lunes, 14 de agosto de 2017

La paciente desesperada (Gabriel Zas)



Mariela Maicedo escuchaba atentamente lo que Sandra Sandoval, una nueva paciente que comenzó a hacerse atender con ella hacía poco tiempo, le estaba confesando. Mariela se sorprendió enormemente cuando Sandra fue a su consultorio aquélla tarde de imprevisto, porque no estaba citada sino hasta el jueves a la mañana de la semana siguiente. No tenía horario ni día asignados, porque aquéllos se ajustaban estrictamente a la disponibilidad que tenía en su agenda la licenciada Maicedo. La única regla que cumplía tajantemente era que se atendiera una vez por semana, sin excepción. Pero no comprendía porqué Sandra Sandoval había roto con ésa regla tan básica, sin siquiera avisarle de antemano que iba a hacerlo.

Llegó tocando el timbre con ansiedad, la doctora Maicedo le abrió con cierto temor y ella entró ni bien abierta la puerta en un estado de excitación incontrolable. Sandra se agarraba la cabeza y no dejaba de llorar, y Mariela la miraba asustada y con cierta angustia e incomprensión reflejada en sus ojos. Intentó inútilmente hacerla entrar en razón y cuando vio que Sandra Sandoval no acataba ninguna de sus demandas, Mariela cedió y decidió atenderla para saber qué le sucedía e intentar asistirla en todo lo que pudiera.

_ Pasá, sentate, tranquilizate y contame qué te pasa, porqué estás así_ la animó Mariela, contemplativa.

_ Perdoná que vine sin avisarte y entré así_ se disculpó Sandra, cuando por fin se repuso de su estado de crisis._ Pero, pasó algo de último momento y no puedo más. Necesito desahogarme.

_ Tranquila, no te preocupes. El próximo paciente viene dentro de media hora, así que tenemos un ratito para hablar. Contame qué te anda pasando. Me imagino que por tu estado es algo bastante grave.

_ ¿Te acordás cuando en la primera sesión vos me preguntaste sobre cómo era mi matrimonio y yo te hablé de mis peleas con Sergio, de las diferencias que manteníamos y otras cosas más?

_ Sí. ¿Qué pasó?

_ ¿Te acordás qué te dije sobre sus entradas en la Comisaría?

_ Me comentaste que lo acusaron de secuestrar y asesinar a una estudiante en Mataderos en 1994. Que su causa fue elevada a juicio, lo condenaron a veinte años y a los tres quedó libre porque se demostró su inocencia. Eso te lo contó él, vos todavía no lo conocías en el '94.

_ Sí. ¿Y te acordás que te dije que sufrió una situación muy similar en el 2001, cuando lo acusaron de matar a un policía durante la represión en Plaza de Mayo?

_ Sí, lo recuerdo perfectamente. Y también me acuerdo que me comentaste que en ésa ocasión no pudieron condenarlo por falta de mérito, porque las pruebas que había en su contra eran insuficientes. Y vos creíste siempre en su inocencia.

_ Todavía hoy sigo convencida de su inocencia. Es pesado, engreído, soberbio y a veces se enoja por cualquier pelotudez, no te lo niego. Pero es un tipo excelente. Inteligente y un gran compañero de vida. Y eso no lo hace ningún criminal. Lo juzgaron porque no tenían a ningún otro sospechoso en vista y la Justicia, cuando es corrupta, es muy rápida para ésas cosas.

_ Sí, puede que tengas razón. Te entiendo. Y bien es cierto que así como hay policías y jueces corrompidos, también los hay honestos. Pero, no entiendo porque me volvés a decir todo esto, Sandra.

_ Porque lo volvieron a arrestar. Dicen que mató a un puestero en Parque Rivadavia. Que hay evidencia en su contra y que además lo pueden, con ésta nueva prueba, acusar también del asesinato del policía en el 2001.

_ Ay, Sandra. ¿Seguís defendiendo a un tipo que carga con tres muertes en sus espaldas? Perdoname la sinceridad, pero si lo acusan y están tan seguros de que él lo hizo, por algo debe ser.

