Analizar
la personalidad de cada persona era, para Sean Dortmund, algo natural. Solía
juzgar a cada individuo que tenía delante suyo sin importar las circunstancias.
Juzgaba las peculiaridades mentales de cada ser, definiéndose como un notable
analítico, cuyas observaciones podían penetrar el alma y hasta los sentimientos
más profundos de un ser humano, sin nunca exteriorizar el resultado de sus
observaciones, sino que se valía de ellas cuando investigaba un caso para comprender
ciertos comportamientos de todos los involucrados. Varias crónicas de algunos
de sus casos pueden servir de ejemplo a estas enunciaciones que acabo de
exponer. Pero un ejemplo más esclarecedor es la presente historia, que cuenta
con unos detalles muy pocos frecuentes y una cadena de situaciones por demás
desconcertante.
Todo
sucedió durante el verano de 1997, cuando Dortmund y yo disfrutábamos de un
delicioso almuerzo en nuestra residencia, que fue interrumpido por los golpes
desesperantes de una mujer que exigía ver a mi amigo inmediatamente. La invitó
a pasar amablemente y le indicó que se sentara en una silla, que él
caballerosamente le arrimó. Brotaban de su rostro gotas de sudor. Pero no eran
a causa del intenso calor que agobiaba a la ciudad, sino por el miedo que se
apoderó de ella de una manera impresionante.
Dortmund
la tranquilizó y le dio de beber un vaso con agua. La muchacha era alta, de
unos ojos celestes brillantes pero desencajados en ése momento; cabello rubio
rizado pero altivamente desprolijo; el rostro, blanco como el papel y la piel
escamada. Todas éstas características fisiológicas eran compatibles con una
experiencia muy traumática vivida. Cuando por fin se repuso de su estado de
ansiedad, dijo:
_
Perdone por cómo me encuentro, pero he pasado por una experiencia terrible_
volvió a fatigarse, tomó aire y continuó: _ No tengo pruebas para respaldar lo
que voy a contarle y, por ende, se me hace imposible suponer que usted llegue a
creerme algo de lo que pretendo narrarle.
_
El estado en el que se encuentra es prueba suficiente. No necesito más_ replicó
Dortmund, solemnemente_. Veo que ha sucedido algo que sin dudas la perturbó a
usted de una manera profunda.
_
Gracias. Es usted muy cordial y comprensivo. Y por eso vine a verlo. Sé que
usted trabaja de forma independiente, es discreto, metódico y asesora a la
Policía en casos de suma urgencia. Pero,
me da miedo que la Policía no me crea y en virtud de lo que sufrí, temo
empeorar las cosas si los involucro a ellos desde el comienzo. Créame que no
fue con la intención de molestarlo a éstas horas, pero ya no soporto ni un
segundo más contener las cosas. Estoy dispuesta a correr cualquier clase de
riesgo, sin importar las consecuencias. Me siento a salvo con usted, inspector
Dortmund.
Mi
amigo se encogió de hombros.
_
Me halaga, señorita_ repuso él, modestamente_ disculpe mis modales, ¿desea
usted comer algo?_ se dispensó casi inmediatamente.
_
Es usted muy amable_ respondió humildemente nuestra visitante _ pero tengo el
estómago cerrado.
_
La escucho_ dijo Dortmund y la invitó a comenzar con el relato con un ademán.
_
Ante todo, mi nombre es Cecilia Graviño y soy una destacada artista plástica.
Mis trabajos se han expuesto en los museos de arte más importantes de Buenos
Aires. Generalmente no suelo vender mis obras porque no hago más que una copia
de cada una, así qué la gente que admira mi talento me paga un monto de dinero
considerable para hacerle una pintura particular. No tengo ni un sólo día de
descanso, pero no me quejo porque disfruto mucho lo que hago. Pocas son las
personas que me piden que les pinte un paisaje. Frecuentemente, me solicitan
que retrate a algún familiar o a la propia persona. Y, a veces, tengo que
apresurarme porque me exigen que lo termine de un día para el otro. Pero la
recompensa es muy satisfactoria. Suelo cotizar mis trabajos de acuerdo a la
dificultad que presente realizarlo.
<Habiéndole
dicho esto, procuraré extenderme lo menos posible, haciendo el esfuerzo de no
omitir ningún detalle relevante. Ayer a la tarde, vinieron dos hombres a verme.
Uno de ellos era alto, delgado, de una mirada penetrante y fría, pero con unos
modales muy cordiales. El otro era bajo, con un espeso bigote, cejas gruesas y
sus modales también eran muy cordiales. Parecían tener una buena posición y
estaban muy interesados en contratar mis servicios. Según me dijeron, eran
hermanos y querían hacerle un obsequio muy particular a su madre. Me
anticiparon que si el trabajo superaba sus expectativas, iban a pagarme el
doble de lo que yo les pidiera. Me pareció una propuesta interesante y acepté
sin oponerme, confiada que todo iba a salir bien. Dispuesta a evaluar el
temperamento de esos tipos, podría arriesgarme a pedirles más de lo que el
trabajo saliera. Les dije que aguardasen un instante porque estaba terminando
un encargo que lo tenía que otorgar ésa misma tarde, pero insistieron en que
tenía que hacerlo ya mismo porque tenían que entregarlo urgentemente ésa misma
noche. No pude resistirme a sus reiteradas insistencias y no tuve más salida
que acceder a su petición. Me dijeron que era necesario que fuese con ellos,
que un coche estaba esperando en la puerta. Desconfié un instante, pero me
vestí y me fui con ellos, habiendo elegido previamente los elementos que iba a
utilizar>.
