tus problemas con ella ya me los dejaste bien definidamente claros. Así que, no vería llegado el caso cuál sería el problema que hubiera algo entre tu mujer y yo.
_ Traición. Ese sería el problema. Que me estarías traicionando. No sé si soy claro.
_ ¿Sabés qué? Arreglate como puedas para esta noche. No se puede estar con un tipo como vos.
_ ¡Está bien! No te enojes, perdoná. Son los nervios. Esto es demasiado para mí.
Sin embargo, por dentro, Félix Astorga no había cambiado de parecer.
_ ¿Nervios de qué?_ preguntó con altivez, Renzo Brajkovic._ ¿De que las cosas salgan mal?
_ Tal vez. No sé, qué sé yo.
_ ¿Desconfías de mí entonces? ¿Es eso?
_ ¡No seas boludo, Renzo! En absoluto. Me pone nervioso que vengan mis hijos y en especial Martina, mi prima.
_ ¿Por qué, si se puede saber?
_ Vos invitaste a su esposo también, ¿no es así?
_ Como corresponde, como debe ser. Sí.
_ El tipo ese no me gusta, ese es el problema. Es un vago que está todo el día echado patas para arriba como los perros, la respeta poco y nada a Martina… No sé, ¿qué querés que te diga? Me da mala espina. Hace changas y le pagan con mercadería y no tiene efectivo para pagar nada. Martina vino un montón de veces a pedirme plata prestada por este asunto.
_ Y se la diste, supongo.
_ No. Yo la quiero muchísimo ella, es mi sangre. Pero tiene que exigirle al marido y tiene que exigirse ella como mujer. Pedir plata a la familia permanentemente no es la solución y no es sano para ninguno.
_ Pero una manito le podrías haber dado, ¿no? No te costaba nada.
_ Me voy a sincerar con vos, Renzo. ¿Te acordás los bocetos que hice hace dos o tres años, no me acuerdo, para la firma de ropa española esa, que quería una colección de arte mía para estampar en unas postales?
_ Sí. Que los perdiste, me dijiste. Era un negoción ese.
_ No estoy seguro de haberlos perdido. Es más, ahora estoy convencido de que no los perdí.
_ ¿Qué estás diciendo, Félix?
_ El día que esos bocetos desaparecieron fue el día que conocí a Enrico, el esposo de Martina. Él se comportó raro todo el tiempo que estuvo en casa. Siempre tuve mis sospechas respecto a él. Martina lo defendió porque no lo creía capaz de algo así, pero ahora no sé. Miraba las obras de un modo raro, recorría la casa en soledad, revisaba las cosas… No sé, me da mala espina, ¿qué querés que te diga?
_ ¿Vos estás seguro de lo que decís? Es un delirio total.
_ ¿Qué querés que te diga? No me cierra sino. Ni vos ni yo estuvimos cerca de esos bocetos ese día. Los guardamos en el cajón del escritorio y no los volvimos a tocar. Y como por arte de magia, desaparecieron. Demasiada casualidad, Renzo.
_ Pero llegado el caso, ¿para qué quiere el tipo ese unos bocetos de unas obras que todavía no se pintaron?
_ Me extraña que preguntes algo así. Valen mucho más que la obra terminada. Cotizan infinidad de millones en el mercado negro.
_ Pero, tu prima te tendría que haber avisado si fue realmente así. No creo que ella no se diese cuenta de que su marido sustrajo esos bocetos. Tarde o temprano iba a descubrirlo.
_ Por ahí los vendió enseguida para no complicar las cosas con mi prima ni perjudicarla. Valían fortuna. ¿Entendés mejor ahora por qué siempre le negué plata a Martina?
_ ¿Y ella qué tiene que ver con todo el asunto?
_ Todo y nada. ¿Qué hizo con la fortuna Enrico para que Martina mendigara pidiéndome desesperadamente plata porque no le alcanzaba para cancelar las deudas que le iban llegando?
Renzo Brajkovic se agarró la nuca con las dos manos y exhaló profundo.
_ Estás haciendo acusaciones muy serias, Félix.
_ Ya sé, pero con fundamento lógico. Esta noche tenemos que estar atentos y vigilar celosamente a este tipo y guardar muy bien todo lo de valor que tengamos.
_ Me parece que estás un poco paranoico…
_ Si llega a faltar algo, el responsable vas a ser directamente vos, ¿te quedó claro?
_ ¿Vos pensás que este tipo, el esposo de tu prima nada más y nada menos, va a intentar afanarte delante de todo el mundo? Suena ilógico. No tiene ni pies ni cabeza lo que decís.
_ Justamente, la muchedumbre es un buen escudo protector para cubrir sus huellas, ¿no te parece, Renzo? 
_ Desconfiá de tus hijos, ya que estás. Y de Lucrecia también, si querés, y cartón lleno>.
Se refería a Lucrecia Bertola, su asistente, la que se encargó de los preparativos de la muestra en la propia casa de Félix Astorga la noche de su asesinato con el consentimiento de Aldana Simari. Pero los nervios que Félix Astorga alegaba sentir respondían a una cuestión más vinculada a los negocios que al evento en sí. La cena que le sucedería al evento era una excusa para entablar relaciones con Oliverio Girondo, un magnate italiano que viajó a la Argentina exclusivamente para comprarle a Félix Astorga una colección de estilo renacentista que había pintado recientemente.  En la muestra se exhibirían copias y los originales se reservarían exclusivamente para el señor Girondo. Todo esto por supuesto molestó en medida a Félix Astorga porque consideraba que exponer copias de sus originales en su propia exhibición de arte era una vil estafa. <La gente no se va a dar cuenta, Félix. Compran los cuadros que el propio autor exhibe en su casa. ¿A quién se le va ocurrir pensar que son réplicas de los originales? ¡Es fenomenal!> le dijo eufóricamente entusiasmado Renzo Brajkovic. <No por eso deja de ser una estafa. Vos sabés que las réplicas las hice para regalarlas entre los míos y también sabés a la perfección que la vara de mi moral está allá en la cima de lo correctamente justo. Lo que vos pretendés hacer va absolutamente en contra de mis principios>, le reprochó con justa razón Félix Astorga. Pero el poder de convencimiento que Renzo Brajkovic poseía era altamente hipnótico y no tardó demasiado en convencer a su representado de los beneficios de su idea y aquél, claro, cegado por un destello de ilusiones materializadas en un bello discurso cargado de emociones y dramatismo, aceptó casi obligadamente y sin objeciones de ninguna índole la propuesta.  
_ Si con el Tano cerramos la venta de tu vida, podés anunciar un descanso e irte todo un año entero a la Polinesia solo si querés.
_ ¿Es para tanto?
_ Este tipo compró colecciones enteras de Van Gogh, de Da Vinci y de Rembrandt. No es joda. Y se fijó en tu laburo. ¿No te das cuenta todavía de lo que eso significa?
_ No. El cansancio y la falta de sueño no me dejan pensar con claridad.
_ Es eso o sos un tarado. Una de dos.
_ Un tarado con estilo, decilo Renzo.
_ Oliverio Girondo confirmó su presencia para las 20 horas. Está dispuesto a llevarse los cuadros hoy mismo, me dijo hace un rato Lucrecia.
_ Piensa venir con la chequera en el bolsillo, parece.
_ Eso significa que tiene intenciones de llevárselas hoy mismo. ¡Vamos a descorchar un buen champagne para festejar!>.


                                                                                              II


La casa de Félix Astorga era de amplias proporciones y de un estilo rudimentario que combinaba de forma hermosamente correcta el estilo barroco con el neoclásico. Dos ventanas enrejadas y de grandes dimensiones que eran el ojo exterior para vislumbrar una mansión encantadora en todo su esplendor y arquitectura, situadas en cada uno de los costados de una enorme puerta maciza de madera de roble terciada y con un llamador refilado de ornamentos únicos y suntuosos, conformaban una entrada maravillosamente perfecta y notable. Se ubicaba sobre plena avenida Alvear, en el corazón mismo del barrio porteño de Recoleta.  Pero la noche del 29 de marzo de 1975 todo el esplendor y el brillo de la morada quedaron deslucidos con el asesinato de su anfitrión, Félix Astorga.  Los ocho sospechosos estaban consternados y embargados por una desesperación abrumadora, subsumidos en una incertidumbre que le calaban los nervios hondamente.
