Raimundo Villamayor manejaba su
auto último modelo por la ruta nacional 14 de Misiones cuando se averió a la
altura del arroyo Alegría, lejos de su destino final que era la provincia de
Corrientes. Se irritó bastante por ésa situación inesperada sin saber qué
hacer. Pero su vista se cruzó con un letrero en madera de roble que le llevó nuevamente
tranquilidad: hostería Los Nogales. Se corrió hasta el lugar y le pidió al
empleado que lo atendió, que por su aspecto y buen trato, atribuyó a que era el
dueño de la hostería; utilizar el teléfono para comunicarse con la grúa. Aquél
buen samaritano accedió amablemente a la solicitud de Villamayor, quien le
agradeció el gesto con una enorme sonrisa en sus labios.
Mientras Villamayor intentaba
hablar por teléfono, Carlos, el empleado y supuesto dueño de la cabaña; no
paraba de mirarlo. Miraba a su intempestivo cliente de una manera muy
particular y extraña, que Villamayor, para su suerte, no advirtió porque seguía
intentando establecer comunicación para pedir la grúa. La mirada de Carlos,
llena de impaciencia y dudas, daba cuenta de que ya había visto anteriormente y
en otra circunstancia a Raimundo Villamayor. y repentinamente creyó recordarlo
y corrió hasta la cocina a hablar urgentemente con Analía, su esposa. La agarró
desesperadamente del brazo en una clara actitud de nervios y tensión que no
podía ocultar.
_ ¿Qué pasa, Carlos?_ le preguntó
Analía, irascible, a su esposo.
Carlos posicionó a su mujer en
una perspectiva justo enfrente del mostrador de la entrada con absoluta cautela
para que su visitante no lo notara.
_ Mirá_ le dijo Carlos a Ana._
Miralo bien_ le insistió él ansiosamente.
Analía miró a Villamayor por unos
cuantos segundos sin lograr reconocerlo.
_ Es un tipo hablando por
teléfono. Y posiblemente un cliente que pase la noche acá_ adujo Ana,
inexpresivamente._ ¿Qué pasa, Carlos? No entiendo.
_ Es Raimundo Villamayor, estoy
seguro. Es el juez de Garantías que hace cuatro años atrás dejó libre al
monstruo de Otamendi, que mató a sangre fría a nuestra hija. Lo dejó libre con
diversas opiniones en contra, asesinó a Pamela, lo metieron preso de nuevo y
este hijo de su madre lo liberó otra vez hace una semana. Salió en todos los
medios del país. ¡Tanto tiempo esperé para esto!
Analía no sabía exactamente a qué
se refería su esposo con eso último que dijo, aunque vislumbraba con certeza
que estaba decidido a actuar en consecuencia. Ella volvió a observar a Raimundo
con más detenimiento que al principio e invadida por un tropel de dudas
infundidas por una corazonada que su
esposo supo instaurar en su mente con éxito.
_ ¿Estás seguro?_ indagó Ana con
recelo._ No me acuerdo demasiado del tipo en sí. ¿Y si te equivocás?
_ No, te aseguro que no estoy
equivocado. Nunca me olvido del rostro de alguien que nos arruinó la vida para
siempre. Confiá en mí, Ana. Es él.
Carlos sonaba tan convincente y
seguro de sí mismo, que su mujer no le quedó otra más que creerle.
_ Supongamos que sea él. ¿Qué
pensás hacer?_ quiso saber Analía con absoluto y total interés.
_ Este Villamayor se especializa
en dejar libre y otorgarle beneficios inmerecidos a asesinos en serie que
después salen, reinciden y le cagan la vida a quién sabe cuántas familias. A
violadores que se topan de casualidad con chicas inocentes como nuestra hija y
las matan como perros sin razón alguna. Y este juez es penalmente tan
responsable como todas ésas lacras en sí. Por culpa de su negligencia es que
pasan todos ésos crímenes atroces que se pueden evitar si tomara en cuenta los
antecedentes y la valoración de fiscales y otras autoridades judiciales
competentes.
_ Tenés razón y te apoyo en todo
lo que decís. Pero, no respondiste mi pregunta: ¿qué pensás hacer?
Carlos miró a su esposa de una
manera tan poco afectuosa y expresiva, que por un segundo sintió que no lo
conocía y que quien estaba frente a ella era alguien completamente diferente.
_ Matarlo. Matarlo, como Otamendi
mató sin piedad a Pamela_ sugirió Carlos con tono de venganza en cada una de
sus palabras.
Analía se opuso resueltamente a
cometer una barbaridad como ésa. Y sin embargo, Carlos supo disuadirla después
de unos cuantos minutos con mucha facilidad con distintas clases de argumentos
que sonaron muy convincentes. La decisión de asesinar a Raimundo Villamayor
entonces estaba tomada y era indeclinable.
_ ¿Cómo lo hacemos?_ le preguntó Analía a su
esposo con total frivolidad. En esos momentos, ella también parecía una persona
muy diferente a la anterior.
Carlos tomó su guitarra que tenía
a mano y aplicando toda su fuerza, arrancó una de las cuerdas y se la expuso a
su mujer estirándola y sosteniéndola con ambas manos.
_ Yo lo estrangulo de sorpresa
con esto por atrás mientras vos lo distraes hablándole de cualquier cosa. Si te
pregunta por mí, metele cualquier pretexto_ dijo._ Procurá ser encantadora,
cosa que le hables y se babosee, así yo lo agarro indefenso y desprevenido.
_ Partile la guitarra por la
cabeza y listo. Lo matás seguro_ sugirió Ana.
_ No, tenemos clientes
hospedándose que no pueden enterarse de nada de todo esto. El ruido de la
guitarra va a levantar sospechas.
