jueves, 12 de agosto de 2021

Confesiones homicidas: 6. Confesión en el Subte


 

 

 

                                        

_ Todavía hay gente que lee el diario en el Subte_ le dijo ella a su compañero de asiento, que estaba leyendo  el matutino, sumido en una concentración admirable.

Aquél cerró parcialmente las páginas y relojeó a la mujer que lo sacó de su concentración con absoluto reproche.

_ ¿Me permite, por favor?_ repuso él, con irascibilidad camuflada de dulzura.

_ Disculpe.

_ Gracias.

Y volvió sobre la lectura que había dejado pendiente. Era una noticia sobre el robo de unos doscientos mil pesos en casa de un importante economista en Palermo Hollywood. El hecho había cobrado una relevancia notoria a nivel nacional.

 En resumidas cuentas, el suceso tuvo lugar el 6 de agosto pasado pero no salió a la luz sino hasta hace tres días. Elías Bauzan, el economista en cuestión, quiso mantener el asunto alejado de la prensa lo más que pudiera, pero la información se filtró rápidamente y no pudieron controlarlo. Y los periodistas son aves de rapiña cuando se trata de hechos de esta naturaleza.

Eugenia Quirós, la contadora del economista Bauzan desde hacía bastante tiempo ya, había llevado la cuenta de sus finanzas a rajatabla y nunca hubo faltante de dinero. Jamás. Y Elías Bauzan confiaba ciegamente en ella. No obstante, la Policía la investigó severa y minuciosamente por orden del juez interviniente. Pero no encontró nada extraño. Era una mujer honesta y transparente.

Se investigó a todo el círculo de Elías Bauzan, incluyendo amigos, cercanos y conocidos, pero tampoco se descubrió nada fuera de lo común por ese lado, lo que inexorablemente llevaba al juez a la conclusión que el robo se cometió en un momento del día determinado en un abrir y cerrar de ojos en un instante de descuido.  Se realizaron pericias y pruebas de todo tipo para intentar establecer con la mayor precisión posible el momento exacto en que se produjo el robo, y de esa manera, cuantificar reduciblemente a los posibles sospechosos del hecho. Y las mismas arrojaron como resultado que el robo tuvo lugar el 6 de agosto último entre las 15 y las 15:30, momentos en que en la casa se encontraban María, la esposa de Bauzan; Eugenia Quirós; Sofía, una amiga íntima de la esposa; y Ricardo Arévalo, un socio de una importante firma agropecuaria que estaba reunido en esos minutos con Eugenia Quirós para solucionar un problema financiero que tenía con Elías Bauzan. En tanto, el propio Bauzan estaba ausente atendiendo asuntos personales en el Microcentro.

Eran pocos los que sabían que Elías Bauzan había comprado el 75% de las acciones de la empresa agropecuaria Arévalo Hermanos, de la que era titular justamente Ricardo Arévalo. Pero inexplicablemente las acciones cayeron considerablemente de una semana para la otra, y en unos pocos días, las pérdidas eran millonarias. Los doscientos mil pesos desaparecidos se correspondían en parte con las ganancias que Bauzan había obtenido como dueño de las acciones, y por el otro, con un seguro por si las cosas a la larga o a la corta se desmoronaban, cosa que finalmente terminó sucediendo de forma repentina e inexplicable. Lo que Arévalo reclamaba era la devolución total de ese importe que alegaba le correspondía por su carácter de socio minoritario y por ser dueño de la firma. Pero que Elías Bauzan se negaba a reconocerle ajustándose a derecho y alegando excusas de toda índole, entre ellas, el porcentaje de sus ganancias.  

Después de unas semanas de tire y empuje, Bauzan había accedido a negociar los términos del reembolso, razón por la cual Ricardo Arévalo estaba reunido con Eugenia Quirós el día del robo, día en que también el propio Bauzan estaba ausente por cuestiones personales. Toda una fortuita casualidad que el juez decidió no ignorar bajo ningún concepto.

