jueves, 21 de diciembre de 2017

La última voluntad del ingeniero (Gabriel Zas)






De todos los casos que requirieron la intervención de mi amigo, el inspector Sean Dortmund, puedo afirmar que este resultó ser uno de los más agradables y que además tuvo un final feliz. Los sucesos planteados por nuestro cliente le hicieron pensar a mi amigo varias posibilidades respecto a su solución y agradezco enormemente que todas ellas hayan resultado infundadas. Sin embargo, el inspector aplicó en este caso también toda la profesionalidad y toda la discreción que destacan su tan reconocida labor investigativa.

El cliente en cuestión se llamaba Gregorio Rafín y era un ingeniero hidráulico retirado que trabajó toda su vida para varias empresas estatales radicadas tanto en Buenos Aires como en el interior de otras provincias. Tendría alrededor de unos setenta y nueve años, de carácter suave, facciones prominentes, calvo, ojos color pardo,  postura firme y con un semblante áspero, ancho y dilatado. Al contemplarlo de frente, su apariencia física nos dio la idea de que había pasado por una experiencia terrible, la que había motivado sin duda alguna la presente consulta profesional. No obstante, cuando el señor Rafín percibió nuestra expresión de espanto inusual, nos sonrió afablemente y nos sugirió sentarnos. Sus modales nos conmovieron tanto a Dortmund como a mí, que casi obedecimos a su orden de manera inconsciente.

_ ¿Se siente usted en condiciones de hablar, señor Rafín?_ le preguntó Dortmund con un nivel de angustia acrecentado a nuestro cliente.

_ Sí, inspector_ respondió el señor Gregorio Rafín en buenos términos y con la voz algo forzosa._ Lo que usted y su amigo contemplan en mí es el avance irreversible de una enfermedad que me está carcomiendo por dentro de manera voraz y muy acelerada, y que el médico pronostica que no me quedan más de cuatro meses de vida.

Me conmoví a tal punto que casi dejé escapar una lágrima al tiempo que todo mi cuerpo se estremeció angustiosamente. Y Dortmund se apiadó de él profundamente.

_ Lo lamento enormemente, señor Rafín_ le dijo mi amigo a nuestro visitante, absolutamente afligido y melancólico._ Dígame qué puedo hacer por usted.

_ No lo sienta, caballero. He vivido una vida extraordinaria, me he dado todos los gustos que he querido sin pedirle permiso a nadie, me casé tres veces, tengo cinco hijos, ocho nietos y trece biznietos. Me jubilé y me dediqué de lleno a la pesca, que es una de mis grandes pasiones. No hay nada más que pueda pedirle un ser humano a la vida. El motivo de mi consulta reside en mi última voluntad.

_ Perdóneme, pero no llego a comprenderlo del todo.

_ Verá, inspector Dortmund. La última vez que me casé y fui feliz con una mujer a mi lado fue hace catorce años atrás. Parecía que todo iría bien, pero la cosa se desmoronó a los tres años de casados y nos separamos. Fue una época fantástica de mi vida, una las mejores, pese a que fue el matrimonio de menor duración de los tres que tuve. Pero puedo asegurarle con una mano en el corazón que fue el que más disfruté. Prometí entonces no volver a casarme nunca más, pero hace ocho meses atrás conocí a Fabiana, una mujer maravillosa veinte años menor que yo, dos veces divorciada y sin hijos. Empezamos yendo a distintos bares a tomar algo por las tardes una vez por semana, hasta que esos encuentros con el correr de los días se hicieron cada vez más frecuentes. Ya no solamente nos veíamos para compartir un café juntos, sino que nuestros encuentros se intensificaron apaciblemente y nos veíamos a cualquier hora del día con cualquier pretexto en cualquier lugar. Así, y casi sin darnos cuenta, comenzamos una relación increíble.

Una tarde estábamos tomando el té en un bar y repentinamente comencé a sentirme mal y me desvanecí. La ambulancia vino enseguida y me internaron de urgencia. Fabiana, pobre, se asustó y estuvo a mi lado permanentemente durante mi estadía en el nosocomio. Yo, inexplicablemente, me sentía cada vez peor y sufría dolores agonizantes que no podía soportar. Después de una semana de internación y de estar haciéndome estudios de toda índole, los médicos que me atendieron me diagnosticaron una infección agravada que no pudieron revertir. Ahí me enteré de mi partida de ésta Tierra por este motivo y Fabiana, pobrecita, no paraba de llorar. Me puse en campaña de inmediato con un abogado para hacer la sucesión y repartir los bienes en partes iguales a todos mis hijos. Fabiana estuvo a mi lado incondicionalmente hasta en esos momentos. Así que, cuando mi abogado me preguntó cuál sería mi última voluntad, no dudé en responder que era casarme con Fabiana. Nos emocionamos, nos abrazamos y ella aceptó. Mi letrado se encargó de hacer todas las encomiendas necesarias para que nos diesen un turno urgente en el Registro Civil a raíz de las circunstancias especiales por las que estoy atravesando últimamente y nos dieron fecha para mañana a la una del mediodía. Sólo que no creo que haya boda, a no ser que usted me ayude, inspector Dortmund. Deposito toda mi fe en usted en que me ayudará y resolverá el problema que vine a plantearle, exitosamente.

Y tras sus últimas palabras, el rostro del señor Rafín se apagó súbitamente.

_ ¿Qué ha ocurrido exactamente?_ le preguntó mi amigo con cierta preocupación y cortesía manifiestas.

_ Fabiana ha desaparecido. Hace dos días, desde que nos confirmaron la fecha del casamiento, hasta ahora que no tengo noticias sobre su paradero. Y temo terriblemente que mis peores miedos se confirmen.

_ ¿Cuáles son esos miedos, señor Rafín?

_ Que Fabiana se haya arrepentido a último momento y me haya abandonado.

_ Es muy prematuro para suponer eso_ intervine._ Ella estuvo a su lado en un momento difícil de su vida y aceptó casarse con usted pese a todo. Eso dice que realmente ella lo aprecia muchísimo.

