lunes, 4 de diciembre de 2017

El doble pródigo (Gabriel Zas)





Mientras el capitán Riestra intentaba dilucidar un caso inusual y atípico de asesinato, Dortmund estaba acarreado en la tumultuosa labor de capturar a alguien desconocido que se estaba haciendo pasar por él y que resolvía crímenes vulgares bajo su propio emblema. Se enteró de su existencia a través de los diarios ya que salieron publicadas varias notas que daban cuenta de la brillantez con la que Sean Dortmund había logrado resolver homicidios de características muy triviales pero que a simple vista aparentaban una dificultad compleja. Ése no era él, pero era claro que si el impostor pudo resolver esos casos, entonces implicaba que su coeficiente intelectual se empataba con el del inspector. Por lo tanto, si el genuino Sean Dortmund quería atrapar a su impostor, debía adoptar una forma de pensamiento completamente distinta a la que estaba habituado, ya que era claro que el falso Dortmund pensaba como él. Pues, eso implicaba decididamente que el intruso había seguido muy de cerca los trabajos de su modelo a imitar sin perder de vista ningún detalle ni de sus métodos ni de su personalidad. Y si pudo engañar a todos por igual, entonces su papel en la piel del inspector era increíblemente desarrollado y extremadamente supremo. Así que, quien quiera que fuera, disponía de dotes muy superiores a las de cualquier persona promedio. Sin embargo, Sean Dortmund tenía a su favor una ventaja muy grande: estaba absolutamente convencido que su impostor nunca se vio la cara con el capitán Riestra, porque de haber sido así, aquél hubiera descubierto el engaño instantáneamente aunque su capacidad deductiva profesional fuese pobre y débil. Pero a la vez contaba con una desventaja muy grande, porque él jamás se equivocó ni en la investigación ni en la conclusión de ningún caso y temía que el falso inspector Dortmund fuese igualmente implacable que él. Pero el falso Dortmund era un criminal y como tal, tarde o temprano iba a equivocarse. Y el legítimo Sean Dortmund estaba dispuesto a contribuir a ése propósito. Su búsqueda duró semanas enteras. Se la pasó noche y día sin dormir para trabajar en la búsqueda incesante de su doble, pero después de dos meses de arduo trabajo no había alcanzado resultados satisfactorios y eso lo puso de muy mal humor.
 
                                                                 ***
 
Sin la posibilidad de contar con la colaboración de su amigo, el capitán Riestra estaba abocado en la investigación de la muerte de Gastón Grimau, un conocido agricultor en el mundo rural que había sabido ganarse la confianza y la amistad de muchas personas. Era un haz para los negocios y fue ésa habilidad lo que hizo que se ganara el respeto de hasta sus más leales competidores.
La noche del 18 de mayo de 1991 dio una fiesta en su pequeña chacra que tenía en las afueras de Casalins, un pequeño pueblo que pertenece al partido de Pila, situado al este de las afueras de la provincia de Buenos Aires. Según los propios testigos, uno de sus más allegados socios, Fulgencio Jara, llevó una ronda de vino fino servido en bandeja. El señor Grimau tomó un sorbo del vaso que recogió y a los dos segundos se descompensó, muriendo en el acto. Cuando los peritos examinaron el vaso en cuestión, encontraron restos de cianuro de potasio, tras lo que inmediatamente el Ministerio Público Fiscal ordenó la inmediata detención de Fulgencio Jara como autor del asesinato de Gastón Grimau. 
Sin embargo, el capitán Riestra, al frente de la investigación por orden del juez de turno ya que el distrito disponía de un solo fiscal que estaba trabajando en un caso diferente, puso en duda desde el minuto cero que el blanco del asesino fuese realmente Gastón Grimau ya que el vaso envenenado, que contenía la dosis letal de cianuro, estaba en una bandeja junto a otros vasos y la suerte le pudo haber tocado a cualquier otra persona. Además, existía el hecho de que los quince invitados a la fiesta carecían de motivos para el homicidio y eso era un detalle que no se podía ignorar bajo ningún punto de vista.
El capitán Riestra reconstruyó una y otra vez todos los movimientos desde la cocina hasta el momento en que el señor Grimau se hizo del vaso contaminado, y no logró sacar nada en limpio de ése procedimiento. Más aún, se convencía de que el blanco del asesino era otra persona. Pero comenzó a considerar seriamente de que el objetivo del asesino era en verdad Gastón Grimau cuando después de investigarlo a fondo, descubrió que era un jugador empedernido y que tenía membresía en varios clubes clandestinos de varios puntos de la Capital y la Provincia. Y había más: entre los efectos personales suyos, el capitán Riestra encontró en una libreta personal anotaciones que daban cuenta de distintos estilos de trampa y cómo ganar con ellas partidas enteras de póker y bridge, preferentemente. Pensó que si alguien que perdió contra él en más de una ocasión fortuitamente lo había descubierto, aquél confrontó al señor Grimau para reclamarle la devolución del dinero que le ganó ilegítimamente y ante la negativa de su demanda, decidió terminar con él de la manera en que lo hizo.
Pero, Riestra no podía parar de preguntarse cómo hizo el asesino para matar al señor Grimau de la forma en que se había consumado el asesinato. No comprendía cómo el asesino obligó al agricultor a tomar el vaso envenenado sin que  éste se diera cuenta del engaño. Para confirmar o descartar dicha hipótesis, el capitán Riestra tenía que investigar al resto de los invitados por igual. Sus concluiones al respecto determinaron que ninguno resultaba un blanco factible para un homicidio y asimismo, el único que tenía relación en el juego con Gastón Grimau era precisamente su socio y único imputado por su muerte, Fulgencio Jara. Lo único que le jugó en contra es que en la escena no se recuperó el frasco con el cianuro que se utilizó para dar muerte al señor Grimau. Pero era un detalle ínfimo en medio de todos los que tenía que respaldaban su suposición. Pese a todo, la ausencia del inspector Dortmund se hizo sentir fuertemente en todos los aspectos.
 
