lunes, 2 de octubre de 2017

Los delfines (Gabriel Zas)





Hubo un breve período de tiempo durante 1986 en el que el capitán Riestra tuvo que reemplazar al por entonces jefe de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal porque aquél se encontraba de licencia por algunos días. Muchos de los casos que le tocaron resolver fueron de los más austeros y desprovisto de interés, como fue el caso de unos bonos del Tesoro Nacional robados a bordo de un barco de Prefectura, en donde todas las evidencias señalaban en dirección al Almirante Mayor y en efecto, terminó confesando el hecho con la misma fluidez como de quien confiesa sus pecados ante un cura de iglesia.

Pero hubo otros casos que presentaban una complejidad sumamente interesante, que no pudieron escapar a la tentación del inspector Dortmund de hacerse cargo de ellos y de resolverlos de un modo audaz y certero, característico de su estilo muy peculiar y arrogante, aunque siempre el crédito se lo llevaran los demás, y por regla general, ése demás se reducía a una sola persona: el capitán Riestra. Sin embargo, mi amigo estaba gustoso de colaborar con él y no le molestaba que su nombre no se viera involucrado en la resolución de sus casos más resonantes.

De los cuarenta y pico de casos de robo en los que Sean Dortmund participó de manera activa, este en particular fue el que más llamó mi atención porque, si bien es cierto que resultó ser uno de los más sencillos, también es cierto que proporcionó algunos detalles puntuales que acarrearon todo el interés de sus involucrados sesgado por un ingenio mayúsculo y para nada frecuente.

  Dortmund y yo disfrutábamos de nuestro almuerzo rico en verduras y ensaladas tradicionales abundantes en proteínas y nutrientes, cuando el capitán Riestra nos interrumpió de manera grotesca e imprudente. Después de extendernos a Dortmund y a mí las excusas pertinentes, nos explicó el porqué de tal intempestiva intromisión.

_ ¿Han oído hablar de la Gargantilla de Oriente?_ nos preguntó el capitán Riestra impaciente y algo fatigado.

Yo negué con la cabeza, en tanto que Dortmund adoptó una actitud petulante y penetró su mirada en los ojos confundidos de nuestro visitante, acompañando el gesto con su típica sonrisa insolente y soberbia.

_ Por supuesto que la conozco, capitán Riestra_ respondió el inspector con egocentrismo y exageración._ Perteneció hasta hace poco a la esposa del primer ministro de Andorra. Pero la pobre mujer falleció después de luchar por largos años contra una poderosa enfermedad neurológica y su marido, prisionero de tanto dolor, decidió deshacerse de todos los efectos de valor que pertenecieron a ella ofreciéndolos en diferentes subastas por gran parte de Europa organizadas por sus ministerios. Adujo que no soportaría conservar nada en poder suyo que le hiciera recordar a su tan amada esposa y por eso juzgó necesario donarlas a la suerte de cualquier buen samaritano con dinero. Dinero que su Gobierno destinaría a crear centros e instituciones de toda clase en honor a su difunta mujer a lo largo y ancho del país. La Gargantilla de Oriente, puntualmente, fue el regalo de bodas que el primer ministro de Andorra le regaló a su esposa cuando se casaron en 1953 y que desde ése momento ella lució en su cuello hasta el último minuto que estuvo en ésta Tierra. Su diseño es de lo más extravagante y hermoso que jamás se haya visto. La cadena es de plata pura decorada con ornamentos en oro y piedras con formas romboidales incrustadas a todo lo ancho de su longitud, confeccionadas cada una de ellas con sólidos cristales de diamante en bruto. Y como amuleto, dispone de dos delfines brillantes y perfectos bañados en oro puro, pulcros y de una belleza solemne y reluciente. El valor por sí mismo es incalculable y valdría cinco veces más que toda la gargantilla entera. Inclusive su valor superaría con creces el importe del seguro, que oscila en los trescientos mil millones de dólares. Y si mal no me informaron, fue adquirida hace poco en una subasta que se realizó en Italia.

Tanto el capitán Riestra como yo nos quedamos enmudecidos por el conocimiento detallado de una joya tan poco conocida que Dortmund disponía al respecto. Sin embargo, el tiempo apremiaba y no había lugar para cierta clase de adulaciones.

