Un extraño asunto de a cuatro
Leandro,
Diego y Eugenio Ambrosio estaban esperando desde hacía un rato a su padre,
Victorino Ambrosio, en la oficina de su casa. Los citó allí con un propósito
desconocido por los propios hijos y en un horario inhóspito: 23:30. Era algo
que llamó poderosamente la atención de los tres hermanos porque su padre jamás
en la vida se había comportado de forma semejante. Mientras la espera se
tornaba insoportablemente intolerable, los tres intentaron inútilmente por un
largo rato tratar de descifrar en vano el motivo de la tan misteriosa reunión.
Al ver que no consiguieron alcanzar una respuesta que los dejara satisfecho a
ninguno de los tres, no hablaron sobre nada más y en los minutos siguientes
sólo perduró el silencio, enmarcado en una atmósfera de un sinfín de
incertidumbres y confusión.
A las 23:55
puntual, Victorino Ambrosio se apersonó en su oficina en compañía de su
abogado, el doctor Jorge Ramos. La confusión de sus hijos se hizo más evidente,
y antes de que alguno de ellos pudiera pronunciar alguna palabra, Ambrosio
padre hizo un ademán significativo para evitar que eso ocurriese y seguidamente
tomó asiento. El doctor Ramos hizo una ligera reverencia a modo de saludo y
permaneció de pie detrás de su cliente.
_ ¿Supongo
que deben saber porqué están acá?_ preguntó Victorino Ambrosio, dando por
sentado que ellos ya conocían la razón de antemano.
Pero tanto
Diego como Leandro y Eugenio se miraron entre sí sin saber qué responder. Su
padre los miró a todos por igual e impulsó un gesto con las manos de decepción.
_ ¿Así que
no saben? ¿O se están haciendo bien los boludos los tres?
_ Es tarde,
papá_ dijo con contundencia, Diego Ambrosio, el mayor de los tres._ Andá al
grano, ¿qué pasa? ¿Por qué nos citaste tan tarde?
Victorino
Ambrosio lo miró fijamente a los ojos por unos segundos en medio de un silencio
incómodo. Luego sonrió con soberbia y extrajo de uno de los cajones de su
escritorio un pequeño frasco que apoyó sobre el mismo, ante la atenta mirada llena
de nervios y dudas de los tres hermanos por igual.
_ ¿Qué es
eso? No entiendo_ dijo el hermano del medio, Eugenio, sin entender demasiado
adónde pretendía llegar su padre.
_ ¡No se
hagan los imbéciles! Esto es silicio y uno de ustedes, o los tres en complicidad,
lo estuvieron utilizando para envenenarme de a poco y que cuando muriera,
pareciera que morí intoxicado por algo que comí en mal estado. ¿O de dónde se
piensan que me vino el problema en los pulmones? Hace rato que lo vienen
haciendo.
Antes de
que alguno de los tres pudiera decir algo a favor o en contra del resto,
Victorino Ambrosio hizo un gesto de silencio con la mano, con lascivia y con
autoridad conjuntas.
_ Los
escuché en secreto hablar varias veces_ continuó el padre_ sobre la posibilidad
de matarme para quedarse con toda mi guita. Hablaban entre ustedes, hablaron
con sus primos para que los ayudara. Pero, la verdad y se los digo muy
sinceramente, nunca pensé que se iban a arriesgar a hacerlo de enserio. Que
iban a tratar de matarme de verdad. Lo descreí siempre, no los creía capaz de
algo así a ninguno de los tres ni a nadie de la familia; hasta que hace una
semana atrás empecé a sentirme peor después de la cena. Entonces, lo supe.
Busqué y encontré este frasco que tienen a la vista en poder de uno de ustedes
tres.
De nuevo,
uno de ellos iba a intervenir, pero la rápida reacción de su padre se lo
impidió. Victorino Ambrosio miró al doctor Ramos, su abogado, y le indicó que
le entregara lo que ya sabía. Le dio en mano dos escritos y se los exhibió a
sus tres hijos.
_ ¿Saben
qué es esto?_ inquirió con descaro._ Son dos testamentos. En el primero, puse
como heredero de todo mi capital al que se anime a confesar mi intento de
homicidio.
Y se rió. Luego, continuó.
