_ Si hay algo que me fastidia_ explicaba el
capitán Riestra, mientras compartía un desayuno con Dortmund y conmigo_ son los
casos en los que se conoce la solución del mismo por medio del propio
razonamiento y las deducciones que se derivan de ello, pero que no pueden
resolverse porque no existen pruebas de ninguna clase que la avalen. Esos
criminales son los que a menudo consiguen que pierda los estribos con asombrosa
facilidad.
_ Si pierde los estribos, pierde la
batalla,capitán Riestra_ le replicó Dortmund sabiamente y en un tono que se
asimilaba más al de un filósofo, que al de un inspector de Policía._ Nunca debe
perder la paciencia en ninguna investigación porque eso le bloquea cualquier
intento de aplicar la lógica correctamente.
_ Lo sé, Dortmund. Pero muchas veces es más
fuerte que yo y no puedo controlarlo. Me sucedió con el caso De Julio, el Loco
del Ferrocarril, como lo apodé desde entonces. Pero usted llegó de la nada y me
salvó aquélla primera y memorable vez.
_ La primera de muchas, para ser precisos. Y
no tome mis palabras como un reproche, se lo ruego. Usted me ha implicado en
casos sumamente interesantes.
_ Reconozco que muchas veces puedo parecerle
insoportable, Dortmund. Pero usted tiene un don del que nadie más dispone.
Sean Dortmund se inclinó ligeramente para
agradecerle a nuestro amigo el cumplido.
_ Sentí que lo he molestado demasiado estos
últimos meses_ continuó Riestra,_ que preferí no acudir a usted para que
pudiera ayudarme en la resolución de un caso que resultaba imposible. Seguramente,
lo hubiese resuelto enseguida como acostumbra a hacerlo casi siempre y de una
manera formidable.
_ Subestima en exceso mi talento, capitán
Riestra. Y siempre será un gran placer prestarle mi capacidad a la Policía
Federal y a un buen amigo como lo es usted.
Nuestro amigo se ruborizó levemente y sonrió
a Dortmund amigablemente.
_ ¿Quiere compartir su experiencia en el
caso al que nos hizo alusión recién?_ sugerí.
_ Iba a proponerle lo mismo_ acotó el
inspector._ Por favor, capitán Riestra, no haga gala de la solución. Exponga
los pormenores del caso como habitualmente suele hacerlo e intentaremos
deducirla con éxito.
Aprobé la idea de Dortmund sin oponerme, al
igual que el propio capitán Riestra.
_ Me intriga saber qué método aplicaron para
descubrir la verdad_ quise saber antes.
_ Ninguno en particular_ admitió Riestra,
frustrado._ El asesino nos terminó confesando todo por voluntad propia. De lo
contrario, no sé qué tan lejos hubiésemos llegado con la investigación.
Presiento que nunca lo hubiéramos resuelto.
_ Por favor, comience_ le indicó Dortmund.
_ Se trató de un caso de doble homicidio_
dijo el capitán, dando inicio a su relato._ La primera víctima la identificamos
como Maira Merino, una joven de veintisiete años de edad. Ojos color miel,
cabello negro. Muy hermosa y muy joven para haber muerto en una etapa tan
temprana de su vida. La encontramos muerta acostada boca arriba sobre su cama.
Fue degollada. Encontramos sangre esparcida por todos lados y unas pisadas de
unos zapatos de hombre. El asesino pisó sangre durante la huida y nos dejó un
rastro espectacular. Y a su vez, los peritos hallaron oculto en el colchón el
cuchillo empleado para el crimen, el cual tenía un juego parcial de huellas.
Era, como diría mi antecesor, una doble evidencia servida en bandeja, un regalo
que el asesino nos dejó con moño y todo. Corrimos las huellas en AFIS pero no
aparecían en sistema. Pero los peritos pudieron determinar con una serie de
análisis más detallados y complejos que los rastros de los zapatos recuperados en
la escena y el juego de huellas dactilares recabadas del arma homicida
pertenecían a una misma y única persona. El caso prácticamente se estaba
resolviendo solo. Nos enfocamos en Guido Lastra, exesposo de la víctima, como
el principal sospechoso del asesinato. La jueza del caso lo indagó y le ordenó
a los técnicos tomar muestras suyas de toda clase para cotejarlas con las
extraídas de la escena. ¿Y qué creen, caballeros? ¡Coincidían! Lo teníamos. La
jueza ordenó su detención de inmediato. Pero todo, aunque resulte increíble, se
desmoronó en un segundo. El señor Lastra disponía de una coartada sólida para
el momento del asesinato. Eso sonaba demasiado inverosímil. Nadie podía
creerlo. La evidencia física resultaba irrefutable. Pero, más de diez testigos fiables
dieron cuenta de que Guido Lastra estaba en una reunión de trabajo a la hora en
que su mujer fue asesinada. Y pese a que el cuchillo incautado en la escena del
crimen tenía sus huellas, la jueza ordenó su pronta liberación porque consideró
que más allá de toda la carga probatoria que había en su contra, resultaba
absolutamente improbable que más de diez testigos se pusieran de acuerdo para
contar una misma historia en común.
_ Quizás, alguien lo incriminó_ propuse sin
estar del todo convencido.
_ ¿El cuchillo utilizado para el crimen
pertenecía mismo a la señora Merino?_ preguntó Dortmund.
_ Sí_ confirmó el capitán Riestra._ Notamos
que el asesino lo tomó de la cocina.
