I
Muchos se han interesado en la personalidad de Félix
Astorga, un hombre al que muchos veían como un gentilhombre de la sociedad
argentina moderna, aquel prototipo a seguir por las actuales y futuras
generaciones del país. Era un hombre que inspiraba ánimo y confianza en los
demás.
Pero aunque Félix Astorga fuese un reconocido artista
plástico allá por 1975, el rótulo de gentilhombre le quedaba grande. Que era un
caballero sí, eso nadie lo dudaba. Pero nunca sirvió para otras personas
importantes. No pintaba por encargo. El simple hecho de verse limitada su
creatividad por imposición de un tercero que contratara sus servicios, lo
disgustaba y raras veces lo ponía de mal humor. Para Félix Astorga, el arte era
eso: sólo arte, el placer de pintar para expresarse libremente. Tuvo la suerte
de que sus cuadros se vendieran cada más con mayor frecuencia. Pero eso era
algo distinto, porque esos trabajos nadie se los había impuesto ni nadie más
que él mismo se los había obligado a pintar, obteniendo un rédito económico por
eso. Por tal motivo, la idea de que Oliverio Girondo, aquel presunto destacado
noble italiano, quisiera comprar su última colección de estilo renacentista que
había pintado para sí, lo contrarió un poco. Pero lo que realmente lo fastidió
fue el hecho de que su representante, Renzo Brajkovic, negociara a sus espaldas
la adquisición de dicha colección. Y peor aún: exhibir la muestra en su propia
casa y celebrar una cena posteriormente.
Para eso, se inventaron las galerías de arte, no para otro fin. Además,
estaba el hecho de que a Félix Astorga le exasperaba notoriamente recibir
visitas en su casa. Pero, entonces cabía la gran duda: ¿por qué Aldana Simari,
su esposa, concedió el permiso para el evento sabiendo las pretensiones que su
esposo tenía al respecto? ¿Podía estar
Félix Astorga acertado al corriente de sus sospechas sobre ella y Renzo
Brajkovic, después de todo? ¿Tramaban algo ellos dos que él ignorase? Son
serias dudas que requieren de una mente hábil para disiparlas
satisfactoriamente. Aun así, más allá de toda indecisión, Félix Astorga fue
asesinado por una o más personas desconocidas la noche de la muestra en su
propio estudio. Alrededor de las 21:55 notaron que estaban todos reunidos en la
sala comedor a punto de retirarse, pero que Félix Astorga aún no había
abandonado su despacho. Cuando Lucrecia Bertola, la asistente de Renzo
Brajkovic, fue a buscarlo, exhaló un grito seco y profundo que retumbó en todas
los rincones de la morada haciendo temblar las paredes vertiginosamente. Lo
encontró muerto. Alguien lo degolló salvajemente. Los invitados, incluido Renzo
Brajkovic, quedaron lívidos de espanto y corrieron a llamar a la Policía
inmediatamente.
Félix Astorga tenía alrededor de cincuenta y cinco años,
un rostro rubicundo y era de carácter jovial aunque algo reservado. Era un
hombre generoso, aunque se rumoreara que era extremadamente ruin para
contribuir al bienestar personal de su prima, Martina Cortés. Fomentaba el arte en todas sus formas y
contribuía mensualmente al fondo de solidaridad del Museo de Bellas Artes de
Buenos Aires haciendo aportes muy desprendidos.
Su relación con sus dos hijos era muy diferente entre sí.
Tenía un trato muy disfuncional con ellos, no era democrático en ese aspecto.
Con Carolina era con la que mejor se llevaba. Al principio la relación padre e
hija era bastante áspera porque a Carolina Astorga francamente le fastidiaba la
forma en que se Renzo Brajkovic manejaba los negocios de su padre. Ella
justificaba fervientemente que las ventas que Renzo cerraba no eran en
beneficio de su padre, sino más bien del suyo personal. Claro que esto generó
toda clase de rispideces entre Carolina Astorga y Renzo Brajkovic, y que en
medio de esta confrontación en defensa de sus propios intereses, Félix Astorga
se sintiese incómodo. No quería que su hija se involucrase en sus asuntos
personales. “Mis negocios no te atañen en lo más mínimo, Carolina”, dicen que
Félix Astorga le reprochaba a su hija. “Agradezco tu preocupación, enserio.
Pero está todo bajo control. Renzo es un profesional, confío en él. Es decente,
sabe lo que hace”, cuentan por ahí las buenas lenguas que era la respuesta de
Félix Astorga a los reclamos de su hija mayor. Ella se ofendió y se
distanciaron por un tiempo considerable.
Con el correr de los meses, Félix Astorga percibió en los
balances de cuenta, pérdidas importantes en las ventas, devenidas en detrimento
de una sobrefacturación en las tasaciones de sus obras. Tras este hallazgo que
lo dejó atónito, confrontó sin rodeos a Renzo Brajkovic, que fervientemente,
defendió su inocencia y alegó desconocer las razones de las claras diferencias
en los balances de cuenta finales. Félix Astorga y Renzo Brajkovic discutieron
en fuertes términos porque el artista no creía en absoluto en las
justificaciones que su representante le extendía. Para Félix Astorga, esa
diferencia se la quedaba Renzo Brajkovic, no tenía dudas al respecto, porque
nadie más que él tenía acceso a su finanzas. La dura relación entre artista y
socio perduró por un período prolongado de tiempo.
Paralelamente, Félix Astorga empezó a mantener otras diferencias
con Carolina Astorga. En base a una serie de situaciones de las que tuvo
conocimiento por vía directa y que no hacen al presente relato, empezó a tener
serias sospechas con respecto a Rogelio Loguercio, por entonces esposo de su
hija mayor. No sabía qué era exactamente lo que le sucedía con él. Pero el
instinto de padre protector nunca suele fallar. Le causó una mala impresión
desde el minuto uno en que lo conoció. Pero Carolina estaba tan perdidamente
enamorada de él que Félix Astorga prefirió no interponer sus sospechas entre la
felicidad y su hija. Pero la mala
impresión que atacó de imprevisto a Félix Astorga sobre el esposo de su hija no
lo dejó tranquilo ni un instante, ni aún en las horas en las que se dedicaba de
lleno a crear y pintar, y decidió seguir prudentemente y con resguardo sus
instintos de padre que adoraba con locura a su hija mayor. Descubrió a las
pocas semanas que aquel aparente buen hombre estaba metido en algunos negocios
turbios. No estaba seguro de lo que se trataba, pero no dudaba que había algo
oscuro detrás de Rogelio Loguercio, y su instinto paternal lo impulsó sin
demoras a advertirle a Carolina, su hija. No quería que le sucediese nada malo
y mucho menos, que ella se viera involucrada en algo en lo que no tenía
absolutamente nada que ver, fuera lo que fuese.
Como era de esperarse, Carolina Astorga se rehusó a
aceptar las dudas de su padre y defendió a regañadientes a su esposo. Félix
Astorga la inundó de súplicas hasta el hartazgo inútilmente. Era una mujer muy testaruda y reacia a
aceptar las buenas recomendaciones de los demás. Pero toda regla tiene sus
excepciones y en este punto cabe preguntarse si los instintos pueden rotularse
como recomendaciones o más bien como advertencias de posibles futuros sucesos
que podrían perjudicar al otro de mil formas distintas. Igualmente, un padre
jamás recomendaría a una hija para mal. Ese es un tema absolutamente fuera de
discusión.
Carolina Astorga era la réplica exacta de la personalidad
de su padre. Físicamente diferían bastante, aunque ella heredó de él sus ojos y
la forma perfectamente redonda, tierna y rosada de sus pómulos. Eran dos rasgos
muy estrictos que nadie que los conociese a los dos en profundidad podía pasar por
alto tan fácilmente. Y si alguien que no
los conociera, los veía por primera vez juntos, no iba a demorar demasiado en
percibir la relación padre e hija que los unía incondicionalmente.
Pero puntualmente respecto del carácter, ambos eran igual
de testarudos, cerrados y hoscos en algunos aspectos muy esenciales. En el caso
de Félix Astorga, en la venta de sus obras sin su consentimiento y en el pintar
a pedido. En el caso de Carolina Astorga, eso era algo difícil de entrever por
su personalidad compleja y enmarañada.
Pero tenía un punto de contacto altamente estrecho con el género
femenino y en ese sentido, era indomable y tenaz: no aceptaba ni siquiera que
su propio padre se metiera en sus asuntos matrimoniales y le diese consejos,
recomendaciones, advertencias, y por sobre todo el resto, sermones. Por ende,
todos los intentos que Félix Astorga agotó para intentar disuadirla confluyeron
en un callejón sin salida.
La relación padre e hija volvió a erosionarse. La
distancia entre los dos perduró por un tiempo hasta que por una fortuita
casualidad del destino, se reveló que Rogelio Loguercio era un ladrón de guante
blanco y que fue él quien, mediante artilugios, sobrevaluó las obras de Félix
Astorga y se quedó con la diferencia.
Nunca se supo a ciencia cierta cómo logró engañar eficazmente a Renzo
Brajkovic y al propio Félix Astorga, pero las pruebas estaban a la vista y eran
de carácter irrefutable. Lo que vino a continuación es historia conocida por la
lógica. Padre e hija se pidieron perdón recíprocamente, la relación entre ambos
se fortaleció, a su vez Félix Astorga le pidió disculpas a Renzo Brajkovic por
haberlo acusado impunemente de algo de lo que resultó ser absolutamente
inocente, el otro las aceptó sin rencores y las cosas entre ellos dos volvieron
a regularizarse paulatinamente, y la confianza se restauró de forma
definitiva. Era imposible imaginar que
Rogelio Loguercio no tomara revancha cuando saliese de la cárcel. Los
criminales de su talla siempre hostigan a quienes consideran que son los responsables
de haberlos metido tras las rejas. Particularmente, Rogelio Loguercio fue
condenado a tres años y medio de prisión, que con todos los beneficios de la
ley por esos tiempos, era más que probable que al año como mucho ya estuviese
en libertad y absuelto. Y una vez afuera, iba a buscar la manera más espontánea
y discreta de acercarse a Félix Astorga para castigarlo por lo que él suponía
una impertinencia. De eso no cabía ninguna consideración al respecto. Carolina Astorga se volvió mucho más cercana
a su padre y no volvió a contraer matrimonio. Tuvo algunos romances fugaces con
algunos hombres de su estilo, pero nada serio ni perdurable.