_ Tiene un
espacio en blanco que mi abogado, aquí presente, tiene la orden de llenar con
el nombre de quien confiese y luego firmarlo. Con la casa no puedo tomar
ninguna decisión, lamentablemente. La ley me obliga a heredárselas por sucesión
en partes iguales a los tres. Y en el segundo testamento, dono toda la guita a
obras de caridad y los desheredo a ustedes de adquirir derechos sobre mi
propiedad. Se quedan los tres en pelotas. Claramente, sólo un testamento va a
tener vigencia y carácter legal. El otro lo rompo y chau, a otra cosa. Ésta
oferta está en pie hasta..._ y consultó el reloj de pared de su oficina.
_ Hasta las
cero horas. Son exactamente las 23:57, tienen tres minutos contados por reloj
para tomar una decisión. Piénsenlo muy bien, es una oferta muy difícil de
rechazar y válida por única vez en la vida.
Sonrió con
premura y bebió agua de un vaso que tenía sobre la mesa de su escritorio.
_ ¡Estás
loco, papá!_ disparó frenético, Eugenio Ambrosio._ Yo no voy a formar parte de
una locura como ésta. Yo no tengo nada que ver con querer matarte.
_ ¡No me
mientas descaradamente en mis narices, Eugenio! Te escuché más de una vez hablar
con tus otros hermanos sobre la posibilidad de asesinarme y vos estabas de
acuerdo en que yo tenía que morir.
_ Ellos me
obligaron. Yo no quería saber absolutamente nada con todo ése disparate.
_ No seas
hijo de puta, ¿querés?_ dijo Leandro._ Reconocé que vos sos tan basura como
nosotros dos. No vivís en un palacio. Necesitás la guita tanto como Diego y
como yo.
_ Nunca
pensé que iban a intentarlo de verdad y que lo hicieran parecer como un
accidente, encima.
_ Nadie
intentó nada, papá_ intermedió Diego Ambrosio._ Admito que lo pensamos y lo
hablamos varias veces, sí. Pero nadie quiso hacerte daño. El silicio lo usa el
jardinero cuando viene como parte activa del fertilizante que prepara y usa
para las plantas, nada más. Usá boro también para las hormigas y los bichos. Lo
que pasa es que estás paranoico y necesitás descansar.
_ El boro
no hace un carajo, no intentes justificarte. ¿Te creés que no sé que es
inofensivo para la salud? Yo encontré el frasco de silicio en posesión de uno
de ustedes tres_ confirmó Victorino Ambrosio con absoluta seguridad._ Y tienen
menos de un minuto y medio para decirme quién fue, sino se quedan los tres sin
nada. Y no me mientan, porque si se responsabiliza quien no corresponde para
cubrirse entre ustedes, también expira la oferta y todo queda sin efecto.
_ Uno de
ustedes es un hijo de puta_ dijo Eugenio, obseso y desconfiando de sus otros
dos hermanos.
_ No seas
pelotudo, Eugenio_ saltó al frente, Leandro._ Alguien, igual que papá, nos
escuchó hablar de casualidad y nos plantó el frasco a uno de nosotros sin que
nos diésemos cuenta.
_
Terminemos con ésta locura, por favor_ quiso calmar las aguas, Diego.
_ Va a
terminar cuando tomen una decisión. Ya van a ser las doce. Escucho la oferta
que tienen para proponerme.
Pero la
tensión y el nerviosismo reforzaron su presencia con solemnidad y cuando todo
pareció por un momento descontrolarse del todo, el reloj marcó las doce en
punto. Los tres hermanos se miraron entre sí asustados, inquietos, dubitativos
y perplejos. Y a su vez, Victorino Ambrosio intercambió una mirada de frialdad
con su abogado, Jorge Ramos, acompañada de un extraño esbozo particular, que el
legista le devolvió incondicionalmente. Y cuando sus hijos lo percibieron, la
tensión entre ellos se incrementó intempestivamente. Don Ambrosio hizo silencio
a propósito como si estuviera esperando que algo en especial ocurriera, pero
simplemente no sucedió nada aunque su tesitura no se modificó. Y mucho menos,
la del doctor Ramos.
_ Ya es la
hora_ sentenció Victorino Ambrosio._ Es una verdadera lástima que no hayan
tomado una determinación a tiempo. Y bueno.
