Clemente Estévez ingresó a la
sucursal del banco del que era cliente y se dirigió directo a un agente de
cuentas que lo atendió enseguida.
_ Buenas tardes _ saludó Estévez
formalmente._ Vengo a ver al gerente de sucursal.
_ ¿Su nombre?_ le preguntó el
empleado por reglamento.
_ Clemente Hugo Estévez, cuenta
566544/0. Es para realizar un retiro de mi caja de seguridad personal. La
número 47.
El empleado chequeó los datos en
la computadora.
_ Sólo puede venir una vez al día
a revisar su caja de seguridad. Son políticas del banco_ anunció el agente de
cuentas.
_ ¿Y te pensás que vine a verte
la cara a vos?_ le respondió Estévez, sarcástico y de malas maneras.
_ Hábleme bien, señor, porque yo
a usted no le falté el respeto_ se impuso el empleado bancario con autoridad.
_ Entonces, hacé lo que tenés que
hacer, derivame con el gerente y listo. ¿Es muy complicado? Es urgente, no
puedo esperar a que te decidas.
_ El gerente no está disponible
en estos momentos. Además, en el sistema me figura que usted ya vino a revisar
su caja e hizo el retiro de unos documentos.
_ Sí. Y volví porque te extrañaba
a vos, pibe. Dale, ¡no me jodas!
_ Vino hace media hora y lo
atendió mi compañero Federico.
_ ¿Y quién es Federico?
_ Es nuevo. No sé, recién fue el
recambio. No sabría decirle más. Cuando lo vea más tarde, le planteo la
situación pero…
Estévez lo interrumpió
severamente.
_ Tu compañerito es nuevo y se
equivocó. Ingresó datos erróneos al sistema. Fijate bien, ¿querés?
_ No hay margen de error en esto,
señor. Nos podemos equivocar en algún número o en algún otro dato menor, pero
no en el nombre completo de un cliente. Manejamos ésas cosas confidencialmente
y con mucha seriedad y resguardo.
_ ¡No puede ser!
Estévez se desesperó y empezó a
hacer con las manos agitados ademanes de ansiedad.
_ Figura en el sistema. Le repito
que no hay margen de error en esto. Lo lamento_ insistió el empleado.
Clemente pasó sus manos por
detrás de su cabeza y se mordió los labios. Su celular sonó y atendió. Al otro
lado de la línea, una voz distorsionada se impuso con sobriedad por sobre la
suya.
_ Escuchame y no hagas preguntas_
dijo ésa extraña voz._ Los dos sabemos que estos documentos que ahora tengo en
mis manos son unos papeles que confirman la verdadera identidad de tu hija.
Tanto tiempo ella quiso saber la verdad y vos la perseguiste incansablemente
hasta que la encontraste. Ella quiere saber exactamente quiénes son sus padres
y vos le ibas a conceder ése deseo el día de su cumpleaños.
_ ¿Quién sos, basura? ¿Cómo tenés
ésa información?
_ ¡Shhhhh! Te dije que no
hablaras. No importa quién soy. Importa lo que hice y lo que vas a hacer vos.
Te robé la llave de tu caja de seguridad de tu portafolio, fui hasta el banco,
me aproveché del cambio de turno de los empleados, me acerqué hasta uno que era
nuevo y fue fácil convencerlo de que yo era vos y de que me dejara revisar la
caja. Extraje el sobre y asunto resuelto. Ahora, vos vas a sacar de tu caja de
ahorro $50.000 y vas a hacer exactamente todo lo que yo te diga. ¿Está claro?
_ ¿Qué querés? ¡Hablá!
_ Tranquilo. Acá mando yo. Primero,
sacá la guita y después te digo cómo seguir. No cortés ni hagas macanas, porque
sos hombre muerto. ¿Te quedó claro?
Obligado contra su voluntad,
Estévez obedeció y retiró la suma exigida por el desconocido. La siguiente
orden que recibió fue salir del banco, tomar un taxi hasta Parque Lezama y le
indicó que una vez que se bajase del coche, fuese a pie hasta el Parque
Bastidas, justo enfrente de la Dársena 2 y que dejara ahí la plata en un tacho
de basura. Estévez cumplió con las demandas del criminal a mansalva, pero éste
cortó la comunicación abruptamente y no obtuvo respuestas suyas por unos cuantos
minutos que se hicieron eternos y comenzó a desesperarse severamente. Cuando
Clemente ya estaba perdiendo la paciencia, el extraño volvió a contactarse
telefónicamente con él.