 
                                                             ***
 
Fulgencio Jara estaba sentado frente a frente con el capitán Riestra. Aquél miró al presunto homicida con la típica frialdad de un policía que observa a un potencial culpable. Y el rostro del señor Jara reflejaba susto e incertidumbre. Cuando por fin el capitán Riestra lo puso al corriente de los hechos que lo llevaron a su convicción de que él había asesinado fríamente a su socio, Gastón Grimau, Fulgencio Jara negó categóricamente todos los cargos pero en especial haber estado en la fiesta. Aceptó a su vez que mantenía una relación de juego con el señor Grimau pero que nunca frecuentó ninguna sala de juego clandestina. Pero para su desgracia, diversos testigos refutaron tajantemente ambas posturas. Aunque sostuvo férreamente su versión de los hechos, que una serie de testigos lo hayan visto en salas de juego clandestinas junto a la víctima y otra proporción lo haya ubicado en la fiesta que el señor Grimau dio la noche del asesinato y lo hayan visto cederle inocentemente el vaso envenenado dispuesto en una bandeja junto a otros vasos más, le hizo perder toda credibilidad posible, y su resistencia al arresto resultó inútil.
Pero cuando el capitán Riestra estaba sumamente orgulloso de sí mismo de haber resuelto un caso sin la ayuda de Sean Dortmund, aquél se precipitó repentinamente en su despacho en compañía de un hombre al que presentó como Matías Ordoñez.
_ No tengo intenciones de desanimarlo por el éxito que alcanzó en este caso_ fue lo primero que el inspector le dijo al capitán Riestra._ Pero tiene al hombre equivocado. El señor Jara es inocente. Este caballero que me acompaña_ y señaló a su prisionero_ es el verdadero asesino.
Fulgencio Jara sonrió de felicidad, en tanto que Riestra se dejó llevar por una expresión de asombro e incertidumbre muy atípicos en él.
_ Esto no puede estar sucediendo_ disparó el capitán con renuencia y hostilidad.
_ Se lo explicaré todo muy brevemente. El señor Matías Ordoñez, presente aquí a mi izquierda, es un falsificador de renombre muy inteligente que tiene un historial muy oscuro de grandes estafas y asesinatos. Un personaje muy buscado por la Policía Federal y con pedido de captura internacional. Pero este malhechor tiene un don especial: es un gran imitador. Y, además, en todos los asesinatos que cometió empleó como método el envenenamiento por cianuro de potasio. Por eso, cuando leí en el diario este caso en particular y me enteré que usted estaba al frente de la investigación, capitán Riestra,  supe de inmediato que iba a usted a caer en la trampa y mandar a la cárcel a un hombre inocente.
Matías Ordoñez se hizo pasar por Fulgencio Jara en lo diferentes clubes de los que era miembro junto al fallecido Gastón Grimau. Es el señor Ordoñez el experto en trampas y no el señor Grimau, como quiso que pareciera. Y fue el señor Grimau el que descubrió sus tertulias. Matías Ordoñez creyó que podía convencer a su socio, el señor Grimau, de hacer dinero fácil a través de este sistema de fraude, pero se equivocó y ante su negativa al respecto, discutieron y el señor Grimau le pidió a quien suponía que era el señor Jara que le devolviera todo el dinero que le ganó de forma ilegal. Matías Ordoñez aceptó y le devolvió casi quinientos mil australes que le había ganado en billetes falsos. Pero para su sorpresa, el señor Gastón Grimau descubrió el engaño y amenazó con denunciarlo a la Policía si no le devolvía el total en billetes reales en el plazo de una semana como máximo. Contra su voluntad, el señor Ordoñez le dijo que sí, que no se hiciese problema. Que una vez que el señor Grimau tuviera todo el dinero en su poder de nuevo, no volvería a saber jamás de él.
