lunes, 17 de julio de 2017

Un extraño asunto de a cuatro (Gabriel Zas)




 

                            Un extraño asunto de a cuatro
 
Leandro, Diego y Eugenio Ambrosio estaban esperando desde hacía un rato a su padre, Victorino Ambrosio, en la oficina de su casa. Los citó allí con un propósito desconocido por los propios hijos y en un horario inhóspito: 23:30. Era algo que llamó poderosamente la atención de los tres hermanos porque su padre jamás en la vida se había comportado de forma semejante. Mientras la espera se tornaba insoportablemente intolerable, los tres intentaron inútilmente por un largo rato tratar de descifrar en vano el motivo de la tan misteriosa reunión. Al ver que no consiguieron alcanzar una respuesta que los dejara satisfecho a ninguno de los tres, no hablaron sobre nada más y en los minutos siguientes sólo perduró el silencio, enmarcado en una atmósfera de un sinfín de incertidumbres y confusión.
A las 23:55 puntual, Victorino Ambrosio se apersonó en su oficina en compañía de su abogado, el doctor Jorge Ramos. La confusión de sus hijos se hizo más evidente, y antes de que alguno de ellos pudiera pronunciar alguna palabra, Ambrosio padre hizo un ademán significativo para evitar que eso ocurriese y seguidamente tomó asiento. El doctor Ramos hizo una ligera reverencia a modo de saludo y permaneció de pie detrás de su cliente.
_ ¿Supongo que deben saber porqué están acá?_ preguntó Victorino Ambrosio, dando por sentado que ellos ya conocían la razón de antemano.
Pero tanto Diego como Leandro y Eugenio se miraron entre sí sin saber qué responder. Su padre los miró a todos por igual e impulsó un gesto con las manos de decepción.
_ ¿Así que no saben? ¿O se están haciendo bien los boludos los tres?
_ Es tarde, papá_ dijo con contundencia, Diego Ambrosio, el mayor de los tres._ Andá al grano, ¿qué pasa? ¿Por qué nos citaste tan tarde?
Victorino Ambrosio lo miró fijamente a los ojos por unos segundos en medio de un silencio incómodo. Luego sonrió con soberbia y extrajo de uno de los cajones de su escritorio un pequeño frasco que apoyó sobre el mismo, ante la atenta mirada llena de nervios y dudas de los tres hermanos por igual.
_ ¿Qué es eso? No entiendo_ dijo el hermano del medio, Eugenio, sin entender demasiado adónde pretendía llegar su padre.
_ ¡No se hagan los imbéciles! Esto es silicio y uno de ustedes, o los tres en complicidad, lo estuvieron utilizando para envenenarme de a poco y que cuando muriera, pareciera que morí intoxicado por algo que comí en mal estado. ¿O de dónde se piensan que me vino el problema en los pulmones? Hace rato que lo vienen haciendo.
Antes de que alguno de los tres pudiera decir algo a favor o en contra del resto, Victorino Ambrosio hizo un gesto de silencio con la mano, con lascivia y con autoridad conjuntas.
_ Los escuché en secreto hablar varias veces_ continuó el padre_ sobre la posibilidad de matarme para quedarse con toda mi guita. Hablaban entre ustedes, hablaron con sus primos para que los ayudara. Pero, la verdad y se los digo muy sinceramente, nunca pensé que se iban a arriesgar a hacerlo de enserio. Que iban a tratar de matarme de verdad. Lo descreí siempre, no los creía capaz de algo así a ninguno de los tres ni a nadie de la familia; hasta que hace una semana atrás empecé a sentirme peor después de la cena. Entonces, lo supe. Busqué y encontré este frasco que tienen a la vista en poder de uno de ustedes tres.
De nuevo, uno de ellos iba a intervenir, pero la rápida reacción de su padre se lo impidió. Victorino Ambrosio miró al doctor Ramos, su abogado, y le indicó que le entregara lo que ya sabía. Le dio en mano dos escritos y se los exhibió a sus tres hijos.
_ ¿Saben qué es esto?_ inquirió con descaro._ Son dos testamentos. En el primero, puse como heredero de todo mi capital al que se anime a confesar mi intento de homicidio.
