jueves, 24 de agosto de 2017

Doble evidencia (Gabriel Zas)




_ Si hay algo que me fastidia_ explicaba el capitán Riestra, mientras compartía un desayuno con Dortmund y conmigo_ son los casos en los que se conoce la solución del mismo por medio del propio razonamiento y las deducciones que se derivan de ello, pero que no pueden resolverse porque no existen pruebas de ninguna clase que la avalen. Esos criminales son los que a menudo consiguen que pierda los estribos con asombrosa facilidad.

_ Si pierde los estribos, pierde la batalla,capitán Riestra_ le replicó Dortmund sabiamente y en un tono que se asimilaba más al de un filósofo, que al de un inspector de Policía._ Nunca debe perder la paciencia en ninguna investigación porque eso le bloquea cualquier intento de aplicar la lógica correctamente.

_ Lo sé, Dortmund. Pero muchas veces es más fuerte que yo y no puedo controlarlo. Me sucedió con el caso De Julio, el Loco del Ferrocarril, como lo apodé desde entonces. Pero usted llegó de la nada y me salvó aquélla primera y memorable vez.

_ La primera de muchas, para ser precisos. Y no tome mis palabras como un reproche, se lo ruego. Usted me ha implicado en casos sumamente interesantes.

_ Reconozco que muchas veces puedo parecerle insoportable, Dortmund. Pero usted tiene un don del que nadie más dispone.

Sean Dortmund se inclinó ligeramente para agradecerle a nuestro amigo el cumplido.

_ Sentí que lo he molestado demasiado estos últimos meses_ continuó Riestra,_ que preferí no acudir a usted para que pudiera ayudarme en la resolución de un caso que resultaba imposible. Seguramente, lo hubiese resuelto enseguida como acostumbra a hacerlo casi siempre y de una manera formidable.

_ Subestima en exceso mi talento, capitán Riestra. Y siempre será un gran placer prestarle mi capacidad a la Policía Federal y a un buen amigo como lo es usted.

Nuestro amigo se ruborizó levemente y sonrió a Dortmund amigablemente.

_ ¿Quiere compartir su experiencia en el caso al que nos hizo alusión recién?_ sugerí.

_ Iba a proponerle lo mismo_ acotó el inspector._ Por favor, capitán Riestra, no haga gala de la solución. Exponga los pormenores del caso como habitualmente suele hacerlo e intentaremos deducirla con éxito.

Aprobé la idea de Dortmund sin oponerme, al igual que el propio capitán Riestra.

_ Me intriga saber qué método aplicaron para descubrir la verdad_ quise saber antes.

_ Ninguno en particular_ admitió Riestra, frustrado._ El asesino nos terminó confesando todo por voluntad propia. De lo contrario, no sé qué tan lejos hubiésemos llegado con la investigación. Presiento que nunca lo hubiéramos resuelto.

_ Por favor, comience_ le indicó Dortmund.

_ Se trató de un caso de doble homicidio_ dijo el capitán, dando inicio a su relato._ La primera víctima la identificamos como Maira Merino, una joven de veintisiete años de edad. Ojos color miel, cabello negro. Muy hermosa y muy joven para haber muerto en una etapa tan temprana de su vida. La encontramos muerta acostada boca arriba sobre su cama. Fue degollada. Encontramos sangre esparcida por todos lados y unas pisadas de unos zapatos de hombre. El asesino pisó sangre durante la huida y nos dejó un rastro espectacular. Y a su vez, los peritos hallaron oculto en el colchón el cuchillo empleado para el crimen, el cual tenía un juego parcial de huellas. Era, como diría mi antecesor, una doble evidencia servida en bandeja, un regalo que el asesino nos dejó con moño y todo. Corrimos las huellas en AFIS pero no aparecían en sistema. Pero los peritos pudieron determinar con una serie de análisis más detallados y complejos que los rastros de los zapatos recuperados en la escena y el juego de huellas dactilares recabadas del arma homicida pertenecían a una misma y única persona. El caso prácticamente se estaba resolviendo solo. Nos enfocamos en Guido Lastra, exesposo de la víctima, como el principal sospechoso del asesinato. La jueza del caso lo indagó y le ordenó a los técnicos tomar muestras suyas de toda clase para cotejarlas con las extraídas de la escena. ¿Y qué creen, caballeros? ¡Coincidían! Lo teníamos. La jueza ordenó su detención de inmediato. Pero todo, aunque resulte increíble, se desmoronó en un segundo. El señor Lastra disponía de una coartada sólida para el momento del asesinato. Eso sonaba demasiado inverosímil. Nadie podía creerlo. La evidencia física resultaba irrefutable. Pero, más de diez testigos fiables dieron cuenta de que Guido Lastra estaba en una reunión de trabajo a la hora en que su mujer fue asesinada. Y pese a que el cuchillo incautado en la escena del crimen tenía sus huellas, la jueza ordenó su pronta liberación porque consideró que más allá de toda la carga probatoria que había en su contra, resultaba absolutamente improbable que más de diez testigos se pusieran de acuerdo para contar una misma historia en común.

_ Quizás, alguien lo incriminó_ propuse sin estar del todo convencido.

_ ¿El cuchillo utilizado para el crimen pertenecía mismo a la señora Merino?_ preguntó Dortmund.

_ Sí_ confirmó el capitán Riestra._ Notamos que el asesino lo tomó de la cocina.

