_
Se dará cuenta de que todo este asunto reviste una gravedad inusitada_
explicaba nervioso el doctor Silvio Benedetto._ Y que salga a la luz sería
causal de una catástrofe terrible. Por eso lo mandé a llamar a usted, inspector
Dortmund. Ni la prensa ni nadie de afuera tienen que enterarse de que la
sentencia desapareció de mi propio despacho. Se armaría un gran escándalo.
_
¿Quién es el condenado?_ preguntó el inspector.
_
Rodolfo Tiengo. Está acusado de haber defraudado al Estado en más de veinte mil
millones de australes, de lavado de dinero, de conformar una asociación ilícita
y de estafa agravada a una entidad financiera en otra causa tramitada en
paralelo.
_
¿Acaso el señor Tiengo no tiene una causa abierta paralela por el pago de sobornos
a dos jueces?
_
No es lo que piensa. Los doctores David Rosetto y Carolina Cedrón fueron
destituidos de sus cargos y debidamente enjuiciados. Se dispuso el sorteo de
inmediato para designar a sus reemplazantes, reafirmándome a mí como presidente
del tribunal porque yo estuve totalmente desvinculado de la causa. Nada tuve
que ver con lo que ellos hicieron. Me investigaron, como corresponde, y no tuve
ni tengo nada que ocultarle a nadie.
_
¿Cómo resultó la condena?
_
Dieciocho años de prisión efectiva por todos los delitos que le mencioné antes.
El juicio por el supuesto pago de sobornos llegó a su etapa decisiva. Tenemos
una enorme presión sobre nuestras espaldas en la resolución de ése juicio.
_
¿Decisión unánime?
_
Votación dividida. Dos votos a favor y uno en contra.
_
¿Quién votó en contra de la culpabilidad del juez Tiengo?
_
El doctor Matías Antier, en tanto la doctora Guadalupe Consentino y yo lo
hicimos a favor.
_
El nombre del señor Antier me resulta muy familiar.
_
Estuvo relacionado hace dos años atrás con el tema del pago de sobornos a
jueces, coimas y con toda la mar en coche. Pero mediante los procesos legales
pertinentes quedó demostrada su inocencia en todos los temas inherentes a la corrupción
judicial y lo absolvieron de toda culpa y cargo.
_
De modo que el doctor Antier podría disponer de razones personales y muy
concretas para querer robar la sentencia.
_
Sí, pero es imposible que él sea el ladrón porque estaba de viaje oficial
conmigo en una comitiva en República Dominicana. La única que quedo acá fue la
doctora Consentino y pongo las manos el fuego por ella.
_
Quizás el señor Antier tenía un cómplice y ese cómplice bien podría ser o la
doctora Constantino o algún otra persona de su confianza.
_
El mismo día que dictamos el veredicto, la sentencia quedo guardada en mi caja
fuerte adentro de mi despacho y bajo llave. Íbamos a firmarla a nuestro regreso
del viaje a Centroamérica y a leerla justo en una audiencia a la semana exacta
de la recepción de lectura del veredicto.
Sean
Dortmund examinó el despacho de donde desapareció la sentencia con una mirada
clínica y minuciosa. Cuando concluyó con su inspección ocular, volvió a mirar
al doctor Benedetto y esta vez de una
forma bastante diferente y distante.
_
Entonces, eso lo deja a usted como único sospechoso del robo.
Silvio
Benedetto miró a Dortmund completamente azorado.
_
¿Qué?_ le retrucó el juez de modo poco agradable.
_
Usted fingió el robo porque quería probar la lealtad de sus dos vocales. Se sintió
tan decepcionado con la corrupción y la falta de idoneidad y transparencia que
hay en los Tribunales, y sobre todo en su jurisdicción, que les tendió a los
doctores Consentino y Antier una pequeña trampa para poner a prueba su
fidelidad. ¿Adiviné, cierto? Se llevó al doctor Antier de viaje con usted y la
dejó a la doctora Constantino a cargo del tribunal para direccionar todas las
sospechas hacia ella. Quien pudo robar la sentencia, no tenía motivos. Pero
quien sí tenía, estaba en viaje hacia República Dominicana. Usted me mostró la
caja fuerte vacía para darle crédito a su farsa. Pero arriesgo mi reputación a
que la sentencia está escondida en una
segunda caja fuerte que tiene oculta en algún otro rincón de esta oficina.
El
doctor Benedetto se resignó y con la misma resignación miró al inspector.
_
No discuto en absoluto su inteligencia, señor Dortmund_ dijo, dándose por
vencido._ No me arrepiento de haberle consultado. Le pido que no me juzgue.
Pero su intervención era necesaria para darle credibilidad al ardid.
