lunes, 4 de septiembre de 2017

El mendigo del andén (Gabriel Zas)



Aquel caso que requirió la intervención de Sean Dortmund por la consulta que la señorita Natalia Artusi le formulara en principio , resultó ser uno de los más extraños que le tocó experimentar en su afán de investigador privado, aunque no así el más complicado, ya que su solución fue de lo más austera.

El aspecto de la señorita Artusi era de lo más natural del universo. Estatura alta promedio, ojos verdes de tipo orientales, cabello rojizo mechado y de refinados modales. Se presentó un martes por la mañana con insistencia en el departamento del inspector reclamando una entrevista con él urgente. Dortmund, inquietado por la motivación que llevó a la señorita Artusi a consultarle, la recibió de muy buena fe y con un destacado entusiasmo.

_ Le agradezco que me reciba, inspector. Cecilia Graviño me dio excelentes referencias sobre su trabajo y por eso me decidí enseguida a venir a verlo_ dijo ella con preocupación._ Discúlpeme si vine de imprevisto. Pero es un asunto de vida o muerte que no puede esperar. Y no quiero que la Policía sepa nada sobre este problema.

_ ¿Por qué no quiere que la Policía intervenga? _ preguntó Dortmund con curiosidad.

_ Prefiero dejarlo así por el momento. Entiendo que la discreción es una valiosa virtud que hay que practicarla adecuadamente en algunos  casos de cierta naturaleza.

_ Sus palabras son de una profundidad admirable,  señorita...

_ Natalia Artusi. Soy contadora pública.

_ Bien, señorita Artusi. Le decía que sus palabras son elegantemente  sabias, las que comparto sin dudas. Pero permítame dejarle muy en claro que si por alguna cuestión de fuerza mayor tengo que darle intervención a la Policía, lo haré sin pensarlo dos veces. ¿Acepta usted dicha condición, señorita Artusi?

_ Está bien. No me opondré.

_ La escucho, entonces.

_ Como le dije al comienzo cuando me presenté, soy contadora pública. Tengo mi estudio propio contable en Tucumán al 2000, a dos cuadras de la Facultad de Medicina. Vivo en Salguero y Berutti, en el corazón del barrio de Palermo. Así que siempre me tomo el Subte D tanto para ir desde mi casa al trabajo como para ir  desde el trabajo hasta mi casa. Hace unos pocos días atrás, cada vez que volvía para mi casa, en el mismo andén en donde yo espero el subte para volver, noté que un mendigo se sentó a pedir limosna. No sé de dónde salió ni mucho menos. Todos los días, desde ésa vez, el hombre estaba ahí instalado en el mismo lugar de siempre, sin inmutarse. Religiosamente, todos los días él estaba ahí . Empecé entonces a prestarle un poco más de atención y percibí su mirada perdida, triste y sin esperanza alguna. Claro que su aspecto era de lo más deplorable del mundo. Pero ayer, en una de las ocasiones en que me giré para verlo, nuestras miradas chocaron casi por instinto. La suya, clamándome que me apiadara  de él, implorándome desesperado que lo ayudara. Me conmovió. Tomé de mi cartera tres australes y me acerqué a dejárselos. Cuando me incliné para dejarle la plata en una suerte de canasto que tenía dispuesto delante suyo, de la nada me tomó fuertemente de la muñeca y me miró de una forma extraña. Naturalmente, me asusté, desistí de dejarle el dinero y me alejé de nuevo hasta donde estaba parada antes en el andén lo más rápido que pude. En ese momento, vino el tren. Por instinto, volví a mirarlo antes de subir pero ya no estaba. De repente y en un segundo, había desaparecido por completo. Llegué a mi casa un poco aturdida por el episodio y me di un baño para relajarme porque me sentía muy tensionada. Y fue entonces cuando puse mi mano en el bolsillo de mi saco y encontré ésta nota que seguro que el mendigo me dejó disimuladamente cuando me tomó con fuerza de la muñeca.

Le entregó al inspector Dortmund una nota escrita sobre un papel sucio, arrugado y desprolijo que rezaba: "Auxilio. Quieren matarme.  Llame a la Policía".

_ Quizás el pobre hombre_ continuó la señorita Artusi_ no se encuentre mentalmente bien y padezca de alguna clase de delirio. Pero dada la gravedad de la nota, no puedo ignorar el hecho de que tal vez un hombre está realmente en peligro. Soy una persona, ante todo, y no quiero cargar con una muerte en mi consciencia por el resto de mi vida sólo porque desatendí el contenido de una misiva que me entregó un completo desconocido en situación de calle.

Sean Dortmund analizó el recado muy cuidadosamente.

_ Por la forma de la redacción_ concluyó el inspector,_ y en líneas generales por el estilo de letra y la presión ejercida sobre el papel cuando escribió, puedo garantizarle que es un hombre absolutamente sano en todo sentido.

_ Quizás pueda recuperar alguna huella o hacer algún tipo de análisis sobre el papel que le permita identificar a este hombre.