_ Apoyo la moción de mi amigo_ replicó Dortmund._ Si realmente estuviera arrepentida, hubiese huido enseguida. Y sin embargo, la fecha de su desaparición coincide con un momento muy particular en sus vidas.

_ ¿De verdad lo cree así?_ indagó Enrique Rafín a Dortmund, consternado.

_ La mentalidad femenina es un rompecabezas muy difícil de estructurar. Pero como en cualquier rompecabezas, usted puede anticipar su armado final con sólo ver las formas que tienen cada una de las piezas que lo conforman porque percibe inmediatamente qué pieza encaja perfectamente con cuál. Dentro de la imprevisibilidad que refleja el comportamiento en apariencia de una mujer, siempre hay varios detalles que se dejan entrever.

_ No comprendo del todo a dónde quiere llegar con sus palabras, inspector.

_ Que de una cosa estoy seguro: la señora Fabiana no lo abandonó porque lo estima profundamente y en cambio su desaparición responde a otra causa que aún no puedo vislumbrar. Dígame, ¿hizo la denuncia a la Policía?

_ No. Nunca tomarían enserio a un pobre viejo decrépito como yo que carga sobre sus hombros una historia como la que le conté. Ellos nunca hacen bien su trabajo.

_ En parte, estamos de acuerdo en eso. ¿Sus hijos saben al respecto?

_ ¿Al respecto de la desaparición o de mi compromiso con Fabiana?

_ De ambas, señor Rafín.

_ No les dije nada a ninguno de ellos. No lo aprobarían bajo ningún punto de vista. Argumentarían que ella quiere casarse conmigo sólo por mi plata, cuando en realidad todo lo que poseo no tengo otras intenciones más que dejárselos todo a ellos. Pero, en fin.

_ Perdone que se lo pregunte_ le dije a nuestro cliente con algo de pudor._ ¿Seguro que ella no aceptó casarse con usted por su fortuna, señor Rafín? Disculpe mi indiscreción. Pero debemos evacuar todas las probabilidades que el caso presente.

_ ¿Cuál fortuna? Fui ingeniero hidráulico para el Estado por más de treinta y cinco años y me jubilé casi con la mínima. Subsistí gracias a los ahorros de prácticamente toda mi vida. No poseo demasiado para incentivar a alguien a querer hacerme daño a cambio de beneficiarse de ello.

_ Pienso lo mismo_ reafirmó Dortmund, absorto en sus clásicos pensamientos deductivos._ Háblenos un poco más de Fabiana. ¿Cuál es su apellido?

_ Dondorf. Se llama Fabiana Dondorf.

_ ¿Y dice usted, señor Rafín, que permanece desaparecida desde hace dos días, cuando el Registro Civil les confirmó la fecha de su boda?

_ Así es.

_ Es curioso. Una mujer suele desaparecer justo antes de la boda, el mismo día en que la misma se lleva a cabo. Puede desaparecer después de consumado el ritual o inclusive en casos muy excepcionales durante la luna de miel. Pero nunca en mis incontables años de inspector e investigador privado escuché de un caso como el suyo. Esto sí que es interesante.

_ Dígame la verdad, inspector Dortmund. ¿Es grave el asunto?

_ No diría que sea grave. Pero sí que es bastante particular. Hablemos de fechas. ¿Cuándo lo internaron a usted exactamente, señor Rafín?

_  Hace un poco más de una semana.

_ Hoy es jueves, así que estimo que el lunes se enteró usted de su diagnóstico y ése mismo día su abogado consintió en conseguirle un turno para mañana viernes a la una del mediodía en el Registro Civil.

_ Así es.

_ Debía permanecer internado en el hospital bajo estricta observación médica debido a su delicado estado de salud. Pero usted firmó una formalidad para que le diesen el alta bajo su entera responsabilidad y la de su futura esposa, ¿correcto?

_ Sí. ¿Pero, a dónde lo conducen ésta cadena de eventos?

_ ¿Cuándo fue la última vez que habló con su abogado?

_ El martes a la mañana. Me llamó por teléfono para darme la noticia y vino hasta mi casa porque necesitaba que firmáramos con Fabiana una especie de acta legal. Un mero trámite burocrático, supongo.

_ ¿Leyeron antes de firmar?

_ Sí. Yo leí muy por encima porque estoy corto de vista y las letras pequeñas no son mi fuerte.

_ ¿La señora Dondorf también leyó y firmó el documento?

_ Sí. Me dijo cuando el abogado se fue que todo estaba bien y hablamos de nuestro futuro juntos.

_ ¿Cuánto tiempo después de que su abogado se fuera la señora Dondorf desapareció?

Gregorio Rafín hizo un esfuerzo por recordar.

_ Bueno. Si mi memoria no me falla, unas dos o tres horas después_ respondió con algo de dudas.

_ ¿Alguien la llamó o los visitó durante ése tiempo?_ inquirió Dortmund cada vez con mayor interés en el asunto.

_ No. Absolutamente nadie.

_ ¿Su abogado se volvió a contactar con usted, señor Rafín?

_ No, para nada.

_ ¿Lleva consigo el documento que firmó junto a su futura mujer?

_ Ella lo guardó en su cartera. Fue lo único que se llevó cuando salió de casa antes de desaparecer.

_ ¿El resto de sus cosas las dejó?

_ Sí. Por eso me resulta extraña su desaparición. ¿Puede hacer usted algo para ayudarme, inspector Dortmund?

_ Por supuesto. Confíe en mí. ¿Fabiana Dondorf le dijo algo raro o inusual antes de irse, que por alguna razón llamara su atención, señor Rafín?

_ No. Sólo me dijo que tenía que salir a hacer unos trámites y que volvería enseguida. Pero nunca lo hizo.

_ ¿Cómo la conoció?

_ Era empleada de un comercio al que yo acudía siempre a comprar dos o tres veces por semana. Tuvimos afinidad desde el principio y así estuvimos por un tiempo hasta que un día le propuse ir a tomar algo juntos a un bar. El resto de la historia ya la conoce.

_ Interesante. Ahora dígame, señor Rafín, cómo conoció a su abogado y por supuesto, cuál es su nombre completo.