_
Entiendo que no podía convocar a la Policía. Pero, yo no soy instrumento de
nadie, señor Benedetto. Me hizo perder usted tiempo muy valioso con su comedia_
repuso Dortmund, con voz elevada.
_
Le pido mil disculpas. Le pagaré el doble de lo que le prometí por las
molestias que le ocasioné. Pero necesitaba que se viese verosímil_ dijo Silvio
Benedetto con sincero arrepentimiento.
Tomó
de su saco la llave de una segunda caja fuerte que tenía oculta en uno de los
cajones de su escritorio y sobre la que nadie conocía su existencia y la abrió.
La sorpresa y el estupor de ambos hombres fueron exasperantes y desmedidos
cuando corroboraron que realmente la
sentencia había desaparecido.
_
¡No es posible!_ gimió con preocupación y sorpresa, el doctor Benedetto.
_
La comedia se convirtió en drama, señor juez_ profirió Dortmund.
_
No lo comprendo…
_
El doctor Matías Antier creía en la inocencia del doctor Tiengo. Estaba
férreamente convencido de ella. Desde su percepción de los hechos, él no aceptaba
sobornos de jueces y abogados implicados en causas comprometidas para que
fallara en su beneficio. Cuando debatieron la sentencia, él debió sentirse
frustrado y decepcionado por la decisión final. Las pruebas estaban ahí y ni
usted ni la doctora Constantino las valoraron correctamente. Tenía que hacer
algo para remediarlo y al mismo tiempo, dejarlo a ustedes dos mal parados.
_
Robando la sentencia. Tiene sentido, inspector Dortmund.
_
Y sustituyéndola por otra. Tuvo tiempo de falsificar la sentencia original y
reemplazarla por otra redactada por él mismo o por el propio señor Tiengo.
_
¡No! Yo inventé la desaparición de la sentencia para probar la fidelidad del
equipo.
_
¿Y la probó, verdad, doctor Benedetto?
_
Es imposible.
_
El señor Antier debió descubrir su idea y se aferró a ella para concretar el
robo. Usted dijo algo, hizo algo, insinuó algo, que levantó sospechas en el
juez Antier, ató cabos sueltos y lo supo.
_
¡Él viajó conmigo! Nunca pudo robarla.
_
No durante su ausencia. Pero sí antes de viajar.
El
doctor Silvio Benedetto se sentó para intentar calmar sus nervios.
_
Reláteme los hechos tal como sucedieron antes de mi llegada_ sugirió el
inspector Dortmund.
_
Entré a mi oficina, vi todo el trabajo
atrasado que tenía sobre el escritorio. Casos y demandas que llegaron durante
mi ausencia…
_
Pero no revisó la caja fuerte, porque no necesitó hacerlo. Porque se confió.
Entonces, le pregunto, ¿por qué me llamó realmente?
_
¡Está bien! Lo confieso. No puedo engañarlo a usted, Dortmund. Porque temí que
esto pasara. Creo que Antier es cómplice de Tiengo y lo sobornó para que
fallara en su favor. Pero cuando vio que tanto la doctora Constantino como yo
votamos en contra suya, era indispensable hacer algo rápido. Y ése algo fue el
robo. Por eso oculté la sentencia en mi caja fuerte. Porque ahí estaría segura.
Pero evidentemente, el sitio que consideramos más seguro termina siendo en
definitiva el más vulnerable de todos.
_
No se equivocó con el doctor Antier, después de todo.
_
El juez Tiengo debió sobornarlo a cambio de que fallara en su beneficio. Lo
investigué por años al doctor Antier y no le encontré una sola mancha en su
historial. Me pareció hasta ahora un juez honesto y leal. Pero las apariencias
engañan. Matías Antier cubrió muy bien sus rastros en cada uno de los sobornos
que aceptó. Y la plata la habrá lavado tan bien, que nunca pudimos encontrar
nada extraño en sus finanzas.
_
Pero, no el doctor Tiengo.
_
El juez Tiengo era implacable aceptando sobornos y falsificando documentos,
entre otras cosas. Pero la instrucción que llevó adelante el Juzgado nº5
encontró cada error que Tiengo se esforzó terriblemente por ocultar. Y eso lo
condenó. La doctora Constantino y yo no dudamos de su culpabilidad. Tiengo le
habrá dado un buen dinero a Antier y expresas instrucciones de cómo sustituir
una sentencia por otra, que no dudo que alguien con su experiencia en
falsificaciones de actas públicas, haya redactado eficazmente.
_
¿Qué hay de la primera condena por defraudación al Estado y otros delitos?
_
Por ahora, nada sospechoso. Pero es probable que apele a algún tipo de
estratagema ilícita que la haga pasar por legal para que lo absuelvan o para
obtener cualquier ventaja de la situación con tal de eludir a la Justicia.