<Me
obligaron a subir, siempre conservando los buenos modales, a una elegante
limusina color negra con vidrios polarizados. Primero subió el tipo de los
bigotes, después me hicieron entrar a mí y por último ingresó el que quedaba,
quedando por ende yo entre medio de ambos. Por alguna extraña razón, me
inspiraron un poco de miedo, pero hasta ése punto, supe controlarlo.>
<_
¿A dónde vamos?_ me aventuré a preguntar con algo de temor>
<_
Por ahora, es mejor que no lo sepa_ me respondió cortésmente el de los
bigotes.>
<_
No pregunte demasiado_ agregó el otro, un poco más agresivamente_ Cuánto menos
sepa, mejor. Sería una terrible frustración que usted se enterase de todo. Y
por su bien, por favor, no nos decepcione. La respetamos y sería una gran pena
tener que lastimarla. No queremos eso, señorita Graviño.>
<Imagínese
cómo me sentí ése momento, inspector Dortmund. No comprendía qué los había
impulsado a raptarme de un modo tan extraño y siniestro, a la vez. Todo el
viaje fue una inacabable agonía para mí. El silencio fue torturante. Me sentía
protagonista de una pesadilla que apenas estaba comenzando y que no sabía ni
cuándo ni cómo terminaría. No tenía ni la menor idea de por dónde íbamos ni
hacia dónde. Ahí comprendí qua cualquier intento por negarme a colaborar con
ellos sería inútil.>
<Finalmente,
nos detuvimos después de recorrer quién sabe cuántos kilómetros.No tenía idea
ni del lugar ni del tiempo ni de absolutamente nada. El que estaba sentado a mi
derecha abrió la puerta con cierto recaudo, bajo con precaución y cuando
corroboró que todo estaba en orden, con un movimiento de cabeza, le indicó al
otro que me baje del coche. Me tomó del brazo y me obligó a descender con
cierto apuro.Ni bien estuvimos todos afuera, la limusina se desvaneció del
lugar como un relámpago.>
<Cruzamos
un amplio jardín hasta que arribamos a la puerta principal de la casa. No tenía
nada de extraordinario: una profusión de árboles, algunas plantas, pasto
cortado al ras... Nada extraño. Uno me vigilaba y el otro tocó timbre, por
donde salió una voz ronca a los pocos segundos.>
<¿La
encontraron?_ preguntó aquélla voz>
<_
Sí, señor_ respondió el tipo de la mirada fría>
<_
Que pase>
<Me
colocaron una venda en los ojos e inmediatamente, se escuchó un ruido metálico,
uno de los tipos empujó apenas la puerta y la abrió sin demasiados esfuerzos, y
en menos de un minuto, me introdujeron en una habitación acogedora y muy
destemplada, por cierto. Claro que me quité el vendaje ni bien abandonaron el
cuarto. Era claro que no querían que supiese en dónde estaba. El lugar ese
carecía de ventanas y de algún tipo de conexión con el exterior. Solamente,
había una silla de madera enfrente de una mesa ratona, que estaba un poco enpolvada,
a decir verdad. Todo parecía indicar que estaba en el sótano de la casa, pero
eso era sólo una irreverente especulación.>
<Tuve
la repentina ocurrencia de golpear las paredes para ver si conseguía algo, pero
fue un intento inútil, porque eran de concreto macizo y sintético. Pero de
golpe, oí que la puerta se abría y observé como otro hombre diferente a los que
hasta entonces conocía dirigía sus pasos hacia mí. Este otro tenía el cabello
platinado, gafas oscuras y un tatuaje del lado derecho del cuello, aunque no
reconocí muy bien el diseño. Sus ojos eran fríos como el acero y su mirada
inexpresiva me incomodaba en exceso. Estaba asustada, me temblaba todo el
cuerpo y la respiración la tenía por demás acelerada. Me relojeó de pies a
cabeza y con la misma voz gruesa de antes, me dijo.>
<_
Espero que no tenga usted ninguna mala intención, señorita Graviño. Pero mis
ojos tuvieron la dicha de contemplar su destacado talento y es por eso que es
menester indispensable que usted cumpla con mis deseos. Créame que no le
conviene decirme que no y mucho menos, oponer resistencia. Es por su bien.>
<Hablaba
calmadamente y pausado, pero su tono era cruel y desafiante. Pronunció cada
palabra con rencor y desprecio. Enfatizó algunas de ellas, lo que podía
interpretarse como una clara amenaza. Las manos me temblaban
descontroladamente, y si tenía que pintar algo tenía miedo de incurrir en un
error que me costata la vida. De modo que apliqué toda mi fuerza de voluntad en
concentrarme en lo que debía hacer. Tenía que estar tranquila sí o sí para
procurar no equivocarme.>
<_
¿Qué quieren de mí?_ tartamudeé>
<_
Que haga el retrato de alguien muy cercano a nosotros._ y volvió a mirarme con
resentimiento.>
<_
¿De quién?>
<_
Ésa es información confidencial.>
<_
¿Y cómo voy a hacer mi trabajo, entonces?>
<_
Sólo guíese por el sonido de mi voz. Usted dibujará los rasgos que yo le
indique, siguiendo muy al pie de la letra mis instrucciones. De lo contrario,
se arrepentirá.>
<Me
quedé estupefacta. No tenía palabras para decir. De repente, un sentimiento de
injuria, impotencia y desesperación comenzó a apoderarse de todo mi cuerpo.
