domingo, 29 de agosto de 2021

Tercer caso corto

 

                                         

Son incontables los casos en los que Sean Dortmund se lució resolviendo el misterio y atrapando al culpable. La mayoría de esos casos requieren una mínima extensión en cuanto a su desarrollo para dejar constancia de las cualidades que el inspector emplea para llegar hasta el fondo del asunto, cualidades que nadie más posee. Pero también hay otros casos que Dortmund resolvió en cuestión de minutos y que valen la pena documentarlos. Porque si bien pareciera ser que son casos sencillos y que no ponen de manifiesto las habilidades de las que dispone mi amigo, resulta ser todo lo contrario ya que el ingenio con el que actúa es fundamental para llegar a la verdad.  Anteriormente relaté dos bajo los títulos de “El geriátrico” e “Incomprobable”, respectivamente. Y me propongo a continuación hacer lo mismo con un tercer caso, que a falta de un mejor título,  lo denominé provisoriamente, como usted sabio y fiel lector puede comprobar por sí mismo, “Tercer caso corto”.

El incidente que da lugar a este relato sucedió en junio de 1994 en la costa atlántica salteña. Habíamos ido a vacacionar con el inspector a un pequeño pueblo costero de la provincia de Salta, que ahora no recuerdo el nombre, para descansar un poco de la rutina y despejar nuestras mentes, que queríamos mantener fuera del alcance de cualquier acontecimiento criminal.

Era un pueblo pequeño, de no más de mil habitantes, con una única comisaria cerca de la playa, un bosque anclado en el centro del municipio y lejos de cualquier contacto con la civilización. El hotel en el que Dortmund y yo nos hospedábamos era también el único del lugar y tenía una atención de primer nivel. Al tercer día de estar hospedados allí, bajamos al recibidor alrededor de las 9.30 de la mañana para desayunar y nos encontramos con un hombre muerto, que había caído al vacío desde el sexto piso y el presunto asesino estaba custodiado por dos oficiales por orden del comisario del pueblo,  que estaba haciendo algunas averiguaciones en el hotel mismo.

Dortmund no pudo resistir la tentación y se presentó con el comisario del pueblo, el oficial Ricardo Enza, para prestarle su colaboración en la investigación del caso. Un hombre de modales poco amables, silueta imponente y pocas luces. Debía tener en promedio unos cuarenta y siete años, según mis propios cálculos.

Al principio, el comisario Enza se negaba a recibir la ayuda de cualquier extraño, pero la persuasión que empleó Sean Dortmund para hacerlo cambiar de parecer dio resultados favorables y el comisario lo puso al corriente de los eventos que reclamaban su intervención.

Lo primero que el comisario le aclaró a mi amigo fue que había un solo forense en el pueblo y que ya lo habían mandado a buscar. Pero que iba a demorar bastante en arribar a la escena. Por otro lado, la Fiscalía y el Juzgado que tenían competencia en la zona se encontraban en otra ciudad ubicada a 25 kilómetros de donde estábamos, por lo que se presumía no se harían presentes en el lugar hasta bien entrada la tarde. Así que el inspector se dispuso no perder más tiempo e intentar resolver el caso antes de la llegada del juez.

Los hechos narrados por el comisario Enza fueron los siguientes: alrededor de las 8:30 de la mañana, el acusado, Mauricio Bejarano, se presentó en el hotel con intenciones de visitar a la víctima, identificada por esta circunstancia como Lorenzo Margulis, oriundo de Buenos Aires.

El conserje se comunicó con la habitación de la víctima para notificarle sobre la presencia del visitante y solicitarle su autorización para permitirle el ingreso. Tras el permiso del señor Margulis, el sospechoso subió en ascensor alrededor de las 8:37. Un botones declaró que estaba en el sexto piso haciendo su trabajo cuando oyó que ambos hombres discutían en fuertes términos. Ante dicha situación, decidió golpear la puerta e intervenir. Por los fuertes gritos, parece que no escucharon los llamados del botones porque no respondieron y aquél decidió seguir con sus tareas. A todo esto, eran las 8:46 a.m. La discusión todavía continuaba.