_ Exacto, Dortmund_ consintió nuestro amigo, y continuó con el relato._ Quien la adquirió en dicha subasta fue nada más y nada menos que el presidente de la Nación Argentina, el doctor Aurelio Frondozi, en su última visita oficial a Génova antes de su regreso definitivo al país. La adquirió por una elevada suma que por razones obvias no trascendió, como un regalo para su esposa, la excelentísima Primera Dama, la señora Judit Correa, como un obsequio de aniversario. Es que dentro de tres días cumplen treinta años de casados.

Lo guardó en una cajita muy delicada en uno de los cajones de su escritorio de la Quinta Presidencial. Antes de que pregunte Dortmund, sí, todos sus empleados conocían su existencia, menos la propia agasajada. Son dos mucamas y dos cocineras. Y el señor Presidente tiene tanta confianza ciega en todos ellos, que deja todas las puertas de la Quinta sin llave y releva a los oficiales de seguridad con mucha frecuencia porque está absolutamente convencido de que nada malo puede suceder. Por lo tanto, los guardias están solamente dos en cada una de las puertas de entrada. El interior de la propiedad por ende no está custodiado.

Ayer, cuando el señor Presidente fue a su escritorio a buscar unos papeles que debía enviar con suma urgencia por correo, notó que el cajón en donde estaba celosamente guardada la gargantilla estaba abierto del todo y que la joya estaba fuera de su envoltorio habitual. La revisó minuciosamente y notó, muy a pesar suyo y para disgusto de todos, que los delfines fueron deliberadamente arrancados con mucha saña y alevosía.  Como podrá darse cuenta, el asunto reviste una gravedad muy seria. Y se me ha confiado la solución del caso, sin que eso implique ninguna clase de escándalo.

_ Por eso acudió a mí, capitán Riestra, lo comprendo. En primer lugar, es más que evidente que el ladrón se valió de unas pinzas para arrancar los delfines del collar porque resulta improbable arrancar semejante joya aplicando sólo el uso y la fuerza de las manos. Eso nos sugiere que el ladrón es un hombre fornido y atlético, pero según su relato, los cuatro empleados que trabajan en la Quinta Presidencial son mujeres y ninguna de ellas tendría la habilidad de consumar tal artimaña. Podemos presumir entonces que los sospechosos se reducen a los cuatro guardias de seguridad. Pero si uno de ellos hubiese abandonado su puesto por algunos minutos, hubiera sin lugar a dudas despertado la alarma del resto. Bien pudo haberse ido con algún pretexto convincente, pero el arrancar un pendiente con unas tenazas le hubiese consumido tiempo extra que no hubiera podido justificar con tanta maña. Y en cuanto el robo fuese descubierto, todas las sospechas recaerían sobre su persona y no tendría escapatoria alguna. Por lo tanto, hay que fijar nuestra atención en alguna de las cuatro damas, aunque no consigo entender cómo lograron hacerse de la joya con una habilidad abrumadora.

_ ¿Y si una de ellas se encontraba en complicidad con alguno de los guardias?_ sugerí con ingenuidad.

_ Verlos juntos hubiese sido altamente sospechoso_ dijo el capitán Riestra con autoridad.

_ Exacto, capitán Riestra_ lo avaló Dortmund._ Lo que sí se funda sobre una duda insoslayable es que la joya aún permanece en posesión de quien la robó y que de seguro espera la complicidad de la noche para sacarla de la Quinta cautelosamente. Es probable entonces que el cómplice sea alguien de afuera.

_ Si es así, ¿en dónde la esconde?

_ Es así, capitán Riestra, porque la ladrona no tuvo tiempo de deshacerse de los delfines. Dígame, ¿sospechan de alguien en particular en el entorno presidencial?

_ Se niegan a creer que la responsable sea una de sus cuatro empleadas más leales que hubo en la Quinta en los últimos quince años.

_ Pero, sin dudas, sus sospechas recaen sobre alguien en particular, porque no concibo que no se hayan formado alguna opinión respecto del incidente.

Nuestro amigo se encogió de hombros.