Quería pensar que todo eso era una pesadilla, y que despertaría pronto y todo
volvería a la normalidad. Pero todo eso era muy real, por lo que me concienticé
en no perder nunca las esperanzas. Sólo me restaba esperar y rezar que todo
saliera a la perfección.>
<Tenía
ganas de escaparme de ahí, pero sabía que cualquier esfuerzo por conseguirlo me
costaría la vida. Mi mayor miedo radicaba en pensar que sucedería después de
que concluyera el dibujo: ¿me dejarían en libertad o me matarían? Y no podía obviar el hecho de que trabajar
bajo presión implicaba un riesgo mucho mayor, que no estaba dispuesta a
asumir.>
<Aquél
tipo se estaba desvaneciendo del cuarto, cuando repentinamente se volvió hacia
mí de un modo muy brusco.>
<_
¡Ah! Una cosa más._ dijo_ No se le ocurra exagerar alguno de los rasgos ni
tergiverse ninguna línea ni nada por el estilo, porque le prometo que lo va a
pagar muy caro. Y lo más importante, y téngalo muy en cuenta, tiene solamente
dos horas para terminar el trabajo. Se le cronometrará el tiempo por reloj._ y
dejó escapar una risa algo siniestra. Abandonó la habitación y oí lentamente
girar la llave en la cerradura.>
<Quedé
sola en medio de la oscuridad sin saber lo que iba a ocurrirme, con un inmenso
escalofrío que recorría todo mi interior incesantemente. Tuve un impulso por
gritar desaforadamente, pero me contuve contra mi voluntad, haciendo el mayor
esfuerzo del mundo por conseguirlo. >
<De
pronto, se encendió a medias una luz blanca de una lámpara que estaba justo
debajo de la puerta. Me sentí bastante más aliviada cuando oí acercarse unos
pasos. La silueta que observé a través del reflejo de la luz en nada se
correspondía con los que hasta ése momento había conocido. El picaporte giró en
un intento desesperado por abrirse. Y cuando la puerta por fin se abrió,
apareció una mujer en el hueco, con la oscuridad del vestíbulo a sus espaldas y
la luz de la lámpara cayendo de lleno sobre su rostro asustado y fatigado. No me dio tiempo a reaccionar de ninguna
manera. Me levantó un dedo para indicarme que guardara silencio y me susurró
algunas palabras mientras sus ojos miraban la oscuridad que tenía detrás.>
<_
Váyase ahora_ me dijo, haciendo un sobre esfuerzo por conservar la calma.>
<_
No puedo_ le respondí_ me tienen amenazada y no voy a asumir semejante riesgo.
>
<_
No vale la pena que espere. Puede irse
por la puerta de atrás sin que la vean. Yo la ayudaré. No pierda tiempo.>
<_
Al darse cuenta que me escapé, me perseguirán, me atraparán y me
asesinarán.>
<_
¡Por el amor de Dios! Salga de acá antes que sea demasiado tarde.>
<Aquélla
mujer, por lo que yo advertía, me daba la impresión que estaba loca. Así que,
con una expresión firme, volví a negar con la cabeza y le dejé bien en claro
que mi intención era quedarme en donde estaba.>
<_
¿Puede decirme en dónde estamos?_ le pregunté>
<_
Viña. Pero no sé más que eso_ me respondió afablemente>
<Estaba
a punto de insistir en sus ruegos, cuando se escuchó de repente un portazo
fuerte proveniente del piso de arriba y atrás de eso, se oyeron pasos en la
escalera. La mujer, que hasta ése momento no supe quién era ni porqué estaba
ahí, me hizo unos gestos desesperados con las manos y desapareció tan
imprevista y silenciosa como había venido.>
<Los
que se acercaban eran los dos hombres que me habían raptado, con una expresión
de descontento cada uno.>
<_
Creí haber cerrado la puerta con llave_ dijo algo confuso el de las barbas>
<_
El jefe vino a verla._ lanzó el otro_
Posiblemente se haya olvidado de cerrarla cuando se fue>
<El
tipo de los bigotes hizo una mueca de duda, como quien no está del todo
convencido>
<_
Venga con nosotros. Está todo dispuesto para que comience con el trabajo. El
jefe la espera>
<Me
condujeron por las escaleras al piso superior.
