Hubo un breve período
de tiempo durante 1986 en el que el capitán Riestra tuvo que reemplazar
al por entonces jefe de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal porque
aquél se encontraba de licencia por algunos días. Muchos de los
casos que le tocaron resolver fueron de los más austeros y desprovisto de
interés, como fue el caso de unos bonos del Tesoro Nacional robados a bordo de
un barco de Prefectura, en donde todas las evidencias señalaban en dirección al
Almirante Mayor y en efecto, terminó confesando el hecho con la misma fluidez
como de quien confiesa sus pecados ante un cura de iglesia.
Pero hubo otros casos
que presentaban una complejidad sumamente interesante, que no pudieron escapar a la tentación
del inspector Dortmund de hacerse cargo de ellos y de resolverlos de un modo
audaz y certero, característico de su estilo muy peculiar y arrogante, aunque
siempre el crédito se lo llevaran los demás, y por regla general, ése demás se reducía a una sola persona: el capitán
Riestra. Sin embargo, mi amigo estaba gustoso de colaborar con él y no le
molestaba que su nombre no se viera involucrado en la resolución de sus casos
más resonantes.
De los cuarenta y pico de casos de robo en los que Sean Dortmund participó de manera activa,
este en particular fue el que más llamó mi atención porque, si bien es cierto
que resultó ser uno de los más sencillos, también es cierto que
proporcionó algunos detalles puntuales que acarrearon todo el interés de
sus involucrados sesgado por un ingenio mayúsculo y para nada frecuente.
Dortmund y yo disfrutábamos de nuestro
almuerzo rico en verduras y ensaladas tradicionales abundantes en proteínas y
nutrientes, cuando el capitán Riestra nos interrumpió de manera grotesca e
imprudente. Después de extendernos a Dortmund y a mí las excusas pertinentes,
nos explicó el porqué de tal intempestiva intromisión.
_ ¿Han oído hablar de
la Gargantilla de Oriente?_ nos preguntó el capitán Riestra impaciente y algo
fatigado.
Yo negué con la
cabeza, en tanto que Dortmund adoptó una actitud petulante y penetró su mirada
en los ojos confundidos de nuestro visitante, acompañando el gesto con su
típica sonrisa insolente y soberbia.
_ Por supuesto que la
conozco, capitán Riestra_ respondió el inspector con egocentrismo y exageración._
Perteneció hasta hace poco a la esposa del primer ministro de Andorra. Pero la
pobre mujer falleció después de luchar por largos años contra una poderosa
enfermedad neurológica y su marido, prisionero de tanto dolor, decidió
deshacerse de todos los efectos de valor que pertenecieron a ella ofreciéndolos
en diferentes subastas por gran parte de Europa organizadas por sus
ministerios. Adujo que no soportaría conservar nada en poder suyo que le
hiciera recordar a su tan amada esposa y por eso juzgó necesario donarlas a la
suerte de cualquier buen samaritano con dinero. Dinero que su Gobierno
destinaría a crear centros e instituciones de toda clase en honor a su difunta
mujer a lo largo y ancho del país. La Gargantilla de Oriente, puntualmente, fue
el regalo de bodas que el primer ministro de Andorra le regaló a su esposa cuando
se casaron en 1953 y que desde ése momento ella lució en su cuello hasta el
último minuto que estuvo en ésta Tierra. Su diseño es de lo más extravagante y
hermoso que jamás se haya visto. La cadena es de plata pura decorada con
ornamentos en oro y piedras con formas romboidales incrustadas a todo lo ancho
de su longitud, confeccionadas cada una de ellas con sólidos cristales de
diamante en bruto. Y como amuleto, dispone de dos delfines brillantes y perfectos
bañados en oro puro, pulcros y de una belleza solemne y reluciente. El valor
por sí mismo es incalculable y valdría cinco veces más que toda la gargantilla entera.
Inclusive su valor superaría con creces el importe del seguro, que oscila en
los trescientos mil millones de dólares. Y si mal no me informaron, fue
adquirida hace poco en una subasta que se realizó en Italia.
Tanto el capitán
Riestra como yo nos quedamos enmudecidos por el conocimiento detallado de una
joya tan poco conocida que Dortmund disponía al respecto. Sin embargo, el
tiempo apremiaba y no había lugar para cierta clase de adulaciones.
