jueves, 20 de julio de 2017

El misterio del hombre del retrato (Gabriel Zas)




Analizar la personalidad de cada persona era, para Sean Dortmund, algo natural. Solía juzgar a cada individuo que tenía delante suyo sin importar las circunstancias. Juzgaba las peculiaridades mentales de cada ser, definiéndose como un notable analítico, cuyas observaciones podían penetrar el alma y hasta los sentimientos más profundos de un ser humano, sin nunca exteriorizar el resultado de sus observaciones, sino que se valía de ellas cuando investigaba un caso para comprender ciertos comportamientos de todos los involucrados. Varias crónicas de algunos de sus casos pueden servir de ejemplo a estas enunciaciones que acabo de exponer. Pero un ejemplo más esclarecedor es la presente historia, que cuenta con unos detalles muy pocos frecuentes y una cadena de situaciones por demás desconcertante.

Todo sucedió durante el verano de 1997, cuando Dortmund y yo disfrutábamos de un delicioso almuerzo en nuestra residencia, que fue interrumpido por los golpes desesperantes de una mujer que exigía ver a mi amigo inmediatamente. La invitó a pasar amablemente y le indicó que se sentara en una silla, que él caballerosamente le arrimó. Brotaban de su rostro gotas de sudor. Pero no eran a causa del intenso calor que agobiaba a la ciudad, sino por el miedo que se apoderó de ella de una manera impresionante.

Dortmund la tranquilizó y le dio de beber un vaso con agua. La muchacha era alta, de unos ojos celestes brillantes pero desencajados en ése momento; cabello rubio rizado pero altivamente desprolijo; el rostro, blanco como el papel y la piel escamada. Todas éstas características fisiológicas eran compatibles con una experiencia muy traumática vivida. Cuando por fin se repuso de su estado de ansiedad, dijo:

_ Perdone por cómo me encuentro, pero he pasado por una experiencia terrible_ volvió a fatigarse, tomó aire y continuó: _ No tengo pruebas para respaldar lo que voy a contarle y, por ende, se me hace imposible suponer que usted llegue a creerme algo de lo que pretendo narrarle.

_ El estado en el que se encuentra es prueba suficiente. No necesito más_ replicó Dortmund, solemnemente_. Veo que ha sucedido algo que sin dudas la perturbó a usted de una manera profunda.

_ Gracias. Es usted muy cordial y comprensivo. Y por eso vine a verlo. Sé que usted trabaja de forma independiente, es discreto, metódico y asesora a la Policía en casos de suma urgencia.  Pero, me da miedo que la Policía no me crea y en virtud de lo que sufrí, temo empeorar las cosas si los involucro a ellos desde el comienzo. Créame que no fue con la intención de molestarlo a éstas horas, pero ya no soporto ni un segundo más contener las cosas. Estoy dispuesta a correr cualquier clase de riesgo, sin importar las consecuencias. Me siento a salvo con usted, inspector Dortmund.

Mi amigo se encogió de hombros.

_ Me halaga, señorita_ repuso él, modestamente_ disculpe mis modales, ¿desea usted comer algo?_ se dispensó casi inmediatamente.     

_ Es usted muy amable_ respondió humildemente nuestra visitante _ pero tengo el estómago cerrado.

_ La escucho_ dijo Dortmund y la invitó a comenzar con el relato con un ademán.

_ Ante todo, mi nombre es Cecilia Graviño y soy una destacada artista plástica. Mis trabajos se han expuesto en los museos de arte más importantes de Buenos Aires. Generalmente no suelo vender mis obras porque no hago más que una copia de cada una, así qué la gente que admira mi talento me paga un monto de dinero considerable para hacerle una pintura particular. No tengo ni un sólo día de descanso, pero no me quejo porque disfruto mucho lo que hago. Pocas son las personas que me piden que les pinte un paisaje. Frecuentemente, me solicitan que retrate a algún familiar o a la propia persona. Y, a veces, tengo que apresurarme porque me exigen que lo termine de un día para el otro. Pero la recompensa es muy satisfactoria. Suelo cotizar mis trabajos de acuerdo a la dificultad que presente realizarlo.

<Habiéndole dicho esto, procuraré extenderme lo menos posible, haciendo el esfuerzo de no omitir ningún detalle relevante. Ayer a la tarde, vinieron dos hombres a verme. Uno de ellos era alto, delgado, de una mirada penetrante y fría, pero con unos modales muy cordiales. El otro era bajo, con un espeso bigote, cejas gruesas y sus modales también eran muy cordiales. Parecían tener una buena posición y estaban muy interesados en contratar mis servicios. Según me dijeron, eran hermanos y querían hacerle un obsequio muy particular a su madre. Me anticiparon que si el trabajo superaba sus expectativas, iban a pagarme el doble de lo que yo les pidiera. Me pareció una propuesta interesante y acepté sin oponerme, confiada que todo iba a salir bien. Dispuesta a evaluar el temperamento de esos tipos, podría arriesgarme a pedirles más de lo que el trabajo saliera. Les dije que aguardasen un instante porque estaba terminando un encargo que lo tenía que otorgar ésa misma tarde, pero insistieron en que tenía que hacerlo ya mismo porque tenían que entregarlo urgentemente ésa misma noche. No pude resistirme a sus reiteradas insistencias y no tuve más salida que acceder a su petición. Me dijeron que era necesario que fuese con ellos, que un coche estaba esperando en la puerta. Desconfié un instante, pero me vestí y me fui con ellos, habiendo elegido previamente los elementos que iba a utilizar>.

<Me obligaron a subir, siempre conservando los buenos modales, a una elegante limusina color negra con vidrios polarizados. Primero subió el tipo de los bigotes, después me hicieron entrar a mí y por último ingresó el que quedaba, quedando por ende yo entre medio de ambos. Por alguna extraña razón, me inspiraron un poco de miedo, pero hasta ése punto, supe controlarlo.>

<_ ¿A dónde vamos?_ me aventuré a preguntar con algo de temor>

<_ Por ahora, es mejor que no lo sepa_ me respondió cortésmente el de los bigotes.>

<_ No pregunte demasiado_ agregó el otro, un poco más agresivamente_ Cuánto menos sepa, mejor. Sería una terrible frustración que usted se enterase de todo. Y por su bien, por favor, no nos decepcione. La respetamos y sería una gran pena tener que lastimarla. No queremos eso, señorita Graviño.>

<Imagínese cómo me sentí ése momento, inspector Dortmund. No comprendía qué los había impulsado a raptarme de un modo tan extraño y siniestro, a la vez. Todo el viaje fue una inacabable agonía para mí. El silencio fue torturante. Me sentía protagonista de una pesadilla que apenas estaba comenzando y que no sabía ni cuándo ni cómo terminaría. No tenía ni la menor idea de por dónde íbamos ni hacia dónde. Ahí comprendí qua cualquier intento por negarme a colaborar con ellos sería inútil.>

<Finalmente, nos detuvimos después de recorrer quién sabe cuántos kilómetros.No tenía idea ni del lugar ni del tiempo ni de absolutamente nada. El que estaba sentado a mi derecha abrió la puerta con cierto recaudo, bajo con precaución y cuando corroboró que todo estaba en orden, con un movimiento de cabeza, le indicó al otro que me baje del coche. Me tomó del brazo y me obligó a descender con cierto apuro.Ni bien estuvimos todos afuera, la limusina se desvaneció del lugar como un relámpago.>

<Cruzamos un amplio jardín hasta que arribamos a la puerta principal de la casa. No tenía nada de extraordinario: una profusión de árboles, algunas plantas, pasto cortado al ras... Nada extraño. Uno me vigilaba y el otro tocó timbre, por donde salió una voz ronca a los pocos segundos.>

<¿La encontraron?_ preguntó aquélla voz>

<_ Sí, señor_ respondió el tipo de la mirada fría>

<_ Que pase>

<Me colocaron una venda en los ojos e inmediatamente, se escuchó un ruido metálico, uno de los tipos empujó apenas la puerta y la abrió sin demasiados esfuerzos, y en menos de un minuto, me introdujeron en una habitación acogedora y muy destemplada, por cierto. Claro que me quité el vendaje ni bien abandonaron el cuarto. Era claro que no querían que supiese en dónde estaba. El lugar ese carecía de ventanas y de algún tipo de conexión con el exterior. Solamente, había una silla de madera enfrente de una mesa ratona, que estaba un poco enpolvada, a decir verdad. Todo parecía indicar que estaba en el sótano de la casa, pero eso era sólo una irreverente especulación.>