En medio de todo esto, el señor Grimau dio una fiesta pequeña para un grupo reducido de personas, y el señor Ordoñez, caracterizado como Fulgencio Jara, se presentó a la fiesta con la intención de hablar y el señor Grimau, para que el resto de los invitados no levantaran sospechas de que sucedía algo más, le permitió ingresar. Pero los verdadero propósitos de aquélla visita ya ve, capitán Riestra, cuáles eran en verdad. Nunca encontró el frasco de  veneno porque el señor Jara, o mejor dicho, Ordoñez; lo llevó cuidadosamente impregnado en una aguja hipodérmica que tenía oculta en su bolsillo, envuelta en un pañuelo de tela marrón claro. Y el resto del cianuro lo llevó  guardado en un vaso propio. Cuando los vasos fueron repartidos y el señor Grimau tomó el suyo, el señor Ordoñez pasó sutilmente por detrás de él y ni bien probó el primer sorbo, le inyectó el veneno en el cuello a través de la aguja hipodérmica que tenía preparada de antemano. Luego, fingió un inocente accidente chocándolo de frente como quien dice no lo vio, y aprovechó ésa fracción de segundo para verter una dosis igualmente letal en el vaso del señor Gastón Grimau. Cuando aquél pereció, al hacerlo de espaldas, el rigor mortis cubrió absolutamente la marca del pinchazo y la falsa idea de que la dosis que lo mató estaba mezclada en su vaso de vino se tomó por verdadera, creándose a la vez otra idea errónea, la de hacerle suponer al resto que el real blanco del asesino era otra persona. Pero usted, querido Riestra, reveló su vínculo con las apuestas ilegales y fue la culminación de un plan extremadamente admirable, porque el señor Ordoñez así lo dispuso cuando lo pensó en detalle. El señor Ordoñez no tuvo más que lavar el otro vaso que él llevó con la otra porción del veneno y confundirlo con el resto de la vajilla limpia.
Sean Dortmund se volvió hacia el real Fulgencio Jara.
_ ¿Ahora comprende, señor Jara, por qué el señor Grimau lo evitaba últimamente? Es natural, de todas formas, que usted se sintiera confundido al respecto. Creo que nunca imaginó algo así.
_ Fuimos socios en el negocio y en el juego, no lo niego_ admitió Jara, avergonzado de sí mismo y con cierta irritación que sus ojos no podían disimular._ A veces jugábamos en pareja y otras enfrentados, era así. Pero eso nunca no separó. Lamento haber mentido antes al respecto, pero entiendan que no tuve otra alternativa frente a semejante acusación.
Se puso de pie y miró firme al capitán Riestra, quien no salía de su perplejidad.
_ De lo único que soy culpable es de apostar plata en el circuito ilegal_ admitió con coraje._ Pero no de otra cosa. Estoy dispuesto a enfrentar a la Justicia por eso.
Riestra liberó a Fulgencio Jara y apresó a Matías Ordoñez.
_ ¿Las pruebas, Dortmund?_ le preguntó el capitán al inspector con admiración.
_ La confesión, el disfraz que el señor Ordoñez llevaba puesto y la coartada de que el verdadero Fulgencio Jara estaba en un evento familiar al momento del asesinato. Realicé un auténtico trabajo detectivesco, capitán Riestra. Y dadas algunas circunstancias, era completamente deducible que el verdadero señor Jara había intentado contactar en vano a su socio, el señor Grimau. Y de aquí, el resto de los eslabones de la cadena se deducen solos. Así, de esta manera simple, llegué a la verdad.
El capitán Riestra miró con obstinación al inspector para enseguida concentrar su atención en Fulgencio Jara.
_ Puede retirarse. Dados los hechos recientes de los que ha sido usted víctima, decidí no levantar cargos en su contra. Mi consejo es que deje el juego ilegal de lado y se dedique de lleno al negocio de la agricultura continuando el legado que le dejó el señor Grimau.
Un sentimiento de dolor invadió de golpe el cuerpo de Jara, que sintió un súbito estremecimiento en toda su alma. Se recuperó casi en el momento, le agradeció y estrechó la mano, primero del capitán Riestra y luego de Sean Dortmund. Y casi cuando estaba a punto de abandonar el despacho definitivamente, le pegó un fuerte puñetazo en el entrecejo a Matías Ordoñez, que no reaccionó a la ofensa. Después, sencillamente dejó la oficina en silencio.
   
