El cliente en cuestión se llamaba Gregorio Rafín y era un ingeniero
hidráulico retirado que trabajó toda su vida para varias empresas estatales
radicadas tanto en Buenos Aires como en el interior de otras provincias.
Tendría alrededor de unos setenta y nueve años, de carácter suave, facciones
prominentes, calvo, ojos color pardo,
postura firme y con un semblante áspero, ancho y dilatado. Al
contemplarlo de frente, su apariencia física nos dio la idea de que había
pasado por una experiencia terrible, la que había motivado sin duda alguna la
presente consulta profesional. No obstante, cuando el señor Rafín percibió
nuestra expresión de espanto inusual, nos sonrió afablemente y nos sugirió
sentarnos. Sus modales nos conmovieron tanto a Dortmund como a mí, que casi
obedecimos a su orden de manera inconsciente.
_ ¿Se siente usted en condiciones de hablar, señor Rafín?_ le preguntó
Dortmund con un nivel de angustia acrecentado a nuestro cliente.
_ Sí, inspector_ respondió el señor Gregorio Rafín en buenos términos y
con la voz algo forzosa._ Lo que usted y su amigo contemplan en mí es el avance
irreversible de una enfermedad que me está carcomiendo por dentro de manera
voraz y muy acelerada, y que el médico pronostica que no me quedan más de
cuatro meses de vida.
Me conmoví a tal punto que casi dejé escapar una lágrima al tiempo que
todo mi cuerpo se estremeció angustiosamente. Y Dortmund se apiadó de él
profundamente.
_ Lo lamento enormemente, señor Rafín_ le dijo mi amigo a nuestro
visitante, absolutamente afligido y melancólico._ Dígame qué puedo hacer por
usted.
_ No lo sienta, caballero. He vivido una vida extraordinaria, me he dado
todos los gustos que he querido sin pedirle permiso a nadie, me casé tres
veces, tengo cinco hijos, ocho nietos y trece biznietos. Me jubilé y me dediqué
de lleno a la pesca, que es una de mis grandes pasiones. No hay nada más que
pueda pedirle un ser humano a la vida. El motivo de mi consulta reside en mi
última voluntad.
_ Perdóneme, pero no llego a comprenderlo del todo.
_ Verá, inspector Dortmund. La última vez que me casé y fui feliz con
una mujer a mi lado fue hace catorce años atrás. Parecía que todo iría bien,
pero la cosa se desmoronó a los tres años de casados y nos separamos. Fue una
época fantástica de mi vida, una las mejores, pese a que fue el matrimonio de
menor duración de los tres que tuve. Pero puedo asegurarle con una mano en el
corazón que fue el que más disfruté. Prometí entonces no volver a casarme nunca
más, pero hace ocho meses atrás conocí a Fabiana, una mujer maravillosa veinte
años menor que yo, dos veces divorciada y sin hijos. Empezamos yendo a
distintos bares a tomar algo por las tardes una vez por semana, hasta que esos
encuentros con el correr de los días se hicieron cada vez más frecuentes. Ya no
solamente nos veíamos para compartir un café juntos, sino que nuestros
encuentros se intensificaron apaciblemente y nos veíamos a cualquier hora del
día con cualquier pretexto en cualquier lugar. Así, y casi sin darnos cuenta,
comenzamos una relación increíble.
Una tarde estábamos tomando el té en un bar y repentinamente comencé a
sentirme mal y me desvanecí. La ambulancia vino enseguida y me internaron de
urgencia. Fabiana, pobre, se asustó y estuvo a mi lado permanentemente durante
mi estadía en el nosocomio. Yo, inexplicablemente, me sentía cada vez peor y
sufría dolores agonizantes que no podía soportar. Después de una semana de
internación y de estar haciéndome estudios de toda índole, los médicos que me
atendieron me diagnosticaron una infección agravada que no pudieron revertir.