<Tuve la repentina ocurrencia de golpear las paredes para ver si conseguía algo, pero fue un intento inútil, porque eran de concreto macizo y sintético. Pero de golpe, oí que la puerta se abría y observé como otro hombre diferente a los que hasta entonces conocía dirigía sus pasos hacia mí. Este otro tenía el cabello platinado, gafas oscuras y un tatuaje del lado derecho del cuello, aunque no reconocí muy bien el diseño. Sus ojos eran fríos como el acero y su mirada inexpresiva me incomodaba en exceso. Estaba asustada, me temblaba todo el cuerpo y la respiración la tenía por demás acelerada. Me relojeó de pies a cabeza y con la misma voz gruesa de antes, me dijo.>

<_ Espero que no tenga usted ninguna mala intención, señorita Graviño. Pero mis ojos tuvieron la dicha de contemplar su destacado talento y es por eso que es menester indispensable que usted cumpla con mis deseos. Créame que no le conviene decirme que no y mucho menos, oponer resistencia. Es por su bien.>

<Hablaba calmadamente y pausado, pero su tono era cruel y desafiante. Pronunció cada palabra con rencor y desprecio. Enfatizó algunas de ellas, lo que podía interpretarse como una clara amenaza. Las manos me temblaban descontroladamente, y si tenía que pintar algo tenía miedo de incurrir en un error que me costata la vida. De modo que apliqué toda mi fuerza de voluntad en concentrarme en lo que debía hacer. Tenía que estar tranquila sí o sí para procurar no equivocarme.>

<_ ¿Qué quieren de mí?_ tartamudeé>

<_ Que haga el retrato de alguien muy cercano a nosotros._ y volvió a mirarme con resentimiento.>

<_ ¿De quién?>

<_ Ésa es información confidencial.>

<_ ¿Y cómo voy a hacer mi trabajo, entonces?>

<_ Sólo guíese por el sonido de mi voz. Usted dibujará los rasgos que yo le indique, siguiendo muy al pie de la letra mis instrucciones. De lo contrario, se arrepentirá.>

<Me quedé estupefacta. No tenía palabras para decir. De repente, un sentimiento de injuria, impotencia y desesperación comenzó a apoderarse de todo mi cuerpo. Quería pensar que todo eso era una pesadilla, y que despertaría pronto y todo volvería a la normalidad. Pero todo eso era muy real, por lo que me concienticé en no perder nunca las esperanzas. Sólo me restaba esperar y rezar que todo saliera a la perfección.>

<Tenía ganas de escaparme de ahí, pero sabía que cualquier esfuerzo por conseguirlo me costaría la vida. Mi mayor miedo radicaba en pensar que sucedería después de que concluyera el dibujo: ¿me dejarían en libertad o me matarían?  Y no podía obviar el hecho de que trabajar bajo presión implicaba un riesgo mucho mayor, que no estaba dispuesta a asumir.>

<Aquél tipo se estaba desvaneciendo del cuarto, cuando repentinamente se volvió hacia mí de un modo muy brusco.>

<_ ¡Ah! Una cosa más._ dijo_ No se le ocurra exagerar alguno de los rasgos ni tergiverse ninguna línea ni nada por el estilo, porque le prometo que lo va a pagar muy caro. Y lo más importante, y téngalo muy en cuenta, tiene solamente dos horas para terminar el trabajo. Se le cronometrará el tiempo por reloj._ y dejó escapar una risa algo siniestra. Abandonó la habitación y oí lentamente girar la llave en la cerradura.>

<Quedé sola en medio de la oscuridad sin saber lo que iba a ocurrirme, con un inmenso escalofrío que recorría todo mi interior incesantemente. Tuve un impulso por gritar desaforadamente, pero me contuve contra mi voluntad, haciendo el mayor esfuerzo del mundo por conseguirlo. >

<De pronto, se encendió a medias una luz blanca de una lámpara que estaba justo debajo de la puerta. Me sentí bastante más aliviada cuando oí acercarse unos pasos. La silueta que observé a través del reflejo de la luz en nada se correspondía con los que hasta ése momento había conocido. El picaporte giró en un intento desesperado por abrirse. Y cuando la puerta por fin se abrió, apareció una mujer en el hueco, con la oscuridad del vestíbulo a sus espaldas y la luz de la lámpara cayendo de lleno sobre su rostro asustado y fatigado.  No me dio tiempo a reaccionar de ninguna manera. Me levantó un dedo para indicarme que guardara silencio y me susurró algunas palabras mientras sus ojos miraban la oscuridad que tenía detrás.>

<_ Váyase ahora_ me dijo, haciendo un sobre esfuerzo por conservar la calma.>

<_ No puedo_ le respondí_ me tienen amenazada y no voy a asumir semejante riesgo. >

<_ No vale la pena que espere.  Puede irse por la puerta de atrás sin que la vean. Yo la ayudaré. No pierda tiempo.>

<_ Al darse cuenta que me escapé, me perseguirán, me atraparán y me asesinarán.>

<_ ¡Por el amor de Dios! Salga de acá antes que sea demasiado tarde.>

<Aquélla mujer, por lo que yo advertía, me daba la impresión que estaba loca. Así que, con una expresión firme, volví a negar con la cabeza y le dejé bien en claro que mi intención era quedarme en donde estaba.>

<_ ¿Puede decirme en dónde estamos?_ le pregunté>

<_ Viña. Pero no sé más que eso_ me respondió afablemente>

<Estaba a punto de insistir en sus ruegos, cuando se escuchó de repente un portazo fuerte proveniente del piso de arriba y atrás de eso, se oyeron pasos en la escalera. La mujer, que hasta ése momento no supe quién era ni porqué estaba ahí, me hizo unos gestos desesperados con las manos y desapareció tan imprevista y silenciosa como había venido.>

<Los que se acercaban eran los dos hombres que me habían raptado, con una expresión de descontento cada uno.>

<_ Creí haber cerrado la puerta con llave_ dijo algo confuso el de las barbas>

<_ El jefe vino a verla._ lanzó el otro_  Posiblemente se haya olvidado de cerrarla cuando se fue>

<El tipo de los bigotes hizo una mueca de duda, como quien no está del todo convencido>

<_ Venga con nosotros. Está todo dispuesto para que comience con el trabajo. El jefe la espera>

<Me condujeron por las escaleras al piso superior.  Primero, el de los bigotes; después, yo; y finalmente el otro, cerrando la marcha. La casa era un verdadero laberinto, con pasillos, corredores, estrechas escaleras caracol y puertas con una arquitectura de otras épocas, con los umbrales desgastados por el paso del tiempo y carente de muebles.>

<Procuré adoptar un aire sumamente tranquilizante y relajado, pero no pude olvidarme tan fácilmente de las advertencias dela otra mujer  a pesar de haber ignorado sus súplicas ni mucho menos, las de ellos. Nos detuvimos ante una gran puerta de madera. Al abrirla, me hicieron entrar a mí primero.  Era un cuartito muy acogedor en el que apenas había lugar para cuatro personas., sutilmente decorado y amueblado. Había una enorme pizarra sostenida por un atril, con un banquito situado justo enfrente, en el que me ordenaron sentarme. El tipo de la mirada cueza vigilaba la entrada, mientras que el otro se puso a mi lado a la derecha, apuntándome con un revólver puesto arriba de la cintura. Cerré los ojos por un instante, manifestando un nerviosismo extremo.>

<_ Tome el lápiz_ me ordenó el jefe>

<Con el pulso acelerado, obedecí.  Activó el cronómetro de su reloj y comenzó a describirme los rasgos de la persona, dibujando cada detalle a consciencia y lo más rápido que mis nervios me permitían.  Concluí el retrato al cabo de una hora y cuarto de intenso trabajo. Lo miré detenidamente unas cuantas veces, pero no conocía a aquél hombre que había retratado bajo coacción y estrictas órdenes amenazantes. >

