jueves, 24 de agosto de 2017

Doble evidencia (Gabriel Zas)




_ Si hay algo que me fastidia_ explicaba el capitán Riestra, mientras compartía un desayuno con Dortmund y conmigo_ son los casos en los que se conoce la solución del mismo por medio del propio razonamiento y las deducciones que se derivan de ello, pero que no pueden resolverse porque no existen pruebas de ninguna clase que la avalen. Esos criminales son los que a menudo consiguen que pierda los estribos con asombrosa facilidad.

_ Si pierde los estribos, pierde la batalla,capitán Riestra_ le replicó Dortmund sabiamente y en un tono que se asimilaba más al de un filósofo, que al de un inspector de Policía._ Nunca debe perder la paciencia en ninguna investigación porque eso le bloquea cualquier intento de aplicar la lógica correctamente.

_ Lo sé, Dortmund. Pero muchas veces es más fuerte que yo y no puedo controlarlo. Me sucedió con el caso De Julio, el Loco del Ferrocarril, como lo apodé desde entonces. Pero usted llegó de la nada y me salvó aquélla primera y memorable vez.

_ La primera de muchas, para ser precisos. Y no tome mis palabras como un reproche, se lo ruego. Usted me ha implicado en casos sumamente interesantes.

_ Reconozco que muchas veces puedo parecerle insoportable, Dortmund. Pero usted tiene un don del que nadie más dispone.

Sean Dortmund se inclinó ligeramente para agradecerle a nuestro amigo el cumplido.

_ Sentí que lo he molestado demasiado estos últimos meses_ continuó Riestra,_ que preferí no acudir a usted para que pudiera ayudarme en la resolución de un caso que resultaba imposible. Seguramente, lo hubiese resuelto enseguida como acostumbra a hacerlo casi siempre y de una manera formidable.

_ Subestima en exceso mi talento, capitán Riestra. Y siempre será un gran placer prestarle mi capacidad a la Policía Federal y a un buen amigo como lo es usted.

Nuestro amigo se ruborizó levemente y sonrió a Dortmund amigablemente.

_ ¿Quiere compartir su experiencia en el caso al que nos hizo alusión recién?_ sugerí.

_ Iba a proponerle lo mismo_ acotó el inspector._ Por favor, capitán Riestra, no haga gala de la solución. Exponga los pormenores del caso como habitualmente suele hacerlo e intentaremos deducirla con éxito.

Aprobé la idea de Dortmund sin oponerme, al igual que el propio capitán Riestra.

_ Me intriga saber qué método aplicaron para descubrir la verdad_ quise saber antes.

_ Ninguno en particular_ admitió Riestra, frustrado._ El asesino nos terminó confesando todo por voluntad propia. De lo contrario, no sé qué tan lejos hubiésemos llegado con la investigación. Presiento que nunca lo hubiéramos resuelto.

_ Por favor, comience_ le indicó Dortmund.

_ Se trató de un caso de doble homicidio_ dijo el capitán, dando inicio a su relato._ La primera víctima la identificamos como Maira Merino, una joven de veintisiete años de edad. Ojos color miel, cabello negro. Muy hermosa y muy joven para haber muerto en una etapa tan temprana de su vida. La encontramos muerta acostada boca arriba sobre su cama. Fue degollada. Encontramos sangre esparcida por todos lados y unas pisadas de unos zapatos de hombre. El asesino pisó sangre durante la huida y nos dejó un rastro espectacular. Y a su vez, los peritos hallaron oculto en el colchón el cuchillo empleado para el crimen, el cual tenía un juego parcial de huellas. Era, como diría mi antecesor, una doble evidencia servida en bandeja, un regalo que el asesino nos dejó con moño y todo. Corrimos las huellas en AFIS pero no aparecían en sistema. Pero los peritos pudieron determinar con una serie de análisis más detallados y complejos que los rastros de los zapatos recuperados en la escena y el juego de huellas dactilares recabadas del arma homicida pertenecían a una misma y única persona. El caso prácticamente se estaba resolviendo solo. Nos enfocamos en Guido Lastra, exesposo de la víctima, como el principal sospechoso del asesinato. La jueza del caso lo indagó y le ordenó a los técnicos tomar muestras suyas de toda clase para cotejarlas con las extraídas de la escena. ¿Y qué creen, caballeros? ¡Coincidían! Lo teníamos. La jueza ordenó su detención de inmediato. Pero todo, aunque resulte increíble, se desmoronó en un segundo. El señor Lastra disponía de una coartada sólida para el momento del asesinato. Eso sonaba demasiado inverosímil. Nadie podía creerlo. La evidencia física resultaba irrefutable. Pero, más de diez testigos fiables dieron cuenta de que Guido Lastra estaba en una reunión de trabajo a la hora en que su mujer fue asesinada. Y pese a que el cuchillo incautado en la escena del crimen tenía sus huellas, la jueza ordenó su pronta liberación porque consideró que más allá de toda la carga probatoria que había en su contra, resultaba absolutamente improbable que más de diez testigos se pusieran de acuerdo para contar una misma historia en común.

_ Quizás, alguien lo incriminó_ propuse sin estar del todo convencido.

_ ¿El cuchillo utilizado para el crimen pertenecía mismo a la señora Merino?_ preguntó Dortmund.

_ Sí_ confirmó el capitán Riestra._ Notamos que el asesino lo tomó de la cocina.

_ Eso explicaría las huellas del señor Lastra. Aunque no explica la ausencia de huellas de Maira Merino en el cuchillo. Si era de ellos, debería tener las huellas de ambos.

_ Ése fue el punto, Dortmund. El asesino pudo haber limpiado el cuchillo antes de usarlo, pero eso no tenía sentido. Pero todo se complicó más con un segundo homicidio cuatro días después del primero. En ése caso, la víctima fue Hugo Rovira, un arquitecto de treinta y tres años de edad. Y sorprendentemente, la escena era una réplica de la del crimen de Merino. El señor Rovira yacía muerto boca arriba recostado en su sillón y al lado de su cuerpo, encontramos una almohada tirada, que no hacía juego con el sillón. El asesino la trajo desde la habitación. El forense corroboró que Hugo Rovira fue efectivamente asfixiado. La almohada  tenía a su vez un juego de huellas que tampoco figuraban en la base de AFIS pero que luego verificamos que pertenecían a Elena Sala, casualmente su esposa. Además, hallamos sobre el cuerpo una uña cuyo ADN correspondía también a la señora Sala. Y al igual que en el caso de Merino, una gran cantidad de testigos testificaron que la señora Sala estaba en un evento en las afueras de la ciudad cuando su exmarido fue asesinado, por lo que al igual causal que Guido Lastra, Elena Sala fue liberada de inmediato. Y bien señores, eso es todo. Escucho con atención las soluciones que tienen para proponer a este extraordinario doble homicidio.

_ Sólo le haré una pregunta, capitán Riestra. ¿Elena Sala y Guido Lastra eran amantes?_ inquirió Dortmund con aire de superioridad.

_ Sí. Y apuesto a que ya dedujo la verdad.

_ Cada cual tiene una coartada muy sólida si se lo vincula al asesinato concreto de su propia pareja. Bueno, estimo que nadie pensaría que los crímenes se relacionan del modo en que están relacionados, a primera vista. Averiguarlo conllevaría un tiempo considerable. Pero tan sólo hay que pensar dejando de lado la evidencia y usar la imaginación a partir de los hechos puntuales que presenta la escena, porque la escena y el cuerpo son los que hablan; la evidencia, no. Sólo sugiere y muchas veces puede estar equivocada. No hay que ajustar la historia a los indicios, sino moldear los indicios a la historia que nos cuentan los hechos y la escena.

Que Elena Sala matara a su esposo, Hugo Rovira, resultaba totalmente imposible. Lo mismo que Guido Lastra haya matado a su mujer, Maira Merino. Tienen a su favor más de diez testigos cada uno y eso les da sustento a sus respectivas coartadas. Pero sus coartadas pierden peso si cruzamos los homicidios. Guido Lastra asesinó a Hugo Rovira cuando Elena Sala tenía una coartada irrebatible. Ella le facilitó la entrada a la casa al proporcionarle una copia de la llave. Una vez adentro, el señor Lastra asfixia con una almohada al señor Rovira procurando utilizar guantes. Inmediatamente después, toma una uña suya que la señora Sala le entregó y la planta deliberadamente sobre el cuerpo. Sólo es cuestión de que ella luego vuelva a su casa, tome la almohada utilizada para el crimen, deje en ella sus huellas y llame a la Policía con un poco de actuación. Más de diez testigos la vieron en otro lado al momento del asesinato, lo que sostiene su farsa de haber encontrado el cadáver de su marido cuando volvió, y logra así quedar impune del homicidio y desviar las sospechas en una dirección incierta.

Y basándonos en la misma lógica, fue Elena Sala quien dio muerte a Maira Merino y no Guido Lastra, su esposo, como pretendía que se pensara. Una vez que degolló a la señora Merino con guantes mediante, la señorita Sala tomó de su cartera un zapato que el propio señor Lastra le proporcionó, lo humedeció en sangre y marcó una serie de pisadas intencionales. Y más tarde, el señor Lastra se encargaría de registrar sus huellas en el mango del cuchillo y acondicionar la cocina para que la Policía supusiera que había sido tomado de ahí mismo y no traído de afuera, como realmente fue. Admito que fue un plan brillante y que estuvo a punto de funcionar. Las pisadas en el primer asesinato y la uña en el segundo, ésa fue la verdadera doble evidencia comprometedora, puesto que ningún criminal se arriesgaría a ser doblemente tan descuidado.