Ahí me enteré de mi partida de ésta Tierra por este motivo y Fabiana,
pobrecita, no paraba de llorar. Me puse en campaña de inmediato con un abogado
para hacer la sucesión y repartir los bienes en partes iguales a todos mis
hijos. Fabiana estuvo a mi lado incondicionalmente hasta en esos momentos. Así
que, cuando mi abogado me preguntó cuál sería mi última voluntad, no dudé en
responder que era casarme con Fabiana. Nos emocionamos, nos abrazamos y ella
aceptó. Mi letrado se encargó de hacer todas las encomiendas necesarias para
que nos diesen un turno urgente en el Registro Civil a raíz de las
circunstancias especiales por las que estoy atravesando últimamente y nos
dieron fecha para mañana a la una del mediodía. Sólo que no creo que haya boda,
a no ser que usted me ayude, inspector Dortmund. Deposito toda mi fe en usted
en que me ayudará y resolverá el problema que vine a plantearle, exitosamente.
Y tras sus últimas palabras, el rostro del señor Rafín se apagó
súbitamente.
_ ¿Qué ha ocurrido exactamente?_ le preguntó mi amigo con cierta
preocupación y cortesía manifiestas.
_ Fabiana ha desaparecido. Hace dos días, desde que nos confirmaron la
fecha del casamiento, hasta ahora que no tengo noticias sobre su paradero. Y
temo terriblemente que mis peores miedos se confirmen.
_ ¿Cuáles son esos miedos, señor Rafín?
_ Que Fabiana se haya arrepentido a último momento y me haya abandonado.
_ Es muy prematuro para suponer eso_ intervine._ Ella estuvo a su lado
en un momento difícil de su vida y aceptó casarse con usted pese a todo. Eso
dice que realmente ella lo aprecia muchísimo.
_ Apoyo la moción de mi amigo_ replicó Dortmund._ Si realmente estuviera
arrepentida, hubiese huido enseguida. Y sin embargo, la fecha de su
desaparición coincide con un momento muy particular en sus vidas.
_ ¿De verdad lo cree así?_ indagó Enrique Rafín a Dortmund, consternado.
_ La mentalidad femenina es un rompecabezas muy difícil de estructurar.
Pero como en cualquier rompecabezas, usted puede anticipar su armado final con
sólo ver las formas que tienen cada una de las piezas que lo conforman porque
percibe inmediatamente qué pieza encaja perfectamente con cuál. Dentro de la
imprevisibilidad que refleja el comportamiento en apariencia de una mujer,
siempre hay varios detalles que se dejan entrever.
_ No comprendo del todo a dónde quiere llegar con sus palabras,
inspector.
_ Que de una cosa estoy seguro: la señora Fabiana no lo abandonó porque
lo estima profundamente y en cambio su desaparición responde a otra causa que
aún no puedo vislumbrar. Dígame, ¿hizo la denuncia a la Policía?
_ No. Nunca tomarían enserio a un pobre viejo decrépito como yo que
carga sobre sus hombros una historia como la que le conté. Ellos nunca hacen
bien su trabajo.
_ En parte, estamos de acuerdo en eso. ¿Sus hijos saben al respecto?
_ ¿Al respecto de la desaparición o de mi compromiso con Fabiana?
_ De ambas, señor Rafín.
_ No les dije nada a ninguno de ellos. No lo aprobarían bajo ningún
punto de vista. Argumentarían que ella quiere casarse conmigo sólo por mi
plata, cuando en realidad todo lo que poseo no tengo otras intenciones más que dejárselos
todo a ellos. Pero, en fin.
_ Perdone que se lo pregunte_ le dije a nuestro cliente con algo de
pudor._ ¿Seguro que ella no aceptó casarse con usted por su fortuna, señor
Rafín? Disculpe mi indiscreción. Pero debemos evacuar todas las probabilidades
que el caso presente.
_ ¿Cuál fortuna? Fui ingeniero hidráulico para el Estado por más de
treinta y cinco años y me jubilé casi con la mínima. Subsistí gracias a los
ahorros de prácticamente toda mi vida. No poseo demasiado para incentivar a
alguien a querer hacerme daño a cambio de beneficiarse de ello.