El capitán Riestra era el encargado de resolver el caso. Pero no se presentó solo, sino lo acompañaba un excéntrico caballero de origen irlandés, que vestía una camisa informal pero elegante, pantalones finos de seda y zapatos marrones perfectamente lustrados. Pese a su condición de extranjero, hablaba el español a la perfección y se entendía muy bien con los argentinos.  Eral el inspector Sean Dortmund, ex agente de la Policía Federal irlandesa. Había venido al país por un asunto personal. Pero la casualidad lo puso en el camino del capitán Riestra al cual le prestó su colaboración en un caso intrincado y logró resolverlo eficazmente.  Y Riestra consideró indispensable su ayuda en este caso.
El primero en ser interrogado en un cuarto acondicionado especialmente para la ocasión fue Renzo Brajkovic, representante artístico de Félix Astorga. Estaba muy dolido por lo ocurrido, pero era hombre que no solía manifestar abiertamente sus emociones. Riestra hizo las formalizaciones de rigor antes de iniciar con el interrogatorio.
_ Un irlandés… Qué interesante_ dijo Renzo Brajkovic escrutando solemnemente al inspector Dortmund.
_ Señor Brajkovic_ repuso el capitán Riestra._ ¿Usted organizó esta exhibición del señor Astorga en su propia casa?
_ Así es. Quise darle un aire más íntimo y me pareció apropiado organizarlo en sus propios aposentos.
_ ¿Félix Astorga estuvo de acuerdo?
_ No se lo dije hasta hace unos días. Quería darle una sorpresa.
_ ¿Cómo tomó la noticia?
_ Lo disgusto bastante al comienzo. Pero después lo aceptó. Y realmente estaba muy entusiasmado. Se lo notó muy feliz durante la muestra.
_ Quizás el señor Astorga se sintió disgustado porque tomó una decisión muy importante a sus espaldas, señor Brajkovic_ opinó sin reparos, Sean Dortmund.
_ ¿Perdón?_ replicó Renzo Brajkovic, ofendido.
_ Fue un simple comentario.
_ ¿Quién lo autorizó a hacer la muestra en su propia casa, entonces?_ preguntó el capitán Riestra.
_ Aldana Simari, su esposa. Lo decepcionó más esto. No creí que fuera para tanto.
_ Porque la señora Simari_ intervino el inspector Dortmund_ debía saber a la perfección que su esposo no era partidario de realizar sus muestras de arte en su propia casa. Y sin embargo, ella lo autorizó sin consultarle previamente. Suena interesante.
_ ¿Qué está insinuando? Me está empezando a molestar, señor irlandés_ fustigó Renzo Brajkovic, iracundo. 
_ Voy a ir directo al grano, señor Brajkovic. ¿Entre la señora Simari y usted pasaba algo?
Renzo Brajkovic palideció y apeló al silencio.
_ Responda, señor Brajkovic_ le ordenó con autoridad, Riestra.
Renzo Brajkovic se relajó y confesó sin más remedio.
_ Sí, éramos amantes.  Félix lo supo hoy a la mañana casualmente cuando nos vio juntos. Se dio cuenta de cómo nos mirábamos y de cómo nos tratábamos. Me confrontó y por supuesto que le negué todo. Lo creyó.
_ ¿Hace cuánto tiempo que usted y la señora Simari eran amantes, señor Brajkovic?
_ Un año. Se dio así. Yo no lo busqué. Pero las cosas pasan. Uno no tiene el don de controlarlo.
_ Las cosas pasan, eso nadie lo pone en discusión_ dijo Dortmund._ Pero todos tenemos el don de ponerle un fin a ciertos eventos si vemos que ciertas acciones nos pueden traer inconvenientes o si no son moralmente correctas. La voluntad es un don del que todos disponemos, señor Brajkovic.  
_ Mi voluntad no fue suficiente para terminar con este romance ilícito, Dortmund.
_ ¿Cómo era la relación de pareja del señor Astorga y la señora Simari?
_ Estaban mal, pero desde hacía bastante tiempo ya. Se conocieron en cuando él daba clases de pintura en la cárcel. Se enamoraron, Félix se encargó de que saliera antes, se casaron y se vinieron a vivir juntos acá. Él puso las escrituras a nombre de ella también como un acto de amor hacia su persona. A los pocos meses de que convivieran, la relación se tornó áspera, hostil, frívola, distante… Aldana se volvió más agresiva y autoritaria con Félix, hasta el punto de pretender acusarla de haberlo intentado matar dos veces para quedarse con la casa y su herencia.
_ ¿A qué se refiere con que la señora Simari intentó asesinar dos veces al señor Astorga?
_ Sinceramente, no me parece razonable. Son ideas que se le metieron a Félix en la cabeza quién sabe por qué. La acusó primero de quererlo envenenar, pero que fracasó porque el veneno que Aldana empleó estaba vencido. Y ante ese hecho, ella aprovechó el infortunio para ingerir una dosis similar para engañar a los médicos. Estuvieron internados un día y les dieron de alta. El diagnóstico fue intoxicación leve por alimentos en mal estado. A las dos semanas más o menos, Félix se cayó por las escaleras del comedor y dijo que Aldana le cruzó una soga para producirle deliberadamente la caída. Según él, encontró una arandela ajustada en el rellano y se basó en eso para inferir en la acusación contra Aldana. Pero, Félix jamás pudo demostrar nada. La relación entre ellos siguió desde entonces en idénticas condiciones hasta hoy, inclusive. Pero Aldana me decía todo el tiempo que quería mucho a Félix y que lo respetaba.
_ Sin embargo, se involucró románticamente con usted, señor Brajkovic.
_ Había muchas cuestiones suyas que ella desaprobaba. Demasiadas para resumírselas en pocos minutos, caballeros.
_ En el momento en que ocurrieron los dos incidentes que usted acaba de mencionarnos, ¿habían tenido hijos ya?
_ No. Los concibieron unos años más tarde. Primero nació Carolina y a los tres años, Joel.
_ ¿Usted ya conocía para entonces a Félix Astorga, señor Brajkovic?_ interpuso el capitán Riestra.
_ No. Lo conocí a los dos años en una muestra de arte independiente en un museo de La Boca. Contemplé sus obras, quedé maravillado con su talento, nos reunimos a la semana  después de varias idas y vueltas, y aceptó que lo representara. Logró escalar hasta a lo más alto de la cima. Félix era un artista excepcional.
_ Ya lo creo. Tanta era la confianza que usted tenía en él que logró que un ilustre italiano se fijara en su obra y quisiera comprarla. Pero cada una de esas obras de la colección disponían de una réplica, ¿no es cierto, señor Brajkovic? No trate de negarlo. La División de Obras de Arte ya hizo su trabajo.
_ No tiene nada de malo eso. Félix las hizo para repartirlas entre los suyos, según me comentó. O quizás las quería para él mismo.
_ No es un delito que un artista pinte el mismo cuadro dos veces. Lo que sí sería un delito, llegado el caso, es que pretenda vender las réplicas como si se tratasen de los originales.
_ ¿De dónde saca semejante idea, capitán?
_ Se deduce por sí mismo, señor Brajkovic_ dijo Sean Dortmund._ Como el señor Girondo era un comprador seguro y de un estatus nobiliario altamente importante, decidió exhibir en la muestra las réplicas por si alguien se interesaba en adquirirlas. Y quien quiera que las adquiriera, pensaría que se estaba llevando los originales. Pero en realidad, los originales estaban reservados para el señor Oliverio Girondo.
Renzo Brajkovic escrudiñó con soberbia al inspector Dortmund.
_ Resultó ser usted un tipo interesante_ repuso Brajkovic._ Lo aplaudo.
_ Sus adulaciones no producen ningún efecto en mi persona.
_ No pretendía conmoverlo, si eso es a lo que apunta. Félix estaba en desacuerdo con esta idea mía. Pero lo convencí de implementarla. Así, todos saldríamos beneficiados.
_ Los clientes no, amigo_ opinó Riestra.
