_ Llegué y vi a la señora Pugliese tirada en el
piso_ le explicaba la oficial de Tránsito Albarracín al inspector Laureano
Borrell, de Homicidios.
Diana Albarracín estaba consternada y
angustiada por la tragedia que le tocó presenciar. Levantaba la vista solamente
para responderle sus preguntas al inspector y luego volvía a agacharla compungida.
_ ¿A qué fue a casa de la señora Norma
Pugliese, oficial Albarracín?_ fue lo siguiente que quiso saber Borrell.
_ A darle la noticia de la muerte de su esposo,
Antonio Lonpriato. Tuvo un accidente con el coche cuando volvía del trabajo
para su casa en avenida Córdoba altura Malabia y falleció en el acto como consecuencia
de la gravedad de las heridas.
_ ¿La causa de muerte y sus circunstancias
fueron legalmente avaladas por un médico forense?
_ Absolutamente, señor.
_ ¿No hay dudas entonces de que el señor
Lonpriato murió por el choque?
_ Ninguna duda al respecto, señor.
_ ¿Cómo fue el accidente?
_ El señor Lonpriato iba por Córdoba a la
velocidad permitida y cuando cruzó Malabia con el semáforo a favor suyo, otro
vehículo particular que venía transitando por calle Malabia atravesó a grandes
velocidades la avenida y embistió el auto de Lonpriato con suma violencia.
Demás está decir que el conductor responsable del accidente también perdió la
vida ahí mismo en el lugar.
_ ¿Las pericias accidentológicas, mecánicas y
de rastros que se practicaron fueron determinantes para abordar la conclusión
que usted me acaba de exponer, oficial Albarracín?
_ Sí. Absolutamente, inspector.
_ Continúe. Fue a notificarle a la viuda del
señor Lonpriato sobre lo sucedido, llegó a su casa, ¿y qué pasó?
La oficial Albarracín se estremeció y con
cierta reticencia a recordar lo acaecido, relató escuetamente los hechos.
_ Llegué y vi la puerta abierta. Llamé varias
veces para ver si alguien me respondía y cuando no obtuve ninguna respuesta
después de algunos minutos, desenfundé mi arma reglamentaria y entré
cautelosamente. Y contemplé enseguida el cuerpo de Norma Pugliese tirado boca
arriba sobre un gran charco de sangre que fluía de su cabeza a borbotones.
Revisé el resto de la propiedad y no encontré a nadie más adentro ni escondido
en algún rincón de la casa. Sólo varios papeles y muebles tirados y
desperdigados por doquier. E inmediatamente di intervención a la Unidad de
homicidios.
_ ¿No tocó ni movió nada de su lugar, no?
_ Dejé todo tal cual lo encontré.
_ ¿Intentó reanimarla?
_ Sí, por supuesto que seguí el protocolo
aunque era claro que ya no se podía hacer más nada para ayudar a la víctima.
_ Pero, usted encontró algo significativo al
lado del cuerpo, oficial.
_ Sí, señor. Encontré un rey de copas que la
víctima sostenía entre sus dedos, claramente plantado ahí por un tercero. Es la
firma clave de un asesino serial.
_ Hace tres meses que El Rey de Copas viene
atacando, pero su modus operandi en este caso difiere absolutamente del
tradicional. Y a no de ser que se dé un evento considerablemente extraordinario
que amerite un cambio de rutina, el asesino serial respeta en cada asesinato
que comete su ritual. Y ésa circunstancia particular en este caso puntual
estuvo ausente.
Diana Albarracín se puso más nerviosa que al
comienzo.
_ No sabría decirle eso, señor_ agregó la
oficial, esquiva.
_ Y
tampoco sabrá explicarme porqué no se registraron faltantes de objetos pese a
que gran parte de la morada fue revuelta de pies a cabeza por el intruso.
_ Quizás, porque no encontró lo que buscaba.
_ ¿Y qué imagina que buscaba el asesino según
usted, oficial Albarracín?
_ No sabría qué responderle a eso, inspector.
_Y tampoco sabrá explicarme porqué los peritos
no encontraron ningún rastro de que la cerradura de la puerta de entrada haya
resultado forzada.