Con su otro hijo, Joel Astorga, la relación era más
frívola y distante. Llamaba a su padre cada vez que se acordaba para saber cómo
estaba. Pero siempre se acordaba de llamarlo cuando necesitaba un favor suyo.
Ese es un factor muy común en la mayoría de las familias promedio. Claro que
esta actitud de Joel a Félix Astorga lo molestaba bastante, pero nunca se lo reprochó
más que el único hecho de no haberse casado nunca. Entre ambos no se
reprochaban las malas actitudes o las decisiones equivocadas que el otro
asumía. Simplemente se aconsejaban con todas las formalidades exigidas en una
relación de socios de negocios. Pero ninguno se metía en los asuntos del otro y
mucho menos, Joel y Félix Astorga eran socios, sino padre e hijo. En ese caso,
serían socios de la vida. Sin embargo, así podía resumirse en términos
generales la relación que existía entre ambos.
Pero era innegable que se querían mucho. La relación
entre hermanos era bastante distante también y entre ellos mantenían sus
propias vicisitudes, pero no había nada de qué preocuparse.
Por su parte, la relación entre Félix Astorga y Aldana
Simari, su esposa, era muy áspera. Se conocieron en la cárcel cuando Astorga
daba clases de pintura a los presos los días jueves. Se enamoraron a primera
vista, él puso todo su empeño para que ella cambiara, habló con jueces y
fiscales, y logró sacarla de la prisión algunos años antes de cumplida la
condena con mucho esfuerzo. Aldana Simari estaba muy conmovida y no le
alcanzaban las palabras para agradecerle a Félix Astorga el sacrificio que él
hizo por ella. Se casaron, se fueron a vivir juntos y como ella no tenía nada y
él realmente la amaba, la puso como copropietaria en las escrituras de la casa.
Al poco tiempo de convivir juntos, ella cambió su
comportamiento radicalmente. Lo empezó a maltratar, a mostrarse más hostil y
agresiva. El amor que había entre ellos se estaba desvaneciendo de una forma
demasiado incomprensible para la lógica de cualquiera. Una noche cenando
juntos, Félix Astorga comenzó a sentirse mal y convulsionó estrepitosamente. Lo
llevaron al hospital a él y a Aldana Simari, que se encontraba en las mismas
condiciones que su marido, y fueron dados de alta al día siguiente ya que los
médicos le diagnosticaron que habían ingerido algún alimento en mal estado.
Pero Félix Astorga nunca creyó tal hipótesis. Estaba más que convencido de que
su mujer había intentado envenenarlo, pero que fracasó a raíz de que el veneno
estaba vencido. Y cuando Aldana Simari observó que él había sobrevivido a la
intoxicación, ingirió una dosis medianamente similar del veneno para sentir los
mismos síntomas y de esa forma generar una distracción en los médicos.
A las dos semanas de este incidente, Félix Astorga se
accidentó misteriosamente bajando las escaleras en su casa. Sufrió algunas
contusiones de menor consideración que no requirieron intervención médica, ya
que él mismo se curó sin muchas dificultades. Cuando examinó el rellano de la
escalera, halló una arandela ajustada a uno de los laterales, que debió operar
como soporte para sostener una cuerda que provocara intencionalmente su caída.
Eso era lo que él suponía. Pero no disponía de elementos suficientes en los que
fundar sus sospechas. Sin embargo, él estaba convencido de que su esposa quería
asesinarlo para quedarse con la propiedad y con sus posesiones, idea que Renzo
Brajkovic, su representante, desestimó por completo. Aun así, la desconfianza se interpuso de nuevo
entre ambos cuando Félix Astorga comprobó que su esposa tenía una relación
demasiado amena y cordial con Renzo Brajkovic. La forma en que se miraban y se
hablaban despertó fuertes sospechas en el artista.
< ¿Qué pasa entre vos y mi mujer?_ lo increpó Félix Astorga sin rodeos.
Renzo Brajkovic miró a Félix Astorga altamente azorado.
_ ¿Qué estás diciendo?_ preguntó Brajkovic obstinado y molesto.
_ Vi cómo la
miraste mientras subía las escaleras y cómo ella te sonrió a vos y te miró.
¿Por eso no te puso peros cuando le planteaste la idea de hacer la muestra y la
cena acá en casa, no? Decime, ¿de quién fue la idea? ¿Tuya o de ella?
_ ¡Dejate de hablar
incoherencias, Félix, por favor! Escuchate lo que decís. Largá el vino que te
hace mal.
_ No son
incoherencias. Los vi.
_ Entonces, andá al
oculista porque estás viendo cosas que no son.
Félix Astorga no le
sacaba la vista de encima a Renzo Brajkovic. Lo miraba con desconfianza y con
escepticismo. El otro se dio cuenta y se sintió francamente incómodo. No
obstante, Renzo Brajkovic decidió romper con esa incomodidad abruptamente a la
fuerza.
_ ¿Sabés qué? Pensá
lo que quieras. Si seguís en modo imbécil, mando todo al diablo y te jodés. A
mi Aldana no me interesa y lo que pase entre ustedes no es asunto mío. Tus
problemas con ella ya me los dejaste bien definidamente claros. Así que, no
vería llegado el caso cuál sería el problema que hubiera algo entre tu mujer y
yo.
_ Traición. Ese
sería el problema. Que me estarías traicionando. No sé si soy claro.
_ ¿Sabés qué?
Arreglate como puedas para esta noche. No se puede estar con un tipo como vos.
_ ¡Está bien! No te
enojes, perdoná. Son los nervios. Esto es demasiado para mí.
Sin embargo, por
dentro, Félix Astorga no había cambiado de parecer.
_ ¿Nervios de qué?_
preguntó con altivez, Renzo Brajkovic._ ¿De que las cosas salgan mal?
_ Tal vez. No sé,
qué sé yo.
_ ¿Desconfías de mí
entonces? ¿Es eso?
_ ¡No seas boludo,
Renzo! En absoluto. Me pone nervioso que vengan mis hijos y en especial
Martina, mi prima.
_ ¿Por qué, si se
puede saber?
_ Vos invitaste a
su esposo también, ¿no es así?
_ Como corresponde,
como debe ser. Sí.
_ El tipo ese no me
gusta, ese es el problema. Es un vago que está todo el día echado patas para
arriba como los perros, la respeta poco y nada a Martina… No sé, ¿qué querés
que te diga? Me da mala espina. Hace changas y le pagan con mercadería y no
tiene efectivo para pagar nada. Martina vino un montón de veces a pedirme plata
prestada por este asunto.
_ Y se la diste,
supongo.
_ No. Yo la quiero
muchísimo ella, es mi sangre. Pero tiene que exigirle al marido y tiene que
exigirse ella como mujer. Pedir plata a la familia permanentemente no es la
solución y no es sano para ninguno.
_ Pero una manito
le podrías haber dado, ¿no? No te costaba nada.
_ Me voy a sincerar
con vos, Renzo. ¿Te acordás los bocetos que hice hace dos o tres años, no me
acuerdo, para la firma de ropa española esa, que quería una colección de arte
mía para estampar en unas postales?
_ Sí. Que los
perdiste, me dijiste. Era un negoción ese.
_ No estoy seguro
de haberlos perdido. Es más, ahora estoy convencido de que no los perdí.
_ ¿Qué estás
diciendo, Félix?
_ El día que esos
bocetos desaparecieron fue el día que conocí a Enrico, el esposo de Martina. Él
se comportó raro todo el tiempo que estuvo en casa. Siempre tuve mis sospechas
respecto a él. Martina lo defendió porque no lo creía capaz de algo así, pero
ahora no sé. Miraba las obras de un modo raro, recorría la casa en soledad,
revisaba las cosas… No sé, me da mala espina, ¿qué querés que te diga?
_ ¿Vos estás seguro
de lo que decís? Es un delirio total.
_ ¿Qué querés que
te diga? No me cierra sino. Ni vos ni yo estuvimos cerca de esos bocetos ese
día. Los guardamos en el cajón del escritorio y no los volvimos a tocar. Y como
por arte de magia, desaparecieron. Demasiada casualidad, Renzo.
_ Pero llegado el
caso, ¿para qué quiere el tipo ese unos bocetos de unas obras que todavía no se
pintaron?
_ Me extraña que
preguntes algo así. Valen mucho más que la obra terminada. Cotizan infinidad de
millones en el mercado negro.
_ Pero, tu prima te
tendría que haber avisado si fue realmente así. No creo que ella no se diese
cuenta de que su marido sustrajo esos bocetos. Tarde o temprano iba a descubrirlo.
_ Por ahí los
vendió enseguida para no complicar las cosas con mi prima ni perjudicarla.
Valían fortuna. ¿Entendés mejor ahora por qué siempre le negué plata a Martina?
_ ¿Y ella qué tiene
que ver con todo el asunto?
_ Todo y nada. ¿Qué
hizo con la fortuna Enrico para que Martina mendigara pidiéndome
desesperadamente plata porque no le alcanzaba para cancelar las deudas que le
iban llegando?
Renzo Brajkovic se
agarró la nuca con las dos manos y exhaló profundo.
_ Estás haciendo
acusaciones muy serias, Félix.
_ Ya sé, pero con
fundamento lógico. Esta noche tenemos que estar atentos y vigilar celosamente a
este tipo y guardar muy bien todo lo de valor que tengamos.
_ Me parece que
estás un poco paranoico…
_ Si llega a faltar
algo, el responsable vas a ser directamente vos, ¿te quedó claro?
_ ¿Vos pensás que
este tipo, el esposo de tu prima nada más y nada menos, va a intentar afanarte
delante de todo el mundo? Suena ilógico. No tiene ni pies ni cabeza lo que
decís.
_ Justamente, la
muchedumbre es un buen escudo protector para cubrir sus huellas, ¿no te parece,
Renzo?
_ Desconfiá de tus
hijos, ya que estás. Y de Lucrecia también, si querés, y cartón lleno>.
