lunes, 25 de septiembre de 2017

La aventura de Troya (Gabriel Zas)

 








Sean Dortmund tenía tres medios diferentes, aunque no tan diferentes unos de otros, de hacerse de algún caso complicado e interesante que requiriera su intervención. El primero, era por intermedio del jefe de la División Homicidios de la Policía Federal, el capitán Eugenio Riestra, quien le consultaba en persona cada vez que el procedimiento de alguna investigación en curso le impidía avanzar. El segundo, era ayudando también al capitán Riestra en la misma escena del crimen, interrogando testigos; estudiando los hechos, pero sobre todo, observando. Observando y deduciendo. Las vagas impresiones de la escena que estimulaban su imaginación resultaban más genuinas que cualquier evidencia concreta. Ese era su gran secreto, que a lo largo de su vasta trayectoria de casos resueltos en el país, demostró que siempre le dio resultados altamente eficaces y extraordinarios, partiendo principalmente para ello, de un detalle muy puntual e intrascendente a primera vista, que la Policía siempre ignoraba deliberadamente. Esto injería en que muchas veces casos que aparentaban trastocar una trama peculiarmente enmarañada y compleja, terminaran siendo de una sencillez inmensa e inesperada.

Ejemplos que pueden servir para enunciar toda ésta serie de cualidades expuestas son el robo del collar de oro en el tradicional Tren a las Nubes de Salta, que el inspector Dortmund resolvió a través del capitán Riestra sin siquiera haber estado presente en el lugar de los hechos. El curioso incidente del nuevo inquilino que se mudó al mismo edificio en donde vivía Dortmund y que casi lo arrestan por error por considerarlo un estafador a nivel internacional, si no fuese por el gran talento que Sean Dortmund desplegó para descubrir al verdadero culpable y desdeñar toda una historia de fondo interesante que arraigaba asimismo un inusual ardid bien pensado y ejecutado. O el asesinato de un miembro de la Realeza española en un hotel de Rosario. O el pequeño problema del falso alquiler para fraguar los intereses de una inmobiliaria y cobrar dinero extra. O el caso de la bailarina de tango que asesinó a su compañero de baile poseída por los celos y la traición, de una forma brillantemente original y eficaz, sólo por nombrar alguno de los miles de casos en los que se vio involucrado y triunfó en cada uno de ellos de manera concluyente y original.

 Pero toda regla dispone de sus excepciones. Y es que el siguiente caso llegó a manos de Sean Dortmund por mero accidente, una mañana de abril mientras compartía un desayuno con su amigo, el capitán Riestra. SI bien no pone de manifiesto al cien por ciento todas y cada una de las virtudes anteriormente ponderadas, las características del caso fueron tan inverosímiles y algo fuera de lo común, que merecen ser narradas aunque sea de un modo breve y conciso.

_ Insisto en que los criminales no son metódicos_ veneraba Riestra con un aire de superioridad sobreactuado, que despertó la simpatía de Dortmund._ O al menos los que aparentan serlo, lo disimulan muy bien porque en el fondo tienen su orgullo herido. El pretender no dejar rastros en la escena de un crimen para evadirse de la ley les alimenta su ego hasta que llega un punto en que el intentar bajarlos de lo más alto del pedestal puede resultar peligroso.  

Dortmund entrelazó sus manos por detrás de la nuca y miró a Riestra fijamente con una expresión afable y dominadora.

_ Puedo estar o no de acuerdo con alguna de sus apreciaciones, capitán Riestra_ adujo._ Pero sí puedo relativizar su criterio lógico con un axioma sostenido por la certeza de los hechos y que nadie, hasta ahora, ha podido contradecir de forma fehaciente ni por muy lejos.

_ ¿Cuál, Dortmund? Me intriga conocer su respuesta.

El inspector se puso de pie erguido frente a su visitante, pasó sus manos entrelazadas a atrás de su cintura y lo miró con cierto brillo en su mirada que sus ojos destellaban.

