Mientras
el capitán Riestra intentaba dilucidar un caso inusual y atípico de asesinato,
Dortmund estaba acarreado en la tumultuosa labor de capturar a alguien
desconocido que se estaba haciendo pasar por él y que resolvía crímenes
vulgares bajo su propio emblema. Se enteró de su existencia a través de los
diarios ya que salieron publicadas varias notas que daban cuenta de la
brillantez con la que Sean Dortmund había logrado resolver homicidios de
características muy triviales pero que a simple vista aparentaban una
dificultad compleja. Ése no era él, pero era claro que si el impostor pudo
resolver esos casos, entonces implicaba que su coeficiente intelectual se
empataba con el del inspector. Por lo tanto, si el genuino Sean Dortmund quería
atrapar a su impostor, debía adoptar una forma de pensamiento completamente
distinta a la que estaba habituado, ya que era claro que el falso Dortmund
pensaba como él. Pues, eso implicaba decididamente que el intruso había seguido
muy de cerca los trabajos de su modelo a imitar sin perder de vista ningún
detalle ni de sus métodos ni de su personalidad. Y si pudo engañar a todos por
igual, entonces su papel en la piel del inspector era increíblemente
desarrollado y extremadamente supremo. Así que, quien quiera que fuera, disponía
de dotes muy superiores a las de cualquier persona promedio. Sin embargo, Sean
Dortmund tenía a su favor una ventaja muy grande: estaba absolutamente
convencido que su impostor nunca se vio la cara con el capitán Riestra, porque
de haber sido así, aquél hubiera descubierto el engaño instantáneamente aunque
su capacidad deductiva profesional fuese pobre y débil. Pero a la vez contaba
con una desventaja muy grande, porque él jamás se equivocó ni en la
investigación ni en la conclusión de ningún caso y temía que el falso inspector
Dortmund fuese igualmente implacable que él. Pero el falso Dortmund era un
criminal y como tal, tarde o temprano iba a equivocarse. Y el legítimo Sean
Dortmund estaba dispuesto a contribuir a ése propósito. Su búsqueda duró semanas
enteras. Se la pasó noche y día sin dormir para trabajar en la búsqueda
incesante de su doble, pero después de dos meses de arduo trabajo no había alcanzado resultados
satisfactorios y eso lo puso de muy mal humor.
***
Sin la
posibilidad de contar con la colaboración de su amigo, el capitán Riestra
estaba abocado en la investigación de la muerte de Gastón Grimau, un conocido
agricultor en el mundo rural que había sabido ganarse la confianza y la amistad
de muchas personas. Era un haz para los negocios y fue ésa habilidad lo que
hizo que se ganara el respeto de hasta sus más leales competidores.
La noche
del 18 de mayo de 1991 dio una fiesta en su pequeña chacra que tenía en las
afueras de Casalins, un pequeño pueblo que pertenece al partido de Pila,
situado al este de las afueras de la provincia de Buenos Aires. Según los
propios testigos, uno de sus más allegados socios, Fulgencio Jara, llevó una
ronda de vino fino servido en bandeja. El señor Grimau tomó un sorbo del vaso
que recogió y a los dos segundos se descompensó, muriendo en el acto. Cuando
los peritos examinaron el vaso en cuestión,
encontraron restos de cianuro de potasio, tras lo que inmediatamente el
Ministerio Público Fiscal ordenó la inmediata detención de Fulgencio Jara como
autor del asesinato de Gastón Grimau.
Sin
embargo, el capitán Riestra, al frente de la investigación por orden del juez
de turno ya que el distrito disponía de un solo fiscal que estaba trabajando en
un caso diferente, puso en duda desde el minuto cero que el blanco del asesino
fuese realmente Gastón Grimau ya que el vaso envenenado, que contenía la dosis
letal de cianuro, estaba en una bandeja junto a otros vasos y la suerte le pudo haber tocado a cualquier
otra persona. Además, existía el hecho de que los quince invitados a la fiesta
carecían de motivos para el homicidio y eso era un detalle que no se podía
ignorar bajo ningún punto de vista.
El
capitán Riestra reconstruyó una y otra vez todos los movimientos desde la
cocina hasta el momento en que el señor Grimau se hizo del vaso contaminado, y
no logró sacar nada en limpio de ése procedimiento. Más aún, se convencía de
que el blanco del asesino era otra persona. Pero comenzó a considerar
seriamente de que el objetivo del asesino era en verdad Gastón Grimau cuando
después de investigarlo a fondo, descubrió que era un jugador empedernido y que
tenía membresía en varios clubes clandestinos de varios puntos de la Capital y
la Provincia. Y había más: entre los efectos personales suyos, el capitán
Riestra encontró en una libreta personal anotaciones que daban cuenta de
distintos estilos de trampa y cómo ganar con ellas partidas enteras de póker y
bridge, preferentemente. Pensó que si alguien que perdió contra él en más de
una ocasión fortuitamente lo había descubierto, aquél confrontó al señor Grimau
para reclamarle la devolución del dinero que le ganó ilegítimamente y ante la
negativa de su demanda, decidió terminar con él de la manera en que lo hizo.