_ Háblenos del momento del asesinato_ expresó Dortmund._ ¿Permaneció todo el tiempo con el señor Astorga durante la muestra, señor Brajkovic?
_ No. Tenía que controlar que todo estuviese bien y que los visitantes estuviesen a gusto. Y en caso de que hubiera algún interesado en comprar alguno de sus cuadros, tenía que atenderlo. _ Es decir, que lo perdió de vista la mayor parte del tiempo.
_ De a ratos, me acercaba a hablar con él. No quería que estuviese disgustado.
_ ¿Y en esos ratos, cómo lo notó?
_ Estaba feliz y emocionado… Sobre todo, emocionado. Cuando me acerqué antes de verlo por última vez, me agradeció conmovido lo que hice por él. Después, seguí con lo mío y no volví a verlo hasta que Lucrecia, mi asistente, halló el cuerpo.
_ ¿A qué hora fue eso, señor Brajkovic?_ interpuso el capitán Riestra.
_ Alrededor de las 21:55, quizás un poco más.
_ ¿Es decir, que no puede dar fe de que alguien se haya acercado al señor Astorga en actitud sospechosa y lo haya increpado con intenciones inciertas?
_ No. Pero sí que lo vi irse a su estudio solo. Me acerqué para preguntarle qué le pasaba y él me dijo que le dolía un poco la cabeza, nada más. Que iba a tomar algo para sentirse mejor, que no me preocupase. Entró y cerró la puerta.
_ ¿A qué hora fue eso, señor Brajkovic?_ inquirió Dortmund.
_ No puedo precisar una hora exacta. Debían ser pasadas las 21.
_ ¿No vio ingresar a nadie a su estudio en los minutos posteriores?
_ No. Se habían formado pequeñas reuniones de dos o tres personas dispersas en toda la casa, hablando de lo que fuera.
_ ¿Usted con quién estaba?
_ Con el señor Oliverio Girondo, pactando las condiciones de venta y entrega de la colección.
_ ¿Alguien puede verificarlo?
_ Supongo que más de uno nos habrá visto, no sé.
_ ¿No tiene coartada entonces?
_ La tengo y mi consciencia está tranquila con eso. Cuando interrogue al resto, sabrá si me vieron o no.
_ Particularmente, durante la exhibición, ¿presenció o escuchó algo inusual, algo que llamara su atención?
_ Hubo un momento en que Félix fue para su estudio a buscar algo, supongo, y discutió con alguien. Estaba con la puerta cerrada pero los gritos se percibían con total claridad.
_ Interesante.
_ ¿Acaso no saben con exactitud cuándo murió?
_ Es lo que tratamos de establecer, Brajkovic. No sea impertinente_ le respondió groseramente, el capitán Riestra.
_ Entonces, el asesino pudo ser alguno de los visitantes.
_ O alguno de ustedes ocho, señor Brajkovic. No lo sabemos con certeza aún. ¿Con quién discutía el señor Astorga?_ intervino Sean Dortmund.
_ No pude identificar con quién peleaba por los ruidos generales que había en la casa, porque la discusión se percibía medianamente lejana y porque las voces se confundían en el cruce desmedido de palabras. Sólo sé que discutió con alguien.
_ ¿Volvió a verlo después de eso?
_ No, que yo recuerde. La cena no se hizo porque la muestra se extendió bastante más de la cuenta y los visitantes se retiraron cerca de las 21:30.
Hizo un gesto como si recordara algo.
_ Sí, volví a verlo. Por supuesto. Cuando volvió a meterse en el estudio porque le dolía la cabeza. Qué tarado.
_ Digamos, para establecer una línea de tiempo, que el asesinato se produjo entre las 20:30 y las 22:30_ reflexionó Riestra._ El asesino, por ende, pudo ser alguno de los ocho convocados para la cena, la cual no se celebró, como también alguno de los visitantes de la muestra de arte del señor Astorga. ¿Coincide conmigo, Dortmund?
_ Absolutamente_ repuso el inspector, cordialmente._ Reconstruyendo los hechos en concreto, el señor Félix Astorga ingresó dos veces a su despacho de forma confidencial. La primera vez discutió con alguien y la segunda porque se sentía mal. En tanto, usted ignora, señor Brajkovic, la persona que discutió con el señor Astorga porque no vio ni salir ni entrar a nadie debido a sus asuntos que lo mantenían ocupado.
_ Ni más ni menos.
_ ¿Cuánto tiempo pasó en promedio entre las dos entradas a su despacho?
_ Veinte minutos, un poco más, quizás.  
_ Es decir, que todavía quedaba gente visitando la muestra.
_ Exactamente.
_ ¿Le preguntó al señor Astorga con quién discutió en su estudio, señor Brajkovic?
_ Sí, por supuesto. Pero le restó importancia al asunto. Me dijo que eran pavadas.
_ ¿Sin mayores explicaciones?
_ Tal cual. Así era Félix.
_ Gracias por su tiempo, señor Brajkovic. Puede retirarse.
_ Dígame la verdad, Dortmund. ¿Cree que en verdad el señor Astorga fue asesinado por alguno de los visitantes a la muestra?_ le preguntó ávidamente Riestra después de que el señor Brajkovic abandonara definitivamente el cuarto. _ ¿Qué motivo podría tener un desconocido para querer muerto a Félix Astorga?
_ Quizás la estafa que el señor Brajkovic puso en práctica hoy, la implementó en algún otro momento. Y quien salió perjudicado entonces, quiso rendir cuentas_ respondió el inspector, reflexivamente.
_ Vamos, Dortmund. Eso no se lo cree ni usted mismo.
_ Convengamos que es factible.
_ Lo conozco.
_ El asesino está entre los ocho convocados a la cena, que finalmente no se celebró. Repasemos, capitán Riestra.
_ Renzo Brajkovic, representante artístico de nuestra víctima. Aldana Simari, su esposa. Martina Cortés, su prima. Enrico Aliendro, esposo de esta última. Lucrecia Bertola, asistente del señor Brajkovic y organizadora del evento. Oliverio Girondo, el noble italiano interesado en comprar la colección renacentista del occiso. Joel Astorga, su hijo menor y Carolina Astorga, su hija mayor.
_ Entre ellos, está el asesino. Todos con algún motivo y entre tanta gente, sin coartada verificable. No lo dudo.
_ Veamos quién resulta ganador.



                                                                                        III


Lucrecia Bertola entró algo tímida al encuentro de los dos oficiales que pretendían interrogarla por el asesinato de Félix Astorga. Estaba compungida y desolada, y no tenía reparos en exponer sus sentimientos al respecto. Se sentó tras obedecer a una invitación cortés del capitán Riestra.
_ Tenemos entendido que usted es la asistente personal del señor Brajkovic_ empezó su alocución Riestra.
_ Sí. Trabajo con él desde hace dos años y medio. Soy la encargada de organizar las muestras que me encomienda_ respondió la joven, humildemente.
_ ¿Incluyendo la de esta noche?
_ Sí. Así es, señor.
_ ¿En qué consiste con exactitud su trabajo, señorita Bertola?_ inquirió Dortmund.
_ Elijo la galería de arte, la acondiciono para la ocasión, establezco el orden en que van a ser exhibidas las obras, me encargo de la estética del lugar… Básicamente eso.
_ ¿Conocía bien al señor Astorga?
_ Muy superficialmente, para serle honesta. Conozco muy poco a los artistas en general, porque casi nunca vienen a la oficina, sino que es el señor Renzo el que va a verlos en persona. Se contactan por teléfono, yo habitualmente recepciono esas llamadas, se la notifico al señor Brajkovic y él después se encarga del resto.
_ ¿Recepciona las llamadas de clientes interesados en adquirir alguna obra en particular, también, señorita Bertola?
_ Sí, por supuesto. Y de igual manera, se lo hago saber al señor Brajkovic para que se contacte con el artista en cuestión.
_ ¿Alguno de esos clientes llamó quejándose contra el señor Astorga por algún determinado motivo en las últimas semanas?_ intervino el capitán Riestra.
_ No, en absoluto. Félix Astorga era un artista muy respetado y muy valorado. Es una desgracia lo que le sucedió.