_ Exacto, Dortmund_
consintió nuestro amigo, y continuó con el relato._ Quien la adquirió en dicha
subasta fue nada más y nada menos que el presidente de la Nación Argentina, el
doctor Aurelio Frondozi, en su última visita oficial a Génova antes de su
regreso definitivo al país. La adquirió por una elevada suma que por razones
obvias no trascendió, como un regalo para su esposa, la excelentísima Primera
Dama, la señora Judit Correa, como un obsequio de aniversario. Es que dentro de
tres días cumplen treinta años de casados.
Lo guardó en una
cajita muy delicada en uno de los cajones de su escritorio de la Quinta
Presidencial. Antes de que pregunte Dortmund, sí, todos sus empleados conocían
su existencia, menos la propia agasajada. Son dos mucamas y dos cocineras. Y el
señor Presidente tiene tanta confianza ciega en todos ellos, que deja todas las
puertas de la Quinta sin llave y releva a los oficiales de seguridad con mucha
frecuencia porque está absolutamente convencido de que nada malo puede suceder.
Por lo tanto, los guardias están solamente dos en cada una de las puertas de
entrada. El interior de la propiedad por ende no está custodiado.
Ayer, cuando el señor
Presidente fue a su escritorio a buscar unos papeles que debía enviar con suma
urgencia por correo, notó que el cajón en donde estaba celosamente guardada la
gargantilla estaba abierto del todo y que la joya estaba fuera de su envoltorio
habitual. La revisó minuciosamente y notó, muy a pesar suyo y para disgusto de
todos, que los delfines fueron deliberadamente arrancados con mucha saña y
alevosía. Como podrá darse cuenta, el
asunto reviste una gravedad muy seria. Y se me ha confiado la solución del
caso, sin que eso implique ninguna clase de escándalo.
_ Por eso acudió a
mí, capitán Riestra, lo comprendo. En primer lugar, es más que evidente que el
ladrón se valió de unas pinzas para arrancar los delfines del collar porque
resulta improbable arrancar semejante joya aplicando sólo el uso y la fuerza de
las manos. Eso nos sugiere que el ladrón es un hombre fornido y atlético, pero
según su relato, los cuatro empleados que trabajan en la Quinta Presidencial
son mujeres y ninguna de ellas tendría la habilidad de consumar tal artimaña.
Podemos presumir entonces que los sospechosos se reducen a los cuatro guardias
de seguridad. Pero si uno de ellos hubiese abandonado su puesto por algunos
minutos, hubiera sin lugar a dudas despertado la alarma del resto. Bien pudo
haberse ido con algún pretexto convincente, pero el arrancar un pendiente con
unas tenazas le hubiese consumido tiempo extra que no hubiera podido justificar
con tanta maña. Y en cuanto el robo fuese descubierto, todas las sospechas recaerían
sobre su persona y no tendría escapatoria alguna. Por lo tanto, hay que fijar
nuestra atención en alguna de las cuatro damas, aunque no consigo entender cómo
lograron hacerse de la joya con una habilidad abrumadora.
_ ¿Y si una de ellas
se encontraba en complicidad con alguno de los guardias?_ sugerí con
ingenuidad.
_ Verlos juntos
hubiese sido altamente sospechoso_ dijo el capitán Riestra con autoridad.
_ Exacto, capitán
Riestra_ lo avaló Dortmund._ Lo que sí se funda sobre una duda insoslayable es
que la joya aún permanece en posesión de quien la robó y que de seguro espera
la complicidad de la noche para sacarla de la Quinta cautelosamente. Es probable
entonces que el cómplice sea alguien de afuera.
_ Si es así, ¿en
dónde la esconde?
_ Es así, capitán
Riestra, porque la ladrona no tuvo tiempo de deshacerse de los delfines.
Dígame, ¿sospechan de alguien en particular en el entorno presidencial?
_ Se niegan a creer
que la responsable sea una de sus cuatro empleadas más leales que hubo en la
Quinta en los últimos quince años.
_ Pero, sin dudas,
sus sospechas recaen sobre alguien en particular, porque no concibo que no se
hayan formado alguna opinión respecto del incidente.
Nuestro amigo se
encogió de hombros.
