Voy a contar el siguiente
caso desde un lugar un tanto diferente a como comúnmente lo hago, ya que no
formé parte activa en él. Contrariamente, voy a exponerlo exactamente igual a
como mi amigo me lo narró a mí, sin agregar ni quitar ningún detalle ni ninguna
palabra de ninguno de los diálogos que hacen a la presente historia.
Sean Dortmund estaba
disfrutando de uno de sus mayores placeres de la vida: fumar un buen habano
mientras leía el diario, sentado cómodamente en su sillón predilecto. Sabía
perfectamente, además, que nada iba a arruinar ése momento de paz y serenidad
que tanto anheló porque el capitán Riestra estaba de vacaciones en Mendoza, por
lo que la sola idea de que aquél le consultase sobre un caso intrincado estaba
lejos de efectivizarse. Sin embargo, sus presunciones resultaron completamente
infundadas. El mencionado capitán lo llamó por teléfono alrededor de las 15:30
para requerirle a mi amigo su colaboración en la investigación de la muerte de un
hombre de unos 37 años de edad aproximadamente, identificado como Faustino
Acosta, que tuvo lugar en el cerro Aconcagua. Según el relato del propio
capitán Riestra, la víctima apareció muerta a 4300 metros de altura por sobre
el nivel del mar por la Cara Norte de la montaña, lo que sería su vía de acceso
normal a través del cual cualquier persona, por más inexperimentada que
resulte, puede escalar sin mayores complejidades. Generalmente, las
consecuencias de la altitud son severas, pudiendo producir en el propio
alpinista efectos del tipo de apunamiento
o similares, más si las condiciones climáticas no son un punto a favor ya que
de estar calmas pueden revertirse en una fracción de segundo y hasta puede
ocasionarse la corriente técnicamente conocida como Viento Blanco del
Aconcagua. No obstante, nada de esto implica un riesgo grave para la salud
humana y el escalador no precisa asimismo del uso adicional de oxígeno
artificial.
El cuerpo del señor
Acosta apareció en el primer descanso de la montaña, conocido como Plaza de las
Mulas. Estaba solo y fue descubierto por el piloto de un avión comercial que
circundaba la zona. El análisis preliminar del forense había dictaminado que el
señor Faustino Acosta falleció a raíz de una insuficiencia cardíaca fulminante,
consecuencia quizás de la altura hasta la que había ascendido, motivado
aparentemente por varios posibles factores que debían ser determinados por la
necropsia correspondiente. Pero en la historia clínica del señor Acosta no
existían antecedentes de enfermedades cardiovasculares ni de ningún tipo de
enfermedad respiratoria ni crónica ni de nada por el estilo. Incluso, según lo
que el capitán Riestra le contó a Dortmund, los estudios de rutina médicos
preliminares que el señor Acosta se realizó para corroborar si estaba en
óptimas condiciones de emprender la travesía, dieron todos perfectos, del
primero hasta el último. La condición médica de Faustino Acosta era
sobresaliente. Por consiguiente, su deceso fue caratulado como muerte dudosa.
El informe de autopsia
estuvo disponible a la mañana siguiente del hecho y arrojó un resultado
inquietantemente sorprendente y revelador: Faustino Acosta fue envenenado por
un veneno no identificado en el momento. Parecía totalmente irrisorio porque
nadie más estuvo con él a la hora de su muerte, y sin embargo, así fue. El
desconcierto y la conmoción en los investigadores fueron completos y genuinos.
Y ni hablar de cómo repercutió eso en nuestro amigo, el capitán Riestra. Nadie
se esperaba semejante resultado. La carátula del caso cambió de muerte
dudosa a asesinato.
¿Cómo envenenar a una
persona que está a 4300 metros de altura, sola, sobre el descanso de una
montaña?
Dortmund era el único que podía encontrar una explicación plausible a tan
inexplicable evento.
La primera hipótesis que
surgió de boca de los investigadores fue que el veneno había sido suministrado
en la botella de agua que el señor Acosta llevaba consigo para hidratarse. Sin
embargo, el análisis toxicológico practicado posteriormente sobre la misma dio
negativo. Se procesaron los alimentos que había ingerido momentos antes del
ascenso al cerro y arrojaron el mismo resultado que la botella. Y el informe
definitivo de autopsia terminaría por confirmar la mayor y más impensadas de
todas las incógnitas: Faustino Acosta fue envenenado entre tres y cinco
minutos antes de su fallecimiento, es decir, mientras estaba en la montaña.