_ Pienso lo mismo_ reafirmó Dortmund, absorto en sus clásicos
pensamientos deductivos._ Háblenos un poco más de Fabiana. ¿Cuál es su
apellido?
_ Dondorf. Se llama Fabiana Dondorf.
_ ¿Y dice usted, señor Rafín, que permanece desaparecida desde hace dos
días, cuando el Registro Civil les confirmó la fecha de su boda?
_ Así es.
_ Es curioso. Una mujer suele desaparecer justo antes de la boda, el
mismo día en que la misma se lleva a cabo. Puede desaparecer después de
consumado el ritual o inclusive en casos muy excepcionales durante la luna de
miel. Pero nunca en mis incontables años de inspector e investigador privado
escuché de un caso como el suyo. Esto sí que es interesante.
_ Dígame la verdad, inspector Dortmund. ¿Es grave el asunto?
_ No diría que sea grave. Pero sí que es bastante particular. Hablemos
de fechas. ¿Cuándo lo internaron a usted exactamente, señor Rafín?
_ Hace un poco más de una semana.
_ Hoy es jueves, así que estimo que el lunes se enteró usted de su
diagnóstico y ése mismo día su abogado consintió en conseguirle un turno para
mañana viernes a la una del mediodía en el Registro Civil.
_ Así es.
_ Debía permanecer internado en el hospital bajo estricta observación
médica debido a su delicado estado de salud. Pero usted firmó una formalidad
para que le diesen el alta bajo su entera responsabilidad y la de su futura
esposa, ¿correcto?
_ Sí. ¿Pero, a dónde lo conducen ésta cadena de eventos?
_ ¿Cuándo fue la última vez que habló con su abogado?
_ El martes a la mañana. Me llamó por teléfono para darme la noticia y
vino hasta mi casa porque necesitaba que firmáramos con Fabiana una especie de
acta legal. Un mero trámite burocrático, supongo.
_ ¿Leyeron antes de firmar?
_ Sí. Yo leí muy por encima porque estoy corto de vista y las letras
pequeñas no son mi fuerte.
_ ¿La señora Dondorf también leyó y firmó el documento?
_ Sí. Me dijo cuando el abogado se fue que todo estaba bien y hablamos
de nuestro futuro juntos.
_ ¿Cuánto tiempo después de que su abogado se fuera la señora Dondorf
desapareció?
Gregorio Rafín hizo un esfuerzo por recordar.
_ Bueno. Si mi memoria no me falla, unas dos o tres horas después_
respondió con algo de dudas.
_ ¿Alguien la llamó o los visitó durante ése tiempo?_ inquirió Dortmund
cada vez con mayor interés en el asunto.
_ No. Absolutamente nadie.
_ ¿Su abogado se volvió a contactar con usted, señor Rafín?
_ No, para nada.
_ ¿Lleva consigo el documento que firmó junto a su futura mujer?
_ Ella lo guardó en su cartera. Fue lo único que se llevó cuando salió
de casa antes de desaparecer.
_ ¿El resto de sus cosas las dejó?
_ Sí. Por eso me resulta extraña su desaparición. ¿Puede hacer usted
algo para ayudarme, inspector Dortmund?
_ Por supuesto. Confíe en mí. ¿Fabiana Dondorf le dijo algo raro o
inusual antes de irse, que por alguna razón llamara su atención, señor Rafín?
_ No. Sólo me dijo que tenía que salir a hacer unos trámites y que
volvería enseguida. Pero nunca lo hizo.
_ ¿Cómo la conoció?
_ Era empleada de un comercio al que yo acudía siempre a comprar dos o
tres veces por semana. Tuvimos afinidad desde el principio y así estuvimos por
un tiempo hasta que un día le propuse ir a tomar algo juntos a un bar. El resto
de la historia ya la conoce.
_ Interesante. Ahora dígame, señor Rafín, cómo conoció a su abogado y
por supuesto, cuál es su nombre completo.
_ Es el doctor Horacio Blanes. Fue el abogado de la familia por muchos
años.
_ ¿Pudo conocer el doctor Blanes a la señora Dondorf desde antes sin que
usted lo supiera?
