lunes, 16 de octubre de 2017

El traductor de señas (Gabriel Zas)




_ No entiendo cómo les gustan estos brebajes excéntricos a los argentinos_ mascullaba Dortmund, mientras apoyaba en la mesa un mate a medio terminar con cara de desprecio.

El capitán Riestra se rió descabelladamente sacudiendo su cuerpo como un tornado.

_ No veo nada gracioso en todo este asunto. Es altamente cuestionable que se ría impiedosamente de la desgracia que padece un gran amigo suyo.

_ Perdone, Dortmund_ se disculpó sinceramente, Riestra._ Fue su expresión lo que motivó mi ataque de risa intempestivo. Realmente, pareció como si hubiese probado un sorbo de veneno.

_ Cualquier veneno sabe mejor que ésta cosa que ustedes llaman mate.

_ Es una tradición, un mito en nuestra cultura. ¡Vamos, Dortmund! No sale tan mal.

_ Pues, para mí sabe peor que un jarabe. Y eso es mucho decir para mí.

Unos golpes en la puerta interrumpieron la diversión de los dos caballeros. Dortmund fue a atender y se encontró con un hombre de unos treinta y pico de años, elegantemente vestido, con un sombrero de gabardina que desentonaba con el resto de sus ropas, de rostro lánguido y ojos enormes. Se presentó formalmente ante Sean Dortmund como Augusto Sandoval y dijo que era traductor de señas para sordomudos, e inmediatamente solicitó hablar con él en privado porque necesitaba consultarle sobre un asunto de extrema urgencia y sumamente delicado. El inspector accedió sin perjuicios a sus demandas y lo invitó a pasar a su morada, tras lo que posteriormente soslayó las presentaciones formales con el capitán Riestra. El señor Sandoval miró a aquél con repulsión y miedo, y desvió la mirada nuevamente hacia Sean Dortmund. El inspector le sonrió afablemente y lo invitó a tomar asiento con un gesto con la mano.

_ El caballero aquí presente_ dijo Dortmund en alusión a su amigo_ es el capitán Riestra, jefe de la División Homicidios de la Policía Federal. Confíe en él plenamente y cuéntenos su problema con absoluta libertad. Su relato no saldrá de estas cuatro paredes.

Sandoval se mostró más aliviado.

_ Escuché hablar de ambos_ comentó._ Bueno, en realidad leí sobre ustedes. Sé que usted Dortmund ayudó a la Policía a recuperar una joya perdida nada más y nada menos que en la Quinta presidencial. Y ha colaborado con el capitán en la resolución de varios casos intrincados. Por eso, tengo la absoluta certeza de que podrán ayudar a un pobre hombre que se encuentra seriamente en peligro.

_ Adelante_ lo incentivó el inspector a comenzar con su relato.

_ Como bien le hice saber hace unos momentos cuando me abrió, soy traductor de señas para personas sordomudas. Hace dos noches, cerca de las once más o menos, me tocaron el timbre dos personas: un pobre hombre no vidente y una mujer joven que lo acompañaba. De ella, desconozco el nombre. Aquél ciego que yo juzgué de pobre por su condición, en realidad no lo era para nada porque no dejó que ella hablara en ningún momento. La mujer parecía estar afligida y sumisa, porque no dudo en absoluto que estaba sometida a la tiranía de aquél modesto caballero que estaba junto a ella. Con ella, se comportó como un ser despreciable. Pero conmigo, en cambio, se mostró como la persona más amable del mundo.

<Se presentó como Enzo Berlusconi y dijo que necesitaba de mis servicios urgente. Al principio, como podrán ambos imaginar, me negué a aceptar el trabajo. Pero sus insistencias fueron tales, que acepté porque me terminó derrotando por cansancio. Inclusive, prometió pagarme el doble de lo que yo le pidiera por las molestias ocasionadas y, ciertamente, me pareció una retribución generosa y acorde al contexto. Le pregunté al señor Berlusconi a quién debía traducir y de repente, como si lo hubiera ofendido de alguna forma, cambió su actitud radicalmente y me contestó despectivamente que eso a mí no me importaba. Sólo tenía que hacer mi trabajo sin hacer preguntas de ninguna clase y bajo ninguna circunstancia. Empecé levemente a asustarme pero supuse que cualquier intento por resistirme resultaría en vano, así que proseguí sin hacer preguntas. Me abrieron la puerta de atrás de un coche que era manejado por un chófer y me durmieron enseguida con cloroformo antes de que pudiera subir. Supongo que el propósito de ése artilugio respondió a que no deseaban que viera el camino que tomábamos ya que el vehículo estaba desprovisto de cualquier clase de precaución al respecto.>

