jueves, 14 de septiembre de 2017

La carta extraviada (Gabriel Zas)

                        

Clemente Estévez ingresó a la sucursal del banco del que era cliente y se dirigió directo a un agente de cuentas que lo atendió enseguida.
_ Buenas tardes _ saludó Estévez formalmente._ Vengo a ver al gerente de sucursal.
_ ¿Su nombre?_ le preguntó el empleado por reglamento.
_ Clemente Hugo Estévez, cuenta 566544/0. Es para realizar un retiro de mi caja de seguridad personal. La número 47.
El empleado chequeó los datos en la computadora.
_ Sólo puede venir una vez al día a revisar su caja de seguridad. Son políticas del banco_ anunció el agente de cuentas.
_ ¿Y te pensás que vine a verte la cara a vos?_ le respondió Estévez, sarcástico y de malas maneras.
_ Hábleme bien, señor, porque yo a usted no le falté el respeto_ se impuso el empleado bancario con autoridad.
_ Entonces, hacé lo que tenés que hacer, derivame con el gerente y listo. ¿Es muy complicado? Es urgente, no puedo esperar a que te decidas.
_ El gerente no está disponible en estos momentos. Además, en el sistema me figura que usted ya vino a revisar su caja e hizo el retiro de unos documentos.
_ Sí. Y volví porque te extrañaba a vos, pibe. Dale, ¡no me jodas!
_ Vino hace media hora y lo atendió mi compañero Federico.
_ ¿Y quién es Federico?
_ Es nuevo. No sé, recién fue el recambio. No sabría decirle más. Cuando lo vea más tarde, le planteo la situación pero…
Estévez lo interrumpió severamente.
_ Tu compañerito es nuevo y se equivocó. Ingresó datos erróneos al sistema. Fijate bien, ¿querés?
_ No hay margen de error en esto, señor. Nos podemos equivocar en algún número o en algún otro dato menor, pero no en el nombre completo de un cliente. Manejamos ésas cosas confidencialmente y con mucha seriedad y resguardo.
_ ¡No puede ser!
Estévez se desesperó y empezó a hacer con las manos agitados ademanes de ansiedad.
_ Figura en el sistema. Le repito que no hay margen de error en esto. Lo lamento_ insistió el empleado.
Clemente pasó sus manos por detrás de su cabeza y se mordió los labios. Su celular sonó y atendió. Al otro lado de la línea, una voz distorsionada se impuso con sobriedad por sobre la suya.
_ Escuchame y no hagas preguntas_ dijo ésa extraña voz._ Los dos sabemos que estos documentos que ahora tengo en mis manos son unos papeles que confirman la verdadera identidad de tu hija. Tanto tiempo ella quiso saber la verdad y vos la perseguiste incansablemente hasta que la encontraste. Ella quiere saber exactamente quiénes son sus padres y vos le ibas a conceder ése deseo el día de su cumpleaños.
_ ¿Quién sos, basura? ¿Cómo tenés ésa información?
_ ¡Shhhhh! Te dije que no hablaras. No importa quién soy. Importa lo que hice y lo que vas a hacer vos. Te robé la llave de tu caja de seguridad de tu portafolio, fui hasta el banco, me aproveché del cambio de turno de los empleados, me acerqué hasta uno que era nuevo y fue fácil convencerlo de que yo era vos y de que me dejara revisar la caja. Extraje el sobre y asunto resuelto. Ahora, vos vas a sacar de tu caja de ahorro $50.000 y vas a hacer exactamente todo lo que yo te diga. ¿Está claro?
_ ¿Qué querés? ¡Hablá!
_ Tranquilo. Acá mando yo. Primero, sacá la guita y después te digo cómo seguir. No cortés ni hagas macanas, porque sos hombre muerto. ¿Te quedó claro?
Obligado contra su voluntad, Estévez obedeció y retiró la suma exigida por el desconocido. La siguiente orden que recibió fue salir del banco, tomar un taxi hasta Parque Lezama y le indicó que una vez que se bajase del coche, fuese a pie hasta el Parque Bastidas, justo enfrente de la Dársena 2 y que dejara ahí la plata en un tacho de basura. Estévez cumplió con las demandas del criminal a mansalva, pero éste cortó la comunicación abruptamente y no obtuvo respuestas suyas por unos cuantos minutos que se hicieron eternos y comenzó a desesperarse severamente. Cuando Clemente ya estaba perdiendo la paciencia, el extraño volvió a contactarse telefónicamente con él.
