jueves, 14 de septiembre de 2017

Humo en la chimenea (Gabriel Zas)




"Cuando vean que el humo de mi chimenea salga negro, sabrán todos que me ha llegado la hora".

Nélida Fortunato escribió ésas palabras una tarde mientras tejía al lado de su chimenea, postrada en su silla de ruedas. Decía siempre que el calor que emanaba de la chimenea y la paz que el crujido del fuego despertaba en ella la inspiraban profundamente. Estar sentada al lado de la chimenea escuchando la radio y tejiendo era su espacio predilecto de la casa y su lugar en el mundo. Podía pasarse semanas enteras ahí sin llegar a cansarse nunca de eso.

Estaba en la última etapa de su vida. Tenía cáncer y el médico le pronosticó una muerte inminente en un lapso de tiempo no superior a los cuatro meses. Y si Nélida iba a morir de un momento a otro, deseaba hacerlo al lado de la chimenea haciendo lo que amaba hacer.

No tenía hijos y vivía sola en una humilde cabaña en las afueras de un pequeño pueblo en la provincia de Buenos Aires. Su única familia eran dos sobrinos, Oscar y Salvador, hijos de su hermano ya fallecido. Nélida siempre habló maravillas de ellos, porque fueron quienes la cuidaron y estuvieron incondicionalmente a su lado desde que contrajo la enfermedad. Ambos vivían con sus respectivas familias en Capital Federal, pero fin de semana por medio los dos hermanos se hacían una escapada para ir a visitar a su tía.

Fue la razón que la motivó a Nélida a dejarles toda su fortuna y su cabaña a Oscar y Salvador en su testamento en partes iguales. Y un día, por mera casualidad del destino, escuchó a ambos a hablar sobre la posibilidad de asesinarla para quedarse con todo y heredar cuanto antes el testamento. Nélida, sin pensarlo dos veces, escribió las líneas que dan comienzo a la actual narración, porque estaba decidida a quemar el testamento. Ella moriría de una forma u otra, pero ninguno de sus sobrinos jamás verían nada de lo que les correspondía.

Oscar y Salvador planificaron el asesinato de su tía durante una semana entera, hasta que estuvieron listos para ejecutarlo y fueron a visitar a Nélida como comúnmente lo hacían casi siempre todos los fin de semanas. Ella estaba postrada en su silla de ruedas, convaleciente. Ambos intuyeron que el asunto no iba a resultar nada complicado.

Mientras uno de ellos distraía a Nélida hablándole y manteniendo con ella una conversación fluida y amistosa como las que solían darse habitualmente entre ellos tres, el otro la agarraría de sorpresa por detrás y la estrangularía con un lienzo. Se harían del testamento y cuestión resuelta.

El día indicado, cuando iban a consumar su plan, Nélida tomó el testamento y lo arrojó a la chimenea. El humo fue entonces negro y Nélida fue asesinada por sus sobrinos Oscar y Salvador porque se enojaron con ella porque se sintieron traicionados: en un segundo perdieron toda la herencia. Vieron el testamento consumirse lentamente por el fuego de la chimenea. EL crepitar de las llamas los enloquecía. Aunque quisieron salvarlo, no pudieron. La destrucción del documento fue total.

Cuando pretendieron salir de casa de su tía y escapar, la Policía los estaba esperando y los arrestó en el momento. El humo en la chimenea fue la señal para que actuara. Unos oficiales ingresaron posteriormente a la morada y extrajeron de un tronco un documento que estaba oculto. Expresaba lo siguiente: "Como mis adorables sobrinos me quieren matar, toda mi fortuna y ésta humilde cabaña irán a parar todo a obras de caridad. Cuando el humo de la chimenea esté ennegrecido, sabrán que mis sobrinos Oscar y Salvador actuaron. Y no quiero abandonar este mundo sin haber hecho algo por los demás y retribuirle de este modo todo lo que él me dio a mí. Lo saluda afectuosamente, Nélida Fortunato".

 


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