<_ Ha hecho un trabajo impecable, señorita Graviño_ me dijo el jefe, indiscutiblemente conforme y satisfecho>

<Sentí un alivio muy profundo tras oír aquéllas palabras. Acordamos la suma y me pagaron sin oponerse en absoluto.>

<_ Pero tengo que advertirle que si llega a decirle a alguien una palabra de todo esto, tendré que lastimarla. ¿Me comprende, cierto?>

<Asentí con un ligero movimiento de cabeza. Me iban a liberar, pero aquélla mujer irrumpió con violencia en el cuarto, me tomó de la mano a la fuerza y me sacó de ahí contra mi propia voluntad. Intenté detenerla pero fue imposible.  Tuve que correr con todos mis impulsos, pese a que las piernas no me daban para tanto.  Esos tipos salieron corriendo atrás nuestro con claras intenciones de matarnos si llegaban a alcanzarnos. Manteníamos cierta ventaja con ellos ya que estaban muy por detrás de nosotras, pero corrían mucho más rápido que ambas. Ésa mujer se empezó a debilitar de golpe y cayó al piso. Quiso reponerse pero no lo consiguió. Intenté ayudarla desesperadamente pero se negó a recibir mi ayuda y me insistió en huir sin ella. Cuando quise levantarla… Estaba muerta. No sé qué la mató. No tenía ninguna herida ni nada similar. Al ver que los tipos se acercaban, logré escapar y salí a un lugar que desconocía. En un intento exasperado por pedir ayuda, un auto se detuvo, me recogió y gentilmente me trajo hasta acá.>

<Eso es todo, inspector Dortmund. No sé quién es el hombre del retrato, pero sea quien sea, sé que se encuentra en grave peligro. No sé ni siquiera bajo qué intenciones me hicieron dibujarlo ni mucho menos quiénes son ellos. Sólo sé que si me encuentran, me matan. Desconozco quién era ésa mujer, hace cuánto tiempo estaba cautiva y porqué la tenían, pero tuvo una razón muy grande para intentar ayudarme. Dejo el asunto en sus manos, inspector Dortmund. Espero que pueda usted hacer algo. Es indispensable apurarse. Un segundo perdido puede resultar fatal para cualquiera, inclusive para mí.>

_ Si bien todo parece confuso, se me ocurre una posible solución._ dijo Dortmund, reflexivo_ Usted estará protegida y segura mientras permanezca acá, con nosotros. Tendrá todo lo que necesite a su entera disposición.

_ Le estoy inmensamente agradecida.

La condujo al cuarto de huéspedes.

_ ¿Qué piensa, doctor Tait?_ me dijo Dortmund, al regresar.

_ A primera vista, resulta claro que aquélla mujer que intentó ayudar a nuestra visitante era conocida de ellos_ respondí audazmente.

_ ¿Cómo saca ésa conclusión?

_ Por un simple detalle: si ésa mujer hubiese estado verdaderamente secuestrada, tendría que haber estado en condiciones idénticas en las que se hallaba la señorita Graviño, es decir, encerrada en un cuarto bajo llave del cual le hubiese sido difícilmente posible escapar. Sugiere entonces que si Cecilia Graviño estaba encerrada bajo llave y la única persona que la tenía era el jefe, sabiendo que no existe copia alguna como principal característica que tiene un lugar donde hay alguien cautivo; entonces ésa mujer, en un juego hábil de manos, le sustrajo las llaves e intentó ayudarla. Pero, ¿por qué? Lo único razonable es pensar que no la querían a ella, sino al hombre del retrato, quien puede resultar ser su amante. Sabe que lo andan buscando y como un recurso para evadirlos y poner a salvo su vida, recurre a modificarse el rostro con una máscara sintética que lo altera plenamente. Esos tipos advierten esto mismo y secuestran a la otra mujer  para que les diga cómo es él ahora con el cambio de apariencia. Pero pese a que ella se los describe sin otra alternativa, necesitan tener una imagen precisa y secuestran a la señorita Graviño para lo dibuje. Obviamente, la dama misteriosa sabe el propósito de ése trabajo y por causas concretas, trata de evitar que la señorita Graviño lo lleve a cabo. Pero no lo consigue. Ellos advierten esto y para no dejar rastros ni ningún tipo de evidencia, la envenenan por lo que ellos consideran una traición. Y cuando ella se da cuenta de que ya era demasiado tarde, asume el riesgo de escapar. Podríamos suponer entonces, que no llevaba demasiado tiempo secuestrada y que los desconocidos venían tratando un asunto muy delicado con el hombre en cuestión hacía ya un largo tiempo. La mujer muerta conocía a los secuestradores. Y ahora, con ella fuera de juego, tienen  el camino libre para huir. Mataron dos pájaros de un tiro.

_ ¡Bravo, doctor Tait! ¡Admirable lo suyo y un relato sobresaliente! Es usted excelente. No creo que esté tan errado. Pienso lo mismo. Y si las conjeturas no son equívocas, podremos resolver el caso antes de lo esperado y con mayores probabilidades de tener éxito.

_ Primero, debemos encontrar el lugar en donde la señorita Graviño permaneció cautiva. ¿Cómo haremos para localizarlo?

_ Necesitamos que ella nos diga todo lo que se acuerde, tanto del retrato, como aspectos propios del lugar: olores, colores, arquitecturas, paisajes, descripciones… Pero nuestra prioridad es encontrar al hombre del retrato antes que los captores.

_ Espero que no sea tarde para eso.

_ Tengo sus mismos deseos. Pero seamos optimistas. Si la señorita Graviño estima la distancia aproximada que recorrió y puede calcular la cantidad de tiempo de viaje del coche que la trajo hasta aquí, no será difícil encontrar la casa.

_ Sabemos, según el propio relato de la señorita Graviño y en base a las propias palabras de la otra mujer, que se trataba de Viña. Pero no tenemos mayor información al respecto, exceptuando algunos detalles de la casa y de los alrededores que la señorita Graviño mencionó en su historia.

_ Entonces, es probable que la hayan recogido en la ruta 8…

El inspector se dirigió a la habitación de nuestra visitante. Volvió a los pocos segundos.

_ Dijo que ella vive en Malvinas Argentinas. Confirma que se trata de la ruta 8. Va por Malvinas Argentinas, toma el camino hacia Pilar, Exaltación de la Cruz, sigue las indicaciones y llega directo a Viña. Podemos confirmarlo examinando un mapa con detalle y trazando el posible camino realizado.

Dortmund trajo de nuevo a la señorita Graviño. Se la veía mucho más relajada que cuando llegó y mostró un temperamento dispuesto a colaborar con nosotros. Mi amigo le expuso un resumen de los singulares sucesos que habíamos inferido tras su declaración. Fui a buscar un mapa de la provincia de Buenos Aires y lo extendí abiertamente sobre una mesa principal en la sala de estar, en donde estábamos. Ubiqué con el dedo la localidad en cuestión.

_ ¿Qué aspecto tenía el lugar por el que huyó?_ preguntó Sean Dortmund.

_ Era bastante extenso en longitud… Demasiado campo, mucho verde_ respondió Cecilia Graviño, grácilmente.

_ ¿Había otras casas alrededor de la que estuvo usted?

_ No… No vi ninguna otra.

_ ¿Caminó por la tierra?

_ Sí.

_ Entonces, es probable que ésas huellas todavía estén frescas.  Tenemos que ubicarlas. Así nos guiarán al lugar que buscamos.

_ ¿Huellas?

_ Si usted caminó por la tierra, las marcas de sus zapatos quedaron impregnadas.

_ Si fuésemos por la ruta en sentido hacia Viña, ¿podría reconocer el lugar en donde la recogieron?

Quedó reflexiva una fracción de segundos, pero al fin respondió dubitativamente.

_ Sí, seguramente que podré reconocerlo_ pero el tono de su voz expresaba cierta inseguridad.

_ ¿Cuántos kilómetros cree que recorrió desde donde la recogieron hasta aquí?

_ No sé, no puedo estimarlo. Estaba tan nerviosa que prácticamente no me fijé en ningún detalle.

_ ¿Y el tiempo? ¿Tampoco?