_ ¡Para un
poco!_ saltó de imprevisto, Leandro._ Está bien, vos ganás. Fuimos los tres.
_ Huelo a
una gran mentira_ retrucó el señor Ambrosio, olfateando burlonamente el aire.
_ Leandro
me dio el frasco a mí para plantárselo al jardinero discretamente en el
bolsillo_ confirmó Diego Ambrosio._ Lo tenía guardado por eso, y vos te
apuraste a buscar, papá, y arruinaste todos los planes. ¿Contento con la
verdad?
_ Claro.
¿Quién iba a sospechar algo inusual si encontraban al jardinero en posesión de
un frasco de silicio, que acostumbra a traer siempre para preparar el
fertilizante?_ agregó Eugenio, con cierto tinte de maldad en sus palabras.
_ ¿Te
rebelaste?_ ironizó Diego._ Cómo cambia la gente enseguida cuando le conviene,
eh. Se nota que necesitás la plata.
_ ¿Y vos
qué te la das de Santo? Tenés un quilombo terrible con la deuda de la hipoteca.
El banco te dio un plazo de un mes para pagar, sino te rematan la casa. Y vos
con tu mujer y tus hijos se quedan en la calle. Bah, vos, porque Paula agarra a
los pibes y se va a casa de la vieja, y a tus hijos no te deja verlos nunca más
en la puta vida.
_ ¿Qué
hablás, Eugenio? La tercera parte de la guita no me alcanza para pagar todo lo
que debo. Además ubicate, porque mis hijos son tus sobrinos de sangre.
¿Entendés eso?
_ No te
hagas la víctima. Te recontra alcanza y encima te sobra como para comprarte
cinco casas en Puerto Madero, más o menos.
_ A vos no
te alcanza la miseria que te corresponde, porque sos un ambicioso de mierda, un
jugador del orto que juega todas las noches al póker en esos casinos
clandestinos, que son propiedad de la mafia, que se patina miles de pesos por
noche y que encima pierde. Y los tipos te deben tener con el miembro en el
traste porque les debés guita y todavía no les diste a préstamo ni un mísero
centavo. Y si no les garpás enseguida, te van a buscar y te van a matar.
_ Dejate de
hablar pelotudeces.
_ Tengo
razón, ¿no?
Diego miró
al padre con rencor.
_ Te
saliste con la tuya, ¿no? Lograr que admitiéramos el plan en tu contra para
matarte. Siempre te saliste con la tuya. Siempre lograste manejarnos y manejar
a la familia como quisiste, con tus caprichos de porquería. Por eso mamá te
abandonó.
_ Tu madre
se fue hace trece años de ésta casa porque se revolcaba con mi contador. El muy
desgraciado me cagó. Pero ella se cagó más la vida por haberse ido con
semejante pelotudo a cuestas.
_ Eso es lo
que vos decís. Pero fue una más de tus maniobras para conseguir lo que querías:
poder y control absoluto sobre ésta casa y ésta familia.
_ ¿Y lo
conseguí, no?_ admitió Victorino Ambrosio._ Son una lacra los tres. Tenía que ser
un accidente sí o sí, porque sino el seguro no les pagaba porque tienen
vínculos de sangre conmigo y la cláusula por derecho a la indemnización en caso
de asesinato quedaba sin efecto. Son unos hijos de puta. La pensaron bien.
Lástima que les cagué los planes.
_ ¡Ya
confesamos, ¿no?!_ dijo en un grito, Leandro._ No tengo la culpa de tener dos
hermanos imbéciles que no hicieron lo que tenían que hacer con el frasco de
veneno. Algo tan simple y no pudieron concretarlo. Y Diego no tuvo mejor idea,
mientras esperaba el momento preciso, que guardarlo en su cuarto, en vez de
elegir un lugar neutral.
_ Lo
hubieses guardado vos y listo. Mirá qué fácil era la cosa.
_ ¡Te lo di
a vos porque confié en que lo ibas a hacer bien! ¡Jamás se me cruzó por la
cabeza que ibas a ser un pelotudo sin huevos.
_
Confesamos_ increpó Eugenio a Victorino Ambrosio._ Ponenos a los tres en el
testamento.