_ La señora Pugliese debía conocer al asesino.
Por eso quizás el cambio en su modus operandi.
_ ¿Qué cree que pasó, desde su punto de vista,
oficial Albarracín?
_ Creo que algún familiar muy cercano a la
víctima la asesinó por motivos personales, desordenó un poco las cosas para
aparentar un robo y finalmente decidió inculpar al misterioso Rey de Copas
para, quizás, generar más confusión. Es claro que el asesino desconoce el
método de ataque de este criminal.
_ No lo conoce porque la prensa nunca difundió
los detalles del caso, oficial.
Diana Albarracín miró a Borrel con una mirada
perdida y afligida. Sin embargo, unos golpecitos en el hombro que aquél le
propinó la tranquilizaron de inmediato.
_ Una última cosa, oficial. ¿Cuánto tiempo pasó
aproximadamente desde que tuvo conocimiento del accidente del esposo de la
víctima hasta que vino a notificarla sobre el hecho y se encontró con la escena
de su muerte?
_ Calculo que no más de dos o tres horas,
señor. Francamente, no medí el tiempo.
Borrell la miró seriamente por algunos
segundos, mientras que Diana Albarracín lo miraba fijamente haciendo un
esfuerzo muy grande para evitar desviar la mirada hacia otra parte.
_ Está muy nerviosa, oficial. La entiendo
perfectamente_ le dijo el inspector afectuosamente._ Vaya a descansar. Y
gracias por su testimonio.
Ella le dirigió una cálida sonrisa tímida,
sintiendo por dentro un gran alivio y se retiró. Por su parte, Laureano Borrell
junto al equipo de investigación designado por la Justicia siguió revisando toda
la casa y barajando varias posibilidades sobre lo sucedido sin ninguna idea
clara al respecto. Cada observación que hacía la apuntaba en su diminuta
libreta de mano, pero muchas de sus anotaciones resultaban de un interés
irrelevante para la causa. No obstante, el inspector Borrell era una persona
muy meticulosa que no le gustaba dejar librado al azar ningún detalle por más
insignificante que el mismo pudiera significarle. Después de dar por culminada
su inspección, se acercó hasta uno de los oficiales del equipo.
_ ¿Hablaron con los vecinos para saber si
alguien vio o escuchó algo fuera de lo normal?_ le preguntó Borrell a aquél.
_ Sí, señor_ respondió el oficial consultado
por el inspector._ Escucharon un quejido muy agudo que se intensificó repentinamente
en un grito ahogado de dolor y atrás de eso sólo perduró el silencio. Salieron
a ver qué pasaba y encontraron la puerta abierta de la casa de la señora
pugliese pero no vieron salir a nadie. Y al rato la vieron llegar a la oficial
Albarracín.
_ ¿Los vecinos pueden atribuirle
fehacientemente el grito que oyeron a la señora Pugliese?
_ Se lo atribuyen por las circunstancias, no
por otra cuestión, señor.
_ ¿Alguno de los vecinos entrevistados hablaron
con la señora pugliese en algún momento del día de hoy?
_ Todos respondieron negativamente a ésa
pregunta.
_ ¿Qué alegaron respecto al comportamiento de
la señora Pugliese en el transcurso de las últimas semanas?
_ Bien. Dijeron que estaba feliz y reluciente
como acostumbraba a estarlo habitualmente. Era una mujer con un temperamento
muy alegre.
_ ¿De modo que debo suponer que no tenía
problemas con su matrimonio?
_ Treinta y dos años de casada. La pareja
estaba en su mejor momento.
_ De todos modos, hubiese resultado improbable
que el marido la hubiera asesinado porque estaba en camino hacia la casa cuando
la mataron.
_ Pudo, sin embargo, haber contratado a alguien
más para que hiciera el trabajo sucio.
_ Lo dudo en absoluto. A propósito, oficial.
¿Saben los vecinos lo que le sucedió al señor Lonpriato?
_ Sí. Están todos muy conmovidos y consternados
al respecto. Perder a dos amigos del barrio en un mismo día es cosa que no
ocurre a menudo.