Se refería a Lucrecia Bertola, su asistente, la que se
encargó de los preparativos de la muestra en la propia casa de Félix Astorga la
noche de su asesinato con el consentimiento de Aldana Simari. Pero los nervios
que Félix Astorga alegaba sentir respondían a una cuestión más vinculada a los
negocios que al evento en sí. La cena que le sucedería al evento era una excusa
para entablar relaciones con Oliverio Girondo, un magnate italiano que viajó a
la Argentina exclusivamente para comprarle a Félix Astorga una colección de
estilo renacentista que había pintado recientemente. En la muestra se exhibirían copias y los
originales se reservarían exclusivamente para el señor Girondo. Todo esto por
supuesto molestó en medida a Félix Astorga porque consideraba que exponer
copias de sus originales en su propia exhibición de arte era una vil estafa.
<La gente no se va a dar cuenta,
Félix. Compran los cuadros que el propio autor exhibe en su casa. ¿A quién se
le va ocurrir pensar que son réplicas de los originales? ¡Es fenomenal!> le
dijo eufóricamente entusiasmado Renzo Brajkovic. <No por eso deja de ser una estafa. Vos sabés que las réplicas las
hice para regalarlas entre los míos y también sabés a la perfección que la vara
de mi moral está allá en la cima de lo correctamente justo. Lo que vos
pretendés hacer va absolutamente en contra de mis principios>, le
reprochó con justa razón Félix Astorga. Pero el poder de convencimiento que
Renzo Brajkovic poseía era altamente hipnótico y no tardó demasiado en
convencer a su representado de los beneficios de su idea y aquél, claro, cegado
por un destello de ilusiones materializadas en un bello discurso cargado de
emociones y dramatismo, aceptó casi obligadamente y sin objeciones de ninguna
índole la propuesta.
_ Si con el Tano
cerramos la venta de tu vida, podés anunciar un descanso e irte todo un año
entero a la Polinesia solo si querés.
_ ¿Es para tanto?
_ Este tipo compró
colecciones enteras de Van Gogh, de Da Vinci y de Rembrandt. No es joda. Y se
fijó en tu laburo. ¿No te das cuenta todavía de lo que eso significa?
_ No. El cansancio
y la falta de sueño no me dejan pensar con claridad.
_ Es eso o sos un
tarado. Una de dos.
_ Un tarado con
estilo, decilo Renzo.
_ Oliverio Girondo
confirmó su presencia para las 20 horas. Está dispuesto a llevarse los cuadros
hoy mismo, me dijo hace un rato Lucrecia.
_ Piensa venir con
la chequera en el bolsillo, parece.
_ Eso significa que
tiene intenciones de llevárselas hoy mismo. ¡Vamos a descorchar un buen
champagne para festejar!>.
II
La casa de Félix Astorga era de amplias proporciones y de
un estilo rudimentario que combinaba de forma hermosamente correcta el estilo
barroco con el neoclásico. Dos ventanas enrejadas y de grandes dimensiones que
eran el ojo exterior para vislumbrar una mansión encantadora en todo su esplendor
y arquitectura, situadas en cada uno de los costados de una enorme puerta
maciza de madera de roble terciada y con un llamador refilado de ornamentos
únicos y suntuosos, conformaban una entrada maravillosamente perfecta y
notable. Se ubicaba sobre plena avenida Alvear, en el corazón mismo del barrio
porteño de Recoleta. Pero la noche del
29 de marzo de 1975 todo el esplendor y el brillo de la morada quedaron
deslucidos con el asesinato de su anfitrión, Félix Astorga. Los ocho sospechosos estaban consternados y
embargados por una desesperación abrumadora, subsumidos en una incertidumbre
que le calaban los nervios hondamente.
El capitán Riestra era el encargado de resolver el caso.
Pero no se presentó solo, sino lo acompañaba un excéntrico caballero de origen
irlandés, que vestía una camisa informal pero elegante, pantalones finos de
seda y zapatos marrones perfectamente lustrados. Pese a su condición de
extranjero, hablaba el español a la perfección y se entendía muy bien con los
argentinos. Eral el inspector Sean
Dortmund, ex agente de la Policía Federal irlandesa. Había venido al país por
un asunto personal. Pero la casualidad lo puso en el camino del capitán Riestra
al cual le prestó su colaboración en un caso intrincado y logró resolverlo
eficazmente. Y Riestra consideró
indispensable su ayuda en este caso.
El primero en ser interrogado en un cuarto acondicionado
especialmente para la ocasión fue Renzo Brajkovic, representante artístico de
Félix Astorga. Estaba muy dolido por lo ocurrido, pero era hombre que no solía
manifestar abiertamente sus emociones. Riestra hizo las formalizaciones de
rigor antes de iniciar con el interrogatorio.
_ Un irlandés… Qué interesante_ dijo Renzo Brajkovic
escrutando solemnemente al inspector Dortmund.
_ Señor Brajkovic_ repuso el capitán Riestra._ ¿Usted
organizó esta exhibición del señor Astorga en su propia casa?
_ Así es. Quise darle un aire más íntimo y me pareció
apropiado organizarlo en sus propios aposentos.
_ ¿Félix Astorga estuvo de acuerdo?
_ No se lo dije hasta hace unos días. Quería darle una
sorpresa.
_ ¿Cómo tomó la noticia?
_ Lo disgusto bastante al comienzo. Pero después lo
aceptó. Y realmente estaba muy entusiasmado. Se lo notó muy feliz durante la
muestra.
_ Quizás el señor Astorga se sintió disgustado porque
tomó una decisión muy importante a sus espaldas, señor Brajkovic_ opinó sin
reparos, Sean Dortmund.
_ ¿Perdón?_ replicó Renzo Brajkovic, ofendido.
_ Fue un simple comentario.
_ ¿Quién lo autorizó a hacer la muestra en su propia
casa, entonces?_ preguntó el capitán Riestra.
_ Aldana Simari, su esposa. Lo decepcionó más esto. No
creí que fuera para tanto.
_ Porque la señora Simari_ intervino el inspector
Dortmund_ debía saber a la perfección que su esposo no era partidario de
realizar sus muestras de arte en su propia casa. Y sin embargo, ella lo
autorizó sin consultarle previamente. Suena interesante.
_ ¿Qué está insinuando? Me está empezando a molestar,
señor irlandés_ fustigó Renzo Brajkovic, iracundo.
_ Voy a ir directo al grano, señor Brajkovic. ¿Entre la
señora Simari y usted pasaba algo?
Renzo Brajkovic palideció y apeló al silencio.
_ Responda, señor Brajkovic_ le ordenó con autoridad,
Riestra.
Renzo Brajkovic se relajó y confesó sin más remedio.
_ Sí, éramos amantes. Félix lo supo hoy a la mañana casualmente
cuando nos vio juntos. Se dio cuenta de cómo nos mirábamos y de cómo nos
tratábamos. Me confrontó y por supuesto que le negué todo. Lo creyó.
_ ¿Hace cuánto tiempo que usted y la señora Simari eran
amantes, señor Brajkovic?
_ Un año. Se dio así. Yo no lo busqué. Pero las cosas
pasan. Uno no tiene el don de controlarlo.
_ Las cosas pasan, eso nadie lo pone en discusión_ dijo
Dortmund._ Pero todos tenemos el don de ponerle un fin a ciertos eventos si
vemos que ciertas acciones nos pueden traer inconvenientes o si no son
moralmente correctas. La voluntad es un don del que todos disponemos, señor
Brajkovic.
_ Mi voluntad no fue suficiente para terminar con este
romance ilícito, Dortmund.
_ ¿Cómo era la relación de pareja del señor Astorga y la
señora Simari?
_ Estaban mal, pero desde hacía bastante tiempo ya. Se
conocieron en cuando él daba clases de pintura en la cárcel. Se enamoraron,
Félix se encargó de que saliera antes, se casaron y se vinieron a vivir juntos
acá. Él puso las escrituras a nombre de ella también como un acto de amor hacia
su persona. A los pocos meses de que convivieran, la relación se tornó áspera,
hostil, frívola, distante… Aldana se volvió más agresiva y autoritaria con
Félix, hasta el punto de pretender acusarla de haberlo intentado matar dos
veces para quedarse con la casa y su herencia.
_ ¿A qué se refiere con que la señora Simari intentó
asesinar dos veces al señor Astorga?
_ Sinceramente, no me parece razonable. Son ideas que se
le metieron a Félix en la cabeza quién sabe por qué. La acusó primero de
quererlo envenenar, pero que fracasó porque el veneno que Aldana empleó estaba
vencido. Y ante ese hecho, ella aprovechó el infortunio para ingerir una dosis
similar para engañar a los médicos. Estuvieron internados un día y les dieron
de alta. El diagnóstico fue intoxicación leve por alimentos en mal estado. A
las dos semanas más o menos, Félix se cayó por las escaleras del comedor y dijo
que Aldana le cruzó una soga para producirle deliberadamente la caída. Según
él, encontró una arandela ajustada en el rellano y se basó en eso para inferir
en la acusación contra Aldana. Pero, Félix jamás pudo demostrar nada. La
relación entre ellos siguió desde entonces en idénticas condiciones hasta hoy,
inclusive. Pero Aldana me decía todo el tiempo que quería mucho a Félix y que
lo respetaba.
_ Sin embargo, se involucró románticamente con usted,
señor Brajkovic.
_ Había muchas cuestiones suyas que ella desaprobaba.
Demasiadas para resumírselas en pocos minutos, caballeros.
_ En el momento en que ocurrieron los dos incidentes que
usted acaba de mencionarnos, ¿habían tenido hijos ya?
_ No. Los concibieron unos años más tarde. Primero nació
Carolina y a los tres años, Joel.
_ ¿Usted ya conocía para entonces a Félix Astorga, señor
Brajkovic?_ interpuso el capitán Riestra.
_ No. Lo conocí a los dos años en una muestra de arte
independiente en un museo de La Boca. Contemplé sus obras, quedé maravillado
con su talento, nos reunimos a la semana después de varias idas y vueltas, y aceptó que
lo representara. Logró escalar hasta a lo más alto de la cima. Félix era un
artista excepcional.
_ Ya lo creo. Tanta era la confianza que usted tenía en
él que logró que un ilustre italiano se fijara en su obra y quisiera comprarla.
Pero cada una de esas obras de la colección disponían de una réplica, ¿no es
cierto, señor Brajkovic? No trate de negarlo. La División de Obras de Arte ya
hizo su trabajo.
