No puedo hablar de este caso. Tengo la palabra prohibida.
Si por mera casualidad se llega a filtrar que hice mención al respecto, puede
significarme el fin. Así que, en consecuencia y en consideración de mi propio
bienestar, voy a intentar ser lo más directo y conciso posible, preservando por
obvias razones mi identidad.
El incidente tuvo lugar en julio de 1997 en la sucursal
de un banco privado de la localidad mendocina de Bermejo. Un viernes por la
mañana, el empleado de seguridad apareció muerto de un disparo efectuado con su
propia arma en la zona de las cajas de seguridad de la entidad. Su cuerpo
presentaba signos de haber forcejeado ávidamente con su atacante, quien le
sustrajo durante la pugna la pistola y lo mató de un disparo artero en el pecho.
Se descubrió por otra parte que la caja de seguridad número 98 fue abierta y
vaciada en su totalidad. Y que además la cerradura no había sido forzada. Por
lo tanto, el hecho detentaba que hubo logística e inteligencia interna.
_ Es muy posible que el señor Casabal - era el apellido
del guardia de seguridad – haya agarrado in fraganti a su agresor, quien
implementaba maniobras sospechosas sobre una caja de seguridad que no era de su
propiedad a los efectos de sustraer ilegítimamente su contenido_ reflexionó
vagamente el inspector Ramos, a cargo de la investigación del caso. ¿A qué hora
me dijo que encontró el cuerpo, señor Tobares?
Gregorio Tobares era el gerente de la sucursal.
_ 8:20, aproximadamente_ respondió el aludido sin
cavilaciones._ Yo llego todas las mañanas a esa hora casi siempre.
_ ¿Casi siempre?
_ Y… algún retraso, ¿vio? Nadie está exento de ese
tormento.
_ Y, dígame algo más, Tobares... ¿Quiénes llegan
inmediatamente después de usted?
_ Cinco cajeros: Golpi, Damone, Soria, Laporta y Catania.
_ ¿Me podría facilitar sus nombres completos, por favor,
si es tan amable?
_ Laura Golpi, Sebastián Damone, Patricio Soria, Analía
Laporta y Érica Catania.
_ ¿Están los cinco presentes, verdad?
_ Sí. Están a su entera disposición, inspector.
_ Dígame otra cosa, Tobares. ¿Qué había en la caja de
seguridad 98 por lo que valía la pena arriesgarse de esta manera y matar a un
inocente? Porque supongo que usted debe llevar un estricto registro de los
patrimonios, declarados por los propios clientes, para evitar cualquier
eventualidad de semejante envergadura que pueda devenir en una serie de conflictos
más serios.
_ Esa es información confidencial, inspector. Entienda
que no puedo vulnerar la privacidad de los clientes que confían en esta
prestigiosa entidad bancaria.
_ Muy bien. Llamo a un juez, en cinco minutos tengo la
orden, las cosas se complican más porque alego que usted no quiso colaborar en
la investigación de un robo seguido de homicidio, esto va a ser un mundo de
gente que va a tirar el banco a pedazos para cumplir con la disposición del juez,
a usted lo van a investigar, lo van a citar para que declare… Sea razonable,
Tobares. ¿Quiere eso verdaderamente?
Gregorio Tobares accedió y le entregó al inspector Ramos
un inventario con los detalles de las 350 cajas de seguridad en total que tenía
el banco. La número 98 no tenía nada de particular y eso fue un punto de inflexión
en la investigación. Jamás voy a olvidar la expresión que puso Ramos cuando
leyó el inventario. Una y mil veces, Ramos le preguntó a Tobares si la
información era correcta e igual cantidad de veces, Gregorio Tobares le
respondió que sí, con un atisbo de hartazgo en el tramo final de las
insistencias.