_ ¿Y anteriormente? ¿Nunca ningún cliente se quejó de él?
_ Nunca jamás, señor.
_ ¿Cómo era la repartición de la ganancia por cada obra vendida, señorita Bertola?_ preguntó Sean Dortmund con reserva.
_ En el caso de Félix, 50 por ciento en partes iguales.
_ ¿Es decir, mitad para el señor Brajkovic y mitad para el señor Astorga, correcto?
_ Sí. Pensé que eso ya se lo habían preguntado a él mismo.
_ No nos pareció pertinente.
_ ¿El porcentaje de las ganancias por las ventas es equidistante en todos los casos con todos los artistas que Renzo Brajkovic representa?_ volvió a intermediar Riestra.
_ Sí. Se maneja así por contrato.
_ ¿Se pelearon por alguna razón en especial el señor Brajkovic y Félix Astorga?
_ No debería contarles esto. Si el señor Renzo se entera de que hablé, me deja en la calle casi con seguridad.
_ Puede confiar en nosotros, señorita Bertola. Adelante, por favor_ la exhortó amablemente el inspector Dortmund.
_ Hace dos años atrás, los balances de las ventas de las obras de Félix cerraban con amplias diferencias que no podían explicarse ni justificarse. El hecho sugería por sí mismo que alguien estaba sobrefacturando las obras para quedarse con un vuelto, digamos. Como el señor Renzo es quien manejaba todas sus finanzas, lo culpó a él por esto. El señor Brajkovic clamó con total convencimiento de que él era ajeno al asunto. Pero Félix no le creyó. Y estuvieron distanciados por varias semanas… Hasta que se descubrió que el que adulteraba los balances era Rogelio Loguercio, el exmarido de Carolina Astorga, la hija de Félix. Desapareció antes de que pudieran atraparlo y entregarlo a la Justicia. Hizo su buena plata con esta estafa barata. Félix estuvo distanciado de su hija bastante tiempo porque él le advirtió, por esas corazonadas que muchas veces tienen los padres, que había algo raro en el señor Loguercio. Tenía una mala impresión de él. Y Carolina, obviamente, sostuvo que eran puras estupideces suyas, típicas de un padre protector y dejó de hablarle. Y al final, Félix tenía razón.  Se reconciliaron casi al instante.
_ ¿Todo esto lo supo por boca del propio señor Astorga, correcto señorita Bertola? Porque dudo que el señor Brajkovic se lo confiara.
_ Lo sé porque lo presencié todo. Yo hacía unos meses que estaba trabajando con el señor Renzo. Sufrí el drama en carne propia.
_ ¿Sufrió el drama en carne propia?
_ El señor Renzo me culpó a mí. Estuve a punto de perderlo todo cuando afortunadamente se aclaró todo.
_ ¿Cómo era que el señor Loguercio tenía acceso a los balances de las ventas de las obras de arte del señor Astorga?
_ Por Carolina, su esposa… Me refiero a la hija de Félix. Una o dos veces por semana iba a ver al señor Renzo para controlar las ganancias porque es una mujer que desconfía de ciertas cosas por naturaleza propia. Y siempre iba acompañada del señor Rogelio Loguercio, su esposo entonces.
_ ¿Cómo quedó expuesto de que él era realmente el estafador?_ quiso saber interesadamente el capitán Riestra.
_ Sinceramente, eso es algo que escapa a mi pleno entendimiento.
_ Pero, el señor Félix Astorga jamás desconfió de usted, señorita Bertola_ intervino Dortmund, con soberbia.
_ No lo comprendo_ repuso la muchacha, visiblemente confundida.
_ Se refirió al señor Brajkovic como el señor Renzo o, en su defecto, como señor Brajkovic. Pero al señor Astorga, todo el tiempo lo llamó Félix, lo que sugiere un alto grado de confianza entre ustedes dos. ¿Eran amantes, correcto?
Lucrecia Bertola se quedó lívida de espanto mirando avergonzada a Sean Dortmund.
_ Sí, éramos amantes_ confesó finalmente._ Nadie lo sabía, ni siquiera el propio señor Brajkovic. Alegaba permanentemente que no podía divorciarse de Aldana Simari porque es copropietaria de esta casa y podía perderla en un supuesto fallo del juez. Y él no quería arriesgarse a eso y yo lo entendí de buena fe. Estábamos bien así, muy bien juntos.
_ ¿Desde hacía cuánto tiempo ya?
_ Un poco más de un año.
El capitán Riestra escrutó a Dortmund con una mirada muy significativa.
_ Abocándonos al asesinato del señor Astorga_ dijo el capitán_ ¿Usted halló el cuerpo, correcto?
_ Sí. Fue muy fuerte verlo ahí tirado, con el cuello cortado_ respondió Lucrecia Bertola entre lágrimas._ Los visitantes se estaban yendo, querían saludarlo. Le pregunté al señor Renzo si lo había visto y me dijo que lo había visto ingresar hacía un rato a su estudio. Golpeé y como no respondió, abrí. Y…_ No pudo continuar.
_ Está bien, no se preocupe. ¿A qué hora fue eso, aproximadamente?_ inquirió Dortmund, compasivo.
_ Debían ser alrededor de las 22, no puedo asegurarlo. Con sus cercanos y los visitantes que vinieron a ver la muestra, perdí la noción del tiempo.
_ En el momento más relajado de la exhibición, la gente se reordenó en pequeños grupos, ¿cierto?
_ Sí, señor.
_ ¿Usted con quién estaba?
_ Con el señor Brajkovic y el señor Girondo, cerrando la venta. Mejor dicho, apuntando los detalles de la venta por requerimiento del señor Renzo. Suelo hacerlo cuando se trata ventas importantes.
_ ¿Escuchó al señor Astorga discutir con alguien en su estudio?
_ Ahora que lo menciona, sí. No se distinguía ni con quién discutía ni sobre qué. Pero sí, la discusión existió. Vi a Félix un rato antes y estaba bien. No recuerdo haberlo visto posteriormente. Perdonen, con todo esto y el evento en sí, los tiempos se dilatan en mi memoria.
_ Despreocúpese, señorita Bertola. ¿Vio ingresar al señor Astorga a su estudio con alguien?
_ No. Estoy segura de que no.
_ ¿Y lo vio acompañado por alguien durante la velada que llamara su atención por algo?
_ No, que yo recuerde. Estuvo un poco conmigo, un poco con su esposa para mantener las apariencias. Saludó a algún visitante que se acercó a felicitarlo. Pero, concretamente no.
_ Gracias, señorita Bertola. Puede retirarse.
La muchacha esbozó una sonrisa, se levantó, salió y cerró la puerta con delicadeza.
_ El caso se pone interesante, ¿eh, Dortmund?_ opinó Riestra.
_ “Los tiempos se dilatan en mi memoria”_ repitió el inspector con cierto goce._ Los tiempos se dilatan en la memoria de todos los testigos, capitán. Eso es más que interesante.
_ Es normal, creo.
_ Tan normal, que todos recuerdan haber visto y haber hablado con el señor Astorga, pero no recuerdan exactamente en qué momento lo hicieron. El viento está empezando a soplar a nuestro favor.
_ Explíquese, Dortmund.
Riestra parecía estar bastante más desconcertado que lo habitual.
_ Ahora sabemos con certeza de que al señor Astorga lo mataron entre las 20:30 y las 22:30. A las 20 empezó la muestra, muchos visitantes que se acercaron a admirarla. Entre las 20:30 y las 21:15, más o menos, el movimiento de gente era incesante y fluyente. Y pasadas las 21:15, la gente se relajó, se reunió en pequeños grupos para hablar, hasta que alrededor de las 22 la señorita Bertola halló el cuerpo del señor Astorga.
_ Coincido con su reconstrucción cronológica de los eventos que investigamos. Pero no me queda claro dónde estaba el señor Astorga cuando ocurrió todo esto, y más aún, exactamente cuándo fue visto por última vez.
_  Exactamente. Recuérdelo: los tiempos se dilatan en la memoria de todos los testigos, capitán.