_ Además, asfixiar a otra persona_ me arriesgué a opinar_ es más propio de mujer que de hombre. Lo mismo que el degollar a alguien, que es el caso opuesto. Hasta eso fue pensado hasta el último detalle.

_ Excelente observación, doctor Tait_ reconoció Sean Dortmund._ E imagino que el motivo de ambos asesinatos fue que tanto Sala y el señor Lastra querían casarse cuanto antes porque estaban locamente enamorados, pero sus respectivos matrimonios se los impedía.

_ Me ha dejado sin aliento, Dortmund_ dijo el capitán Riestra con resignación._ Todo resultó tal cual usted acaba de exponer. Elena Sala confesó todo y delató a Guido Lastra porque admitió que discutieron fuertemente y él la amenazó con dejarla y echar todo atrás. Y ella no quería correr riesgos de ningún tipo. Ambos están en prisión preventiva a disposición de la Justicia.

Después de todo, Dortmund tenía toda la razón cuando me decía que el capitán Riestra sin él, no sabía qué hacer.

 

lunes, 14 de agosto de 2017

La paciente desesperada (Gabriel Zas)



Mariela Maicedo escuchaba atentamente lo que Sandra Sandoval, una nueva paciente que comenzó a hacerse atender con ella hacía poco tiempo, le estaba confesando. Mariela se sorprendió enormemente cuando Sandra fue a su consultorio aquélla tarde de imprevisto, porque no estaba citada sino hasta el jueves a la mañana de la semana siguiente. No tenía horario ni día asignados, porque aquéllos se ajustaban estrictamente a la disponibilidad que tenía en su agenda la licenciada Maicedo. La única regla que cumplía tajantemente era que se atendiera una vez por semana, sin excepción. Pero no comprendía porqué Sandra Sandoval había roto con ésa regla tan básica, sin siquiera avisarle de antemano que iba a hacerlo.

Llegó tocando el timbre con ansiedad, la doctora Maicedo le abrió con cierto temor y ella entró ni bien abierta la puerta en un estado de excitación incontrolable. Sandra se agarraba la cabeza y no dejaba de llorar, y Mariela la miraba asustada y con cierta angustia e incomprensión reflejada en sus ojos. Intentó inútilmente hacerla entrar en razón y cuando vio que Sandra Sandoval no acataba ninguna de sus demandas, Mariela cedió y decidió atenderla para saber qué le sucedía e intentar asistirla en todo lo que pudiera.

_ Pasá, sentate, tranquilizate y contame qué te pasa, porqué estás así_ la animó Mariela, contemplativa.

_ Perdoná que vine sin avisarte y entré así_ se disculpó Sandra, cuando por fin se repuso de su estado de crisis._ Pero, pasó algo de último momento y no puedo más. Necesito desahogarme.

_ Tranquila, no te preocupes. El próximo paciente viene dentro de media hora, así que tenemos un ratito para hablar. Contame qué te anda pasando. Me imagino que por tu estado es algo bastante grave.

_ ¿Te acordás cuando en la primera sesión vos me preguntaste sobre cómo era mi matrimonio y yo te hablé de mis peleas con Sergio, de las diferencias que manteníamos y otras cosas más?

_ Sí. ¿Qué pasó?

_ ¿Te acordás qué te dije sobre sus entradas en la Comisaría?

_ Me comentaste que lo acusaron de secuestrar y asesinar a una estudiante en Mataderos en 1994. Que su causa fue elevada a juicio, lo condenaron a veinte años y a los tres quedó libre porque se demostró su inocencia. Eso te lo contó él, vos todavía no lo conocías en el '94.

_ Sí. ¿Y te acordás que te dije que sufrió una situación muy similar en el 2001, cuando lo acusaron de matar a un policía durante la represión en Plaza de Mayo?

_ Sí, lo recuerdo perfectamente. Y también me acuerdo que me comentaste que en ésa ocasión no pudieron condenarlo por falta de mérito, porque las pruebas que había en su contra eran insuficientes. Y vos creíste siempre en su inocencia.

_ Todavía hoy sigo convencida de su inocencia. Es pesado, engreído, soberbio y a veces se enoja por cualquier pelotudez, no te lo niego. Pero es un tipo excelente. Inteligente y un gran compañero de vida. Y eso no lo hace ningún criminal. Lo juzgaron porque no tenían a ningún otro sospechoso en vista y la Justicia, cuando es corrupta, es muy rápida para ésas cosas.

_ Sí, puede que tengas razón. Te entiendo. Y bien es cierto que así como hay policías y jueces corrompidos, también los hay honestos. Pero, no entiendo porque me volvés a decir todo esto, Sandra.

_ Porque lo volvieron a arrestar. Dicen que mató a un puestero en Parque Rivadavia. Que hay evidencia en su contra y que además lo pueden, con ésta nueva prueba, acusar también del asesinato del policía en el 2001.

_ Ay, Sandra. ¿Seguís defendiendo a un tipo que carga con tres muertes en sus espaldas? Perdoname la sinceridad, pero si lo acusan y están tan seguros de que él lo hizo, por algo debe ser.

_ En el '94 también se convencieron de que asesinó a ésa piba, lo metieron preso y resultó que era inocente al final.

_ La gente cambia con el paso del tiempo aunque vos no lo creas. Aparte, no te podés confiar plenamente de lo que él te contó a vos. ¿Y si te mintió?

_ ¡Sergio no mató a nadie! ¡Él no lo hizo! ¿Además, no dicen que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario?

_ Sí, está bien, Sandra. Pero pensalo así: un tipo acusado de tres homicidios, puede resultar ser inocente en un caso. ¿Pero en tres distintos? No sé, es raro.

_ No mató a nadie ni en el '94 ni en el 2001 ni ahora.

_ El caso del '94 dejalo de lado, quedó demostrado que él no fue. Vamos a otorgarle el beneficio de la duda. ¿Pero, en el 2001 y ahora? ¿Además, cómo podés estar tan segura de que él no lo hizo?

_ ¡Porque lo conozco! ¡ Lo conozco demasiado bien como para estar completamente segura! Además, en el 2001 fue todo un desastre. Gente con palos, todos encapuchados, le pegaban a cualquiera. Hubo gases lacrimógenos, enfrentamientos tremendos... Una batalla campal descomunal. No se sabía quién era quién ahí.

_ Por eso pienso que no pudieron demostrar que Sergio asesinó a ése oficial de policía. Las imágenes de las cámaras de seguridad habrán resultado muy confusas para comprobar algo puntual o para identificar a alguien en concreto.

_ Él es inocente de los tres cargos de homicidio de los que lo culpan. Se empeñaron con Sergio por no sé que mierda.

_ Tranquila, no te pongas nerviosa porque es peor. ¿Qué querés hacer?

_ Ése es el problema. Que no sé cómo ayudarlo. No sé, nunca estuve en una situación así ni jamás en la vida pensé que iba a estarlo.

Y Sandra Sandoval se puso de pie repentinamente y empezó a caminar incesantemente de un lado a otro del consultorio.

_ ¿Te soy sincera?_ dijo_ Me siento una flor de boluda. Cualquiera en lugar mío hubiese resuelto la situación mucho más rápido que yo.

_ ¿Hace cuánto tiempo que está detenido?_ preguntó la licenciada Maicedo.

_ Desde hoy temprano a la mañana. Me dijo que me llamó recién hace una hora cuando le permitieron hacer una llamada.

_ Qué raro.

_ ¿Qué tiene de raro eso? No entiendo.

_ Digo. ¿Por qué eligió llamarte a vos en lugar de llamar a su abogado?

_ Porque soy en la única persona en quien confía. No tiene nada de raro eso.

_ ¿Qué te dijo cuando te llamó?

_ No lo dejaron hablar mucho tiempo. Está alojado en la Comisaría de Caballito. Sólo me dijo que él no mató a nadie. Que otra vez se están equivocando y que trate de sacarlo de ahí lo más rápido posible.

_ ¿Vos le creíste? O sea, ¿sonaba sincero?

_ Lo tenías que haber escuchado: parecía tan asustado, pobre... Me dio la impresión que se iba a largar a llorar en cualquier momento.

_ ¿Pero, a vos te dio la impresión de que te estaba diciendo la verdad? Eso te pregunto, Sandra. Porque ésas cosas son fáciles simularlas con algo de práctica.

_ Sí, sonaba sincero. Yo le creo. Si él dice que no hizo nada, es porque no hizo nada y yo le creo.

_ ¿Ninguna de las tres veces hizo nada? ¿Se equivocaron en todas? No pensé que estuviera tan mal la Justicia en nuestro país. ¡Avivate, Sandra! Te hablo como mujer, no como psicóloga. ¿Qué te queda por pensar de una persona así? Te quiere manipular para que le creas. Pero el tipo este es un psicópata. Date cuenta de eso. Por el amor de Dios, Sandra.

Sandra Sandoval se dejó caer sobre el diván pensando profundamente en las últimas palabras de la licenciada Mariela Maicedo, repasando en su cabeza palabra por palabra. Al fin dijo.

_ ¿Y si él lo hizo? ¿Y si vos tenés razón y él mató a todas ésas personas y yo como una pelotuda lo defiendo?