_ Ningún criminal escapa a mi infalibilidad_ afirmó con aire de grandeza._ Hagan lo que hagan, siempre caen en mi red. Y usted es el mejor testigo que conozco para respaldar lo que digo.

_ No voy a discutir eso con usted. Su agudeza mental es admirablemente superior a la de cualquier mortal en ésta Tierra. Es una gran suerte haberlo conocido.

_ Tiene que aprender, no obstante capitán Riestra, a ser más meticuloso y a trabajar desde una perspectiva más solemnemente deductiva y artera. Si se pusiera a razonar debidamente cada detalle que aparece en una escena de crimen, se sorprendería hasta de usted mismo de todos los resultados que sería capaz de alcanzar. Sólo es cuestión de saber observar con buen ojo clínico y analizar todas las vertientes que ofrece dicha observación preliminar. La imaginación hace el resto.   

La interesante charla catedrática que ambos hombres mantenían se vio seriamente afectada por los violentos toques desesperados que una dama propinaba en la puerta de entrada, hundiendo hasta el fondo los nudillos. Sin perder tiempo, Dortmund y Riestra acudieron en su ayuda. Se encontraron con una mujer de aspecto elegante, joven, treinta a treinta y cinco años aproximadamente, piel blanca, cabello negro rizado hasta la altura de los hombros y de estatura media. En esos momentos, sus ojos estaban desencajados y emanaban una especie de fulgor que refulgía temor y pánico. Su rostro estaba lívido y sus manos temblaban vertiginosamente contra su propia voluntad.

Sean Dortmund la hizo entrar de inmediato, mientras el capitán Riestra corroboró que nadie la siguiera. Cuando lo hizo, cerró la puerta y corrió en auxilio de la dama. El inspector la había sentado en una silla al lado de una ventana abierta para que le diese el aire fresco y le había dado de beber un vaso con agua para que se calmase. Era más que claro que aquélla extraña visitante había pasado recientemente por una experiencia traumática y que estaba escapando de una o más personas que la perseguían por motivos desconocidos.

Cuando finalmente pudo reponerse por completo después de unas pocas horas, se presentó formalmente ante los dos caballeros y pidió sinceras disculpas por su intempestiva e inusual llegada. Su voz era débil y cansada, aunque hablaba articuladamente y sin inconvenientes. Su carácter era reservado y pasaron algunos minutos hasta que ella entró en confianza y le expuso su caso a Dortmund y Riestra.

_ Puede hablar con total libertad frente a nosotros, señorita_ la alentó el inspector, benevolente._ El caballero aquí a mi lado es el capitán Eugenio Riestra de la Policía Federal y yo soy Sean Dortmund, investigador privado y a su vez asesor de la Fuerza en cuestión. Por favor, le ruego nos cuente su problema fielmente para que la podamos ayudar.

Todavía estaba en un estado de excitación bastante importante. Pero se concentró, respiró profundamente y una vez que se sintió repuesta del todo, comenzó a hablar gradualmente.

_ Dudo que puedan ayudarme. Si ese tipo me encuentra, me mata_ auguró con escepticismo y convicción la mujer en cuestión.

_ Mientras permanezca acá con nosotros, estará más a salvo que en cualquier otro sitio, no lo dude_ le dio su palabra el inspector.

Ella se sintió segura con el tono de su voz y narró los hechos sin reparo tal como sucedieron.

_ Me llamo Nadia Zuloaga. Hasta hace unos meses atrás, trabajé como recepcionista en un estudio de abogados en pleno Microcentro. Pero tuve ciertas divergencias con mi jefe y renuncié, y desde ése momento, que estoy sin trabajo. Busqué incansablemente en todos los avisos clasificados de todos los diarios que puedan ustedes imaginarse, hasta que vi un anuncio en el que solicitaban mujer joven con buena presencia para desempeñarse como empleada administrativa en una firma multinacional. Me pareció raro que la aspirante a ocupar el cargo debía disponer de ciertas cualidades físicas y personales como menester para acceder a una entrevista laboral.