_ No

Después de todo, con la poca información que Cecilia Graviño nos estaba proporcionando, era poco probable tener éxito en la resolución del caso. Dortmund le pidió que tratase de recordar todo lo que más pudiera en relación al retrato que dibujó.

_ Me acuerdo muy poco_ dijo ella, lamentándose.

_ No importa._ repuso el inspector_ Ése poco puede servirnos para encontrar al hombre en cuestión antes de que sea demasiado tarde.

_ Muy bien. Lo intentaré.

Le dimos un lápiz y una hoja en blanco. Con un gran esfuerzo de su memoria, realizó el retrato, corrigiendo en algunos momentos algunos rasgos. Se demoró una media hora en concluirlo.

_ Me apena no recordar más.

Tanto Dortmund como yo, estudiamos el retrato con mucho interés y plena concentración.

_ No tiene de qué preocuparse._ dijo mi amigo después de un rato, con un tono de voz resplandeciente_ Hizo un gran trabajo. Se lo enviaremos por fax a Interpol Argentina, a la Policía Federal y a la delegación competente de la Policía provincial. Mientras ellos lo buscan en sus bases de datos para intentar determinar quién es y saber sus últimos movimientos, nosotros nos encargaremos de ir a Viña para intentar hallar la casa en cuestión. No podemos perder más tiempo.

_ Iré a preparar el coche_ dije, mientras tomaba las llaves de la mesa.

_ Muy bien. Haremos primero una parada en la Seccional de Zárate para buscar al capitán Riestra. Su ayuda será muy valiosa.

_ ¿Quién es él?_ pregunté sorprendido.

_ Es el capitán en jefe de la División de Homicidios de la jurisdicción de Zárate/Campana, y además, subintendente de Homicidios de la Policía Federal. Lo conocí en un caso anterior en donde usted, doctor Tait, no pudo participar.

No me opuse a su idea. La persona que nombró indudablemente era un experto en la materia gracias a los dos cargos importantes que ocupaba dentro de la Policía, y no se llega hasta ése lugar por mera casualidad.

Ni bien pronunció sus últimas palabras, Dortmund envió el fax. Para cuando lo hubo enviado, yo ya había puesto el coche en marcha. Primero subió la señorita Graviño en el asiento de atrás, Dortmund le cerró la puerta caballerosamente y luego pasó a sentarse en el asiento del acompañante.  Después de alrededor de una hora y media de viaje, desviando y tomando atajos, llegamos a la Seccional Primera de Zárate y Dortmund permaneció casi una hora hablando con el capitán Riestra, quien aceptó ayudarnos de muy buena fe. Era un hombre simpático, de unos cuarenta y tantos años, delgado, con barba tipo candado, ojos negros saltones y cabello semi largo. El inspector nos presentó informalmente.

Después de unos largos minutos, por fin logramos tomar la ruta 8. En seguida de recorrer algunos kilómetros por la misma, la voz de la señorita Graviño nos puso en alerta.

_ ¡Acá!_ dijo con un tono desesperante_ ¡Acá es donde me levantaron!

_ ¿Está segura?_ intervino por primera vez el capitán Riestra.

_ Totalmente, puedo jurarlo.

Estacioné el auto a un lado del camino y los cuatro descendimos de inmediato. Recorrimos a pie unos metros por donde nos indicó nuestra visitante y  Sean Dortmund observó una marca impregnada en la tierra.

_ Muéstreme su zapato_ le indicó a Cecilia Graviño.

La mujer obedeció. El inspector corroboró que ésa marca correspondía a su zapato. No había dudas: era su huella. Mi amigo la estudió con detenimiento y determinó que había otras iguales. Las seguimos a consciencia. Las que aparecieron en un tramo más adelante eran más profundas que las otras.

_ No hay dudas de que usted corrió desesperadamente buscando huir de esos hombres_ confirmó Dortmund._ Cuando los perdió de vista, aminoró la marcha. La velocidad a la que usted corrió profundizó los pies en la tierra debido a la resistencia de sus piernas. Luego, redujo la prontitud y las pisadas fueron hechas al ras. Inclusive, notará que hay otros dos tipos de huellas con idénticas características que están a escasos metros de las suyas y que considerando el modo en el que están marcadas, los dos que la siguieron debieron correr más rápido que usted, a tal punto que estuvieron bastante cerca de alcanzarla. Y no sé porqué intuyo que tuvieron que hacerlo.

_ ¡No!_ regañó Cecilia Graviño_ Huí por aquél lado. Fue ahí donde los perdí de vista. Se resignaron y regresaron._ y señaló una profusión de varios árboles  sentido hacia el oeste.

_ ¡Dortmund, por acá!_ insistió el capitán Riestra.

Acudimos de inmediato a su hallazgo. Había descubierto una silueta marcada en la tierra y una serie de huellas con dirección hacia el norte.

_ Acá debió ser donde cayó muerta la otra mujer_ dije.

El inspector me aprobó con un simple movimiento de cabeza.

_ Y arrastraron el cuerpo_ agregó el capitán Riestra.

Seguimos las huellas, que nos guiaron hasta un bulto que sobresalía de entre unos arbustos. Era el cuerpo de la otra mujer. Cecilia Graviño se paralizó al verla. Se tapó la cara con ambas manos y se volteó de espalda al cuerpo.

_ Allá está la casa_ dijo Dortmund, señalando derecho.

Al abordarla, ingresamos sin pedir permiso, mientras un oficial que el capitán trajo como refuerzo se quedó afuera con la señorita Graviño. Examinamos la morada de pies a cabeza con resultado negativo.

_ El nido quedó y los pájaros volaron_ acotó Dortmund, con aire de insatisfacción.

Pero su vista se desvió hacia un papel abandonado al lado de una mesa. Lo tomó con una pinza, lo revisó y notó que tenía escrito una dirección.

_ ¿Qué es?_ interrogó el capitán Riestra.

_ Es un domicilio. Creo que pertenece a  Zárate_ repuso Dortmund.

_ ¿De quién cree que sea?

_ Del hombre cuya vida está en peligro. Tenemos una posibilidad de salvarlo. Si el papel con la dirección está acá tirado, es claro que a los secuestradores se les cayó por accidente y no disponen de medios fiables para averiguarla.

El capitán Riestra hizo un llamado por radio para constatar la correspondencia del domicilio hallado. Le respondieron que se trataba del hotel Pilares de Zárate, el principal de ésa ciudad. Nos dirigimos inmediatamente hasta ahí, impusimos un operativo cerrojo, le mostramos el retrato del hombre a personal del establecimiento y nos enviaron a la habitación 347. Cuando ingresamos… Yacía muerto sobre la cama. Pero repentinamente, se levantó y otro hombre igual salió de adentro del baño. Todos miramos a Dortmund, quien nos devolvió una sonrisa insolente y perspicaz.

_ Si una máscara sintética puede “cambiar la apariencia de un hombre”, puede transformar a otro y hacerlo verse igual al primero._ dijo_ El hombre que se levantó de la cama es un oficial de la Policía Provincial, sargento Rodolfo Antúnez, quien tomó el lugar de nuestra víctima,_ y señaló al otro hombre_ el señor Guillermo Amendizábal.  Si esos hombres venían a terminar su trabajo, ver su cuerpo los iba a confundir. Orquesté todo también para que en las cámaras de seguridad del hotel no se viera desde que nuestro oficial entró hasta que tomó el lugar de nuestra víctima. Logré que lo suprimieran y reemplacé ésa escena por otra en donde otro de los nuestros se vistió igual que la víctima para aparentar que llegó acá en un horario distante a la hora cercana a su muerte. Tuve que hacerlo no sólo para despistar a los captores, sino también para confundir a la propia Policía a efectos de mantener en absoluto resguardo al señor Amendizábal. No podía permitirme correr ninguna clase de riesgos.

_ ¿Pero, el papel?_ pregunté algo consternado.