_ Tiene razón en ese
sentido, Dortmund_ admitió Riestra._ Las principales sospechas pesan sobre una
de las cocineras: Lidia Aznar. La vieron en más de una ocasión merodear cerca
de la oficina del Presidente en horarios inusuales. De hecho, tres testigos
alegan que la vieron en al menos dos ocasiones tomar el collar cuando el
mandatario estaba ausente y contemplarlo con mucho afecto. Cuando iba a hacerlo
por tercera vez, la pusieron en aviso y ella desistió de la idea
inmediatamente. Y desde ése momento, que tuvo lugar hace más o menos cuatro
días antes del incidente, nunca más reincidió en su afán de intentar apoderarse
de la joya. Hoy estamos a sábado, la joya desapareció ayer viernes, por lo
tanto esto fue el lunes. El doctor Frondozi arribó al país el viernes pasado
por la tarde.
_ ¿Admitió la señora
Aznar el hecho en su declaración, capitán Riestra?
_ Sí. Pero aseguró
que ella no lo sustrajo. Y francamente, pareció muy sincera cuando me lo
confesó.
_ ¿Le creyó usted,
entonces?
_ Absolutamente, sí.
_ ¿Dónde declaró
estar al momento del robo?
_ En la cocina,
preparando la cena. Pero su coartada no se puede verificar.
Sean Dortmund miró al
capitán con asombro.
_ ¿Acaso no dijo
usted que son dos las cocineras?
_ Sí. Pero la
segunda, Matilde Bijola, estaba en el baño en esos momentos.
_ ¿Cuánto tiempo se
ausentó de la cocina la señora Bijola?
_ Según su
testimonio, de cinco a siete minutos. Y estimo que ése lapso de tiempo resulta
exiguo para haber robado los delfines de oro de la Gargantilla.
_ ¡Lo felicito,
capitán Riestra! Anticipó mi línea de pensamiento. Va de a poco progresado.
Nuestro amigo dejó
entrever una sutil risita inconsciente.
_ En cuanto a los
cuatro guardias de seguridad_ prosiguió Riestra, de nuevo serio, _ estuvieron
todo el tiempo en sus cargos y no percibieron movimientos sospechosos de
ninguna naturaleza.
_ ¿Y las dos mucamas?
_ Jennifer Viana
lavaba toda la vajilla, mientras que Patricia Fonterola ponía la mesa. Así que,
es más que claro que una de las cuatro miente. Pero no logro descifrar cuál
porque todas sonaron muy convincentes en sus testimonios.
_ ¿A qué hora estima
que fue el robo?
_ Entre las ocho y
media y las nueve de la noche de ayer. El señor Presidente, el doctor Frondozi,
estaba en una reunión a unas diez cuadras de ahí. Se fue a las ocho y se
esperaba su regreso a la Quinta para alrededor de las nueve y cuarto. Volvería
y cenaría en su oficina porque tenía que arreglar algunos asuntos que debía
resolver hoy temprano a la mañana. Y parte de esos asuntos implicaba preparar
unos documentos para enviar por correo hoy a primera hora del día. Fue ahí
cuando tuvo lugar el mordaz descubrimiento.
_ Eso fue
premeditado_ dije.
_ Así es, doctor_
confirmó Dortmund._ ¿Dónde estaba la señora Correa, capitán Riestra?
_ Está en Tucumán,
resolviendo unos asuntos familiares. Se fue ayer por la mañana y no vuelve
hasta mañana a la tarde.
_ Fue un golpe
fríamente calculado y detalladamente planificado por una única persona que no
quiso desaprovechar la única oportunidad que tuvo de hacerse de la joya. Muy
buena, por cierto. ¿Encontraron alguna evidencia en la escena del robo?
_ Nada, nada de nada.
Quien lo haya hecho, fue sumamente meticuloso, inspector Dortmund.
Mi amigo estuvo
absorto en profundos pensamientos durante varios minutos. Después de
reflexionar estratégicamente sobre el caso y las probabilidades que se
derivaban de él, volvió a dirigirse al capitán Riestra.
_ ¿El Presidente
sigue con su agenda habitual?
_ Sí, Dortmund, por supuesto_
respondió nuestro visitante._ Hay cuestiones que no puede desatender bajo
ninguna circunstancia y es menester indispensable que el asunto permanezca
oculto bajo el más absoluto manto de confidencialidad. Pero debe saber que si
no resuelvo este caso en menos de veinticuatro horas, me veré envuelto en
serios problemas. Tengo mucha presión encima por parte de medio mundo.
_ Le doy mi palabra
que tendrá la joya de vuelta hoy a última hora del día. Pasemos a la oficina en
cuestión, ¿cómo es su disposición?