Pero,
Riestra no podía parar de preguntarse cómo hizo el asesino para matar al señor
Grimau de la forma en que se había consumado el asesinato. No comprendía cómo
el asesino obligó al agricultor a tomar el vaso envenenado sin que éste se diera cuenta del engaño. Para
confirmar o descartar dicha hipótesis, el capitán Riestra tenía que investigar
al resto de los invitados por igual. Sus concluiones al respecto determinaron
que ninguno resultaba un blanco factible para un homicidio y asimismo, el único
que tenía relación en el juego con Gastón Grimau era precisamente su socio y
único imputado por su muerte, Fulgencio Jara. Lo único que le jugó en contra es
que en la escena no se recuperó el frasco con el cianuro que se utilizó para
dar muerte al señor Grimau. Pero era un detalle ínfimo en medio de todos los
que tenía que respaldaban su suposición. Pese a todo, la ausencia del inspector
Dortmund se hizo sentir fuertemente en todos los aspectos.
***
Fulgencio
Jara estaba sentado frente a frente con el capitán Riestra. Aquél miró al
presunto homicida con la típica frialdad de un policía que observa a un
potencial culpable. Y el rostro del señor Jara reflejaba susto e incertidumbre.
Cuando por fin el capitán Riestra lo puso al corriente de los hechos que lo
llevaron a su convicción de que él había asesinado fríamente a su socio, Gastón
Grimau, Fulgencio Jara negó categóricamente todos los cargos pero en especial
haber estado en la fiesta. Aceptó a su vez que mantenía una relación de juego
con el señor Grimau pero que nunca frecuentó ninguna sala de juego clandestina.
Pero para su desgracia, diversos testigos refutaron tajantemente ambas
posturas. Aunque sostuvo férreamente su versión de los hechos, que una serie de
testigos lo hayan visto en salas de juego clandestinas junto a la víctima y
otra proporción lo haya ubicado en la fiesta que el señor Grimau dio la noche
del asesinato y lo hayan visto cederle inocentemente el vaso envenenado
dispuesto en una bandeja junto a otros vasos más, le hizo perder toda
credibilidad posible, y su resistencia al arresto resultó inútil.
Pero
cuando el capitán Riestra estaba sumamente orgulloso de sí mismo de haber
resuelto un caso sin la ayuda de Sean Dortmund, aquél se precipitó repentinamente
en su despacho en compañía de un hombre al que presentó como Matías Ordoñez.
_ No
tengo intenciones de desanimarlo por el éxito que alcanzó en este caso_ fue lo
primero que el inspector le dijo al capitán Riestra._ Pero tiene al hombre
equivocado. El señor Jara es inocente. Este caballero que me acompaña_ y señaló
a su prisionero_ es el verdadero asesino.
Fulgencio
Jara sonrió de felicidad, en tanto que Riestra se dejó llevar por una expresión
de asombro e incertidumbre muy atípicos en él.
_ Esto
no puede estar sucediendo_ disparó el capitán con renuencia y hostilidad.
_ Se lo
explicaré todo muy brevemente. El señor Matías Ordoñez, presente aquí a mi
izquierda, es un falsificador de renombre muy inteligente que tiene un
historial muy oscuro de grandes estafas y asesinatos. Un personaje muy buscado
por la Policía Federal y con pedido de captura internacional. Pero este
malhechor tiene un don especial: es un gran imitador. Y, además, en todos los
asesinatos que cometió empleó como método el envenenamiento por cianuro de
potasio. Por eso, cuando leí en el diario este caso en particular y me enteré
que usted estaba al frente de la investigación, capitán Riestra, supe de inmediato que iba a usted a caer en
la trampa y mandar a la cárcel a un hombre inocente.