_ Ah_ siguió Dortmund. _ Lo dejé yo adrede y fingí que lo encontré en el momento. Verá, doctor Tait, usted acertó en la solución del caso. Cuando fuimos a buscar al capitán Riestra, le expuse en detalle y de manera concisa todos los hechos. Hasta le mostré el retrato que hizo la señorita Graviño. Coincidió en que su teoría era bastante acertada y recordó que una mujer, de nombre Verónica Turienzo, había desaparecido hacía tres días. La buscamos en la base de datos y salió en efecto que su desaparición tuvo lugar en una zona cercana a los hechos narrados por la señorita Graviño. Rastreó como pudo a partir de algunos detalles de los principales testimonios sus últimos movimientos y así descubrió, mediante algunos datos más que fueron surgiendo en el momento, el nombre de este hotel. Así deduje que la víctima debía estar escondida acá. El capitán Riestra anotó la dirección en el papelito y yo la guardé en mi bolsillo. Cuando vimos el cuerpo de la dama en cuestión cerca de la casa, el capitán Riestra confirmó que se trataba de la señorita Turienzo y pusimos en marcha el plan, que usted ya conoce, porque lo mencioné al inicio. Y lo hice porque tenía que cerciorarme, entre otras cosas, de que la señorita Graviño no nos estuviese engañando. El señor Amendizábal pidió un préstamo a una financiera, pero jamás se imaginó que dicha entidad era un fraude, una pantalla de una banda dedicada al narcotráfico. La financiera se dedicaba, para ser más exacto, al lavado de dinero proveniente de transacciones ilegales, principalmente las vinculadas al narcotráfico. Pero un gran porcentaje de ése capital espurio fue robado mediante una importante estafa con una puesta en escena deslumbrante a una banda rival. Pero ellos se dieron cuenta y ultimaron a cancelar el pago en un plazo máximo de veinticuatro horas, sino las consecuencias iban a ser severas e irreversibles. ¿Y todo por qué? Por la vieja rivalidad entre bandas por la competencia en el mundo de los negocios. Los captores pensaron que engañarlos y robarles a su competitividad directa iba a ser la solución a todo. Gran error. Y ahí fue cuando el señor Amendizábal entró en escena. Recientemente se había quedado sin trabajo y como pesaban sobre sus hombros una serie de deudas que debía pagar con suma urgencia, recurrió a pedir un préstamo y cayó en ésta financiera falsa. Y los traficantes vieron una clara posibilidad de deshacerse de toda ésa suma dándosela a un pobre hombre que no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba sucediendo. Y confiado, aceptó el dinero que la banda le dio, que era una cantidad abundantemente más elevada que la que el señor Amendizábal había requerido. Ellos creen que se desligan del problema que creen haberle atribuido a un pobre infeliz en apuros. Pero los inconvenientes, para ellos, estaban lejos de desaparecer.

_ Un momento_ lo interrumpí a mi amigo, confundido_ ¿Y el retrato?

_ A eso iba, doctor Tait, no se apresure. Cumplidas las veinticuatro horas de gracia que los otros les dieron a esta banda, se apersonaron en la misma financiera reclamando lo que les pertenecía. Y ellos, lejos de buscar excusas, admiten la verdad sobre el destino que tomó su plata, más de cincuenta mil pesos. Y los reclamantes, lejos de aceptar la explicación expuesta, les dan ahora un plazo menor de tiempo para encontrar al señor Amendizábal y recuperar su dinero. Y como garantía, secuestran a la señorita Turienzo, la contadora que contrataron para darle legitimidad a su firma y que no sabía nada de lo que realmente ocurría. Y para asegurarse de que no escapara, le dieron una sobredosis de un somnífero que en pocas horas la mató de un paro cardiorrespiratorio. Pero mientras estuvo viva, la presionaron para que ella dijese todo lo referente al caballero al que le habían dado su dinero. Y ella, para no poner en riesgo al señor Amendizábal, mintió sobre sus rasgos físicos. Contrataron así a Cecilia Graviño para tener una imagen aproximada del señor Amendizábal, que pudo escapar a tiempo gracias a la ayuda incondicional de la señorita Turienzo, que falleció oportunamente por acción de la sobredosis administrada cuando la raptaron. Tenía miedo que descubriesen que aquél hombre retratado en verdad no existía.

Hubo un silencio perpetuo y la mirada de Dortmund recorrió las del resto de todos nosotros en forma simultánea.

_ Pero, en realidad, aquél hombre retratado, sí existía_ continuó explicando mi amigo._ Pero no era el señor Amendizábal, sino que se trataba de Humberto Echagüe, exesposo de la señorita Turienzo. Su nombre salió vinculado al de ella inmediatamente, y según constaba en el expediente, había un pedido de divorcio por parte de la señorita Turienzo que el señor Echagüe le negó rotundamente, dispuesto a no perderla. Así que, ella tuvo una clara oportunidad de vengarse de su marido dándole su descripción a los captores, llevándolo casi a una muerte segura. Pero estando cautiva, supuso que los raptores podrían percibir el engaño y por eso intentó disuadir a Cecilia Graviño, cuando ya era tarde para volver las cosas atrás. Ella debió convencer a alguno de los secuestradores de hacerle un favor si él la dejaba deambular libremente por la casa. Prometió que no iba a escapar y él no pudo rechazar una gran oferta. Se aprovechó deliberadamente de la gran debilidad de la carne humana. Así que procedió a liberarla, pero como Verónica Turienzo no pudo recuperar las llaves, busca y encuentra a Cecilia Graviño, le hace saber de su presencia y la artista forzó, con un poco de esfuerzo, la cerradura con una hebilla y la dejó entrar. Así no fue su relato exactamente, señorita Graviño, pero entiendo que me mintió porque usted no me conocía y no podía confiar del todo en mí. Le sugiero que para la próxima ocasión desista de sus dudas y haga un relato conciso y exacto de los hechos. Indiscutiblemente, los captores descubrieron la cerradura forzada, habrán advertido algo equivocado en la descripción del hombre del retrato y entonces fue cuando ambas huyeron y pasó el resto que ya conocemos.

_ El señor Echagüe sigue en peligro, entonces_ dijo con inquietud, el capitán Riestra.

_ No_ afirmó Dortmund_ porque no era a él a quien buscaban los secuestradores. Son gente calificada y estoy convencido de que consideraron la posibilidad de que la descripción que les proporcionó la señorita Turienzo no se correspondía en nada con la del hombre al que ellos buscaban. Y, bajo éstas circunstancias, no creo que se arriesguen a actuar. Van a mantener el bajo perfil por unas semanas. Pero la Policía ya los está buscando por orden del juez y su captura es inminente. No pudieron haber ido demasiado lejos. Es claro que están en los alrededores de ésta zona.

_ Una historia increíble de dinero y pelea entre bandas con la aparición en escena de un hombre inocente_ aduje, _ y una segunda historia de infidelidad y venganza que se entrecruza inesperadamente en el camino de la primera y que la trama encaja perfectamente en ella. Pero, ¿cómo supo de Amendizábal, Dortmund?

_ Porque Verónica tenía a su vez un amorío conmigo_ respondió el propio Guillermo Amendizábal con total franqueza._ Yo sabía que ella trabajaba en la financiera e ignoraba también que se trataba en verdad de una pantalla. Así que le pedí que me hiciera el favor de hablar con sus superiores para que pudieran otorgarme un crédito y pagarlo cómodamente en cuotas cuando encontrara empleo otra vez. Pero ahora me doy cuenta que Verónica no lo hizo por mí, sino por ella, para conseguir su venganza contra su exmarido. Qué paradójico, porque ella le era infiel conmigo a su exmarido conmigo. Y esos tipos aceptaron extenderme el préstamo para librarse de toda la plata que le habían robado a su banda enemiga y achacarme todo el problema a mí. Agradezco que la señorita Graviño, aquí presente, lo haya contactado a usted, Dortmund. Le debo la vida.

_ Y usted le debe el dinero ése a la Policía Federal. Es evidencia de una investigación en proceso_ repuso mi amigo.

_ Sí, por supuesto_ dijo Amendizábal con predisposición.

_ Entonces, no resolví el caso yo_ me decepcioné, una vez de nuevo en nuestra residencia.

_ ¡Sí!_ reafirmó Dortmund_ porque su teoría de los hechos le dio claridad a lo que suponíamos.

_ ¿Cómo es que la señorita Graviño supo de usted?

_ No se me ocurrió pensar en eso. Quizás se lo pregunte cuando tenga ocasión de hacerlo en algún otro momento que la cruce. Por ahora, preservemos el misterio. Un poco de suspenso a nuestras vidas no le viene nada mal, después de todo.