_ Es el doctor Horacio Blanes. Fue el abogado de la familia por muchos años.

_ ¿Pudo conocer el doctor Blanes a la señora Dondorf desde antes sin que usted lo supiera?

_ ¡Eso es imposible! ¿A dónde quiere usted llegar con esta clase de preguntas impertinentes? ¿Puede usted hacer algo por mí, sí o no?

_ Como le hizo saber antes mi amigo aquí presente, sólo evalúo y descarto hipótesis. Lamento que algunas de mis preguntas lo incomoden, señor Rafín, pero tengo la obligación de formulárselas. ¿Me comprende usted?

_ Sí. Perdone, inspector. Es que estoy bastante nervioso por toda esta situación.

_ Hábleme un poco más sobre la señora Dondorf. ¿Cómo es ella?

_ Dispone de un carácter libre, fuerte e impetuoso. Es una mujer muy impetuosa... Hasta irritable, diría yo_ dejó escapar una sutil risita simpática._ Toma decisiones con rapidez y no vacila en absoluto en llevarlas a la práctica de forma inmediata. Creo que es capaz de sacrificios ardidos y la repugnan los actos indecorosos, estoicos y desprovistos de toda honradez y justicia.

_ ¿Tiene una fotografía suya?

El señor Gregorio Rafín sacó del interior de su billetera una foto cuatro por cuatro de la señora Dondorf y nos la entregó para que la conserváramos el tiempo que durase la investigación. Era una mujer hermosa, de unos casi sesenta años de edad, rubia caoba, sonrisa angelical, piel tostada y de facciones atractivas. Antes de despedirnos, Dortmund le preguntó a nuestro cliente si podíamos pasar prontamente por su casa para revisar las pertenencias de la señora Dondorf con su debida autorización. Nos dijo que sí, nos dio gentilmente una tarjeta impresa en la que figuraba su dirección y se retiró con grandes esperanzas depositadas en mi amigo.

_ Espero que no sea lo que creo que es_ me dijo Sean Dortmund, seriamente preocupado, cuando el señor Rafín se hubo ido.

_ ¿Cuál es su línea de pensamiento?_ lo indagué con celeridad.

_ Creo que el pobre señor Rafín fue víctima de un engaño muy bien perpetrado_ me respondió mi amigo con una vaga inquietud.

_ ¿Qué clase de engaño?

_ Nunca he oído sobre que una pareja deba firmar un consentimiento con un abogado antes de un casamiento por Civil. Pero supongamos que sea así dada las condiciones especiales del señor Gregorio Rafín, aunque aun así me siga resultando dudoso. Él no lee las letras pequeñas por su miopía, digamos, o por cualquier otra deficiencia ocultar que padece nuestro cliente. Pero confía que todo es legal porque la señora Dondorf se lo dijo porque en teoría leyó el documento y puede dar fe de que no esconde ninguna trampa legal. Pero no nos consta en absoluto que las palabras de la señora Fabiana Dondorf se condigan con los caracteres volcados en el escrito en cuestión. Por ende, el señor Rafín no tiene motivos para dudar de la palabra de su futura mujer y menos aún de la idoneidad del doctor Blanes, el abogado de la familia, quien casualmente es también el encargado de llevarle adelante la sucesión de sus bienes. ¿Me sigue hasta acá, doctor? Creo que no me estoy explicando tan claramente como otras veces. 

_ Se está usted explicando muy claramente, Dortmund. ¿Pero, cuál es su punto? ¿Sugiere que la señora Dondorf y el doctor Blanes estén en complicidad para despojar al señor Gregorio Rafín de toda su fortuna?

_ Exacto, doctor. Creo que nuestro abogado preparó dos documentos diferentes. El primero estimo que contenía los acuerdos pre nupciales extraordinarios del que nuestro cliente nos hiciera mera referencia en su relato. Y el segundo se trata una cláusula en la que el señor Rafín bajo engaños firmó y en la que cedía todos sus bienes y propiedades a la señora Dondorf y al señor Blanes.

_ ¿Pero, cuándo y cómo se la hicieron firmar, suponiendo que su teoría sea acertada?

_ Firmó ambos documentos en conjunto sin siquiera imaginarlo. La solapa de la carpeta en la que el doctor Blanes llevó ambos escritos esconde en su interior un trozo de papel carbónico que está adherido a la misma altura de donde el interesado debe firmar. La precisión para igualarlos debe ser perfecta. Pero, para evitar cualquier margen de error, en la tapa de la carpeta hay una marca sutil que le indica al abogado dónde apoyar exactamente el escrito de su interés. Así, después de que la señora Dondorf diera su aprobación sobre la legitimidad de su contenido, el doctor Blanes apoya el documento sobre la carpeta, lo iguala guiándose por la marca con el carbónico y el documento que está escondido adentro, y el señor Rafín sólo debe estampar su firma, la cual se traspasa automáticamente al documento de su interés. El que no sirve simplemente lo hace desaparecer y listo.

_ ¿Y qué sucederá cuando pregunten por el original de ése documento falaz?

_ La firma que el señor Rafín estampó en el primer documento la recuperan y la plasman mediante cualquier método idóneo de falsificación en su original y listo. Como abogado, el señor Blanes debe conocer varias técnicas para remendar ésta y otra clase de discrepancias. Más aún, teniendo todo planificado con anticipación.

_ Puede que tenga razón. Pero su hipótesis, Dortmund, contrasta con el comportamiento que la señora Dondorf mostró estas últimas semanas para con el señor Rafín.

_ Y es eso justamente lo que lo hace a este caso uno de los más interesantes de los pocos que resolví hasta ahora desde mi llegada al país hace apenas unos meses atrás. No pude negar, doctor, que mi teoría tiene grandes chances de ser cierta.

_ No lo niego, desde luego. ¿Pero, acaso es que también piensa entonces que la infección que agobia al señor Rafín haya sido inducida dolosamente por la señora Dondorf en complicidad con el doctor Blanes a los solos efectos de cumplir con sus propósitos?