_ En el '94 también se convencieron de que asesinó a ésa piba, lo metieron preso y resultó que era inocente al final.

_ La gente cambia con el paso del tiempo aunque vos no lo creas. Aparte, no te podés confiar plenamente de lo que él te contó a vos. ¿Y si te mintió?

_ ¡Sergio no mató a nadie! ¡Él no lo hizo! ¿Además, no dicen que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario?

_ Sí, está bien, Sandra. Pero pensalo así: un tipo acusado de tres homicidios, puede resultar ser inocente en un caso. ¿Pero en tres distintos? No sé, es raro.

_ No mató a nadie ni en el '94 ni en el 2001 ni ahora.

_ El caso del '94 dejalo de lado, quedó demostrado que él no fue. Vamos a otorgarle el beneficio de la duda. ¿Pero, en el 2001 y ahora? ¿Además, cómo podés estar tan segura de que él no lo hizo?

_ ¡Porque lo conozco! ¡ Lo conozco demasiado bien como para estar completamente segura! Además, en el 2001 fue todo un desastre. Gente con palos, todos encapuchados, le pegaban a cualquiera. Hubo gases lacrimógenos, enfrentamientos tremendos... Una batalla campal descomunal. No se sabía quién era quién ahí.

_ Por eso pienso que no pudieron demostrar que Sergio asesinó a ése oficial de policía. Las imágenes de las cámaras de seguridad habrán resultado muy confusas para comprobar algo puntual o para identificar a alguien en concreto.

_ Él es inocente de los tres cargos de homicidio de los que lo culpan. Se empeñaron con Sergio por no sé que mierda.

_ Tranquila, no te pongas nerviosa porque es peor. ¿Qué querés hacer?

_ Ése es el problema. Que no sé cómo ayudarlo. No sé, nunca estuve en una situación así ni jamás en la vida pensé que iba a estarlo.

Y Sandra Sandoval se puso de pie repentinamente y empezó a caminar incesantemente de un lado a otro del consultorio.

_ ¿Te soy sincera?_ dijo_ Me siento una flor de boluda. Cualquiera en lugar mío hubiese resuelto la situación mucho más rápido que yo.

_ ¿Hace cuánto tiempo que está detenido?_ preguntó la licenciada Maicedo.

_ Desde hoy temprano a la mañana. Me dijo que me llamó recién hace una hora cuando le permitieron hacer una llamada.

_ Qué raro.

_ ¿Qué tiene de raro eso? No entiendo.

_ Digo. ¿Por qué eligió llamarte a vos en lugar de llamar a su abogado?

_ Porque soy en la única persona en quien confía. No tiene nada de raro eso.

_ ¿Qué te dijo cuando te llamó?

_ No lo dejaron hablar mucho tiempo. Está alojado en la Comisaría de Caballito. Sólo me dijo que él no mató a nadie. Que otra vez se están equivocando y que trate de sacarlo de ahí lo más rápido posible.

_ ¿Vos le creíste? O sea, ¿sonaba sincero?

_ Lo tenías que haber escuchado: parecía tan asustado, pobre... Me dio la impresión que se iba a largar a llorar en cualquier momento.

_ ¿Pero, a vos te dio la impresión de que te estaba diciendo la verdad? Eso te pregunto, Sandra. Porque ésas cosas son fáciles simularlas con algo de práctica.

_ Sí, sonaba sincero. Yo le creo. Si él dice que no hizo nada, es porque no hizo nada y yo le creo.

_ ¿Ninguna de las tres veces hizo nada? ¿Se equivocaron en todas? No pensé que estuviera tan mal la Justicia en nuestro país. ¡Avivate, Sandra! Te hablo como mujer, no como psicóloga. ¿Qué te queda por pensar de una persona así? Te quiere manipular para que le creas. Pero el tipo este es un psicópata. Date cuenta de eso. Por el amor de Dios, Sandra.

