jueves, 18 de junio de 2020

Pájaro de otro nido (Gabriel Zas)








No puedo hablar de este caso. Tengo la palabra prohibida. Si por mera casualidad se llega a filtrar que hice mención al respecto, puede significarme el fin. Así que, en consecuencia y en consideración de mi propio bienestar, voy a intentar ser lo más directo y conciso posible, preservando por obvias razones mi identidad.
El incidente tuvo lugar en julio de 1997 en la sucursal de un banco privado de la localidad mendocina de Bermejo. Un viernes por la mañana, el empleado de seguridad apareció muerto de un disparo efectuado con su propia arma en la zona de las cajas de seguridad de la entidad. Su cuerpo presentaba signos de haber forcejeado ávidamente con su atacante, quien le sustrajo durante la pugna la pistola y lo mató de un disparo artero en el pecho. Se descubrió por otra parte que la caja de seguridad número 98 fue abierta y vaciada en su totalidad. Y que además la cerradura no había sido forzada. Por lo tanto, el hecho detentaba que hubo logística e inteligencia interna.
_ Es muy posible que el señor Casabal - era el apellido del guardia de seguridad – haya agarrado in fraganti a su agresor, quien implementaba maniobras sospechosas sobre una caja de seguridad que no era de su propiedad a los efectos de sustraer ilegítimamente su contenido_ reflexionó vagamente el inspector Ramos, a cargo de la investigación del caso. ¿A qué hora me dijo que encontró el cuerpo, señor Tobares?
Gregorio Tobares era el gerente de la sucursal.
_ 8:20, aproximadamente_ respondió el aludido sin cavilaciones._ Yo llego todas las mañanas a esa hora casi siempre.
_ ¿Casi siempre?
_ Y… algún retraso, ¿vio? Nadie está exento de ese tormento.
_ Y, dígame algo más, Tobares... ¿Quiénes llegan inmediatamente después de usted?
_ Cinco cajeros: Golpi, Damone, Soria, Laporta y Catania.
_ ¿Me podría facilitar sus nombres completos, por favor, si es tan amable?
_ Laura Golpi, Sebastián Damone, Patricio Soria, Analía Laporta y Érica Catania.
_ ¿Están los cinco presentes, verdad?
_ Sí. Están a su entera disposición, inspector.
_ Dígame otra cosa, Tobares. ¿Qué había en la caja de seguridad 98 por lo que valía la pena arriesgarse de esta manera y matar a un inocente? Porque supongo que usted debe llevar un estricto registro de los patrimonios, declarados por los propios clientes, para evitar cualquier eventualidad de semejante envergadura que pueda devenir en una serie de conflictos más serios.
_ Esa es información confidencial, inspector. Entienda que no puedo vulnerar la privacidad de los clientes que confían en esta prestigiosa entidad bancaria.
_ Muy bien. Llamo a un juez, en cinco minutos tengo la orden, las cosas se complican más porque alego que usted no quiso colaborar en la investigación de un robo seguido de homicidio, esto va a ser un mundo de gente que va a tirar el banco a pedazos para cumplir con la disposición del juez, a usted lo van a investigar, lo van a citar para que declare… Sea razonable, Tobares. ¿Quiere eso verdaderamente?
Gregorio Tobares accedió y le entregó al inspector Ramos un inventario con los detalles de las 350 cajas de seguridad en total que tenía el banco. La número 98 no tenía nada de particular y eso fue un punto de inflexión en la investigación. Jamás voy a olvidar la expresión que puso Ramos cuando leyó el inventario. Una y mil veces, Ramos le preguntó a Tobares si la información era correcta e igual cantidad de veces, Gregorio Tobares le respondió que sí, con un atisbo de hartazgo en el tramo final de las insistencias.