_ Nunca lo consideré. Creo que el señor Gregorio Rafín tuvo la desdicha de contraerla de manera natural. Lo que vio entonces la señora Fabiana Dondorf fue una oportunidad increíble que se le presentó como pocas. Y convenció al doctor Horacio Blanes de asistirla a cambio de una promesa remuneratoria.

_ Deberíamos hablar con él, entonces.

_ Eso haremos precisamente después de que visitemos en su casa al señor Rafín. Espero sacar algo en limpio ahí que nos dé más indicios de porqué huyó y dónde se esconde la señora Dondorf, porque lo único que poseemos hasta ahora son sólo conjeturas abordadas desde la lógica. Y sabemos por una vasta experiencia en casos de desaparición de personas, que cada segundo que corre es de vital importancia. No sabemos qué se esconde de fondo y el real motivo de la repentina desaparición de la señora Dondorf.

_ Su planteo sólo aplica a casos de secuestros, no a una huida voluntaria.

_ Aplica a todo, querido doctor, si se desconoce la naturaleza de su propósito. Y ahora, pongámonos en marcha.

El señor Gregorio Rafín residía en una humilde morada situada en el corazón del barrio de Devoto. Entrando, había una mesa ubicada en el centro del comedor con tres sillas, detrás una enorme biblioteca repleta de libros y en uno de los costados un sillón de cuero sintético. El dueño de casa nos recibió amablemente y nos guió directo al armario de Fabiana Dondorf. Antes de comenzar con la inspección, Sean Dortmund le preguntó al señor Rafín si había tenido alguna novedad de la desaparecida o en su defecto de su abogado, el doctor Blanes, durante ése poco tiempo y nuestro anfitrión respondió negativamente a ambas inquietudes. El inspector, respetando la privacidad y la integridad de nuestro cliente, y con la mayor de las consideraciones asumidas, examinó meticulosamente todos los efectos personales de la señora Dondorf, desde carteras y prendas de ella hasta sus joyas y perfumes importados. Estuvimos algo más de media hora y nos retiramos. Dortmund estaba de ánimo caído, fatigado y nervioso.

_ No encontré absolutamente nada que nos dijera adónde pudo refugiarse la señora Dondorf o con quién puede estar. Esto no me está gustando nada.

_ ¿Vamos con el doctor Blanes?

_ Sí. Tal vez él sepa algo que quizás el señor Rafín no. Aquí tengo su dirección, gentileza de nuestro cliente.

Horacio Blanes era alto, de mirada apacible, rostro lánguido, cabello cortado al ras y de modales muy cordiales. Me dio la impresión de ser una persona muy segura de sí misma, que defendía a regaña dientes hasta sus más triviales convicciones. Cuando mi amigo le expuso la razón de nuestra consulta, el doctor Blanes se puso pálido y se precipitó estrepitosamente ante el impacto que le produjo la noticia de la misteriosa desaparición de la señora Fabiana Dondorf. Su reacción resultó tan sincera, que con el inspector nos convencimos de que realmente el doctor Horacio Blanes era ajeno a la situación y de que bajo ningún punto de vista estaba involucrado en el hecho.

_ ¿Qué fue lo que tuvieron que firmar ella y el señor Rafín hace dos días atrás, doctor Blanes?_ le preguntó Dortmund al abogado con mucho énfasis.

_ Un permiso especial para poder casarse_ respondió el señor Blanes, con voz reposada._ Como él tiene una enfermedad terminal, tiene que consentir su voluntad de contraer matrimonio por escrito, que deberá ser aprobada en el día por el juez Civil de turno. Y la señora Dondorf debe dejar por sentado que acepta los términos de que... Bueno, ¿para qué aclarar lo obvio? Es un permiso que se expide en casos excepcionales. Por eso, Gregorio me convocó de inmediato y con cierta urgencia.

_ ¿Tiene una copia de dicho documento, si es tan amable, doctor Blanes?

El abogado nos extendió la misma y con Dortmund la estudiamos minuciosamente a la luz de todas nuestras teorías y de las curiosas circunstancias que rodeaban al caso en cuestión. Se la devolvimos unos cinco minutos después, cuando terminamos de leerla y analizarla, y para sorpresa nuestra, estaba todo en orden. Definitivamente, el doctor Horacio Blanes no tenía que ver en la desaparición de la señora Fabiana Dondorf y tal conclusión echó por tierra todas las conjeturas del inspector. Teníamos que empezar todo de cero otra vez.

_ La señora Dondorf_ explicaba Dortmund_ se llevó la copia fiel que usted le extendió de este documento consigo cuando desapareció. ¿Se imagina alguna razón para eso, doctor Blanes?

_ Decididamente, no_ respondió el abogado compungido y consternado._ No tenía motivo para hacerlo. Habla de los términos y de la condición física  y de los padecimientos del señor Rafín en detalle, nada más.

_ ¿Le confió la señora Dondorf algún secreto que el señor Rafín ignorase?

_ ¡Sí! Ahora que lo menciona, inspector, sí_ replicó el letrado con los ojos terriblemente abiertos y una expresión de perplejidad perpetua.

_ ¿De qué se trata?

_ Me contó que de chica presenció la muerte de su padre. El señor Adalberto Dondorf falleció acostado en su cama de un infarto fulminante y ella, una nena de apenas siete años, lo vio morir y le generó un trauma severo que le produjo un episodio de amnesia temporal. Por ende, estuvo perdida varios días hasta que la encontraron vagando sola por las calles, cerca del Obelisco. El médico que la examinó le dijo que esos episodios de pérdida de memoria transitoria podían repetirse a lo largo de su vida si se chocaba con alguna situación similar que le despertara en su cerebro el trauma sufrido. Nunca se lo contó a nadie. Sólo me lo contó a mí por las circunstancias especiales que ustedes ya conocen, inspector.

Dortmund me tomó del brazo y me aisló abruptamente de la presencia del señor Blanes.

_ Esto cada vez se pone más extraordinario_ me comentó mi amigo con pesar._ Se lo dijo al doctor Blanes y posteriormente desapareció. No puede ser una coincidencia.