Matías
Ordoñez se hizo pasar por Fulgencio Jara en lo diferentes clubes de los que era
miembro junto al fallecido Gastón Grimau. Es el señor Ordoñez el experto en
trampas y no el señor Grimau, como quiso que pareciera. Y fue el señor Grimau el
que descubrió sus tertulias. Matías Ordoñez creyó que podía convencer a su
socio, el señor Grimau, de hacer dinero fácil a través de este sistema de
fraude, pero se equivocó y ante su negativa al respecto, discutieron y el señor
Grimau le pidió a quien suponía que era el señor Jara que le devolviera todo el
dinero que le ganó de forma ilegal. Matías Ordoñez aceptó y le devolvió casi
quinientos mil australes que le había ganado en billetes falsos. Pero para su
sorpresa, el señor Gastón Grimau descubrió el engaño y amenazó con denunciarlo
a la Policía si no le devolvía el total en billetes reales en el plazo de una
semana como máximo. Contra su voluntad, el señor Ordoñez le dijo que sí, que no
se hiciese problema. Que una vez que el señor Grimau tuviera todo el dinero en
su poder de nuevo, no volvería a saber jamás de él.
En medio
de todo esto, el señor Grimau dio una fiesta pequeña para un grupo reducido de
personas, y el señor Ordoñez, caracterizado como Fulgencio Jara, se presentó a
la fiesta con la intención de hablar y el señor Grimau, para que el resto de
los invitados no levantaran sospechas de que sucedía algo más, le permitió
ingresar. Pero los verdadero propósitos de aquélla visita ya ve, capitán Riestra, cuáles eran en verdad. Nunca encontró el
frasco de veneno porque el señor Jara, o
mejor dicho, Ordoñez; lo llevó cuidadosamente impregnado en una aguja
hipodérmica que tenía oculta en su bolsillo, envuelta en un pañuelo de tela
marrón claro. Y el resto del cianuro lo llevó
guardado en un vaso propio. Cuando los vasos fueron repartidos y el
señor Grimau tomó el suyo, el señor Ordoñez pasó sutilmente por detrás de él y
ni bien probó el primer sorbo, le inyectó el veneno en el cuello a través de la
aguja hipodérmica que tenía preparada de antemano. Luego, fingió un inocente
accidente chocándolo de frente como quien dice no lo vio, y aprovechó ésa
fracción de segundo para verter una dosis igualmente letal en el vaso del señor
Gastón Grimau. Cuando aquél pereció, al hacerlo de espaldas, el rigor mortis cubrió
absolutamente la marca del pinchazo y la falsa idea de que la dosis que lo mató
estaba mezclada en su vaso de vino se tomó por verdadera, creándose a la vez
otra idea errónea, la de hacerle suponer al resto que el real blanco del
asesino era otra persona. Pero usted, querido Riestra, reveló su vínculo con
las apuestas ilegales y fue la culminación de un plan extremadamente admirable,
porque el señor Ordoñez así lo dispuso cuando lo pensó en detalle. El señor Ordoñez
no tuvo más que lavar el otro vaso que él
llevó con la otra porción del veneno y confundirlo con el resto de la vajilla
limpia.
Sean
Dortmund se volvió hacia el real Fulgencio Jara.
_ ¿Ahora
comprende, señor Jara, por qué el señor Grimau lo evitaba últimamente? Es
natural, de todas formas, que usted se sintiera confundido al respecto. Creo
que nunca imaginó algo así.
_ Fuimos
socios en el negocio y en el juego, no lo niego_ admitió Jara, avergonzado de
sí mismo y con cierta irritación que sus ojos no podían disimular._ A veces
jugábamos en pareja y otras enfrentados, era así. Pero eso nunca no separó.
Lamento haber mentido antes al respecto, pero entiendan que no tuve otra
alternativa frente a semejante acusación.
Se puso
de pie y miró firme al capitán Riestra, quien no salía de su perplejidad.
_ De lo
único que soy culpable es de apostar plata en el circuito ilegal_ admitió con
coraje._ Pero no de otra cosa. Estoy dispuesto a enfrentar a la Justicia por
eso.
Riestra
liberó a Fulgencio Jara y apresó a Matías Ordoñez.
_ ¿Las
pruebas, Dortmund?_ le preguntó el capitán al inspector con admiración.
_ La
confesión, el disfraz que el señor Ordoñez llevaba puesto y la coartada de que
el verdadero Fulgencio Jara estaba en un evento familiar al momento del
asesinato. Realicé un auténtico trabajo detectivesco, capitán Riestra. Y dadas
algunas circunstancias, era completamente deducible que el verdadero señor Jara
había intentado contactar en vano a su socio, el señor Grimau. Y de aquí, el
resto de los eslabones de la cadena se deducen solos. Así, de esta manera
simple, llegué a la verdad.
El
capitán Riestra miró con obstinación al inspector para enseguida concentrar su
atención en Fulgencio Jara.
_ Puede
retirarse. Dados los hechos recientes de los que ha sido usted víctima, decidí
no levantar cargos en su contra. Mi consejo es que deje el juego ilegal de lado
y se dedique de lleno al negocio de la agricultura continuando el legado que le
dejó el señor Grimau.