A eso de las 8:59 a.m. se escuchó un golpe seco afuera del hotel, como si algo hubiera impactado enérgicamente contra el pavimento. Cuando tanto el conserje como uno de los botones salieron a revisar de qué se trataba, se encontraron con la tragedia. El botones que se había quedado adentro del hotel impidió la huida del señor Bejarano al anoticiarse de lo ocurrido y dio aviso a la Policía, que habrá llegado a la escena cerca de las 9:10 a.m. Pese a los hechos hasta aquí descritos, el señor Bejarano clamaba fervientemente su inocencia.

Tras el relato del comisario Enza, Dortmund se quedó unos segundos en silencio antes de tomar la palabra.

_ Interesante. Sí, es muy interesante lo que me cuenta. Un caso curioso y por demás interesante_ opinó mi amigo pensativo._ ¿Cuál era el estado del señor Bejarano al momento de su detención?

_ Estaba muy asustado e intentó huir despavorido_ repuso el comisario Enza._ Se quiso rajar a toda costa, pero no llegó ni a la esquina gracias a la rápida intervención del personal del hotel. Me parece que está todo aclarado, ¿no le parece? Este tipo es culpable de acá a la China.

_ ¿El móvil?

_ Eso es lo de menos. Las circunstancias lo condenan. Así que, averiguar el móvil es irrelevante.

_ Recuerde, comisario, que el móvil es lo que siempre moviliza al asesino a actuar. Sin esa motivación, no creo posible ningún asesinato.

_ ¿Quiere un motivo? El tipo está loco y mató a su amigo porque es un desquiciado. ¿Contento?

_ ¿Contempló la posibilidad de que se haya tratado de un accidente?

_ Accidente o no, Margulis está muerto y tengo a su asesino en mi poder. Fin del asunto.

Era lamentable la falta de lógica y sentido común, además de la mente cerrada, que tenía el comisario Ricardo Enza. A veces pienso que gente como él llega a obtener ciertos rangos jerárquicos por influencias en el poder. Porque dudo que alguien con sus mismas cualidades pueda conseguir un alto cargo en la Policía por mérito propio.  En fin. Volviendo al caso que nos compete, Dortmund no dio crédito a las teorías absurdas e infundadas que lanzó el comisario Enza. Ni siquiera se había tomado el trabajo, como es menester, de investigar al señor Margulis.

_ ¿Y un suicidio?_ le preguntó Dortmund con suspicacia.

_ Si Margulis se hubiera suicidado_ repuso Enza con soberbia y altivez_, no hubiera esperado a que viniera a verlo Bejarano. El suicida es solitario, no se mata en presencia de alguien más.

_ ¿Por qué vino Bejarano?

_ ¿Acaso importa eso?

_ En un caso como este, todo importa. Hasta el más mínimo detalle. Supongo que la habitación del señor Margulis tampoco la examinaron.

_ No puedo proceder hasta que vengan el forense y el juez o el fiscal.

Era más que claro que Enza estaba empecinado con achacar toda la responsabilidad de la muerte de Lorenzo Margulis en Mauricio Bejarano. Pero Dortmund no iba a permitirlo hasta llegar al fondo del asunto y descubrir toda la verdad.

Procedió a investigar a la víctima y descubrió un detalle relevante para el caso. Lorenzo Margulis estaba recién separado y había perdido todo. La exesposa se quedó con la custodia de sus dos hijos, con la casa que compartían y con todo su capital. Pensó que el juez iba a darle la razón a él, pero fue al revés. Incluso, el señor Margulis tenía prohibido ver a sus hijos por tiempo indeterminado. La mujer arrasó con todo.

La exesposa de Lorenzo Margulis no estaba calificada para cuidar a ninguno de sus hijos por ser una persona abusiva y maltratadora. Pero se dio la circunstancia de que mantenía un romance en secreto desde hacía algunos meses, casualmente con el juez de la causa.

 El señor Margulis, luego del fallo en su contra, tomó las pocas cosas que su ex le permitió sacar de la casa y con eso viajó para Salta. Y otro detalle que tampoco resultaba menor era que el señor Mauricio Bejarano estaba al tanto de toda esta situación. Él era el mejor amigo de la víctima.