                                                                       IV





Declaración de Carolina Astorga: ratificó lo que dijera Lucrecia Bertola respecto a su relación con su padre y el incidente que involucró a su exmarido, Rogelio Loguercio, sin agregar ningún dato de interés al respecto de ambos eventos. Sobre el momento del asesinato, su testimonio fue coincidente con lo que declaró el resto, hasta ese instante.  Dijo que la cena se canceló porque la muestra se extendió más de la cuenta, que recuerda haber visto entrar a su padre al estudio solo y haberlo escuchado discutir fuertemente con alguien momentos después, aunque no recordaba con exactitud el orden de dichos eventos. Que cruzó a su padre durante la exhibición unas dos o tres veces, solamente, pero que con el ajetreo que había en toda la casa, difícilmente recordara los detalles en cada ocasión. Dortmund y Riestra le agradecieron la colaboración y le permitieron retirarse.
Declaración de Joel Astorga: era el hijo menor de Félix Astorga y hermano de Carolina Astorga. Declaró que la relación con su padre era distante por expresa culpa suya. Dijo que le daba poca importancia a su padre, pero que lo admiraba y lo idolatraba, lamentando no habérselo hecho saber casi nunca. Pero admitió estar tranquilo porque confiaba que en el fondo su padre lo sabía. La vez que más cercano se mostró con él fue la noche esa noche, antes de que apareciera muerto.  Mantuvo una charla con Félix Astorga de unos cinco minutos en la que hablaron cuestiones estrictamente de carácter familiar. Lo último que recordaba que su padre le dijo fue su desaprobación respecto a que todavía no había contraído matrimonio con ninguna mujer. Lo disgustaba que no hubiera una mujer en la vida de su hijo. Joel Astorga adujo que el matrimonio no había sido inventado para él y que era feliz así soltero como estaba. Negó discutir con su padre, que pese a la frivolidad que había en su relación con él, se llevaban bien. Y admiraba y agradecía que Félix Astorga nunca le hubiera reprochado nada.  Joel Astorga recordaba que después de ese encuentro de esa noche, no volvió a ver a su padre. Que lo oyó discutir con alguien en su estudio y que un rato más tarde lo encontraron muerto. Se quebró al recordar el asesinato, el capitán Riestra y el inspector Dortmund se mostraron compasivos y lo liberaron. En líneas generales, su testimonio no arrojó ningún dato de interés sobre la causa.    
Declaración de Oliverio Girondo: era un magnate de la nobleza italiana, amante del buen arte. Pese a su tan característico acento italiano, hablaba el español bastante fluidamente. Declaró que estando en Honduras de vacaciones, conoció a un turista argentino que le habló maravillas de Félix Astorga y sintió curiosidad por conocerlo. Cuando contempló sus obras, quedó fascinado. Y se puso inmediatamente en contacto con el señor Renzo Brajkovic para conocer a Félix Astorga personalmente y comprar algunos de sus cuadros. Declaró que Renzo Brajkovic le habló de una colección de estilo renacentista que Félix Astorga había pintado recientemente y le mostró los bocetos. Ni lo dudó. Resolvió adquirirla decididamente. Al principio, comentó que el señor Brajkovic se mostraba renuente a la oferta. Pero que la cifra que él le ofreció lo hizo cambiar radicalmente de idea. Lo invitó a la muestra y le prometió que iba a celebrar una cena en su honor para que conociera exclusivamente a Félix Astorga y terminar de negociar los términos de la transacción. La cena finalmente no se hizo, pero aseguró que esa noche estuvo hablando con Renzo Brajkovic bastante tiempo y que tuvo el agrado de conocer a Félix Astorga un rato antes de que iniciara la exhibición. Durante la muestra, lo vio poco y nada. Y aseguró además no haber oído ninguna discusión, aunque admitió haber visto en un momento determinado  dirigirse a Félix Astorga a su estudio.  Con respecto a la primera vez que lo trató, Oliverio Girondo atestiguó que al principio le ofreció un trato desleal, indecoroso e indiferente. Pero que paulatinamente cedió y la relación entre ambos se tornó más cercana y amigable. Y atribuyó el hecho a que Félix Astorga estaba disconforme con la decisión de su representante, Renzo Brajkovic, de negociar la venta de su colección renacentista a espaldas suyas y sin su pleno consentimiento. Pero, según Oliverio Girondo, esa cuestión quedó relegada a un segundo plano cuando el vínculo entre los dos se afianzó ostensiblemente a medida que avanzaba el asunto. Desconocía, por supuesto, que las obras exhibidas para el público en general eran sólo unas simples copias pintadas también por el propio Félix Astorga y que los originales estaban reservados exclusivamente para él. Dortmund y Riestra le agradecieron la gentileza y le permitieron abandonar la habitación.  
Declaración de Martina Cortés: La muchacha, prima del fallecido Félix Astorga, estaba muy traumada con lo ocurrido. Y temía que su marido, Enrico Aliendro, fuese el responsable directo de la tragedia que Sean Dortmund y el capitán Riestra estaban investigando y que asediaba a la familia de forma directa. Cuando el inspector Dortmund le consultó sobre la justificación de sus sospechas, ella recordó un diálogo que mantuvo con el señor Aliendro ese mismo día, en horas de la tarde.
<_ Las facturas cada vez vienen más caras y se nos está haciendo más difícil pagarlas_ comentaba Enrico Aliendro, mientras revisaba las correspondientes tarifas con documento en mano.
_ Si consiguieras un buen trabajo donde te pagasen un buen sueldo…_ le reprochó Martina Cortés, su esposa, de buenas maneras, mientras planchaba.
_ Hago changas. La gente me paga con lo que puede. Está muy difícil la cosa para todos.
_ Siempre te pagan con mercadería, nunca con efectivo. Las cuentas se pagan con plata, con billetes, no con un paquete de yerba o con una lata de arvejas.
Enrico Aliendro se puso a la defensiva, adoptó una actitud intimidante y enfrentó a su esposa totalmente ofendido y enojado.
_ Si ellos no me dieran todas estas cositas que vos decís que no sirven para pagar las facturas, vos no tendrías qué comer. Así que, sé un poquito más agradecida.
_ Siempre lo mismo vos y yo. ¿Para qué me gasto en hablarte si igual no vas a entender nunca?
_ ¿Me estás diciendo bruto?_ dijo él casi en un alarido.
_ Dejá. No tiene sentido seguir discutiendo.
_ ¿Por qué no le pedís platita a tu primo, que está cagado en guita con esas obras de porquería que pinta?
_ Por lo menos él hace algo.
_ ¿Me estás diciendo que soy un vago? ¿Y vos qué hacés?
_ Me ocupo de la casa, porque vos ni siquiera de eso sos capaz de ocuparte. No colaborás en nada, Enrico. Ahora te estoy planchando la camisa y el pantalón para que tengas qué ponerte esta noche para ir a lo de Félix. Acordate que nos invitó a cenar porque va a dar una muestra ahí en su casa.
_ ¿Casa? ¡Mansión! ¡Una mansión de la puta madre! Llamá a las cosas por su nombre, Martina. No seas humilde, ¿querés por favor? ¿Además, a qué vamos a ir? Nosotros no encajamos ahí.
_ Para quedar bien y pasar un rato en familia.
_ ¿Qué familia, si ese desgraciado de tu primo, que se dice ser el Picasso de Recoleta, no te tira ni un mísero mango? Todas las veces que le pediste plata, te la negó. ¿A qué querés ir? ¿A dar lástima?
La paciencia de Martina Cortés se colmó.
_ ¿Sabés por qué no me da plata?_ le dijo a su esposo, confrontándolo y con la voz elevada._ ¡Porque tengo un marido que vive de arriba y que no hace nada! ¡Porque tengo un marido que no cumple con sus obligaciones! ¡Y eso a Félix le da por las pelotas, igual que a mí, Enrico! ¡Estoy harta ya de esta vida de mierda!>. Pero lo más interesante de dicha conversación fue el siguiente extracto, que Martina Cortés recordó al detalle muy a flor de piel, con el alma estremecida, los ojos llorosos y la voz resquebrajada.