Para mí, no cabía duda de que el asesino estaba entre los
cinco cajeros que llegaron al banco a la hora aproximada del asesinato. Uno de
esos cinco consiguió una copia de la llave, entró al banco, se metió en la zona
de las cajas de seguridad, fue descubierto por el desafortunado Sergio Casabal,
lo mató, huyó y volvió a los pocos minutos a presentarse a trabajar como si
nada. Uno de ellos cinco fue contratado por un tercero que le facilitó la
llave. Uno de ellos era un traidor, un infiltrado, un pájaro de otro nido. Pero era curioso y desconcertante que no
hubiese nada de valor adentro de la caja asaltada, cuya titularidad figuraba a
nombre de un tal Fortunato Villar. El intruso robó lo que era de su interés y
algo más, y dejó en la caja unas pocas pertenencias insignificantes. Ahora
había dos interrogantes: ¿qué se llevó el ladrón y por qué desistió de llevarse
otros efectos? Fortunato Villar era indudablemente la clave de todo esto. Nadie
mejor que él para dilucidar este y otros entresijos que viraban en torno al
caso.
Por su parte, el inspector Ramos entrevistó a Laura
Golpi, Sebastián Damone, Patricio Soria, Analía Laporta y Érica Catania por
separado. Ninguno dijo nada de interés, como era de esperarse. Nadie sabía
nada, todos se declararon inocentes. Pero estaba absolutamente convencido que
uno de ellos cinco fue el responsable y que nos estaba mintiendo en la cara
inescrupulosamente.
Dos meses exhaustos de investigación y sin avances
importantes. Para colmo, Fortunato Villar era irrastreable. <El nombre me
suena, francamente. Pero no ubico al sujeto. Mire, yo estoy en la gerencia casi
todo el día. Salgo poco, tengo escaso contacto con los clientes, por lo que se me
hace difícil identificarlo>, le confesó Gregorio Tobares, el máximo
responsable del banco, al inspector Ramos. <Pero, si usted lo recuerda, es por
algo>, le retrucó Ramos. Hizo un breve silencio, lo miró fijo a los ojos
para intimidarlo y agregó: <No le creo. Usted sabe perfectamente quién es
Fortunato Villar y no nos quiere decir. ¿Lo protege? ¿De qué? ¿De algo terrible
que pone en riesgo su vida o del asesinato que perpetró contra Sergio Casabal
impunemente? ¿Usted lo ayudó a huir? ¿Por eso nos miente, Tobares?>. Tobares
sintió un leve estremecimiento recorrerle la espina dorsal. Pero juntó fuerzas
y le respondió a Ramos con valentía y énfasis. <Lo recuerdo por lo particular
del nombre, creo, no por otra cosa. Pero eso no significa que sea cliente del
banco, ¿o sí?>, <Recuerda a Fortunato Villar con solemne claridad,
Tobares. No intente tomarme por estúpido>, <Dije que recordaba el nombre,
no el apellido. Recuerdo simplemente Fortunato. ¿Del banco? No sé, quizás. Y
como es mi palabra contra la suya, porque hace un mes que está investigando y
todavía no tiene nada sólido, lo invito a retirarse ya que no puede proceder en
contra mía de ninguna forma>.
Ramos sabía que eso era verdad y fue lo que le causó
mayor impotencia. Resignado, se retiró descortésmente.
Los meses continuaban pasando y el caso seguía en foja
cero. Para colmo, el inventario de objetos resguardados en la caja de seguridad
se condecía con las pericias practicadas en la escena. Los pocos elementos que
el ladrón dejó abandonados estaban declarados. Y entre los que faltaban, seguía
sin aparecer nada de interés ni relevancia. Sobre este supuesto, Ramos en
conjunto con el fiscal evaluaron todas las alternativas pertinentes: juegos de
palabras, algún objeto que pudiera ocultar algo en su interior, reflexionaron
en profundidad sobre la integridad de cada objeto… Nada. En estas y otras iniciativas
más que consideraron, no hallaron nada en concreto. Y el inspector Ramos era
hombre de poca paciencia.
Volvió a citar a los cinco principales sospechosos del
caso a declarar y al resto del personal del banco en general y tampoco obtuvo
resultados favorables por ese lado. Analizó las declaraciones, las contrastó
con las anteriores, trató de encontrar alguna inconsistencia en alguna de las
declaraciones, pero nada. Definitivamente, nada.
Había pasado un año y todo seguía igual, entonces fue
cuando tuve una ocurrencia, que lamenté que no se me haya ocurrido mucho tiempo
antes. Pero como dice el dicho, más vale
tarde que nunca.
Se me ocurrió suponer que el inventario de las cajas de
seguridad fue legítimamente falsificado.