_ Sin embargo_ admití medianamente confundido, _ el señor Gregorio Rafín nos dijo que ella estaba perfectamente normal cuando se fue, la última vez que la vio. Y que inclusive, le dijo que volvería.

_ Ése es otro punto por demás interesante.

_ ¿Cree que haya sufrido algún episodio de amnesia y esté perdida por ahí, vagabundeando solitariamente y a la deriva por algún lugar?

_ Al contrario, doctor. Creo que busca evitarlo. Por primera vez, todo tiene sentido_ y desplegó una sonrisa triunfadora a lo largo y ancho de su boca. 

Lo siguiente que hicimos fue consultar en la guía todos los espacios de retiro espiritual que había en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires y llamar a todos, uno por uno, preguntando si en las últimas horas alguien con la descripción y el nombre de Fabiana Dondorf se había registrado en alguno de esos establecimientos. Después de una hora y media de estar haciendo llamadas en vano, finalmente en un centro de retiro espiritual que se llamaba El paraíso de Adán nos respondieron afirmativamente. Nos dieron la dirección y fuimos hasta ahí sin perder tiempo. Cuando arribamos al lugar y nos presentamos formalmente ante la secretaria de la recepción, nos llevó amablemente hasta el cuarto en donde descansaba pacíficamente Fabiana Dondorf. La encontramos sentada de piernas cruzadas, de espalda hacia nosotros y meditando. Ante el menor ruido que hicimos sin querer, se giró lentamente y nos miró con dudas y algo de resentimiento. Ése rostro era equidistante al de la foto que nos proporcionó gentilmente el señor Gregorio Rafín. Nuestra búsqueda había concluido exitosamente y aún había tiempo de convencerla para que se casara finalmente con nuestro cliente. Le pedimos permiso a personal del centro para esperar a la señora Dondorf afuera de la habitación donde estaba recluida y nos otorgaron la autorización pertinente.

_ No lo comprendo_ le dije a Dortmund en un susurro.

_ Es muy simple_ repuso mi amigo, satisfecho._ Con el antecedente de la muerte de su padre cuando ella era una niña, se internó aquí para prepararse emocional y espiritualmente ante la eventual muerte del señor Rafín, con quien va a casarse dentro de unas pocas horas. ¿Algo más que desee que le aclare, doctor?

_ ¿Por qué se llevó el permiso legal que le hizo firmar el doctor Blanes?

_ Porque ahí figura resumidamente la patología severa que padece el señor Gregorio Rafín, menester indispensable para solicitar la petición ante el juez de turno. Estoy seguro que antes de venir para acá, la señora Dondorf consultó a varios especialistas particulares para intentar ayudar al señor Rafín por si había algún error en su diagnóstico. Lamentablemente, el destino no se puede alterar. Y la señora Dondorf, anímicamente devastada, creyó que acá podría encontrar la calma y la serenidad que tanto ansía, y preparase, como le dije antes, para lo peor.

 Después de un rato de estar esperando afuera, la señora Fabiana Dondorf nos recibió cordialmente y después de hacer las presentaciones de rigor,  al preguntarnos por el motivo de nuestra visita, le expusimos en detalle todo el trajín de eventos que nos llevaron a localizarla desde que el señor Gregorio Rafín convocó a Dortmund para solicitar su ayuda. Se emocionó profundamente y confesó que hizo lo que hizo por idénticas razones a la que expresó Sean Dortmund. Pero que nunca tuvo la intención de preocupar a su futuro esposo para nada y pidió sinceras disculpas al respecto.

Exactamente, a la fecha y hora indicada, la señora Fabiana Dondorf y el señor Gregorio Rafín, quien no encontró más que palabras de agradecimientos por la implacable labor del inspector Dortmund, se casaron por Civil en una ceremonia íntima, privada y conmovedora. La última voluntad del ingeniero se había por fin cumplido.    

 

 
 

lunes, 11 de diciembre de 2017

El Expreso Patagónico (Gabriel Zas)








Augusto Barreiro era un frecuente pasajero del tradicional Expreso Patagónico, un tren que en su recorrido tradicional de aproximadamente una semana de duración con solamente dieciséis paradas intermedias unía las provincias de Río Negro y Tierra del Fuego. Siempre reservaba el mismo lugar las cinco o seis veces que viajaba por año: el asiento número veintiuno, del lado de la ventanilla. Le gustaba viajar solo, sin compañía de ningún otro pasajero y odiaba que lo molestaran por cualquier pavada. Almorzaba y cenaba solo, y por las tardes leía el diario, libros y cartas también en absoluta soledad. Sus modales eran de los más hostiles y engreídos, y nadie del personal de servicio del tren le guardaba simpatía.

A las cuatro y media en punto tomaba un café y se burlaba del mozo que amablemente se lo servía. Y se desairaba también de los encargados de llevarle el almuerzo y la cena, respectivamente.

Alguna que otra vez lo vieron en compañía de algunas mujeres, que por su postura ante él, detentaban que sentían un profundo y sincero odio y resentimiento hacia su persona. En cambio, Barreiro las trataba con lascivia, ironía y desprecio, manteniendo sobre ellas un poder de control absoluto. El personal del tren no se animaba a inmiscuirse en esos asuntos, aunque la gran mayoría admitía que las damas que mantenían una conversación con Augusto Barreiro terminaban deprimidas y asustadas. Eran mujeres que viajaban solas y que daban la impresión de conocerlo de antes, pero era un dato que no se podía confirmar con plena certeza.

Respecto de Augusto Barreiro, nada de sabía sobre su vida y sus negocios. Sólo que era uno de los magnates más ricos del país por aquéllos días. El resto era un completo misterio.

Cierta tarde de invierno, justo en diagonal hacia él, estaba sentada una bella mujer acompañada por un hombre elegante, que se dio por sentado que se trataba de su esposo. Ella se llamaba Yanina Arieta, de ojos grandes, cabello colorado, de una perfecta figura esbelta y modales reposados. Y su esposo era Andrés Urista, corredor de bolsa, de buen porte, complexión fornida, unos relucientes bigotes sumamente cuidados y emprolijados, de cabello castaño oscuro y de unos modales algo exaltados.