Inmediatamente después de conocer estos datos, Dortmund requisó la habitación de la víctima y halló una carta hecha añicos oculta en un neceser. Mi amigo corroboró con indiscutido éxito que la caligrafía se correspondía con la del señor Lorenzo Margulis. El inspector sonrió con satisfacción y le exigió al comisario Enza entrevistarse a solas con Mauricio Bejarano. Después de un tire y afloje intenso, el inspector se encontraba a solas, mano a mano con el acusado.

Se sentó frente a él y lo observó con compasión, en tanto el señor Bejarano le esquivaba la mirada con mucho temor. Cuando Dortmund le exhibió la nota escrita por Lorenzo Margulis, el señor Bejarano prorrumpió en llantos.

_ Lo lamento profundamente, señor Bejarano_ le dijo Dortmund con pesar._ Sé que usted tuvo toda la intención de salvarle la vida, pero no pudo. ¿A eso vino, no es así?

_ Cuando Lorenzo supo lo de su exesposa_ respondió el señor Bejarano más calmo y sereno, _ se hundió en una profunda depresión de la que no pudo salir más. El romance que ella mantenía con el juez de la causa por el divorcio y la tenencia de sus hijos lo devastó terriblemente porque sabía de antemano que iba a perderlo todo. Él me comentó varias veces sus intenciones de suicidarse si las cosas no resultaban en su beneficio, pero siempre lo disuadí de no hacerlo. Diciéndole, además, que el suicidio iba a coronar la victoria de Analía, así se llama ella, con laureles y no podía permitirse ese privilegio. Pero la realidad es que ella sufre del corazón y cualquier disgusto podría inducirle un infarto y matarla. Pienso que esa fue la verdadera razón por la que el juez Luna falló a su favor y no por el otro motivo. Porque si no me lo creo yo mismo, voy a enloquecer y todo va a ser peor. Si a esa mujer le pasa algo, los chicos se quedan sin padres. Y no tengo intenciones de que los críe un juez como Luna.  

<Cuando Lorenzo me comentó sus intenciones de viajar para esta zona porque necesitaba descansar de todo lo que le había pasado, supe que me estaba engañando. Supe realmente a qué venía>.

Respiró hondo y continuó.

_ No perdí tiempo y tomé el primer vuelo que salía inmediatamente atrás del que tomó Lorenzo. Llegué con el tiempo justo porque cuando me anuncié en recepción y subí a verlo estaba a punto de saltar. Le insistí que no lo haga y discutimos fuertemente. Y aunque intenté hasta el último segundo que no saltara, se despidió y saltó. No pude detenerlo… ¡No pude detenerlo! Sabía que iban a subir a la habitación en cualquier momento, así que me apuré a romper la carta que le había escrito a Analía explicándole los fundamentos de su decisión y la escondí en el neceser del armario para evitar darle un disgusto a Analía, pese a todo. Más que nada por los chicos, no por ella. Sin ser consciente que ocultar las pruebas del suicidio de Lorenzo harían ver todo como un asesinato y yo como el único sospechoso de haberlo cometido.  

Hizo una pausa y continuó.

_ No pude detenerlo. Tendré que vivir con ese remordimiento por el resto de mi vida.

_ No es su culpa, señor Bejarano_ lo animó Dortmund._ Usted fue muy valiente en viajar hasta acá para intentar salvarle la vida. Debe sentirse orgulloso por eso.

_ Si no hubiese sido por usted, ese necio del comisario me hubiera metido preso por asesinato y el juez lo hubiese convalidado. Agradezco que usted haya intervenido para salvar mi pellejo. Aunque merezco ir preso por no haber podido evitar que Lorenzo se matara.

_ Ningún ser humano merece ir preso injustamente. Y en cuanto al comisario Enza, estoy seguro que aprendió la lección. Me quedaré hasta que llegue el juez para hablar personalmente con él.

Y así fue. Mauricio Bejarano fue sobreseído y regresó a Buenos Aires en el vuelo siguiente. Y el comisario Ricardo Enza fue separado preventivamente del cargo por mal desempeño de sus funciones.

Quedaba lo más difícil de todo que era darle la trágica noticia a Analía, la exesposa de Lorenzo Margulis, y a sus hijos. Pero ese ya era otro cantar.