_ Veo que usted y el resto del equipo han hecho
bien su trabajo. Lo felicito por eso.
_ Gracias, señor.
Laureano Borrel acortó notablemente la
distancia que mantenía con el oficial consultado.
_ Hágame un favor_ le balbuceó el inspector muy
de cerca._ Manténgame informado de todas las novedades que vayan surgiendo y
cerciórese personalmente de que el fiscal y el juez investiguen muy de cerca a
los vecinos del matrimonio por si hay algo de información que nos estén
ocultando.
_ Cuente con eso, señor.
_ Gracias.
Y Laureano Borrell le guiñó el ojo acompañando
el gesto de una sonrisa.
A los pocos días del asesinato de Norma
Pugliese, el inspector recibió dos noticias por vías diferentes. La primera, es
que su oficial confidente le confirmó que al menos una vecina del matrimonio
Pugliese-Lonpriato vio que la víctima había discutido con sus dos hijos un poco
antes del crimen y que posterioremente mantuvo un encuentro secreto con su
único sobrino, Isidoro Pugliese. La declarante adujo en su testimonio bajo
juramento que desconocía si su esposo, Antonio Lonpriato, estaba al tanto de
ésta discordia familiar y que ignoraba el motivo de la trifulca.
Y por otro lado, las pericias accidentológicas
en general sustanciaron el aval del choque fatal que terminó con la vida de
Antonio Lonpriato. Oficiualmente, no había conexión alguna entre ambos casos. Y
con la declaración de los vecinos testigos pudo asimismo verificar que la
historia que refirió la oficial Diana Albarracín en su parte de los hechos
resultó verídica e irrefutable. La única desventaja era que el examen
preliminar de autopsia no iba a estar disponible hasta dentro de al menos tres
días más porque en el polo judicial que tenía jurisdicción en la causa había
solamente un médico forense desginado de turno y estaba sobrecargado de trabajo
reciente y atrasado, y algunos casos disponían de mayor prioridad que otros.
Laureano Borrell aprovechó ése tiempo para
interrogar a los tres principales sospechosos del caso con la debida
autorización legal pertinente.
Al primero que visitó el inspector Laureano
Borrell fue a Hugo Lonpriato, el hijo mayor del matrimonio. Era un hombre
ordinario y daba a simple vista la apariencia de poseer un temperamento
bastante fuerte y controvertido. Sin embargo, resultó todo lo contrario. Un
hombre débil, abstraído y de personalidad sensible. Después de que Borrell le
diera sus condolencias por la pérdida de sus padres, se abocó a interrogarlo
sobre el asesinato de su madre, Norma Pugliese.
_ Un testigo confiable los vio discutir a usted
y a su madre días antes de su asesinato_ lo confrontó Borrell fríamente.
No
obstante, Hugo Lonpriato le devolvió una mirada furtiva e inexpresiva.
_ ¿Puedo saber antes cómo murió mi madre?_
preguntó haciendo un esfuerzo sobrehumano para evitar quebrarse.
_ El asesino la empujó ferozmente contra el
piso y ella pegó la cabeza de llenó contra una mesa ratona que hay en el
living. Sin dudas, antes de amatarla, el asesino intercambió unas palabras con
ella.
_ Mi hermano Javier, Javier Lonpriato, quería
quedarse con todo el negocio familiar para él. Mi familia es dueña de la
empresa de electrodomésticos Vitale. Mi padre, para asegurarnos un próspero
futuro económico por si algo le pasaba, le cedió en el testamento todos los
derechos y la potestad de la firma a mi madre, dejando asentado además que de
pasarle algo a ella, nos correspondía en partes iguales a mi hermano y a mí. Es
decir, cincuenta porciento de la compañia para cada uno de nosotros, todo con
el aval legal de sus abogados. Pero Javier es tan ambicioso y avaro, que quería
todo para él y me quería dejar afuera del negocio a mí. Por supuesto que me
enojé y discutí en fuertes términos con él. Pero empujado por lo inútil que fue
intentar convencerlo de hacer las cosas bien, cedí a su obstinación y fui
directo a hablar con mamá. Después, Javier habló por su lado y mi madre nos
citó a los dos en su casa. Nos dijo que había hablado con papá de este asunto y
que habían decidido, después de haberlo debatido y reflexionado en profundidad,
dejar sin efecto dicha cláusula. Si algo les pasaba a alguno de ellos o a los
dos, la empresa pasaba automáticamente a concurso judicial para asignarle a
través de pliegos de licitación un nuevo dueño. Ésa fue la discusión que oyeron
sus vecinos. Mamá estaba retiente a declinar su decisión y mi hermano la suya,
así que la pelea entre ambos fue mucho más intensa. Tuvo que intervenir mi primo
Isidoro para calmar las aguas, sin tomar partida de ninguna postura a favor.