_ Tiene razón en ese sentido, Dortmund_ admitió Riestra._ Las principales sospechas pesan sobre una de las cocineras: Lidia Aznar. La vieron en más de una ocasión merodear cerca de la oficina del Presidente en horarios inusuales. De hecho, tres testigos alegan que la vieron en al menos dos ocasiones tomar el collar cuando el mandatario estaba ausente y contemplarlo con mucho afecto. Cuando iba a hacerlo por tercera vez, la pusieron en aviso y ella desistió de la idea inmediatamente. Y desde ése momento, que tuvo lugar hace más o menos cuatro días antes del incidente, nunca más reincidió en su afán de intentar apoderarse de la joya. Hoy estamos a sábado, la joya desapareció ayer viernes, por lo tanto esto fue el lunes. El doctor Frondozi arribó al país el viernes pasado por la tarde.

_ ¿Admitió la señora Aznar el hecho en su declaración, capitán Riestra?

_ Sí. Pero aseguró que ella no lo sustrajo. Y francamente, pareció muy sincera cuando me lo confesó.

_ ¿Le creyó usted, entonces?

_ Absolutamente, sí.

_ ¿Dónde declaró estar al momento del robo?

_ En la cocina, preparando la cena. Pero su coartada no se puede verificar.

Sean Dortmund miró al capitán con asombro.

_ ¿Acaso no dijo usted que son dos las cocineras?

_ Sí. Pero la segunda, Matilde Bijola, estaba en el baño en esos momentos.

_ ¿Cuánto tiempo se ausentó de la cocina la señora Bijola?

_ Según su testimonio, de cinco a siete minutos. Y estimo que ése lapso de tiempo resulta exiguo para haber robado los delfines de oro de la Gargantilla.

_ ¡Lo felicito, capitán Riestra! Anticipó mi línea de pensamiento. Va de a poco progresado.

Nuestro amigo dejó entrever una sutil risita inconsciente.

_ En cuanto a los cuatro guardias de seguridad_ prosiguió Riestra, de nuevo serio, _ estuvieron todo el tiempo en sus cargos y no percibieron movimientos sospechosos de ninguna naturaleza.

_ ¿Y las dos mucamas?

_ Jennifer Viana lavaba toda la vajilla, mientras que Patricia Fonterola ponía la mesa. Así que, es más que claro que una de las cuatro miente. Pero no logro descifrar cuál porque todas sonaron muy convincentes en sus testimonios.

_ ¿A qué hora estima que fue el robo?

_ Entre las ocho y media y las nueve de la noche de ayer. El señor Presidente, el doctor Frondozi, estaba en una reunión a unas diez cuadras de ahí. Se fue a las ocho y se esperaba su regreso a la Quinta para alrededor de las nueve y cuarto. Volvería y cenaría en su oficina porque tenía que arreglar algunos asuntos que debía resolver hoy temprano a la mañana. Y parte de esos asuntos implicaba preparar unos documentos para enviar por correo hoy a primera hora del día. Fue ahí cuando tuvo lugar el mordaz descubrimiento.

_ Eso fue premeditado_ dije.

_ Así es, doctor_ confirmó Dortmund._ ¿Dónde estaba la señora Correa, capitán Riestra?

_ Está en Tucumán, resolviendo unos asuntos familiares. Se fue ayer por la mañana y no vuelve hasta mañana a la tarde.

_ Fue un golpe fríamente calculado y detalladamente planificado por una única persona que no quiso desaprovechar la única oportunidad que tuvo de hacerse de la joya. Muy buena, por cierto. ¿Encontraron alguna evidencia en la escena del robo?

_ Nada, nada de nada. Quien lo haya hecho, fue sumamente meticuloso, inspector Dortmund.

Mi amigo estuvo absorto en profundos pensamientos durante varios minutos. Después de reflexionar estratégicamente sobre el caso y las probabilidades que se derivaban de él, volvió a dirigirse al capitán Riestra.

_ ¿El Presidente sigue con su agenda habitual?

_ Sí, Dortmund, por supuesto_ respondió nuestro visitante._ Hay cuestiones que no puede desatender bajo ninguna circunstancia y es menester indispensable que el asunto permanezca oculto bajo el más absoluto manto de confidencialidad. Pero debe saber que si no resuelvo este caso en menos de veinticuatro horas, me veré envuelto en serios problemas. Tengo mucha presión encima por parte de medio mundo.