Para mí, no cabía duda de que el asesino estaba entre los cinco cajeros que llegaron al banco a la hora aproximada del asesinato. Uno de esos cinco consiguió una copia de la llave, entró al banco, se metió en la zona de las cajas de seguridad, fue descubierto por el desafortunado Sergio Casabal, lo mató, huyó y volvió a los pocos minutos a presentarse a trabajar como si nada. Uno de ellos cinco fue contratado por un tercero que le facilitó la llave. Uno de ellos era un traidor, un infiltrado, un pájaro de otro nido.  Pero era curioso y desconcertante que no hubiese nada de valor adentro de la caja asaltada, cuya titularidad figuraba a nombre de un tal Fortunato Villar. El intruso robó lo que era de su interés y algo más, y dejó en la caja unas pocas pertenencias insignificantes. Ahora había dos interrogantes: ¿qué se llevó el ladrón y por qué desistió de llevarse otros efectos? Fortunato Villar era indudablemente la clave de todo esto. Nadie mejor que él para dilucidar este y otros entresijos que viraban en torno al caso.
Por su parte, el inspector Ramos entrevistó a Laura Golpi, Sebastián Damone, Patricio Soria, Analía Laporta y Érica Catania por separado. Ninguno dijo nada de interés, como era de esperarse. Nadie sabía nada, todos se declararon inocentes. Pero estaba absolutamente convencido que uno de ellos cinco fue el responsable y que nos estaba mintiendo en la cara inescrupulosamente.  
Dos meses exhaustos de investigación y sin avances importantes. Para colmo, Fortunato Villar era irrastreable. <El nombre me suena, francamente. Pero no ubico al sujeto. Mire, yo estoy en la gerencia casi todo el día. Salgo poco, tengo escaso contacto con los clientes, por lo que se me hace difícil identificarlo>, le confesó Gregorio Tobares, el máximo responsable del banco, al inspector Ramos.  <Pero, si usted lo recuerda, es por algo>, le retrucó Ramos. Hizo un breve silencio, lo miró fijo a los ojos para intimidarlo y agregó: <No le creo. Usted sabe perfectamente quién es Fortunato Villar y no nos quiere decir. ¿Lo protege? ¿De qué? ¿De algo terrible que pone en riesgo su vida o del asesinato que perpetró contra Sergio Casabal impunemente? ¿Usted lo ayudó a huir? ¿Por eso nos miente, Tobares?>. Tobares sintió un leve estremecimiento recorrerle la espina dorsal. Pero juntó fuerzas y le respondió a Ramos con valentía y énfasis. <Lo recuerdo por lo particular del nombre, creo, no por otra cosa. Pero eso no significa que sea cliente del banco, ¿o sí?>, <Recuerda a Fortunato Villar con solemne claridad, Tobares. No intente tomarme por estúpido>, <Dije que recordaba el nombre, no el apellido. Recuerdo simplemente Fortunato. ¿Del banco? No sé, quizás. Y como es mi palabra contra la suya, porque hace un mes que está investigando y todavía no tiene nada sólido, lo invito a retirarse ya que no puede proceder en contra mía de ninguna forma>.
Ramos sabía que eso era verdad y fue lo que le causó mayor impotencia. Resignado, se retiró descortésmente.
Los meses continuaban pasando y el caso seguía en foja cero. Para colmo, el inventario de objetos resguardados en la caja de seguridad se condecía con las pericias practicadas en la escena. Los pocos elementos que el ladrón dejó abandonados estaban declarados. Y entre los que faltaban, seguía sin aparecer nada de interés ni relevancia. Sobre este supuesto, Ramos en conjunto con el fiscal evaluaron todas las alternativas pertinentes: juegos de palabras, algún objeto que pudiera ocultar algo en su interior, reflexionaron en profundidad sobre la integridad de cada objeto… Nada. En estas y otras iniciativas más que consideraron, no hallaron nada en concreto. Y el inspector Ramos era hombre de poca paciencia.
Volvió a citar a los cinco principales sospechosos del caso a declarar y al resto del personal del banco en general y tampoco obtuvo resultados favorables por ese lado. Analizó las declaraciones, las contrastó con las anteriores, trató de encontrar alguna inconsistencia en alguna de las declaraciones, pero nada. Definitivamente, nada.
Había pasado un año y todo seguía igual, entonces fue cuando tuve una ocurrencia, que lamenté que no se me haya ocurrido mucho tiempo antes. Pero como dice el dicho, más vale tarde que nunca.
