lunes, 8 de mayo de 2017

Tragedia en Mesopotamia (Gabriel Zas)







 
_ ¿Qué tal su fin de semana, Dortmund?_ le dije a mi amigo con interés cuando traspasó el umbral de la puerta. Se había ido todo un fin de semana largo solo a la región mesopotámica argentina para descansar. Se fue un jueves a la tarde y volvió un lunes a la mañana temprano. Se lo veía cansado por el viaje pero enérgico y completamente renovado.

_ Un descanso típico que resultó no salir como imaginaba o esperaba. Usted me entiende, doctor_ me respondió el inspector guiñándome el ojo acompañando el gesto de una sonrisa perspicaz y reveladora.

_.¿Un asesinato?_ le pregunté con recelo.

Afirmó con una exclamación.

_ Cuénteme, por favor_ le sugerí impaciente.

Se terminó de instalar de nuevo en nuestra residencia, se acomodó plácidamente en una butaca que colocó justo frente a mí, se aclaró la garganta y comenzó.

_ El escenario fueron las ruinas jesuitas guaraníes, una estructura altamente imponente y de una belleza solemne_ introdujo el tema, Dortmund._ Es un gran atractivo turístico y como tal organiza varias visitas guiadas durante todo el día, en especial los sábados y domingos. Pero como el reciente fue un fin de semana largo y se incrementó arduamente el número de visitantes, incorporaron mayoritariamente franjas horarias excepcionales para concentrar el flujo de gente inusual para que nadie se quedase sin ver ni contemplar semejante maravilla arquitectónica.

El hecho puntual sucedió el sábado en horas de la tarde, alrededor de las 14:15. Y más que de un asesinato, se trató de una tragedia, de esas que tanto afectan al alma humana sin remordimientos ni culpas. Estábamos todos prestando especial atención a la explicación del guía, cuando el momento tan grato e instructivo que estábamos compartiendo fue interrumpido bruscamente por un disparo de arma de fuego que provino del lado norte. Seguí el eco del sonido hasta su origen y me encontré con una mujer tendida en el suelo, muerta por un impacto de bala recibida en su sien derecha. La pobre se llamaba Cristina Auyero y frente a ella, a una distancia relativamente corta, prudente y considerable; estaba parado su exmarido, identificado como Roque Siloci, quien sostenía el revólver entre sus manos, aún. Estaba tenso, shockeado, nervioso, paralizado, consternado y no paraba de llorar y preguntarse porqué hizo lo que hizo.

Cuando me acerqué hacia él, lo primero que hizo fue confesar el crimen, sus palabras sólo giraban en torno a su confesión. Sin embargo, había dos puntos contradictorios que percibí de inmediato. El primero fue que si realmente el señor Siloci hubiera asesinado a la señora Auyero, el impacto de bala tendría que haber sido en el pecho o en su defecto en la parte frontal de la cabeza. Pero la bala entró por el costado derecho de la cabeza. Y fue extremadamente extraño porque pude darme cuenta enseguida que el señor Siloci siempre estuvo parado en ésa misma posición todo el tiempo. Y el segundo detalle que advertí fue que Roque Siloci sostenía el arma con absoluta firmeza y seguridad. Y si él hubiera verdaderamente disparado el arma por accidente, se le tendría que haber caído de la mano y haber intentado socorrer de alguna forma a la señora Auyero y eso ni nada parecido ocurrió. Y si la hubiera asesinado premeditadamente, tendría que haber huido de la escena urgentemente, y es claro que eso tampoco sucedió. Entonces, ¿por qué Cristina Auyero tenía el orificio de entrada en el costado de la sien derecha y por qué el señor Siloci mantenía el arma consistente entre sus dedos y además parado de frente hacia ella?

_ ¿El disparo salió de ésa misma arma?_ le pregunté a Dortmund, reflexivamente.

_ Sí_ me respondió él con seguridad._ Y fueron estos dos pequeños pero significativos detalles los que me dieron la pronta solución del caso.

_ Por más que lo analizo, no logro ver nada claro en todo esto.

_ Pues, todo es más claro de lo que parece. Mientras estaba disfrutando de la visita guiada, escuché de lejos una discusión subida de tono entre dos personas pero el hecho fue ignorado por mí en esos momentos. Más tarde, con la aparición del cuerpo de la señora Auyero, atribuí la discusión a ella y al señor Roque Siloci. Y no me equivoqué en ese aspecto.