_ Le doy mi palabra que tendrá la joya de vuelta hoy a última hora del día. Pasemos a la oficina en cuestión, ¿cómo es su disposición?

_ Tiene una única puerta de acceso, que es la principal. Tiene dos grandes bibliotecas y una estufa de leña. Y justo atrás del escritorio hay una gran puerta ancha que da al campo de golf personal del doctor Frondozi y a la huerta. Cruzando esos campos en sentido en diagonal hacia el ocaso, encontrará el jardín, una cancha de fútbol y otra de tenis.  

_ Una vía de escape rápida y eficiente para nuestra ladrona. Necesito revisar todos los sitios que mencionó. Es fundamental para avanzar con la investigación.

El capitán Riestra vio ésa posibilidad algo remota. No obstante, después de haber hecho un sinnúmero de llamados y hablado con decenas de personas, le permitieron el ingreso, con la única condición de que Dortmund no podía interrogar ni hablar sobre el tema con absolutamente nadie y que no podía permanecer allí más de quince minutos exactos cronometrados rigurosamente.

_ Es tiempo suficiente para mí_ arguyó mi amigo con vigor y vehemencia.

Llegamos a la Quinta Presidencial cerca de las seis de la tarde y Sean Dortmund, sin perder ni una milésima de segundo, se dirigió hacia la oficina del jefe de Estado, la observó durante escasos segundos, para luego salir por la puerta de atrás, no sin antes examinarla también. Una vez que penetró el campo el golf, notó una serie de pisadas muy poco profundas y difícil de percibirlas con una mirada efímera. Pero como el inspector era un gran observador por naturaleza, las detectó instintivamente. Las siguió a conciencia hasta que se perdieron en una parcela que tenía gran parte de la tierra removida porque unos obreros estaban plantando más césped. Llegado a ése punto, Dortmund miró hacia los cuatro costados y evaluó con la velocidad de la luz todas las posibilidades que la escena le ofrecía. Meditó por una fracción de segundo cada una de ellas y deslizó sus pasos hacia el noreste con determinación plena y convincente. Caminó unos cuantos metros hasta que se topó con un hoyo. Tomó un pañuelo del bolsillo de su saco, metió la mano cautelosamente adentro del hoyo y extrajo para sorpresa de todos los dos delfines de oro. Los estudió en profundidad y advirtió que los bordes estaban delicadamente limados. Los conservó en el interior de su pañuelo, empuñó su mano con satisfacción y orgullo, y corrió directamente otra vez para la entrada en donde volvió a encontrarse con el capitán Riestra. Dortmund abrió su mano frente a sus ojos.

_ ¡Voila!_ exclamó eufórico y con una sonrisa triunfadora, exhibiendo los dos delfines robados. Eran los mismos, no cabía duda. El inspector los moldeó en el hueco que había en la gargantilla y encajaban perfectamente.

_ Dortmund, ¿pero... Cómo es posible? Es usted… ¡Por Dios, Dortmund!_ manifestó el capitán Riestra perplejo y lleno de felicidad, sin sacarle la vista de encima a los delfines de oro.

_ Le enviaré un fax esta misma noche y se lo explicaré todo brevemente. Usted encárguese de tomarles muestras de las huellas de los pies a las cuatro principales sospechosas y compararlas con las que la ladrona dejó impresas cuando escapó por atrás de la oficina_ le dijo Dortmund, y se retiró.

Ésa misma noche, el inspector cumplió su promesa y le envío a nuestro amigo un resumen de los hechos vía fax. Expresaba textualmente lo siguiente:

 

