No pretendo darle crédito a la siguiente historia, ya que carezco de elementos necesarios para respaldarla y justificarla. Y es que las circunstancias son tan inverosímiles y extraordinarias, que ni yo me la creo. Así que, lisa y llanamente voy a proceder a describirla brevemente.
Cada vez que yo me iba a trabajar todas las
mañanas, dejaba la lámpara del comedor encendida por una cuestión de seguridad.
El resto de las luces las apagaba y cerraba todas las cerraduras con dos
vueltas de llave. Cierto día salí antes del trabajo, por lo que llegué más
temprano a mi casa. Cuando entré ésa vez, leí sobre el techo algo que me dejó
absolutamente paralizado. Era una nota que expresaba: "Dentro de muy poco robaré de su oficina unos documentos que usted
tiene en poder suyo y que es conveniente que pasen cuanto antes a nuestro
dominio por el bien de todos. Ésta es la única forma que tenemos de
conseguirlos". El recado no tenía ni firma ni remitente, pero podía
leerse en el techo porque fue dejado alevosamente sobre la lámpara que yo
siempre dejaba encendida en el comedor antes de irme para el trabajo. La
bombita del velador resultó ser un proyector eficaz y extraordinario.
No había cerraduras ni ventanas forzadas, tampoco
efectos personales fuera de lugar, la casa no estaba en absoluto revuelta ni
nada por el estilo. Todo estaba acomodado tal cual yo lo tenía. Cómo entró el
intruso y salió como si nada, era un profundo misterio.
Todos los días y durante una semana entera,
aparecieron varios recados, todos bajo las mismas circunstancias y condiciones,
y todos y cada uno de ellos me advertían sobre el inminente robo que sufriría
de mi propio estudio de mi casa de unos preciados documentos que estaban en
poder mío.
No fue sino hasta el octavo día
aproximadamente, que decidí hacer lo que debí haber hecho desde un principio y
que quizás no hice porque estaba completamente shockeado y paralizado por toda
la extraña situación que estaba experimentando, que fue ir a mi oficina y
revisar que todo estuviese es sus respectivos lugares. Y en efecto, así
procedí. Antes de ingresar, examiné la cerradura otra vez y estaba normal. Puse
la llave, entré e hice una inspección minuciosa del espacio. Todo estaba
ordenado tal cual yo lo tenía dispuesto, a excepción del bendito documento, que
había desaparecido por completo como por arte de magia. Y tomé la determinación
de entrar porque la última misiva dejada sobre la lámpara encendida de mi
comedor fue concisa y directa, y me hizo saltar el corazón del pecho: "Hoy robaré de su despacho los
documentos que nos interesan sin dejar el menor rastro". Y, en efecto,
así sucedió.
De este incidente, ya pasaron nueve años. Y
todavía hoy, sigo sin saber cómo entraron a mi casa sin forzar ni una sola cerradura
y sin dejar la menor evidencia posible. Lo que sí quedaba claro era que el
ladrón tenía conocimiento pleno de mi rutina y mis horarios. Todo lo demás,
incluyendo su identidad, escapa a mi entendimiento.
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