Se me ocurrió suponer que el inventario de las cajas de seguridad fue legítimamente falsificado. ¿A qué me refiero con esta expresión media contradictoria? Existía una copia del inventario en la computadora personal de Gregorio Tobares, la cual estaba en la gerencia del banco. Su lugar de trabajo, naturalmente.  Alguien ingresó, alteró los datos de la caja de seguridad número 98, guardó los cambios, borró las otras copias que pudiera haber registradas y creó copias del nuevo archivo con los datos modificados. Lo imprimió y lo guardó en reemplazo del original, el cual se encargó de hacer desaparecer. Seguidamente, accedió a la caja 98 y robó el objeto de su interés para posteriormente guardar algunos elementos varios para generarles confusión a los investigadores, los cuales ya estaban previamente declarados en el inventario que el intruso adulteró. Y aún hoy estoy convencido de que Sergio Casabal encontró in fraganti al fisgón haciendo la sustitución y no cometiendo el robo, propiamente dicho. El resto ya lo saben. El forcejeo que derivó en el asesinato de Casabal, que sólo cumplía con su trabajo. Esta teoría ratificaba que el culpable era alguno de los empleados del banco. Y en lo que a mí puntualmente concernía, mi lista de posibles sospechosos se ampliaba a seis, porque además de los cinco principales que surgieron al calor de los propios eventos, yo particularmente sumaba a Gregorio Tobares. Sí, el gerente de la sucursal. Porque nada demostraba que fuese inocente. Por supuesto, culpable tampoco. ¿Pero, por qué no incluirlo si él más que el resto tuvo las herramientas indispensables para llevar a cabo el robo? Lo que no me quedaba claro era porqué el inspector Ramos no lo había incorporado a la lista desde el principio. Quizás sí lo consideraba un sospechoso más, pero no hizo públicas sus sospechas por resguardo.
Sea lo que fuere, las evidencias no apuntaban a nadie en particular. Así que, para hacer caer al culpable, tuvimos que recurrir a una suerte de artimaña. Diríamos que encontramos en un rincón de la caja de seguridad número 98 un indicio que nos daría la certeza de lo que se robaron, la que indefectiblemente nos llevaría hasta la persona que buscábamos. Estábamos seguros de que esa persona entraría en pánico y volvería a buscar esa supuesta prueba para evitar que la descubrieran. Por lo tanto, hicimos correr la voz y fue sólo cuestión de esperar a que el culpable mordiese el anzuelo.  Ramos no se mostraba muy entusiasta con esta idea, pero era lo único que podíamos hacer.
Esperamos largo y tendido durante varias horas, hasta que vimos que alguien entró al banco con la llave. Nos pusimos en alerta, esperamos a que el desconocido se acercara lo suficiente a la caja de seguridad y lo interceptamos. Gritó, la retuvimos, alumbramos con linternas hasta encender la luz y la vimos a ella, la menos pensada, por lo menos para mí, de los seis sospechosos: Analía Laporta. Cuando la confrontamos, se asustó y nos confesó temerosa que ella no tuvo nada que ver con el robo y el asesinato de Sergio Casabal.
_ ¿Entonces, por qué vino?_ le preguntó irascible, el inspector Ramos.
_ ¡Porque Sergio y yo éramos amantes!_ confesó Analía Laporta, quebrada.
_ Era todo lo que quería escuchar_ dijo una figura imponente que se acercó a ritmo pausado hacia nosotros. Se trataba de Patricio Soria, otro de los sospechosos.
_ ¿Ustedes dos…?_ me atreví a preguntar con algo de culpa.
_ Somos pareja. Hace dos meses nos mudamos juntos a un departamento que alquilamos acá a unas pocas cuadras_ explicó Soria, mirando a Analía Laporta con enojo._ Venía sospechando desde hace unos días que me era infiel por una serie de actitudes suyas. Supuse que me engañaba con alguno de los otros cajeros, no sé. Pero jamás con el guardia de seguridad de la sucursal. Y pensé que vino porque… Porque creí que ella era la culpable.
_ Como si no me conocieras_ replicó ella ofendida.
_ Sinceramente, no te conozco, Analía.