_ En eso estaba justamente pensando, señorita Artusi. Dígame algo más: ¿volvió a ver al mendigo en cuestión, ya sea en el andén o en alguna otra parte?

_ Lo que le conté tuvo lugar ayer, alrededor de las ocho y media de la noche. Encontré el papel y acá estoy, por lo que no volví a tomar el subte,  no puedo responder a su inquietud con absoluta franqueza.

_ En base a su relato,  estimo que no volvió. Eso me hace pensar que el mendigo la buscaba  concretamente a usted. ¿Lo había visto antes?

Natalia Artusi miró a Dortmund con gran asombro.

_ No, inspector Dortmund. Le juro que nunca había visto a ése hombre en mi vida_ respondió confundida.

Sean Dortmund tomó una hoja en blanco, un lápiz y representó en una especie de plano improvisado lo que sería el andén de la estación. Le entregó la herramienta de escritura a la señorita Artusi, que miró a Dortmund más confundida que antes.

_ Indíqueme exactamente dónde estaba usted, donde estaba el mendigo y todas las salidas que tiene la estación. Por favor, sea precisa y trate de no omitir ningún detalle.

Natalia Artusi obedeció sin saber en absoluto cuál era el propósito que se escondía detrás de dicha petición. Cuando terminó, le devolvió el boceto a Dortmund, quien lo estudió un poco más en profundidad. Le agradeció su visita, le prometió mantenerla al tanto de las novedades y despidió a la señorita Artusi amablemente. Ni bien ella se retiró, el inspector Dortmund fue a ver a su amigo, el capitán Riestra, a la sede de Homicidios de la Policía Federal para que cotejara las huellas que pudiera haber en la misiva con la base de datos del Registro Civil, en primera instancia. Después de que Dortmund pusiera al corriente de los últimos eventos a Riestra, aquél colaboró de muy buena fe. Primero, una vez recabadas por expertos, comparó las huellas recuperadas con el registro de convictos, ex convictos y procesados y no obtuvo nada. Eso ya era un nuevo dato que Dortmund sumaba para su investigación. Después, hicieron la comparación con la base de datos del Registro Civil y el resultado fue positivo: Amir Osorio era el nombre del mendigo. Sin antecedentes. Su nombre solamente figuraba como testigo en una causa de hacía tres años que fue archivada por falta de pruebas. Por el resto, estaba limpio. Pero llamaba poderosamente la atención que en la declaración del Registro Civil figuraba que el señor Osorio tenía vivienda y un trabajo estable. Era corredor de bolsa. ¿Un corredor de bolsa en situación de calle? El asunto se volvía cada vez más extraordinario. Impulsado por esa contradicción,  Dortmund le pidió al capitán Riestra que consultara sobre  sus declaraciones juradas y patrimoniales. Pero aquél no pudo satisfacer sus demandas porque no tenía la potestad para hacerlo. En cambio, llamó a un contacto que trabajaba en una agencia de recaudación y obtuvo la información que su amigo deseaba: los últimos aportes habían sido realizados el día anterior por la tarde.

Dortmund se fue descortésmente de la Comisaría sin siquiera despedirse del capitán Riestra directo a la estación de subte en cuestión con los planos hechos por él mismo en mano y con una fotografía del señor Osorio que Riestra gentilmente le proporcionó. Ni bien penetró el andén, sus ojos buscaron en vano al misterioso señor Osorio. Entonces, valiéndose del plano y de las indicaciones efectuadas por la señorita Artusi y de su testimonio, estratégicamente recreó la escena del incidente entre ella y el mendigo,  y así dedujo que el señor Osorio salió a la calle por una boca que estaba casi pegada al costado de donde él se encontraba situado con salida a la avenida Córdoba. Sean Dortmund hizo exactamente lo mismo y cruzó directamente hacia la plaza Houssay en donde contempló a un grupo de varios mendigos todos juntos y que por la disposición del ambiente, ése era su refugio. El inspector se acercó sutilmente y fue increpado inmediatamente por uno de los mendigos.

_ ¿Qué quiere?_ le preguntó de malas maneras._ Váyase de acá ahora mismo o se llevará un grato recuerdo mío y de cada uno de nosotros.

El inspector extrajo lentamente del bolsillo de su sobretodo  y ante la mirada intimidante del vagabundo, la fotografía del señor Osorio.

_ No vengo acá  a buscar problemas, amigo mío _ dijo Dortmund con soltura y amabilidad._ Sólo busco a uno de ustedes._ y le exhibió la foto a quien tenía enfrente suyo. Aquél mendigo, de hábitos desagradables, se la arrancó de la mano de malas maneras y la miró con cierto resentimiento y el ceño fruncido.

_ ¿Es usted de la Policía? Él no hizo nada malo,  así que será mejor que se vaya ahora mismo de acá y nos deje tranquilos porque va a tener serios problemas, amigo _ disparó levantando el tono de su  voz agresivamente.

_ Vengo en son de paz de parte de un amigo suyo a darle un mensaje. ¿Puede hacerme ése favor?

Dortmund y el mendigo se miraron desafiantes por una fracción de segundos, cuando una sombra emergió de la nada.