 Y se rió. Luego, continuó.
_ Tiene un espacio en blanco que mi abogado, aquí presente, tiene la orden de llenar con el nombre de quien confiese y luego firmarlo. Con la casa no puedo tomar ninguna decisión, lamentablemente. La ley me obliga a heredárselas por sucesión en partes iguales a los tres. Y en el segundo testamento, dono toda la guita a obras de caridad y los desheredo a ustedes de adquirir derechos sobre mi propiedad. Se quedan los tres en pelotas. Claramente, sólo un testamento va a tener vigencia y carácter legal. El otro lo rompo y chau, a otra cosa. Ésta oferta está en pie hasta..._ y consultó el reloj de pared de su oficina.
_ Hasta las cero horas. Son exactamente las 23:57, tienen tres minutos contados por reloj para tomar una decisión. Piénsenlo muy bien, es una oferta muy difícil de rechazar y válida por única vez en la vida.
Sonrió con premura y bebió agua de un vaso que tenía sobre la mesa de su escritorio.
_ ¡Estás loco, papá!_ disparó frenético, Eugenio Ambrosio._ Yo no voy a formar parte de una locura como ésta. Yo no tengo nada que ver con querer matarte.
_ ¡No me mientas descaradamente en mis narices, Eugenio! Te escuché más de una vez hablar con tus otros hermanos sobre la posibilidad de asesinarme y vos estabas de acuerdo en que yo tenía que morir.
_ Ellos me obligaron. Yo no quería saber absolutamente nada con todo ése disparate.
_ No seas hijo de puta, ¿querés?_ dijo Leandro._ Reconocé que vos sos tan basura como nosotros dos. No vivís en un palacio. Necesitás la guita tanto como Diego y como yo.
_ Nunca pensé que iban a intentarlo de verdad y que lo hicieran parecer como un accidente, encima.
_ Nadie intentó nada, papá_ intermedió Diego Ambrosio._ Admito que lo pensamos y lo hablamos varias veces, sí. Pero nadie quiso hacerte daño. El silicio lo usa el jardinero cuando viene como parte activa del fertilizante que prepara y usa para las plantas, nada más. Usá boro también para las hormigas y los bichos. Lo que pasa es que estás paranoico y necesitás descansar.
_ El boro no hace un carajo, no intentes justificarte. ¿Te creés que no sé que es inofensivo para la salud? Yo encontré el frasco de silicio en posesión de uno de ustedes tres_ confirmó Victorino Ambrosio con absoluta seguridad._ Y tienen menos de un minuto y medio para decirme quién fue, sino se quedan los tres sin nada. Y no me mientan, porque si se responsabiliza quien no corresponde para cubrirse entre ustedes, también expira la oferta y todo queda sin efecto.
_ Uno de ustedes es un hijo de puta_ dijo Eugenio, obseso y desconfiando de sus otros dos hermanos.
_ No seas pelotudo, Eugenio_ saltó al frente, Leandro._ Alguien, igual que papá, nos escuchó hablar de casualidad y nos plantó el frasco a uno de nosotros sin que nos diésemos cuenta.
_ Terminemos con ésta locura, por favor_ quiso calmar las aguas, Diego.
_ Va a terminar cuando tomen una decisión. Ya van a ser las doce. Escucho la oferta que tienen para proponerme.
Pero la tensión y el nerviosismo reforzaron su presencia con solemnidad y cuando todo pareció por un momento descontrolarse del todo, el reloj marcó las doce en punto. Los tres hermanos se miraron entre sí asustados, inquietos, dubitativos y perplejos. Y a su vez, Victorino Ambrosio intercambió una mirada de frialdad con su abogado, Jorge Ramos, acompañada de un extraño esbozo particular, que el legista le devolvió incondicionalmente. Y cuando sus hijos lo percibieron, la tensión entre ellos se incrementó intempestivamente. Don Ambrosio hizo silencio a propósito como si estuviera esperando que algo en especial ocurriera, pero simplemente no sucedió nada aunque su tesitura no se modificó. Y mucho menos, la del doctor Ramos.