_ Tiene una única
puerta de acceso, que es la principal. Tiene dos grandes bibliotecas y una
estufa de leña. Y justo atrás del escritorio hay una gran puerta ancha que da
al campo de golf personal del doctor Frondozi y a la huerta. Cruzando esos
campos en sentido en diagonal hacia el ocaso, encontrará el jardín, una cancha
de fútbol y otra de tenis.
_ Una vía de escape
rápida y eficiente para nuestra ladrona. Necesito revisar todos los sitios que
mencionó. Es fundamental para avanzar con la investigación.
El capitán Riestra
vio ésa posibilidad algo remota. No obstante, después de haber hecho un
sinnúmero de llamados y hablado con decenas de personas, le permitieron el
ingreso, con la única condición de que Dortmund no podía interrogar ni hablar
sobre el tema con absolutamente nadie y que no podía permanecer allí más de
quince minutos exactos cronometrados rigurosamente.
_ Es tiempo
suficiente para mí_ arguyó mi amigo con vigor y vehemencia.
Llegamos a la Quinta
Presidencial cerca de las seis de la tarde y Sean Dortmund, sin perder ni una
milésima de segundo, se dirigió hacia la oficina del jefe de Estado, la observó
durante escasos segundos, para luego salir por la puerta de atrás, no sin antes
examinarla también. Una vez que penetró el campo el golf, notó una serie de
pisadas muy poco profundas y difícil de percibirlas con una mirada efímera.
Pero como el inspector era un gran observador por naturaleza, las detectó
instintivamente. Las siguió a conciencia hasta que se perdieron en una parcela que
tenía gran parte de la tierra removida porque unos obreros estaban plantando
más césped. Llegado a ése punto, Dortmund miró hacia los cuatro costados y
evaluó con la velocidad de la luz todas las posibilidades que la escena le
ofrecía. Meditó por una fracción de segundo cada una de ellas y deslizó sus
pasos hacia el noreste con determinación plena y convincente. Caminó unos
cuantos metros hasta que se topó con un hoyo. Tomó un pañuelo del bolsillo de
su saco, metió la mano cautelosamente adentro del hoyo y extrajo para sorpresa de todos los dos delfines de oro. Los estudió
en profundidad y advirtió que los bordes estaban delicadamente limados. Los
conservó en el interior de su pañuelo, empuñó su mano con satisfacción y
orgullo, y corrió directamente otra vez para la entrada en donde volvió a
encontrarse con el capitán Riestra. Dortmund abrió su mano frente a sus ojos.
_ ¡Voila!_ exclamó eufórico y con una
sonrisa triunfadora, exhibiendo los dos delfines robados. Eran los mismos, no
cabía duda. El inspector los moldeó en el hueco que había en la gargantilla y
encajaban perfectamente.
_ Dortmund, ¿pero...
Cómo es posible? Es usted… ¡Por Dios, Dortmund!_ manifestó el capitán Riestra perplejo y lleno de felicidad, sin sacarle la vista de encima a los delfines de oro.
_ Le enviaré un fax
esta misma noche y se lo explicaré todo brevemente. Usted encárguese de tomarles
muestras de las huellas de los pies a las cuatro principales sospechosas y
compararlas con las que la ladrona dejó impresas cuando escapó por atrás de la
oficina_ le dijo Dortmund, y se retiró.