<Recobré el conocimiento a las tres horas, más o menos. Ni bien abrí los ojos, me vi encerrado en una habitación destemplada y sin ningún tipo de comunicación con el exterior. Caminé incesantemente golpeando todos y cada uno de los recovecos de las paredes inútilmente. Examiné otros rincones del cuarto también sin alcanzar ningún resultado satisfactorio. Y fue cuando escuché unos pasos que se aproximaban, así que rápidamente corrí hasta la cama y me volví a acostar. Abrieron la puerta y era el señor Berlusconi. Me guió cuidadosamente hasta la habitación más próxima a la que yo me encontraba encerrado y me introdujo casi por la fuerza. Cuando entré, vi a un hombre atado de pies y manos a una silla, y con una mordaza en su boca. No lo conocía pero el pobre hombre estaba muy asustado y en un estado tremendamente desahuciado. Uno de los socios del señor Berlusconi le liberó solamente las manos y el propio señor Berlusconi se dirigió luego hacia mí.>

<_ Dígale que si no firma los papeles y renuncia, lo pagará con su vida. ¡Hágalo!_ me ordenó enardecidamente.>

<Controlé mis impulsos y con señas, le dije al pobre cautivo lo que Berlusconi me ordenó. Aquél, con bastante presión y nerviosismo encima, me contestó también con señas y me dijo que no iba a acatar para nada sus pretensiones porque no iba a traicionar los principios morales de su hombre de confianza. Luego, por orden de Berlusconi, le volví a preguntar si estaba seguro, y el sordomudo me respondió que sí, que no le importaba lo que hicieran con él. Y durante casi un hora, las preguntas fueron las mismas una y otra vez. Y las respuestas que obtuve de aquél misericordioso caballero cautivo fueron una y otra vez asimismo exactamente iguales. Enzo Berlusconi perdió la paciencia y dio por finalizado el interrogatorio. Me pagó los honorarios y me liberó en un descampado, dejándome dinero inclusive para que me tomara un remis para poder volver a mi casa, no sin antes advertirme que si llegaba a abrir la boca sobre lo que vi y pasó en ése diminuto cuarto, no viviría para contárselo a nadie más. Caminé unos kilómetros por un camino lleno de yuyos hasta que llegué hasta la General Paz y acá estoy. Eso me hace pensar que esos tipos no pueden estar muy lejos. Es todo lo que puedo referirle en cuanto el incidente, pero puede estar seguro que matarán a ése pobre infeliz sin reparos si no firma esos extraños papeles que ellos demandan inconmensurablemente que firme. No sé, Dortmund. Es todo muy extraño y me sentiría absolutamente culpable si no pueden salvar a ése hombre de una muerte casi segura.>

Sean Dortmund reflexionó el asunto en profundidad durante unos cuantos minutos hasta que rompió el silencio.

_ ¿Volvió en el coche en las mismas condiciones en la que lo trasladaron, señor Sandoval?

_ ¿Se refiere usted a que si me durmieron?

El inspector asentó con un ligero movimiento de cabeza.

_ Sí. Perdone, por el trauma que tengo encima olvidé mencionárselo en el relato mismo_ respondió Augusto Sandoval con sinceridad.

_ ¿Qué puede decirme del vehículo en cuestión?

_ Muy poco. Casi nada, a decir verdad. Era un auto tipo limusina, color negro y con vidrios polarizados.  Por eso me anestesiaron. Porque de adentro hacia afuera, todo se percibe con notable claridad. Pero desde afuera hacia adentro, la visión se dificulta enormemente. Creo que por eso el señor Berlusconi no se tomó grandes molestias en tomar algún tipo de medida al respecto, por lo que el cloroformo resultó ser la solución más viable a sus propósitos.

_ Comparto absolutamente su apreciación, señor Sandoval. ¿Qué más puede decirnos? ¿Vio, por ejemplo, la patente?

_ No, inspector Dortmund. Lo lamento.

_ ¿Modelo, marca, alguna marca distintiva?

_ No, no tuve tiempo de concentrar mi atención en los detalles. Perdóneme usted. Quisiera poder decirle más. Pero mis conocimientos sobre el vehículo se limitan sólo a lo que le expuse.