Primero, el de los bigotes; después, yo; y finalmente el otro, cerrando
la marcha. La casa era un verdadero laberinto, con pasillos, corredores,
estrechas escaleras caracol y puertas con una arquitectura de otras épocas, con
los umbrales desgastados por el paso del tiempo y carente de muebles.>
<Procuré
adoptar un aire sumamente tranquilizante y relajado, pero no pude olvidarme tan
fácilmente de las advertencias dela otra mujer
a pesar de haber ignorado sus súplicas ni mucho menos, las de ellos. Nos
detuvimos ante una gran puerta de madera. Al abrirla, me hicieron entrar a mí
primero. Era un cuartito muy acogedor en
el que apenas había lugar para cuatro personas., sutilmente decorado y
amueblado. Había una enorme pizarra sostenida por un atril, con un banquito
situado justo enfrente, en el que me ordenaron sentarme. El tipo de la mirada
cueza vigilaba la entrada, mientras que el otro se puso a mi lado a la derecha,
apuntándome con un revólver puesto arriba de la cintura. Cerré los ojos por un
instante, manifestando un nerviosismo extremo.>
<_
Tome el lápiz_ me ordenó el jefe>
<Con
el pulso acelerado, obedecí. Activó el
cronómetro de su reloj y comenzó a describirme los rasgos de la persona,
dibujando cada detalle a consciencia y lo más rápido que mis nervios me
permitían. Concluí el retrato al cabo de
una hora y cuarto de intenso trabajo. Lo miré detenidamente unas cuantas veces,
pero no conocía a aquél hombre que había retratado bajo coacción y estrictas
órdenes amenazantes. >
<_
Ha hecho un trabajo impecable, señorita Graviño_ me dijo el jefe,
indiscutiblemente conforme y satisfecho>
<Sentí
un alivio muy profundo tras oír aquéllas palabras. Acordamos la suma y me
pagaron sin oponerse en absoluto.>
<_
Pero tengo que advertirle que si llega a decirle a alguien una palabra de todo
esto, tendré que lastimarla. ¿Me comprende, cierto?>
<Asentí
con un ligero movimiento de cabeza. Me iban a liberar, pero aquélla mujer
irrumpió con violencia en el cuarto, me tomó de la mano a la fuerza y me sacó
de ahí contra mi propia voluntad. Intenté detenerla pero fue imposible. Tuve que correr con todos mis impulsos, pese
a que las piernas no me daban para tanto.
Esos tipos salieron corriendo atrás nuestro con claras intenciones de
matarnos si llegaban a alcanzarnos. Manteníamos cierta ventaja con ellos ya que
estaban muy por detrás de nosotras, pero corrían mucho más rápido que ambas.
Ésa mujer se empezó a debilitar de golpe y cayó al piso. Quiso reponerse pero
no lo consiguió. Intenté ayudarla desesperadamente pero se negó a recibir mi
ayuda y me insistió en huir sin ella. Cuando quise levantarla… Estaba muerta.
No sé qué la mató. No tenía ninguna herida ni nada similar. Al ver que los
tipos se acercaban, logré escapar y salí a un lugar que desconocía. En un
intento exasperado por pedir ayuda, un auto se detuvo, me recogió y gentilmente
me trajo hasta acá.>
<Eso
es todo, inspector Dortmund. No sé quién es el hombre del retrato, pero sea
quien sea, sé que se encuentra en grave peligro. No sé ni siquiera bajo qué
intenciones me hicieron dibujarlo ni mucho menos quiénes son ellos. Sólo sé que
si me encuentran, me matan. Desconozco quién era ésa mujer, hace cuánto tiempo
estaba cautiva y porqué la tenían, pero tuvo una razón muy grande para intentar
ayudarme. Dejo el asunto en sus manos, inspector Dortmund. Espero que pueda
usted hacer algo. Es indispensable apurarse. Un segundo perdido puede resultar
fatal para cualquiera, inclusive para mí.>
_
Si bien todo parece confuso, se me ocurre una posible solución._ dijo Dortmund,
reflexivo_ Usted estará protegida y segura mientras permanezca acá, con
nosotros. Tendrá todo lo que necesite a su entera disposición.
_
Le estoy inmensamente agradecida.
La
condujo al cuarto de huéspedes.
_
¿Qué piensa, doctor Tait?_ me dijo Dortmund, al regresar.
_
A primera vista, resulta claro que aquélla mujer que intentó ayudar a nuestra
visitante era conocida de ellos_ respondí audazmente.
_
¿Cómo saca ésa conclusión?
_
Por un simple detalle: si ésa mujer hubiese estado verdaderamente secuestrada,
tendría que haber estado en condiciones idénticas en las que se hallaba la
señorita Graviño, es decir, encerrada en un cuarto bajo llave del cual le
hubiese sido difícilmente posible escapar. Sugiere entonces que si Cecilia
Graviño estaba encerrada bajo llave y la única persona que la tenía era el
jefe, sabiendo que no existe copia alguna como principal característica que
tiene un lugar donde hay alguien cautivo; entonces ésa mujer, en un juego hábil
de manos, le sustrajo las llaves e intentó ayudarla. Pero, ¿por qué? Lo único
razonable es pensar que no la querían a ella, sino al hombre del retrato, quien
puede resultar ser su amante. Sabe que lo andan buscando y como un recurso para
evadirlos y poner a salvo su vida, recurre a modificarse el rostro con una
máscara sintética que lo altera plenamente. Esos tipos advierten esto mismo y
secuestran a la otra mujer para que les
diga cómo es él ahora con el cambio de apariencia. Pero pese a que ella se los
describe sin otra alternativa, necesitan tener una imagen precisa y secuestran
a la señorita Graviño para lo dibuje. Obviamente, la dama misteriosa sabe el
propósito de ése trabajo y por causas concretas, trata de evitar que la
señorita Graviño lo lleve a cabo. Pero no lo consigue. Ellos advierten esto y
para no dejar rastros ni ningún tipo de evidencia, la envenenan por lo que
ellos consideran una traición. Y cuando ella se da cuenta de que ya era
demasiado tarde, asume el riesgo de escapar. Podríamos suponer entonces, que no
llevaba demasiado tiempo secuestrada y que los desconocidos venían tratando un
asunto muy delicado con el hombre en cuestión hacía ya un largo tiempo. La mujer muerta conocía a los secuestradores.