_ Ya es la hora_ sentenció Victorino Ambrosio._ Es una verdadera lástima que no hayan tomado una determinación a tiempo. Y bueno.
_ ¡Para un poco!_ saltó de imprevisto, Leandro._ Está bien, vos ganás. Fuimos los tres.
_ Huelo a una gran mentira_ retrucó el señor Ambrosio, olfateando burlonamente el aire.
_ Leandro me dio el frasco a mí para plantárselo al jardinero discretamente en el bolsillo_ confirmó Diego Ambrosio._ Lo tenía guardado por eso, y vos te apuraste a buscar, papá, y arruinaste todos los planes. ¿Contento con la verdad?
_ Claro. ¿Quién iba a sospechar algo inusual si encontraban al jardinero en posesión de un frasco de silicio, que acostumbra a traer siempre para preparar el fertilizante?_ agregó Eugenio, con cierto tinte de maldad en sus palabras.
_ ¿Te rebelaste?_ ironizó Diego._ Cómo cambia la gente enseguida cuando le conviene, eh. Se nota que necesitás la plata.
_ ¿Y vos qué te la das de Santo? Tenés un quilombo terrible con la deuda de la hipoteca. El banco te dio un plazo de un mes para pagar, sino te rematan la casa. Y vos con tu mujer y tus hijos se quedan en la calle. Bah, vos, porque Paula agarra a los pibes y se va a casa de la vieja, y a tus hijos no te deja verlos nunca más en la puta vida.
_ ¿Qué hablás, Eugenio? La tercera parte de la guita no me alcanza para pagar todo lo que debo. Además ubicate, porque mis hijos son tus sobrinos de sangre. ¿Entendés eso?
_ No te hagas la víctima. Te recontra alcanza y encima te sobra como para comprarte cinco casas en Puerto Madero, más o menos.
_ A vos no te alcanza la miseria que te corresponde, porque sos un ambicioso de mierda, un jugador del orto que juega todas las noches al póker en esos casinos clandestinos, que son propiedad de la mafia, que se patina miles de pesos por noche y que encima pierde. Y los tipos te deben tener con el miembro en el traste porque les debés guita y todavía no les diste a préstamo ni un mísero centavo. Y si no les garpás enseguida, te van a buscar y te van a matar.
_ Dejate de hablar pelotudeces.
_ Tengo razón, ¿no?
Diego miró al padre con rencor.
_ Te saliste con la tuya, ¿no? Lograr que admitiéramos el plan en tu contra para matarte. Siempre te saliste con la tuya. Siempre lograste manejarnos y manejar a la familia como quisiste, con tus caprichos de porquería. Por eso mamá te abandonó.
_ Tu madre se fue hace trece años de ésta casa porque se revolcaba con mi contador. El muy desgraciado me cagó. Pero ella se cagó más la vida por haberse ido con semejante pelotudo a cuestas.
_ Eso es lo que vos decís. Pero fue una más de tus maniobras para conseguir lo que querías: poder y control absoluto sobre ésta casa y ésta familia.
_ ¿Y lo conseguí, no?_ admitió Victorino Ambrosio._ Son una lacra los tres. Tenía que ser un accidente sí o sí, porque sino el seguro no les pagaba porque tienen vínculos de sangre conmigo y la cláusula por derecho a la indemnización en caso de asesinato quedaba sin efecto. Son unos hijos de puta. La pensaron bien. Lástima que les cagué los planes.
_ ¡Ya confesamos, ¿no?!_ dijo en un grito, Leandro._ No tengo la culpa de tener dos hermanos imbéciles que no hicieron lo que tenían que hacer con el frasco de veneno. Algo tan simple y no pudieron concretarlo. Y Diego no tuvo mejor idea, mientras esperaba el momento preciso, que guardarlo en su cuarto, en vez de elegir un lugar neutral.
_ Lo hubieses guardado vos y listo. Mirá qué fácil era la cosa.
_ ¡Te lo di a vos porque confié en que lo ibas a hacer bien! ¡Jamás se me cruzó por la cabeza que ibas a ser un pelotudo sin huevos.
_ Confesamos_ increpó Eugenio a Victorino Ambrosio._ Ponenos a los tres en el testamento.