_ Entonces, usted volvió a casa de su madre
para buscar y robar el segundo testamento, digamos, que lo dejaban a ustedes
dos excluidos del negocio familiar. Confrontó a su madre y como ella no entró
en razón, impulsado por un arrebato espontáneo de emoción violenta, empujó a su
madre contra el piso con tanta mala suerte que la mató. Después, revolvió la
casa de arriba a abajo buscando ése documento y cuando lo encontró se lo llevó.
_ Sí, volví con ése objetivo y sus deducciones
son totalmente ciertas, menos una: yo no maté a mi madre. Cuando llegué... Ya
estaba muerta. Me apresuré a buscar lo que deseaba y huí despavorido de la
escena.
Laureano Borrell miró a Hugo Lonpriato fijó a
los ojos por unos cuantos segundos prolongados. Y el hijo de la señora Pugliese
miraba al inspector de Homicidios con miedo, dudas y confusión.
_ Le creo_ admitió Borrell con absoluta
franqueza._ ¿Por qué no llamó a la Policía cuando descubrió el cuerpo de su
madre?
_ ¡Porque sabía que no se vería nada bien! ¡No
supe qué hacer ni cómo reaccionar!
_ Tiene que hacer las cosas correctamente e ir
con la verdad de frente.
_ Perdí a mis padres en un mismo día y en
circunstancias diferentes. Póngase un poco en mi lugar de vez en cuando.
_ Matar a su madre no le hubiese contribuido
ninguna ventaja favorable a su situación. Ella, por la cuestión de la herencia,
valía más viva que muerta. Eso lo descarta también a su hermano de entre los
sospechosos. Y en vista de que el señoer Isidoro Pugliese carecía de motivos
aparentes para el homicidio, todo el caso vuelve a foja cero.
_ ¿Acaso no la mató un asesino que se hace
llamar Rey de Copas? Supe por el expediente que encontraron su sello
característico en la escena.
_ Creemos que eso fue una pantalla del
verdadero asesino para evadirse de su responsabilidad en el caso. ¿Sabía eso
pero no cómo su madre había muerto?
_ Cuando la vi tirada, lo supe enseguida. Pero
me negaba a creerlo y por eso me negué a revisar en detalle el expediente de la
causa. Necesitaba que alguien me lo dijera personalmente. Y ése alguien fue
usted, inspector.
_ ¿No vio movimientos extraños ni antes ni
después de que llegera y se fuera respectivamente usted de casa de su madre el
día del crimen, señor Lonpriato?
_ Estoy seguro que no.
Laureano Borrell le agradeció el tiempo y su
siguiente diligencia fue mantener una reunión escueta con el hermano de aquél,
Javier Lonpriato. Tenía un temperamento más hostil y dominante que Hugo
Lonpriato, y sus modales eran más agresivos y poco refinados. Después de que el
inspector le hiciese un breve resumen del encuentro que mantuvo con
precisamente Hugo Lonpriato, Javier se ofuscó cuando supo lo que hizo de haber admitido sustraer el segundo documento
de casa de su madre.
_ Ése granuja, hijo de perra_ fustigó con una
verborragia muy acentuada.
_ Mitad para ambos de la empresa, ésa fue la
voluntad de sus padres_ le refutó Borrell._ La voluntad de sus padres se amolda
a la ley y nosotros nos amoldamos a la ley sin perjuicios ni ofensas.
_ Usted no entiende, inspector.
_ Entiendo que su egoísmo mató a su madre.