_ ¡Eso es imposible! ¿A dónde quiere usted llegar con esta clase de
preguntas impertinentes? ¿Puede usted hacer algo por mí, sí o no?
_ Como le hizo saber antes mi amigo aquí presente, sólo evalúo y
descarto hipótesis. Lamento que algunas de mis preguntas lo incomoden, señor
Rafín, pero tengo la obligación de formulárselas. ¿Me comprende usted?
_ Sí. Perdone, inspector. Es que estoy bastante nervioso por toda esta
situación.
_ Hábleme un poco más sobre la señora Dondorf. ¿Cómo es ella?
_ Dispone de un carácter libre, fuerte e impetuoso. Es una mujer muy
impetuosa... Hasta irritable, diría yo_ dejó escapar una sutil risita
simpática._ Toma decisiones con rapidez y no vacila en absoluto en llevarlas a
la práctica de forma inmediata. Creo que es capaz de sacrificios ardidos y la
repugnan los actos indecorosos, estoicos y desprovistos de toda honradez y
justicia.
_ ¿Tiene una fotografía suya?
El señor Gregorio Rafín sacó del interior de su billetera una foto
cuatro por cuatro de la señora Dondorf y nos la entregó para que la
conserváramos el tiempo que durase la investigación. Era una mujer hermosa, de
unos casi sesenta años de edad, rubia caoba, sonrisa angelical, piel tostada y
de facciones atractivas. Antes de despedirnos, Dortmund le preguntó a nuestro
cliente si podíamos pasar prontamente por su casa para revisar las pertenencias
de la señora Dondorf con su debida autorización. Nos dijo que sí, nos dio
gentilmente una tarjeta impresa en la que figuraba su dirección y se retiró con
grandes esperanzas depositadas en mi amigo.
_ Espero que no sea lo que creo que es_ me dijo Sean Dortmund,
seriamente preocupado, cuando el señor Rafín se hubo ido.
_ ¿Cuál es su línea de pensamiento?_ lo indagué con celeridad.
_ Creo que el pobre señor Rafín fue víctima de un engaño muy bien
perpetrado_ me respondió mi amigo con una vaga inquietud.
_ ¿Qué clase de engaño?
_ Nunca he oído sobre que una pareja deba firmar un consentimiento con
un abogado antes de un casamiento por Civil. Pero supongamos que sea así dada
las condiciones especiales del señor Gregorio Rafín, aunque aun así me siga
resultando dudoso. Él no lee las letras pequeñas por su miopía, digamos, o por
cualquier otra deficiencia ocultar que padece nuestro cliente. Pero confía que
todo es legal porque la señora Dondorf se lo dijo porque en teoría leyó el
documento y puede dar fe de que no esconde ninguna trampa legal. Pero no nos
consta en absoluto que las palabras de la señora Fabiana Dondorf se condigan
con los caracteres volcados en el escrito en cuestión. Por ende, el señor Rafín
no tiene motivos para dudar de la palabra de su futura mujer y menos aún de la
idoneidad del doctor Blanes, el abogado de la familia, quien casualmente es
también el encargado de llevarle adelante la sucesión de sus bienes. ¿Me sigue
hasta acá, doctor? Creo que no me estoy explicando tan claramente como otras
veces.
_ Se está usted explicando muy claramente, Dortmund. ¿Pero, cuál es su
punto? ¿Sugiere que la señora Dondorf y el doctor Blanes estén en complicidad
para despojar al señor Gregorio Rafín de toda su fortuna?
_ Exacto, doctor. Creo que nuestro abogado preparó dos documentos
diferentes. El primero estimo que contenía los acuerdos pre nupciales
extraordinarios del que nuestro cliente nos hiciera mera referencia en su
relato. Y el segundo se trata una cláusula en la que el señor Rafín bajo
engaños firmó y en la que cedía todos sus bienes y propiedades a la señora
Dondorf y al señor Blanes.
_ ¿Pero, cuándo y cómo se la hicieron firmar, suponiendo que su teoría
sea acertada?