El relato no fue tan corto no pretendí desde que redacté las primeras líneas, pero su resolución sí lo fue y eso es lo que cuenta. Otra vez Dortmund haciendo gala de sus habilidades.

 

 

miércoles, 25 de agosto de 2021

Confesiones homicidas 7: Confesión en el colectivo (Gabriel Zas)

 

                                             

 

_ ¿Me dice la hora, por favor?_ le preguntó ella al joven apuesto que estaba sentado del lado de la ventanilla del bus.

Él miró su reloj y la complació caballerosamente.

_ Son las 15:17_ respondió gentilmente.

La contempló con una sonrisa cautivadora.

_ Gracias. ¿Sabés si falta mucho para Eva Perón y General Paz?

_ Unos quince minutos, más o menos. No es muy lejos de acá. Le pega derecho por San Pedrito hasta Quirno, dobla y sigue hasta Eva Perón todo derecho. Hace rápido.

_ Parece que sos de la zona.

_ Viajo mucho, que es distinto.

_ Yo soy un cero a la izquierda con las calles de Capital.

_ ¿Ah, sí? Mirá vos. ¿Por algo en especial?

_ Porque no soy de Buenos Aires. Soy de Misiones. Llegué hace una semana.

_ ¿Viaje de descanso?

_ De huida, mejor dicho.  

Él la miró con simpatía.

_ ¿Huís de tu marido para estar con tu amante?

Y los dos estallaron en sutiles carcajadas.

_ Huyo de la Policía.

El rostro de él se tornó serio repentinamente.

_ ¿Es un chiste, no?_ inquirió en tono jocoso.

_ No. Es enserio.

Desvió su atención hacia un hermoso collar de alhajas que decoraba su hermoso y delicado cuello. Él se quedó unos cuantos segundos contemplándolo con admiración y estupor.

_ Es robado_ acotó ella después de un rato.

_  Mirá, no estoy para bromas_ repuso él entre indignado y desconcertado.

_ No es una broma. Te estoy hablando absolutamente enserio. Lo robó mi novio para mí. Resulta que él es inspector de Robos y Hurtos de la Policía de Posadas. Una vieja cheta y cagada en guita denunció que alguien le robó este collar y asignaron a mi novio como inspector a cargo de la investigación. Ella dijo que antes de irse a acostar lo guardó y que cuando se levantó al otro día, encontró el estuche donde guardaba esta preciosidad abierto y la funda vacía. Alguien se metió cautelosamente mientras dormía y se lo afanó. La cuestión es que cuando mi novio requisó la pieza de la mina esta encontró el collar enrollado por accidente en un enorme pañuelo de seda, que a simple vista no se veía. Se ve que la vieja lo apoyó para guardarlo, abrió el estuche, sacó la funda, la interrumpieron y cuando volvió al cuarto, se acostó y dejó todo como estaba. Ni se acordó. Y creyendo que lo había realmente guardado, se creó en su mente la falsa idea del robo. Las mujeres somos así. Creemos que las cosas están en el lugar donde las dejamos y no admitimos la idea de que quizá las hayamos dejado en otro sitio diferente. Nos aferramos a esa idea. Somos tercas. Y valiéndose de tal cualidad femenina y natural, agarró el collar, se lo guardó en el bolsillo y alimentó la idea del robo. Cuando llegó a casa, me lo dio. Y esto me dio una brillante e ingeniosa idea. Yo me presento en la casa de la víctima con cualquier pretexto, entro, me gano la confianza de los que ahí vivan, me meto en un descuido en la habitación de la incauta, busco algo de valor que me atraiga y me seduzca, lo cambio de lugar para crear la falsa idea del robo, lo meten a investigar a mi novio, ya que son dos nada más los inspectores de Robos y Hurtos que hay en Posadas; le digo dónde lo escondí, él lo recupera y me lo da. Decime, ¿no es genial? Cuando se lo proponga, le va a encantar.

_ No sé si me estás hablando enserio o me estás boludeando. Pero no tengo ganas de que me cuentes más nada de este tipo de fantasías que me estás contando.

_ A un hombre apuesto como vos jamás le faltaría el respeto boludeándolo de semejante manera.