_ No tiene nada de malo eso. Félix las hizo para
repartirlas entre los suyos, según me comentó. O quizás las quería para él
mismo.
_ No es un delito que un artista pinte el mismo cuadro
dos veces. Lo que sí sería un delito, llegado el caso, es que pretenda vender
las réplicas como si se tratasen de los originales.
_ ¿De dónde saca semejante idea, capitán?
_ Se deduce por sí mismo, señor Brajkovic_ dijo Sean
Dortmund._ Como el señor Girondo era un comprador seguro y de un estatus
nobiliario altamente importante, decidió exhibir en la muestra las réplicas por
si alguien se interesaba en adquirirlas. Y quien quiera que las adquiriera,
pensaría que se estaba llevando los originales. Pero en realidad, los
originales estaban reservados para el señor Oliverio Girondo.
Renzo Brajkovic escrudiñó con soberbia al inspector
Dortmund.
_ Resultó ser usted un tipo interesante_ repuso
Brajkovic._ Lo aplaudo.
_ Sus adulaciones no producen ningún efecto en mi
persona.
_ No pretendía conmoverlo, si eso es a lo que apunta.
Félix estaba en desacuerdo con esta idea mía. Pero lo convencí de
implementarla. Así, todos saldríamos beneficiados.
_ Los clientes no, amigo_ opinó Riestra.
_ Háblenos del momento del asesinato_ expresó Dortmund._
¿Permaneció todo el tiempo con el señor Astorga durante la muestra, señor
Brajkovic?
_ No. Tenía que controlar que todo estuviese bien y que
los visitantes estuviesen a gusto. Y en caso de que hubiera algún interesado en
comprar alguno de sus cuadros, tenía que atenderlo. _ Es decir, que lo perdió
de vista la mayor parte del tiempo.
_ De a ratos, me acercaba a hablar con él. No quería que
estuviese disgustado.
_ ¿Y en esos ratos, cómo lo notó?
_ Estaba feliz y emocionado… Sobre todo, emocionado.
Cuando me acerqué antes de verlo por última vez, me agradeció conmovido lo que
hice por él. Después, seguí con lo mío y no volví a verlo hasta que Lucrecia,
mi asistente, halló el cuerpo.
_ ¿A qué hora fue eso, señor Brajkovic?_ interpuso el
capitán Riestra.
_ Alrededor de las 21:55, quizás un poco más.
_ ¿Es decir, que no puede dar fe de que alguien se haya
acercado al señor Astorga en actitud sospechosa y lo haya increpado con
intenciones inciertas?
_ No. Pero sí que lo vi irse a su estudio solo. Me
acerqué para preguntarle qué le pasaba y él me dijo que le dolía un poco la
cabeza, nada más. Que iba a tomar algo para sentirse mejor, que no me
preocupase. Entró y cerró la puerta.
_ ¿A qué hora fue eso, señor Brajkovic?_ inquirió
Dortmund.
_ No puedo precisar una hora exacta. Debían ser pasadas
las 21.
_ ¿No vio ingresar a nadie a su estudio en los minutos
posteriores?
_ No. Se habían formado pequeñas reuniones de dos o tres
personas dispersas en toda la casa, hablando de lo que fuera.
_ ¿Usted con quién estaba?
_ Con el señor Oliverio Girondo, pactando las condiciones
de venta y entrega de la colección.
_ ¿Alguien puede verificarlo?
_ Supongo que más de uno nos habrá visto, no sé.
_ ¿No tiene coartada entonces?
_ La tengo y mi consciencia está tranquila con eso.
Cuando interrogue al resto, sabrá si me vieron o no.
_ Particularmente, durante la exhibición, ¿presenció o
escuchó algo inusual, algo que llamara su atención?
_ Hubo un momento en que Félix fue para su estudio a
buscar algo, supongo, y discutió con alguien. Estaba con la puerta cerrada pero
los gritos se percibían con total claridad.
_ Interesante.
_ ¿Acaso no saben con exactitud cuándo murió?
_ Es lo que tratamos de establecer, Brajkovic. No sea
impertinente_ le respondió groseramente, el capitán Riestra.
_ Entonces, el asesino pudo ser alguno de los visitantes.
_ O alguno de ustedes ocho, señor Brajkovic. No lo
sabemos con certeza aún. ¿Con quién discutía el señor Astorga?_ intervino Sean
Dortmund.
_ No pude identificar con quién peleaba por los ruidos
generales que había en la casa, porque la discusión se percibía medianamente
lejana y porque las voces se confundían en el cruce desmedido de palabras. Sólo
sé que discutió con alguien.
_ ¿Volvió a verlo después de eso?
_ No, que yo recuerde. La cena no se hizo porque la
muestra se extendió bastante más de la cuenta y los visitantes se retiraron
cerca de las 21:30.
Hizo un gesto como si recordara algo.
_ Sí, volví a verlo. Por supuesto. Cuando volvió a
meterse en el estudio porque le dolía la cabeza. Qué tarado.
_ Digamos, para establecer una línea de tiempo, que el
asesinato se produjo entre las 20:30 y las 22:30_ reflexionó Riestra._ El
asesino, por ende, pudo ser alguno de los ocho convocados para la cena, la cual
no se celebró, como también alguno de los visitantes de la muestra de arte del
señor Astorga. ¿Coincide conmigo, Dortmund?
_ Absolutamente_ repuso el inspector, cordialmente._ Reconstruyendo los hechos
en concreto, el señor Félix Astorga ingresó dos veces a su despacho de forma
confidencial. La primera vez discutió con alguien y la segunda porque se sentía
mal. En tanto, usted ignora, señor Brajkovic, la persona que discutió con el
señor Astorga porque no vio ni salir ni entrar a nadie debido a sus asuntos que
lo mantenían ocupado.
_ Ni más ni menos.
_ ¿Cuánto tiempo pasó en promedio entre las dos entradas
a su despacho?
_ Veinte minutos, un poco más, quizás.
_ Es decir, que todavía quedaba gente visitando la
muestra.
_ Exactamente.
_ ¿Le preguntó al señor Astorga con quién discutió en su
estudio, señor Brajkovic?
_ Sí, por supuesto. Pero le restó importancia al asunto.
Me dijo que eran pavadas.
_ ¿Sin mayores explicaciones?
_ Tal cual. Así era Félix.
_ Gracias por su tiempo, señor Brajkovic. Puede
retirarse.
_ Dígame la verdad, Dortmund. ¿Cree que en verdad el
señor Astorga fue asesinado por alguno de los visitantes a la muestra?_ le
preguntó ávidamente Riestra después de que el señor Brajkovic abandonara
definitivamente el cuarto. _ ¿Qué motivo podría tener un desconocido para
querer muerto a Félix Astorga?
_ Quizás la estafa que el señor Brajkovic puso en
práctica hoy, la implementó en algún otro momento. Y quien salió perjudicado
entonces, quiso rendir cuentas_ respondió el inspector, reflexivamente.
_ Vamos, Dortmund. Eso no se lo cree ni usted mismo.
_ Convengamos que es factible.
_ Lo conozco.
_ El asesino está entre los ocho convocados a la cena,
que finalmente no se celebró. Repasemos, capitán Riestra.
_ Renzo Brajkovic, representante artístico de nuestra
víctima. Aldana Simari, su esposa. Martina Cortés, su prima. Enrico Aliendro,
esposo de esta última. Lucrecia Bertola, asistente del señor Brajkovic y
organizadora del evento. Oliverio Girondo, el noble italiano interesado en
comprar la colección renacentista del occiso. Joel Astorga, su hijo menor y
Carolina Astorga, su hija mayor.
_ Entre ellos, está el asesino. Todos con algún motivo y
entre tanta gente, sin coartada verificable. No lo dudo.
_ Veamos quién resulta ganador.
III
Lucrecia Bertola entró algo tímida al encuentro de los
dos oficiales que pretendían interrogarla por el asesinato de Félix Astorga.
Estaba compungida y desolada, y no tenía reparos en exponer sus sentimientos al
respecto. Se sentó tras obedecer a una invitación cortés del capitán Riestra.
_ Tenemos entendido que usted es la asistente personal
del señor Brajkovic_ empezó su alocución Riestra.
_ Sí. Trabajo con él desde hace dos años y medio. Soy la
encargada de organizar las muestras que me encomienda_ respondió la joven,
humildemente.
_ ¿Incluyendo la de esta noche?
_ Sí. Así es, señor.
_ ¿En qué consiste con exactitud su trabajo, señorita
Bertola?_ inquirió Dortmund.
_ Elijo la galería de arte, la acondiciono para la
ocasión, establezco el orden en que van a ser exhibidas las obras, me encargo
de la estética del lugar… Básicamente eso.
_ ¿Conocía bien al señor Astorga?
_ Muy superficialmente, para serle honesta. Conozco muy
poco a los artistas en general, porque casi nunca vienen a la oficina, sino que
es el señor Renzo el que va a verlos en persona. Se contactan por teléfono, yo
habitualmente recepciono esas llamadas, se la notifico al señor Brajkovic y él
después se encarga del resto.
_ ¿Recepciona las llamadas de clientes interesados en
adquirir alguna obra en particular, también, señorita Bertola?
_ Sí, por supuesto. Y de igual manera, se lo hago saber
al señor Brajkovic para que se contacte con el artista en cuestión.
_ ¿Alguno de esos clientes llamó quejándose contra el
señor Astorga por algún determinado motivo en las últimas semanas?_ intervino
el capitán Riestra.
_ No, en absoluto. Félix Astorga era un artista muy
respetado y muy valorado. Es una desgracia lo que le sucedió.
_ ¿Y anteriormente? ¿Nunca ningún cliente se quejó de él?
_ Nunca jamás, señor.
_ ¿Cómo era la repartición de la ganancia por cada obra
vendida, señorita Bertola?_ preguntó Sean Dortmund con reserva.
_ En el caso de Félix, 50 por ciento en partes iguales.
_ ¿Es decir, mitad para el señor Brajkovic y mitad para
el señor Astorga, correcto?
_ Sí. Pensé que eso ya se lo habían preguntado a él
mismo.
_ No nos pareció pertinente.