_ ¿Y el sobre?_ preguntó Clemente
Estévez haciendo un esfuerzo por evitar un exabrupto del que podía
arrepentirse.
_ Seguí derecho por donde estás_
lo guió el desconocido_ hasta el segundo conteiner. Abrilo y buscalo ahí. Fue
un placer hacer negocios con vos.
Y la comunicación se cortó con la
misma brusquedad que antes y sin darle chance alguna a Estévez de réplica. No
caminó, corrió. Llegó hasta el lugar señalado, buscó un poco y el sobre estaba
ahí, intacto, tal cual él lo conservaba. El alma le volvió al cuerpo. El
suspiro de alivio que exhaló cuando recuperó ése preciado documento fue más
prolongado de lo normal. Lo único que faltaba era la llave de su caja de
seguridad del banco, pero eso no fue ninguna preocupación para Clemente Estévez.
Podía decir en el banco que la perdió para que le diesen una copia nueva y
asunto arreglado.
El sábado siguiente fue el
cumpleaños de Macarena, su única hija, que cumplía quince años. Le dio el sobre
en mano con su esposa presente. Macarena tomó el sobre de manos de Clemente
Estévez emocionada. Sabía o al menos intuía su contenido. Lo abrió con lágrimas
en los ojos. Pero todos se llevaron una decepción. El sobre contenía en verdad
una vieja carta que Clemente había dado por sentado que se había extraviado y
que ya no existían motivos para preocuparse, escrita por una antigua amante
suya, con acusaciones en su contra, secretos y una serie de fotos
comprometedoras. Clemente Estévez intentó, de todas las maneras posibles, hacer
entrar en razón a su hija y de explicarle la situación y la confusión, pero
ella no quiso escucharlo y se fue dando un portazo. Su esposa la siguió. En un
segundo, perdió todo.
Estévez sólo deseaba encontrar al
desconocido para matarlo. No quería otra cosa. Anhelaba poder encontrarlo,
ponerle las manos encima y asfixiarlo hasta la muerte muy lentamente. Su
tertulia lo dejó sin nada. Pero menos aún, entendía de dónde y cómo el
desconocido había recuperado ésa carta extraviada de hace muchos años atrás.
Macarena idolatraba a su madre.
De hecho, llevaba su apellido. La discusión entre ella y Clemente, cuando la
adoptaron, fue justamente si llevaría su apellido o el de los dos. Su esposa
dijo que era injusto que Macarena portara su apellido y que debía adoptar el
que legalmente le correspondiera. Macarena lo avaló y siempre insistió en
conocer su verdadera identidad. Con Clemente no se llevaba nada bien y él pensó
que quizás si buscaba intensamente, encontraría su partida de nacimiento
original en la que constaba lo que ella tanto quería saber y así recompondría
el vínculo con su hija. Macarena en el fondo lo intuyó. La intuición femenina
no falla jamás.
Pero la madre no iba a
arriesgarse a que Macarena descubriera que era su hija legítima, producto de
una noche de lujuria con un desconocido y que la dio en adopción porque no
podía mantenerla, y que prefería las relaciones carnales antes que cuidarla a
ella. Y menos aún, arriesgarse a que descubriera que cuando se casó con
Clemente Estévez, mintió con respecto a su identidad para poder adoptar y
recuperarla de modo encubierto. Si Macarena sabía toda ésa verdad sobre ella, volvería
a perderla por segunda vez y ésa vez para siempre.
Usó ésa carta que era prueba
irrefutable de una infidelidad vergonzosa y que Estévez creía extraviada, pero que
en realidad ella siempre conservó quién sabe cómo, para extorsionarlo y
arruinarlo definitivamente. Le robó la llave de la caja de seguridad del banco,
contrató a alguien para que se hiciera pasar por él y robara el acta de
nacimiento de Macarena de la caja de seguridad del banco. Después, ella simplemente
se encargaría de la sustitución y de exigirle a Estévez los $50.000 para
pagarle a su cómplice por su impecable actuación y trabajo.
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