_ ¡Lástima, che!_ repuso el padre con sarcasmo._ El tiempo expiró.
_ Vos nos prometiste que...
_ La condición era que se decidieran antes de las doce_ consultó el reloj_ y ya son casi las doce y diez de la noche. Además, nada de los tres, sólo el que confesara se iba a llevar todo el efectivo.
_ Entonces, me corresponde a mí_ dijo Diego, eufórico._ Yo confesé primero y me hice cargo por lo del frasco.
_ Tiempo fuera_ insistió Victorino._ Es una pena.
E inesperadamente, Leandro Ambrosio sacó de su cintura un revólver y le apuntó directo al padre y al abogado Ramos.
_ Pone mi nombre y firmen los dos. Háganlo ya_ los amenazó.
Pero Victorino Ambrosio, lejos de temerle a la actitud de su hijo, tomó los dos testamentos entre sus manos y se los exhibió, haciendo una sonrisa burlona.
_ ¡Firmá, carajo, o te disparo!
_ Hacé lo que te pide_ le sugirió Jorge Ramos a su cliente, con cierto miedo reflejado en su expresión.
_ Escuchalo a tu abogado, que habla con sensatez. Pone mi nombre, firmá vos, que firme el doctor y me lo entregan tranquilitos, ¿está claro? Nada de trucos o se mueren todos ahora mismo.
Tanto Diego como Eugenio quisieron calmar a Leandro hablándole con serenidad para hacerlo entrar en razón, pero no pudieron. Victorino Ambrosio, en una actitud desafiante hacia Leandro, hizo trizas uno de los testamentos frente a sus ojos. Nervioso, tomó como rehén a su hermano Eugenio, a quien le apoyó el arma en la cabeza.
_ ¿Qué hiciste, viejo pelotudo?_ le dijo Leandro, nervioso a su padre, y con la mano que sostenía el arma temblando.
_ Lo que dije que iba a hacer si no se decidían antes de tiempo.
_ ¿Cuál rompiste? ¡Hablá o le vuelo la cabeza!
_ ¿Cuál pensás que rompí?
Y Victorino Ambrosio se rió burlonamente a carcajadas y atrás lo siguió su abogado. Leandro se desesperó, apuntó a todos con el pulso que le temblaba y disparó al azar contra un jarrón que había en uno de los estantes de la biblioteca. Inmediatamente el miedo y el silencio volvieron a ser los protagonistas de la escena.
_ Te lo voy a preguntar por última vez_ insistió decidido a todo, Leandro Ambrosio._ ¿Cuál de los dos testamentos rompiste?
_ El que tenía el espacio en blanco para rellenar_ respondió Victorino Ambrosio en absoluta calma, sin temerle en nada a la actitud de su propio hijo._ ¿Me vas a matar o sos un cagón sin huevos que no se anima a apretar el gatillo?
Leandro arrojó lejos de sí a Eugenio, que lo tenía de rehén, y le apuntó a su padre directamente a la cabeza. Pero cuando amagó con ejecutarlo de un disparo en la frente, Victorino Ambrosio convulsionó precipitadamente con violencia durante unos segundos y cayó muerto con la cabeza sobre el escritorio y sus brazos al costado del cuerpo. Todos, sin excepción, se quedaron petrificados, hasta que finalmente Jorge Ramos se acercó con cautela al cuerpo, le tomó el pulso y cercioró el deceso de Victorino Ambrosio.
_ ¿Murió?_ preguntó asustado, Eugenio.
_ Sí_ confirmó el abogado._ Seguramente, el veneno le hizo efecto y colapsó. No supieron dosificar las dosis y lo mataron antes de tiempo. La idea era que lo matase el enfisema pulmonar inducido por el silicio para que su muerte pareciera natural, más que estaba el hecho de que él fumaba en exceso. Era perfecto el plan. De todos modos, podemos decir que sufrió un síncope al ver el arma. No sé, inventamos algo.
_ No sufría del corazón. No se lo van a creer tan fácilmente. ¿Qué va a pasar cuando hagan la autopista y encuentren los restos del veneno en su estómago?_ preguntó fríamente, Diego.