_ No entiendo por qué me contás todas estas fantochadas, tampoco. Ni me interesa saber. Dejame tranquilo, por favor.

_ Te las cuento porque sos un extraño y necesito contárselas a alguien. Y vos sos ese alguien. Imaginate que no puedo irle con este cuento a cualquiera.

_ Estás loca, flaca. Dejame de romper.

_ Vine a Buenos Aires para que no sospechen de mi novio, por las dudas. Somos humildes los dos, de bajos recursos, clase media. Mi novio, con el sueldo miserable que tiene, no puede comprarme este tipo de cosas. Y yo soy muy pretensiosa. Tanta corrupción que hay en la Policía, ¿qué le hace una mancha más al tigre?

_ ¿Y porque la mayoría de la cúpula de la Policía está corrompida, tu novio tiene que entrar al baile también? ¿Te parece bien eso?

_ Por mil collares como este, me parece una genialidad.

_ Y cuando tenés todo lo que querés, lo denunciás y lo agarran. Conozco muy bien a las minas como vos.

_ Yo también me expongo. No te olvides de eso.

_ Eso es cierto. Pero al que seguramente agarren es a él.

Sonrió con malicia.

_ Ya lo agarraron. El plan que te conté lo urdí hace tiempo y lo pusimos en marcha hace tiempo también. Tengo en mi poder infinidad de hermosuras como esta alhaja. pulseras, collares, alianzas… Todo lo que una dama de mi altura sueña con tener.

_ Una dama de tu altura se gana las cosas dignamente. No robándolas a cuestas de su novio, un inspector de la Policía, encima.

_ Hay algo que vos no entendés.

_ ¿Qué es lo que yo no entiendo?

_ Que cuando yo caigo en la casa de la víctima y escondo lo que me gusta, siempre lo dejo acompañado de una pequeña pista que incrimina al pobrecito de mi novio. Por eso lo agarraron al muy infelizmente ingenuo. ¡Ja, ja, ja!

_ ¿Y no tenés miedo que te delate?

_ ¿Quién le va a creer?

_ Yo, por ejemplo. Te explico para que entiendas. El inspector Nicandro Calens, es decir, tu novio, se dio cuenta de tu treta. Y cambió la pista que lo inculpaba a él por otra que te inculpaba directamente a vos. Vos trabajaste como mucama, niñera o como lo que fuere en casa de la víctima, siempre bajo identidades y apariencias falsas; las pistas que te incriminan a vos, todos los robos tienen tu firma. Encima huís para Buenos Aires. ¿Enserio creés que el inspector Calens te dijo que te vinieras para Buenos Aires para, digamos, protegerlo a él, salvarte a vos? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué ilusa! El que huye siempre es culpable. Y vos huiste con toda la evidencia en contra tuya.

_ Tenés mucha imaginación. No sé de dónde sacaste tanta sarta de pavadas.

_ Los modelos de todo lo que Calens “robó” para vos, no eran exclusivos. Te olvidaste que él está en Robos y Hurtos, y que por eso, conoce al dedillo sobre estas cuestiones. Tenés que saber que una persona adinerada, más una mujer, nunca deja sus más preciosas posesiones a la vista de todo el mundo por temor a que se las roben o se le extravíen. Lo que deja es billuterí barata, que no vale nada, pero que por su aspecto y preciosidad, nadie lo pensaría. Lo que te quiero decir con esto es que lo que tenés ahora colgando en tu cuello es basura que no vale nada. Ni diez centavos. ¿Y sabés a qué responde todo esto que te conté? A que tu novio les avisó con antelación a las mujeres a las que les ibas a robar el plan. Ya sabían lo que iba a pasar. Y por eso dejaron a la vista joyas de poca monta y guardaron las realmente valiosas lejos de tu alcance.

Por primera vez, ella se puso pálida y temerosa.

_ No me causa gracia el chiste_ agregó con renuencia a aceptar los hechos descritos por su acompañante de viaje.

_ No es ningún chiste. Créame, señorita. Y no va a llegar a Eva Perón y General Paz. En la próxima parada hay un patrullero esperando para llevarla detenida.

_ Esto es una broma. ¿Quién es usted?