Y me dio una palmada en el hombro.

 

 

 


lunes, 17 de julio de 2017

Un extraño asunto de a cuatro (Gabriel Zas)




 

                            Un extraño asunto de a cuatro
 
Leandro, Diego y Eugenio Ambrosio estaban esperando desde hacía un rato a su padre, Victorino Ambrosio, en la oficina de su casa. Los citó allí con un propósito desconocido por los propios hijos y en un horario inhóspito: 23:30. Era algo que llamó poderosamente la atención de los tres hermanos porque su padre jamás en la vida se había comportado de forma semejante. Mientras la espera se tornaba insoportablemente intolerable, los tres intentaron inútilmente por un largo rato tratar de descifrar en vano el motivo de la tan misteriosa reunión. Al ver que no consiguieron alcanzar una respuesta que los dejara satisfecho a ninguno de los tres, no hablaron sobre nada más y en los minutos siguientes sólo perduró el silencio, enmarcado en una atmósfera de un sinfín de incertidumbres y confusión.
A las 23:55 puntual, Victorino Ambrosio se apersonó en su oficina en compañía de su abogado, el doctor Jorge Ramos. La confusión de sus hijos se hizo más evidente, y antes de que alguno de ellos pudiera pronunciar alguna palabra, Ambrosio padre hizo un ademán significativo para evitar que eso ocurriese y seguidamente tomó asiento. El doctor Ramos hizo una ligera reverencia a modo de saludo y permaneció de pie detrás de su cliente.
_ ¿Supongo que deben saber porqué están acá?_ preguntó Victorino Ambrosio, dando por sentado que ellos ya conocían la razón de antemano.
Pero tanto Diego como Leandro y Eugenio se miraron entre sí sin saber qué responder. Su padre los miró a todos por igual e impulsó un gesto con las manos de decepción.
_ ¿Así que no saben? ¿O se están haciendo bien los boludos los tres?
_ Es tarde, papá_ dijo con contundencia, Diego Ambrosio, el mayor de los tres._ Andá al grano, ¿qué pasa? ¿Por qué nos citaste tan tarde?
Victorino Ambrosio lo miró fijamente a los ojos por unos segundos en medio de un silencio incómodo. Luego sonrió con soberbia y extrajo de uno de los cajones de su escritorio un pequeño frasco que apoyó sobre el mismo, ante la atenta mirada llena de nervios y dudas de los tres hermanos por igual.
_ ¿Qué es eso? No entiendo_ dijo el hermano del medio, Eugenio, sin entender demasiado adónde pretendía llegar su padre.
_ ¡No se hagan los imbéciles! Esto es silicio y uno de ustedes, o los tres en complicidad, lo estuvieron utilizando para envenenarme de a poco y que cuando muriera, pareciera que morí intoxicado por algo que comí en mal estado. ¿O de dónde se piensan que me vino el problema en los pulmones? Hace rato que lo vienen haciendo.
Antes de que alguno de los tres pudiera decir algo a favor o en contra del resto, Victorino Ambrosio hizo un gesto de silencio con la mano, con lascivia y con autoridad conjuntas.
_ Los escuché en secreto hablar varias veces_ continuó el padre_ sobre la posibilidad de matarme para quedarse con toda mi guita. Hablaban entre ustedes, hablaron con sus primos para que los ayudara. Pero, la verdad y se los digo muy sinceramente, nunca pensé que se iban a arriesgar a hacerlo de enserio. Que iban a tratar de matarme de verdad. Lo descreí siempre, no los creía capaz de algo así a ninguno de los tres ni a nadie de la familia; hasta que hace una semana atrás empecé a sentirme peor después de la cena. Entonces, lo supe. Busqué y encontré este frasco que tienen a la vista en poder de uno de ustedes tres.
De nuevo, uno de ellos iba a intervenir, pero la rápida reacción de su padre se lo impidió. Victorino Ambrosio miró al doctor Ramos, su abogado, y le indicó que le entregara lo que ya sabía. Le dio en mano dos escritos y se los exhibió a sus tres hijos.
_ ¿Saben qué es esto?_ inquirió con descaro._ Son dos testamentos. En el primero, puse como heredero de todo mi capital al que se anime a confesar mi intento de homicidio.
 Y se rió. Luego, continuó.
_ Tiene un espacio en blanco que mi abogado, aquí presente, tiene la orden de llenar con el nombre de quien confiese y luego firmarlo. Con la casa no puedo tomar ninguna decisión, lamentablemente. La ley me obliga a heredárselas por sucesión en partes iguales a los tres. Y en el segundo testamento, dono toda la guita a obras de caridad y los desheredo a ustedes de adquirir derechos sobre mi propiedad. Se quedan los tres en pelotas. Claramente, sólo un testamento va a tener vigencia y carácter legal. El otro lo rompo y chau, a otra cosa. Ésta oferta está en pie hasta..._ y consultó el reloj de pared de su oficina.
_ Hasta las cero horas. Son exactamente las 23:57, tienen tres minutos contados por reloj para tomar una decisión. Piénsenlo muy bien, es una oferta muy difícil de rechazar y válida por única vez en la vida.
Sonrió con premura y bebió agua de un vaso que tenía sobre la mesa de su escritorio.
_ ¡Estás loco, papá!_ disparó frenético, Eugenio Ambrosio._ Yo no voy a formar parte de una locura como ésta. Yo no tengo nada que ver con querer matarte.
_ ¡No me mientas descaradamente en mis narices, Eugenio! Te escuché más de una vez hablar con tus otros hermanos sobre la posibilidad de asesinarme y vos estabas de acuerdo en que yo tenía que morir.
_ Ellos me obligaron. Yo no quería saber absolutamente nada con todo ése disparate.
_ No seas hijo de puta, ¿querés?_ dijo Leandro._ Reconocé que vos sos tan basura como nosotros dos. No vivís en un palacio. Necesitás la guita tanto como Diego y como yo.
_ Nunca pensé que iban a intentarlo de verdad y que lo hicieran parecer como un accidente, encima.
_ Nadie intentó nada, papá_ intermedió Diego Ambrosio._ Admito que lo pensamos y lo hablamos varias veces, sí. Pero nadie quiso hacerte daño. El silicio lo usa el jardinero cuando viene como parte activa del fertilizante que prepara y usa para las plantas, nada más. Usá boro también para las hormigas y los bichos. Lo que pasa es que estás paranoico y necesitás descansar.
_ El boro no hace un carajo, no intentes justificarte. ¿Te creés que no sé que es inofensivo para la salud? Yo encontré el frasco de silicio en posesión de uno de ustedes tres_ confirmó Victorino Ambrosio con absoluta seguridad._ Y tienen menos de un minuto y medio para decirme quién fue, sino se quedan los tres sin nada. Y no me mientan, porque si se responsabiliza quien no corresponde para cubrirse entre ustedes, también expira la oferta y todo queda sin efecto.
_ Uno de ustedes es un hijo de puta_ dijo Eugenio, obseso y desconfiando de sus otros dos hermanos.
_ No seas pelotudo, Eugenio_ saltó al frente, Leandro._ Alguien, igual que papá, nos escuchó hablar de casualidad y nos plantó el frasco a uno de nosotros sin que nos diésemos cuenta.
_ Terminemos con ésta locura, por favor_ quiso calmar las aguas, Diego.
_ Va a terminar cuando tomen una decisión. Ya van a ser las doce. Escucho la oferta que tienen para proponerme.
Pero la tensión y el nerviosismo reforzaron su presencia con solemnidad y cuando todo pareció por un momento descontrolarse del todo, el reloj marcó las doce en punto. Los tres hermanos se miraron entre sí asustados, inquietos, dubitativos y perplejos. Y a su vez, Victorino Ambrosio intercambió una mirada de frialdad con su abogado, Jorge Ramos, acompañada de un extraño esbozo particular, que el legista le devolvió incondicionalmente. Y cuando sus hijos lo percibieron, la tensión entre ellos se incrementó intempestivamente. Don Ambrosio hizo silencio a propósito como si estuviera esperando que algo en especial ocurriera, pero simplemente no sucedió nada aunque su tesitura no se modificó. Y mucho menos, la del doctor Ramos.