                                                                   ***
 
_ Muy bien, Dortmund_ le dijo el capitán Riestra a su amigo, mientras cenaban ambos en un restaurante de estilo rústico ubicado en el centro de la ciudad de La Plata._ Ahora que estamos solos, dígame realmente cómo llegó hasta Ordoñez. Lo conozco demasiado bien como para dejarme engañar por sus métodos.
_ Esto lo asombrará más que el propio caso_ admitió Dortmund, con regocijo y satisfacción personal._ Llegué hasta él porque se hizo pasar por mí y desde hacía dos meses que le estaba siguiendo el rastro, esperando que cometiera un error para identificarlo, y así sucedió. Por eso le dije, capitán Riestra,  que me iría por unos meses a Irlanda. Lamento haberle mentido. Pero ya ve que era absolutamente necesario hacerlo.
El capitán se mostró extraño sin expresar opinión alguna y con una expresión que rozaba la indiferencia y el asombro.
_ ¿Me está hablando usted enserio?_ se animó a preguntar después de unos cuantos minutos._La imitación que hizo sobre usted debe haber sido sumamente majestuosa para haber engañado a un centenar de personas, sobre todo, a la Policía misma.  ¿Pero, qué sucedía si el señor Ordoñez venía personificado de usted a verme a mí? Esto suena demasiado delirante. ¿Cómo se enteró usted de que había alguien que lo imitaba?
_ En respuesta a su primera inquietud, no estaba entre los planes del señor Ordoñez visitarlo a usted porque corría el riesgo de que pudiera identificarlo, de descubrir que en verdad ése no era yo y que se trataba de un impostor. Y por otra parte, lo descubrí porque leí los diarios y vi casos resueltos por mí que me asombraron y que no sabía que había resuelto. Pensé que el señor Ordoñez era alguien tan brillante como yo, pero en verdad sólo aparentó serlo porque resolvía bajo mi apariencia los asesinatos que él mismo cometía. El propósito de ése ardid fue infiltrarse en la Policía para saber cuánto sabían de él y qué tan cerca estaban de atraparlo. Al leer la noticia de la muerte del señor Gastón Grimau y encontrarme con que fue envenenado con cianuro de potasio, el mismo método de ejecución que aparecía en la mayoría de los casos que yo en teoría resolvía, supe que se trataba en todos los casos del mismo intruso. Lo investigué, lo encontré, lo seguí y me llevó directo hacia usted.
_ ¿Cuántos casos que supone que resolvió usted?
_ Cuatro, tres de los cuales fueron por envenenamiento con cianuro de potasio. Fue un matrimonio con su hijo. El cuarto caso fue un disparo en la cien. Le prometo mañana a la mañana ponerme en campaña para investigar estos cuatro casos y hallar todas las evidencias que lo relacionan directamente con el señor Matías Ordoñez. Entonces, podrá no sólo acusarlo de un asesinato, sino de cinco, más juego ilegal, robo de identidad y demás cargos que pueda achacarle. A propósito, después le daré el pañuelo con la aguja hipodérmica que el señor Ordoñez utilizó para matar al señor Grimau. La conservo todavía encima.
_ Yo no leí sus falsos casos, si prefiere llamarlos así, en ningún diario.
_ También me responsabilizo por eso, capitán Riestra. Lo lamento, pero era menester quitarlo discretamente del medio para que sus emociones no se interpusieran a mis planes.
El capitán Riestra trató de digerir lo que acababa de escuchar y todo el caso, en general. Toda la información y la cadena de eventos tan inusuales y atípicos constituían uno de los casos más sobresalientes que hasta ése momento haya investigado. Cuando el inspector advirtió que el capitán había adquirido una actitud que difería bastante de la habitual, Dortmund tomó su copa de bebida y la alzó al aire.
_ Brindo_ clamó con efervescencia_ por un trabajo bien hecho. Admito que se ha usted lucido de una forma muy notable, capitán, pese a que los resultados no fueron los que usted esperaba.
Riestra cedió a los halagos de Sean Dortmund y los dos estallaron en carcajadas.
 

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