lunes, 14 de agosto de 2017

Cartas marcadas (Gabriel Zas)


                       
Oroncio Collardo era crupier de BlackJack en la sala de juegos del Hipódromo de la Ciudad de Buenos Aires. Aquélla noche, la última jugada que repartió antes de ausentarse para ir al baño, nunca se imaginó qué iba a ser la última de su vida, porque minutos después apareció muerto al lado del lavabo del toilette de hombres con un corte profundo en el cuello propinado sin dudas con un cuchillo, que no fue encontrado en la escena. Sólo había cuatro personas en su mesa al momento del incidente: Fabiola Fuster, Raulina Iñiguez, Stefano Murcia y Gabino Parra. Según los propios integrantes de la misma mesa y otros testigos ocasionales, Fabiola Fuster llevaba puestos unos anteojos de sol que en ningún momento se sacó y un elegante sombrero que hacía juego con su tenue traje negro de charol. El detective que estaba al frente de la investigación, el inspector Laureano Borrell de la División Homicidios de la Policía Federal, se fijó en ella como la principal sospechosa del crimen porque los anteojos de sol permiten visibilizar cartas marcadas con una tinta especial llamada prusiato amarillo, la que resulta invisible al ojo humano a sola vista. Así que Borrell supuso que Collardo la descubrió haciendo trampa y lo mató para evitar que la delatara. Pero, si dicha tertulia no es detectada por el ojo humano si no se utilizan anteojos con una clase de cristal en particular, ¿cómo era posible entonces que Oroncio Borrell la descubriera? Quizás la descubrió ejecutando alguna maniobra sospechosa y disimulada que él en un descuido anticipó y detectó, o porque era entendido en la materia y sabía de sobremanera todas estas cuestiones. Pero bien podía ser cierto que Fabiola Fuster podría resultar ser sin embargo culpable por estafa agravada. Por su parte, los otros tres posibles sospechosos; Raulina Iñiguez, Stefano Murcia y Gabino Parra, no presentaban ninguna particularidad sobresaliente y daban la impresión de ser simples jugadores habitúes de la sala de juegos. Primero fueron interrogados los dos caballeros, sobre los que el inspector Borrell no halló nada inusual ni contradictorio y los liberó a los pocos minutos, quedando a entera disposición de la Justicia ante cualquier eventualidad que pudiera surgir.
La tercera en ser entrevistada fue Raulina Iñiguez. Mientras que Laureano Borrell la miraba a cada segundo más fijamente a los ojos y con mayor intensidad, percibía más claramente que de su mirada se emanaba un destello muy atípico. Los peritos la inspeccionaron y revelaron que llevaba puestos unos lentes de contacto fabricados con una clase de cristal muy particular, el ideal para visualizar el prusiato amarillo en los naipes. Peritaron también la baraja utilizada durante las últimas partidas desarrolladas en la mesa de Oroncio Collardo y ciertamente encontraron rastros de la sustancia en cuestión impregnada en los ases, en tres de las cuatro Jotas, en la Reina de Corazón y el Rey de Corazones. Inmediatamente, Iñiguez fue arrestada por estafa agravada, aunque Borrell no encontró elementos suficientes para relacionarla con el asesinato de Collardo.
Por último, Borrell indagó a Fabiola Fuster. Lo primero que hicieron los peritos fue examinar sus anteojos ahumados pero el resultado fue negativo. Y del interrogatorio no surgió nada relevante, por lo que la identidad del asesino de Collardo y el motivo de su muerte eran un misterio a descifrar, cuya investigación prometía ser larga y extenuante. Más aún, estaba el hecho de que el asesinato tenía todos los indicios de haber sido premeditado. El resto de las entrevistas a los demás apostadores que estaban en el lugar al momento del homicidio y a todo el personal del hipódromo en general no arrojó ninguna luz sobre el caso.