_ ¿Cree que la asesiné?
_ Dígamelo usted.
_ Fui a verla ése mismo día, pero desde una
cuadra antes vi a una oficial de Policía entrando a su casa. Tuve miedo y me
volví. Y a las horas me llamaron dándome la noticia de su muerte.
_ ¿Por qué se retiró del lugar, señor
Lonpriato?
_ ¿Para qué iba a acercarme? No sabía con
exactitud lo que había ocurrido. Pero supe enseguida que no podía ser nada
bueno. Si me acercaba y me identificaba como familiar directo de la propietaria
de la casa, me iban a retener e iban a achacarme lo que hubiera pasado de
cualquier manera. Perdoneme, pero no confío en la Policía. Quizás obré mal pero
no me arrepiento por eso.
_ ¿Se dirigía a casa de su madre porque supo
que su hermano estaba con ella intentando convencerla de que cambiase de
decisión respecto de la herencia y se enojó?
_ Lo desconocía por completo hasta que usted me
lo acaba de decir, inspector. Iba a darle la noticia sobre el accidente que
tuvo papá. Yo trabajo a dos cuadras de donde ocurrió el accidente y un
compañero de la oficina que pasaba casualmente por el lugar vino corriendo a
avisarme.
_ ¿Y no se le ocurrió pensar que una oficial de
Policía estaba en su casa para darle precisamente la noticia y no por otra
razón?
_ Por la tensión que había por el tema de la
herencia de la empresa, no se me ocurrió pensar en nada más. Prefería darle yo
la noticia la muerte de papá personalmente antes de que lo hiciera alguien más,
porque estaba seguro que no lo soportaría.
_ ¿A qué se refiere exactamente con que la
señora Pugliese no lo soportaría?
_ Ella sufría seriamente del corazón. Una
noticia así, dada en seco, la habría fulminado de un infarto sin dudas. Estaba
medicada por prescripción médica. Su cardiologo de cabecera nos prohibió
terminantemente darle malas noticias no sin antes prepararla. La habría matado,
sin dudas. Por eso imagino que junto a mi padre tomaron la decisión de sacarnos
a mi hermano y a mi de la herencia, para evitar hacerse problema y preservar su
salud. Así el inconveniente quedaba subsanado. Me comporté como un tarado
Y agachó la mirada en señal del sentimiento de
vergüenza que lo invadía en ése momento.
_ "Darle la noticia en seco la habría
matado sin dudas"_ repitió para sí Laureano Borrell, recobrando la
vivacidad de golpe. E inmediatamente volvió su atención de nuevo hacia Javier
Lonpriato.
_ No niego que se haya comportado de una manera
egoísta y caprichosa_ proclamó con entusiasmo._ Pero me ha usted ayudado de un
modo que ni se imagina.
Se retiró sin demasiadas explicaciones. Javier
Lonpriato, por su parte, no comprendió del todo ése cambio repentino de actitud
del inspector Borrell ni mucho menos sus últimas palabras.
El forense, el doctor Felipe Inchausti, le
entregó en mano a Borrell el resultado preliminar de la autopsia practicada al
cuerpo de la señora Norma Pugliese. Según el estudio, falleció a las 18:38. Y
al contemplarlo en el papel, Laureano Borrell sintió un profundo alivio porque
estaba absolutamente convencido de que resolvió exitosamente el caso.
Curiosamente, volvió a contactar a la oficial
Diana Albarracín para tener una conversación en privado con ella respecto de la
muerte de Norma Pugliese. La oficial en cuestión no comprendía demasiado la
petición del inspector Borrell de ponerla al tanto sobre las más recientes
novedades referidas al caso porque ella no era una investigadora activa
involucrada en el mismo, sino una testigo clave y fundamental. Pero no podía
oponerse a aceptar las demandas insistentes de un inspector de Homicidios de la
Policía Federal con un currículum intachable de casos resueltos.
Se encontraron en un punto medio y Borrell le
pidió a la oficial de Tránsito, Diana Albarracín, que volviera a referirle lo
que pasó con rigurosa precisión el día de la muerte de la señora Pugliese.