<Cuando vi las huellas en el campo de golf, saliendo inmediatamente de la oficina, noté que la ladrona se había quitado el calzado en vista de que quería evitar ser identificada. Sin embargo, ése fue un error muy grotesco de parte suya. Las marcas que yo analicé proyectaron solamente cuatro dedos del pie, quedando exceptuado el dedo más pequeño. Si bien ésa es una patología poco frecuente, es bastante normal y se da en una persona  cada veinte. Por eso le pedí que les tomara el molde de sus pies a las cuatro sospechosas primordiales. De ése modo, descubrirá usted enseguida a la ladrona. Las seguí hasta donde me llevaron, adonde incluso accidentalmente las perdí, entonces miré detenidamente hacia todos los ángulos posibles y se me ocurrió pensar irremediablemente en los hoyos que tienen los campos de golf en donde entra la pelotita. Me pareció sensato suponer que fue el lugar elegido por la ladrona para esconder los delfines y recuperarlos al otro día inadvertidamente. Seguí la lógica de ésa idea y como ve usted, estuve acertado. Cuando los examiné, vi que los bordes estaban limpios y que habían sido prolijamente limados. Eso me sugirió inexorablemente que la ladrona tomó una pinza de algún rincón de la casa, la calentó lo suficiente en la chimenea de leña que hay ahí mismo en la oficina y la apoyó suavemente sobre los delfines para ablandarlos. Es un proceso que no se concibe enseguida, así que la ladrona se tomó su tiempo. Pero, como eran dos piezas relativamente pequeñas sostenidas en su extremo superior por una argolla que la unía a la cadena por sus lazos, bastaron solamente dos pausas para repetir el proceso a efectos de vulnerar la fragilidad del metal con la dureza del calor y luego, ya susceptibles a la blandura pretendida, con un objeto fino, cortante y filoso; efectuó un corte limpio y delicado para extirpar los delfines del resto del abalorio. Y una vez en su poder, los ocultó en donde yo los encontré.

Por otra parte, el mecanismo empleado para separar los delfines del resto de la gargantilla me sugirió indefectiblemente que la responsable era una de las dos cocineras. El tema del uso del calor, el posible objeto utilizado para ejecutar el corte y el modo tan limpio en que eso fue hecho, son técnicas que a menudo utilizan las cocineras profesionales. Ellas están muy acostumbradas al calor de las brasas y a cortar moldes de todas las formas, tamaños y cualidades en superficies pastosas y masas abultadas y de grandes proporciones. La señora Aznar era la opción más evidente por los dos supuestos intentos que tuvo para sustraerla. Entonces, la ladrona es, capitán Riestra, la señora Matilde Bijola. Puso el pretexto de ir al baño para terminar su trabajo, que había empezado unos días antes. Pero estoy seguro de que ésa pobre mujer cometió un error. Le pido que no la juzgue y le dé otra oportunidad para redimirse por su falta.

Afectuosamente suyo, Sean Dortmund.>

 

Exactamente una semana más tarde, supimos por el propio capitán Riestra, que la señora Matilde Bijola confesó el robo y expuso sus motivos, después de que siguiera las instrucciones encomendadas por Dortmund y corroborara que las huellas redimidas en el campo de golf pertenecían en efecto a ella. Dijo que su situación financiera era mala, que de a poco se estaba quedando en bancarrota, que iba de mal en peor y que tenía dos hijos que mantener. Con lo que el padre le pasaba por mes no le alcanzaba, y como lo que ganaba por entonces trabajando como cocinera en la Quinta Presidencial tampoco le redituaba, en virtud de todo esto, habló con el doctor Aurelio Frondozi reiteradas veces para pedirle un aumento de sueldo. Pero él se lo negó rotundamente, argumentando que no tenía fondos suficientes para solventar un aumento de salario. Sus permanentes insistencias fueron todas en vano, hasta que vio la gargantilla y supo con certeza que aquéllos pretextos eran viles excusas baratas, típicas de un político de alta jerarquía. La señora Bijola dedujo entonces que dinero no le faltaba al primer mandatario y fue cuando su paciencia se salió de  control y pensó en apoderarse de la joya. Pero cuando fortuitamente se enteró de que los delfines de oro valían mucho más que la propia pieza entera, ni lo dudó. Y lo llevó a cabo tal cual lo interpretó mi amigo con su ingenio y sagacidad implacables. En último lugar, confesó que pensaba recobrar la joya al día siguiente cuando le correspondía franco.

_ Tiene razón, Dortmund_ le dije a mi amigo, después de ponernos al tanto sobre estas novedades._ La señora Bijola le ha hecho un mal a la sociedad tomando una decisión equivocada. Pero valoro que merezca una segunda oportunidad, porque me parece una mujer honesta y que puede hacerle mucho bien a la sociedad, mucho más bien que el mal innecesario que le ocasionó con sus actos indecorosos.

_ Tiene usted toda la razón, doctor_ me respondió el inspector con satisfacción._ Además, recuerde que todo se trata de evitar un gran escándalo.  
 

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