_ Y me ha dicho usted más de lo que imagina. 

_ ¿Puede usted hacer algo con tan poco?

_ Su especialidad son los detalles, lo superficial que nadie ve y todos pasan por alto, porque justamente es superficial. Ahí concentra él toda su atención y luego la imaginación hace su parte_ le explicó el capitán Riestra a su cliente.

_ Me tranquiliza mucho escuchar eso_ repuso Sandoval, aún mucho más aliviado que antes.

_ ¿Puede estimarnos el tiempo de viaje desde su casa hasta el recinto al que lo llevaron?_ continuó Dortmund preguntando.

_ Dudo si permanecí inconsciente.

_ Pero si toma en cuenta la hora en que lo recogieron y la hora que era cuando despertó, eso puede darnos una idea aproximada al respecto. Y usted dijo ante que despertó recién a las tres horas, lo que nos da un margen de hora y media o dos de viaje. Gracias, señor Sandoval.

_ Usted caminó hasta la General Paz desde el punto en que lo abandonaron. No puede ser que lo hayan llevado muy lejos_ reflexionó a viva voz, Riestra.

_ Sólo que perdí la noción del tiempo cuando volví y no puedo precisar ni tiempos ni distancias cercanas_ se lamentó Augusto Sandoval.

Sean Dortmund se mostró definitivamente optimista.

_ El capitán Riestra lo acompañará a la Seccional para que preste usted declaración_ le dijo Dortmund a Sandoval, vehemente_ y lo mantendrá a debido resguardo hasta que el peligro haya pasado para usted.

_ ¿Y el pobre sordomudo al que tienen prisionero?_ preguntó Augusto Sandoval con aflicción y dudas.

_ Si mi suposición es acertada, aún está con vida y podré rescatarlo en óptimas condiciones dentro de muy poco tiempo_ respondió el inspector sin perder el optimismo._ Vamos, no hay tiempo que perder.

Dortmund le indicó con un ademán al capitán Riestra que se llevara urgente al señor Sandoval.

_ Dígame qué está sucediendo_ exigió saber Riestra.

_ Por ahora, es mejor que no lo sepa_ le retrucó el inspector.

_ No lo voy a dejar solo. Le diré a algunos hombres de mi escuadrón que se encarguen de Sandoval y yo voy con usted adonde sea que vaya a ir.

_ No hay tiempo para eso. Lo veré dentro de exactamente dos horas.

y Dortmund echó a Riestra y a su visitante de su departamento a la fuerza. Tomó su sobretodo y se marchó con dirección incierta. No pasó demasiado tiempo hasta que Dortmund llegó hasta cierto lugar lleno de gente, entró, se presentó y requirió hablar con Enzo Berlusconi. A los pocos minutos, un hombre no vidente y de modales muy refinados, acudió al encuentro con el inspector. Después de hablar durante unos cuantos minutos, Sean Dortmund le escribió un recado en Braile y se lo entregó en mano al señor Berlusconi.

_ Firme y estará todo en orden_ le dijo Dortmund._ Ya sabe usted, meros trámites burocráticos.

Enzo Berlusconi firmó con absoluta confianza y convicción en el espacio en donde el inspector le indicó.

_ ¿Se le ofrece algo más?_ le preguntó Berlusconi a Dortmund antes de despedirlo.

El inspector se arrimó lo suficiente para hablarle al oído.

_ Sí_ le susurró._ Su fraude quedó al descubierto. Ya sé que no es usted ciego y que ve tan bien como cualquier vidente. Usted firmó una confesión. En Braille o en cualquier idioma, tiene igual valor legal. Y me valió para confirmar mis sospechas de que usted no es ciego, señor Berlusconi, porque claramente no sabe leer Braille. De lo contrario, no habría firmado nunca este documento que le extendí con excusas, porque lo que realmente usted firmó es una acusación en la que asume tener secuestrado al señor Esnaola y que pretendía hacerle firmar unos documentos apócrifos sobre actos de corrupción que cometió su Gobierno para exponerlo públicamente y que su partido triunfe en el ballotage ya con su competencia vilmente fuera de juego. Pero en realidad, el contenido de esos documentos es una carta de renuncia a las elecciones. Muy astuto al secuestrar al testaferro y apoderado general de su partido político opositor y secretario personal de su principal candidato, Clemencio Esnaola. Aprovecharse de un pobre sordomudo para manipularlo y ganar el ballotage con trampa, como un verdadero cobarde. Se hicieron indispensables los servicios de un traductor de señas para obligarlo a hacer lo que usted pretendía. Ahora, yo me iré tal como vine, usted no hará nada estúpido y en cinco minutos, me encontraré con el señor Esnaola en la esquina. Sé que lo mantiene cautivo en el cuarto de atrás de ésta sede electoral. Debe ser un pequeño pero cómodo condominio de dos ambientes. ¿O me equivoco? La Policía ya está avisada y el traductor que usted contrató está declarando en estos momentos en su contra.