Decididamente, Dortmund era la solución más idónea para desdeñar este misterio.
Por primera vez desde que lo conocimos con el inspector, él no juzgó la falta
de sentido común del capitán Riestra. Y el caso, sin duda alguna, captó su
interés de inmediato.
_ ¿Qué datos de interés
brindó el testigo que descubrió el cuerpo del señor Acosta, capitán Riestra?_
fue lo primero que Dortmund le preguntó a nuestro amigo después de que aquél
concluyera con el relato detallado de los pormenores del caso.
_ Dijo que vio a un
hombre alejarse lo más tranquilo posible de la escena del crimen_ contestó
Riestra._ No le pudo ver bien la cara pero lo describió como alguien de
estatura media, cabello negro corto a la altura de la nuca y un saco gris algo
desprolijo y puesto así nomás.
_ Lo que sugiere que el
testigo sobrevoló la escena prácticamente después de que se cometiera el
crimen. Tuvo que ver algo más. ¿Qué otra cosa declaró?
_ Pensamos lo mismo. Pero
dijo que no vio nada más.
_ ¿En qué dirección
comandaba el avión?
_ Declaró que de norte a
sur y que el presunto asesino iba caminando en la misma dirección.
_ Y si nuestro testigo venía volando a una altura
promedio, es posible entonces que no pudiese ver nada y estuviera diciendo la
verdad, después de todo.
_ Hay que tener en cuenta
que los testigos siempre distorsionan los hechos involuntariamente, producto
del trauma sufrido.
_ ¿Dice entonces, capitán
Riestra, que es probable que el testigo haya tergiversado la dirección en la
que vio huir al hombre misterioso o que haya pasado por alto algún detalle
relevante?
_ Convengamos que es algo
factible. Y no sería la primera vez.
_ Estoy de acuerdo. ¿Qué
puede decirme, entonces, del supuesto hombre misterioso? ¿Pudo averiguar algo?
_ No creo que se trate de
alguien tan misterioso, inspector Dortmund. Su descripción concuerda con la de
Ludovico Valbuena, un antiguo socio de la víctima.
_ ¿A qué se dedicaba el
señor Acosta?
_ Era dueño de una
empresa que fabricaba y comercializaba herramientas de construcción. Conoció a
Valbuena hace un año y medio cuando lo contrató como nuevo contador de la firma
y a los cuatro meses lo convirtió en socio minoritario de la compañía. Todo iba
bien entre ellos dos hasta que Acosta descubrió que Valbuena lo había estafado
por grandes sumas en varias transacciones de toda clase. Más de veinte testigos
fiables, entre empleados y personal ajeno, dieron fe de la veracidad de ésta
historia y hasta algunos llegaron a declarar que tres días antes del homicidio,
discutieron por este motivo en la oficina del señor Acosta.
_ ¿Discutieron sólo por
eso?
_ Por lo que se
desprendió de los testimonios, no existió otra cuestión de fondo.
_ De modo que el señor
Valbuena tenía dos claros motivos para querer asesinar al señor Faustino
Acosta_.
El tono de voz de mi
amigo sonó reflexivo y daba cuenta de que una idea lo estaba atacando, aunque
resistió la tentación de hacer gala de ella de arranque. Antes, quería
asegurarse de no dejar ningún detalle librado al azar.
_ ¿Por qué plantea la
existencia de un doble motivo, Dortmund?_ inquirió con ingenuidad el capitán
Riestra.
_ Porque: o bien el señor
Valbuena pudo asesinar al señor Acosta para evitar que lo denunciara por los
fraudes que cometió en perjuicio de la empresa, o bien para apoderarse de todo
el capital entrante. No le alcanzaba con ser socio minoritario. Quería más
porque era un hombre con una enorme sed de ambición.
_ Reconozco que no lo
pensé por ése lado. Pero, sea cual fuera su motivación para el homicidio, se
cae por su propia debilidad. Ludovico Valbuena dispone de una sólida coartada
para la hora del asesinato.