_ ¿El porcentaje de las ganancias por las ventas es
equidistante en todos los casos con todos los artistas que Renzo Brajkovic
representa?_ volvió a intermediar Riestra.
_ Sí. Se maneja así por contrato.
_ ¿Se pelearon por alguna razón en especial el señor
Brajkovic y Félix Astorga?
_ No debería contarles esto. Si el señor Renzo se entera
de que hablé, me deja en la calle casi con seguridad.
_ Puede confiar en nosotros, señorita Bertola. Adelante,
por favor_ la exhortó amablemente el inspector Dortmund.
_ Hace dos años atrás, los balances de las ventas de las
obras de Félix cerraban con amplias diferencias que no podían explicarse ni
justificarse. El hecho sugería por sí mismo que alguien estaba sobrefacturando
las obras para quedarse con un vuelto, digamos. Como el señor Renzo es quien
manejaba todas sus finanzas, lo culpó a él por esto. El señor Brajkovic clamó
con total convencimiento de que él era ajeno al asunto. Pero Félix no le creyó.
Y estuvieron distanciados por varias semanas… Hasta que se descubrió que el que
adulteraba los balances era Rogelio Loguercio, el exmarido de Carolina Astorga,
la hija de Félix. Desapareció antes de que pudieran atraparlo y entregarlo a la
Justicia. Hizo su buena plata con esta estafa barata. Félix estuvo distanciado
de su hija bastante tiempo porque él le advirtió, por esas corazonadas que
muchas veces tienen los padres, que había algo raro en el señor Loguercio.
Tenía una mala impresión de él. Y Carolina, obviamente, sostuvo que eran puras
estupideces suyas, típicas de un padre protector y dejó de hablarle. Y al
final, Félix tenía razón. Se
reconciliaron casi al instante.
_ ¿Todo esto lo supo por boca del propio señor Astorga,
correcto señorita Bertola? Porque dudo que el señor Brajkovic se lo confiara.
_ Lo sé porque lo presencié todo. Yo hacía unos meses que
estaba trabajando con el señor Renzo. Sufrí el drama en carne propia.
_ ¿Sufrió el drama en carne propia?
_ El señor Renzo me culpó a mí. Estuve a punto de
perderlo todo cuando afortunadamente se aclaró todo.
_ ¿Cómo era que el señor Loguercio tenía acceso a los
balances de las ventas de las obras de arte del señor Astorga?
_ Por Carolina, su esposa… Me refiero a la hija de Félix.
Una o dos veces por semana iba a ver al señor Renzo para controlar las
ganancias porque es una mujer que desconfía de ciertas cosas por naturaleza
propia. Y siempre iba acompañada del señor Rogelio Loguercio, su esposo
entonces.
_ ¿Cómo quedó expuesto de que él era realmente el
estafador?_ quiso saber interesadamente el capitán Riestra.
_ Sinceramente, eso es algo que escapa a mi pleno
entendimiento.
_ Pero, el señor Félix Astorga jamás desconfió de usted,
señorita Bertola_ intervino Dortmund, con soberbia.
_ No lo comprendo_ repuso la muchacha, visiblemente
confundida.
_ Se refirió al señor Brajkovic como el señor Renzo o, en
su defecto, como señor Brajkovic. Pero al señor Astorga, todo el tiempo lo
llamó Félix, lo que sugiere un alto grado de confianza entre ustedes dos. ¿Eran
amantes, correcto?
Lucrecia Bertola se quedó lívida de espanto mirando
avergonzada a Sean Dortmund.
_ Sí, éramos amantes_ confesó finalmente._ Nadie lo
sabía, ni siquiera el propio señor Brajkovic. Alegaba permanentemente que no
podía divorciarse de Aldana Simari porque es copropietaria de esta casa y podía
perderla en un supuesto fallo del juez. Y él no quería arriesgarse a eso y yo
lo entendí de buena fe. Estábamos bien así, muy bien juntos.
_ ¿Desde hacía cuánto tiempo ya?
_ Un poco más de un año.
El capitán Riestra escrutó a Dortmund con una mirada muy
significativa.
_ Abocándonos al asesinato del señor Astorga_ dijo el
capitán_ ¿Usted halló el cuerpo, correcto?
_ Sí. Fue muy fuerte verlo ahí tirado, con el cuello
cortado_ respondió Lucrecia Bertola entre lágrimas._ Los visitantes se estaban
yendo, querían saludarlo. Le pregunté al señor Renzo si lo había visto y me
dijo que lo había visto ingresar hacía un rato a su estudio. Golpeé y como no
respondió, abrí. Y…_ No pudo continuar.
_ Está bien, no se preocupe. ¿A qué hora fue eso, aproximadamente?_
inquirió Dortmund, compasivo.
_ Debían ser alrededor de las 22, no puedo asegurarlo.
Con sus cercanos y los visitantes que vinieron a ver la muestra, perdí la
noción del tiempo.
_ En el momento más relajado de la exhibición, la gente
se reordenó en pequeños grupos, ¿cierto?
_ Sí, señor.
_ ¿Usted con quién estaba?
_ Con el señor Brajkovic y el señor Girondo, cerrando la
venta. Mejor dicho, apuntando los detalles de la venta por requerimiento del
señor Renzo. Suelo hacerlo cuando se trata ventas importantes.
_ ¿Escuchó al señor Astorga discutir con alguien en su
estudio?
_ Ahora que lo menciona, sí. No se distinguía ni con
quién discutía ni sobre qué. Pero sí, la discusión existió. Vi a Félix un rato
antes y estaba bien. No recuerdo haberlo visto posteriormente. Perdonen, con
todo esto y el evento en sí, los tiempos se dilatan en mi memoria.
_ Despreocúpese, señorita Bertola. ¿Vio ingresar al señor
Astorga a su estudio con alguien?
_ No. Estoy segura de que no.
_ ¿Y lo vio acompañado por alguien durante la velada que
llamara su atención por algo?
_ No, que yo recuerde. Estuvo un poco conmigo, un poco
con su esposa para mantener las apariencias. Saludó a algún visitante que se
acercó a felicitarlo. Pero, concretamente no.
_ Gracias, señorita Bertola. Puede retirarse.
La muchacha esbozó una sonrisa, se levantó, salió y cerró
la puerta con delicadeza.
_ El caso se pone interesante, ¿eh, Dortmund?_ opinó
Riestra.
_ “Los tiempos se dilatan en mi memoria”_ repitió el inspector con cierto
goce._ Los tiempos se dilatan en la memoria de todos los testigos, capitán. Eso
es más que interesante.
_ Es normal, creo.
_ Tan normal, que todos recuerdan haber visto y haber
hablado con el señor Astorga, pero no recuerdan exactamente en qué momento lo
hicieron. El viento está empezando a soplar a nuestro favor.
_ Explíquese, Dortmund.
Riestra parecía estar bastante más desconcertado que lo
habitual.
_ Ahora sabemos con certeza de que al señor Astorga lo
mataron entre las 20:30 y las 22:30. A las 20 empezó la muestra, muchos
visitantes que se acercaron a admirarla. Entre las 20:30 y las 21:15, más o
menos, el movimiento de gente era incesante y fluyente. Y pasadas las 21:15, la
gente se relajó, se reunió en pequeños grupos para hablar, hasta que alrededor
de las 22 la señorita Bertola halló el cuerpo del señor Astorga.
_ Coincido con su reconstrucción cronológica de los
eventos que investigamos. Pero no me queda claro dónde estaba el señor Astorga
cuando ocurrió todo esto, y más aún, exactamente cuándo fue visto por última
vez.
_ Exactamente.
Recuérdelo: los tiempos se dilatan en la memoria de todos los testigos, capitán.
IV
Declaración de Carolina Astorga:
ratificó lo que dijera Lucrecia Bertola respecto a su relación con su padre y
el incidente que involucró a su exmarido, Rogelio Loguercio, sin agregar ningún
dato de interés al respecto de ambos eventos. Sobre el momento del asesinato,
su testimonio fue coincidente con lo que declaró el resto, hasta ese instante. Dijo que la cena se canceló porque la muestra
se extendió más de la cuenta, que recuerda haber visto entrar a su padre al
estudio solo y haberlo escuchado discutir fuertemente con alguien momentos
después, aunque no recordaba con exactitud el orden de dichos eventos. Que
cruzó a su padre durante la exhibición unas dos o tres veces, solamente, pero
que con el ajetreo que había en toda la casa, difícilmente recordara los
detalles en cada ocasión. Dortmund y Riestra le agradecieron la colaboración y
le permitieron retirarse.
Declaración de Joel Astorga: era el
hijo menor de Félix Astorga y hermano de Carolina Astorga. Declaró que la
relación con su padre era distante por expresa culpa suya. Dijo que le daba
poca importancia a su padre, pero que lo admiraba y lo idolatraba, lamentando
no habérselo hecho saber casi nunca. Pero admitió estar tranquilo porque
confiaba que en el fondo su padre lo sabía. La vez que más cercano se mostró
con él fue la noche esa noche, antes de que apareciera muerto. Mantuvo una charla con Félix Astorga de unos
cinco minutos en la que hablaron cuestiones estrictamente de carácter familiar.
Lo último que recordaba que su padre le dijo fue su desaprobación respecto a
que todavía no había contraído matrimonio con ninguna mujer. Lo disgustaba que
no hubiera una mujer en la vida de su hijo. Joel Astorga adujo que el
matrimonio no había sido inventado para él y que era feliz así soltero como
estaba. Negó discutir con su padre, que pese a la frivolidad que había en su relación
con él, se llevaban bien. Y admiraba y agradecía que Félix Astorga nunca le
hubiera reprochado nada. Joel Astorga
recordaba que después de ese encuentro de esa noche, no volvió a ver a su
padre. Que lo oyó discutir con alguien en su estudio y que un rato más tarde lo
encontraron muerto. Se quebró al recordar el asesinato, el capitán Riestra y el
inspector Dortmund se mostraron compasivos y lo liberaron. En líneas generales,
su testimonio no arrojó ningún dato de interés sobre la causa.
