miércoles, 20 de septiembre de 2017

Auto gris (Gabriel Zas)





Pedro Larrauldi, un estanciero del norte de La Pampa, estaba emocionalmente quebrado. Hacía no más de una semana que había atropellado  y matado accidentalmente a un hombre mayor en la ruta camino a Buenos Aires. Era de noche y aquél pobre hombre apareció de la nada. Pero cuando Larrauldi lo vio, ya era muy tarde.

Pedro se entregó en la Comisaría, expuso los hechos tal como sucedieron y quedó detenido en el momento. Su abogado defensor logró que fuese excarcelado bajo caución juratoria por su falta de antecedentes y por todos los atenuantes que jugaron a su favor al momento del accidente. Demás está aclarar que esto le cayó como un baldazo de agua fría a la familia del infortunado hombre fallecido.

Aunque Pedro cargaba con una muerte en su conciencia que aún no lograba asimilar, pudo retomar a su vida habitual y rural bastante más rápidamente de lo que él pensaba, lo que no implicaba para nada que haya superado el trauma sufrido por el episodio. Una persona estaba muerta y eso en su mente no lo podía remediar.

Todo iba normal hasta que a los pocos días un extraño y sospechoso auto gris comenzó a seguirlo de un modo muy poco convencional. Mantenía respecto al vehículo de Pedro Larrauldi una distancia prudente. Pero lo que ineludiblemente resultaba más confuso era que aquél misterioso auto gris imitaba todos sus movimientos. Así, si Pedro avanzaba a velocidad normal, el vehículo hacía lo mismo. Si Pedro iba a más de cien km/h, el auto gris también. Si Larrauldi se detenía en medio de la ruta por cualquier motivo, ése dudoso auto gris también lo hacía. Y si Pedro paraba en una estación de servicio o en algún otro paraje, el auto gris estacionaba en la puerta y se quedaba esperando a que se fuera, y cuando se iba, todo volvía a comenzar otra vez. Era un círculo vicioso que no se detenía.

Por la distancia que el recóndito auto gris mantenía con el coche de Larrauldi, aquél nunca pudo ver a su conductor. Lo único que alcanzaba a entrever era una sombra negra y oscura al volante, nada más.

 "¿Será alguno de los familiares del pobre hombre que atropellé sin querer, que busca venganza?", no dejaba de preguntarse Pedro ni por un segundo. Pero la respuesta estaba muy lejos de conocerse. Por lo tanto, todo seguía siendo una intrigante nube de misterio, cargada de infinitas preguntas sin responder. 

La pesadilla perduró por unos cuantos días más, hasta que una noche oscura, fría y desierta; el enigmático conductor del auto gris aceleró a fondo, impactó fuertemente por atrás el coche de Pedro Larrauldi y lo arrojó por un barranco hasta el precipicio, ocasionándole a Pedro una muerte instantánea. Entonces, el auto gris se estacionó a un costado de la carretera, a la orilla de la escena del crimen y después de permanecer detenido allí por unos cuantos minutos, su misterioso conductor se decidió finalmente a bajar del vehículo y dar la cara. Era el pobre hombre que Pedro Larrauldi había atropellado accidentalmente y dado por muerto.  

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