_ Soy el fiscal Ramiro Cerradas, de la Fiscalía número 7 de Posadas. La vengo siguiendo desde que salió de Posadas por orden del juez de Instrucción Edelmiro Fraga. Este encuentro que tuvimos en el bus no fue casual. Y toda la charla que mantuvimos la registré en mi grabadora personal, que tengo oculta en el bolsillo del saco. Así que, le aconsejo que no diga nada más porque lo podemos usar en su contra. A partir de este instante, queda usted detenida e incomunicada, y a disposición de la Justicia.

El rostro de ella se puso blanco y lívido.

 

 

 

jueves, 12 de agosto de 2021

Confesiones homicidas: 6. Confesión en el Subte


 

 

 

                                        

_ Todavía hay gente que lee el diario en el Subte_ le dijo ella a su compañero de asiento, que estaba leyendo  el matutino, sumido en una concentración admirable.

Aquél cerró parcialmente las páginas y relojeó a la mujer que lo sacó de su concentración con absoluto reproche.

_ ¿Me permite, por favor?_ repuso él, con irascibilidad camuflada de dulzura.

_ Disculpe.

_ Gracias.

Y volvió sobre la lectura que había dejado pendiente. Era una noticia sobre el robo de unos doscientos mil pesos en casa de un importante economista en Palermo Hollywood. El hecho había cobrado una relevancia notoria a nivel nacional.

 En resumidas cuentas, el suceso tuvo lugar el 6 de agosto pasado pero no salió a la luz sino hasta hace tres días. Elías Bauzan, el economista en cuestión, quiso mantener el asunto alejado de la prensa lo más que pudiera, pero la información se filtró rápidamente y no pudieron controlarlo. Y los periodistas son aves de rapiña cuando se trata de hechos de esta naturaleza.

Eugenia Quirós, la contadora del economista Bauzan desde hacía bastante tiempo ya, había llevado la cuenta de sus finanzas a rajatabla y nunca hubo faltante de dinero. Jamás. Y Elías Bauzan confiaba ciegamente en ella. No obstante, la Policía la investigó severa y minuciosamente por orden del juez interviniente. Pero no encontró nada extraño. Era una mujer honesta y transparente.

Se investigó a todo el círculo de Elías Bauzan, incluyendo amigos, cercanos y conocidos, pero tampoco se descubrió nada fuera de lo común por ese lado, lo que inexorablemente llevaba al juez a la conclusión que el robo se cometió en un momento del día determinado en un abrir y cerrar de ojos en un instante de descuido.  Se realizaron pericias y pruebas de todo tipo para intentar establecer con la mayor precisión posible el momento exacto en que se produjo el robo, y de esa manera, cuantificar reduciblemente a los posibles sospechosos del hecho. Y las mismas arrojaron como resultado que el robo tuvo lugar el 6 de agosto último entre las 15 y las 15:30, momentos en que en la casa se encontraban María, la esposa de Bauzan; Eugenia Quirós; Sofía, una amiga íntima de la esposa; y Ricardo Arévalo, un socio de una importante firma agropecuaria que estaba reunido en esos minutos con Eugenia Quirós para solucionar un problema financiero que tenía con Elías Bauzan. En tanto, el propio Bauzan estaba ausente atendiendo asuntos personales en el Microcentro.

Eran pocos los que sabían que Elías Bauzan había comprado el 75% de las acciones de la empresa agropecuaria Arévalo Hermanos, de la que era titular justamente Ricardo Arévalo. Pero inexplicablemente las acciones cayeron considerablemente de una semana para la otra, y en unos pocos días, las pérdidas eran millonarias. Los doscientos mil pesos desaparecidos se correspondían en parte con las ganancias que Bauzan había obtenido como dueño de las acciones, y por el otro, con un seguro por si las cosas a la larga o a la corta se desmoronaban, cosa que finalmente terminó sucediendo de forma repentina e inexplicable. Lo que Arévalo reclamaba era la devolución total de ese importe que alegaba le correspondía por su carácter de socio minoritario y por ser dueño de la firma. Pero que Elías Bauzan se negaba a reconocerle ajustándose a derecho y alegando excusas de toda índole, entre ellas, el porcentaje de sus ganancias.  