_
Es comprensible, doctor Benedetto, que el juez Rodolfo Tiengo no pudiera robar
las dos sentencias y sustituirlas por otras apócrifas. Pero es indubitable que
va a aplicar todo su ingenio para evadirse de la otra condena.
_
Lo único que no entiendo es cómo hizo para abrir mi caja fuerte. Eso me
desconcierta y me pone de muy mal humor, ¿sabe, Dortmund?
_
Se olvida de alguien más que sabía la combinación de la caja fuerte, aparte de usted
mismo.
El
juez Silvio Benedetto abrió los ojos enormemente y miró a Dortmund con denotado
interés y expectativa.
_
¿Quién?_ preguntó asombrado.
_
Yo_ respondió Sean Dortmund con tono
impertinente.
Y
del interior de su sobretodo, extrajo la sentencia guardada adentro de un sobre
madera y sellada, tal como la había dejado el doctor Benedetto antes de viajar.
_
¿Usted? No. No puedo creerlo.
_
No es lo que parece. Se lo explicaré.
Cuando usted me llamó por teléfono y me puso al tanto de lo que en apariencia
había sucedido con la sentencia del caso Tiengo, fue fácil deducir sus temores
e intuir lo que realmente estaba pasando e iba a pasar si yo no hacía algo
urgente para evitarlo. Así que, llegué un rato antes de la hora fijada por
usted e hice que lo llamaran desde recepción para que abandonara su oficina por
unos minutos. Sabía que el doctor Antier iba a estar también vigilando para
esperar el momento oportuno para meterse en su despacho y robar la sentencia. Y
yo le di ésa oportunidad. Cuando usted bajó hasta la recepción, entré a su
despacho, entorné la puerta para ocultar mis acciones, abrí la caja fuerte,
sustraje la sentencia original y la sustituí por una falsa que yo preparé de
antemano. Dejé su caja fuerte abierta adrede y me retiré. Cuando el doctor
Matías Antier me vio salir, esperó a que me alejara, ingresó a su oficina e
hizo la sustitución de una sentencia por otra falsa y preparada para la
ocasión. Creyó que robó la original, pero sólo sustrajo una copia ficticia elaborada
por mí y yo tengo la original en mi poder. Su caso está salvado, doctor
Benedetto. Podrá leer la sentencia en tiempo y forma como estaba previsto y sin
retrasos legales.
Y
el inspector Dortmund entregó el sobre en manos el juez, que experimentó una
emoción difícil de explicar con palabras.
_
¡Estuvo usted brillante!_ expresó el juez Benedetto con júbilo y una sonrisa
imborrable de oreja a oreja._ ¿Pero, el robo entonces no ocurrió durante el
viaje?
_
¡No! Y ésa fue una brillante jugada por parte del doctor Antier. ¿Cuál es la
coartada que un culpable se fabrica por excelencia en el cien por ciento de los
casos? Estar en otro sitio al momento del hecho. Y es lo que más sospechoso le
resulta a los investigadores cuando descubren que ésa persona tenía fuertes
motivos para cometer el delito en cuestión. Usted revisó la caja fuerte antes
de viajar, vio la sentencia ahí guardada y listo. Su cerebro hizo el resto.
Creyendo que la sentencia aún estaba guardada en la caja fuerte y desconociendo
usted mi idea, me inventó la teoría del robo porque confiaba que la sentencia
estaba tal cual la dejó usted antes de volar. Y cuando descubrió el faltante
minutos después, el engaño en su mente ya estaba inconscientemente creado. Y
por simple lógica, desestimó maquinalmente la culpabilidad del señor Antier. Es increíble cómo funciona
el cerebro muchas veces en circunstancias como estas.
Sean
Dortmund estaba a punto de retirarse, cuando una duda del doctor Silvio
Benedetto lo hizo detenerse de forma abismal.
_
¿Cómo abrió mi caja fuerte?_ preguntó el juez, cegado por la curiosidad del
hecho.
_
Fácil_ replicó Dortmund, con modestia y soberbia a la vez._ Porque la cerradura
está falseada. Cualquiera puede abrirla con sólo chasquear los dedos. Mándela a
arreglar urgente. El resto de papeles que había guardados en la caja los puse
prolijamente en el segundo cajón de su escritorio. Que tenga buenas tardes,
señor juez.
Y
el inspector se retiró con actitud presumida.
“¿Pero,
cómo supo….?” se preguntó el doctor Benedetto para sí. Pero dejó todas las
dudas de lado. ¿Qué importaba? Sean Dortmund había recuperado la sentencia con
un ingenio y una habilidad implacables y era lo único que importaba.
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