Un
sentimiento de dolor invadió de golpe el cuerpo de Jara, que sintió un súbito
estremecimiento en toda su alma. Se recuperó casi en el momento, le agradeció y
estrechó la mano, primero del capitán Riestra y luego de Sean Dortmund. Y casi
cuando estaba a punto de abandonar el despacho definitivamente, le pegó un
fuerte puñetazo en el entrecejo a Matías Ordoñez, que no reaccionó a la ofensa.
Después, sencillamente dejó la oficina en silencio.
***
_ Muy
bien, Dortmund_ le dijo el capitán Riestra a su amigo, mientras cenaban ambos
en un restaurante de estilo rústico ubicado en el centro de la ciudad de La
Plata._ Ahora que estamos solos, dígame realmente cómo llegó hasta Ordoñez. Lo
conozco demasiado bien como para dejarme engañar por sus métodos.
_ Esto
lo asombrará más que el propio caso_ admitió Dortmund, con regocijo y
satisfacción personal._ Llegué hasta él porque se hizo pasar por mí y desde
hacía dos meses que le estaba siguiendo el rastro, esperando que cometiera un
error para identificarlo, y así sucedió. Por eso le dije, capitán Riestra, que me iría por unos meses a Irlanda. Lamento
haberle mentido. Pero ya ve que era absolutamente necesario hacerlo.
El
capitán se mostró extraño sin expresar opinión alguna y con una expresión que
rozaba la indiferencia y el asombro.
_ ¿Me
está hablando usted enserio?_ se animó a preguntar después de unos cuantos
minutos._La imitación que hizo sobre usted debe haber sido sumamente majestuosa
para haber engañado a un centenar de personas, sobre todo, a la Policía misma. ¿Pero, qué
sucedía si el señor Ordoñez venía personificado de usted a verme a mí? Esto
suena demasiado delirante. ¿Cómo se enteró usted de que había alguien que lo
imitaba?
_ En
respuesta a su primera inquietud, no estaba entre los planes del señor Ordoñez
visitarlo a usted porque corría el riesgo de que pudiera identificarlo, de
descubrir que en verdad ése no era yo y que se trataba de un impostor. Y por
otra parte, lo descubrí porque leí los diarios y vi casos resueltos por mí que
me asombraron y que no sabía que había resuelto. Pensé que el señor Ordoñez era
alguien tan brillante como yo, pero en verdad sólo aparentó serlo porque
resolvía bajo mi apariencia los asesinatos que él mismo cometía. El propósito
de ése ardid fue infiltrarse en la Policía para saber cuánto sabían de él y qué tan cerca estaban de atraparlo. Al leer la
noticia de la muerte del señor Gastón Grimau y encontrarme con que fue
envenenado con cianuro de potasio, el mismo método de ejecución que aparecía en
la mayoría de los casos que yo en teoría resolvía, supe que se trataba en todos
los casos del mismo intruso. Lo investigué, lo encontré, lo seguí y me llevó
directo hacia usted.
_
¿Cuántos casos que supone que resolvió usted?
_
Cuatro, tres de los
cuales fueron por envenenamiento
con cianuro de potasio. Fue un
matrimonio con su hijo. El cuarto caso fue un disparo en la cien. Le prometo
mañana a la mañana ponerme en campaña para investigar estos cuatro casos y
hallar todas las evidencias que lo relacionan directamente con el señor Matías
Ordoñez. Entonces, podrá no sólo acusarlo de un asesinato, sino de cinco, más
juego ilegal, robo de identidad y demás cargos que pueda achacarle. A
propósito, después le daré el pañuelo con la aguja hipodérmica que el señor
Ordoñez utilizó para matar al señor Grimau. La conservo todavía encima.
_ Yo no
leí sus falsos casos, si prefiere llamarlos así, en ningún diario.
_
También me responsabilizo por eso, capitán Riestra. Lo lamento, pero era
menester quitarlo discretamente del medio para que sus emociones no se
interpusieran a mis planes.
El
capitán Riestra trató de digerir lo que acababa de escuchar y todo el caso, en
general. Toda la información y la cadena de eventos tan inusuales y atípicos
constituían uno de los casos más sobresalientes que hasta ése momento haya
investigado. Cuando el inspector advirtió que el capitán había adquirido una
actitud que difería bastante de la habitual, Dortmund tomó su copa de bebida y
la alzó al aire.
_
Brindo_ clamó con efervescencia_ por un trabajo bien hecho. Admito que se ha
usted lucido de una forma muy notable, capitán, pese a que los resultados no fueron los que usted esperaba.
Riestra
cedió a los halagos de Sean Dortmund y los dos estallaron en carcajadas.
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