_ Ya es la hora_ sentenció Victorino Ambrosio._ Es una verdadera lástima que no hayan tomado una determinación a tiempo. Y bueno.
_ ¡Para un poco!_ saltó de imprevisto, Leandro._ Está bien, vos ganás. Fuimos los tres.
_ Huelo a una gran mentira_ retrucó el señor Ambrosio, olfateando burlonamente el aire.
_ Leandro me dio el frasco a mí para plantárselo al jardinero discretamente en el bolsillo_ confirmó Diego Ambrosio._ Lo tenía guardado por eso, y vos te apuraste a buscar, papá, y arruinaste todos los planes. ¿Contento con la verdad?
_ Claro. ¿Quién iba a sospechar algo inusual si encontraban al jardinero en posesión de un frasco de silicio, que acostumbra a traer siempre para preparar el fertilizante?_ agregó Eugenio, con cierto tinte de maldad en sus palabras.
_ ¿Te rebelaste?_ ironizó Diego._ Cómo cambia la gente enseguida cuando le conviene, eh. Se nota que necesitás la plata.
_ ¿Y vos qué te la das de Santo? Tenés un quilombo terrible con la deuda de la hipoteca. El banco te dio un plazo de un mes para pagar, sino te rematan la casa. Y vos con tu mujer y tus hijos se quedan en la calle. Bah, vos, porque Paula agarra a los pibes y se va a casa de la vieja, y a tus hijos no te deja verlos nunca más en la puta vida.
_ ¿Qué hablás, Eugenio? La tercera parte de la guita no me alcanza para pagar todo lo que debo. Además ubicate, porque mis hijos son tus sobrinos de sangre. ¿Entendés eso?
_ No te hagas la víctima. Te recontra alcanza y encima te sobra como para comprarte cinco casas en Puerto Madero, más o menos.
_ A vos no te alcanza la miseria que te corresponde, porque sos un ambicioso de mierda, un jugador del orto que juega todas las noches al póker en esos casinos clandestinos, que son propiedad de la mafia, que se patina miles de pesos por noche y que encima pierde. Y los tipos te deben tener con el miembro en el traste porque les debés guita y todavía no les diste a préstamo ni un mísero centavo. Y si no les garpás enseguida, te van a buscar y te van a matar.
_ Dejate de hablar pelotudeces.
_ Tengo razón, ¿no?
Diego miró al padre con rencor.
_ Te saliste con la tuya, ¿no? Lograr que admitiéramos el plan en tu contra para matarte. Siempre te saliste con la tuya. Siempre lograste manejarnos y manejar a la familia como quisiste, con tus caprichos de porquería. Por eso mamá te abandonó.
_ Tu madre se fue hace trece años de ésta casa porque se revolcaba con mi contador. El muy desgraciado me cagó. Pero ella se cagó más la vida por haberse ido con semejante pelotudo a cuestas.
_ Eso es lo que vos decís. Pero fue una más de tus maniobras para conseguir lo que querías: poder y control absoluto sobre ésta casa y ésta familia.
_ ¿Y lo conseguí, no?_ admitió Victorino Ambrosio._ Son una lacra los tres. Tenía que ser un accidente sí o sí, porque sino el seguro no les pagaba porque tienen vínculos de sangre conmigo y la cláusula por derecho a la indemnización en caso de asesinato quedaba sin efecto. Son unos hijos de puta. La pensaron bien. Lástima que les cagué los planes.
_ ¡Ya confesamos, ¿no?!_ dijo en un grito, Leandro._ No tengo la culpa de tener dos hermanos imbéciles que no hicieron lo que tenían que hacer con el frasco de veneno. Algo tan simple y no pudieron concretarlo. Y Diego no tuvo mejor idea, mientras esperaba el momento preciso, que guardarlo en su cuarto, en vez de elegir un lugar neutral.
_ Lo hubieses guardado vos y listo. Mirá qué fácil era la cosa.
_ ¡Te lo di a vos porque confié en que lo ibas a hacer bien! ¡Jamás se me cruzó por la cabeza que ibas a ser un pelotudo sin huevos.
_ Confesamos_ increpó Eugenio a Victorino Ambrosio._ Ponenos a los tres en el testamento.
_ ¡Lástima, che!_ repuso el padre con sarcasmo._ El tiempo expiró.
_ Vos nos prometiste que...
_ La condición era que se decidieran antes de las doce_ consultó el reloj_ y ya son casi las doce y diez de la noche. Además, nada de los tres, sólo el que confesara se iba a llevar todo el efectivo.
_ Entonces, me corresponde a mí_ dijo Diego, eufórico._ Yo confesé primero y me hice cargo por lo del frasco.
_ Tiempo fuera_ insistió Victorino._ Es una pena.
E inesperadamente, Leandro Ambrosio sacó de su cintura un revólver y le apuntó directo al padre y al abogado Ramos.
_ Pone mi nombre y firmen los dos. Háganlo ya_ los amenazó.
Pero Victorino Ambrosio, lejos de temerle a la actitud de su hijo, tomó los dos testamentos entre sus manos y se los exhibió, haciendo una sonrisa burlona.
_ ¡Firmá, carajo, o te disparo!
_ Hacé lo que te pide_ le sugirió Jorge Ramos a su cliente, con cierto miedo reflejado en su expresión.
_ Escuchalo a tu abogado, que habla con sensatez. Pone mi nombre, firmá vos, que firme el doctor y me lo entregan tranquilitos, ¿está claro? Nada de trucos o se mueren todos ahora mismo.
Tanto Diego como Eugenio quisieron calmar a Leandro hablándole con serenidad para hacerlo entrar en razón, pero no pudieron. Victorino Ambrosio, en una actitud desafiante hacia Leandro, hizo trizas uno de los testamentos frente a sus ojos. Nervioso, tomó como rehén a su hermano Eugenio, a quien le apoyó el arma en la cabeza.
_ ¿Qué hiciste, viejo pelotudo?_ le dijo Leandro, nervioso a su padre, y con la mano que sostenía el arma temblando.
_ Lo que dije que iba a hacer si no se decidían antes de tiempo.
_ ¿Cuál rompiste? ¡Hablá o le vuelo la cabeza!
_ ¿Cuál pensás que rompí?
Y Victorino Ambrosio se rió burlonamente a carcajadas y atrás lo siguió su abogado. Leandro se desesperó, apuntó a todos con el pulso que le temblaba y disparó al azar contra un jarrón que había en uno de los estantes de la biblioteca. Inmediatamente el miedo y el silencio volvieron a ser los protagonistas de la escena.
_ Te lo voy a preguntar por última vez_ insistió decidido a todo, Leandro Ambrosio._ ¿Cuál de los dos testamentos rompiste?
_ El que tenía el espacio en blanco para rellenar_ respondió Victorino Ambrosio en absoluta calma, sin temerle en nada a la actitud de su propio hijo._ ¿Me vas a matar o sos un cagón sin huevos que no se anima a apretar el gatillo?
Leandro arrojó lejos de sí a Eugenio, que lo tenía de rehén, y le apuntó a su padre directamente a la cabeza. Pero cuando amagó con ejecutarlo de un disparo en la frente, Victorino Ambrosio convulsionó precipitadamente con violencia durante unos segundos y cayó muerto con la cabeza sobre el escritorio y sus brazos al costado del cuerpo. Todos, sin excepción, se quedaron petrificados, hasta que finalmente Jorge Ramos se acercó con cautela al cuerpo, le tomó el pulso y cercioró el deceso de Victorino Ambrosio.
_ ¿Murió?_ preguntó asustado, Eugenio.
_ Sí_ confirmó el abogado._ Seguramente, el veneno le hizo efecto y colapsó. No supieron dosificar las dosis y lo mataron antes de tiempo. La idea era que lo matase el enfisema pulmonar inducido por el silicio para que su muerte pareciera natural, más que estaba el hecho de que él fumaba en exceso. Era perfecto el plan. De todos modos, podemos decir que sufrió un síncope al ver el arma. No sé, inventamos algo.
