Pedro Larrauldi, un estanciero
del norte de La Pampa, estaba emocionalmente quebrado. Hacía no más de una
semana que había atropellado y matado
accidentalmente a un hombre mayor en la ruta camino a Buenos Aires. Era de
noche y aquél pobre hombre apareció de la nada. Pero cuando Larrauldi lo vio,
ya era muy tarde.
Pedro se entregó en la Comisaría,
expuso los hechos tal como sucedieron y quedó detenido en el momento. Su
abogado defensor logró que fuese excarcelado bajo caución juratoria por su
falta de antecedentes y por todos los atenuantes que jugaron a su favor al
momento del accidente. Demás está aclarar que esto le cayó como un baldazo de
agua fría a la familia del infortunado hombre fallecido.
Aunque Pedro cargaba con una
muerte en su conciencia que aún no lograba asimilar, pudo retomar a su vida
habitual y rural bastante más rápidamente de lo que él pensaba, lo que no
implicaba para nada que haya superado el trauma sufrido por el episodio. Una persona
estaba muerta y eso en su mente no lo podía remediar.
Todo iba normal hasta que a los
pocos días un extraño y sospechoso auto gris comenzó a seguirlo de un modo muy
poco convencional. Mantenía respecto al vehículo de Pedro Larrauldi una
distancia prudente. Pero lo que ineludiblemente resultaba más confuso era que
aquél misterioso auto gris imitaba todos sus movimientos. Así, si Pedro
avanzaba a velocidad normal, el vehículo hacía lo mismo. Si Pedro iba a más de
cien km/h, el auto gris también. Si Larrauldi se detenía en medio de la ruta
por cualquier motivo, ése dudoso auto gris también lo hacía. Y si Pedro paraba
en una estación de servicio o en algún otro paraje, el auto gris estacionaba en
la puerta y se quedaba esperando a que se fuera, y cuando se iba, todo volvía a
comenzar otra vez. Era un círculo vicioso que no se detenía.
Por la distancia que el recóndito
auto gris mantenía con el coche de Larrauldi, aquél nunca pudo ver a su
conductor. Lo único que alcanzaba a entrever era una sombra negra y oscura al
volante, nada más.
"¿Será alguno de los
familiares del pobre hombre que atropellé sin querer, que busca
venganza?", no dejaba de preguntarse Pedro
ni por un segundo. Pero la respuesta estaba muy lejos de conocerse. Por lo
tanto, todo seguía siendo una intrigante nube de misterio, cargada de infinitas
preguntas sin responder.
La pesadilla perduró por unos
cuantos días más, hasta que una noche oscura, fría y desierta; el enigmático
conductor del auto gris aceleró a fondo, impactó fuertemente por atrás el coche
de Pedro Larrauldi y lo arrojó por un barranco hasta el precipicio,
ocasionándole a Pedro una muerte instantánea. Entonces, el auto gris se
estacionó a un costado de la carretera, a la orilla de la escena del crimen y
después de permanecer detenido allí por unos cuantos minutos, su misterioso
conductor se decidió finalmente a bajar del vehículo y dar la cara. Era el
pobre hombre que Pedro Larrauldi había atropellado accidentalmente y dado por
muerto.
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