_ ¡Lástima,
che!_ repuso el padre con sarcasmo._ El tiempo expiró.
_ Vos nos
prometiste que...
_ La
condición era que se decidieran antes de las doce_ consultó el reloj_ y ya son
casi las doce y diez de la noche. Además, nada de los tres, sólo el que
confesara se iba a llevar todo el efectivo.
_ Entonces,
me corresponde a mí_ dijo Diego, eufórico._ Yo confesé primero y me hice cargo
por lo del frasco.
_ Tiempo
fuera_ insistió Victorino._ Es una pena.
E
inesperadamente, Leandro Ambrosio sacó de su cintura un revólver y le apuntó
directo al padre y al abogado Ramos.
_ Pone mi
nombre y firmen los dos. Háganlo ya_ los amenazó.
Pero
Victorino Ambrosio, lejos de temerle a la actitud de su hijo, tomó los dos
testamentos entre sus manos y se los exhibió, haciendo una sonrisa burlona.
_ ¡Firmá,
carajo, o te disparo!
_ Hacé lo
que te pide_ le sugirió Jorge Ramos a su cliente, con cierto miedo reflejado en
su expresión.
_ Escuchalo
a tu abogado, que habla con sensatez. Pone mi nombre, firmá vos, que firme el
doctor y me lo entregan tranquilitos, ¿está claro? Nada de trucos o se mueren
todos ahora mismo.
Tanto Diego
como Eugenio quisieron calmar a Leandro hablándole con serenidad para hacerlo
entrar en razón, pero no pudieron. Victorino Ambrosio, en una actitud
desafiante hacia Leandro, hizo trizas uno de los testamentos frente a sus ojos.
Nervioso, tomó como rehén a su hermano Eugenio, a quien le apoyó el arma en la
cabeza.
_ ¿Qué
hiciste, viejo pelotudo?_ le dijo Leandro, nervioso a su padre, y con la mano
que sostenía el arma temblando.
_ Lo que
dije que iba a hacer si no se decidían antes de tiempo.
_ ¿Cuál
rompiste? ¡Hablá o le vuelo la cabeza!
_ ¿Cuál
pensás que rompí?
Y Victorino
Ambrosio se rió burlonamente a carcajadas y atrás lo siguió su abogado. Leandro
se desesperó, apuntó a todos con el pulso que le temblaba y disparó al azar
contra un jarrón que había en uno de los estantes de la biblioteca.
Inmediatamente el miedo y el silencio volvieron a ser los protagonistas de la
escena.
_ Te lo voy
a preguntar por última vez_ insistió decidido a todo, Leandro Ambrosio._ ¿Cuál
de los dos testamentos rompiste?
_ El que
tenía el espacio en blanco para rellenar_ respondió Victorino Ambrosio en
absoluta calma, sin temerle en nada a la actitud de su propio hijo._ ¿Me vas a
matar o sos un cagón sin huevos que no se anima a apretar el gatillo?
Leandro
arrojó lejos de sí a Eugenio, que lo tenía de rehén, y le apuntó a su padre
directamente a la cabeza. Pero cuando amagó con ejecutarlo de un disparo en la
frente, Victorino Ambrosio convulsionó precipitadamente con violencia durante
unos segundos y cayó muerto con la cabeza sobre el escritorio y sus brazos al costado
del cuerpo. Todos, sin excepción, se quedaron petrificados, hasta que
finalmente Jorge Ramos se acercó con cautela al cuerpo, le tomó el pulso y
cercioró el deceso de Victorino Ambrosio.
_ ¿Murió?_
preguntó asustado, Eugenio.
_ Sí_
confirmó el abogado._ Seguramente, el veneno le hizo efecto y colapsó. No
supieron dosificar las dosis y lo mataron antes de tiempo. La idea era que lo
matase el enfisema pulmonar inducido por el silicio para que su muerte
pareciera natural, más que estaba el hecho de que él fumaba en exceso. Era
perfecto el plan. De todos modos, podemos decir que sufrió un síncope al ver el
arma. No sé, inventamos algo.
_ No sufría
del corazón. No se lo van a creer tan fácilmente. ¿Qué va a pasar cuando hagan
la autopista y encuentren los restos del veneno en su estómago?_ preguntó
fríamente, Diego.