Los doscientos mil pesos estaban ocultos adentro de un sobre que estaba mezclado con otros sobres que contenían documentos en el escritorio de Elías Bauzan. Estaban escondidos a simple vista. ¿Quién más lo sabía, aparte del propio Bauzan? Ese era el dilema a resolver.

No era un dato menor tampoco que Ricardo Arévalo había caído en bancarrota a raíz del quiebre de las acciones, lo que lo convertía en un sospechoso perfecto para la Justicia.

Eugenia Quirós testificó ante el juez de Instrucción que abandonó el despacho por unos minutos en los cuales Ricardo Arévalo permaneció solo. Y que cuando él se retiró, notó que el escritorio estaba todo revuelto. Lo puso en alerta a Elías Bauzan, que se desesperó. Y al buscar el sobre con la plata, lo encontró vacío.

_ “Ahí fue cuando supe dónde estaba escondido el dinero, realmente”_ confesó Eugenia Quirós ante el juez.

_ “¿Dónde creía que estaba guardado?”_ repreguntó el juez, según fuentes oficiales citadas por el diario en cuestión.

_ “En su caja fuerte personal. O en una gaveta que tiene en su cuarto”.

_ “Evidentemente, no quería que fuesen descubiertos. ¿De quién cree que querría esconder toda esa suma el señor Bauzan, señora Quirós?”.

_ “No puedo responder a esa inquietud, Su Señoría”.

Esto volvió el robo más sospechoso de lo que ya era. Después de solicitar algunas medidas de prueba más y de poner sus resultados en relación a las circunstancias, el juez de Instrucción ordenó la detención de Elías Bauzan por estafa agravada y de Ricardo Arévalo por quiebra fraudulenta. Pero no imputó a nadie por el robo de los doscientos mil pesos. Para el juez, el robo era una pantalla para cubrir las acciones ilícitas que Elías Bauzan había promovido. Detrás de la estafa que llevó a Bauzan a quedarse con ese caudal de dinero, había otras cuestiones de fondo que se irían revelando a medida que la investigación avanzara.

Para el juez, Eugenia Quirós era cómplice, pero no tenía elementos para demostrarlo fehacientemente. Ricardo Arévalo fue citado en el despacho de Bauzan a propósito con la excusa de negociar la parte del dinero que reclamaba. Bauzan se ausentaría para figurar él como víctima, Eugenia Quirós escondería el dinero en otro lugar seguro, revolvería el escritorio y alegaría que se retiró unos minutos para que toda la culpa del robo recayera sobre Ricardo Arévalo. Así se lo sacarían de encima y no tendrían que pagarle parte de esos doscientos mil pesos en concepto de soborno para que Arévalo no lo delatara por su forma engañosa de hacerse de las acciones de la empresa. Y cubrirse a sí mismo la espalda para no quedar expuesto por haber llevado intencionalmente la firma a la quiebra para poner a Bauzan entre la espada y la pared. Caso cerrado.  

_ No comprendo cómo puede terminar de leer tantas páginas en un viaje tan corto_ volvió a comentar ella, mirando con soberbia el diario.

El pasajero clavó una mirada hostil e intimidatoria en ella.

_ Si lo termino de leer antes de bajarme o no, es asunto mío_ le reprochó de malas maneras.

_ No se enoje, hombre. Era una observación, simplemente.

_ ¿Puede seguir con sus cosas y dejarme a mí terminar de leer el diario en paz, por favor? Gracias.

Cinco minutos después, volvió a interrumpirlo.

_ El caso del robo en casa de Bauzan. Qué dilema.

_ ¡Señorita, por favor!

_ Qué tipo más arisco y antisocial que es usted, por Dios.

_ Quiero leer el diario, si a usted no le molesta.

Y dijo para sus adentros:

_ Qué mina más densa y pesada, por favor.

Ella lo escuchó y se lo hizo notar.

_ ¿Le parezco densa? ¿Enserio?

Él cerró el diario de golpe y la miró con odio.

_ ¡Sí!_ enfatizó._ ¿Tiene algún problema con eso?