_ Está bien, yo me ocupo_ dijo aquél otro vagabundo que iba acercándose hacia Dortmund a paso acelerado. Cuando finalmente ambos estuvieron cara a cara, el inspector reconoció en aquél personaje nada menos que a Amir Osorio. Su reacción fue demasiado evidente al advertir que esperaba que alguien fuese a verlo de un momento a otro. Indudablemente, confió ciegamente en Natalia Artusi. Por alguna curiosa razón, él sabía que aquella dama no iba a decepcionarlo. Sean Dortmund se quedó terriblemente  paralizado al contemplarlo.

Dortmund visitó en compañía del capitán Riestra y de dos oficiales más a la señorita Artusi. Cuando ella vio a los tres caballeros juntos, se puso algo nerviosa aunque intentó disimularlo con una sonrisa insignificante.

_ No entiendo porqué trajo con usted a estos otros oficiales, señor Dortmund_ planteó Natalia Artusi frente a un contexto que la descolocaba bastante.

_ Le dije que la notifocaría con respecto a las novedades del caso_ alegó Dortmund con su clásica sonrisa impertinente._ Helas aquí, señorita Artusi.

_ Natalia Artusi_ refrendó el capitán Riestra con autoridad._ Queda arrestada por el homicidio de Isidro Salonia.

Los oficiales la esposaron de inmediato. Aunque ella intentó resistir el arresto, fue en vano.

_ ¿De qué se trata todo esto?_ fustigó enojada.

_ Identifiqué al mendigo a partir de la carta que usted amablemente me proporcionó. Su nombre es Amir Osorio. ¿Le dice algo ése nombre, señorita Artusi?

Ella miró a Dortmund con los ojos desorbitados por la ira que tenía encima.

_ Veo que sí_ siguió el inspector._ De esas primeras y elementales observaciones, se desprendió que el señor Osorio tiene un trabajo digno y estable y varios muebles a su nombre. Eso contradice de plano su condición de aparente vulnerabilidad. Y cuando lo encontré y lo tuve parado a escasos centímetros frente a mí y no percibí que olivera mal, entonces lo supe todo. Eso me llevó a investigarla a usted también,  señorita Artusi. Encontré que Amir Osorio fue testigo hace tres años del caso del asesinato de Isidro Salonia en donde usted fue acusada de haberlo matado porque sostuvo con varios exámenes de ADN que el señor Salonia era su padre legítimo pero él nunca la reconoció a usted como su hija. Eso la llevó a un punto de no aguantar más su rechazo y lo mató. Pero el tribunal desestimó el caso por falta de pruebas en su contra y porque la Fiscalía nunca presentó a ningún otro sospechoso ni nueva evidencia. Sin embargo, en la escena se detectó el faltante de una traba para corbatas que fue robada por el asesino de la corbata que el señor Salonia llevaba puesta al momento de su muerte. Ésa trabita nunca la pudieron encontrar. Y el señor Osorio, un hombre muy cercano a la víctima, sostuvo todo el tiempo que usted lo mató y que se llevó la hebilla como un recuerdo.

Un día, por absoluta casualidad, el señor Osorio la vio a usted en el subte. La reconoció enseguida. Después, la volvió a cruzar sin que usted tampoco lo supiese y ahí el señor Osorio dedujo sus horarios y de ellos, su rutina diaria. Alquiló un traje de vagabundo y convenció a los mendigos que están en la plaza frente a la Facultad para que lo aceptaran como uno más de ellos por unos días, y es así como el señor Osorio se caracterizó como un mendigo y llegó hasta usted de un modo brillantemente admirable, señorita Artusi. Lo que era en apariencia un supuesto pedido de auxilio, resultó ser en verdad una advertencia para usted misma. Su buen corazón la hizo venir a consultarme porque quería ayudar a un pobre mendigo en apuros y terminó traicionada por sus propios principios y su moral.

_ No tiene pruebas.

Dortmund extrajo del bolsillo interior de su sobretodo la traba de la corbata faltante en la escena del crimen y se la exhibió a la señorita Artusi de forma excesivamente petulante.

_ Cuando el señor Osorio le introdujo la carta secretamente en el bolsillo_ agregó,_ en un mismo movimiento le hurtó ésta pequeña evidencia del bolsillo . Creo, señorita Artusi, que el señor Osorio dedujo perfectamente que usted tendría algo de valor encima que le recordara a su padre.  Y por alguna razón, imaginó que ése algo podía ser la evidencia que la enviará a usted a la cárcel por veinticinco largos años.

Natalia Artusi sólo se limitó a mirar a Dortmund a los ojos  con impotencia y rencor malogrados. No mostró arrepentimiento nunca por lo que hizo. Y así la subieron a la patrulla sin mediar palabra alguna.

El capitán Riestra miró seriamente a los ojos al inspector Dortmund.

_ Nunca voy a saber cómo hace usted para descubrir toda la verdad de un caso de la manera en que lo hace.

Y se alejó sin más. Dortmund lo vio marcharse  con admiración y dejó escapar para sus adentros una risita simpática.

 


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