_ Yo voy a
arreglarlo todo y te aseguro que se lo van a creer_ adujo confiado el doctor
Ramos.
Lo miró a
Leandro.
_ Ya está,
Flaco. Bajá el arma y damela_ le ordenó._ No compliquemos más el asunto.
Dudó unos
instantes, pero finalmente Leandro Ambrosio accedió a la petición de Ramos y le
entregó el revólver en mano al abogado. Aquél lo tomó y lo apoyó sobre la mesa,
al lado del cuerpo.
_ Véanle el
lado positivo a la situación_ proclamó Leandro sin remordimientos._ Ahora vamos
a poder cobrar la guita en partes iguales los tres. Todos resultamos
favorecidos, después de todo, ¿no?
_ ¿Qué
estás diciendo?_ le recriminó Jorge Ramos, indignado y nervioso a la vez._ Tu
Viejo rompió el testamento que dijo que rompería. El sano es en el que ustedes
no ligan nada. Y les puedo asegurar que no existe un tercero.
Diego
Ambrosio se agarró la frente con ambas manos y caminó incesantemente de un lado
a otro de la oficina.
_ Qué viejo
garca, la puta que lo parió_ protestó.
_ Vos sos
abogado. ¿Me vas a decir que no lo podés truchar o hacer alguna tramoya legal
para hacernos zafar?_ lo confrontó Leandro.
_ Esto no
se trata de soplar y hacer botellas, nada más_ respondió el letrado, enojado._
Es algo muy delicado y complejo. Tengo que pensar muy bien qué hacer. Algo se
me va a ocurrir pero tengo que estar tranquilo y solo.
_ Ni
siquiera lo envenenamos nosotros _ remarcó asustado Eugenio._ Nos aprovechamos
de la situación para agarrar la guita. Nadie tenía ése frasco. Nosotros no
tenemos nada que ver con eso.
_ Qué
ingenuo que sos_ le replicó Diego._ De los tres, siempre fuiste y sos el más
tarado.
Eugenio
miró a su hermano con sorpresa y estupor, y la misma mirada se la dirigió luego
a Leandro, que ni se inmutó.
_ Rajen,
tómenselas_ ordenó Jorge Ramos con prepotencia._ Yo voy a pensar en una
solución confiable para todos. Váyanse ya. Yo voy a decir que ustedes acá nunca
estuvieron.
_ ¿Y cómo
vas a justificar tu presencia en la casa tan tarde?_ le preguntó sobrándolo,
Diego Ambrosio.
_ No soy
boludo_ contestó Ramos._ Digo que vine más temprano a traerle unos papeles que
me pidió, no me atendía, te llamé a vos, viniste, me abriste y lo encontramos
así. Y vos, dicho sea de paso, no tenés quilombos con tu esposa, que sabe que
te fuiste y no la podemos hacer cómplice de nada de esto. El resto no tiene
problemas. Acá no estuvieron y se terminó. Le dio un infarto por cualquier otro
motivo y listo.
_ ¿Cómo
confíamos en que no nos vas a cagar?_ le preguntó escéptico, Leandro Ambrosio.
_ Porque no
tienen más alternativa que confiar en lo que digo_ afirmó el abogado._ ¡Váyanse
ya! Y no hablen de esto con nadie.
_ Yo me
quedo_ dijo Diego._ Si supuestamente te abrí, tengo que estar presente, sino la
farsa no tiene sustento.
_ Andá_
insistió Ramos._ Digo que te pusiste nervioso, tuviste una crisis y por
seguridad te mandé de vuelta a tu casa. Actúa un poco cuando llegues y sé
convincente, así tu Jermu no sospecha nada. Nada de explicaciones, eh. Metele
un verso barato y listo. Vamos, fuera los tres. No podemos perder más tiempo
del que ya perdimos.
Tanto
Eugenio como Diego y Leandro se retiraron, no sin antes amenazar al abogado con
tomar medidas drásticas si los traicionaba. Cuando definitivamente los hermanos
Ambrosio abandonaron la morada, Jorge Ramos tomó el teléfono de línea e hizo
una llamada.
_ ¿Hola?