Y el intercambio de palabras y reproches se prolongó por unos segundos, hasta que Ramos intercedió frenético y los obligó a mantener silencio y ocultarse. La espera continuó una media ahora más aproximadamente, pero nadie más apareció y nosotros nos retiramos. El plan fracasó y Ramos estaba molesto. ¿Que nadie más haya aparecido, implicaba inexorablemente que el resto de los sospechosos fuese inocentes o el culpable fue lo suficientemente hábil para no exponerse?   
Al día siguiente, sin ni un ápice de paciencia, Ramos se presentó de improviso en la gerencia de Gregorio Tobares con el propósito de presionarlo. No sé qué hizo, pero la técnica que haya aplicado, resultó porque Tobares confesó irremisiblemente que la caja de seguridad número 98 contenía unos documentos vinculados a la venta ilegal de armas a Croacia, Ecuador y Bosnia, los cuales era innegable que tenían un valor inmenso. Cualquiera que se viese perjudicado por dichos documentos sería capaz de pagar una gran fortuna para poseerlos y hacerlos desaparecer, o venderlos a las fuerzas enemigas. Por eso Gregorio Tobares no dijo nada en su momento, porque de saberse, hubiese implicado un enorme escándalo a nivel institucional que hubiese salpicado inflexiblemente a la órbita judicial y ejecutiva.  
_ Fortunato era la clave para que el ladrón supiese cuál caja debía robar_ reveló Tobares con pesadumbre._ Yo le dejé todos los accesos listos, cosa que entrara y saliera rápidamente. De haber anticipado lo de Casabal, no hubiese accedido, lo juro. ¿Pero, qué otra cosa podía hacer? Me tenía amenazado. El extraño me dijo que si no colaboraba, iba a matar primero a mis hijos, después a mi mujer, a mis padres y por último, a mí. ¿Qué quería que hiciera? ¿Usted que hubiese hecho en mi lugar, Ramos?
_ ¿A quién buscamos?_ insistió el inspector Ramos.
_ No sé quién es. Me dejó las instrucciones siempre en mi escritorio, adentro de la página 35 del diario. Yo llegaba a trabajar, y si veía el diario sobre el escritorio, ya sabía lo que significaba.
_ ¿Entonces, usted le hizo una copia de la llave de la gerencia?
_ Sí. Se la dejé adentro de un sobre cerrado, en el buzón de la esquina, tal como me lo indicó.
_ ¿Y, cómo esta persona se puso en contacto con usted la primera vez, Tobares?
_ A través de una nota que filtró entre la correspondencia que recibo a diario.
_ Si es cierto lo que me está contando, muéstreme entonces todas las notas que dice que el desconocido le dejó y voy a creerle, voy a asignarle protección personal… Le voy a dar todas las garantías legales, se lo aseguro, Tobares. Le doy mi palabra.
_ Las tiré todas a la basura. Me dijo que me tenía vigilado. Y que si lo desobedecía o hacía alguna estupidez, que  lo iba a lamentar.
Como era de esperarse, el inspector Ramos no le creyó y lo imputó por robo de documentos públicos y asesinato, entre otros delitos. Fue procesado por el juez que entiende en la causa y aún hoy, siete años después de los hechos, Tobares espera el juicio en libertad.
Siete interminables años de uno de los mayores misterios que afectó a la ciudad mendocina de Bermejo. El pájaro volvió a su nido para perderle definitivamente el rastro.
Laura Golpi, Sebastián Damone, Patricio Soria, Analía Laporta y Érica Catania fueron imputados e investigados por la Fiscalía por los mismos delitos que se le atribuyen a Gregorio Tobares.  Laura Golpi, Sebastián Damone Y Analía Laporta fueron sobreseídos de la causa. Y Patricio Soria y Érica Catania fueron beneficiados con la falta de mérito porque la Justicia entendió que encontró elementos suficientes en contra de ellos dos y todavía siguen bajo investigación.
Yo me arriesgo a decir que una fortuita casualidad me puso sobre la pista del verdadero responsable y lo estoy investigando por mi cuenta. Pero parece que se dio cuenta y me tiene en la mira porque me sigue a cada lugar que voy. Por eso, me vi en la obligación de irme lejos y preservar desde un comienzo mi identidad y mi participación en esta historia. Ojalá el pájaro no tenga un vuelo arrasador y persistente porque entonces será el final para mí.



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