Y ahora, con ella fuera de juego, tienen
el camino libre para huir. Mataron dos pájaros de un tiro.
_
¡Bravo, doctor Tait! ¡Admirable lo suyo y un relato sobresaliente! Es usted
excelente. No creo que esté tan errado. Pienso lo mismo. Y si las conjeturas no
son equívocas, podremos resolver el caso antes de lo esperado y con mayores
probabilidades de tener éxito.
_
Primero, debemos encontrar el lugar en donde la señorita Graviño permaneció
cautiva. ¿Cómo haremos para localizarlo?
_
Necesitamos que ella nos diga todo lo que se acuerde, tanto del retrato, como aspectos
propios del lugar: olores, colores, arquitecturas, paisajes, descripciones…
Pero nuestra prioridad es encontrar al hombre del retrato antes que los captores.
_
Espero que no sea tarde para eso.
_
Tengo sus mismos deseos. Pero seamos optimistas. Si la
señorita Graviño estima la distancia aproximada que recorrió y puede calcular
la cantidad de tiempo de viaje del coche que la trajo hasta aquí, no será
difícil encontrar la casa.
_
Sabemos, según el propio relato de la señorita Graviño y en base a las propias
palabras de la otra mujer, que se trataba de Viña. Pero no tenemos mayor
información al respecto, exceptuando algunos detalles de la casa y de los
alrededores que la señorita Graviño mencionó en su historia.
_
Entonces, es probable que la hayan recogido en la ruta 8…
El
inspector se dirigió a la habitación de nuestra visitante. Volvió a los pocos
segundos.
_
Dijo que ella vive en Malvinas Argentinas. Confirma que se trata de la ruta 8.
Va por Malvinas Argentinas, toma el camino hacia Pilar, Exaltación de la Cruz,
sigue las indicaciones y llega directo a Viña. Podemos confirmarlo examinando
un mapa con detalle y trazando el posible camino realizado.
Dortmund
trajo de nuevo a la señorita Graviño. Se la veía mucho más relajada que cuando
llegó y mostró un temperamento dispuesto a colaborar con nosotros. Mi amigo le
expuso un resumen de los singulares sucesos que habíamos inferido tras su
declaración. Fui a buscar un mapa de la provincia de Buenos Aires y lo extendí
abiertamente sobre una mesa principal en la sala de estar, en donde estábamos.
Ubiqué con el dedo la localidad en cuestión.
_
¿Qué aspecto tenía el lugar por el que huyó?_ preguntó Sean Dortmund.
_
Era bastante extenso en longitud… Demasiado campo, mucho verde_ respondió
Cecilia Graviño, grácilmente.
_
¿Había otras casas alrededor de la que estuvo usted?
_
No… No vi ninguna otra.
_
¿Caminó por la tierra?
_
Sí.
_
Entonces, es probable que ésas huellas todavía estén frescas. Tenemos que ubicarlas. Así nos guiarán al
lugar que buscamos.
_
¿Huellas?
_
Si usted caminó por la tierra, las marcas de sus zapatos quedaron impregnadas.
_
Si fuésemos por la ruta en sentido hacia Viña, ¿podría reconocer el lugar en
donde la recogieron?
Quedó
reflexiva una fracción de segundos, pero al fin respondió dubitativamente.
_
Sí, seguramente que podré reconocerlo_ pero el tono de su voz expresaba cierta
inseguridad.
_
¿Cuántos kilómetros cree que recorrió desde donde la recogieron hasta aquí?
_
No sé, no puedo estimarlo. Estaba tan nerviosa que prácticamente no me fijé en
ningún detalle.
_
¿Y el tiempo? ¿Tampoco?
_
No
Después
de todo, con la poca información que Cecilia Graviño nos estaba proporcionando,
era poco probable tener éxito en la resolución del caso. Dortmund le pidió que
tratase de recordar todo lo que más pudiera en relación al retrato que dibujó.
_
Me acuerdo muy poco_ dijo ella, lamentándose.
_
No importa._ repuso el inspector_ Ése poco puede servirnos para encontrar al
hombre en cuestión antes de que sea demasiado tarde.
_
Muy bien. Lo intentaré.
Le
dimos un lápiz y una hoja en blanco. Con un gran
esfuerzo de su memoria, realizó el retrato, corrigiendo en algunos momentos
algunos rasgos. Se demoró una media hora en concluirlo.
_
Me apena no recordar más.
Tanto
Dortmund como yo, estudiamos el retrato con mucho interés y plena
concentración.
_
No tiene de qué preocuparse._ dijo mi amigo después de un rato, con un tono de
voz resplandeciente_ Hizo un gran trabajo. Se lo enviaremos por fax a Interpol
Argentina, a la Policía Federal y a la delegación competente de la Policía
provincial. Mientras ellos lo buscan en sus bases de datos para intentar
determinar quién es y saber sus últimos movimientos, nosotros nos encargaremos
de ir a Viña para intentar hallar la casa en cuestión. No podemos perder más
tiempo.