Sandra Sandoval se dejó caer sobre el diván pensando profundamente en las últimas palabras de la licenciada Mariela Maicedo, repasando en su cabeza palabra por palabra. Al fin dijo.

_ ¿Y si él lo hizo? ¿Y si vos tenés razón y él mató a todas ésas personas y yo como una pelotuda lo defiendo?

Y se puso más nerviosa de lo que estaba cuando llegó. Mariela la calmó sin demasiado esfuerzos y le dio de tomar un vaso de agua.

_ ¿Qué me aconsejás que haga?_ le preguntó Sandra decididamente a Mariela.

_ Llamá a su abogado y listo. Alejate y hacé tu vida lejos de él.

_ Es una abogada, creo que me dijo. La que lo defendió siempre y lo hizo zafar en todas.

_ ¿Sabés el número? Llamala desde el teléfono de línea de acá, no hay problema.

Y Mariela Maicedo le alcanzó el aparato inalámbrico a Sandra.

_ ¿Es celular o fijo?_ quiso saber la psicóloga.

_ Es un celular_ y Sandra Sandoval consultó el reverso de una tarjeta que segundos antes había extraído de su cartera.

_ Marcá el cero primero para salida a celular.

_ Tengo miedo de estar equivocada_ reflexionó Sandra antes de marcar.

_ La intuición femenina no es tan perfecta como muchos dicen que es. A mí, por ejemplo, me falla muchas veces.

Sandra marcó el número de la abogada de Sergio, su esposo, y el celular personal de la licenciada empezó a sonar sin parar. Se giró hacia ella lentamente y con cierto temor. Pero, para cuando pudo reaccionar, Mariela Maicedo la ejecutó de un tiro en la frente, tras lo que se rió acalorada y perversamente.

_ Ay, ay, ay, Sandrita_ proclamó con lascivia._ Tu esposo me cagó la vida como el mejor. Se hizo bien el boludo y me abandonó. Creo que no sabés, que no tenés la menor idea, de que el papito de Sergio asesinó a sangre fría a mi viejo y a tres de sus amigos después de torturarlos salvajemente en un centro clandestino de la Esma. Como el hijo de puta murió antes de que le dictaran sentencia, me tuve que desquitar con el hijo. Pero el turro zafó dos veces. Pero, ahora no.

Agarró el teléfono de línea y llamó a la Comisaría en donde Sergio estaba detenido.

_ Buenas tardes_ dijo cuando la atendieron._ Soy la doctora Leonor Gutiérrez, abogada defensora del señor Sergio Ortigoza... Sí, el caballero no vidente, exactamente... Me avisó su esposa que está detenido acusado de asesinato. ¿Es correcta ésta información, oficial?... Perfecto. Mire, yo intenté contactarme nuevamente con su esposa pero no me atiende. La última vez que hablamos me dijo que iba ir a ver a su psicóloga... Sí, ésta mañana fue a visitarla y desde entonces no tengo noticias suyas... Muy atento, oficial. Yo ya voy para allá a ver a mi cliente y usted trate de hallar a su esposa, que me tiene preocupada desde ésta mañana... La dirección creo que es Alberdi 3357, segundo A... Perfecto, hasta luego.

Mariela cortó la comunicación, limpió el arma, sacó de su cartera un tubo con un cabello dentro que dejó encima del cuerpo de Sandra Sandoval, tomó un zapato de hombre que humedeció en la sangre que salió del cuerpo, marcó unas pisadas, lo limpió y lo abandonó en la escena. Tomó una serie de prendas masculinas que también llevaba consigo, las empapó en sangre lo suficientemente y después las dispersó por todo el departamento, a la vez que revolvió algunas cosas para fingir una fuerte discusión que terminó mal.  Luego, cerró el consultorio, agarró sus cosas, salió, cerró con llave y la guardó en el bolsillo de su saco.

_ ¡Hombres!_ y se rió a carcajadas._ Qué fáciles son de manejar. ¿ Qué van a pensar cuando encuentren la llave misteriosamente en poder suyo, y además, mamita no aparezca? Si después de todo, yo soy abogada.


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