Y se puso más nerviosa de lo que estaba cuando llegó. Mariela la calmó sin demasiado esfuerzos y le dio de tomar un vaso de agua.

_ ¿Qué me aconsejás que haga?_ le preguntó Sandra decididamente a Mariela.

_ Llamá a su abogado y listo. Alejate y hacé tu vida lejos de él.

_ Es una abogada, creo que me dijo. La que lo defendió siempre y lo hizo zafar en todas.

_ ¿Sabés el número? Llamala desde el teléfono de línea de acá, no hay problema.

Y Mariela Maicedo le alcanzó el aparato inalámbrico a Sandra.

_ ¿Es celular o fijo?_ quiso saber la psicóloga.

_ Es un celular_ y Sandra Sandoval consultó el reverso de una tarjeta que segundos antes había extraído de su cartera.

_ Marcá el cero primero para salida a celular.

_ Tengo miedo de estar equivocada_ reflexionó Sandra antes de marcar.

_ La intuición femenina no es tan perfecta como muchos dicen que es. A mí, por ejemplo, me falla muchas veces.

Sandra marcó el número de la abogada de Sergio, su esposo, y el celular personal de la licenciada empezó a sonar sin parar. Se giró hacia ella lentamente y con cierto temor. Pero, para cuando pudo reaccionar, Mariela Maicedo la ejecutó de un tiro en la frente, tras lo que se rió acalorada y perversamente.

_ Ay, ay, ay, Sandrita_ proclamó con lascivia._ Tu esposo me cagó la vida como el mejor. Se hizo bien el boludo y me abandonó. Creo que no sabés, que no tenés la menor idea, de que el papito de Sergio asesinó a sangre fría a mi viejo y a tres de sus amigos después de torturarlos salvajemente en un centro clandestino de la Esma. Como el hijo de puta murió antes de que le dictaran sentencia, me tuve que desquitar con el hijo. Pero el turro zafó dos veces. Pero, ahora no.

Agarró el teléfono de línea y llamó a la Comisaría en donde Sergio estaba detenido.

_ Buenas tardes_ dijo cuando la atendieron._ Soy la doctora Leonor Gutiérrez, abogada defensora del señor Sergio Ortigoza... Sí, el caballero no vidente, exactamente... Me avisó su esposa que está detenido acusado de asesinato. ¿Es correcta ésta información, oficial?... Perfecto. Mire, yo intenté contactarme nuevamente con su esposa pero no me atiende. La última vez que hablamos me dijo que iba ir a ver a su psicóloga... Sí, ésta mañana fue a visitarla y desde entonces no tengo noticias suyas... Muy atento, oficial. Yo ya voy para allá a ver a mi cliente y usted trate de hallar a su esposa, que me tiene preocupada desde ésta mañana... La dirección creo que es Alberdi 3357, segundo A... Perfecto, hasta luego.

Mariela cortó la comunicación, limpió el arma, sacó de su cartera un tubo con un cabello dentro que dejó encima del cuerpo de Sandra Sandoval, tomó un zapato de hombre que humedeció en la sangre que salió del cuerpo, marcó unas pisadas, lo limpió y lo abandonó en la escena. Tomó una serie de prendas masculinas que también llevaba consigo, las empapó en sangre lo suficientemente y después las dispersó por todo el departamento, a la vez que revolvió algunas cosas para fingir una fuerte discusión que terminó mal.  Luego, cerró el consultorio, agarró sus cosas, salió, cerró con llave y la guardó en el bolsillo de su saco.

_ ¡Hombres!_ y se rió a carcajadas._ Qué fáciles son de manejar. ¿ Qué van a pensar cuando encuentren la llave misteriosamente en poder suyo, y además, mamita no aparezca? Si después de todo, yo soy abogada.


Cartas marcadas (Gabriel Zas)


                       
Oroncio Collardo era crupier de BlackJack en la sala de juegos del Hipódromo de la Ciudad de Buenos Aires. Aquélla noche, la última jugada que repartió antes de ausentarse para ir al baño, nunca se imaginó qué iba a ser la última de su vida, porque minutos después apareció muerto al lado del lavabo del toilette de hombres con un corte profundo en el cuello propinado sin dudas con un cuchillo, que no fue encontrado en la escena. Sólo había cuatro personas en su mesa al momento del incidente: Fabiola Fuster, Raulina Iñiguez, Stefano Murcia y Gabino Parra. Según los propios integrantes de la misma mesa y otros testigos ocasionales, Fabiola Fuster llevaba puestos unos anteojos de sol que en ningún momento se sacó y un elegante sombrero que hacía juego con su tenue traje negro de charol. El detective que estaba al frente de la investigación, el inspector Laureano Borrell de la División Homicidios de la Policía Federal, se fijó en ella como la principal sospechosa del crimen porque los anteojos de sol permiten visibilizar cartas marcadas con una tinta especial llamada prusiato amarillo, la que resulta invisible al ojo humano a sola vista. Así que Borrell supuso que Collardo la descubrió haciendo trampa y lo mató para evitar que la delatara. Pero, si dicha tertulia no es detectada por el ojo humano si no se utilizan anteojos con una clase de cristal en particular, ¿cómo era posible entonces que Oroncio Borrell la descubriera? Quizás la descubrió ejecutando alguna maniobra sospechosa y disimulada que él en un descuido anticipó y detectó, o porque era entendido en la materia y sabía de sobremanera todas estas cuestiones. Pero bien podía ser cierto que Fabiola Fuster podría resultar ser sin embargo culpable por estafa agravada. Por su parte, los otros tres posibles sospechosos; Raulina Iñiguez, Stefano Murcia y Gabino Parra, no presentaban ninguna particularidad sobresaliente y daban la impresión de ser simples jugadores habitúes de la sala de juegos. Primero fueron interrogados los dos caballeros, sobre los que el inspector Borrell no halló nada inusual ni contradictorio y los liberó a los pocos minutos, quedando a entera disposición de la Justicia ante cualquier eventualidad que pudiera surgir.
La tercera en ser entrevistada fue Raulina Iñiguez. Mientras que Laureano Borrell la miraba a cada segundo más fijamente a los ojos y con mayor intensidad, percibía más claramente que de su mirada se emanaba un destello muy atípico. Los peritos la inspeccionaron y revelaron que llevaba puestos unos lentes de contacto fabricados con una clase de cristal muy particular, el ideal para visualizar el prusiato amarillo en los naipes. Peritaron también la baraja utilizada durante las últimas partidas desarrolladas en la mesa de Oroncio Collardo y ciertamente encontraron rastros de la sustancia en cuestión impregnada en los ases, en tres de las cuatro Jotas, en la Reina de Corazón y el Rey de Corazones. Inmediatamente, Iñiguez fue arrestada por estafa agravada, aunque Borrell no encontró elementos suficientes para relacionarla con el asesinato de Collardo.
Por último, Borrell indagó a Fabiola Fuster. Lo primero que hicieron los peritos fue examinar sus anteojos ahumados pero el resultado fue negativo. Y del interrogatorio no surgió nada relevante, por lo que la identidad del asesino de Collardo y el motivo de su muerte eran un misterio a descifrar, cuya investigación prometía ser larga y extenuante. Más aún, estaba el hecho de que el asesinato tenía todos los indicios de haber sido premeditado. El resto de las entrevistas a los demás apostadores que estaban en el lugar al momento del homicidio y a todo el personal del hipódromo en general no arrojó ninguna luz sobre el caso.
Algo que llamó poderosamente la atención de los investigadores, puntualmente la de Laureano Borrell que estaba al frente de la investigación del caso, fue la disposición de dos cartas que estaban en la mesa de juego especialmente acomodadas: Q de corazones y K de corazones, casualmente cartas que fueron marcadas por Iñiguez aunque no encajaba porqué había marcado un rey y una reina, correspondientemente, porque si bien son importantes para ganar el 21 BlackJack, había algo inquietante en ésa forma que era llamativo. Hay que lograr un valor máximo de 21 puntos o conseguir el mayor puntaje posible sin pasarse jamás del tope de los 21 puntos que pudiera obtener el crupier. Por lo tanto, eso era algo sorprendentemente extraño e inusual. Y aunque la Policía le preguntó reiteradas veces a Raulina Iñiguez porqué marcó esos dos naipes en especial, ella se negó rotundamente a responder. Sí admitió débilmente marcar los ases y jotas, pero negó marcar el rey y la reina de corazones. Y concretamente Borrell no le creyó ni una sola palabra al respecto. Pero no tenía compendios aptos para vincularla al crimen y eso era intolerablemente frustrante.
Durante cuatro meses, que parecieron interminables, la disposición de ésas dos cartas curiosamente marcadas ocupaba los pensamientos de Borrell noche y día, sin hallar ninguna respuesta satisfactoria a tal dilema. Investigaron si Oroncio Collardo podía haber sido víctima de algún tipo de chantaje ya que contemplaron la posibilidad de que podía ser cómplice de Iñiguez, pero no hubo nada concluyente por ése lado y Laureano Borrell se estaba volviendo cada vez más fastidioso e irracional. Volvió a la escena del crimen más de una vez y en todas ésas veces se volvió con las manos vacías. Y aunque examinó otras vertientes para el homicidio, no encontró nada concreto.
Hasta que tanto esfuerzo rindió finalmente sus frutos y Borrell halló dos puntos que en su momento pasaron neciamente por alto: el primero, que Fabiola Fuster era la exesposa de Oroncio Collardo, la víctima, lo que le insinuó al inspector Laureano Borrell que quizás ella se puso anteojos de sol y utilizó un sombrero para no ser reconocida por su exmarido; y segundo, que Collardo tenía una amante veinte años menor que él, motivo por el cual se habría divorciado semanas antes del asesinato de Fabiola Fuster. Se tardó en descubrir este dato porque la señora Fuster no se llamaba así. Su nombre real era Elvira Di Marcopaolo.
Para Borrell, lo que pasó resultó evidente: Fabiola Fuster se puso anteojos y sombrero para que Collardo no la identificara. En un hábil juego de manos, le robó discretamente del bolsillo el prusiato amarillo a Raulina Iñiguez y marcó el rey y la dama de corazones, relativamente, para inculparla a ella. Era claro que ya la conocía de antes y sabía lo que hacía, quizás porque su exmarido se lo había mencionado en algún momento, lo que confirmaba que él sospechaba algo aunque jamás lo pudo comprobar nada, o porque ella era jugadora habitual de la sala y la había descubierto sin querer. Sea cual fuere la razón, fue la pantalla perfecta para Fabiola Fuster. Marcó ambas cartas, las sustrajo sutilmente de la baraja en un hábil juego de manos, esperó el momento indicado para dejarlas ordenadamente dispuestas sobre la mesa, siguió a Oroncio Collardo hasta el baño sigilosamente y sin levantar sospechas de ninguna especie, esperó, lo mató y volvió como si nada a la mesa pasando completamente desapercibida, ya que se vistió con atuendos de caballero y llevaba el cabello recogido. Después del crimen, se volvió a cambiar.  De hecho, inmediatamente de formulada dicha hipótesis, volvió a hablar con algunos testigos y confirmaron que Fuster se ausentó por algunos minutos pero que en ése momento no lo vincularon con el asesinato de Collardo. Pero lo cierto era que no había pruebas de ningún tipo para respaldar la teoría y detener a Fabiola Fuster e imputarle los cargos de homicidio simple calificado, doblemente agravado por la premeditación y el vínculo,  porque el cuchillo utilizado para el crimen nunca fue hallado y en la escena no encontraron absolutamente nada más. Había sido un trabajo demasiado limpio por parte del asesino. Pero Borrell estaba absolutamente convencido de que tarde o temprano, Fabiola Fuster, o mejor dicho Elvira Di Marcopaolo  iba a caer por el asesinato de su exmarido, Oroncio Collardo. Cometió un error, eso era innegable para él, y estaba determinado a descubrirlo costara lo que costara.
Además, con ésta conjetura del homicidio, Laureano Borrell estaba cien por ciento seguro que Fuster asesinó a Collardo porque le fue infiel por varios meses con una mujer bastante más joven que él: la reina había definitivamente atrapado al rey.