_ ¿Qué cualidades, señorita Zuloaga?_ preguntó Dortmund con sumo interés en el relato de la joven.

_ Alta, morocha, joven, simpática y elegante, entre las principales. Me pareció una solicitud sospechosa, pero como yo respondía a todas ellas y necesitaba realmente el trabajo, le resté importancia al asunto y consentí en presentarme y adjuntar un currículum sin objeciones de ningún tipo. Envié toda la documentación por correo postal y no tuve noticias de la empresa hasta la semana siguiente.

_ ¿Cuál era el nombre de la compañía?_ quiso estar al tanto Riestra, ávidamente.

_ S&N. Es todo lo que puedo decirle en lo concerniente a su duda_ respondió la dama algo confundida.

_ ¿La había escuchado nombrar anteriormente?

_ No, jamás la sentí nombrar.

_ ¿Hace cuánto de todo esto?_ se interpuso Dortmund, amablemente.

_ El anuncio salió publicado hace unas tres semanas y hace dos que recibí una respuesta favorable de parte de ellos_ respondió Nadia Zuloaga, un poco más calmada.

_ Por favor, prosiga. ¿Qué sucedió cuando se presentó a la entrevista?

_ Me mandaron una citación por correo. Lo curioso es que la carta no tenía matasellos y al principio desconfié de asistir a la reunión. Pero, como les dije en un principio, realmente necesitaba trabajar y no podía darme el lujo de rechazar la oferta con todo el trabajo que me costó conseguirla. Así que decidí presentarme.

_ ¿Interpusieron alguna condición adicional a las ya plasmadas en el aviso para la entrevista en sí?_ inquirió sumamente atraído por el relato, el capitán Riestra.

_ Iba a comentárselo a continuación. Me exigieron ir vestida con una clase de vestido muy particular. Debía ser de seda, color negro, de encaje, decorado con lentejuelas y ornamentos con diseños en dorado. Eso me pareció más extraño que las condiciones explicitadas en el diario. Sabía que algo no estaba bien y que algo muy grande se escondía y estaba en juego. De lo contrario, esas peticiones no tendrían ningún sentido de ser. Confieso que estaba algo asustada y nerviosa, pero decidí igualmente arriesgarme, pensando que nada malo podría ocurrirme particularmente a mí. Le pedí a una amiga mía que me prestara un vestido de tales características, que sabía que tenía uno porque lo usó una vez en un casamiento. Me presenté a su oficina puntual a la hora fijada y francamente el ambiente me produjo mayor miedo que todo el resto del asunto. La oficina estaba prácticamente desnuda. Sólo tenía un escritorio apenas con algunos documentos arrumbados encima y dos sillas, una en cada extremo de la mesa. Por lo demás, estaba vacío. El hombre que me recibió dijo llamarse Jorge. Alto, de unos cuarenta y tantos años, corpulento, con una personalidad fuerte y una persona muy segura de sí misma a primera vista. Amable y caballero. Quiso justificar que la oficina estaba deshabitada porque hacía poco que se habían instalado ahí y faltaban muchas cosas por acomodar. Pero lo cierto es que no le creí en absoluto ése argumento porque no vi cajas con embalajes por ningún rincón. Y eso, de algún modo, vino a confirmar mis sospechas de que algo raro estaba sucediendo, aunque no era capaz de entrever exactamente de qué se trataba todo eso. Me pidió disculpas por hacerme ir hasta ahí inútilmente, porque en ésas condiciones tan incómodas, no podía entrevistarme. Y me postergó el encuentro para hoy temprano a la siete. No me opuse, claro. Pero, si me preguntan si hubo algo raro en el tipo en sí, por supuesto que lo hubo. Ni bien abrió la puerta para recibirme y contempló mi vestuario, sus ojos brillaron como dos faroles y sus mejillas se tornaron de un color rojizo insondable. Pero lo más extraño fue cuando me fui, que vi de espaldas a una mujer vestida idénticamente a mí_ Pronunció eso último con remarcada efervescencia.