_ ¿Y el sobre?_ preguntó Clemente Estévez haciendo un esfuerzo por evitar un exabrupto del que podía arrepentirse.
_ Seguí derecho por donde estás_ lo guió el desconocido_ hasta el segundo conteiner. Abrilo y buscalo ahí. Fue un placer hacer negocios con vos.
Y la comunicación se cortó con la misma brusquedad que antes y sin darle chance alguna a Estévez de réplica. No caminó, corrió. Llegó hasta el lugar señalado, buscó un poco y el sobre estaba ahí, intacto, tal cual él lo conservaba. El alma le volvió al cuerpo. El suspiro de alivio que exhaló cuando recuperó ése preciado documento fue más prolongado de lo normal. Lo único que faltaba era la llave de su caja de seguridad del banco, pero eso no fue ninguna preocupación para Clemente Estévez. Podía decir en el banco que la perdió para que le diesen una copia nueva y asunto arreglado.
El sábado siguiente fue el cumpleaños de Macarena, su única hija, que cumplía quince años. Le dio el sobre en mano con su esposa presente. Macarena tomó el sobre de manos de Clemente Estévez emocionada. Sabía o al menos intuía su contenido. Lo abrió con lágrimas en los ojos. Pero todos se llevaron una decepción. El sobre contenía en verdad una vieja carta que Clemente había dado por sentado que se había extraviado y que ya no existían motivos para preocuparse, escrita por una antigua amante suya, con acusaciones en su contra, secretos y una serie de fotos comprometedoras. Clemente Estévez intentó, de todas las maneras posibles, hacer entrar en razón a su hija y de explicarle la situación y la confusión, pero ella no quiso escucharlo y se fue dando un portazo. Su esposa la siguió. En un segundo, perdió todo.
Estévez sólo deseaba encontrar al desconocido para matarlo. No quería otra cosa. Anhelaba poder encontrarlo, ponerle las manos encima y asfixiarlo hasta la muerte muy lentamente. Su tertulia lo dejó sin nada. Pero menos aún, entendía de dónde y cómo el desconocido había recuperado ésa carta extraviada de hace muchos años atrás.
Macarena idolatraba a su madre. De hecho, llevaba su apellido. La discusión entre ella y Clemente, cuando la adoptaron, fue justamente si llevaría su apellido o el de los dos. Su esposa dijo que era injusto que Macarena portara su apellido y que debía adoptar el que legalmente le correspondiera. Macarena lo avaló y siempre insistió en conocer su verdadera identidad. Con Clemente no se llevaba nada bien y él pensó que quizás si buscaba intensamente, encontraría su partida de nacimiento original en la que constaba lo que ella tanto quería saber y así recompondría el vínculo con su hija. Macarena en el fondo lo intuyó. La intuición femenina no falla jamás.
Pero la madre no iba a arriesgarse a que Macarena descubriera que era su hija legítima, producto de una noche de lujuria con un desconocido y que la dio en adopción porque no podía mantenerla, y que prefería las relaciones carnales antes que cuidarla a ella. Y menos aún, arriesgarse a que descubriera que cuando se casó con Clemente Estévez, mintió con respecto a su identidad para poder adoptar y recuperarla de modo encubierto. Si Macarena sabía toda ésa verdad sobre ella, volvería a perderla por segunda vez y ésa vez para siempre. 
Usó ésa carta que era prueba irrefutable de una infidelidad vergonzosa y que Estévez creía extraviada, pero que en realidad ella siempre conservó quién sabe cómo, para extorsionarlo y arruinarlo definitivamente. Le robó la llave de la caja de seguridad del banco, contrató a alguien para que se hiciera pasar por él y robara el acta de nacimiento de Macarena de la caja de seguridad del banco. Después, ella simplemente se encargaría de la sustitución y de exigirle a Estévez los $50.000 para pagarle a su cómplice por su impecable actuación y trabajo. 

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