martes, 8 de agosto de 2017

24 horas antes de morir (Gabriel Zas)




He investigado junto al inspector Dortmund varios casos extraños, complejos y desconcertantes. Pero puedo asegurar con una certeza irrefutable que ninguno de todos ellos supera en gran medida el que me propongo narrar a continuación, ya que dispone de una serie de características por demás extraordinarias y de eventos curiosos que escapan a lo tradicional de la lógica propiamente dicha.

Como era menester de cada mañana, el inspector Dortmund me encomendó comprarle el diario, pues era una persona altamente instruida que le gustaba estar al corriente de los principales sucesos de interés nacional y de los más sobresalientes del ámbito internacional. Diariamente le compraba uno diferente porque argumentaba que leer el mismo periódico todos los días era agotador y poco instructivo. Ése día fue el turno de Noticias Ahora, cuya nota de tapa era compartida con el resto de los matutinos de ésa jornada. Y hacía referencia al inaudito suicidio de una mujer, que según el mismo medio los investigadores identificaron como Eliana Casabella de 36 años de edad, ocurrido en los Bosques de Palermo alrededor de las cinco de la tarde del día anterior frente a los ojos de diversos testigos que pasaban ocasionalmente por el lugar o que estaban allí reunidos en picnic con amigos celebrando el Día de la Primavera. Todos ellos, del primero hasta el último, quedaron espantados por la escena y no salían de su asombro. Vieron el preciso momento en que cómo la señorita Casabella emergió desde la zona del Planetario, se adentró en el interior de los bosques, se dirigió con decisión hasta la orilla de la laguna y con idéntica determinación tomó de su cartera un arma, la apoyó sobre su sien izquierda y apretó del gatillo sin dudar y con una frivolidad estremecedora. Pero sin embargo eso no era lo más curioso de todo, sino que lo más llamativo y que hirió tajantemente la moral de los investigadores, fue que en su domicilio particular encontraron una misiva escrita en puño y letra por la víctima misma, que expresaba un mensaje del todo extraño y con un halo de suspenso que ningún caso había adquirido hasta ése día. Textualmente, manifestaba: "La vida es demasiado hermosa cuando a una tan sólo le quedan 24 horas en este mundo". Claramente, descubrir ése mensaje fue un golpe duro para la Policía que sintió su sensibilidad severamente dañada y emocionalmente afectada. Y no era para menos. Yo también me estremecí terriblemente cuando leí la nota completa y no podía salir de mi asombro.

Si los peritos dieron absoluta fe de que el recado fue escrito por la propia señorita Casabella un día antes de morir, implicaba inexorablemente que habían cotejado el estilo de escritura y la letra con otras anotaciones suyas que la Policía encontró cuando allanó y requisó su morada. No había objeciones de ninguna consideración sobre ése punto. Pero también era claro que había que practicar pericias documentales sobre la nota para determinar científicamente la hora exacta en que fuera escrita.

Lo más complejo era intentar reconstruir las últimas horas con vida de Eliana Casabella para poder  establecer exactamente qué le  ocurrió. Y para eso era indispensable hablar con alguno de sus vecinos, amigos, con algún familiar o pariente cercano a ella.

El caso era sin lugar a dudas inquietante y extraordinario, y prometía sorprendernos a cada instante. Dicho de otra manera, era digno del inspector Dortmund. Aunque él difícilmente aceptara involucrarse en la investigación de una muerte por suicidio, sabía muy bien que con este incidente iba a hacer una excepción. Sólo requeríamos que el capitán Riestra nos contactara para pedirnos asesoramiento, o en su defecto, nosotros a él.

_ ¿No encontraron específicamente ninguna nota suicida?_ me preguntó mi amigo con sumo interés, después de que le expusiera brevemente los pormenores del caso.

Lo miré con recelo sin saber cómo disipar su duda.

_ Me refiero puntualmente a una nota en la que dijera los motivos por los que tomó la terrible decisión de quitarse la vida y además se despidiera de sus seres queridos_ me aclaró.

_ Aparentemente, no. No hallaron más que ésa extraña y confusa misiva, que anticiparía a simple vista y en una primera interpretación subjetiva, que algo malo iba a suceder dentro de las próximas veinticuatro horas_ le respondí a Dortmund con una acentuada incertidumbre reflejada en el tono de mis palabras.

_ Y sucedió. Y eso es lo terriblemente inquietante de todo este asunto. Nunca vi nada parecido a esto en toda mi carrera. Y usted lo sabe mejor que nadie, doctor Tait.

_ Doy plena fe de ello. Y nuestra vasta experiencia dentro del terreno de las investigaciones nos confirman determinadamente que ningún suicida elige un lugar tan público y concurrido como los Bosques de Palermo para... Bueno, matarse. No me gusta decirlo tan crudamente.

_ Y no obstante, en la realidad es más crudo y tenaz de lo que suena en palabras. Pero es cierto su criterio, el que por cierto comparto indiscutiblemente.

_ He oído de suicidas que fingen torpeza cuando cruzan  mal la calle intencionalmente para que los atropellen, para no dar lástima al resto o para pasar desapercibidos; o de gente que encuentra a las vías del ferrocarril como aquél lugar ideal para hallar la paz definitiva que tanto anhelan. Pero nunca oí de un caso así.

_ Además, doctor Tait, es muy normal que el suicida reflexione unos segundos, se aflija y vacile un tiempo antes de concretar el acto. Pero, según usted, ése acto de reflejo estuvo ausente en la víctima. Por el contrario, su determinación para tomar el revólver y pegarse el tiro fue abrumadora.

_ El diario también indica que varias personas intentaron evitar que la señorita Casabella se suicidara a través de gritos y diversos tipos de intentos desesperados, todos en vano, claro, porque ella no hizo caso a ninguna advertencia.

_ ¿Dicen los testigos que la víctima venía caminando desde el Planetario hacia la zona del lago, donde finalmente extrajo el arma de su cartera e hizo lo que hizo?

_ Así es. Y por lo que leí, todos coincidieron en que Eliana Casabella estaba rara. Atestiguaron que estaba como media vahída, fuera de sí, como en un estado de trance, desconectada completamente del exterior. Estaba desvariada, para resumirlo en un sólo monosílabo. Otro dato llamativo.

_ Interesante.

_ ¿Cree que sea alguna clase de paciente psiquiátrica con algún tipo de trastorno mental? Eso explicaría muchas cosas y le ahorraría a la Policía dolores de cabeza importantes.

_ Eso sería fácil determinarlo indagando en diversos centros de salud, pero estoy absolutamente seguro de que nuestra víctima era una persona muy sana, mental y físicamente hablando. ¿Hay alguna información referente al origen del arma que la señorita Casabella utilizó para suicidarse?