Declaración de Oliverio Girondo: era
un magnate de la nobleza italiana, amante del buen arte. Pese a su tan
característico acento italiano, hablaba el español bastante fluidamente. Declaró
que estando en Honduras de vacaciones, conoció a un turista argentino que le
habló maravillas de Félix Astorga y sintió curiosidad por conocerlo. Cuando
contempló sus obras, quedó fascinado. Y se puso inmediatamente en contacto con
el señor Renzo Brajkovic para conocer a Félix Astorga personalmente y comprar
algunos de sus cuadros. Declaró que Renzo Brajkovic le habló de una colección
de estilo renacentista que Félix Astorga había pintado recientemente y le
mostró los bocetos. Ni lo dudó. Resolvió adquirirla decididamente. Al
principio, comentó que el señor Brajkovic se mostraba renuente a la oferta.
Pero que la cifra que él le ofreció lo hizo cambiar radicalmente de idea. Lo
invitó a la muestra y le prometió que iba a celebrar una cena en su honor para
que conociera exclusivamente a Félix Astorga y terminar de negociar los
términos de la transacción. La cena finalmente no se hizo, pero aseguró que esa
noche estuvo hablando con Renzo Brajkovic bastante tiempo y que tuvo el agrado
de conocer a Félix Astorga un rato antes de que iniciara la exhibición. Durante
la muestra, lo vio poco y nada. Y aseguró además no haber oído ninguna
discusión, aunque admitió haber visto en un momento determinado dirigirse a Félix Astorga a su estudio. Con respecto a la primera vez que lo trató,
Oliverio Girondo atestiguó que al principio le ofreció un trato desleal, indecoroso
e indiferente. Pero que paulatinamente cedió y la relación entre ambos se tornó
más cercana y amigable. Y atribuyó el hecho a que Félix Astorga estaba
disconforme con la decisión de su representante, Renzo Brajkovic, de negociar
la venta de su colección renacentista a espaldas suyas y sin su pleno
consentimiento. Pero, según Oliverio Girondo, esa cuestión quedó relegada a un
segundo plano cuando el vínculo entre los dos se afianzó ostensiblemente a
medida que avanzaba el asunto. Desconocía, por supuesto, que las obras
exhibidas para el público en general eran sólo unas simples copias pintadas
también por el propio Félix Astorga y que los originales estaban reservados exclusivamente
para él. Dortmund y Riestra le agradecieron la gentileza y le permitieron abandonar
la habitación.
Declaración de Martina Cortés: La
muchacha, prima del fallecido Félix Astorga, estaba muy traumada con lo
ocurrido. Y temía que su marido, Enrico Aliendro, fuese el responsable directo
de la tragedia que Sean Dortmund y el capitán Riestra estaban investigando y
que asediaba a la familia de forma directa. Cuando el inspector Dortmund le
consultó sobre la justificación de sus sospechas, ella recordó un diálogo que
mantuvo con el señor Aliendro ese mismo día, en horas de la tarde.
<_ Las facturas
cada vez vienen más caras y se nos está haciendo más difícil pagarlas_
comentaba Enrico Aliendro, mientras revisaba las correspondientes tarifas con
documento en mano.
_ Si consiguieras
un buen trabajo donde te pagasen un buen sueldo…_ le reprochó Martina Cortés,
su esposa, de buenas maneras, mientras planchaba.
_ Hago changas. La
gente me paga con lo que puede. Está muy difícil la cosa para todos.
_ Siempre te pagan
con mercadería, nunca con efectivo. Las cuentas se pagan con plata, con
billetes, no con un paquete de yerba o con una lata de arvejas.
Enrico Aliendro se
puso a la defensiva, adoptó una actitud intimidante y enfrentó a su esposa totalmente
ofendido y enojado.
_ Si ellos no me
dieran todas estas cositas que vos decís que no sirven para pagar las facturas,
vos no tendrías qué comer. Así que, sé un poquito más agradecida.
_ Siempre lo mismo
vos y yo. ¿Para qué me gasto en hablarte si igual no vas a entender nunca?
_ ¿Me estás
diciendo bruto?_ dijo él casi en un alarido.
_ Dejá. No tiene
sentido seguir discutiendo.
_ ¿Por qué no le
pedís platita a tu primo, que está cagado en guita con esas obras de porquería
que pinta?
_ Por lo menos él
hace algo.
_ ¿Me estás
diciendo que soy un vago? ¿Y vos qué hacés?
_ Me ocupo de la
casa, porque vos ni siquiera de eso sos capaz de ocuparte. No colaborás en
nada, Enrico. Ahora te estoy planchando la camisa y el pantalón para que tengas
qué ponerte esta noche para ir a lo de Félix. Acordate que nos invitó a cenar
porque va a dar una muestra ahí en su casa.
_ ¿Casa? ¡Mansión!
¡Una mansión de la puta madre! Llamá a las cosas por su nombre, Martina. No
seas humilde, ¿querés por favor? ¿Además, a qué vamos a ir? Nosotros no
encajamos ahí.
_ Para quedar bien
y pasar un rato en familia.
_ ¿Qué familia, si
ese desgraciado de tu primo, que se dice ser el Picasso de Recoleta, no te tira
ni un mísero mango? Todas las veces que le pediste plata, te la negó. ¿A qué querés
ir? ¿A dar lástima?
La paciencia de
Martina Cortés se colmó.
_ ¿Sabés por qué no
me da plata?_ le dijo a su esposo, confrontándolo y con la voz elevada._
¡Porque tengo un marido que vive de arriba y que no hace nada! ¡Porque tengo un
marido que no cumple con sus obligaciones! ¡Y eso a Félix le da por las
pelotas, igual que a mí, Enrico! ¡Estoy harta ya de esta vida de mierda!>. Pero
lo más interesante de dicha conversación fue el siguiente extracto, que Martina
Cortés recordó al detalle muy a flor de piel, con el alma estremecida, los ojos
llorosos y la voz resquebrajada.
<_ Tu primo es
un tacaño que siempre te negó cualquier ayuda que le pediste_ dijo con tono
parsimonioso y pausado._ Vos eso lo ves bien. Pero en realidad no le importás.
Él podría prestarnos plata, no le cuesta nada. Y todos nuestros problemas
estarían medianamente subsanados. Pero no. Tiene que negarte prestarte unos
pesos cada vez que le pedís. Y no. Y no. Y no. Y no. Reiterativamente, no. Así
que, como por las buenas no se lo podemos sacar, vamos a sacárselo por las
malas.
Martina Cortés miró
a su marido con gravedad y pavor.
_ ¿Qué estás
insinuando, Enrico, por el amor de Dios?_ indagó ella, temerosa de la
respuesta.
_ Robarle. Lisa y
llanamente, robarle. Y vos me vas a ayudar. Vos sabés dónde guarda la guita el
tacaño de tu primo. Con toda la gente que va a haber, ni se le va a ocurrir
sospechar de nosotros. Y menos de su prima tan querida.
_ Estás enfermo,
nene. Yo no pienso hacer una cosa así. Conmigo no cuentes.
La tomó fuerte del
brazo y la sacudió ligeramente.
_ ¡Vos me vas a
ayudar! ¿Está claro? Vas a hacer todo lo necesario para ayudarme.
_ ¡Soltame!
¿Querés? ¡Me lastimás!
Él obedeció muy a
pesar suyo.
_ ¿De qué lado
estás? ¿Del de tu primito artista o del mío?
_ Yo no soy una
delincuente. Ni sueñes que le voy a robar a Félix ni un solo centavo.
_ ¡Es la
oportunidad de nuestra vida, por Dios, Martina! ¿Desde cuándo sos moralista?
_ Desde siempre. Me
extraña que lo preguntes.
_ ¿Vos te acordás
las cosas que Félix te decía cuando le pedías plata prestada?
_ Sí, me acuerdo
perfectamente. Por eso ustedes dos están peleados.
_ ¡Con más razón!
_ ¡Estás hablando
incoherencias, Enrico! No voy a ser cómplice de ninguna locura que vayas a
hacer esta noche en la cena.
_ No es ninguna
locura, Martina. ¡Abrí los ojos por una vez en tu vida! Tenemos la posibilidad
de robarle al tipo que te negó una ayuda económica siempre durante gran parte
de su vida y pasar desapercibidos. ¿Podés entender eso?
_ Siempre me ayudó,
hasta que te conocí a vos. Ahí empezaron los problemas para mí.
Enrico Aliendro
abrió los ojos enormemente.
_ ¿Qué estás
insinuando?_ preguntó a la defensiva.
_ Te acusa a vos de
haberle robado los bocetos de una colección que tenía prevista crear para una
importante marca de ropa española. Cualquiera sabe que los bocetos de obras que
no se pintaron todavía valen el triple que la propia obra terminada.
_ ¿Vos no creerás
que yo…?
_ No lo creía hasta
recién que me dijiste que le querés robar esta noche. Ahora dudo, sinceramente.
_ Vos no me podés
estar diciendo esto.
_ Sí. Te lo digo y
en la cara.
_ ¿Me estás
llamando ladrón?
_ Fuiste el único
esa noche que pudo haber robado los bocetos de esa colección. Tuviste
oportunidad y motivación no te faltó.
_ El único no.
Había otras personas esa tarde, ¿te acordás?
_ Y por eso lo
querés repetir esta noche. Porque te salió bárbaro la primera vez.
_ A ver, aclaremos
algo, Martina. Si yo robé efectivamente esos bocetos que vos y tu primo dicen
que me robé, ¿qué hice con la plata entonces?
_ No sé porque a la
casa no aportás un mísero peso desde hace tiempo.
_ ¡Aporto comida!
¿Otra vez te lo voy a repetir?
_ ¡Necesito que
hagas mucho más que eso! ¡Necesito que te comportes como un marido de verdad,
no como un vago que está echado todo el día como los gatos!
Enrico Aliendro se
apaciguó antes de continuar.
_ Tu primo confía
en mí, de eso no tengo dudas_ dijo con la respiración todavía algo acelerada.
_ ¿Y cómo podés
estar tan seguro de eso, a ver?_ lo desafió Martina Cortés con vigor.
_ Porque si no, no
me hubiese invitado a su cena de gala de esta noche. Tan simple como eso.
_ No seas iluso,
¿querés? Te invitó simplemente por una cuestión de respeto y consideración.
_ No lo querés
entender, evidentemente, Martina.
_ Y si realmente
Félix recuperó la confianza en vos, ¿la vas a arruinar tan fácilmente
robándole?
_ No va a saber que
fuimos nosotros. Punto.