Después de unas semanas de tire y empuje, Bauzan había accedido a negociar los términos del reembolso, razón por la cual Ricardo Arévalo estaba reunido con Eugenia Quirós el día del robo, día en que también el propio Bauzan estaba ausente por cuestiones personales. Toda una fortuita casualidad que el juez decidió no ignorar bajo ningún concepto.

Los doscientos mil pesos estaban ocultos adentro de un sobre que estaba mezclado con otros sobres que contenían documentos en el escritorio de Elías Bauzan. Estaban escondidos a simple vista. ¿Quién más lo sabía, aparte del propio Bauzan? Ese era el dilema a resolver.

No era un dato menor tampoco que Ricardo Arévalo había caído en bancarrota a raíz del quiebre de las acciones, lo que lo convertía en un sospechoso perfecto para la Justicia.

Eugenia Quirós testificó ante el juez de Instrucción que abandonó el despacho por unos minutos en los cuales Ricardo Arévalo permaneció solo. Y que cuando él se retiró, notó que el escritorio estaba todo revuelto. Lo puso en alerta a Elías Bauzan, que se desesperó. Y al buscar el sobre con la plata, lo encontró vacío.

_ “Ahí fue cuando supe dónde estaba escondido el dinero, realmente”_ confesó Eugenia Quirós ante el juez.

_ “¿Dónde creía que estaba guardado?”_ repreguntó el juez, según fuentes oficiales citadas por el diario en cuestión.

_ “En su caja fuerte personal. O en una gaveta que tiene en su cuarto”.

_ “Evidentemente, no quería que fuesen descubiertos. ¿De quién cree que querría esconder toda esa suma el señor Bauzan, señora Quirós?”.

_ “No puedo responder a esa inquietud, Su Señoría”.

Esto volvió el robo más sospechoso de lo que ya era. Después de solicitar algunas medidas de prueba más y de poner sus resultados en relación a las circunstancias, el juez de Instrucción ordenó la detención de Elías Bauzan por estafa agravada y de Ricardo Arévalo por quiebra fraudulenta. Pero no imputó a nadie por el robo de los doscientos mil pesos. Para el juez, el robo era una pantalla para cubrir las acciones ilícitas que Elías Bauzan había promovido. Detrás de la estafa que llevó a Bauzan a quedarse con ese caudal de dinero, había otras cuestiones de fondo que se irían revelando a medida que la investigación avanzara.

Para el juez, Eugenia Quirós era cómplice, pero no tenía elementos para demostrarlo fehacientemente. Ricardo Arévalo fue citado en el despacho de Bauzan a propósito con la excusa de negociar la parte del dinero que reclamaba. Bauzan se ausentaría para figurar él como víctima, Eugenia Quirós escondería el dinero en otro lugar seguro, revolvería el escritorio y alegaría que se retiró unos minutos para que toda la culpa del robo recayera sobre Ricardo Arévalo. Así se lo sacarían de encima y no tendrían que pagarle parte de esos doscientos mil pesos en concepto de soborno para que Arévalo no lo delatara por su forma engañosa de hacerse de las acciones de la empresa. Y cubrirse a sí mismo la espalda para no quedar expuesto por haber llevado intencionalmente la firma a la quiebra para poner a Bauzan entre la espada y la pared. Caso cerrado.  

_ No comprendo cómo puede terminar de leer tantas páginas en un viaje tan corto_ volvió a comentar ella, mirando con soberbia el diario.

El pasajero clavó una mirada hostil e intimidatoria en ella.

_ Si lo termino de leer antes de bajarme o no, es asunto mío_ le reprochó de malas maneras.

_ No se enoje, hombre. Era una observación, simplemente.

_ ¿Puede seguir con sus cosas y dejarme a mí terminar de leer el diario en paz, por favor? Gracias.

Cinco minutos después, volvió a interrumpirlo.

_ El caso del robo en casa de Bauzan. Qué dilema.

_ ¡Señorita, por favor!

_ Qué tipo más arisco y antisocial que es usted, por Dios.

_ Quiero leer el diario, si a usted no le molesta.

Y dijo para sus adentros:

_ Qué mina más densa y pesada, por favor.

Ella lo escuchó y se lo hizo notar.

_ ¿Le parezco densa? ¿Enserio?