_ ¿Realmente cree la versión del juez, de que el robo fue una maniobra, el tema de la extorsión y la mar en coche?

Él suspiró con pesadez.

_ La Justicia sabrá_ contestó fastidioso y de mala gana.

_ Ese es el tema: que la Justicia nunca sabe.

_ ¿Y eso, en qué la afecta a usted? A ver. Dígame.

_ Me preocupa como ciudadana. Si la Justicia no puede velar por mis derechos y garantías, ¿quién va a hacerlo?

_ Esto es Argentina. Esto fue así siempre. ¿Por qué se preocupa ahora?

_ Porque metieron a la cárcel a dos tipos inocentes. Ninguno de los dos robó la plata.

_ ¿Y usted cómo puede saber eso?

_ Porque fui yo. Yo misma robé esos doscientos mil pesos y los tengo ahora encima conmigo.

Él la contempló estupefacto.

_ ¿De qué está hablando? ¿Quién es usted?

_ Soy Eugenia Quirós.

Hizo una pausa y siguió.

_ ¡Fue tan fácil! Yo llevé la empresa de Arévalo a la quiebra y no Bauzan. Yo manipulé a Bauzan para que compre el 75% de las acciones de una forma, digamos, poco ortodoxa. Y el estúpido me hizo caso porque confía ciegamente en mí. Yo le sugerí a Bauzan esconder la plata en un lugar visible para pasar desapercibido. ¡Ja! Y el idiota me hizo caso y su previsibilidad hizo el resto. Yo cité a Arévalo ese día porque sabía que Bauzan no iba a estar. Es tan inocente, pobrecito, que realmente creyó que la cita la había hecho Bauzan.  ¿Lo ve? ¡Fue recontra fácil! Después, fue cuestión de apropiarme de la plata, revolver un poco el escritorio, inventar que Arévalo se quedó solo un rato porque yo me ausenté y listo el pollo.

El pasajero miró a Eugenia Quirós con estupor y miedo.

_ Usted está loca.

_ ¿Ah, sí?

Abrió su cartera discretamente y le exhibió los doscientos mil pesos escondidos en un forro oculto.

_ ¿Ahora me cree? Los libros contables que la Justicia revisó eran falsos, total y completamente falsos. Los verdaderos los tengo muy bien escondidos. Por eso nunca encontraron nada raro cuando me investigaron.

_ ¿Por qué hizo todo eso?

_ Porque yo trabajé para Ignacio Arévalo hace muchos años atrás, el padre de Ricardo. Y abusó de mí. Una y otra vez, abusó de mí. Nos quedábamos solos después de hora y aprovechaba esos momentos para tocarme, manosearme y abusar de mí. Hice la denuncia pero nunca nadie me creyó porque Arévalo padre tenía influencias. Y se escudó en esa impunidad para seguir abusando de mí repetidamente. Le pedí ayuda a Ricardo, pero no hizo nada. No podía tirársele en contra a papito. Por eso lo cité el día del robo. Para arreglar las cuentas pendientes del pasado. Porque él, al no hacer nada, era tan abusador como su padre. Me pidió disculpas pero no se las acepté. Así que, tenía que pagar por el daño que su padre y él me causaron. Y Bauzan también. Me usaba como objeto sexual cuando se peleaba con su mujer para satisfacer sus necesidades maritales. Ah, pero cuando se arreglaban, me volvía a maltratar, a gritar y a insultar. Así es como ustedes nos ven. Como meros objetos sexuales.

Tomó de su cartera los doscientos mil pesos, se levantó y los apoyó en el asiento que había liberado.

_ Ahí se los dejo. Haga con ellos lo que quiera_ y se preparó para bajarse.

El pasajero la miró con compasión y confusión al mismo tiempo.

_ Señorita Quirós, un momento, por favor_ le dijo mientras el subte estaba deteniendo su marcha.

_ Eugenia Quirós no existe más. Murió después del primer abuso.

Se bajó en la estación siguiente y el hombre la vio perderse entre la muchedumbre del andén con dignidad y admiración.

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