_ Yo no voy a
ayudarte. Estás solo en esta.
_ Al menos, sí vas
a decirme dónde esconde su caja fuerte.
_ Averigualo solito
si sos guapo.
_ Está bien, no
necesito tu ayuda. Hacé lo que quieras. Juguemos esta noche a la parejita feliz
si querés así complacemos a tu familia y estamos en sintonía con el resto. Pero
te advierto que ni se te ocurra decir nada de esto, ¿está claro?
_ ¿O sino qué?
Se miraron
fijamente por unos segundos, frente a frente.
_ O sino, vas a
caer vos también conmigo_ repuso Enrico Aliendro con convicción e invariable actitud soberbia>.
Dortmund y Riestra se quedaron enmudecidos antes
semejante declaración.
_ ¿Afirma usted, señora Cortés, que se mantuvo fiel a su
palabra de no ayudar a su marido en su afán de robarle su fortuna al señor
Félix Astorga?_ preguntó autoritario, el capitán Riestra.
_ ¡Le juro solemnemente que yo no tomé partida en ninguna
de sus ideas!_ replicó ella con desesperación y mirando fijamente al capitán a
los ojos.
Riestra la escrudiñó por unos segundos.
_ Está bien, le creo. Tranquilícese_ repuso el capitán
Riestra.
_ Sinceramente, señorita Cortés_ tomó la palabra Sean
Dortmund, _ ¿cree que el señor Aliendro haya sido capaz de haber asesinado al
señor Félix Astorga?
_ No sé. Honestamente, no sé qué creer_ respondió la
joven mujer, todavía alterada.
_ No se observaron faltantes de ninguna consideración
entre las posesiones del señor Astorga.
_ Le reitero que no sé qué creer. Enrico me lo dijo tan
convencido, tan seguro de sí… Que todo esto me parece una locura.
_ ¿El señor Aliendro y usted permanecieron juntos durante
todo el tiempo que duró la muestra, señorita Cortés?
_ Ni bien llegamos, nos separamos. Comprenderá que no
quería permanecer ni un segundo más al lado de mi marido. Me disgustaba el sólo
hecho de imaginarlo.
_ ¿No puede der fe entonces de sus movimientos?
_ Cada quien responde de sus actos, inspector.
_ ¿Quién la acompañó
a usted durante la velada?
_ Estuve un poco con todo el mundo, excepto con Enrico,
por supuesto.
_ ¿Incluso con el propio señor Astorga?
_ Apenas unos minutos donde hablamos algunos asuntos de
familia, nada más. Después me pareció que se metió en su estudio, no lo vi por
un rato y más tarde, no sé si antes o después de esto último, lo oí discutir
fuertemente con alguien. Lo vi salir me parece y luego no recuerdo haberlo
visto de nuevo.
_ ¿Entró solo a su estudio? ¿No vio a alguien más
ingresar?
_ No. Solamente lo vi a Félix, a nadie más.
_ Eso es todo. Puede retirarse. Gracias por su tiempo,
señorita Cortés_ agradeció el capitán Riestra.
Y la joven dama se retiró abstraída y sin haber procesado
aún lo ocurrido.
_ Tengo una idea que le puede resultar interesante,
capitán Riestra_ dijo el inspector Dortmund con una sonrisa impertinente.
_ ¿Qué clase de idea, Dortmund?_ repuso el capitán con
fingida sorpresa.
_ Primero, entrevistemos a la señora Simari y dejemos al
señor Aliendro para el final.
V
_
Coincidimos Dortmund_ explicaba el capitán Riestra, dándose importancia y
resaltando aquellas frases que creía de vital consideración_ en que el único
hecho concreto del que tenemos plena certeza es que vieron ingresar a Félix
Astorga solo a su estudio, una o dos veces, y que en una de esas ocasiones
discutió en fuertes términos con alguien a quien hasta ahora no hemos podido
identificar positivamente. Lo que luego sabemos es que por circunstancias
propiciadas por el evento en sí y por la distensión que eso implica en términos
sociales, ningún testigo puede situar cronológicamente cada una de las
ocasiones en que vio al señor Astorga. No pueden determinar fehacientemente qué
situación fue posterior o anterior a otra que relatan. Por lo tanto, el momento
preciso del crimen en cierto modo se dilata. Y no podremos aproximarnos a un
posible sospechoso sin establecer sin lugar a dudas el momento exacto del
asesinato.
_
No del todo, capitán Riestra_ replicó el inspector frotándose la mandíbula y
con aire pensativo.
_
¿Tiene una idea, entonces?
_
Podría decirse que sí. Pero no nos apresuremos aún. Hablemos con la señora
Simari.
_
Yo no veo nada claro todavía. El asesino son todos y ninguno a la vez.
_
Interesante percepción la suya, capitán Riestra.
Unos instantes después, la señora Aldana Simari se
encontraba frente a frente con el inspector Dortmund y el capitán Riestra. Estaba
devastada por lo ocurrido, pero lo suficientemente fuerte para responder a las
preguntas de los dos caballeros que tenía sentados enfrente suyo. Admitió
frenéticamente la aventura que mantenía con el señor Renzo Brajkovic y dijo que
cuando lo autorizó a este a realizar la muestra en la casa de Félix Astorga fue
un acto de cortesía para con él y no para con su esposo. Sin embargo, reconoció
que obró cegada por el cariño que lo unía al señor Brajkovic y que no pensó en
Félix Astorga, lo que fue un error grosero de su parte. Con respecto al momento
del asesinato, su testimonio fue coincidente con los del resto de los
entrevistados. Pero dijo algo que llamó poderosamente la atención de los dos
hombres en torno a la discusión que mantuvo el señor Félix Astorga puertas
adentro en su estudio con un desconocido.
_ Oír esa discusión fue como un deja vú. Tuve la impresión de que la había presenciado
anteriormente, en otra oportunidad.
_ ¿Qué puede referirnos de esa vez anterior? ¿Qué
recuerda?_ preguntó ansioso el capitán Riestra.
Aldana Simari estaba perturbada.
_ Nada. Lo lamento. Presumo que fue una mala jugada que
me hizo el cerebro. Perdonen. Si me permiten…
Dortmund y Riestra comprendieron la indirecta y la
dejaron ir.
_ Interesante. Realmente, interesante. El caso está
prácticamente resuelto_ sentenció Sean Dortmund ante la atónita mirada del
capitán Riestra.
VI
La reunión con Enrico Aliendro no duró demasiado tiempo.
Admitió la veracidad de lo declarado por su esposa, Martina Cortés. Pero juró
solemnemente que no hizo nada. Y atribuyó su reacción y sus palabras a la ira
del momento. Antes de que se retirara, Dortmund le extendió a Enrico Aliendro
unas llaves que estaban tiradas en el piso.
_ Se le cayó esto, señor Aliendro_ le dijo el inspector
entregándole el juego en mano.
Enrico Aliendro las tomó, las observó detenidamente y las
volvió a depositar en manos del inspector.
_ No son mías. Seguro se le cayeron a alguien más_ repuso
el señor Aliendro con firmeza.
_ Seguramente_ replicó Dortmund._ De nuevo, gracias por
su tiempo.
Una vez que Enrico Aliendro se retiró definitivamente del
cuarto, Sean Dortmund le entregó las llaves al capitán Riestra con un papel que
contenía estrictas instrucciones acompañadas por una idea de Dortmund. Al
leerlo, Riestra miró a Sean Dortmund con los ojos fuera de órbita. El inspector
le devolvió a su amigo una mirada soberbia y una sonrisa impertinente.
_ No puedo estar equivocado, capitán_ dijo Dortmund._
Necesito que haga lo que le encomendé lo más rápido posible.
_ Me apuraré lo más que pueda_ respondió Riestra sin
salir de su asombro. Y abandonó el cuarto de inmediato.
Mientras esperaba que el capitán Riestra cumpliera con su
encomienda, Sean Dortmund examinó exhaustivamente el estudio de Félix Astorga.
Revisó minuciosamente libros, bitácoras, biblioratos, vitrinas, libros,
cajones, muebles, adornos, hasta que halló escondido dentro de un jarrón de
porcelana que yacía sobre una mesa de cristal al lado de una enorme lámpara
algo que lo sorprendió y que al mismo tiempo lo satisfizo. Dejó deslizar su descubrimiento en el interior
de su bolsillo y se dirigió a la sala principal a observar cómo estaba el
ambiente. Los sentimientos que más imaginaba los encontró convergiendo todos
juntos en una misma sintonía: ira, dolor, tensión, incertidumbre, nerviosismo,
temor y desesperación.
De golpe, un fuerte grito provino de la cocina. Martina
Cortés halló a Aldana Simari muerta, con
un cuchillo clavado en su espalda.
_ Esta es la gota que rebasó el vaso_ dijo Dortmund
seriamente, mientras escrutaba al resto de los siete sospechosos, que estaban paralizados
de espanto.
_ Dos asesinatos en una misma noche es inconcebible_
opinó Joel Astorga, asombrado y dolido._ Primero, mi padre. Y ahora, mi madre.
Tras pronunciar esta última frase, Carolina Astorga, su
hermana, se lanzó a sus brazos desconsoladamente. El dramatismo tomó posesión
de la escena prontamente. El inspector se dirigió hacia el cuerpo, se arrodilló
y lo examinó.
_ Está tibio_ determinó Dortmund._ La mataron hace muy
poco.
Todos se miraron entre sí alterados y con acritud proferida.
Mientras unos oficiales resguardaban la escena y
contenían a los potenciales sospechosos, el inspector hizo un pequeño
experimento a puertas cerradas al tiempo que aguardaba el regreso de Riestra de
un momento a otro. Demoró una media hora en obtener resultados satisfactorios y
salió resueltamente renovado. El capitán Riestra había regresado y corrió
desesperado a buscar al inspector, que lo recibió con fervoroso entusiasmo.
_ Asesinaron a la señora Simari_ le anunció Sean
Dortmund.
El capitán Riestra recibió la noticia con asombro y
celeridad.
_ Qué terrible tragedia. ¿Por qué habrían de matarla?