_ ¿Está seguro, capitán
Riestra?
_ Mis hombres la
confirmaron. Valbuena definitivamente no mató a Faustino Acosta. Suponemos
entonces que pudieron querer inculparlo. ¿No lo cree así, Dortmund?
_ Es una posibilidad, sí.
Naturalmente, no la descarto. No descarto nada, capitán Riestra. ¿Quién más
tenía motivos claros para querer muerto al señor Acosta?
_ La relación con su
esposa no era muy favorable. Estaban en crisis desde hacía unos cuantos meses
atrás.
_ ¿Cómo se llama la dama
en cuestión?
_ María Fernanda Saleme.
Y según su testimonio, ella se casó principalmente con el señor Acosta por sus
inmensos deseos de formar una familia. Pero las intenciones suyas cambiaron
radicalmente de un día para el otro. Dijo que no tenía ningún interés en tener
hijos y que su vida era su empresa y sus pasatiempos.
_ ¿Escalar montañas era
uno de esos pasatiempos, capitán Riestra?
_ Exactamente, inspector
Dortmund. También le gustaba el esquí y la caza.
_ ¿Siempre escalaba el
señor Acosta las montañas en absoluta soledad?
_ Según su esposa, sí.
Decía que lo distraía de su rutina diaria y lo ayudaba a pensar.
_ ¿Y siempre escalaba los
mismos días en los mismos horarios?
_ Sí. Viernes, sábados y
domingos por la mañana temprano. Volvía a su casa como a las seis de la tarde.
_ Así que la señora
Saleme estaba prácticamente todo el día sola, haciendo los quehaceres del hogar,
imagino.
_ A veces se juntaba con
amigas a la tarde tomar la merienda en casa de alguna de ellas.
_ ¿En su propia casa,
nunca?
_ Algunas veces, sí. Pero
fueron pocas.
_ ¿Así que, cuando su
marido fue asesinado, la señora Saleme estaba reunida con sus amigas?
_ Sí. Confirmaron la
coartada dos de ellas: Betina Mazziatelli y Luciana Ortega.
_ Igual, entiendo que
María Fernanda Saleme tenía razones sólidas para estar enojada con Faustino
Acosta.
_ Sí. Pero eso no
demuestra su culpabilidad, Dortmund.
_ Tampoco su inocencia,
capitán Riestra. Dígame otra cosa. ¿Quién más poseía motivos claros para ver
muerto al señor Acosta?
_ Mantenía diferencias
con uno de sus empleados, Martín Lange.
_ ¿Por qué razones?
_ Por cuestiones de
jerarquía y poder, principalmente. Cosas así se ven todos los días en casi
todos los trabajos habidos y por haber.
_ No me parece algo
relevante.
_ Usted siempre dice que
lo irrelevante es lo más importante en un caso.
_ Normalmente sí, capitán
Riestra. Pero toda regla tiene sus excepciones.
_ Concuerdo en eso.
_ ¿Qué condiciones
climáticas había en el cerro al momento de la muerte del señor Acosta?
_ Viento fuerte, de unos
45 a 50 kilómetros por hora, según el servicio meteorológico. Soleado, buen
clima, templado, 13 grados... ¿Qué importancia tiene esto, Dortmund? No lo
comprendo.
_ ¿Peinaron la zona?
_ ¿Para buscar, qué cosa?
_ ¡El arma homicida,
capitán Riestra!
_ No sabemos cómo lo
mataron. No podemos rastrillar el lugar sin saber qué buscamos con exactitud.
_ Para buscar lo que necesitan,
deben dividir la zona en cuadros.
_ ¿Ya sabe cómo mataron
al señor Acosta?
El capitán Riestra se oyó
visiblemente compungido y azorado.
_ En efecto_ respondió mi
amigo con absoluta calma y confianza._ E imagino que el propietario que renta
los globos aerostáticos a los turistas y lugareños de la región contabilizó que
tenía uno demás en su flota.
_ ¡Sí! Lo interrogamos
porque tiene la base a medio kilómetro del cerro Aconcagua y supusimos que pudo
ver algo. Dijo que un hombre se lo dejó y se fue sin muchas explicaciones. Y
ahora que lo relaciono, su descripción física es idéntica a la que proporcionó
el testigo del homicidio, aunque tampoco le vio la cara. Dortmund, por Dios,
¿cómo lo adivinó?