<_ Tu primo es un tacaño que siempre te negó cualquier ayuda que le pediste_ dijo con tono parsimonioso y pausado._ Vos eso lo ves bien. Pero en realidad no le importás. Él podría prestarnos plata, no le cuesta nada. Y todos nuestros problemas estarían medianamente subsanados. Pero no. Tiene que negarte prestarte unos pesos cada vez que le pedís. Y no. Y no. Y no. Y no. Reiterativamente, no. Así que, como por las buenas no se lo podemos sacar, vamos a sacárselo por las malas.
Martina Cortés miró a su marido con gravedad y pavor.
_ ¿Qué estás insinuando, Enrico, por el amor de Dios?_ indagó ella, temerosa de la respuesta.
_ Robarle. Lisa y llanamente, robarle. Y vos me vas a ayudar. Vos sabés dónde guarda la guita el tacaño de tu primo. Con toda la gente que va a haber, ni se le va a ocurrir sospechar de nosotros. Y menos de su prima tan querida.
_ Estás enfermo, nene. Yo no pienso hacer una cosa así. Conmigo no cuentes.
La tomó fuerte del brazo y la sacudió ligeramente.
_ ¡Vos me vas a ayudar! ¿Está claro? Vas a hacer todo lo necesario para ayudarme.
_ ¡Soltame! ¿Querés? ¡Me lastimás!
Él obedeció muy a pesar suyo.
_ ¿De qué lado estás? ¿Del de tu primito artista o del mío?
_ Yo no soy una delincuente. Ni sueñes que le voy a robar a Félix ni un solo centavo.
_ ¡Es la oportunidad de nuestra vida, por Dios, Martina! ¿Desde cuándo sos moralista?
_ Desde siempre. Me extraña que lo preguntes.
_ ¿Vos te acordás las cosas que Félix te decía cuando le pedías plata prestada?
_ Sí, me acuerdo perfectamente. Por eso ustedes dos están peleados.
_ ¡Con más razón!
_ ¡Estás hablando incoherencias, Enrico! No voy a ser cómplice de ninguna locura que vayas a hacer esta noche en la cena.
_ No es ninguna locura, Martina. ¡Abrí los ojos por una vez en tu vida! Tenemos la posibilidad de robarle al tipo que te negó una ayuda económica siempre durante gran parte de su vida y pasar desapercibidos. ¿Podés entender eso?
_ Siempre me ayudó, hasta que te conocí a vos. Ahí empezaron los problemas para mí.
Enrico Aliendro abrió los ojos enormemente.
_ ¿Qué estás insinuando?_ preguntó a la defensiva.
_ Te acusa a vos de haberle robado los bocetos de una colección que tenía prevista crear para una importante marca de ropa española. Cualquiera sabe que los bocetos de obras que no se pintaron todavía valen el triple que la propia obra terminada.
_ ¿Vos no creerás que yo…?
_ No lo creía hasta recién que me dijiste que le querés robar esta noche. Ahora dudo, sinceramente.
_ Vos no me podés estar diciendo esto.
_ Sí. Te lo digo y en la cara.
_ ¿Me estás llamando ladrón?
_ Fuiste el único esa noche que pudo haber robado los bocetos de esa colección. Tuviste oportunidad y motivación no te faltó.
_ El único no. Había otras personas esa tarde, ¿te acordás?
_ Y por eso lo querés repetir esta noche. Porque te salió bárbaro la primera vez.
_ A ver, aclaremos algo, Martina. Si yo robé efectivamente esos bocetos que vos y tu primo dicen que me robé, ¿qué hice con la plata entonces?
_ No sé porque a la casa no aportás un mísero peso desde hace tiempo.
_ ¡Aporto comida! ¿Otra vez te lo voy a repetir?
_ ¡Necesito que hagas mucho más que eso! ¡Necesito que te comportes como un marido de verdad, no como un vago que está echado todo el día como los gatos!
Enrico Aliendro se apaciguó antes de continuar.
_ Tu primo confía en mí, de eso no tengo dudas_ dijo con la respiración todavía algo acelerada.
_ ¿Y cómo podés estar tan seguro de eso, a ver?_ lo desafió Martina Cortés con vigor.
_ Porque si no, no me hubiese invitado a su cena de gala de esta noche. Tan simple como eso.
_ No seas iluso, ¿querés? Te invitó simplemente por una cuestión de respeto y consideración.
_ No lo querés entender, evidentemente, Martina.
_ Y si realmente Félix recuperó la confianza en vos, ¿la vas a arruinar tan fácilmente robándole?
_ No va a saber que fuimos nosotros. Punto.
_ Yo no voy a ayudarte. Estás solo en esta.
_ Al menos, sí vas a decirme dónde esconde su caja fuerte.
_ Averigualo solito si sos guapo.
_ Está bien, no necesito tu ayuda. Hacé lo que quieras. Juguemos esta noche a la parejita feliz si querés así complacemos a tu familia y estamos en sintonía con el resto. Pero te advierto que ni se te ocurra decir nada de esto, ¿está claro?
_ ¿O sino qué?
Se miraron fijamente por unos segundos, frente a frente.
_ O sino, vas a caer vos también conmigo_ repuso Enrico Aliendro con convicción e invariable  actitud soberbia>.
Dortmund y Riestra se quedaron enmudecidos antes semejante declaración.
_ ¿Afirma usted, señora Cortés, que se mantuvo fiel a su palabra de no ayudar a su marido en su afán de robarle su fortuna al señor Félix Astorga?_ preguntó autoritario, el capitán Riestra.
_ ¡Le juro solemnemente que yo no tomé partida en ninguna de sus ideas!_ replicó ella con desesperación y mirando fijamente al capitán a los ojos.
Riestra la escrudiñó por unos segundos.
_ Está bien, le creo. Tranquilícese_ repuso el capitán Riestra.
_ Sinceramente, señorita Cortés_ tomó la palabra Sean Dortmund, _ ¿cree que el señor Aliendro haya sido capaz de haber asesinado al señor Félix Astorga?
_ No sé. Honestamente, no sé qué creer_ respondió la joven mujer, todavía alterada.
_ No se observaron faltantes de ninguna consideración entre las posesiones del señor Astorga.
_ Le reitero que no sé qué creer. Enrico me lo dijo tan convencido, tan seguro de sí… Que todo esto me parece una locura.
_ ¿El señor Aliendro y usted permanecieron juntos durante todo el tiempo que duró la muestra, señorita Cortés?
_ Ni bien llegamos, nos separamos. Comprenderá que no quería permanecer ni un segundo más al lado de mi marido. Me disgustaba el sólo hecho de imaginarlo.
_ ¿No puede der fe entonces de sus movimientos?
_ Cada quien responde de sus actos, inspector.
_ ¿Quién  la acompañó a usted durante la velada?
_ Estuve un poco con todo el mundo, excepto con Enrico, por supuesto.
_ ¿Incluso con el propio señor Astorga?
_ Apenas unos minutos donde hablamos algunos asuntos de familia, nada más. Después me pareció que se metió en su estudio, no lo vi por un rato y más tarde, no sé si antes o después de esto último, lo oí discutir fuertemente con alguien. Lo vi salir me parece y luego no recuerdo haberlo visto de nuevo.
_ ¿Entró solo a su estudio? ¿No vio a alguien más ingresar?
_ No. Solamente lo vi a Félix, a nadie más.
_ Eso es todo. Puede retirarse. Gracias por su tiempo, señorita Cortés_ agradeció el capitán Riestra.
Y la joven dama se retiró abstraída y sin haber procesado aún lo ocurrido.
_ Tengo una idea que le puede resultar interesante, capitán Riestra_ dijo el inspector Dortmund con una sonrisa impertinente.
_ ¿Qué clase de idea, Dortmund?_ repuso el capitán con fingida sorpresa.
_ Primero, entrevistemos a la señora Simari y dejemos al señor Aliendro para el final.



                                                                               V                                 


_ Coincidimos Dortmund_ explicaba el capitán Riestra, dándose importancia y resaltando aquellas frases que creía de vital consideración_ en que el único hecho concreto del que tenemos plena certeza es que vieron ingresar a Félix Astorga solo a su estudio, una o dos veces, y que en una de esas ocasiones discutió en fuertes términos con alguien a quien hasta ahora no hemos podido identificar positivamente. Lo que luego sabemos es que por circunstancias propiciadas por el evento en sí y por la distensión que eso implica en términos sociales, ningún testigo puede situar cronológicamente cada una de las ocasiones en que vio al señor Astorga. No pueden determinar fehacientemente qué situación fue posterior o anterior a otra que relatan. Por lo tanto, el momento preciso del crimen en cierto modo se dilata. Y no podremos aproximarnos a un posible sospechoso sin establecer sin lugar a dudas el momento exacto del asesinato.