_ Por lo que nos dijo en su declaración. Sus palabras
exactas fueron: “Oír esa discusión fue
como un deja vú”. Tuvo la sensación de haber presenciado esa discusión anteriormente
y estaba acertada. Y el asesino, ante
el miedo de que pudiera reconocerlo, se aseguró su silencio asestándole una
puñalada artera en la espalda.
_ ¿Cómo lo sabe, Dortmund?
_ Porque mientras esperaba que usted regresara,
inspeccioné en profundidad el estudio del señor Félix Astorga y encontré oculto
en un jarrón de porcelana un elemento trascendental que me dio la solución
definitiva del caso.-hizo una pausa dramática y prosiguió-. Todos tenían un
motivo para asesinar a Félix Astorga y todos tuvieron oportunidad de matarlo.
Oliverio Girondo podía ahorrarse su fortuna y robar la colección que le había
interesado del señor Astorga. La señora Cortés pudo haberlo matado por despecho
porque le negó ayuda económica durante varios meses por las diferencias que el
señor Astorga mantenía con el esposo de la señorita Cortés, el señor Enrico
Aliendro. Y a su vez, este pudo asesinarlo para robarle su fortuna con o sin la
complicidad de la señorita Martina Cortés.
En tanto, a sus hijos, la señorita Carolina y el señor Joel, no les conocemos
motivos para pretender muerto a su padre, lo que no implica que no los
tuvieran. La señorita Lucrecia Bertola, la secretaria del señor Brajkovic y
amante a su vez del señor Astorga, pudo haberlo asesinado porque se cansó de
esperarlo porque se rehusaba a divorciarse de la señora Aldana Simari. Y al
señor Renzo Brajkovic, el asesinato del señor Félix Astorga no lo beneficiaba
en absoluto porque esa era su principal fuente de ganancias. El señor Brajkovic
le debía lealtad al señor Félix Astorga.
_ Lo cierto es que en la única hipótesis que encaja el
asesinato de la señora Simari es en la de la señorita Bertola. Asesinó a Félix
Astorga porque no se divorciaba de Aldana Simari. Y la mató a su vez a la
señora Simari por considerarla responsable de esa decisión, por considerarla
responsable de no poder poseer al señor Astorga legítimamente por su culpa.
_ Vayamos, capitán Riestra. Es hora de efectuar dos arrestos.
VII
Con los siete principales sospechosos reunidos en la sala
principal de la morada, el capitán Riestra ordenó la detención de Enrico
Aliendro.
_ ¡Es una estupidez! ¡Yo no asesiné a Astorga!_
protestaba con vehemencia el señor Aliendro, mientras intentaba liberarse de los dos oficiales
que lo tenían tomado por ambos brazos.
_ Lo sabemos_ repuso Dortmund._ No lo estamos arrestando
por el asesinato del señor Astorga, sino por sobrefacturación y fraude. Y
porque sabemos muy bien a qué vino… Señor Rogelio Loguercio.
_ ¿Cuánto tiempo pensó que íbamos a tardar en
averiguarlo?_ indagó Riestra.
_ La aparición de Enrico Aliendro_ continuó discurriendo,
Sean Dortmund_ coincide en tiempo y forma con la desaparición de Rogelio
Loguercio. ¿Recuerda que cuando lo entrevistamos, antes de que se retirase, yo
le extendí un juego de llaves? Usted lo tomó, ¿lo recuerda? Fue un truco para
obtener sus huellas dactilares y compararlas con las de Rogelio Loguercio. La
pericia confirmó mis sospechas. Después de que el señor Félix Astorga
descubriera que usted le estaba robando dinero a través de las ventas de sus
obras sobrefacturándolas, fue un momento de ruina para usted. Perdió a la
señora Carolina Astorga, perdió la confianza, perdió todo lo que tenía… ¿Por
culpa del señor Astorga? No. Por culpa de sus propias acciones, señor
Loguercio. Creyó que podrían culpar al señor Brajkovic de sus delitos, pero
cometió un error que lo delató y todo lo que poseía lo perdió en un abrir y
cerrar de ojos. Y decidió que tenía que volver para vengarse. Se cambió de
identidad, de apariencia y se acercó a la señorita Cortés, a la cual sedujo con
suma facilidad. Pero estoy convencido de que el señor Astorga debió sospechar
que usted era en realidad Rogelio Loguercio porque tuvo una mala impresión de
usted la primera vez que lo vio oficialmente como esposo de la señorita Cortés,
tuvo sus sospechas, las cuales le trasmitió al señor Brajkovic, al que le
ordenó que tuviera absoluto cuidado con usted esta noche porque presentía que
podía pasar algo. ¡Y tenía razón! Porque le manifestó abiertamente sus
intenciones de robarle al señor Astorga a su querida esposa, a la señorita
Cortés, a la que no le garantizó una vida digna porque sus trabajos los cobraba
con alimentos, señor Loguercio. Y en virtud de las sospechas que el señor Félix
Astorga mantenía sobre su persona, decidió negarle una ayuda económica a la
señorita Cortés porque no sabía asimismo si ella estaba implicada y hasta qué
punto.
_ Además, el verdadero Enrico Aliendro falleció en 1927_
agregó Riestra.
Rogelio Loguercio escrudiñó desvergonzadamente a Carolina
Astorga y Martina Cortés mientras se lo llevaban detenido, quienes no paraban
de mirarlo lívidas de dolor y con el alma lastimada y hecha añicos.
Pasaron unos segundos y Dortmund volvió a dirigirse a la
audiencia.
_Y ahora vayamos al asesinato del señor Félix Astorga.
Todos oyeron la discusión que el señor Astorga mantenía con un desconocido en
su estudio y a la vez nadie vio ni entrar ni salir a nadie más. Y además, todos
experimentaron una confusión temporal propia de las circunstancias. No
recuerdan exactamente en qué momento vieron por última vez al señor Astorga, no
recuerdan cuándo entró y salió del estudio por última vez, y no recuerdan
tampoco cuándo fue la última vez que hablaron con él, lo que es perfectamente
comprensible y normal porque hay millones de personas, millones de situaciones,
mucho bullicio, mucha agitación y uno no percibe determinados momentos ni está
demasiado atento a lo que sucede a su alrededor. Por lo tanto, es el escenario
perfecto para el asesino del señor Félix Astorga, que se valió de un artilugio
muy antiguo pero eficiente para cometer el crimen y extender las sospechas al
resto de los visitantes a la muestra. Me refiero a esto.
Sean Dortmund metió la mano en el bolsillo de su saco y
extrajo un casete en miniatura, que exhibió para todos ante las miles de
miradas atentas que lo contemplaban con inconfundible asombro.
_ Este pequeño adminículo mecánico contiene grabado en su
cinta magnética una discusión que en algún momento el señor Félix Astorga
mantuvo con alguien y que ese mismo alguien se encargó de registrar con claras
intenciones de usarlas con un fin determinado: cubrir sus huellas en el
asesinato. Cuando oí la cinta las primeras veces, era imposible distinguir
quiénes intervenían en la discusión. Si este hecho lo ponemos en el contexto de
la muestra, es perfectamente razonable que nadie tampoco haya podido dilucidar
nada. Lo que digo es que cuando ustedes
oyeron esta grabación, el señor Astorga ya estaba muerto. El asesino entró al estudio del señor Astorga
y lo esperó oculto en algún rincón hasta que llegara. Cuando ingresó, lo tomó
de sorpresa y le cortó el cuello mientras lo asfixiaba con su mano para que no
gritara. Una vez consumado el asesinato, puso a andar la grabación, tomó un
saco del señor Astorga y se lo colocó para que si alguien casualmente lo veía,
pensara que se trataba en realidad del señor Astorga. Y estoy seguro que uno de
ustedes lo vio y que uno de ustedes cayó en el engaño. Una vez afuera del
estudio, el asesino se deshizo del saco y volvió a inmiscuirse en el evento de
manera natural sin levantar ni la más mínima sospecha en el resto de los
presentes. Vuelvo a la cinta grabada. La
oí una y otra vez hasta que logré reconocer las dos voces. Una pertenecía en
efecto al señor Félix Astorga. Y la otra… A usted, señor Brajkovic. La última
persona que hubiera creído capaz de algo así.
Renzo Brajkovic se puso lívido de nervios.
_ Es imposible. Usted… Usted escuchó mal.
_ No. Oí perfectamente, señor Brajkovic. Y por eso
asesinó a la señora Simari. Cuando ella
habló con nosotros, nos dijo: “Oír
esa discusión fue como un deja vú”. ¡Y realmente lo fue! Porque ya la había
escuchado anteriormente. Cuando la percibió, llamó poderosamente su atención e
imaginó que algo no estaba bien. Y se lo dijo a usted, señor Brajkovic, sin
saber que estaba firmando su sentencia de muerte. Cuando se lo comentó, usted
sintió pánico porque pensó que podía delatarlo y la mató para que eso no
ocurriese.
_ ¡Está bien!_ confesó Renzo Brajkovic, alterado._ Sí,
ganó, señor irlandés. Lo felicito. ¿Para qué obtener el 50 por ciento de las
ganancias de las ventas de las obras de Félix cuando podía quedarme con todo?
Con lo que pagase el señor Girondo, con lo que había sacado de las ventas
anteriores, las futuras… Guardo una colección completa suya que dejó a mi
cuidado. Todas sus obras que aún no vieron la luz están en mi poder. ¿Y creen
que me conformaría con el 50 por ciento solamente? Eso es para los perdedores. Y
yo me considero un genuino ganador. ¡Un genuino ganador!
_ Tengamos en cuenta, además, que las obras póstumas
cotizan mucho más.
La historia se termina en este punto para mí. Se
imaginarán lo que ocurrió después y el clima que se creó en los minutos
siguientes a mi detención.
Hace diez años que estoy preso ya. Todos los días la
misma rutina, las mismas caras, la misma soledad. Necesité contar mi historia
para justificar mi paso por esta prisión, no para dar lástima ni mucho menos
para pretender que me comprendan porque lo que hice no tiene excusa. Mañana me
trasladan por imposición del juez. Nuevas caras, nuevos nombres, mismo
encierro, mismo hábitat, misma soledad. Todavía me esperan quince largos años
por delante. En fin. Mañana empieza a escribirse una nueva historia en mi vida
y quiero estar con las energías enteramente renovadas para recibirla como se
merece. Gracias por haberme leído.
Un saludo… Renzo Brajkovic.