_ Firmó ambos documentos en conjunto sin siquiera imaginarlo. La solapa
de la carpeta en la que el doctor Blanes llevó ambos escritos esconde en su
interior un trozo de papel carbónico que está adherido a la misma altura de
donde el interesado debe firmar. La precisión para igualarlos debe ser
perfecta. Pero, para evitar cualquier margen de error, en la tapa de la carpeta
hay una marca sutil que le indica al abogado dónde apoyar exactamente el
escrito de su interés. Así, después de que la señora Dondorf diera su
aprobación sobre la legitimidad de su contenido, el doctor Blanes apoya el
documento sobre la carpeta, lo iguala guiándose por la marca con el carbónico y
el documento que está escondido adentro, y el señor Rafín sólo debe estampar su
firma, la cual se traspasa automáticamente al documento de su interés. El que
no sirve simplemente lo hace desaparecer y listo.
_ ¿Y qué sucederá cuando pregunten por el original de ése documento
falaz?
_ La firma que el señor Rafín estampó en el primer documento la
recuperan y la plasman mediante cualquier método idóneo de falsificación en su
original y listo. Como abogado, el señor Blanes debe conocer varias técnicas
para remendar ésta y otra clase de discrepancias. Más aún, teniendo todo
planificado con anticipación.
_ Puede que tenga razón. Pero su hipótesis, Dortmund, contrasta con el
comportamiento que la señora Dondorf mostró estas últimas semanas para con el
señor Rafín.
_ Y es eso justamente lo que lo hace a este caso uno de los más
interesantes de los pocos que resolví hasta ahora desde mi llegada al país hace
apenas unos meses atrás. No pude negar, doctor, que mi teoría tiene grandes
chances de ser cierta.
_ No lo niego, desde luego. ¿Pero, acaso es que también piensa entonces
que la infección que agobia al señor Rafín haya sido inducida dolosamente por
la señora Dondorf en complicidad con el doctor Blanes a los solos efectos de
cumplir con sus propósitos?
_ Nunca lo consideré. Creo que el señor Gregorio Rafín tuvo la desdicha
de contraerla de manera natural. Lo que vio entonces la señora Fabiana Dondorf
fue una oportunidad increíble que se le presentó como pocas. Y convenció al
doctor Horacio Blanes de asistirla a cambio de una promesa remuneratoria.
_ Deberíamos hablar con él, entonces.
_ Eso haremos precisamente después de que visitemos en su casa al señor
Rafín. Espero sacar algo en limpio ahí que nos dé más indicios de porqué huyó y
dónde se esconde la señora Dondorf, porque lo único que poseemos hasta ahora
son sólo conjeturas abordadas desde la lógica. Y sabemos por una vasta
experiencia en casos de desaparición de personas, que cada segundo que corre es
de vital importancia. No sabemos qué se esconde de fondo y el real motivo de la
repentina desaparición de la señora Dondorf.
_ Su planteo sólo aplica a casos de secuestros, no a una huida
voluntaria.
_ Aplica a todo, querido doctor, si se desconoce la naturaleza de su
propósito. Y ahora, pongámonos en marcha.
El señor Gregorio Rafín residía en una humilde morada situada en el
corazón del barrio de Devoto. Entrando, había una mesa ubicada en el centro del
comedor con tres sillas, detrás una enorme biblioteca repleta de libros y en
uno de los costados un sillón de cuero sintético. El dueño de casa nos recibió
amablemente y nos guió directo al armario de Fabiana Dondorf. Antes de comenzar
con la inspección, Sean Dortmund le preguntó al señor Rafín si había tenido
alguna novedad de la desaparecida o en su defecto de su abogado, el doctor
Blanes, durante ése poco tiempo y nuestro anfitrión respondió negativamente a
ambas inquietudes. El inspector, respetando la privacidad y la integridad de
nuestro cliente, y con la mayor de las consideraciones asumidas, examinó
meticulosamente todos los efectos personales de la señora Dondorf, desde
carteras y prendas de ella hasta sus joyas y perfumes importados. Estuvimos
algo más de media hora y nos retiramos. Dortmund estaba de ánimo caído,
fatigado y nervioso.