Enzo Berlusconi se quedó petrificado y sin reacción ante la explicación detallada e ingeniosa de Sean Dortmund. El inspector salió tranquilamente, esperó tal como lo advirtió y en menos de cinco minutos, el señor Esnaola estaba reunido con Dortmund, quien inmediatamente fue a ver al capitán Riestra. Cuando aquél contempló a Dortmund entrar a la Comisaría en compañía de Clemencio Esnaola, todos los oficiales presentes se quedaron sin aliento.

Un teniente tomó al señor Esnaola y se lo llevó aparte para realizarle una revisación completa de rutina y brindarle todo el apoyo que requiriera. En tanto, el capitán Riestra aisló al inspector Dortmund del resto y le pidió explicaciones al respecto, totalmente admirado. Dortmund adoptó una actitud de grandeza y le expuso escuetamente la conversación que había mantenido con el seor Berlusconi.

_ ¿Cómo supo usted la verdad de todo? ¿Cómo pudo darse cuenta tan rápidamente de que Enzo Bernasconi no era en verdad ciego? No lo comprendo_ indagó absolutamente intrigado, Riestra.

_ Simple_ repuso el inspector, modestamente._ Por el cloroformo. Era la única persona posible de las tres que visitaron al señor Sandoval que le pudieron haber sumistrado la sustancia. El chófer estaba al volante y la mujer que los acompañó estaba expuesta a la servidumbre del señor Bernasconi, por lo tanto eso lo dejaba a él por descarte como el único capaz de haberlo hecho. Porque, si realmente hubiera sido ciego, no habría podido dormir al señor Sandoval con cloroformo con tanta precisión, seguridad y convicción.

_ En verdad es muy sencillo. Pero no explica cómo sabía que todo el asunto se trataba de una cuestión política.

_ En dos semanas es el ballotage y mañana es la fecha límite para presentar toda la documentación correspondiente ante la Justicia Electoral para ratificar las postulaciones. No podía ser otra cosa. Además, la limusina negra, el buen trato de Berlusconi para con el señor Sandoval, fueron otros indicios claros de que todo respondía a una disputa política. Los grandes candidatos se manejan en ésa clase de transporte y no pueden evitar ser amables de arranque para producir una buena impresión en el otro para ganar futuros votos para su partido.

_ Cautivo en una habitación atrás de la unidad, sede distrital del partido. Por eso tuvieron que dormir al señor Sandoval. Fue una suerte que no se haya despertado antes de tiempo.

_ Coincido con usted en eso, capitán Riestra. ¿Es que acaso no va a preguntarme cómo deduje que se trataba de Clemencio Esnaola la persona raptada?

_ Iba a hacerlo ahora, Dortmund.

_ Recordé de pronto con la historia que nos refirió el señor Sandoval,  que hace cuatro años atrás el señor Esnaola sufrió un dudoso accidente antes de las elecciones presidenciales de ése año que lo dejó en las condiciones en las que se encuentra actualmente. No creo en absoluto que eso se haya tratado de ningún accidente.

Dortmund extrajo del bolsillo de su saco un sobre con una dirección anotada y se la entregó en mano a Riestra.

_ Es el domicilio en donde encontrará al señor Bernasconi y a sus séquitos. Aunque dudo que allí quede alguien todavía. Pero yo que usted me arriesgaría a ir, capitán Riestra, porque encontrará mucho más de lo que supone.

_ Delegaré el caso a la División competente para investigar esta clase de delitos. ¿Cómo hizo para encontrarlo con tan pocos datos que el señor Sandoval nos proporcionó sobre el lugar?

Dortmund sonrió con insolencia y petulancia.

_ Soy como un artista del ilusionismo: nunca reveló mis secretos profesionales_ cerró con altivez e inmodestia.      

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