Las cosas entre ellos no estaban bien desde hacía varios meses. Su matrimonio estaba en una etapa de erosión constante y prácticamente irreversible. Roque Siloci empezó a verse con otra mujer con la que mantenía una relación intensa y dinámica. El señor Siloci solía decirle a la señora Auyero que iba a llegar tarde a casa por cuestiones de trabajo, la vieja excusa que jamás va a pasar de moda. Pero ella empezó a sospechar que algo no andaba bien. Y aunque todas las veces que la señora Auyero confrontó a su esposo por este tema él le negara todo, ella ya lo presentía. Cristina Auyero estaba completamente enamorada de Roque Siloci, pero el amor no era recíproco y se había terminado hacía rato ya. Él llegó a hacer de todo para alejarla, pero para Cristina Auyero el señor Siloci era todo su mundo y no existía nadie por fuera de él. Y más de una vez, puedo asegurarle doctor, que la tercera mujer en discordia le propuso al señor Siloci deshacerse definitivamente de la señora Auyero porque era un obstáculo entre ellos dos. Así funciona la psicología de ésta clase de mujeres. Siempre ven a la esposa de su amante como un impedimento y persuaden perversamente a aquél para hacer cualquier cosa que permita sacarla del medio.

El señor Siloci y su amante aprovecharon este fin de semana para escaparse juntos, eligiendo como destino turístico la Mesopotamia argentina. Pero ninguno de los dos contaba con que Cristina Auyero los iba a seguir. Debió ser en el hotel donde ella lo agarró a su esposo in fraganti y el señor Siloci, evitando que su amante interfiriera, llevó a la señora Auyero a conversar e intentar calmar las aguas a un lugar más tranquilo. Ella hizo todo lo permitido para disuadir al señor Siloci de volver con ella y ser una pareja feliz otra vez, pero cuando vio que él no iba a cambiar de decisión, se alejó unos pasos y extrajo el arma de su cartera. Roque Siloci se habrá asustado porque habrá imaginado en ése momento que las únicas intenciones de la señora Auyero eran matarlo. Pero, para sorpresa suya, ella amenazó con quitarse la vida si no podía recuperarlo, porque ya no podía vivir rodeada de tanto dolor, y menos aún, siendo consciente de que su esposo tenía una doble vida con otra mujer.

Roque Siloci no hizo nada para evitar el suicidio de su esposa. Dejó que ella lentamente se apoyara el revólver en la sien y segundos después apretara del gatillo. Inclusive, la alentó a que lo hiciera. Era la solución que tanto deseaba, la que él no quiso ejecutar. Tuvo la ocasión de arreglar las cosas y no la desaprovechó. Pensó quizás que lo de Cristina Auyero era de palabra solamente, pero no, porque cumplió su promesa y se mató delante de suyo. Y cuando ella se desplomó sobre el suelo, él cayó en la inevitable y dura realidad. Se dio cuenta que amaba a su esposa más de lo que admitía, que era el amor de su vida y que jamás podría perdonarse el no haber evitado la tragedia. Y fue ésa culpa insoportable la que lo motivó a tomar el revólver y mentir respecto a que la había asesinado. Su dolor fue tan real como la pérdida sufrida.

_ ¿Simuló un asesinato sólo por amor?

_ Tal como usted lo plantea, doctor. Una tragedia más del alma humana atormentada por los celos, la ira y la culpa.

_ ¿Las pruebas son concluyentes? No es que dude de su capacidad, Dortmund...

_ Las pruebas son tan sólidas como la historia misma.

Me quedé pensativo por un largo rato.

_ Pese a que el caso fue resuelto y aclarado_ dije luego con un tono de voz persuasivo, _ ¿no pudiera darse el caso de que la amante los haya seguido, haya matado a la señora Auyero y el señor Siloci se haya achacado el crimen para protegerla?

Sean Dortmund me miró extrañado y su expresión no fue nada convencional. ¿Había considerado ésa posibilidad y la descartó más tarde con las investigaciones que efectuó o jamás la tomó en cuenta y había dejado a una asesina en libertad? Me desesperada la sola idea de que Dortmund, por primera vez en su vida, se hubiera equivocado.
 

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