Cerró los ojos por un momento y los volvió abrir a los pocos segundos. Apretó sus manos empuñadas como quien contiene su enojo y continuó.

_ Eso me horrorizó terriblemente. Y ya a ésa altura, no sabía qué pensar. Si yo estaba tomando su lugar o ella el mío, y mucho menos, qué rol desempeñaba en toda ésta intrincada cadena de eventos enturbiados y temerosos.

_ Y aún, así y todo, optó por volver hoy a las siete_ dedujo Dortmund con inteligencia.

_ Sí. Pero fui empujada ya por la curiosidad de saber qué cuernos estaba pasando ahí. Y cuando llegué, golpeé y me abrieron, el mismo hombre amable de la primera vez me atacó con un revólver, tirándome a mansalva. Me corrió unos cuantos metros sin mediar palabra y sin dejar de disparar su arma en ningún momento, hasta que logré escabullirme y perderle el rastro de forma definitiva. Y francamente, me siento afortunada, porque de alguna manera que aún no me explico, logré huir de una muerte casi segura. Corrí desesperadamente en busca de ayuda hasta que di con ustedes por pura casualidad después de tocar timbre en otros departamentos y acá estoy. Esos son los hechos. Dejo todo en sus manos, señores.

_ ¿Vio si este extraño personaje o alguien más la siguió?

_ No, estoy completamente segura de que nadie me siguió.

_ Por el momento, estará más segura acá con nosotros. Le prepararé un cuarto para que descanse y tendrá a su disposición todo lo que necesite.

_ Le estoy inmensamente agradecida.

Sean Dortmund llevó a Nadia Zuloaga hasta el cuarto de invitados y volvió enseguida a reunirse con el capitán Riestra en el comedor.

_ ¿Y bien, Dortmund?_ dijo el capitán Riestra obstinadamente_ ¿Alguna idea al respecto? Porque yo lo veo todo muy oscuro.

_ Creo que está todo suficientemente claro desde mi punto de vista_ sostuvo el inspector._ Ésta historia está compuesta por seis elementos primordiales y por demás, interesantes: el aviso del periódico sobre una mujer con rasgos específicos para cubrir el puesto, la exigencia de ir vestida con determinado atuendo a la entrevista, la oficina deshabitada, el matasellos ausente en la misiva enviada a la señorita Zuloaga, la misteriosa mujer con el mismo vestido exigido por nuestro hombre y el cambio de día para la supuesta entrevista, falsa desde luego. ¿A dónde nos conducen todos esos elementos juntos si los unimos adecuadamente con un mismo hilo conductor? Piense, capitán Riestra. Y piense porqué querrían muerta a nuestra pobre huésped.

_ No se me ocurre nada lógico.

_ De eso le hablaba justamente antes de la imprevista interrupción de la señorita Zuloaga. Bien. Este caso, principalmente su modus operandi tan excéntrico si quiere calificarlo así, me remite al caso del hombre del retrato que llegó a mi conocimiento por medio de la señorita Cecilia Graviño que solicitó mi ayuda. Fue secuestrada y la hicieron dibujar a un hombre que ella no conocía. Y todo respondía a una historia de traición, venganza y desencantos amorosos. Y estoy convencido de que esto no es muy distinto de aquello.

_ Recuerdo el caso perfectamente. Pero, en este caso en particular, se me hace extremadamente difícil imaginar porqué alguien desconocido querría muerta a una mujer también desconocida por ellos.

_ Este extraño personaje, Jorge, tal es su nombre ficticio, es un miembro de una organización criminal mafiosa y la dama en cuestión es la prometida del jefe de dicha organización. Partamos de estos supuestos que espero convertir en certeza muy pronto. Sabemos por regla general que involucrarse con la mujer de un jefe mafioso es sinónimo de una muerte segura. Así que es claro que ambos tienen que mantener su romance oculto por completo del resto. Todo marcha de acurdo a lo previsto hasta que accidentalmente Jorge y su amante son descubiertos por uno de los miembros de la misma organización. Suponen entonces que ésa es su sentencia definitiva. Pero sin embargo aquél tercer miembro apela al silencio a cambio de obtener una ventaja personal de la situación. Les impone condiciones a la pareja clandestina que ambos deben respetar si quieren vivir, porque de lo contrario, sería el fin para los tres. Alguien que oculta una relación así al jefe de la organización también es un traidor y también merece morir.