Una vez que ella finalizó con su exposición de
los hechos, Laureano Borrell la confrontó con la prueba científica de la
autopsia. Albarracín se puso pálida de golpe y miró al inspector con los labios
frágiles y temblorosos.
_ La hora de la muerte data a las 18:38_ dijo
el inspector, con fervor._ Coincide con la visita suya a casa de la señora
Pugliese para informarle la muerte de su marido, el señor Antonio Lonpriato.
_ Debe haber un error, señor_ admitió Diana
Albarracín con algo de culpa reflejada en su inocente mirada interrogativa._ A
ella la asesinaron.
_ No, yo creo que no se trató de ningún
asesinato, sino más bien de un
desafortunado accidente. Interrogué a uno de sus hijos y me dijo que su madre
era propensa a sufrir infartos por un problema crónico que tenía en el corazón.
Y para cerciorarme de que él me estaba diciendo la verdad, revisé la historia
clínica de Norma Pugliese y en efecto sufría del corazón. Estaba por ende con
un tratamiento médico específico desde hacía siete meses. Cualquier mala
noticia podía haber desencadenado en un infarto fulminante. Y fue exactamente
lo que pasó. Usted, oficial Albarracín, le dio la noticia del fallecimiento de
su marido, ella no lo resistió y sufrió un ataque cardíaco, con tanta mala
suerte, que cuando se desvaneció, impactó su cabeza contra el borde la mesa
ratona que estaba justo detrás de ella y murió en el acto. Usted se asustó,
puso su reputación y su ascenso por sobre lo sucedido, y fingió un homicidio,
culpando al misterioso Rey de Copas, además como una clara oportunidad para
finalmente atraparlo después de tres meses de exhaustivas investigaciones que
conducen a la nada misma. Sólo que no tuvo en cuenta una serie de detalles que
fueron los que casualmente la delataron. Esto, ciertamente, omitiendo su
errático comportamiento que tuvo para conmigo desde que comencé a interrogarla.
Sus nervios se acrecentaron tanto desde el comienzo que a la larga terminaron
traicionándola.
Diana Albarracín se quebró y confesó todo.
_ ¡Está bien! ¡Me asusté, no lo niego!_ confesó
frenéticamente._ Llegué a la casa, me recibió amablemente y después de unos
minutos de mantener con ella una charla distendida y sociable, tuve que decirle
que su esposo había fallecido en un accidente automovilístico. Se puso pálida
de repente, como si le hubiera bajado la presión. Abrí la puerta rápidamente
para que le entre aire para que se sintiera mejor y escuché a mis espaldas un
estruendo terriblemente fuerte. Cuando me volví hacia ella, la vi yacer muerta
sobre el piso. Juro que no sabía que sufría del corazón, ¡no lo sabía! No
pueden juzgarme por eso. Atribuí sus mareos a la presión, a algo tan
superficial como eso, no a algo más grave. No supe qué hacer. Y me acordé de
repente del Rey de Copas. Busqué una baraja española, extraje dicho naipe de su
interior y lo planté en el cuerpo. Tenían que atraparlo de una buena vez.
Después de eso, salí y fui hasta un locutorio a cinco cuadras de la escena para
llamar a la Unidad de Homicidios. Y cuando volví, totalmente nerviosa y
angustiada, me encontré con gran parte de las cosas revueltas. Y pensé que ése
golpe de suerte caído del cielo me exoneraría.
_ Plantó un rey de copas para desviar la
investigación y matar dos pájaros de un tiro pero en realidad lo hizo para
crearse usted misma su propia coartada, oficial Albarracín. Es verdad, no
tenía porqué saber que la señora pugliese sufría del corazón. Eso no constituye
ningún delito en sí. Pero su negligencia, sí, y será juzgada por un tribunal,
como corresponde. Y por supuesto se le
imputarán cargos por homicidio simple.
La oficial palideció terriblemente y no
encontró palabras apropiadas para describir el estado de desesperación que
experimentaba entonces.
_ No nos engañemos, oficial_ sentenció al fin
de cuentas, Laureano Borrell._ Usted, con sus actos desmedidos e incalculados,
mató a la señora Pugliese.