_ No del todo, capitán Riestra_ replicó el inspector frotándose la mandíbula y con aire pensativo.
_ ¿Tiene una idea, entonces?
_ Podría decirse que sí. Pero no nos apresuremos aún. Hablemos con la señora Simari.
_ Yo no veo nada claro todavía. El asesino son todos y ninguno a la vez.
_ Interesante percepción la suya, capitán Riestra.
Unos instantes después, la señora Aldana Simari se encontraba frente a frente con el inspector Dortmund y el capitán Riestra. Estaba devastada por lo ocurrido, pero lo suficientemente fuerte para responder a las preguntas de los dos caballeros que tenía sentados enfrente suyo. Admitió frenéticamente la aventura que mantenía con el señor Renzo Brajkovic y dijo que cuando lo autorizó a este a realizar la muestra en la casa de Félix Astorga fue un acto de cortesía para con él y no para con su esposo. Sin embargo, reconoció que obró cegada por el cariño que lo unía al señor Brajkovic y que no pensó en Félix Astorga, lo que fue un error grosero de su parte. Con respecto al momento del asesinato, su testimonio fue coincidente con los del resto de los entrevistados. Pero dijo algo que llamó poderosamente la atención de los dos hombres en torno a la discusión que mantuvo el señor Félix Astorga puertas adentro en su estudio con un desconocido.
_ Oír esa discusión fue como un deja vú. Tuve la impresión de que la había presenciado anteriormente, en otra oportunidad.
_ ¿Qué puede referirnos de esa vez anterior? ¿Qué recuerda?_ preguntó ansioso el capitán Riestra.
Aldana Simari estaba perturbada.
_ Nada. Lo lamento. Presumo que fue una mala jugada que me hizo el cerebro. Perdonen. Si me permiten…
Dortmund y Riestra comprendieron la indirecta y la dejaron ir.
_ Interesante. Realmente, interesante. El caso está prácticamente resuelto_ sentenció Sean Dortmund ante la atónita mirada del capitán Riestra.


                                                                              VI


La reunión con Enrico Aliendro no duró demasiado tiempo. Admitió la veracidad de lo declarado por su esposa, Martina Cortés. Pero juró solemnemente que no hizo nada. Y atribuyó su reacción y sus palabras a la ira del momento. Antes de que se retirara, Dortmund le extendió a Enrico Aliendro unas llaves que estaban tiradas en el piso.
_ Se le cayó esto, señor Aliendro_ le dijo el inspector entregándole el juego en mano.
Enrico Aliendro las tomó, las observó detenidamente y las volvió a depositar en manos del inspector.
_ No son mías. Seguro se le cayeron a alguien más_ repuso el señor Aliendro con firmeza.
_ Seguramente_ replicó Dortmund._ De nuevo, gracias por su tiempo.
Una vez que Enrico Aliendro se retiró definitivamente del cuarto, Sean Dortmund le entregó las llaves al capitán Riestra con un papel que contenía estrictas instrucciones acompañadas por una idea de Dortmund. Al leerlo, Riestra miró a Sean Dortmund con los ojos fuera de órbita. El inspector le devolvió a su amigo una mirada soberbia y una sonrisa impertinente.
_ No puedo estar equivocado, capitán_ dijo Dortmund._ Necesito que haga lo que le encomendé lo más rápido posible.
_ Me apuraré lo más que pueda_ respondió Riestra sin salir de su asombro. Y abandonó el cuarto de inmediato.
Mientras esperaba que el capitán Riestra cumpliera con su encomienda, Sean Dortmund examinó exhaustivamente el estudio de Félix Astorga. Revisó minuciosamente libros, bitácoras, biblioratos, vitrinas, libros, cajones, muebles, adornos, hasta que halló escondido dentro de un jarrón de porcelana que yacía sobre una mesa de cristal al lado de una enorme lámpara algo que lo sorprendió y que al mismo tiempo lo satisfizo.  Dejó deslizar su descubrimiento en el interior de su bolsillo y se dirigió a la sala principal a observar cómo estaba el ambiente. Los sentimientos que más imaginaba los encontró convergiendo todos juntos en una misma sintonía: ira, dolor, tensión, incertidumbre, nerviosismo, temor y desesperación.
De golpe, un fuerte grito provino de la cocina. Martina Cortés halló a Aldana Simari muerta,  con un cuchillo clavado en su espalda.
_ Esta es la gota que rebasó el vaso_ dijo Dortmund seriamente, mientras escrutaba al resto de los siete sospechosos, que estaban paralizados de espanto.
_ Dos asesinatos en una misma noche es inconcebible_ opinó Joel Astorga, asombrado y dolido._ Primero, mi padre. Y ahora, mi madre.
Tras pronunciar esta última frase, Carolina Astorga, su hermana, se lanzó a sus brazos desconsoladamente. El dramatismo tomó posesión de la escena prontamente. El inspector se dirigió hacia el cuerpo, se arrodilló y lo examinó.
_ Está tibio_ determinó Dortmund._ La mataron hace muy poco.
Todos se miraron entre sí alterados y con acritud proferida.  
Mientras unos oficiales resguardaban la escena y contenían a los potenciales sospechosos, el inspector hizo un pequeño experimento a puertas cerradas al tiempo que aguardaba el regreso de Riestra de un momento a otro. Demoró una media hora en obtener resultados satisfactorios y salió resueltamente renovado. El capitán Riestra había regresado y corrió desesperado a buscar al inspector, que lo recibió con fervoroso entusiasmo.
_ Asesinaron a la señora Simari_ le anunció Sean Dortmund.
El capitán Riestra recibió la noticia con asombro y celeridad.  
_ Qué terrible tragedia. ¿Por qué habrían de matarla?
_ Por lo que nos dijo en su declaración. Sus palabras exactas fueron: “Oír esa discusión fue como un deja vú”. Tuvo la sensación de haber presenciado esa discusión anteriormente y estaba acertada. Y el asesino, ante el miedo de que pudiera reconocerlo, se aseguró su silencio asestándole una puñalada artera en la espalda.
_ ¿Cómo lo sabe, Dortmund?
_ Porque mientras esperaba que usted regresara, inspeccioné en profundidad el estudio del señor Félix Astorga y encontré oculto en un jarrón de porcelana un elemento trascendental que me dio la solución definitiva del caso.-hizo una pausa dramática y prosiguió-. Todos tenían un motivo para asesinar a Félix Astorga y todos tuvieron oportunidad de matarlo. Oliverio Girondo podía ahorrarse su fortuna y robar la colección que le había interesado del señor Astorga. La señora Cortés pudo haberlo matado por despecho porque le negó ayuda económica durante varios meses por las diferencias que el señor Astorga mantenía con el esposo de la señorita Cortés, el señor Enrico Aliendro. Y a su vez, este pudo asesinarlo para robarle su fortuna con o sin la complicidad de la señorita  Martina Cortés. En tanto, a sus hijos, la señorita Carolina y el señor Joel, no les conocemos motivos para pretender muerto a su padre, lo que no implica que no los tuvieran. La señorita Lucrecia Bertola, la secretaria del señor Brajkovic y amante a su vez del señor Astorga, pudo haberlo asesinado porque se cansó de esperarlo porque se rehusaba a divorciarse de la señora Aldana Simari. Y al señor Renzo Brajkovic, el asesinato del señor Félix Astorga no lo beneficiaba en absoluto porque esa era su principal fuente de ganancias. El señor Brajkovic le debía lealtad al señor Félix Astorga.
_ Lo cierto es que en la única hipótesis que encaja el asesinato de la señora Simari es en la de la señorita Bertola. Asesinó a Félix Astorga porque no se divorciaba de Aldana Simari. Y la mató a su vez a la señora Simari por considerarla responsable de esa decisión, por considerarla responsable de no poder poseer al señor Astorga legítimamente por su culpa.  