_ La noticia no menciona ningún aspecto alusivo al arma. La investigación preliminar debe estar con secreto de sumario hasta que no se sepa con plena certeza qué fue lo que pasó. Sólo refiere que era de calibre treinta y ocho, nada más. ¿En qué piensa, Dortmund?

_ En que esto no fue ningún suicidio, doctor Tait, sino un asesinato admirablemente planeado e impecablemente ejecutado. Sí, no conservo ninguna duda al respecto sobre ése punto.

Miré a Dortmund fijamente con inquisición.

_ ¿Habla usted enserio?_ lo interrogué, mientras me acariciaba el mentón nerviosamente y afligido por las dudas que la conclusión de mi amigo me inspiró.

_ Sólo que aún no logro descifrar el sentido de su nota_ me respondió con evasión. Y repitió para sí cada palabra expresada en la misiva muy pausadamente como si estuviera analizando fácticamente su contenido: "La vida es demasiado hermosa cuando a una tan sólo le quedan 24 horas en este mundo". La repitió durante unos cuantos minutos más, pero finalmente se resignó sin arribar a ninguna conclusión que lo dejara conforme.

_ Tenemos que averiguar qué hizo la víctima desde que redactó la nota hasta que cometió suicidio_ sugerí sin rodeos.

_ Y qué llevó a la señorita Casabella a escribirla. Estoy seguro que significa algo. Pero por Dios que no puedo dilucidarlo.

_ Lo hará, Dortmund_ lo alenté.

El timbre de la puerta interrumpió nuestra charla. Fui a abrir y me alegró ver que del lado de afuera yacía la imponente figura de nuestro amigo, el capitán Riestra, cuya mirada perdida y vacilante clamaba la ayuda del inspector Dortmund. Estaba convencido que vino a consultarnos por el mismo caso por el que Dortmund y yo nos dirimíamos unos minutos antes de su llegada.

_ Estoy al frente de un caso que es digno de usted, Dortmund_ dijo nuestro visitante, titubeando.

_ ¿Se refiere al caso Casabella?_ preguntó mi amigo con solidez.

_ ¿Cómo lo supo? ¿Ahora lee las mentes, Dortmund? Sin dudas, sería usted un gran artista del arte de la clarividencia. Ganaría fortuna con ello. Sería un mecanismo bastante anticuado pero efectivo de resolver cientos de casos.

_ Tiene un sentido del humor apreciadamente muy particular_ repuso Dortmund con simpatía._ Y aunque no deseo decepcionar la confianza que usted tiene depositada en mí, lo cierto es que el caso está en la tapa de todos los periódicos.

_ Entonces, asumo que ya conoce los pormenores y las increíbles circunstancias que lo envuelven.

Dortmund afirmó con un ligero movimiento de cabeza.

_ ¿Qué puede referirme del arma que la víctima utilizó para quitarse la vida?_ preguntó enseguida.

_ Estaba en regla_ contestó el capitán Riestra, con el ánimo caído._ Estaba registrada a su nombre. Hablé con el registro nacional que fiscaliza éstas cuestiones y nos confirmó la información. La había comprado hace tres años atrás para defensa personal y hace dos meses hizo los trámites de renovación de la licencia de tenencia y portación ante la misma entidad. De hecho, desde el Polígono me cercioraron que asistía dos veces por semana una hora al día para practicar.

_ ¿Familiares?

_ Dos hermanas y el marido. Cecilia y Lucila Casabella y su esposo, Norberto Rózambal.

_ ¿A qué se dedican?

_ Ambas hermanas de la víctima son cosmetólogas y su esposo, anestesista. Sin antecedentes ninguno de los tres. Ya los investigué.

_ ¿Ya habló con alguno de ellos, capitán Riestra?

_ Ya saben lo ocurrido y se dirigían a la Morgue Judicial para hacer el reconocimiento del cuerpo. Esperaba que usted pudiera interrogarlos al respecto. Sabe cómo hacerlo y ve lo que nosotros no.

Dortmund sonrió y miró a Riestra con persuación.

_ ¿Supongo que no ordenó extender ningún certificado de defunción y sugirió hacer la autopista porque, al igual que yo, también decree de la hipótesis del suicidio?

El capitán Riestra se rindió frenéticamente ante su planteo.

_ Me conoce usted a mí más de lo que yo a usted, ¿eh, Dortmund?_ admitió el capitán benevolente y con  regocijo.

_ Quizás me adula usted más de la debida cuenta. Pero dígame con sinceridad: ¿en qué basa sus sospechas?

_ En el contexto, concretamente. El lugar elegido, la hora y las circunstancias no son compatibles con las propias de un suicida.

_ El doctor Tait me comentaba lo mismo hacía un rato. Él se interesó en éste caso antes que yo.

_ Y supongo que ya debe tener una idea al respecto.

_ Es la cuestión de la carta lo que me desconcierta. Y aun así, estoy bastante lejos  de alcanzar la verdad en éstas condiciones de incertidumbre e inestabilidad manifiestas.

_ ¿La carta fue realmente escrita ayer?_ interpuse con vehemencia.

_ Sí_ aseguró el capitán Riestra._ Los peritos aplicaron el procedimiento de resinificación sugerido en casos así. Rocearon el texto con hipoclorito de calcio y la tinta se decoloró a los seis minutos de aplicada la solución. Y los valores de la Tabla de Spon indican que esto sucede cuando la escritura se realizó hace un día.

_ Estoy de acuerdo_ concebí resueltamente.

_ Las deducciones no son útiles si no hay hechos concretos en qué basarlas, bien sea para ratificarlas o no_ dijo Dortmund.

Con el capitán Riestra lo miramos sorprendidos.

_ Usted basa sus conclusiones a partir de las deducciones que emanan de su intuición y su imaginación_ soslayó Riestra._ Perdone, pero lo que acaba de decir contradice absolutamente su premisa principal.

_ Y es mi premisa principal, capitán Riestra. Es mi lema, mi método, mi pensamiento. Pero en este caso en particular no aplica. Podemos pasarnos todo el día haciendo un sinfín de deducciones, muchas de ellas quizás acertadas, pero sería perder el tiempo. Necesitamos más información. Lo que sabemos no nos alcanza.

_ ¿Qué sugiere, entonces? ¿Entrevistarnos con los principales sospechosos, si le apetece ése término?

El inspector se encogió de hombros.

_ Sí ya terminaron en la morgue, me parece una idea considerablemente razonable_ repuso luego.

_ Voy a chequearlo_ propuso el capitán Riestra.

Hizo una llamada desde el teléfono de línea de nuestra residencia y nos confirmó segundos después que tanto las hermanas de la víctima como su esposo, el señor Rózambal, hacía veinte minutos que se habían retirado de la morgue. Nos pasaron la direcciones de los tres y fuimos a interrogarnos con cada uno de ellos por separado. Al primero que fuimos a visitar fue al señor Norberto Rózambal. Vivía en una humilde casa en un vecindario del tipo de clase media, en las cercanías de Lobos, en la provincia de Buenos Aires. La morada no era gran cosa y el señor Rózambal era una persona altamente desordenada. La mesa del living estaba arrumbada con papeles de toda clase, los muebles estaban todos fuera de lugar y la iluminación era tenue. En tanto, Norberto Rózambal era un hombre de aspecto bastante feo, con una personalidad resentida, barba desprolija y cabello mal peinado. Su apariencia daba la impresión de un hombre cuya anatomía parecía un saco de huesos dispuestos desproporcionadamente, pero no obstante de modales refinados y buena educación. No entendí cómo Eliana Casabella se había fijado en un caballero así, tan diferente a ella. Le dimos el pésame y se mostró abierto a responder a todas nuestras preguntas.

_ ¿Sabía que su esposa tenía un arma registrada a su nombre?_ preguntó Dortmund en primer lugar.

_ Sí, por supuesto_ respondió Rózambal, gentilmente y afectado por la pérdida de su esposa._ De hecho, yo fui quien se la compró.

_ ¿Por qué razón?

_ Por seguridad. La habían asaltado varias veces y ya estaba harta. Al principio, me negué. Pero después entendí que era necesario y que no estaba de más.

_ ¿La llevaba siempre encima?

_ Sí. Estaba bastante paranoica. No estaba muy de acuerdo con ésa idea. Pero no me opuse porque Eliana era una mujer sumamente responsable.

Si Norberto Rózambal se sentía afligido por la muerte de su esposa, lo ocultaba bastante bien.

_ ¿La señora Casabella había intentado quitarse la vida en alguna otra ocasión?_ preguntó el capitán Riestra con frivolidad.

_ No, no... ¡no!_ protestó Norberto Rózambal._ ¿Cómo se le ocurre semejante cosa?

_ Una persona que se suicida, tiene antecedentes en su historial de haberlo intentado previamente.

_ Pero, no Eliana. Ella no era así. Amaba demasiado la vida. No entiendo qué la llevó a tomar ésta determinación. Todavía no me entra en la cabeza lo que hizo.

_ ¿Dice que no tenía motivos para suicidarse? Eso es muy interesante_ adujo Dortmund con arrogancia.

Todos lo miramos, cada uno a nuestra manera, pero nadie dijo nada.

_ ¿Cómo era su comportamiento durante las últimas semanas, señor Rózambal?_ siguió preguntando el capitán Riestra.

_ ¡Normal! Ya se los dije. Era una persona feliz_ repuso el marido, abatido y desorientado.

_ Pero, es claro que algo la preocupaba. Algo con lo que ya no podía lidiar y por eso hizo lo que hizo. ¿Está totalmente convencido que no notó nada raro en la personalidad de Eliana?