_ Eso explicaría las huellas del señor
Lastra. Aunque no explica la ausencia de huellas de Maira Merino en el
cuchillo. Si era de ellos, debería tener las huellas de ambos.
_ Ése fue el punto, Dortmund. El asesino
pudo haber limpiado el cuchillo antes de usarlo, pero eso no tenía sentido.
Pero todo se complicó más con un segundo homicidio cuatro días después del
primero. En ése caso, la víctima fue Hugo Rovira, un arquitecto de treinta y
tres años de edad. Y sorprendentemente, la escena era una réplica de la del
crimen de Merino. El señor Rovira yacía muerto boca arriba recostado en su sillón
y al lado de su cuerpo, encontramos una almohada tirada, que no hacía juego con
el sillón. El asesino la trajo desde la habitación. El forense corroboró que
Hugo Rovira fue efectivamente asfixiado. La almohada tenía a su vez un juego de huellas que tampoco
figuraban en la base de AFIS pero que luego verificamos que pertenecían a Elena
Sala, casualmente su esposa. Además, hallamos sobre el cuerpo una uña cuyo ADN
correspondía también a la señora Sala. Y al igual que en el caso de Merino, una
gran cantidad de testigos testificaron que la señora Sala estaba en un evento
en las afueras de la ciudad cuando su exmarido fue asesinado, por lo que al
igual causal que Guido Lastra, Elena Sala fue liberada de inmediato. Y bien
señores, eso es todo. Escucho con atención las soluciones que tienen para
proponer a este extraordinario doble homicidio.
_ Sólo le haré una pregunta, capitán
Riestra. ¿Elena Sala y Guido Lastra eran amantes?_ inquirió Dortmund con aire
de superioridad.
_ Sí. Y apuesto a que ya dedujo la verdad.
_ Cada cual tiene una coartada muy sólida si
se lo vincula al asesinato concreto de su propia pareja. Bueno, estimo que
nadie pensaría que los crímenes se relacionan del modo en que están
relacionados, a primera vista. Averiguarlo conllevaría un tiempo considerable.
Pero tan sólo hay que pensar dejando de lado la evidencia y usar la imaginación
a partir de los hechos puntuales que presenta la escena, porque la escena y el
cuerpo son los que hablan; la evidencia, no. Sólo sugiere y muchas veces puede
estar equivocada. No hay que ajustar la historia a los indicios, sino moldear
los indicios a la historia que nos cuentan los hechos y la escena.
Que Elena Sala matara a su esposo, Hugo
Rovira, resultaba totalmente imposible. Lo mismo que Guido Lastra haya matado a
su mujer, Maira Merino. Tienen a su favor más de diez testigos cada uno y eso
les da sustento a sus respectivas coartadas. Pero sus coartadas pierden peso si
cruzamos los homicidios. Guido Lastra asesinó a Hugo Rovira cuando Elena Sala
tenía una coartada irrebatible. Ella le facilitó la entrada a la casa al
proporcionarle una copia de la llave. Una vez adentro, el señor Lastra asfixia
con una almohada al señor Rovira procurando utilizar guantes. Inmediatamente
después, toma una uña suya que la señora Sala le entregó y la planta
deliberadamente sobre el cuerpo. Sólo es cuestión de que ella luego vuelva a su
casa, tome la almohada utilizada para el crimen, deje en ella sus huellas y
llame a la Policía con un poco de actuación. Más de diez testigos la vieron en
otro lado al momento del asesinato, lo que sostiene su farsa de haber
encontrado el cadáver de su marido cuando volvió, y logra así quedar impune del
homicidio y desviar las sospechas en una dirección incierta.
Y basándonos en la misma lógica, fue Elena
Sala quien dio muerte a Maira Merino y no Guido Lastra, su esposo, como
pretendía que se pensara. Una vez que degolló a la señora Merino con guantes
mediante, la señorita Sala tomó de su cartera un zapato que el propio señor
Lastra le proporcionó, lo humedeció en sangre y marcó una serie de pisadas
intencionales. Y más tarde, el señor Lastra se encargaría de registrar sus
huellas en el mango del cuchillo y acondicionar la cocina para que la Policía
supusiera que había sido tomado de ahí mismo y no traído de afuera, como
realmente fue. Admito que fue un plan brillante y que estuvo a punto de
funcionar. Las pisadas en el primer asesinato y la uña en el segundo, ésa fue
la verdadera doble evidencia comprometedora, puesto que ningún criminal se
arriesgaría a ser doblemente tan descuidado.
_ Además, asfixiar a otra persona_ me
arriesgué a opinar_ es más propio de mujer que de hombre. Lo mismo que el
degollar a alguien, que es el caso opuesto. Hasta eso fue pensado hasta el
último detalle.
_ Excelente observación, doctor Tait_
reconoció Sean Dortmund._ E imagino que el motivo de ambos asesinatos fue que
tanto Sala y el señor Lastra querían casarse cuanto antes porque estaban
locamente enamorados, pero sus respectivos matrimonios se los impedía.
_ Me ha dejado sin aliento, Dortmund_ dijo
el capitán Riestra con resignación._ Todo resultó tal cual usted acaba de
exponer. Elena Sala confesó todo y delató a Guido Lastra porque admitió que
discutieron fuertemente y él la amenazó con dejarla y echar todo atrás. Y ella
no quería correr riesgos de ningún tipo. Ambos están en prisión preventiva a
disposición de la Justicia.
Después de todo, Dortmund tenía toda la
razón cuando me decía que el capitán Riestra sin él, no sabía qué hacer.
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