_ No encontré absolutamente nada que nos dijera adónde pudo refugiarse
la señora Dondorf o con quién puede estar. Esto no me está gustando nada.
_ ¿Vamos con el doctor Blanes?
_ Sí. Tal vez él sepa algo que quizás el señor Rafín no. Aquí tengo su
dirección, gentileza de nuestro cliente.
Horacio Blanes era alto, de mirada apacible, rostro lánguido, cabello cortado
al ras y de modales muy cordiales. Me dio la impresión de ser una persona muy
segura de sí misma, que defendía a regaña dientes hasta sus más triviales
convicciones. Cuando mi amigo le expuso la razón de nuestra consulta, el doctor
Blanes se puso pálido y se precipitó estrepitosamente ante el impacto que le
produjo la noticia de la misteriosa desaparición de la señora Fabiana Dondorf.
Su reacción resultó tan sincera, que con el inspector nos convencimos de que
realmente el doctor Horacio Blanes era ajeno a la situación y de que bajo
ningún punto de vista estaba involucrado en el hecho.
_ ¿Qué fue lo que tuvieron que firmar ella y el señor Rafín hace dos
días atrás, doctor Blanes?_ le preguntó Dortmund al abogado con mucho énfasis.
_ Un permiso especial para poder casarse_ respondió el señor Blanes, con
voz reposada._ Como él tiene una enfermedad terminal, tiene que consentir su
voluntad de contraer matrimonio por escrito, que deberá ser aprobada en el día
por el juez Civil de turno. Y la señora Dondorf debe dejar por sentado que
acepta los términos de que... Bueno, ¿para qué aclarar lo obvio? Es un permiso
que se expide en casos excepcionales. Por eso, Gregorio me convocó de inmediato
y con cierta urgencia.
_ ¿Tiene una copia de dicho documento, si es tan amable, doctor Blanes?
El abogado nos extendió la misma y con Dortmund la estudiamos
minuciosamente a la luz de todas nuestras teorías y de las curiosas
circunstancias que rodeaban al caso en cuestión. Se la devolvimos unos cinco
minutos después, cuando terminamos de leerla y analizarla, y para sorpresa
nuestra, estaba todo en orden. Definitivamente, el doctor Horacio Blanes no
tenía que ver en la desaparición de la señora Fabiana Dondorf y tal conclusión
echó por tierra todas las conjeturas del inspector. Teníamos que empezar todo de
cero otra vez.
_ La señora Dondorf_ explicaba Dortmund_ se llevó la copia fiel que
usted le extendió de este documento consigo cuando desapareció. ¿Se imagina
alguna razón para eso, doctor Blanes?
_ Decididamente, no_ respondió el abogado compungido y consternado._ No
tenía motivo para hacerlo. Habla de los términos y de la condición física y de los padecimientos del señor Rafín en
detalle, nada más.
_ ¿Le confió la señora Dondorf algún secreto que el señor Rafín
ignorase?
_ ¡Sí! Ahora que lo menciona, inspector, sí_ replicó el letrado con los
ojos terriblemente abiertos y una expresión de perplejidad perpetua.
_ ¿De qué se trata?
_ Me contó que de chica presenció la muerte de su padre. El señor
Adalberto Dondorf falleció acostado en su cama de un infarto fulminante y ella,
una nena de apenas siete años, lo vio morir y le generó un trauma severo que le
produjo un episodio de amnesia temporal. Por ende, estuvo perdida varios días
hasta que la encontraron vagando sola por las calles, cerca del Obelisco. El
médico que la examinó le dijo que esos episodios de pérdida de memoria
transitoria podían repetirse a lo largo de su vida si se chocaba con alguna
situación similar que le despertara en su cerebro el trauma sufrido. Nunca se lo
contó a nadie. Sólo me lo contó a mí por las circunstancias especiales que
ustedes ya conocen, inspector.
Dortmund me tomó del brazo y me aisló abruptamente de la presencia del
señor Blanes.