_ Por última vez, ¡no! Y si había algo, yo no lo sabía, porque ella supo ocultármelo demasiado bien.

_ ¿Ya su esposa le había ocultado cosas en otras oportunidades?_ intervino Dortmund.

_ Debe entender que las mujeres tienen sus secretos. Hay cuestiones que no se las cuentan ni siquiera a sus más íntimas amigas. Todos cargamos con un muerto, después de todo. Ella sin dudas tenía el suyo. Y todos acá tenemos uno.

_ ¿Y qué puede referirnos sobre sus problemas personales, señor Rózambal?

_ Los problemas personales no se hicieron para ser conocidos por cualquiera. Por algo se los cataloga de personales.

Me daba la impresión de que Norberto Rózambal estaba dejando aflorar su verdadera personalidad. Su trato inicial era más ameno y menos vanidoso del que estábamos recibiendo últimamente. Entró en confianza demasiado rápido y eso francamente me molestó.

_ Nosotros no somos cualquiera, sino la Policía_ reaccionó enojado el capitán Riestra. Pero mi amigo supo interceder a tiempo justo antes de que el capitán siguiera dejando fluir su alocución.

_ Con más razón_ arremetió el señor Rózambal.

_ Sin embargo, yo no represento a la Policía_ proclamó Sean Dortmund con satisfacción._ Yo represento la ley desde otra visión, desde otro lugar. Y además, estoy seguro que la pregunta que el capitán Riestra le formuló se refería puntualmente a los problemas que pudieran existir entre la señora Casabella y usted.

Norberto Rózambal parecía mostrarse reacio a responder, pero el tono de voz parsimonioso que empleó Dortmund para dirigirse a él pareció atenuarlo considerablemente.

_ Teníamos problemas, sí. ¿Pero, qué pareja no los tiene? Eran problemas superficiales, si a eso se refiere.

_ Pero es claro, porque pasa en la mayoría de los matrimonios, que usted conocía un secreto muy íntimo de Eliana Casabella y ella, uno suyo.

_ Está en un error_ titubeó el señor Rózambal, evasivo._ Usted está algo confundido.

_ No. Y ahora con su actitud me convenzo de que tengo razón. ¿Cuál era ése secreto? Sea sincero conmigo.

Norberto Rózambal vaciló unos segundos, pero entendió que no tenía ningún sentido rehusarse a responder o en su defecto mentir y confesó sin más remedio.

_ Su infancia no fue nada fácil_ dijo._ Ella junto con sus dos hermanas vivieron en un convento prácticamente toda su infancia y parte de su adolescencia. De hecho, Lucila y Cecilia se enojaron profundamente con Eliana porque me contó a mí una verdad que se supone que nunca vería la luz por un pacto de silencio que sellaron las tres. Prometí no hablar al respecto, pero eso no les alcanzó. Por supuesto, también están enojadas conmigo. Cuando ellas nacieron, su padre era un borracho empedernido y tenía fama de mujeriego. Cecilia y Eliana eran hijas de la misma madre, pero Lucila no. Aunque las madres de las tres tienen algo en común: eran prostitutas en situación de precariedad, marginación e indigencia y víctimas de explotación sexual.

Cuando el padre de Eliana, desconozco su nombre, se enteró de la paternidad; desapareció, simplemente desapareció. Y ambas mujeres fueron obligadas a abandonar a sus bebas. Por suerte, se apiadaron de ellas y se pusieron de acuerdo para darlas en adopción a un convento de monjas en Escobar. Ellas las criaron, las educaron, les inculcaron sus valores y hábitos... Eran monjas las tres. Conocí a Eliana hace seis años en el sanatorio en el que trabajaba entonces. Vino a operarse por un tumor en el ovario izquierdo. Yo fui su anestesista. Fui quien antes de la intervención le hablé, la tranquilicé, la contuve. Y entre charla y charla, nos dimos cuenta que había química entre los dos. Empecé a ir verla al convento seguido, con el pretexto de que era un familiar lejano suyo, aunque con su historia, eso fue un argumento nada creíble y la Madre Superiora lo supo. Mis visitas eran cada vez más frecuentes y nada de lo que hacíamos o hablábamos pasaba desapercibido para el resto de las religiosas. Fue cuando supimos que queríamos estar juntos y hablamos con la Madre Superiora. Aceptó lo nuestro y permitió que Eliana dejara sus hábitos por mí. Al año nos casamos. Pero Eliana, rigurosamente todas las semanas, visitaba el convento. No podía evitarlo. Fue su hogar por años y le debìa todo lo que ella era.

Nos conmovimos por su relato, sin saber qué decir ninguno de los tres. Y el capitán Riestra entonces decidió romper con el clima.

_ ¿Cómo salieron Cecilia y Lucila del convento?_ preguntó_ ¿Cómo tomaron ellas la relación de Eliana con usted y la partida definitiva de ella del recinto religioso?

_ Para resumirlo en una frase_ repuso el señor Rózambal,_ lo tomaron muy mal. Nunca la perdonaron porque ambas sintieron que Eliana las había traicionado. Pero ella se sintió mal por sus hermanas y veló por su cuidado, así que la Madre Superiora permitió que tanto Lucila como Cecilia también abandonaran los hábitos. Claro que a la Iglesia esto no le cayó nada bien. Pero ése es un capítulo aparte de la historia. Con el paso del tiempo, Lucila y Cecilia la perdonaron y reconciliaron su relación.

_ Si desconocían absolutamente todo sobre sus padres, ¿quién les dio el apellido?

_ La Madre Superiora. Se llama Ángela Casabella. Ella también les puso nombres a las tres y las inscribió legalmente en el Registro Civil.

_ ¿Ustedes vivían acá o tenían su vivienda propia?

_ Vivíamos en su casa. Ella lo propuso en su momento y me pareció buena idea. Ésta es mi verdadera casa desde siempre.

_ Gracias por su ayuda, señor Rózambal_ le agradeció Dortmund cortésmente._ Ha sido de mucha utilidad.

_ Me queda claro que alguien no quería que este pasado tan gris y penoso viera la luz_ opinó el capitán Riestra, seguro de su idea, cuando salimos de la casa del señor Rózambal._ Pero no me queda claro ni porqué Eliana ni mucho menos cómo la mataron. Todos los testigos del momento vieron un suicidio. Va a ser muy difícil refutar eso.

_ Intuyo que Eliana Casabella quería encontrar algo con lo que alguna de sus hermanas o algún desconocido no estaba de acuerdo_ sugerí en voz alta._ ¿Qué piensa Dortmund al respecto? Su hermetismo sobre este asunto me tiene seriamente preocupado.

_ Me preocupa la carta_ repuso pensativo el inspector._ Por el resto, tengo una teoría de cómo se ejecutó el plan aunque me falta descubrir el quién y saber exactamente el motivo. Vayamos a tener una charla amigable con Lucila Casabella.

_ Apruebo su sugerencia, Dortmund_ ratificó el capitán Riestra._ Quiero conocer los secretos que guarda el señor Rózambal.Ellas lo deben saber muy bien.

Lucila Casabella era una mujer alta, de cabello rubio tostado, ojos verdes, de aspecto bastante austero, pero de gestos muy delicados y cuidadosos y tenía un lunar arriba del labio superior derecho. Nos recibió amablemente, aunque algo consternada por lo ocurrido. La pusimos al tanto de la conversación que mantuvimos con el señor Rózambal y su comportamiento se tornó repentinamente irascible.

_Habíamos acordado en que ése era nuestro secreto_ dijo enardecida, Lucila Casabella_ ¡Nuestro y de nadie más! Pero Eliana se lo tuvo que decir al maridito. Siempre fue muy  testaruda. Ni Cecilia ni yo queríamos encontrar a nuestros padres. Pero Eliana insistió permanentemente. Nunca se daba por vencida.

_ ¿No buscar a sus padres también era parte de ése pacto de silencio?_ preguntó el capitán Riestra.

_ ¡Sí! Pero a ella no le importó para nada. Importaba lo que siempre quería ella, nunca lo que querían los demás.

_ ¿Por qué ni usted ni Cecilia deseaban hallar a sus padres?_ inquirió Sean Dortmund con interés.

_ Porque nos abandonaron por sus diferencias y sus estilos de vida tan patéticos. Ninguna de nosotras tres fue concedida y el pasado, francamente, nos avergonzaba.

_ Pero no a Eliana.

_ Como les dije: ella era la oveja negra. Por eso mantuvimos diferencias con ella por varios años.

_ ¿Cómo llegó la reconciliación?

_ También, de común acuerdo. Hablamos y nos dimos cuenta de lo absurdo que era seguir peleadas. Así que, hicimos las pases hace exactamente dos años.

_ ¿Y desde entonces, se llevan bien?

_ Absolutamente. Ni una sola discusión, ningún secreto guardado. Nada de nada. La relación era increíble.

_ ¿Qué cree que impulsó a Eliana a quitarse la vida de ése modo tan confuso?

_ No sé_ y Lucila Casabella rompió en llanto._ Disfrutaba mucho de la vida y de la intensa relación que nos unía a las tres. Parece una pesadilla. Pienso que voy a despertar en cualquier momento y la voy a volver a ver a Eliana como si nada hubiera pasado.

_ ¿Le contó algo sobre el señor Rózambal? ¿Algún secreto suyo, algo referente a él que la intranquilizaba?_ volvió a preguntar Riestra.

