jueves, 14 de septiembre de 2017

Lámpara encendida (Gabriel Zas)


No pretendo darle crédito a la siguiente historia, ya que carezco de elementos necesarios para respaldarla y justificarla. Y es que las circunstancias son tan inverosímiles y extraordinarias, que ni yo me la creo. Así que, lisa y llanamente voy a proceder a describirla brevemente.

Cada vez que yo me iba a trabajar todas las mañanas, dejaba la lámpara del comedor encendida por una cuestión de seguridad. El resto de las luces las apagaba y cerraba todas las cerraduras con dos vueltas de llave. Cierto día salí antes del trabajo, por lo que llegué más temprano a mi casa. Cuando entré ésa vez, leí sobre el techo algo que me dejó absolutamente paralizado. Era una nota que expresaba: "Dentro de muy poco robaré de su oficina unos documentos que usted tiene en poder suyo y que es conveniente que pasen cuanto antes a nuestro dominio por el bien de todos. Ésta es la única forma que tenemos de conseguirlos". El recado no tenía ni firma ni remitente, pero podía leerse en el techo porque fue dejado alevosamente sobre la lámpara que yo siempre dejaba encendida en el comedor antes de irme para el trabajo. La bombita del velador resultó ser un proyector eficaz y extraordinario.

No había cerraduras ni ventanas forzadas, tampoco efectos personales fuera de lugar, la casa no estaba en absoluto revuelta ni nada por el estilo. Todo estaba acomodado tal cual yo lo tenía. Cómo entró el intruso y salió como si nada, era un profundo misterio.

Todos los días y durante una semana entera, aparecieron varios recados, todos bajo las mismas circunstancias y condiciones, y todos y cada uno de ellos me advertían sobre el inminente robo que sufriría de mi propio estudio de mi casa de unos preciados documentos que estaban en poder mío. 

No fue sino hasta el octavo día aproximadamente, que decidí hacer lo que debí haber hecho desde un principio y que quizás no hice porque estaba completamente shockeado y paralizado por toda la extraña situación que estaba experimentando, que fue ir a mi oficina y revisar que todo estuviese es sus respectivos lugares. Y en efecto, así procedí. Antes de ingresar, examiné la cerradura otra vez y estaba normal. Puse la llave, entré e hice una inspección minuciosa del espacio. Todo estaba ordenado tal cual yo lo tenía dispuesto, a excepción del bendito documento, que había desaparecido por completo como por arte de magia. Y tomé la determinación de entrar porque la última misiva dejada sobre la lámpara encendida de mi comedor fue concisa y directa, y me hizo saltar el corazón del pecho: "Hoy robaré de su despacho los documentos que nos interesan sin dejar el menor rastro". Y, en efecto, así sucedió.

De este incidente, ya pasaron nueve años. Y todavía hoy, sigo sin saber cómo entraron a mi casa sin forzar ni una sola cerradura y sin dejar la menor evidencia posible. Lo que sí quedaba claro era que el ladrón tenía conocimiento pleno de mi rutina y mis horarios. Todo lo demás, incluyendo su identidad, escapa a mi entendimiento.


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