Él cerró el diario de golpe y la miró con odio.

_ ¡Sí!_ enfatizó._ ¿Tiene algún problema con eso?

_ ¿Realmente cree la versión del juez, de que el robo fue una maniobra, el tema de la extorsión y la mar en coche?

Él suspiró con pesadez.

_ La Justicia sabrá_ contestó fastidioso y de mala gana.

_ Ese es el tema: que la Justicia nunca sabe.

_ ¿Y eso, en qué la afecta a usted? A ver. Dígame.

_ Me preocupa como ciudadana. Si la Justicia no puede velar por mis derechos y garantías, ¿quién va a hacerlo?

_ Esto es Argentina. Esto fue así siempre. ¿Por qué se preocupa ahora?

_ Porque metieron a la cárcel a dos tipos inocentes. Ninguno de los dos robó la plata.

_ ¿Y usted cómo puede saber eso?

_ Porque fui yo. Yo misma robé esos doscientos mil pesos y los tengo ahora encima conmigo.

Él la contempló estupefacto.

_ ¿De qué está hablando? ¿Quién es usted?

_ Soy Eugenia Quirós.

Hizo una pausa y siguió.

_ ¡Fue tan fácil! Yo llevé la empresa de Arévalo a la quiebra y no Bauzan. Yo manipulé a Bauzan para que compre el 75% de las acciones de una forma, digamos, poco ortodoxa. Y el estúpido me hizo caso porque confía ciegamente en mí. Yo le sugerí a Bauzan esconder la plata en un lugar visible para pasar desapercibido. ¡Ja! Y el idiota me hizo caso y su previsibilidad hizo el resto. Yo cité a Arévalo ese día porque sabía que Bauzan no iba a estar. Es tan inocente, pobrecito, que realmente creyó que la cita la había hecho Bauzan.  ¿Lo ve? ¡Fue recontra fácil! Después, fue cuestión de apropiarme de la plata, revolver un poco el escritorio, inventar que Arévalo se quedó solo un rato porque yo me ausenté y listo el pollo.

El pasajero miró a Eugenia Quirós con estupor y miedo.

_ Usted está loca.

_ ¿Ah, sí?

Abrió su cartera discretamente y le exhibió los doscientos mil pesos escondidos en un forro oculto.

_ ¿Ahora me cree? Los libros contables que la Justicia revisó eran falsos, total y completamente falsos. Los verdaderos los tengo muy bien escondidos. Por eso nunca encontraron nada raro cuando me investigaron.

_ ¿Por qué hizo todo eso?

_ Porque yo trabajé para Ignacio Arévalo hace muchos años atrás, el padre de Ricardo. Y abusó de mí. Una y otra vez, abusó de mí. Nos quedábamos solos después de hora y aprovechaba esos momentos para tocarme, manosearme y abusar de mí. Hice la denuncia pero nunca nadie me creyó porque Arévalo padre tenía influencias. Y se escudó en esa impunidad para seguir abusando de mí repetidamente. Le pedí ayuda a Ricardo, pero no hizo nada. No podía tirársele en contra a papito. Por eso lo cité el día del robo. Para arreglar las cuentas pendientes del pasado. Porque él, al no hacer nada, era tan abusador como su padre. Me pidió disculpas pero no se las acepté. Así que, tenía que pagar por el daño que su padre y él me causaron. Y Bauzan también. Me usaba como objeto sexual cuando se peleaba con su mujer para satisfacer sus necesidades maritales. Ah, pero cuando se arreglaban, me volvía a maltratar, a gritar y a insultar. Así es como ustedes nos ven. Como meros objetos sexuales.

Tomó de su cartera los doscientos mil pesos, se levantó y los apoyó en el asiento que había liberado.

_ Ahí se los dejo. Haga con ellos lo que quiera_ y se preparó para bajarse.

El pasajero la miró con compasión y confusión al mismo tiempo.

_ Señorita Quirós, un momento, por favor_ le dijo mientras el subte estaba deteniendo su marcha.

_ Eugenia Quirós no existe más. Murió después del primer abuso.

Se bajó en la estación siguiente y el hombre la vio perderse entre la muchedumbre del andén con dignidad y admiración.