Estaban tomando el té y hablando de una amplia variedad de temas, cuando el señor Urista advirtió que su esposa relojeaba cada tanto al señor Barreiro con cierto temor acentuado en su mirada y su expresión. Aquél la observaba con arrogancia y soberbia, acompañado de una fina risita malévola. Urista aguantó lo más que pudo hasta que su tolerancia llegó a su máximo límite permitido.

_ ¿Por qué ése tipo de enfrente te mira tanto? ¿Acaso lo conocés?_ le preguntó con autoridad y exigencia, Andrés a su esposa.

Yanina tardó unos segundos en reaccionar y se volvió hacia su marido con una inocente sonrisa que intentaba esconder un drama anterior.

_ No, mi amor, no te preocupes_ le respondió ella, tomándolo de la mano._ Pasa que no deja de mirarme y me incomoda. Es eso solamente.

_ ¿Segura?_ volvió a preguntar Urista algo desconfiado.

_ Segura, amor. No te hagas problema por ése infeliz de ahí enfrente.

Urista miró a Augusto Barreiro con el odio reflejado en el brillo de su mirada. Y el otro, a modo de burla, alzó en el aire su taza de café y simuló un brindis con una sonrisa petulante dibujada en sus labios. Ante tal ofensa, Andrés Urista amagó con levantarse a confrontarlo, pero Yanina Arieta lo detuvo con mayor rapidez con la que él reaccionó antes y se lo impidió.

_ Dejalo, Andrés_ le dijo su esposa algo más decidida._ No le des cabida. Con vos a mi lado, no creo que se arriesgue a hacer algo.

_ Voy al baño a lavarme la cara y a reponerme, porque si no lo reviento a golpes a ése imbécil.

Se levantó y pasó con mucha ira cargada encima por al lado de Barreiro, que seguía sin inmutarse. Cuando Andrés Urista desapareció del plano, Yanina Arieta se levantó relampagueante de su asiento y corrió a sentarse en la mesa de Augusto Barreiro, justo enfrente de aquél.

_ ¿Qué hace usted acá? Ya bastante problemas me causó en su momento_ le dijo ella a Barreiro visiblemente molesta.

Con la actitud soberbia típica suya, Augusto Barreiro sacó de su equipaje una serie de cartas atadas con un piolín y las arrojó sobre la mesa ante la atónita y disipada mirada de la señora Arieta.

_ Éstas son todas las cartas que tu amante te escribió_ le confesó Barreiro con absoluta frivolidad._ Bueno, todas no, porque te mandé dos a tu casa, de las cuales una la vio tu maridito. Y ése verso que le metiste de que tu otro macho equivocó la dirección, no se lo creyó demasiado me parece. A propósito, ¿qué hiciste con la otra carta?_ y dejó escapar detrás de aquélla pregunta una sonrisa sarcástica.

_ Eso es asunto mío. ¿Qué quiere a cambio de su devolución o su desaparición permanente? Soy una mujer feliz con mi esposo y quiero que dejar esto en el pasado. Enterrarlo junto a tantos recuerdos amargos.

_ La vez pasada te pedí que te acostaras conmigo porque quería tener una noche con vos y te rehusaste a aceptar mi propuesta. Mil veces te insistí y mil veces te rehusaste. Y entiendo que estas cartas no querés que lleguen a manos de tu esposo. Es mucho más celoso de que lo yo lo hacía.

_ Asco me da lo que hace y esa sonrisa que tiene dibujada, peor todavía. Me produce náuseas. Me gustaría borrársela de una buena cachetada.

Barreiro lanzó una carcajada burlona que no pudo contener.

_ Es lo que hago, chiquita_ siguió hablando ulteriormente con más prepotencia._ Mis contactos me informan constantemente sobre mujeres casadas como vos que le meten los cuernos a sus maridos. Es un negocio para mí. Mando a robar todas las pruebas que acreditan las infidelidades, y si no pagás el precio que yo pongo o hacés exactamente lo que digo, las pruebas llegan enseguida a manos de los esposos. Ya ahí no es mi problema.

_ Mi oferta sigue en pie.

_ La mía también.

_ No voy a tener sexo con usted. Pero puedo pagarle la cantidad que me pida. ¿Cuánto quiere?

_ La última mujer que se rehusó a pagar mi precio, no la pasó nada bien.

_ Repito. ¿Cuánto quiere por las cartas?

_ Le pedí ochocientos mil australes a cambio y la caradura, con lo rica que era, se atrevió a decirme en la cara que no podía pagar ésa cantidad.

_ ¿¡Cuánto!?

_ Y bueno, el marido se enteró de que era flor de cornudo, se calentó y la mató. No fue mi culpa. Yo no puedo medir las consecuencias de mis acciones.

_ Por última vez, ¿cuánto quiere a cambio de las cartas?

_ Sexo, no querés.

Y Barreiro hizo un gesto virulento fingiendo estar reflexionando de qué manera iba a extorsionar a Yanina Arieta, sin nunca dejar de sonreír soberbia y holgadamente.

_ Hubo otra minita de ésas_ continuó explicando de forma insolente_ que el padre tenía miles de hectáreas de campo y cultivo en Saladillo. Le pedí una pavada a cambio de mi silencio: que me ceda las escrituras del ochenta por ciento del total de los campos y del resto de propiedades que tenía a su nombre. Dijo que no, que no iba a obligar al padre a firmar esas escrituras bajo ningún pretexto. Y bueno... Cosas que pasan. Yo soy hombre de palabra. Las segundas oportunidades conmigo no existen. Las cosas se hacen como yo digo de una sola vez o saco a relucir todo a trasluz.

_ No voy a acostarme con usted y es mi última palabra. ¿Cuánto quiere a cambio de las cartas? Lo escucho antes de que mi marido vuelva del baño. Y ahí, créame, no quisiera estar en sus zapatos.

Y por primera vez, el miedo desapareció del rostro de Yanina Arieta y sonrió con la misma arrogancia con la que sonreía permanentemente su extorsionador. Sin embargo, Barreiro no se conmovió en absoluto.