_ No_ respondió Lucila Casabella con total certeza._ Lo dibujó como una gran persona, nada que me hiciera sospechar que había algo raro en él. Ni a mí ni a Cecilia nos pareció que Norberto ocultara algo.

_ ¿Lo siguen sosteniendo aún con Eliana muerta?

_ Hasta que nos demuestre lo contrario, sí.

_ ¿La señorita Cecilia tiene un lunar como usted?_ preguntó para sorpresa de todos, Dortmund.

_ Eso no es relevante_ respondió Lucila Casabella, visiblemente molesta._ No, sólo yo tengo un lunar. Recuerde que soy de madre distinta, si recuerda todo lo que le contó Norberto.

_ Perdone, señorita Casabella, una cosa más_ interpuso modestamente cambiando radicalmente de tema._ ¿Puedo examinar la casa? Le prometo no tocar nada.

Lucila Casabella no se opuso a la petición de mi amigo, que ni el capitán Riestra ni yo comprendimos a qué cuestión puntual respondía. Dortmund dio unas vueltas, observó algunos detalles de la casa, le agradeció gentilmente a Lucila Casabella y nos retiramos. Una vez afuera, el inspector sacó una hoja de su libreta personal, hizo una anotación, dobló el papel por la mitad y se lo entregó en mano al capitán Riestra.

_ Llévele este recado urgente a algún empleado del Planetario_ le indicó luego con cierta impaciencia._ Que respondan a la brevedad de forma concreta y concisa. Entretanto, el doctor Tait y yo visitaremos a Cecilia Casabella y lo pondremos al tanto de lo que nos cuente.

_ ¿Qué significa esto, Dortmund? No lo entiendo_ cuestionó Riestra con resignación.

_ Significa que ya sé lo qué pasó_ proclamó mi amigo, triunfante._ Pero necesito disipar ésa duda que le encomendé en la misiva y es menester tener un encuentro con Cecilia Casabella. Sí, no puedo equivocarme. Tiene que ser así, no puede serlo de otra manera_ agregó luego, como pensando en voz alta.

El capitán y yo nos miramos con reproche y luego dirigimos ésa mirada a Dortmund.

_ ¿Qué espera, capitán Riestra? Vamos, no podemos perder tiempo.

Nuestro amigo se estaba retirando con la velocidad de un rayo, cuando la voz de Dortmund lo hizo volverse intempestivamente sobre sus pasos.

_ ¿Hay algo más?_ le preguntó el capitán Riestra malhumorado.

El inspector extrajo del bolsillo interior de su saco un sobre madera de tamaño medio y lo entregó en manos suyas.

_ ¿Qué es, Dortmund?_ indagó el capitán con curiosidad.

_ No puedo decirle demasiado por el momento_ contestó el inspector._ No hasta que esté seguro de que no me equivoco. Muéstrele el recado que le di junto al contenido del sobre y que el empleado del Planetario, en lo posible el mismo que estuvo el día de la muerte de Eliana Casabella, haga una especie de reconocimiento al respecto.

_ Está bien. ¿Dónde lo veo?

_ Yo lo llamaré a usted en cuanto termine de hablar con Cecilia Casabella. Aguarde mi llamado. Lo veo luego.

_ Muy bien.

Y el capitán Riestra se alejó de nosotros con igual rapidez que antes.

La casa de Cecilia Casabella estaba situada en cercanías a Cañuelas, en un punto medio entre dicha localidad y Lobos, por lo que vivía cerca de Norberto Rózambal. Era el último departamento de una propiedad horizontal de clase media que constaba de seis pequeñas cazuelas, todas construídas en base a una misma arquitectura en común. La mujer en cuestión tendría entre treinta y cinco y treinta ocho años, de una bellaza obnubilante, que no era opacada por el llanto que recorría delicadamente cada borde de sus mejillas; ojos color miel, rojos en ése momento por las lágrimas que florecían sin detenerse; cabello negro y elegantemente vestida. Cuando mis ojos se cruzaron con su esculpida silueta, me quedé sin aliento al contemplar que estaba convaleciente en una silla de ruedas. Creo que advirtió mi angustia al encontrarla en ése estado que era inimaginable para mí. No tanto para Dortmund que parecía mostrarse satisfecho, aunque claramente afectado por su convalecencia.

_ No me mire así, no pretendo darle lástima a nadie_ me dijo ella con una agradable sonrisa desplegada en su rostro.

_ ¿Qué le sucedió?_ le pregunté consternado.

_ Un accidente de tránsito que tuve hace dos años atrás. Pudo haber sido peor_ resumió en una sola frase.

_ ¿Peor a como terminó su hermana, señorita Casabella?_ Intervino mi amigo, impiadosamente.

Lo miré con hostilidad y estupor, en tanto que Cecilia Casabella no pareció sentirse ofendida por la intromisión fuera de lugar de Sean Dortmund.

_ Cada cual es dueño de su propio destino. No fue la mejor decisión que Eliana haya tomado, pero fue suya y es lo que vale, aunque duela y la herida no termine de cicatrizar nunca.

_ ¿Por qué cree que lo hizo?

_ El motivo se fue con ella. Y antes que me pregunte: no, nunca me refirió nada respecto a tomar una determinación tan drástica como la que tomó ni hizo ningún comentario que me hiciera levantar las sospechas de que algo más ocurría. Su comportamiento era el habitual. Ella era la de siempre..._ y tuvo que parar por unos instantes porque pareció quebrarse.

_ ¿La quería?_ le preguntó Dortmund cuando Cecilia Casabella se sintió mejor.

_ Demasiado.

_ ¿Le guarda el mismo sentimiento a su otra hermana, Lucila Casabella?

_ Por supuesto que sí. Eso es algo que debe permanecer fuera de discusión.

_ Sin embargo, la señorita Lucila parecía que no le guardaba mucho afecto a Eliana. ¿Sabe por qué?

_ Lucila tiene un carácter un poco difícil de llevar. Pero puedo darle mi palabra de que la adoraba con toda el alma.

_ ¿La relación entre las tres era estable?

_ Sí. Solíamos discutir a menudo por cosas irrelevantes. Ya sabe, cosas de mujeres. Pero eso no nos alejaba. Nos apoyábamos mucho uno en la otra.

_ Hubo un tiempo en que ambas se enojaron con Eliana.

_ Sí, es cierto. Ya Lucila le habrá comentado algo al respecto, sino no me lo estaría preguntando. Así que, sólo le voy a decir que eso ya quedó en el pasado.

_ ¿Sabía del arma?_ me atreví a preguntarle, algo tímido.

_ Sí, claro. Francamente, yo estoy en contra de extremar  medidas de seguridad adquiriendo un arma de fuego. Y más aun, llevarla encima a todas partes. Pero si a Eliana eso la hacía sentirse segura, por mí no había ningún problema, siempre y cuando la utilizara responsablemente.

_ ¿La señorita Lucila también estaba de acuerdo con la medida?_ volvió a interrogar, Sean Dortmund.

_ Su pensamiento era coincidente con el mío. Tenía nuestro apoyo.

_ ¿Puedo examinar visualmente su casa, si es tan amable, señorita Casabella?

_ Adelante. No tengo nada que ocultar_ y acompañó sus palabras de un ademán con la mano.

Mi amigo me ordenó quedarme con la señorita Casabella, mientras él llevaba a cabo su cometido. Tardó menos tiempo de lo que había tardado en casa de Lucila Casabella. Su inspección no demoró más de dos minutos cronometrados por reloj.

_ ¡Lo sabía!_ exclamó Dortmund, triunfante._ Era lo que suponía.

_ Debe estar confundido_ dijo Cecilia Casabella, dominada en esos momentos por sus nervios._ Está en un error. Yo no hice nada.

_ ¿Qué encontró?_ le pregunté con escepticismo.

_ Nada_ respondió Dortmund, con un tono de voz más relajado._ De hecho, esperaba no encontrar nada. Y no me equivoqué.

_ ¿Está usted hablando enserio? ¿Qué le pasa?

Lucila Casabella miraba al inspector fijamente y con cierto clamor perpetuado en su mirada.

_ Señorita Casabella_ dijo Dortmund, eludiendo mis dudas._ ¿Podría usar su teléfono de línea un momento, por favor?

Lucila accedió y señalando con el dedo, le indicó a mi amigo dónde estaba el aparato. Dortmund se inclinó levemente a modo de agradecimiento y procedió a llamar al capitán Riestra. Habló durante unos minutos, colgó y al rato, nuestro socio se apersonó en el domicilio de Cecilia Casabella. Cuando llegó, Dortmund y él mantuvieron una breve reunión en secreto y Riestra le devolvió todo lo que el inspector le dio antes. Ambos volvieron a ingresar a la residencia y la expresión de felicidad de mi amigo lo decía todo. Del sobre que le entregara antes al capitán Riestra, extrajo una foto en la que estaban juntas Lucila y Cecilia Casabella, y nos la exhibió a los tres.

_ La encontré entre las cosas que tenía Lucila Casabella guardadas en un cajón aparte de su mesa de luz. La mujer de la derecha es la señorita Lucila, fácilmente identificable por el lunar en el labio. Y la otra, idéntica a ella, es usted, señorita Cecilia.

_ Eso no demuestra nada_ dijo ella con resignación.