_ El mecanismo que
utilizó el asesino para envenenar al señor Faustino Acosta me hizo suponerlo.
_ Asumo que ya sabe lo
que pasó.
_ Peine la escena
buscando una sopapa en miniatura, como las que se usan en las armas de juguete.
Sólo que el asesino en vez de impregnar la punta con saliva, lo hizo con
veneno.
_ No puede estar hablando
enserio, Dortmund.
_ Siempre hablo enserio,
capitán Riestra. Piense además que es el único modo factible de cometer un
asesinato de tales características desde una altura de 4300 metros. Un arma de
juguete se consigue fácilmente en cualquier juguetería o comercio. Por lo
tanto, no es nada complicado para el asesino adquirir una. Una vez el arma en
su poder, humedeció la punta de la sopapa con el veneno y la cargó en la misma.
Subió a un globo aerostático que pudo conseguir en cualquier otro momento por
cualquier medio, se acercó lo suficiente a la víctima desde el aire, apuntó y
disparó. Y siguió su trayecto en globo hasta la estación más cercana en donde
lo dejó abandonado, escapando a pie como si nada hubiera sucedido.
_ Hay algo que no
entiendo. ¿Cómo es posible que el piloto de avión lo haya visto huir a pie pero
según su versión, no descendió del globo hasta medio kilómetro más adelante?
_ Admiro que esté atento,
capitán Riestra. Buen punto el que plantea. Y la explicación es bastante
austera y vulgar. Su testigo debió confundir el Aconcagua con otra montaña.
Técnicamente, ambos dijeron la verdad. Peine la escena por cuadrículas para
hallar la sopapa utilizada para el asesinato. El fuerte viento debió
arrastrarla bastante lejos. Después que impactó en el cuello del señor Acosta,
sin dudas cayó al vacío.
_ Es muy ingenioso.
¿Quién y por qué?
_ Fue su esposa, María
Fernanda Saleme. Es absolutamente cierto que las apariencias pueden engañar
hasta a la persona más inteligente. Es fácil para la señora Saleme simular ser
el señor Valbuena. Después de todo, ¿quién mejor que ella podía conocer los problemas
que su esposo mantenía con su socio? Este punto no merece demasiadas
explicaciones. Sólo fue cuestión de que María Fernanda Saleme se cortase el
cabello a la misma altura de cómo lo tiene Ludovico Valbuena y al colocarse un
sobretodo de hombre, cualquiera supondría a simple vista que se trataba de uno.
Simplemente, después era necesario que ella consiguiese una peluca idéntica a
su cabellera natural para camuflar el ardid. Y procuró tomar un sobretodo lo
bastante ancho como para esconder en su interior el arma empleada. Sólo que su
brillante plan no contempló que el señor Valbuena pudiera tener una coartada
sólida. Aun así, prefirió crearse una para ella misma con la complicidad de dos
de sus amigas. El motivo de porqué lo hizo es claro: al señor Faustino Acosta
no le interesaba en lo más mínimo formar una familia, como le prometió a su
esposa antes de casarse con ella. Seguramente, era de esos hombres que siempre
evadían el tema bajo la órbita de cualquier pretexto. Además, tenía tiempo sólo
para su empresa y sus pasatiempos, pero no para ella. La ira de la señora
Saleme se acrecentó paulatinamente hasta que alcanzó su límite máximo
permitido.
Del otro lado de la línea
sólo se percibió un prolongado silencio y atrás el tono que anunciaba que la
comunicación había concluido. El capitán Riestra junto a su equipo encontró la
tan peculiar sopapa en miniatura en cercanías a la escena del crimen y cuando
confrontó a la viuda con los hechos expuestos por mi amigo, corroboró que
aquella llevaba efectivamente puesta una peluca y que su cabello estaba corto a
la altura de la nuca, por lo que fue arrestada inmediatamente.
Hubo algunos detalles que
Sean Dortmund se había reservado para sí mismo, pero él acertó con la solución
del caso y volvió a triunfar una vez más. Y lo celebró bien a lo mendocino: con
una buena botella del mejor vino de bodega.
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