_ Vayamos, capitán Riestra. Es hora de efectuar dos arrestos.

                                                                         VII


Con los siete principales sospechosos reunidos en la sala principal de la morada, el capitán Riestra ordenó la detención de Enrico Aliendro.
_ ¡Es una estupidez! ¡Yo no asesiné a Astorga!_ protestaba con vehemencia el señor Aliendro,  mientras intentaba liberarse de los dos oficiales que lo tenían tomado por ambos brazos.
_ Lo sabemos_ repuso Dortmund._ No lo estamos arrestando por el asesinato del señor Astorga, sino por sobrefacturación y fraude. Y porque sabemos muy bien a qué vino… Señor Rogelio Loguercio.
_ ¿Cuánto tiempo pensó que íbamos a tardar en averiguarlo?_ indagó Riestra.
_ La aparición de Enrico Aliendro_ continuó discurriendo, Sean Dortmund_ coincide en tiempo y forma con la desaparición de Rogelio Loguercio. ¿Recuerda que cuando lo entrevistamos, antes de que se retirase, yo le extendí un juego de llaves? Usted lo tomó, ¿lo recuerda? Fue un truco para obtener sus huellas dactilares y compararlas con las de Rogelio Loguercio. La pericia confirmó mis sospechas. Después de que el señor Félix Astorga descubriera que usted le estaba robando dinero a través de las ventas de sus obras sobrefacturándolas, fue un momento de ruina para usted. Perdió a la señora Carolina Astorga, perdió la confianza, perdió todo lo que tenía… ¿Por culpa del señor Astorga? No. Por culpa de sus propias acciones, señor Loguercio. Creyó que podrían culpar al señor Brajkovic de sus delitos, pero cometió un error que lo delató y todo lo que poseía lo perdió en un abrir y cerrar de ojos. Y decidió que tenía que volver para vengarse. Se cambió de identidad, de apariencia y se acercó a la señorita Cortés, a la cual sedujo con suma facilidad. Pero estoy convencido de que el señor Astorga debió sospechar que usted era en realidad Rogelio Loguercio porque tuvo una mala impresión de usted la primera vez que lo vio oficialmente como esposo de la señorita Cortés, tuvo sus sospechas, las cuales le trasmitió al señor Brajkovic, al que le ordenó que tuviera absoluto cuidado con usted esta noche porque presentía que podía pasar algo. ¡Y tenía razón! Porque le manifestó abiertamente sus intenciones de robarle al señor Astorga a su querida esposa, a la señorita Cortés, a la que no le garantizó una vida digna porque sus trabajos los cobraba con alimentos, señor Loguercio. Y en virtud de las sospechas que el señor Félix Astorga mantenía sobre su persona, decidió negarle una ayuda económica a la señorita Cortés porque no sabía asimismo si ella estaba implicada y hasta qué punto.
_ Además, el verdadero Enrico Aliendro falleció en 1927_ agregó Riestra.
Rogelio Loguercio escrudiñó desvergonzadamente a Carolina Astorga y Martina Cortés mientras se lo llevaban detenido, quienes no paraban de mirarlo lívidas de dolor y con el alma lastimada y hecha añicos.
Pasaron unos segundos y Dortmund volvió a dirigirse a la audiencia.
_Y ahora vayamos al asesinato del señor Félix Astorga. Todos oyeron la discusión que el señor Astorga mantenía con un desconocido en su estudio y a la vez nadie vio ni entrar ni salir a nadie más. Y además, todos experimentaron una confusión temporal propia de las circunstancias. No recuerdan exactamente en qué momento vieron por última vez al señor Astorga, no recuerdan cuándo entró y salió del estudio por última vez, y no recuerdan tampoco cuándo fue la última vez que hablaron con él, lo que es perfectamente comprensible y normal porque hay millones de personas, millones de situaciones, mucho bullicio, mucha agitación y uno no percibe determinados momentos ni está demasiado atento a lo que sucede a su alrededor. Por lo tanto, es el escenario perfecto para el asesino del señor Félix Astorga, que se valió de un artilugio muy antiguo pero eficiente para cometer el crimen y extender las sospechas al resto de los visitantes a la muestra. Me refiero a esto.
Sean Dortmund metió la mano en el bolsillo de su saco y extrajo un casete en miniatura, que exhibió para todos ante las miles de miradas atentas que lo contemplaban con inconfundible asombro.
_ Este pequeño adminículo mecánico contiene grabado en su cinta magnética una discusión que en algún momento el señor Félix Astorga mantuvo con alguien y que ese mismo alguien se encargó de registrar con claras intenciones de usarlas con un fin determinado: cubrir sus huellas en el asesinato. Cuando oí la cinta las primeras veces, era imposible distinguir quiénes intervenían en la discusión. Si este hecho lo ponemos en el contexto de la muestra, es perfectamente razonable que nadie tampoco haya podido dilucidar nada. Lo que digo es que cuando ustedes oyeron esta grabación, el señor Astorga ya estaba muerto.  El asesino entró al estudio del señor Astorga y lo esperó oculto en algún rincón hasta que llegara. Cuando ingresó, lo tomó de sorpresa y le cortó el cuello mientras lo asfixiaba con su mano para que no gritara. Una vez consumado el asesinato, puso a andar la grabación, tomó un saco del señor Astorga y se lo colocó para que si alguien casualmente lo veía, pensara que se trataba en realidad del señor Astorga. Y estoy seguro que uno de ustedes lo vio y que uno de ustedes cayó en el engaño. Una vez afuera del estudio, el asesino se deshizo del saco y volvió a inmiscuirse en el evento de manera natural sin levantar ni la más mínima sospecha en el resto de los presentes.  Vuelvo a la cinta grabada. La oí una y otra vez hasta que logré reconocer las dos voces. Una pertenecía en efecto al señor Félix Astorga. Y la otra… A usted, señor Brajkovic. La última persona que hubiera creído capaz de algo así.
Renzo Brajkovic se puso lívido de nervios.
_ Es imposible. Usted… Usted escuchó mal.
_ No. Oí perfectamente, señor Brajkovic. Y por eso asesinó a la señora Simari. Cuando ella  habló con nosotros, nos dijo: “Oír esa discusión fue como un deja vú”. ¡Y realmente lo fue! Porque ya la había escuchado anteriormente. Cuando la percibió, llamó poderosamente su atención e imaginó que algo no estaba bien. Y se lo dijo a usted, señor Brajkovic, sin saber que estaba firmando su sentencia de muerte. Cuando se lo comentó, usted sintió pánico porque pensó que podía delatarlo y la mató para que eso no ocurriese.
_ ¡Está bien!_ confesó Renzo Brajkovic, alterado._ Sí, ganó, señor irlandés. Lo felicito. ¿Para qué obtener el 50 por ciento de las ganancias de las ventas de las obras de Félix cuando podía quedarme con todo? Con lo que pagase el señor Girondo, con lo que había sacado de las ventas anteriores, las futuras… Guardo una colección completa suya que dejó a mi cuidado. Todas sus obras que aún no vieron la luz están en mi poder. ¿Y creen que me conformaría con el 50 por ciento solamente? Eso es para los perdedores. Y yo me considero un genuino ganador. ¡Un genuino ganador!
_ Tengamos en cuenta, además, que las obras póstumas cotizan mucho más.
La historia se termina en este punto para mí. Se imaginarán lo que ocurrió después y el clima que se creó en los minutos siguientes a mi detención.
Hace diez años que estoy preso ya. Todos los días la misma rutina, las mismas caras, la misma soledad. Necesité contar mi historia para justificar mi paso por esta prisión, no para dar lástima ni mucho menos para pretender que me comprendan porque lo que hice no tiene excusa. Mañana me trasladan por imposición del juez. Nuevas caras, nuevos nombres, mismo encierro, mismo hábitat, misma soledad. Todavía me esperan quince largos años por delante. En fin. Mañana empieza a escribirse una nueva historia en mi vida y quiero estar con las energías enteramente renovadas para recibirla como se merece. Gracias por haberme leído.

Un saludo… Renzo Brajkovic.