miércoles, 20 de septiembre de 2017

El cliente de la hostería (Gabriel Zas)





Raimundo Villamayor manejaba su auto último modelo por la ruta nacional 14 de Misiones cuando se averió a la altura del arroyo Alegría, lejos de su destino final que era la provincia de Corrientes. Se irritó bastante por ésa situación inesperada sin saber qué hacer. Pero su vista se cruzó con un letrero en madera de roble que le llevó nuevamente tranquilidad: hostería Los Nogales. Se corrió hasta el lugar y le pidió al empleado que lo atendió, que por su aspecto y buen trato, atribuyó a que era el dueño de la hostería; utilizar el teléfono para comunicarse con la grúa. Aquél buen samaritano accedió amablemente a la solicitud de Villamayor, quien le agradeció el gesto con una enorme sonrisa en sus labios.

Mientras Villamayor intentaba hablar por teléfono, Carlos, el empleado y supuesto dueño de la cabaña; no paraba de mirarlo. Miraba a su intempestivo cliente de una manera muy particular y extraña, que Villamayor, para su suerte, no advirtió porque seguía intentando establecer comunicación para pedir la grúa. La mirada de Carlos, llena de impaciencia y dudas, daba cuenta de que ya había visto anteriormente y en otra circunstancia a Raimundo Villamayor. y repentinamente creyó recordarlo y corrió hasta la cocina a hablar urgentemente con Analía, su esposa. La agarró desesperadamente del brazo en una clara actitud de nervios y tensión que no podía ocultar.

_ ¿Qué pasa, Carlos?_ le preguntó Analía, irascible, a su esposo.

Carlos posicionó a su mujer en una perspectiva justo enfrente del mostrador de la entrada con absoluta cautela para que su visitante no lo notara.

_ Mirá_ le dijo Carlos a Ana._ Miralo bien_ le insistió él ansiosamente.

Analía miró a Villamayor por unos cuantos segundos sin lograr reconocerlo.

_ Es un tipo hablando por teléfono. Y posiblemente un cliente que pase la noche acá_ adujo Ana, inexpresivamente._ ¿Qué pasa, Carlos? No entiendo.

_ Es Raimundo Villamayor, estoy seguro. Es el juez de Garantías que hace cuatro años atrás dejó libre al monstruo de Otamendi, que mató a sangre fría a nuestra hija. Lo dejó libre con diversas opiniones en contra, asesinó a Pamela, lo metieron preso de nuevo y este hijo de su madre lo liberó otra vez hace una semana. Salió en todos los medios del país. ¡Tanto tiempo esperé para esto!

Analía no sabía exactamente a qué se refería su esposo con eso último que dijo, aunque vislumbraba con certeza que estaba decidido a actuar en consecuencia. Ella volvió a observar a Raimundo con más detenimiento que al principio e invadida por un tropel de dudas infundidas por una  corazonada que su esposo supo instaurar en su mente con éxito.

_ ¿Estás seguro?_ indagó Ana con recelo._ No me acuerdo demasiado del tipo en sí. ¿Y si te equivocás?

_ No, te aseguro que no estoy equivocado. Nunca me olvido del rostro de alguien que nos arruinó la vida para siempre. Confiá en mí, Ana. Es él.

Carlos sonaba tan convincente y seguro de sí mismo, que su mujer no le quedó otra más que creerle.

_ Supongamos que sea él. ¿Qué pensás hacer?_ quiso saber Analía con absoluto y total interés.

_ Este Villamayor se especializa en dejar libre y otorgarle beneficios inmerecidos a asesinos en serie que después salen, reinciden y le cagan la vida a quién sabe cuántas familias. A violadores que se topan de casualidad con chicas inocentes como nuestra hija y las matan como perros sin razón alguna. Y este juez es penalmente tan responsable como todas ésas lacras en sí. Por culpa de su negligencia es que pasan todos ésos crímenes atroces que se pueden evitar si tomara en cuenta los antecedentes y la valoración de fiscales y otras autoridades judiciales competentes.

_ Tenés razón y te apoyo en todo lo que decís. Pero, no respondiste mi pregunta: ¿qué pensás hacer?

Carlos miró a su esposa de una manera tan poco afectuosa y expresiva, que por un segundo sintió que no lo conocía y que quien estaba frente a ella era alguien completamente diferente.

_ Matarlo. Matarlo, como Otamendi mató sin piedad a Pamela_ sugirió Carlos con tono de venganza en cada una de sus palabras.

Analía se opuso resueltamente a cometer una barbaridad como ésa. Y sin embargo, Carlos supo disuadirla después de unos cuantos minutos con mucha facilidad con distintas clases de argumentos que sonaron muy convincentes. La decisión de asesinar a Raimundo Villamayor entonces estaba tomada y era indeclinable.

 _ ¿Cómo lo hacemos?_ le preguntó Analía a su esposo con total frivolidad. En esos momentos, ella también parecía una persona muy diferente a la anterior.

Carlos tomó su guitarra que tenía a mano y aplicando toda su fuerza, arrancó una de las cuerdas y se la expuso a su mujer estirándola y sosteniéndola con ambas manos.

_ Yo lo estrangulo de sorpresa con esto por atrás mientras vos lo distraes hablándole de cualquier cosa. Si te pregunta por mí, metele cualquier pretexto_ dijo._ Procurá ser encantadora, cosa que le hables y se babosee, así yo lo agarro indefenso y desprevenido.

_ Partile la guitarra por la cabeza y listo. Lo matás seguro_ sugirió Ana.