_
Iré a preparar el coche_ dije, mientras tomaba las llaves de la mesa.
_
Muy bien. Haremos primero una parada en la Seccional de Zárate para buscar al
capitán Riestra. Su ayuda será muy valiosa.
_
¿Quién es él?_ pregunté sorprendido.
_
Es el capitán en jefe de la División de Homicidios de la jurisdicción de
Zárate/Campana, y además, subintendente de Homicidios de la Policía Federal. Lo
conocí en un caso anterior en donde usted, doctor Tait, no pudo participar.
No
me opuse a su idea. La persona que nombró indudablemente era un experto en la
materia gracias a los dos cargos importantes que ocupaba dentro de la Policía,
y no se llega hasta ése lugar por mera casualidad.
Ni
bien pronunció sus últimas palabras, Dortmund envió el fax. Para cuando lo hubo
enviado, yo ya había puesto el coche en marcha. Primero subió la señorita
Graviño en el asiento de atrás, Dortmund le cerró la puerta caballerosamente y
luego pasó a sentarse en el asiento del acompañante. Después de alrededor de una hora y media de
viaje, desviando y tomando atajos, llegamos a la Seccional Primera de Zárate y
Dortmund permaneció casi una hora
hablando con el capitán Riestra, quien aceptó ayudarnos de muy buena fe. Era un
hombre simpático, de unos cuarenta y tantos años, delgado, con barba tipo
candado, ojos negros saltones y cabello semi largo. El inspector nos presentó
informalmente.
Después
de unos largos minutos, por fin logramos tomar la ruta 8. En seguida de
recorrer algunos kilómetros por la misma, la voz de la señorita Graviño nos
puso en alerta.
_
¡Acá!_ dijo con un tono desesperante_ ¡Acá es donde me levantaron!
_
¿Está segura?_ intervino por primera vez el capitán Riestra.
_
Totalmente, puedo jurarlo.
Estacioné
el auto a un lado del camino y los cuatro descendimos de inmediato. Recorrimos
a pie unos metros por donde nos indicó nuestra visitante y Sean Dortmund observó una marca impregnada en
la tierra.
_
Muéstreme su zapato_ le indicó a Cecilia Graviño.
La
mujer obedeció. El inspector corroboró que ésa marca correspondía a su zapato.
No había dudas: era su huella. Mi amigo la estudió con detenimiento y determinó
que había otras iguales. Las seguimos a consciencia. Las que aparecieron en un
tramo más adelante eran más profundas que las otras.
_
No hay dudas de que usted corrió desesperadamente buscando huir de esos hombres_
confirmó Dortmund._ Cuando los perdió de vista, aminoró
la marcha. La velocidad a la que usted corrió profundizó los pies en la tierra
debido a la resistencia de sus piernas. Luego, redujo la prontitud y las
pisadas fueron hechas al ras. Inclusive, notará que hay otros dos tipos de
huellas con idénticas características que están a escasos metros de las suyas y
que considerando el modo en el que están marcadas, los dos que la siguieron
debieron correr más rápido que usted, a tal punto que estuvieron bastante cerca
de alcanzarla. Y no sé porqué intuyo que tuvieron que hacerlo.
_
¡No!_ regañó Cecilia Graviño_ Huí por aquél lado. Fue ahí donde los perdí de
vista. Se resignaron y regresaron._ y señaló una profusión de varios
árboles sentido hacia el oeste.
_
¡Dortmund, por acá!_ insistió el capitán Riestra.
Acudimos
de inmediato a su hallazgo. Había descubierto una silueta marcada en la tierra
y una serie de huellas con dirección hacia el norte.
_
Acá debió ser donde cayó muerta la otra mujer_ dije.
El
inspector me aprobó con un simple movimiento de cabeza.
_
Y arrastraron el cuerpo_ agregó el capitán Riestra.
Seguimos
las huellas, que nos guiaron hasta un bulto que sobresalía de entre unos
arbustos. Era el cuerpo de la otra mujer. Cecilia Graviño se paralizó al verla.
Se tapó la cara con ambas manos y se volteó de espalda al cuerpo.
_
Allá está la casa_ dijo Dortmund, señalando derecho.
Al
abordarla, ingresamos sin pedir permiso, mientras un oficial que el capitán trajo como refuerzo se quedó afuera con la señorita Graviño.
Examinamos la morada de pies a cabeza con resultado negativo.
_
El nido quedó y los pájaros volaron_ acotó Dortmund, con aire de
insatisfacción.
Pero
su vista se desvió hacia un papel abandonado al lado de una mesa. Lo tomó con
una pinza, lo revisó y notó que tenía escrito una dirección.
_
¿Qué es?_ interrogó el capitán Riestra.
_
Es un domicilio. Creo que pertenece a
Zárate_ repuso Dortmund.
_
¿De quién cree que sea?
_
Del hombre cuya vida está en peligro. Tenemos una posibilidad de salvarlo. Si
el papel con la dirección está acá tirado, es claro que a los secuestradores se les cayó por accidente y no disponen de
medios fiables para averiguarla.