Ésa misma noche, el
inspector cumplió su promesa y le envío a nuestro amigo un resumen de los
hechos vía fax. Expresaba textualmente lo siguiente:
<Cuando vi las huellas en el campo de golf, saliendo inmediatamente
de la oficina, noté que la ladrona se había quitado el calzado en vista de que
quería evitar ser identificada. Sin embargo, ése fue un error muy grotesco de
parte suya. Las marcas que yo analicé proyectaron solamente cuatro dedos del
pie, quedando exceptuado el dedo más pequeño. Si bien ésa es una patología poco
frecuente, es bastante normal y se da en una persona cada veinte. Por eso le pedí que les tomara el
molde de sus pies a las cuatro sospechosas primordiales. De ése modo,
descubrirá usted enseguida a la ladrona. Las seguí hasta donde me llevaron,
adonde incluso accidentalmente las perdí, entonces miré detenidamente hacia
todos los ángulos posibles y se me ocurrió pensar irremediablemente en los
hoyos que tienen los campos de golf en donde entra la pelotita. Me pareció
sensato suponer que fue el lugar elegido por la ladrona para esconder los
delfines y recuperarlos al otro día inadvertidamente. Seguí la lógica de ésa
idea y como ve usted, estuve acertado. Cuando los examiné, vi que los bordes
estaban limpios y que habían sido prolijamente limados. Eso me sugirió
inexorablemente que la ladrona tomó una pinza de algún rincón de la casa, la
calentó lo suficiente en la chimenea de leña que hay ahí mismo en la oficina y
la apoyó suavemente sobre los delfines para ablandarlos. Es un proceso que no
se concibe enseguida, así que la ladrona se tomó su tiempo. Pero, como eran dos
piezas relativamente pequeñas sostenidas en su extremo superior por una argolla
que la unía a la cadena por sus lazos, bastaron solamente dos pausas para
repetir el proceso a efectos de vulnerar la fragilidad del metal con la dureza
del calor y luego, ya susceptibles a la blandura pretendida, con un objeto
fino, cortante y filoso; efectuó un corte limpio y delicado para extirpar los
delfines del resto del abalorio. Y una vez en su poder, los ocultó en donde yo
los encontré.
Por otra parte, el mecanismo empleado para separar los delfines del
resto de la gargantilla me sugirió indefectiblemente que la responsable era una
de las dos cocineras. El tema del uso del calor, el posible objeto utilizado
para ejecutar el corte y el modo tan limpio en que eso fue hecho, son técnicas
que a menudo utilizan las cocineras profesionales. Ellas están muy
acostumbradas al calor de las brasas y a cortar moldes de todas las formas,
tamaños y cualidades en superficies pastosas y masas abultadas y de grandes
proporciones. La señora Aznar era la opción más evidente por los dos supuestos
intentos que tuvo para sustraerla. Entonces, la ladrona es, capitán Riestra, la
señora Matilde Bijola. Puso el pretexto de ir al baño para terminar su trabajo,
que había empezado unos días antes. Pero estoy seguro de que ésa pobre mujer
cometió un error. Le pido que no la juzgue y le dé otra oportunidad para
redimirse por su falta.
Afectuosamente suyo, Sean Dortmund.>
Exactamente una
semana más tarde, supimos por el propio capitán Riestra, que la señora Matilde
Bijola confesó el robo y expuso sus motivos, después de que siguiera las
instrucciones encomendadas por Dortmund y corroborara que las huellas redimidas
en el campo de golf pertenecían en efecto a ella. Dijo que su situación
financiera era mala, que de a poco se estaba quedando en bancarrota, que iba de
mal en peor y que tenía dos hijos que mantener. Con lo que el padre le pasaba
por mes no le alcanzaba, y como lo que ganaba por entonces trabajando como
cocinera en la Quinta Presidencial tampoco le redituaba, en virtud de todo
esto, habló con el doctor Aurelio Frondozi reiteradas veces para pedirle un
aumento de sueldo. Pero él se lo negó rotundamente, argumentando que no tenía
fondos suficientes para solventar un aumento de salario. Sus permanentes
insistencias fueron todas en vano, hasta que vio la gargantilla y supo con
certeza que aquéllos pretextos eran viles excusas baratas, típicas de un
político de alta jerarquía. La señora Bijola dedujo entonces que dinero no le
faltaba al primer mandatario y fue cuando su paciencia se salió de control y pensó en apoderarse de la joya.
Pero cuando fortuitamente se enteró de que los delfines de oro valían mucho más
que la propia pieza entera, ni lo dudó. Y lo llevó a cabo tal cual lo
interpretó mi amigo con su ingenio y sagacidad implacables. En último lugar,
confesó que pensaba recobrar la joya al día siguiente cuando le correspondía
franco.
_ Tiene razón,
Dortmund_ le dije a mi amigo, después de ponernos al tanto sobre estas
novedades._ La señora Bijola le ha hecho un mal a la sociedad tomando una
decisión equivocada. Pero valoro que merezca una segunda oportunidad, porque me
parece una mujer honesta y que puede hacerle mucho bien a la sociedad, mucho
más bien que el mal innecesario que le ocasionó con sus actos indecorosos.
_ Tiene usted toda la
razón, doctor_ me respondió el inspector con satisfacción._ Además, recuerde
que todo se trata de
evitar un gran escándalo.
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