_ Esto cada vez se pone más extraordinario_ me comentó mi amigo con
pesar._ Se lo dijo al doctor Blanes y posteriormente desapareció. No puede ser
una coincidencia.
_ Sin embargo_ admití medianamente confundido, _ el señor Gregorio Rafín
nos dijo que ella estaba perfectamente normal cuando se fue, la última vez que la
vio. Y que inclusive, le dijo que volvería.
_ Ése es otro punto por demás interesante.
_ ¿Cree que haya sufrido algún episodio de amnesia y esté perdida por
ahí, vagabundeando solitariamente y a la deriva por algún lugar?
_ Al contrario, doctor. Creo que
busca evitarlo. Por primera vez, todo tiene sentido_ y desplegó una sonrisa
triunfadora a lo largo y ancho de su boca.
Lo siguiente que hicimos fue consultar en la guía todos los espacios de
retiro espiritual que había en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires y llamar
a todos, uno por uno, preguntando si en las últimas horas alguien con la
descripción y el nombre de Fabiana Dondorf se había registrado en alguno de
esos establecimientos. Después de una hora y media de estar haciendo llamadas
en vano, finalmente en un centro de retiro espiritual que se llamaba El paraíso
de Adán nos respondieron afirmativamente. Nos dieron la dirección y fuimos
hasta ahí sin perder tiempo. Cuando arribamos al lugar y nos presentamos
formalmente ante la secretaria de la recepción, nos llevó amablemente hasta el
cuarto en donde descansaba pacíficamente Fabiana Dondorf. La encontramos
sentada de piernas cruzadas, de espalda hacia nosotros y meditando. Ante el
menor ruido que hicimos sin querer, se giró lentamente y nos miró con dudas y
algo de resentimiento. Ése rostro era equidistante al de la foto que nos
proporcionó gentilmente el señor Gregorio Rafín. Nuestra búsqueda había
concluido exitosamente y aún había tiempo de convencerla para que se casara
finalmente con nuestro cliente. Le pedimos permiso a personal del centro para
esperar a la señora Dondorf afuera de la habitación donde estaba recluida y nos
otorgaron la autorización pertinente.
_ No lo comprendo_ le dije a Dortmund en un susurro.
_ Es muy simple_ repuso mi amigo, satisfecho._ Con el antecedente de la
muerte de su padre cuando ella era una niña, se internó aquí para prepararse
emocional y espiritualmente ante la eventual muerte del señor Rafín, con quien
va a casarse dentro de unas pocas horas. ¿Algo más que desee que le aclare,
doctor?
_ ¿Por qué se llevó el permiso legal que le hizo firmar el doctor
Blanes?
_ Porque ahí figura resumidamente la patología severa que padece el
señor Gregorio Rafín, menester indispensable para solicitar la petición ante el
juez de turno. Estoy seguro que antes de venir para acá, la señora Dondorf
consultó a varios especialistas particulares para intentar ayudar al señor
Rafín por si había algún error en su diagnóstico. Lamentablemente, el destino
no se puede alterar. Y la señora Dondorf, anímicamente devastada, creyó que acá
podría encontrar la calma y la serenidad que tanto ansía, y preparase, como le
dije antes, para lo peor.
Después de un rato de estar
esperando afuera, la señora Fabiana Dondorf nos recibió cordialmente y después
de hacer las presentaciones de rigor, al
preguntarnos por el motivo de nuestra visita, le expusimos en detalle todo el
trajín de eventos que nos llevaron a localizarla desde que el señor Gregorio
Rafín convocó a Dortmund para solicitar su ayuda. Se emocionó profundamente y
confesó que hizo lo que hizo por idénticas razones a la que expresó Sean Dortmund.
Pero que nunca tuvo la intención de preocupar a su futuro esposo para nada y
pidió sinceras disculpas al respecto.
Exactamente, a la fecha y hora indicada, la señora Fabiana Dondorf y el
señor Gregorio Rafín, quien no encontró más que palabras de agradecimientos por
la implacable labor del inspector Dortmund, se casaron por Civil en una
ceremonia íntima, privada y conmovedora. La última voluntad del ingeniero se
había por fin cumplido.