<Ellos dos estaban tan compenetrados y enamorados que aceptan las reglas del juego. Las cumplen hasta que cierto día algo sale mal y el plan se desmorona abruptamente. Sus vidas se ven seriamente amenazadas porque, como era de esperarse, el fiel adepto del Jefe lo pone en aviso sobre la aventura que su mujer y uno de sus súbditos más leales mantienen a sus espaldas. Él entonces atrapa a la pareja feliz. Pero no tiene intención de matarlos. Al menos decide tender un manto de piedad sobre él y le da una única posibilidad de demostrar su honestidad. ¿Qué le pide a cambio? Que la mate a ella en un plazo de tres semanas como mucho. Y le da ese tiempo prudencial sólo porque imagino que debe arreglar algunos asuntos vinculados con ella, antes.>

<Entonces, al caballero que se hace llamar Jorge se le ocurre una idea fenomenal: esconder a su amante, buscar a una sustituta, matarla para que el Jefe de la banda crea realmente que cumplió con su mandato y que le sigue siendo fiel, y así mantener a su amada a salvo, mientras todos creen que realmente la mujer del Jefe está muerta por despojarse en los brazos de alguien más. Por eso, las extrañas exigencias en el aviso del falso empleo publicado en el diario. Ése fue un señuelo perfecto. Y por poco, la señorita Zuloaga termina muerta por caer en la trampa. El engaño resultó tan sutil, que casi rinde sus frutos inflexiblemente. El plan era dejar el cuerpo de la señorita Zuloaga a la vera de algún lugar determinado para que sea encontrado en virtud de sus intereses, mientras Jorge y su amante probablemente cruzaban el Río de la Plata para ir a Uruguay, donde ella permanecería oculta casi de por vida, teniendo la certeza de que la mafia nunca descubriría la verdad del asunto. Es como una Elena de Troya en la vida real de la mafia. Porque si la artimaña es descubierta, la guerra será inevitable y varias vidas correrán peligro.>

_ ¿Cómo deduce lo del supuesto viaje a Uruguay, inspector Dortmund?

_ Simple. Nadie cita a ninguna a persona a horarios irrisorios, como ser las siete de la mañana, para celebrar una reunión laboral. Y sabiendo que los primeros buques parten a partir de las ocho de la mañana desde Puerto Madero, queda todo más que claro en ése aspecto.

_ ¡Por el amor de Dios, Dortmund! Me rindo ante su explicación. Fue realmente implacable. Entonces, concluyo que Jorge citó a Nadia Zuloaga en su agencia que operaba en realidad como madriguera y ella vio a la dama por la que pretendían tomar su vida. Por eso postergó el plan para unos días después. No quería correr riesgos innecesarios. Aunque no sé entonces, porqué la citó en especial para ése día sabiendo que su amante iba a estar presente. Podía suponer que la señorita Zuloaga sospecharía algo.

_ Exacto, capitán Riestra. Ése es uno de los puntos que faltan aclarar todavía. Como ve, todo encaja y se ajusta perfectamente a los detalles y hechos proporcionados por la señorita Zuloaga. Y como también advertirá, ella estará por ahora más a salvo aquí que en cualquier otro lugar, por lo menos hasta que descubramos exactamente quiénes son estas personas y podamos capturarlas desde la  primera hasta la última. Nuestra huésped debe darnos ésa carta que dijo que recibió porque es una prueba fundamental. No creo que ésa oficina que sirvió de guarida por unas semanas conserve aún evidencias de algún tipo. La gente de la mafia es muy estricta.

_ ¿Cómo siguiere que continuemos, Dortmund?

_ Ése ya es problema suyo, capitán Riestra. Lo dejo enteramente en sus manos.
 
 
 

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