_ ¡Uy!, qué miedo_ expresó presumidamente, Augusto Barreiro._ ¿Vas a hablar y le vas a contar sobre todas las veces que le fuiste infiel, y después vas a hacer que me pegue? Qué valiente.

_ Me gustaría saber lo que sería capaz de hacerle si le cuento lo basura y desgraciado que es usted, y todas las cosas que hizo. Extorsionar a mujeres ricas infieles para ganar millones o arruinarles la vida si no se rinden a sus exigencias. Qué caradura de cuarta, por Dios.

_  Dios no es culpable de que vos hayas roto más de un mandamiento a la vez. Además, lo mío es un trabajo digno y leal. De algo se tiene que vivir, ¿no te parece?

_ Retiro mi oferta_ se resignó Yanina Arieta.

_ Es una pena. Mirá vos, che_ replicó con altivez Barreiro.

Ella se volvió hacia él y lo miró fría y decididamente a dar batalla más que a encontrar una solución terminante a las extorsiones de Augusto Barreiro.

_ Cien mil, y es mi oferta final_ ofreció con intrepidez Arieta.

_ No quiero plata. Tengo demasiada para pretender ganar más y me alcanza de sobra. Lo que quiero viene por otro lado.

Barreiro habló anteponiendo su ego ante todo.

_ Sexo le dije que no_ reafirmó la muchacha más resuelta que antes.

_ ¿Ves a ésa mujer rubia de allá, que está sentada justo al lado de la puerta de la derecha?

Y se la señaló con el dedo. Yanina asentó con un ligero movimiento de cabeza.

_ Le di una semana de gracia para pagarme y casualmente se cumple hoy. Andá y encarala. Si no te paga, que te dé el collar de oro que tiene colgando. Es una herencia familiar por lo que tengo entendido y vale el triple de lo que me debe. Es hermoso, ¿no? Y si no accede, peor para ella. Hablo y muestro todo, y listo.

_ ¿Eso sólo?

_ No entendiste, me parece. Sos valiente, me gusta eso de una mujer. Y más de una mujer que no da tan fácilmente el brazo a torcer. Estás jugada. Vas a hacer un par de trabajitos para mí, como el que te acabo de encomendar u otros similares. Si los hacés bien y te portás bien además, estamos a mano y las cartas desaparecen conmigo. Pero si vos a ésa rubia le decís algo indebido, la incentivás a rebelarse contra mí, la manipulás para que llame a la Policía o alguna estupidez de ésas... Bueno, soy yo el que no quisiera estar en tus zapatos.

Y estalló en carcajadas riéndose con maldad y vanagloriándose de su poder y dominio. Yanina Arieta, empujada en contra de su propia voluntad, fue a cumplir con lo solicitado si quería salir indemne de la situación. En el trayecto, se cruzó con su marido que volvía del baño y ella le dijo que también iba al baño. Como Andrés Urista estaba sentado de espalda hacia la mujer a la que debía intimar Arieta ya que ella estaba sentada en la misma dirección que él, su esposa al sentarse de frente a la joven se pondría a su vez de espalda a su esposo, por lo que él sería incapaz de verla sentada en la mesa de una mujer desconocida. Y si por una de ésas casualidades él la descubría, ella pondría el pretexto de que era una vieja amiga de la Primaria que no veía desde hacía años.

Cuando Urista pasó de nuevo por al lado de Augusto Barreiro, lo miró con odio y aquél lo miró firme con la misma tesitura petulante que había mantenido hasta entonces, acompañada de una escueta sonrisa desafiante.

Repentinamente, un hombre con acento extranjero, medianamente bien vestido con un sobretodo gris y con el cabello algo despeinado, se sentó frente a Augusto Barreiro luciendo una sonrisa impertinente que encajaba perfectamente con su personalidad y que igualaba a la del caballero que ahora tenía sentado enfrente de él.

_ Retírese, no lo conozco_ le exigió Barreiro al reservado pasajero que acababa de sentarse enfrente suyo con un desleal destrato hacia su persona.

_ Pero, yo a usted sí. Lo conozco demasiado bien, señor Barreiro_ le respondió aquél, en un tono provocador y con una sonrisa que desbordaba en pedantería.

La sonrisa que hasta ése momento Augusto Barreiro lucía se borró en un segundo y fue reemplazada por una expresión de alerta y dudas conjuntas.

_ ¿Cómo sabe mi nombre?

_ Soy investigador privado y asesoro a su vez a la Policía Federal. Una de sus tantas víctimas, la señora Liliana Bendel, vino a verme hace unos días atrás exponiendo su caso y diciéndome que usted tiene en su poder una foto que la compromete seriamente y que revelarla al mundo puede significarle un gran escándalo familiar.

La jactancia y la soberbia volvieron a abducir el alma de Augusto Barreiro, y su sonrisa sobrante resurgió en sus labios como el Ave Fénix.

_ La recuerdo muy bien. Le pedí diez mil australes a cambio y no me pago, por lo que pondré la foto en cuestión a entera disposición de quien la solicite.

_ Ella es pobre, una mujer de bajos recursos. No puede pagar ni por mucho la cifra que usted le demanda.

_ Ése no es mi problema.

_ Pero sí el mío, señor Barreiro.

_ ¿Puedo saber quién es usted?

_ Me llamo Sean Dortmund. Supongo que habrá oído hablar de mí en alguna oportunidad. Pero ése no es el punto. Vengo a negociar con usted. Cinco mil australes a cambio de la foto. Es una oferta suculenta. ¿O me lo va a negar?

_ No voy a aceptar ésa miseria. Olvídese.

_ Y yo no voy a declinar la oferta. Mi clienta me convocó para negociar con usted y eso haré.

_ Pierde usted su tiempo, señor mío. Además, no me explico cómo ésa mujerzuela, siendo carente de recursos como usted mismo me dijo recién, puede contratarlo. Huelo a una gran estafa.

_ Con el mayor y más debido de los respetos, señor Barreiro, yo nunca empleé el término contratar. Dije que me convocó y eso a usted no le incumbe. Vine a hablar de negocios con usted y eso haré.

_ Y a usted no lo conciernen mis negocios con ésas mujeres.