¿A qué me refiero con esta expresión media contradictoria? Existía una copia
del inventario en la computadora personal de Gregorio Tobares, la cual estaba en
la gerencia del banco. Su lugar de trabajo, naturalmente. Alguien ingresó, alteró los datos de la caja
de seguridad número 98, guardó los cambios, borró las otras copias que pudiera
haber registradas y creó copias del nuevo archivo con los datos modificados. Lo
imprimió y lo guardó en reemplazo del original, el cual se encargó de hacer
desaparecer. Seguidamente, accedió a la caja 98 y robó el objeto de su interés
para posteriormente guardar algunos elementos varios para generarles confusión
a los investigadores, los cuales ya estaban previamente declarados en el
inventario que el intruso adulteró. Y aún hoy estoy convencido de que Sergio
Casabal encontró in fraganti al fisgón haciendo la sustitución y no cometiendo
el robo, propiamente dicho. El resto ya lo saben. El forcejeo que derivó en el
asesinato de Casabal, que sólo cumplía con su trabajo. Esta teoría ratificaba que
el culpable era alguno de los empleados del banco. Y en lo que a mí puntualmente
concernía, mi lista de posibles sospechosos se ampliaba a seis, porque además
de los cinco principales que surgieron al calor de los propios eventos, yo
particularmente sumaba a Gregorio Tobares. Sí, el gerente de la sucursal.
Porque nada demostraba que fuese inocente. Por supuesto, culpable tampoco.
¿Pero, por qué no incluirlo si él más que el resto tuvo las herramientas
indispensables para llevar a cabo el robo? Lo que no me quedaba claro era
porqué el inspector Ramos no lo había incorporado a la lista desde el
principio. Quizás sí lo consideraba un sospechoso más, pero no hizo públicas
sus sospechas por resguardo.
Sea lo que fuere, las evidencias no apuntaban a nadie en
particular. Así que, para hacer caer al culpable, tuvimos que recurrir a una
suerte de artimaña. Diríamos que encontramos en un rincón de la caja de
seguridad número 98 un indicio que nos daría la certeza de lo que se robaron,
la que indefectiblemente nos llevaría hasta la persona que buscábamos.
Estábamos seguros de que esa persona entraría en pánico y volvería a buscar esa
supuesta prueba para evitar que la descubrieran. Por lo tanto, hicimos correr
la voz y fue sólo cuestión de esperar a que el culpable mordiese el anzuelo. Ramos no se mostraba muy entusiasta con esta
idea, pero era lo único que podíamos hacer.
Esperamos largo y tendido durante varias horas, hasta que
vimos que alguien entró al banco con la llave. Nos pusimos en alerta, esperamos
a que el desconocido se acercara lo suficiente a la caja de seguridad y lo
interceptamos. Gritó, la retuvimos, alumbramos con linternas hasta encender la
luz y la vimos a ella, la menos pensada, por lo menos para mí, de los seis
sospechosos: Analía Laporta. Cuando la confrontamos, se asustó y nos confesó
temerosa que ella no tuvo nada que ver con el robo y el asesinato de Sergio
Casabal.
_ ¿Entonces, por qué vino?_ le preguntó irascible, el
inspector Ramos.
_ ¡Porque Sergio y yo éramos amantes!_ confesó Analía
Laporta, quebrada.
_ Era todo lo que quería escuchar_ dijo una figura
imponente que se acercó a ritmo pausado hacia nosotros. Se trataba de Patricio
Soria, otro de los sospechosos.
_ ¿Ustedes dos…?_ me atreví a preguntar con algo de
culpa.
_ Somos pareja. Hace dos meses nos mudamos juntos a un
departamento que alquilamos acá a unas pocas cuadras_ explicó Soria, mirando a
Analía Laporta con enojo._ Venía sospechando desde hace unos días que me era
infiel por una serie de actitudes suyas. Supuse que me engañaba con alguno de
los otros cajeros, no sé. Pero jamás con el guardia de seguridad de la
sucursal. Y pensé que vino porque… Porque creí que ella era la culpable.
_ Como si no me conocieras_ replicó ella ofendida.
_ Sinceramente, no te conozco, Analía.