Algo que llamó poderosamente la atención de los investigadores, puntualmente la de Laureano Borrell que estaba al frente de la investigación del caso, fue la disposición de dos cartas que estaban en la mesa de juego especialmente acomodadas: Q de corazones y K de corazones, casualmente cartas que fueron marcadas por Iñiguez aunque no encajaba porqué había marcado un rey y una reina, correspondientemente, porque si bien son importantes para ganar el 21 BlackJack, había algo inquietante en ésa forma que era llamativo. Hay que lograr un valor máximo de 21 puntos o conseguir el mayor puntaje posible sin pasarse jamás del tope de los 21 puntos que pudiera obtener el crupier. Por lo tanto, eso era algo sorprendentemente extraño e inusual. Y aunque la Policía le preguntó reiteradas veces a Raulina Iñiguez porqué marcó esos dos naipes en especial, ella se negó rotundamente a responder. Sí admitió débilmente marcar los ases y jotas, pero negó marcar el rey y la reina de corazones. Y concretamente Borrell no le creyó ni una sola palabra al respecto. Pero no tenía compendios aptos para vincularla al crimen y eso era intolerablemente frustrante.
Durante cuatro meses, que parecieron interminables, la disposición de ésas dos cartas curiosamente marcadas ocupaba los pensamientos de Borrell noche y día, sin hallar ninguna respuesta satisfactoria a tal dilema. Investigaron si Oroncio Collardo podía haber sido víctima de algún tipo de chantaje ya que contemplaron la posibilidad de que podía ser cómplice de Iñiguez, pero no hubo nada concluyente por ése lado y Laureano Borrell se estaba volviendo cada vez más fastidioso e irracional. Volvió a la escena del crimen más de una vez y en todas ésas veces se volvió con las manos vacías. Y aunque examinó otras vertientes para el homicidio, no encontró nada concreto.
Hasta que tanto esfuerzo rindió finalmente sus frutos y Borrell halló dos puntos que en su momento pasaron neciamente por alto: el primero, que Fabiola Fuster era la exesposa de Oroncio Collardo, la víctima, lo que le insinuó al inspector Laureano Borrell que quizás ella se puso anteojos de sol y utilizó un sombrero para no ser reconocida por su exmarido; y segundo, que Collardo tenía una amante veinte años menor que él, motivo por el cual se habría divorciado semanas antes del asesinato de Fabiola Fuster. Se tardó en descubrir este dato porque la señora Fuster no se llamaba así. Su nombre real era Elvira Di Marcopaolo.
Para Borrell, lo que pasó resultó evidente: Fabiola Fuster se puso anteojos y sombrero para que Collardo no la identificara. En un hábil juego de manos, le robó discretamente del bolsillo el prusiato amarillo a Raulina Iñiguez y marcó el rey y la dama de corazones, relativamente, para inculparla a ella. Era claro que ya la conocía de antes y sabía lo que hacía, quizás porque su exmarido se lo había mencionado en algún momento, lo que confirmaba que él sospechaba algo aunque jamás lo pudo comprobar nada, o porque ella era jugadora habitual de la sala y la había descubierto sin querer. Sea cual fuere la razón, fue la pantalla perfecta para Fabiola Fuster. Marcó ambas cartas, las sustrajo sutilmente de la baraja en un hábil juego de manos, esperó el momento indicado para dejarlas ordenadamente dispuestas sobre la mesa, siguió a Oroncio Collardo hasta el baño sigilosamente y sin levantar sospechas de ninguna especie, esperó, lo mató y volvió como si nada a la mesa pasando completamente desapercibida, ya que se vistió con atuendos de caballero y llevaba el cabello recogido. Después del crimen, se volvió a cambiar.  De hecho, inmediatamente de formulada dicha hipótesis, volvió a hablar con algunos testigos y confirmaron que Fuster se ausentó por algunos minutos pero que en ése momento no lo vincularon con el asesinato de Collardo. Pero lo cierto era que no había pruebas de ningún tipo para respaldar la teoría y detener a Fabiola Fuster e imputarle los cargos de homicidio simple calificado, doblemente agravado por la premeditación y el vínculo,  porque el cuchillo utilizado para el crimen nunca fue hallado y en la escena no encontraron absolutamente nada más. Había sido un trabajo demasiado limpio por parte del asesino. Pero Borrell estaba absolutamente convencido de que tarde o temprano, Fabiola Fuster, o mejor dicho Elvira Di Marcopaolo  iba a caer por el asesinato de su exmarido, Oroncio Collardo. Cometió un error, eso era innegable para él, y estaba determinado a descubrirlo costara lo que costara.
Además, con ésta conjetura del homicidio, Laureano Borrell estaba cien por ciento seguro que Fuster asesinó a Collardo porque le fue infiel por varios meses con una mujer bastante más joven que él: la reina había definitivamente atrapado al rey.



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