El
capitán Riestra hizo un llamado por radio para constatar la correspondencia del
domicilio hallado. Le respondieron que se trataba del hotel Pilares de Zárate,
el principal de ésa ciudad. Nos dirigimos inmediatamente hasta ahí, impusimos
un operativo cerrojo, le mostramos el retrato del hombre a personal del
establecimiento y nos enviaron a la habitación 347. Cuando ingresamos… Yacía
muerto sobre la cama. Pero repentinamente, se levantó y otro hombre igual salió
de adentro del baño. Todos miramos a Dortmund, quien nos devolvió una sonrisa
insolente y perspicaz.
_
Si una máscara sintética puede “cambiar la apariencia de un hombre”, puede
transformar a otro y hacerlo verse igual al primero._ dijo_ El hombre que se
levantó de la cama es un oficial de la Policía Provincial, sargento Rodolfo
Antúnez, quien tomó el lugar de nuestra víctima,_ y señaló al otro hombre_ el
señor Guillermo Amendizábal. Si esos
hombres venían a terminar su trabajo, ver
su cuerpo los iba a confundir. Orquesté todo también para que en las
cámaras de seguridad del hotel no se viera desde que nuestro oficial entró
hasta que tomó el lugar de nuestra víctima. Logré que lo suprimieran y
reemplacé ésa escena por otra en donde otro de los nuestros se vistió igual que
la víctima para aparentar que llegó acá en un horario distante a la hora cercana
a su muerte. Tuve que hacerlo no sólo
para despistar a los captores, sino también para confundir a la propia Policía
a efectos de mantener en absoluto resguardo al señor Amendizábal. No podía
permitirme correr ninguna clase de riesgos.
_
¿Pero, el papel?_ pregunté algo consternado.
_
Ah_ siguió Dortmund. _
Lo dejé yo adrede y fingí que lo encontré
en el momento. Verá, doctor Tait, usted acertó en la solución del caso.
Cuando fuimos a buscar al capitán Riestra, le expuse en detalle y de manera
concisa todos los hechos. Hasta le mostré el retrato que hizo la señorita
Graviño. Coincidió en que su teoría era bastante acertada y recordó que una
mujer, de nombre Verónica Turienzo, había desaparecido hacía tres días. La
buscamos en la base de datos y salió en efecto que
su desaparición tuvo lugar en una zona cercana a los hechos narrados por la
señorita Graviño. Rastreó
como pudo a partir de algunos detalles de los
principales testimonios sus
últimos movimientos y así descubrió, mediante
algunos datos más que
fueron surgiendo en el momento, el nombre de este hotel. Así deduje que la víctima debía estar escondida acá. El capitán Riestra anotó
la dirección en el papelito y yo la guardé en mi bolsillo. Cuando vimos el
cuerpo de la dama en cuestión cerca de la casa, el capitán Riestra confirmó que
se trataba de la señorita Turienzo y pusimos en marcha el plan, que usted ya
conoce, porque lo mencioné al inicio. Y lo hice porque tenía que cerciorarme, entre otras
cosas, de que la señorita Graviño no nos estuviese engañando. El
señor Amendizábal pidió un préstamo a una financiera, pero jamás se imaginó que dicha entidad era
un fraude, una pantalla de una banda dedicada al narcotráfico. La financiera se
dedicaba, para ser más exacto, al lavado de dinero proveniente de transacciones
ilegales, principalmente las vinculadas al narcotráfico. Pero un gran porcentaje de ése capital espurio fue robado mediante una
importante estafa con una puesta en escena deslumbrante a una banda rival. Pero
ellos se dieron cuenta y ultimaron a cancelar el pago en un plazo máximo de
veinticuatro horas, sino las consecuencias iban a ser severas e irreversibles.
¿Y todo por qué? Por la vieja rivalidad entre bandas por la competencia en el mundo
de los negocios. Los captores pensaron que engañarlos y robarles a su competitividad
directa iba a ser la solución a todo. Gran error. Y ahí fue cuando el señor
Amendizábal entró en escena. Recientemente se había quedado sin trabajo y como
pesaban sobre sus hombros una serie de deudas que debía pagar con suma
urgencia, recurrió a pedir un préstamo y cayó en ésta financiera falsa. Y los
traficantes vieron una clara posibilidad de deshacerse de toda ésa suma
dándosela a un pobre hombre que no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba
sucediendo. Y confiado, aceptó el dinero que la banda le dio, que era una
cantidad abundantemente más elevada que la que el señor Amendizábal había requerido.
Ellos creen que se desligan del problema que creen haberle atribuido a un pobre
infeliz en apuros. Pero los inconvenientes, para ellos, estaban lejos de
desaparecer.
_
Un momento_ lo interrumpí a mi amigo, confundido_ ¿Y el retrato?
_
A eso iba, doctor Tait, no se apresure. Cumplidas las
veinticuatro horas de gracia que los otros les dieron a esta banda, se
apersonaron en la misma financiera reclamando lo que les pertenecía. Y ellos,
lejos de buscar excusas, admiten la verdad sobre el destino que tomó su plata,
más de cincuenta mil pesos. Y los reclamantes, lejos de aceptar la explicación
expuesta, les dan ahora un plazo menor de tiempo para encontrar al señor
Amendizábal y recuperar su dinero. Y
como garantía, secuestran a la señorita Turienzo, la contadora que contrataron
para darle legitimidad a su firma y que no sabía nada de lo que realmente
ocurría. Y para asegurarse de que no escapara, le dieron una sobredosis de un
somnífero que en pocas horas la mató de un paro cardiorrespiratorio. Pero
mientras estuvo viva, la presionaron para que ella dijese todo lo referente al
caballero al que le habían dado su dinero. Y ella, para no poner en riesgo al
señor Amendizábal, mintió sobre sus rasgos físicos. Contrataron así a Cecilia
Graviño para tener una imagen aproximada del señor Amendizábal, que pudo
escapar a tiempo gracias a la ayuda incondicional de la señorita Turienzo, que
falleció oportunamente por acción de la sobredosis administrada cuando la
raptaron. Tenía miedo que descubriesen
que aquél hombre retratado en verdad no existía.