_ Yo voy a arreglarlo todo y te aseguro que se lo van a creer_ adujo confiado el doctor Ramos.
Lo miró a Leandro.
_ Ya está, Flaco. Bajá el arma y damela_ le ordenó._ No compliquemos más el asunto.
Dudó unos instantes, pero finalmente Leandro Ambrosio accedió a la petición de Ramos y le entregó el revólver en mano al abogado. Aquél lo tomó y lo apoyó sobre la mesa, al lado del cuerpo.
_ Véanle el lado positivo a la situación_ proclamó Leandro sin remordimientos._ Ahora vamos a poder cobrar la guita en partes iguales los tres. Todos resultamos favorecidos, después de todo, ¿no?
_ ¿Qué estás diciendo?_ le recriminó Jorge Ramos, indignado y nervioso a la vez._ Tu Viejo rompió el testamento que dijo que rompería. El sano es en el que ustedes no ligan nada. Y les puedo asegurar que no existe un tercero.
Diego Ambrosio se agarró la frente con ambas manos y caminó incesantemente de un lado a otro de la oficina.
_ Qué viejo garca, la puta que lo parió_ protestó.
_ Vos sos abogado. ¿Me vas a decir que no lo podés truchar o hacer alguna tramoya legal para hacernos zafar?_ lo confrontó Leandro.
_ Esto no se trata de soplar y hacer botellas, nada más_ respondió el letrado, enojado._ Es algo muy delicado y complejo. Tengo que pensar muy bien qué hacer. Algo se me va a ocurrir pero tengo que estar tranquilo y solo.
_ Ni siquiera lo envenenamos nosotros _ remarcó asustado Eugenio._ Nos aprovechamos de la situación para agarrar la guita. Nadie tenía ése frasco. Nosotros no tenemos nada que ver con eso.
_ Qué ingenuo que sos_ le replicó Diego._ De los tres, siempre fuiste y sos el más tarado.
Eugenio miró a su hermano con sorpresa y estupor, y la misma mirada se la dirigió luego a Leandro, que ni se inmutó.
_ Rajen, tómenselas_ ordenó Jorge Ramos con prepotencia._ Yo voy a pensar en una solución confiable para todos. Váyanse ya. Yo voy a decir que ustedes acá nunca estuvieron.
_ ¿Y cómo vas a justificar tu presencia en la casa tan tarde?_ le preguntó sobrándolo, Diego Ambrosio.
_ No soy boludo_ contestó Ramos._ Digo que vine más temprano a traerle unos papeles que me pidió, no me atendía, te llamé a vos, viniste, me abriste y lo encontramos así. Y vos, dicho sea de paso, no tenés quilombos con tu esposa, que sabe que te fuiste y no la podemos hacer cómplice de nada de esto. El resto no tiene problemas. Acá no estuvieron y se terminó. Le dio un infarto por cualquier otro motivo y listo.
_ ¿Cómo confíamos en que no nos vas a cagar?_ le preguntó escéptico, Leandro Ambrosio.
_ Porque no tienen más alternativa que confiar en lo que digo_ afirmó el abogado._ ¡Váyanse ya! Y no hablen de esto con nadie.
_ Yo me quedo_ dijo Diego._ Si supuestamente te abrí, tengo que estar presente, sino la farsa no tiene sustento.
_ Andá_ insistió Ramos._ Digo que te pusiste nervioso, tuviste una crisis y por seguridad te mandé de vuelta a tu casa. Actúa un poco cuando llegues y sé convincente, así tu Jermu no sospecha nada. Nada de explicaciones, eh. Metele un verso barato y listo. Vamos, fuera los tres. No podemos perder más tiempo del que ya perdimos.
Tanto Eugenio como Diego y Leandro se retiraron, no sin antes amenazar al abogado con tomar medidas drásticas si los traicionaba. Cuando definitivamente los hermanos Ambrosio abandonaron la morada, Jorge Ramos tomó el teléfono de línea e hizo una llamada.