Sí, ya está. El viejo murió y los boluditos de los hijos se hicieron cargo para
quedarse con la guita. Improvisaron todo de maravilla los tarados. Empezó uno y
el resto lo siguió... Sí, cuando le propuse a Victorino la idea de la reunión
con los hijos y todo el demás circo, aceptó enseguida. El pobre viejo inocente
de verdad creyó que lo querían matar los hijos y ellos, ya te digo,
reaccionaron tal cual supusimos que lo iban a hacer... Sí, le metí la dosis
letal de silicio en el vaso con agua mientras discutía con los hijitos y ni se
avivó... Perfecto, vení ya y esperame con el auto a la vuelta. Chau.
Y antes de
que termine de colgar, se escuchó un estallido y Jorge Ramos se desplomó sobre
el piso. Pues, Victorino Ambrosio le disparó en el estómago con el arma que
aquél había apoyado al lado suyo en el escritorio. Inmediatamente Eugenio entró
a la oficina y padre e hijo se miraron triunfantes.
_ ¿No te
vieron entrar, no?_ preguntó Victorino Ambrosio en estado de alerta.
_
Tranquilo, Viejo_ repuso Eugenio con aire tranquilizador y la voz reposada._
Creen que me fui. En la puerta, todos nos dispersamos porque creímos era lo más
conveniente y yo entré sin que se avivaran. El tiro ni lo escucharon.
_ Siempre
me fuiste leal, Eugenio_ le dijo su padre con orgullo._ Nunca imaginé que mi
propio abogado en quien confié durante tantos años me quisiera muerto y los
usara a tus hermanos para matarme. Y que ellos se vendieran aprovechando la
jugada. Y todo por mi fortuna.
_ No fue
difícil sustituir el frasco de silicio en el cajón del cuarto de Diego_ confesó
Eugenio._ Él dice que de los tres soy el más boludo pero él es el más bocón. Ni
siquiera notó que cambié el silicio por sal y que entré a su habitación para
agarrar el frasco, vaciarlo, llenarlo con sal y dejárselo otra vez en donde lo
estaba guardado. Y ni siquiera sabe que fui yo quien volvió a entrar
posteriormente para darte el frasco a vos después.
_ Menos mal
que me avisaste con tiempo y pudimos usar su treta en contra de ellos.
_ ¿Qué vas
a hacer con el cuerpo de tu abogado?
_ Después
lo decido. Un garca, además, porque quiso traicionarlos a Diego y Leandro, y lo
confirmó cuando les mintió sobre el testamento que supuestamente rompí.
_ ¿Queda
todo para mí, entonces?
_ Vos te lo
ganaste en buena ley.
_ No
entiendo igual cómo el abogado sabía todo. Hay una cuarta persona involucrada,
evidentemente. Yo te dije a vos lo de Diego y Leandro, él se enteró, tuvo la
idea ésta de la reunión, vos la aceptaste para agarrarlos porque ya sabías todo
de antemano por boca mía... Linda familia, eh.
_ Ramos
dijo por teléfono que tus hermanos fueron unos improvisados que quisieron sacar
ventaja de momento. Flor de boludo. Aparentaron bien.
_ Igual, yo
tiré un centro por ése lado. Qué abogado estúpido.
_ Y dijo
que recién supuestamente me vertió en el vaso de agua una dosis letal de silicio.
_ ¿Y cómo
no te pasó nada, entonces?
_ Yo hice
lo que planeamos: fingir. Seguramente, no me puso nada en el agua, lo hubiese
detectado enseguida. Pero como vos cambiaste el silicio por sal y no lo
notaron, la dosis letal del doctorcito entonces no resultó tan letal después de
todo. Se confió demasiado el muy imbécil. Se traicionaron los tres entre ellos.
O por ahí se hizo del contenido del frasco posterior a tu cambio y el pelotudo
me metió sal. Y yo más pelotudo que él, no le sentí ningún gustito raro al
agua. No importa. Sea lo que fuera, fracasaron rotundamente.
_ Pará,
¿con quién habló Ramos por teléfono antes, que me dijiste que habló con
alguien?
_ Debe ser
la cuarta persona metida en todo este circo. Le dijo que lo esperara con el
coche acá a la vuelta.
_ Entonces,
averigüemos quién es_ propuso Eugenio Ambrosio, arrebatándole el arma de las
manos a su padre._ Ésta vez, el honor es mío.
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