_ No, tenemos clientes hospedándose que no pueden enterarse de nada de todo esto. El ruido de la guitarra va a levantar sospechas.

_ Estrangularlo con una cuerda de guitarra tampoco es muy sutil que digamos.

_ ¿Entonces, cómo proponés hacerlo?

Ana retrocedió hasta la cocina y de un mueble extrajo un frasco que puso frente a los ojos de Carlos.

_ Con esto_ le dijo._ Es arsénico. Le metemos una buena cantidad con la comida y se va a retorcer del dolor. Va a agonizar y a sufrir como un condenado antes de morir. La Policía va a creer que se intoxicó con algo que le cayó mal.

_ No van a creer que se intoxicó así nomás. Cuando le hagan la autopsia al cuerpo y hallen restos de arsénico, de nosotros dos van a ser de los primeros que van a sospechar.

_ Lo matemos de la manera en que lo hagamos, van a sospechar igualmente de nosotros dos. Alguno de los otros clientes podría sospechar algo y quemarnos.

Carlos saltó como si una idea lo hubiese atacado de repente.

_ Tenés razón, Ana. Sí, es verdad lo que decís_ afirmó él sin mucha alternativa.

_ No, desistamos de ésta locura, Carlos_ se arrepintió Analía._ Además, podés estar equivocado y terminamos matando a un pobre infeliz que no tiene nada que ver.

_ ¡No estoy errado!_ exclamó Carlos con énfasis._ Este tipo que ahora está usando nuestro teléfono intentando llamar a la grúa es Raimundo Villamayor, el juez de Garantías que dejó libre porque se le antojó al asesino de nuestra hija. Tenemos una oportunidad única y no la voy a desperdiciar por culpa tuya. Lo voy a hacer con o sin tu ayuda.

_ Hagámoslo_ dijo Analía con frivolidad y determinación._ y agarró de la cocina un cuchillo y lo ocultó entre sus ropas. Carlos se acercó hacia Villamayor con idéntica relación de empleado y cliente que cuando él llegó.

_ ¿Pudo comunicarse, maestro, con la grúa?_ le preguntó Carlos a Villamayor amablemente.

_ Está complicado el tema de la señal_ contestó Raimundo mientras seguía insistiendo.

_ Sí, estamos en una región media aislada. Pero, si quiere, pase la noche acá y mañana a primera hora usamos mi auto como remolque y lo alcanzo hasta adonde usted vaya.

_ ¿Enserio me haría ése favor?

_ Por supuesto. Y de paso, nos cuenta a mi mujer y a mí a cuántos asesinos más dejaste libres, hijo de puta.

La expresión de Villamayor cambió radicalmente.

_ ¿Perdón? ¿Cómo dijo?_ preguntó confundido.

_ No te hagas el desentendido, que vos no sos ningún Santo_ le contestó Carlos, enardecido._ Vos sos un juez trucho que deja libre asesinos y no te importa un carajo de nada. Otamendi, un reincidente que vos liberaste, vino hace cuatro años a pasar una noche acá, se aprovechó de nuestra hija Pamela, de veintiún años, y la mató salvajemente. Ésa habitación, desde entonces, que no la rentamos. La conservamos como un santuario en honor a nuestro retoño, que no merecía morir de la forma en que murió. La tiró por las escaleras, y no conforme con eso, bajó y la terminó de asfixiar. Una joyita ése Otamendi, que vos dejaste libre.

_ Lamento profundamente lo que pasó con su hija. Pero es evidente que usted me confunde con alguien más. 

_ No, no estoy para nada confundido. Vos sos Raimundo Villamayor, el juez de Garantías que dejó en libertad al asesino de mi hija. Y ahora vas a pagar.

_ No, espere_ suplicó desesperado, Villamayor._ Usted está confundido. Además, tengo familia. Se van a preocupar si no llego enseguida. No cometa un error.

_ Me cago en tu familia. Si a vos no te importaron todas las familias a las que Otamendi les arruinó la vida para siempre, incluyendo nosotros, ¿por qué a mí me tiene que importar la tuya? Que sientan en carne propia perder a alguien tan cercano y querido.

Raimundo Villamayor imploró varias veces más por su vida inútilmente. Analía le apareció de sorpresa por atrás y le asestó múltiples puñaladas hasta ocasionarle la muerte. Una vez muerto, entre Analía y Carlos acomodaron el cuerpo más acorde a otras circunstancias para cubrir sus rastros.

_ ¿De verdad nuestra hija murió como lo describiste?_ preguntó Ana atemorizada y entre sollozos.

_ Sí_ afirmó Carlos, consternado._ Agradezco que no hayas estado ése día para verlo. Ojalá hubiese podido hacer algo para evitarlo. Pero el tipo me amenazó y me encerró.

_ No fue tu culpa_ y los dos se fundieron en un sentido abrazo.

Enseguida, Carlos tomó una escopeta que tenía reservada especialmente para cazar los fin de semanas, subió por la escalera hasta las habitaciones y le disparó a dos huéspedes a sangre fría.

_ ¿¡Qué hiciste, Carlos!?_ inquirió Analía, espantada.

_ Era necesario para que no sospechen de nosotros_ afirmó Carlos, como si nada, de un modo estremecedor._ Con dos cuerpos más, no van a sospechar que el juez era el objetivo primario del homicidio. Así creerán que todo esto responde a un motivo más general y confuso.

Analía seguía sin salir de su estado de conmoción.

_ ¿Qué querés hacer ésta noche? ¿Cenamos afuera en la ciudad o compramos algo y comemos acá, los dos solos, a la luz de las velas?_ le dijo Carlos a su mujer con total calma y mesura.

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