_ ¿Hola? Sí, ya está. El viejo murió y los boluditos de los hijos se hicieron cargo para quedarse con la guita. Improvisaron todo de maravilla los tarados. Empezó uno y el resto lo siguió... Sí, cuando le propuse a Victorino la idea de la reunión con los hijos y todo el demás circo, aceptó enseguida. El pobre viejo inocente de verdad creyó que lo querían matar los hijos y ellos, ya te digo, reaccionaron tal cual supusimos que lo iban a hacer... Sí, le metí la dosis letal de silicio en el vaso con agua mientras discutía con los hijitos y ni se avivó... Perfecto, vení ya y esperame con el auto a la vuelta. Chau.
Y antes de que termine de colgar, se escuchó un estallido y Jorge Ramos se desplomó sobre el piso. Pues, Victorino Ambrosio le disparó en el estómago con el arma que aquél había apoyado al lado suyo en el escritorio. Inmediatamente Eugenio entró a la oficina y padre e hijo se miraron triunfantes.
_ ¿No te vieron entrar, no?_ preguntó Victorino Ambrosio en estado de alerta.
_ Tranquilo, Viejo_ repuso Eugenio con aire tranquilizador y la voz reposada._ Creen que me fui. En la puerta, todos nos dispersamos porque creímos era lo más conveniente y yo entré sin que se avivaran. El tiro ni lo escucharon.
_ Siempre me fuiste leal, Eugenio_ le dijo su padre con orgullo._ Nunca imaginé que mi propio abogado en quien confié durante tantos años me quisiera muerto y los usara a tus hermanos para matarme. Y que ellos se vendieran aprovechando la jugada. Y todo por mi fortuna.
_ No fue difícil sustituir el frasco de silicio en el cajón del cuarto de Diego_ confesó Eugenio._ Él dice que de los tres soy el más boludo pero él es el más bocón. Ni siquiera notó que cambié el silicio por sal y que entré a su habitación para agarrar el frasco, vaciarlo, llenarlo con sal y dejárselo otra vez en donde lo estaba guardado. Y ni siquiera sabe que fui yo quien volvió a entrar posteriormente para darte el frasco a vos después.
_ Menos mal que me avisaste con tiempo y pudimos usar su treta en contra de ellos.
_ ¿Qué vas a hacer con el cuerpo de tu abogado?
_ Después lo decido. Un garca, además, porque quiso traicionarlos a Diego y Leandro, y lo confirmó cuando les mintió sobre el testamento que supuestamente rompí.
_ ¿Queda todo para mí, entonces?
_ Vos te lo ganaste en buena ley.
_ No entiendo igual cómo el abogado sabía todo. Hay una cuarta persona involucrada, evidentemente. Yo te dije a vos lo de Diego y Leandro, él se enteró, tuvo la idea ésta de la reunión, vos la aceptaste para agarrarlos porque ya sabías todo de antemano por boca mía... Linda familia, eh.
_ Ramos dijo por teléfono que tus hermanos fueron unos improvisados que quisieron sacar ventaja de momento. Flor de boludo. Aparentaron bien.
_ Igual, yo tiré un centro por ése lado. Qué abogado estúpido.
_ Y dijo que recién supuestamente me vertió en el vaso de agua una dosis letal de silicio.
_ ¿Y cómo no te pasó nada, entonces?
_ Yo hice lo que planeamos: fingir. Seguramente, no me puso nada en el agua, lo hubiese detectado enseguida. Pero como vos cambiaste el silicio por sal y no lo notaron, la dosis letal del doctorcito entonces no resultó tan letal después de todo. Se confió demasiado el muy imbécil. Se traicionaron los tres entre ellos. O por ahí se hizo del contenido del frasco posterior a tu cambio y el pelotudo me metió sal. Y yo más pelotudo que él, no le sentí ningún gustito raro al agua. No importa. Sea lo que fuera, fracasaron rotundamente.
_ Pará, ¿con quién habló Ramos por teléfono antes, que me dijiste que habló con alguien?
_ Debe ser la cuarta persona metida en todo este circo. Le dijo que lo esperara con el coche acá a la vuelta.
_ Entonces, averigüemos quién es_ propuso Eugenio Ambrosio, arrebatándole el arma de las manos a su padre._ Ésta vez, el honor es mío.
 
 
 

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