Hubo un silencio perpetuo y la
mirada de Dortmund recorrió las del resto de todos nosotros en forma
simultánea.
_ Pero, en realidad, aquél hombre retratado, sí existía_ continuó
explicando mi amigo._ Pero no era el
señor Amendizábal, sino que se trataba de Humberto Echagüe, exesposo de la señorita Turienzo. Su
nombre salió vinculado al de ella inmediatamente, y según constaba en el
expediente, había un pedido de divorcio por parte de la señorita Turienzo que
el señor Echagüe le negó rotundamente, dispuesto a no perderla. Así que, ella
tuvo una clara oportunidad de vengarse de su marido dándole su descripción a
los captores, llevándolo casi a una muerte segura. Pero estando cautiva, supuso
que los raptores podrían percibir el engaño y por eso intentó disuadir a
Cecilia Graviño, cuando ya era tarde para volver las cosas atrás. Ella debió
convencer a alguno de los secuestradores de hacerle un favor si él la dejaba
deambular libremente por la casa. Prometió que no iba a escapar y él no pudo
rechazar una gran oferta. Se aprovechó deliberadamente de la gran debilidad de
la carne humana. Así que procedió a liberarla, pero como Verónica Turienzo no
pudo recuperar las llaves, busca y encuentra a Cecilia Graviño, le hace saber
de su presencia y la artista forzó, con un poco de esfuerzo, la cerradura con
una hebilla y la dejó entrar. Así no fue su relato exactamente, señorita
Graviño, pero entiendo que me mintió
porque usted no me conocía y no podía confiar del todo en mí. Le sugiero
que para la próxima ocasión desista de sus dudas y haga un relato conciso y
exacto de los hechos. Indiscutiblemente, los captores descubrieron la cerradura
forzada, habrán advertido algo equivocado en la descripción del hombre del
retrato y entonces fue cuando ambas huyeron y pasó el resto que ya conocemos.
_ El señor Echagüe sigue en
peligro, entonces_ dijo con inquietud, el capitán Riestra.
_ No_ afirmó Dortmund_ porque no
era a él a quien buscaban los secuestradores. Son gente calificada y estoy
convencido de que consideraron la posibilidad de que la descripción que les
proporcionó la señorita Turienzo no se correspondía en nada con la del hombre
al que ellos buscaban. Y, bajo éstas circunstancias, no creo que se arriesguen
a actuar. Van a mantener el bajo perfil por unas semanas. Pero la Policía ya
los está buscando por orden del juez y su captura es inminente. No pudieron
haber ido demasiado lejos. Es claro que están en los alrededores de ésta zona.
_ Una historia increíble de
dinero y pelea entre bandas con la aparición en escena de un hombre inocente_
aduje, _ y una segunda historia de infidelidad y venganza que se entrecruza
inesperadamente en el camino de la primera y que la trama encaja perfectamente
en ella. Pero, ¿cómo supo de Amendizábal, Dortmund?
_ Porque Verónica tenía a su vez un amorío conmigo_ respondió el propio
Guillermo Amendizábal con total franqueza._ Yo sabía que ella trabajaba en la
financiera e ignoraba también que se trataba en verdad de una pantalla. Así que
le pedí que me hiciera el favor de hablar con sus superiores para que pudieran
otorgarme un crédito y pagarlo cómodamente en cuotas cuando encontrara empleo
otra vez. Pero ahora me doy cuenta que Verónica no lo hizo por mí, sino por
ella, para conseguir su venganza contra su exmarido. Qué paradójico, porque
ella le era infiel conmigo a su exmarido conmigo. Y esos tipos aceptaron
extenderme el préstamo para librarse de toda la plata que le habían robado a su
banda enemiga y achacarme todo el problema a mí. Agradezco que la señorita
Graviño, aquí presente, lo haya contactado a usted, Dortmund. Le debo la vida.
_ Y usted le debe el dinero ése a
la Policía Federal. Es evidencia de una investigación en proceso_ repuso mi amigo.
_ Sí, por supuesto_ dijo
Amendizábal con predisposición.
_
Entonces, no resolví el caso yo_ me decepcioné,
una vez de nuevo en nuestra residencia.
_
¡Sí!_ reafirmó Dortmund_ porque su teoría de los hechos le dio claridad a lo
que suponíamos.
_
¿Cómo es que la señorita Graviño supo de usted?
_ No se me ocurrió pensar en eso.
Quizás se lo pregunte cuando tenga ocasión de hacerlo en algún otro momento que
la cruce. Por ahora, preservemos el misterio. Un poco de suspenso a nuestras
vidas no le viene nada mal, después de todo.
Y me dio una palmada en el
hombro.