_ Eso explicaría las huellas del señor Lastra. Aunque no explica la ausencia de huellas de Maira Merino en el cuchillo. Si era de ellos, debería tener las huellas de ambos.

_ Ése fue el punto, Dortmund. El asesino pudo haber limpiado el cuchillo antes de usarlo, pero eso no tenía sentido. Pero todo se complicó más con un segundo homicidio cuatro días después del primero. En ése caso, la víctima fue Hugo Rovira, un arquitecto de treinta y tres años de edad. Y sorprendentemente, la escena era una réplica de la del crimen de Merino. El señor Rovira yacía muerto boca arriba recostado en su sillón y al lado de su cuerpo, encontramos una almohada tirada, que no hacía juego con el sillón. El asesino la trajo desde la habitación. El forense corroboró que Hugo Rovira fue efectivamente asfixiado. La almohada  tenía a su vez un juego de huellas que tampoco figuraban en la base de AFIS pero que luego verificamos que pertenecían a Elena Sala, casualmente su esposa. Además, hallamos sobre el cuerpo una uña cuyo ADN correspondía también a la señora Sala. Y al igual que en el caso de Merino, una gran cantidad de testigos testificaron que la señora Sala estaba en un evento en las afueras de la ciudad cuando su exmarido fue asesinado, por lo que al igual causal que Guido Lastra, Elena Sala fue liberada de inmediato. Y bien señores, eso es todo. Escucho con atención las soluciones que tienen para proponer a este extraordinario doble homicidio.

_ Sólo le haré una pregunta, capitán Riestra. ¿Elena Sala y Guido Lastra eran amantes?_ inquirió Dortmund con aire de superioridad.

_ Sí. Y apuesto a que ya dedujo la verdad.

_ Cada cual tiene una coartada muy sólida si se lo vincula al asesinato concreto de su propia pareja. Bueno, estimo que nadie pensaría que los crímenes se relacionan del modo en que están relacionados, a primera vista. Averiguarlo conllevaría un tiempo considerable. Pero tan sólo hay que pensar dejando de lado la evidencia y usar la imaginación a partir de los hechos puntuales que presenta la escena, porque la escena y el cuerpo son los que hablan; la evidencia, no. Sólo sugiere y muchas veces puede estar equivocada. No hay que ajustar la historia a los indicios, sino moldear los indicios a la historia que nos cuentan los hechos y la escena.

Que Elena Sala matara a su esposo, Hugo Rovira, resultaba totalmente imposible. Lo mismo que Guido Lastra haya matado a su mujer, Maira Merino. Tienen a su favor más de diez testigos cada uno y eso les da sustento a sus respectivas coartadas. Pero sus coartadas pierden peso si cruzamos los homicidios. Guido Lastra asesinó a Hugo Rovira cuando Elena Sala tenía una coartada irrebatible. Ella le facilitó la entrada a la casa al proporcionarle una copia de la llave. Una vez adentro, el señor Lastra asfixia con una almohada al señor Rovira procurando utilizar guantes. Inmediatamente después, toma una uña suya que la señora Sala le entregó y la planta deliberadamente sobre el cuerpo. Sólo es cuestión de que ella luego vuelva a su casa, tome la almohada utilizada para el crimen, deje en ella sus huellas y llame a la Policía con un poco de actuación. Más de diez testigos la vieron en otro lado al momento del asesinato, lo que sostiene su farsa de haber encontrado el cadáver de su marido cuando volvió, y logra así quedar impune del homicidio y desviar las sospechas en una dirección incierta.

Y basándonos en la misma lógica, fue Elena Sala quien dio muerte a Maira Merino y no Guido Lastra, su esposo, como pretendía que se pensara. Una vez que degolló a la señora Merino con guantes mediante, la señorita Sala tomó de su cartera un zapato que el propio señor Lastra le proporcionó, lo humedeció en sangre y marcó una serie de pisadas intencionales. Y más tarde, el señor Lastra se encargaría de registrar sus huellas en el mango del cuchillo y acondicionar la cocina para que la Policía supusiera que había sido tomado de ahí mismo y no traído de afuera, como realmente fue. Admito que fue un plan brillante y que estuvo a punto de funcionar. Las pisadas en el primer asesinato y la uña en el segundo, ésa fue la verdadera doble evidencia comprometedora, puesto que ningún criminal se arriesgaría a ser doblemente tan descuidado.

_ Además, asfixiar a otra persona_ me arriesgué a opinar_ es más propio de mujer que de hombre. Lo mismo que el degollar a alguien, que es el caso opuesto. Hasta eso fue pensado hasta el último detalle.

_ Excelente observación, doctor Tait_ reconoció Sean Dortmund._ E imagino que el motivo de ambos asesinatos fue que tanto Sala y el señor Lastra querían casarse cuanto antes porque estaban locamente enamorados, pero sus respectivos matrimonios se los impedía.

_ Me ha dejado sin aliento, Dortmund_ dijo el capitán Riestra con resignación._ Todo resultó tal cual usted acaba de exponer. Elena Sala confesó todo y delató a Guido Lastra porque admitió que discutieron fuertemente y él la amenazó con dejarla y echar todo atrás. Y ella no quería correr riesgos de ningún tipo. Ambos están en prisión preventiva a disposición de la Justicia.

Después de todo, Dortmund tenía toda la razón cuando me decía que el capitán Riestra sin él, no sabía qué hacer.

 

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