_ No sufría del corazón. No se lo van a creer tan fácilmente. ¿Qué va a pasar cuando hagan la autopista y encuentren los restos del veneno en su estómago?_ preguntó fríamente, Diego.
_ Yo voy a arreglarlo todo y te aseguro que se lo van a creer_ adujo confiado el doctor Ramos.
Lo miró a Leandro.
_ Ya está, Flaco. Bajá el arma y damela_ le ordenó._ No compliquemos más el asunto.
Dudó unos instantes, pero finalmente Leandro Ambrosio accedió a la petición de Ramos y le entregó el revólver en mano al abogado. Aquél lo tomó y lo apoyó sobre la mesa, al lado del cuerpo.
_ Véanle el lado positivo a la situación_ proclamó Leandro sin remordimientos._ Ahora vamos a poder cobrar la guita en partes iguales los tres. Todos resultamos favorecidos, después de todo, ¿no?
_ ¿Qué estás diciendo?_ le recriminó Jorge Ramos, indignado y nervioso a la vez._ Tu Viejo rompió el testamento que dijo que rompería. El sano es en el que ustedes no ligan nada. Y les puedo asegurar que no existe un tercero.
Diego Ambrosio se agarró la frente con ambas manos y caminó incesantemente de un lado a otro de la oficina.
_ Qué viejo garca, la puta que lo parió_ protestó.
_ Vos sos abogado. ¿Me vas a decir que no lo podés truchar o hacer alguna tramoya legal para hacernos zafar?_ lo confrontó Leandro.
_ Esto no se trata de soplar y hacer botellas, nada más_ respondió el letrado, enojado._ Es algo muy delicado y complejo. Tengo que pensar muy bien qué hacer. Algo se me va a ocurrir pero tengo que estar tranquilo y solo.
_ Ni siquiera lo envenenamos nosotros _ remarcó asustado Eugenio._ Nos aprovechamos de la situación para agarrar la guita. Nadie tenía ése frasco. Nosotros no tenemos nada que ver con eso.
_ Qué ingenuo que sos_ le replicó Diego._ De los tres, siempre fuiste y sos el más tarado.
Eugenio miró a su hermano con sorpresa y estupor, y la misma mirada se la dirigió luego a Leandro, que ni se inmutó.
_ Rajen, tómenselas_ ordenó Jorge Ramos con prepotencia._ Yo voy a pensar en una solución confiable para todos. Váyanse ya. Yo voy a decir que ustedes acá nunca estuvieron.
_ ¿Y cómo vas a justificar tu presencia en la casa tan tarde?_ le preguntó sobrándolo, Diego Ambrosio.
_ No soy boludo_ contestó Ramos._ Digo que vine más temprano a traerle unos papeles que me pidió, no me atendía, te llamé a vos, viniste, me abriste y lo encontramos así. Y vos, dicho sea de paso, no tenés quilombos con tu esposa, que sabe que te fuiste y no la podemos hacer cómplice de nada de esto. El resto no tiene problemas. Acá no estuvieron y se terminó. Le dio un infarto por cualquier otro motivo y listo.
_ ¿Cómo confíamos en que no nos vas a cagar?_ le preguntó escéptico, Leandro Ambrosio.
_ Porque no tienen más alternativa que confiar en lo que digo_ afirmó el abogado._ ¡Váyanse ya! Y no hablen de esto con nadie.
_ Yo me quedo_ dijo Diego._ Si supuestamente te abrí, tengo que estar presente, sino la farsa no tiene sustento.
_ Andá_ insistió Ramos._ Digo que te pusiste nervioso, tuviste una crisis y por seguridad te mandé de vuelta a tu casa. Actúa un poco cuando llegues y sé convincente, así tu Jermu no sospecha nada. Nada de explicaciones, eh. Metele un verso barato y listo. Vamos, fuera los tres. No podemos perder más tiempo del que ya perdimos.
Tanto Eugenio como Diego y Leandro se retiraron, no sin antes amenazar al abogado con tomar medidas drásticas si los traicionaba. Cuando definitivamente los hermanos Ambrosio abandonaron la morada, Jorge Ramos tomó el teléfono de línea e hizo una llamada.
_ ¿Hola? Sí, ya está. El viejo murió y los boluditos de los hijos se hicieron cargo para quedarse con la guita. Improvisaron todo de maravilla los tarados. Empezó uno y el resto lo siguió... Sí, cuando le propuse a Victorino la idea de la reunión con los hijos y todo el demás circo, aceptó enseguida. El pobre viejo inocente de verdad creyó que lo querían matar los hijos y ellos, ya te digo, reaccionaron tal cual supusimos que lo iban a hacer... Sí, le metí la dosis letal de silicio en el vaso con agua mientras discutía con los hijitos y ni se avivó... Perfecto, vení ya y esperame con el auto a la vuelta. Chau.
Y antes de que termine de colgar, se escuchó un estallido y Jorge Ramos se desplomó sobre el piso. Pues, Victorino Ambrosio le disparó en el estómago con el arma que aquél había apoyado al lado suyo en el escritorio. Inmediatamente Eugenio entró a la oficina y padre e hijo se miraron triunfantes.
_ ¿No te vieron entrar, no?_ preguntó Victorino Ambrosio en estado de alerta.
_ Tranquilo, Viejo_ repuso Eugenio con aire tranquilizador y la voz reposada._ Creen que me fui. En la puerta, todos nos dispersamos porque creímos era lo más conveniente y yo entré sin que se avivaran. El tiro ni lo escucharon.
_ Siempre me fuiste leal, Eugenio_ le dijo su padre con orgullo._ Nunca imaginé que mi propio abogado en quien confié durante tantos años me quisiera muerto y los usara a tus hermanos para matarme. Y que ellos se vendieran aprovechando la jugada. Y todo por mi fortuna.
_ No fue difícil sustituir el frasco de silicio en el cajón del cuarto de Diego_ confesó Eugenio._ Él dice que de los tres soy el más boludo pero él es el más bocón. Ni siquiera notó que cambié el silicio por sal y que entré a su habitación para agarrar el frasco, vaciarlo, llenarlo con sal y dejárselo otra vez en donde lo estaba guardado. Y ni siquiera sabe que fui yo quien volvió a entrar posteriormente para darte el frasco a vos después.
_ Menos mal que me avisaste con tiempo y pudimos usar su treta en contra de ellos.
_ ¿Qué vas a hacer con el cuerpo de tu abogado?
_ Después lo decido. Un garca, además, porque quiso traicionarlos a Diego y Leandro, y lo confirmó cuando les mintió sobre el testamento que supuestamente rompí.
_ ¿Queda todo para mí, entonces?
_ Vos te lo ganaste en buena ley.
_ No entiendo igual cómo el abogado sabía todo. Hay una cuarta persona involucrada, evidentemente. Yo te dije a vos lo de Diego y Leandro, él se enteró, tuvo la idea ésta de la reunión, vos la aceptaste para agarrarlos porque ya sabías todo de antemano por boca mía... Linda familia, eh.
_ Ramos dijo por teléfono que tus hermanos fueron unos improvisados que quisieron sacar ventaja de momento. Flor de boludo. Aparentaron bien.
_ Igual, yo tiré un centro por ése lado. Qué abogado estúpido.
_ Y dijo que recién supuestamente me vertió en el vaso de agua una dosis letal de silicio.
_ ¿Y cómo no te pasó nada, entonces?
_ Yo hice lo que planeamos: fingir. Seguramente, no me puso nada en el agua, lo hubiese detectado enseguida. Pero como vos cambiaste el silicio por sal y no lo notaron, la dosis letal del doctorcito entonces no resultó tan letal después de todo. Se confió demasiado el muy imbécil. Se traicionaron los tres entre ellos. O por ahí se hizo del contenido del frasco posterior a tu cambio y el pelotudo me metió sal. Y yo más pelotudo que él, no le sentí ningún gustito raro al agua. No importa. Sea lo que fuera, fracasaron rotundamente.
_ Pará, ¿con quién habló Ramos por teléfono antes, que me dijiste que habló con alguien?
_ Debe ser la cuarta persona metida en todo este circo. Le dijo que lo esperara con el coche acá a la vuelta.
_ Entonces, averigüemos quién es_ propuso Eugenio Ambrosio, arrebatándole el arma de las manos a su padre._ Ésta vez, el honor es mío.