_ Estrangularlo con una cuerda de
guitarra tampoco es muy sutil que digamos.
_ ¿Entonces, cómo proponés
hacerlo?
Ana retrocedió hasta la cocina y
de un mueble extrajo un frasco que puso frente a los ojos de Carlos.
_ Con esto_ le dijo._ Es
arsénico. Le metemos una buena cantidad con la comida y se va a retorcer del
dolor. Va a agonizar y a sufrir como un condenado antes de morir. La Policía va
a creer que se intoxicó con algo que le cayó mal.
_ No van a creer que se intoxicó
así nomás. Cuando le hagan la autopsia al cuerpo y hallen restos de arsénico,
de nosotros dos van a ser de los primeros que van a sospechar.
_ Lo matemos de la manera en que
lo hagamos, van a sospechar igualmente de nosotros dos. Alguno de los otros
clientes podría sospechar algo y quemarnos.
Carlos saltó como si una idea lo
hubiese atacado de repente.
_ Tenés razón, Ana. Sí, es verdad
lo que decís_ afirmó él sin mucha alternativa.
_ No, desistamos de ésta locura,
Carlos_ se arrepintió Analía._ Además, podés estar equivocado y terminamos
matando a un pobre infeliz que no tiene nada que ver.
_ ¡No estoy errado!_ exclamó
Carlos con énfasis._ Este tipo que ahora está usando nuestro teléfono
intentando llamar a la grúa es Raimundo Villamayor, el juez de Garantías que
dejó libre porque se le antojó al asesino de nuestra hija. Tenemos una
oportunidad única y no la voy a desperdiciar por culpa tuya. Lo voy a hacer con
o sin tu ayuda.
_ Hagámoslo_ dijo Analía con
frivolidad y determinación._ y agarró de la cocina un cuchillo y lo ocultó
entre sus ropas. Carlos se acercó hacia Villamayor con idéntica relación de
empleado y cliente que cuando él llegó.
_ ¿Pudo comunicarse, maestro, con
la grúa?_ le preguntó Carlos a Villamayor amablemente.
_ Está complicado el tema de la
señal_ contestó Raimundo mientras seguía insistiendo.
_ Sí, estamos en una región media
aislada. Pero, si quiere, pase la noche acá y mañana a primera hora usamos mi
auto como remolque y lo alcanzo hasta adonde usted vaya.
_ ¿Enserio me haría ése favor?
_ Por supuesto. Y de paso, nos
cuenta a mi mujer y a mí a cuántos asesinos más dejaste libres, hijo de puta.
La expresión de Villamayor cambió
radicalmente.
_ ¿Perdón? ¿Cómo dijo?_ preguntó
confundido.
_ No te hagas el desentendido,
que vos no sos ningún Santo_ le contestó Carlos, enardecido._ Vos sos un juez
trucho que deja libre asesinos y no te importa un carajo de nada. Otamendi, un
reincidente que vos liberaste, vino hace cuatro años a pasar una noche acá, se
aprovechó de nuestra hija Pamela, de veintiún años, y la mató salvajemente. Ésa
habitación, desde entonces, que no la rentamos. La conservamos como un
santuario en honor a nuestro retoño, que no merecía morir de la forma en que
murió. La tiró por las escaleras, y no conforme con eso, bajó y la terminó de
asfixiar. Una joyita ése Otamendi, que vos dejaste libre.
_ Lamento profundamente lo que
pasó con su hija. Pero es evidente que usted me confunde con alguien más.
_ No, no estoy para nada
confundido. Vos sos Raimundo Villamayor, el juez de Garantías que dejó en
libertad al asesino de mi hija. Y ahora vas a pagar.
_ No, espere_ suplicó
desesperado, Villamayor._ Usted está confundido. Además, tengo familia. Se van
a preocupar si no llego enseguida. No cometa un error.
_ Me cago en tu familia. Si a vos
no te importaron todas las familias a las que Otamendi les arruinó la vida para
siempre, incluyendo nosotros, ¿por qué a mí me tiene que importar la tuya? Que
sientan en carne propia perder a alguien tan cercano y querido.
Raimundo Villamayor imploró
varias veces más por su vida inútilmente. Analía le apareció de sorpresa por
atrás y le asestó múltiples puñaladas hasta ocasionarle la muerte. Una vez
muerto, entre Analía y Carlos acomodaron el cuerpo más acorde a otras
circunstancias para cubrir sus rastros.
_ ¿De verdad nuestra hija murió
como lo describiste?_ preguntó Ana atemorizada y entre sollozos.
_ Sí_ afirmó Carlos,
consternado._ Agradezco que no hayas estado ése día para verlo. Ojalá hubiese
podido hacer algo para evitarlo. Pero el tipo me amenazó y me encerró.
_ No fue tu culpa_ y los dos se
fundieron en un sentido abrazo.
Enseguida, Carlos tomó una
escopeta que tenía reservada especialmente para cazar los fin de semanas, subió
por la escalera hasta las habitaciones y le disparó a dos huéspedes a sangre
fría.
_ ¿¡Qué hiciste, Carlos!?_
inquirió Analía, espantada.
_ Era necesario para que no
sospechen de nosotros_ afirmó Carlos, como si nada, de un modo estremecedor._
Con dos cuerpos más, no van a sospechar que el juez era el objetivo primario
del homicidio. Así creerán que todo esto responde a un motivo más general y
confuso.
Analía seguía sin salir de su
estado de conmoción.
_ ¿Qué querés hacer ésta noche?
¿Cenamos afuera en la ciudad o compramos algo y comemos acá, los dos solos, a
la luz de las velas?_ le dijo Carlos a su mujer con total calma y mesura.
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