_ Incurre usted en un error muy imprudente, señor Barreiro. Sus negocios me importan y mucho.

_ ¿Puedo saber cómo me encontró?

_ Su rutina es muy previsible y no hay personal de este tren que la desconozca. Es su centro de mando para citar a sus víctimas a bordo para negociar. Lo han visto en reiteradas ocasiones acompañado siempre de una señorita diferente, con la salvedad que muchos desconocen los motivos de esas particulares reuniones.

_ Me deslumbra, Dortmund. ¿Debo aplaudirlo por eso?

_ Sólo debe aceptar los cinco mil australes que le ofrezco a cambio de la foto de la señora Bendel, nada más.

_ Rechazo su oferta.

_ Cinco mil o usted irá a la cárcel. Si cambia de opinión y acepta mi propuesta, no lo expondré pero lo vigilaré de cerca. Dejará de extorsionar a mujeres inofensivas, se redimirá de su culpa y desaparecerá para siempre. Pero si no, en la próxima estación hay oficiales apostados en el andén que tienen orden de detenerlo ni bien ponga un pie afuera del tren.

_ Qué lástima. No es mi estación. Me bajo en la última. Una pena.

_  Eso no es del todo cierto. Pero de todas formas, bajará de cualquier manera. Hay oficiales encubiertos arriba del tren y lo están vigilando. Ya escucharon y grabaron toda la conversación que mantuvo usted con la señora Arieta. Tienen suficiente material para encarcelarlo por al menos seis años.

_ ¡No es cierto!

_ Lo es. Si me da el nombre de todas y cada una de sus víctimas, usted bajará en la siguiente estación como le dije y no lo detendrán. Daré la señal para que le den vía libre para huir y desaparecerá permanentemente.

Dortmund dejó enfrente de Augusto Barreiro sobre la mesa un anotador y una lapicera, y le extendió todo el conjunto amablemente.

_ ¿Qué decide, señor Barreiro?_ le preguntó con arrogancia.

Augusto Barreiro y Sean Dortmund se miraron fijamente por un tiempo prolongado. Barreiro no podía aceptar la idea de que había alguien más con una personalidad tan vanidosa y soberbia como la suya. La única diferencia era que ésa otra persona estaba a favor de la justicia.

Barreiro se sintió acorralado por los cuatro costados y entonces decidió que lo mejor que podía hacer era acceder a la demanda del inspector Dortmund. Tomó un papel del bloc, la lapicera y llenó el anverso y el reverso de la hoja con todos los nombres de sus supuestas víctimas de extorsión. Cuando terminó, entregó la hoja de mala gana en manos de Sean Dortmund. Aquél la tomó y la revisó minuciosamente.

_ Corroboraré la validez de estos datos en menos de lo que usted puede imaginarse. Si mintió en alguno de ellos, nuestro acuerdo quedará automáticamente sin efecto_ aclaró el inspector, modestamente.

_  No llame acuerdo a lo que fue en verdad una imposición injusta. ¿Pero, qué otra escapatoria tengo?_ repuso Barreiro en tono derrotista e irascible.

_  Eso es tener sentido común, señor Barreiro. Ha obrado usted correctamente.

El tren finalmente se detuvo y Augusto Barreiro tomó su equipaje, se levantó de su asiento y se dirigió hacia la puerta en compañía de Sean Dortmund. Antes de que el señor Barreiro pusiera un pie en el andén, el inspector hizo un ademán con su mano izquierda y enseguida le indicó a Augusto Barreiro que podía descender de la formación.

_ Puede irse tranquilo. Que tenga usted buenos días_ le dijo Dortmund a Barreiro con una sonrisa indiscreta y estrechándole la mano.

Pero el otro, totalmente ofendido y serio, le negó el saludo y bajó sin mediar palabra alguna, y el inspector lo contempló alejándose lentamente por el andén hacia la salida. Cuando el Expreso Patagónico retomó la marcha, Yanina Arieta y la otra mujer se acercaron sonrientes y más aliviadas hacia Dortmund.

_ Gracias. Ha estado usted admirable. No sabemos cómo agradecerle_ le dijo rendidamente la señora Arieta.

_ Todo fue una vil puesta en escena_ admitió Sean Dortmund de ánimo caído._ Los oficiales a bordo, los que lo esperaban aparentemente en el andén, la conversación grabada que mantuvo con usted... Pero al menos logré que me diese los nombres de todas sus víctimas. Es la evidencia más sólida que he conseguido en su contra y es un gran comienzo de un largo camino que queda por transitar. Son muchas más de las que imaginaba.

_ ¿Qué hará con ésa lista?_ quiso saber con interés la mujer de los cabellos rubios.

_ Localizaré a la gran mayoría que pueda de todas las mujeres que la integran para que den su testimonio ante el juez y poder encarcelar de una buena vez al señor Augusto Barreiro. Llevará mucho tiempo conseguirlo. Pero valdrá la pena. Que sepa que le estoy soplando la nuca todo el tiempo, a cada hora y a cada minuto, noche y día.

_ Cuente conmigo_ se ofreció la señora Arieta.

_ Y conmigo, también_ reafirmó la otra dama.

_ Mi marido está solo en la otra punta del vagón. Cree que fui al baño. Mejor que vuelva y no se entere de nada de todo esto.

_ Algún día tendrá que enfrentarlo con la verdad, señora Arieta. No puede ocultar algo así por el resto de su vida. Y espero que de ahora en más modere su actitud. Tiene a su lado a un hombre que sin dudas la ama muchísimo. No necesita a más hombres que la cotejen. No lo arruine. Ni usted tampoco_ dijo luego dirigiéndose a la otra señorita.

_ Prometido_ juraron las dos al mismo tiempo y con una sonrisa en sus labios.

Sean Dortmund les devolvió el gesto a ambas mujeres y la señora Arieta se fue corriendo de nuevo a reencontrarse con su esposo.
_ La psicología humana puede llegar a ser un arma infinitamente poderosa si se la usa prudentemente y con mucho ingenio. Y ésa es una cárcel de la que jamás ningún criminal podrá escapar_ cerró el inspector, reflexivo.