Y el intercambio de palabras y reproches se prolongó por
unos segundos, hasta que Ramos intercedió frenético y los obligó a mantener
silencio y ocultarse. La espera continuó una media ahora más aproximadamente,
pero nadie más apareció y nosotros nos retiramos. El plan fracasó y Ramos
estaba molesto. ¿Que nadie más haya aparecido, implicaba inexorablemente que el
resto de los sospechosos fuese inocentes o el culpable fue lo suficientemente
hábil para no exponerse?
Al día siguiente, sin ni un ápice de paciencia, Ramos se
presentó de improviso en la gerencia de Gregorio Tobares con el propósito de
presionarlo. No sé qué hizo, pero la técnica que haya aplicado, resultó porque
Tobares confesó irremisiblemente que la caja de seguridad número 98 contenía
unos documentos vinculados a la venta ilegal de armas a Croacia, Ecuador y
Bosnia, los cuales era innegable que tenían un valor inmenso. Cualquiera que se
viese perjudicado por dichos documentos sería capaz de pagar una gran fortuna
para poseerlos y hacerlos desaparecer, o venderlos a las fuerzas enemigas. Por
eso Gregorio Tobares no dijo nada en su momento, porque de saberse, hubiese
implicado un enorme escándalo a nivel institucional que hubiese salpicado inflexiblemente
a la órbita judicial y ejecutiva.
_ Fortunato era la clave para que el ladrón supiese cuál
caja debía robar_ reveló Tobares con pesadumbre._ Yo le dejé todos los accesos
listos, cosa que entrara y saliera rápidamente. De haber anticipado lo de
Casabal, no hubiese accedido, lo juro. ¿Pero, qué otra cosa podía hacer? Me
tenía amenazado. El extraño me dijo que si no colaboraba, iba a matar primero a
mis hijos, después a mi mujer, a mis padres y por último, a mí. ¿Qué quería que
hiciera? ¿Usted que hubiese hecho en mi lugar, Ramos?
_ ¿A quién buscamos?_ insistió el inspector Ramos.
_ No sé quién es. Me dejó las instrucciones siempre en mi
escritorio, adentro de la página 35 del diario. Yo llegaba a trabajar, y si
veía el diario sobre el escritorio, ya sabía lo que significaba.
_ ¿Entonces, usted le hizo una copia de la llave de la
gerencia?
_ Sí. Se la dejé adentro de un sobre cerrado, en el buzón
de la esquina, tal como me lo indicó.
_ ¿Y, cómo esta persona se puso en contacto con usted la
primera vez, Tobares?
_ A través de una nota que filtró entre la correspondencia
que recibo a diario.
_ Si es cierto lo que me está contando, muéstreme entonces
todas las notas que dice que el desconocido le dejó y voy a creerle, voy a
asignarle protección personal… Le voy a dar todas las garantías legales, se lo
aseguro, Tobares. Le doy mi palabra.
_ Las tiré todas a la basura. Me dijo que me tenía
vigilado. Y que si lo desobedecía o hacía alguna estupidez, que lo iba a lamentar.
Como era de esperarse, el inspector Ramos no le creyó y
lo imputó por robo de documentos públicos y asesinato, entre otros delitos. Fue
procesado por el juez que entiende en la causa y aún hoy, siete años después de
los hechos, Tobares espera el juicio en libertad.
Siete interminables años de uno de los mayores misterios
que afectó a la ciudad mendocina de Bermejo. El pájaro volvió a su nido para
perderle definitivamente el rastro.
Laura Golpi, Sebastián Damone, Patricio Soria, Analía
Laporta y Érica Catania fueron imputados e investigados por la Fiscalía por los
mismos delitos que se le atribuyen a Gregorio Tobares. Laura Golpi, Sebastián Damone Y Analía
Laporta fueron sobreseídos de la causa. Y Patricio Soria y Érica Catania fueron
beneficiados con la falta de mérito porque la Justicia entendió que encontró
elementos suficientes en contra de ellos dos y todavía siguen bajo
investigación.
Yo me arriesgo a decir que una fortuita casualidad me
puso sobre la pista del verdadero responsable y lo estoy investigando por mi
cuenta. Pero parece que se dio cuenta y me tiene en la mira porque me sigue a
cada lugar que voy. Por eso, me vi en la obligación de irme lejos y preservar
desde un comienzo mi identidad y mi participación en esta historia. Ojalá el
pájaro no tenga un vuelo arrasador y persistente porque entonces será el final
para mí.
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