_ Al contrario_ admitió Dortmund._ Demuestra que en verdad Eliana era la media hermana de las dos por ser de diferente madre, y no Lucila, como me dijo ella cuando empezó la investigación. Eliana debió descubrir ése secreto, cuyo ocultamiento seguramente respondió a intereses en común entre ambas, y había que silenciar a la única persona que lo sabía y que eso implicaba asimismo que su historia había sido una mentira. Había que evitar que siguiese avanzando y llegara al fondo de la cuestión. Había que sí o sí asesinarla.

Fue la foto la que me dio la solución al drama. Así que tuve mis dudas sobre quién de las dos estuvo con ella cuando murió y por eso envié al capitán Riestra a que le pregunte al empleado del Planetario que estaba de turno ése día a quién había visto cerca de Eliana Casabella. ¿Sabe qué respondió? Que era una mujer en sillas de ruedas que la seguía en secreto y con mucha cautela.

Cecilia Casabella se alteró repentinamente.

_ ¡Eso no es posible!_ protestó sumamente nerviosa.

Dortmund tomó la fotografía, un marcador negro y dibujó una mancha negra circular sobre el labio derecho superior de Cecilia Casabella, imitando un lunar. Cuando nos la mostró, nos quedamos todos sin aliento. Pues, el parecido era extraordinario.

_ Creo_ continuó Sean Dortmund_ que la razón por la que mintieron con respecto a que las hermanas de igual madre eran Eliana y Cecilia Casabella, y no Lucila Y Cecilia, como realmente es; tiene que ver con que el padre de las tres era un cura del alto sacerdocio de la Iglesia Católica, con cierta fama de ser un mujeriego sin escrúpulos y un ebrio empedernido. Y sus respectivas madres biológicas eran asimismo monjas. Por eso las tres fueron criadas en un convento y por eso la Madre Superiora del mismo las inscribió en el Registro Civil tergiversando en el acta los lazos de consanguinidad de las hermanas Casabella. Quería mantener a salvo el secreto para evitar un gran escándalo. Pero la señorita Eliana, de algún modo, lo averigüó y fue su sello al más allá.

_ Prefirió matarse antes que ventilar todo esto ante los ojos del mundo_ justificó secamente, Cecilia Casabella.

_ Se equivoca: la asesinaron_ refutó mi amigo con vehemencia_. Y recuerde que en el Planetario confirmaron que una mujer en silla de ruedas seguía los pasos de Eliana Casabella con absoluta discreción. Otra de las cosas que encontré en casa de Lucila Casabella fue un frasco que contenía un gran cantidad de escopolamina. Y sabemos que ésa droga bloquea los receptores del cerebro y pone a la víctima en un estado de hipnosis inducido. La víctima obedece cada orden que recibe bajo los efectos de la escopolamina y cuando aquéllos desaparecen, la persona no recuerda absolutamente nada de lo que hizo durante el período en el que estaba literalmente hipnotizada.

Así lo hizo. Usted, señorita Cecilia, sabía perfectamente que Eliana llevaba el arma consigo a todas partes. También sabía dónde iba a estar exactamente ése día y a qué hora. Y por último, tenía el pleno conocimiento de que Eliana llevaba una polvera en su cartera porque le gustaba estar maquillada y siempre bien presentable, y que a menudo, solía hacer uso de dicha polvera para embellecerse.

El día anterior a su muerte, vertió en alguna bebida o comida suya, una dosis fuerte de escopolamina. Una vez ingerida, le ordenó escribir una misiva que dijera, en resumen, que sólo le quedaban veinticuatro horas de vida y que la dejara apoyada sobre un lugar visible para ser encontrada fácilmente. Así entonces, cuando Eliana Casabella la encontrara en pleno uso de sus cualidades facultativas, se enloquecería arduamente porque no recordaría cuándo la escribió y mucho menos porqué la escribió. El objetivo de esto era generarle a la señorita Eliana una tortura psicológica y mental antes de asesinarla, para que supiese que le quedaba solamente un día de vida.

Posteriormente, usted Cecilia Casabella, tomó en secreto la polvera de la cartera de su hermana y sustituyó su contenido original por escopolamina. Como los colores entre ambas sustancias son casi idénticos, Eliana nunca notaría la diferencia. Al día siguiente, cuando ella fue para el Planetario a celebrar el Día de la Primavera, usted la siguió con mucho cuidado para que no se diera cuenta que era seguida por su propia hermana. La señorita Eliana entró al Planetario, fue al baño y efectivamente hizo uso de su polvera, porque así lo hacía con frecuencia. Como la escopolamina también ingresa al organismo por los poros de la piel, el efecto fue inmediato. Así que, Cecilia Casabella apareció de repente y le ordenó que se dirigiera por los bosques hasta la orilla del lago, sacara su arma y se pegara un tiro. Y así lo hizo. Y tuvo que ser así para que hubiese testigos que acreditaran irremediablemente la hipótesis del suicidio. Después, sólo fue cuestión de que la señorita Lucila Casabella la encubriera ocultando toda la evidencia en su propia casa.

_ ¡Está mintiendo! ¡Está usted cometiendo un grave error!_ arguyó desesperadamente Cecilia Casabella. Pero Dortmund no tuvo piedad de una asesina.

El capitán Riestra hizo una seña y unos oficiales que estaban con él custodiaron a la señorita Casabella, que oficialmente estaba arrestada por el crimen de su hermana, Eliana Casabella.

_ Yo personalmente intervendré para que cumpla la condena que reciba en su domicilio por su condición_ dijo el inspector._ El juez de Garantías estoy seguro, no se opondrá. Pero creo que la recomendación llegará antes por parte del tribunal encargado de juzgarla.

El capitán Riestra pidió hablar con Dortmund a solas y ambos hombres se encerraron en una de las habitaciones.

_ ¿Por qué quiere tenerla demorada en su propia casa y hasta cuándo? _ le preguntó el capitán autoritario.

_ Le haré una pregunta_ replicó Dortmund._ ¿El empleado del Planetario recuerda haber visto el lunar en el rostro de la mujer que vio en silla de ruedas el día del asesinato?

_ Sí. Cuando le pregunté si tenía algún rasgo sobresaliente por recomendación suya, Dortmund, lo afirmó_ y se quedó vacilando unos instantes y reaccionó enseguida, como si le hubiesen impartido una cachetada ejemplar. Mi amigo lo miró fijo con su imprudente sonrisa de siempre, divisada en lo ancho de su boca.

_ Nadie en el Planetario_ siguió Sean Dortmund con su exponencia_ conocía a las hermanas Casabella. Por lo tanto, el lunar en el rostro de la mujer de la silla de ruedas no hizo sospechar a nadie nada extraño. ¡Fue perfecto! Lucila Casabella asesinó entonces a Eliana tomando el lugar de Cecilia Casabella. Pensé que Cecilia Casabella pudo haber simulado el lunar con algo de pintura. Pero descarté la teoría de inmediato porque no tenía sentido recurrir a eso porque, como bien dije antes, nadie las conocía. Y por eso mismo, Lucila Casabella no se preocupó en hacer desaparicer toda la evidencia de su casa. Pero igualmente tuve que apelar al engaño de la fotografía para convencerme de lo ridículo de mi idea y para afirmar o refutar la historia inicial que nos contara la señorita Lucila Casabella.

_ Asumo que la mató por lo que usted mismo dijo antes al dirimir su versión de la historia.

_ Hubo algo más por lo que valía la pena matar, capitán Riestra, que fue lo que terminó de darle forma al plan. Entre la evidencia que encontré en casa de Lucila Casabella, hallé un examen de ADN perteneciente a la víctima, Eliana Casabella, y otra serie de documentos legales. Ella emprendió una búsqueda exhaustiva y complicada, la que finalmente dio sus frutos, porque Eliana Casabella encontró a su padre, lo que le ocultó a sus otras dos hermanas. Pero Lucila sospechó y la siguió hasta que la descubrió y supo que la verdad había sido profanada.

Cuando la señorita Eliana halló a su padre biológico, además de chocarse con la realidad de su pasado, se dio cuenta además de que su padre no sabía cuántos hijos había engendrado porque era un hombre terriblemente mujeriego y nunca pudo controlar eso. Un sacerdote que violó varios mandamientos y supo ocultárselo muy bien a la Iglesia. A raíz de un cáncer terminal, decidió hacer el testamento y le dejó en partes iguales a todos ellos un plazo fijo en el banco y dos departamentos en Capital. Eliana vio servida su oportunidad de vengarse por todas las mentiras acarreadas en su historia de vida y le dijo a su padre que tenía dos medias hermanas más de diferente madre a la suya, pero que murieron hace algunos años y que ella era la única en vida. Y sin dudarlo, su padre modificó el testamento en beneficio puro y exclusivo de Eliana Casabella, todo esto cotejado con un análisis de ADN previamente realizado. Y fue la gota que rebasó el vaso para Lucila Casabella que decidió asesinar a Eliana e inculpar a Cecilia. Todo está acá. Lucila Casabella fue la única de todos en general que se preocupó en encontrarlo. No lo entiendo.

Y Dortmund entregó un sobre madera abultado en manos del capitán Riestra.

_ ¿Qué hacemos con Cecilia Casabella? No puedo demorarla sin razón si es inocente.

_ Por ahora, debe permanecer así. Es mejor que la señorita Lucila se convenza de que se salió con la suya.

_ ¿Hasta cuándo, inspector Dortmund?

_ ¡Por favor, capitán Riestra! Tenga paciencia. ¿O acaso no confía en su buen amigo irlandés?