Andrea
Tudella y Julia Rebollo, junto a Eliana Garay, eran mejores amigas de
prácticamente toda la vida desde que tenían uso de razón. Se habían conocido
desde muy chiquitas en el barrio a través de sus padres que eran muy amigos
entre ellos. Todos los sábados a la tarde las tres familias se juntaban a tomar
mate en casa de alguna de ellas, mientras las chicas jugaban en la calle con
otros chicos del barrio.
Así, el
tiempo pasó y las tres muchachas se hicieron inseparables. Estaban juntas todo
el tiempo. Si cualquiera de ellas resultaba ofendida, la ofensa alcanzaba a
todas por el igual. Y así también, si una estaba inmensamente feliz por
cualquier motivo, la felicidad también las alcanzaba a todas de igual manera.
Así de fuerte y estrecho eran los lazos que las unía, unos lazos que supieron
forjar y afianzar a lo largo de varias décadas de amistad inquebrantable.
Tal era
así, que de un día para el otro decidieron irse a vivir juntas las tres a un
pequeño departamento de dos ambientes que alquilaron a un costo accesible en
pleno corazón de Villa Ortuzar. Todas disponían de un buen trabajo estable y no
tenían inconvenientes en repartirse los gastos.
Pero no
todo era trabajo para ellas. Su gran pasión era salir todos los fin de semanas
a algún bar a relajarse y a disfrutar de buena música y buenas compañías. Y no
volvían hasta las siete de la mañana del día siguiente.
Una noche, Eliana Garay se sentía terriblemente mal por algo que había
ingerido y prefirió quedarse a descansar en vez de salir. Andrea y Julia se
rehusaban a salir y dejarla sola. Pero fue la propia Eliana la que las
convenció para que salieran. Y ambas, a pesar de su preocupación, decidieron no
desestimar los deseos de Eliana y salieron, aunque con la única condición de
que volverían unas horas antes.
_ Vayan y disfruten sin mí_ las alentó con voz fatigada, Eliana._ No
escatimen en diversión solamente por mí.
_ Vamos a estar en la cervecería de siempre_ dijo Julia Rebollo,
afligida y con cierta culpa encima._ Cualquier cosa que te sientas mal y
necesites que estemos acá, llamamos al teléfono de línea del bar y venimos
corriendo.
_ Sí. Llamá_ reafirmó con cautela, Andrés Tudella._ Nosotros hablamos
con el dueño y le decimos, total ya nos conoce.
_ Cualquier necesidad que requiera de urgencia, llamo a un médico y se
terminó. Ustedes no se preocupen por nada, que voy a estar bien. Es un dolor
pasajero, nada de otro mundo. Vayan y disfruten. Y tòmense un trago en mi
honor, así me recuerdan y no se sienten tan mal.
***
Su lealtad a las salidas las traicionó y Andrea Tudella y Julia Rebollo no regresaron
sino hasta las siete y media de la mañana, ya que se les dificultó abordar un
taxi más temprano.
Entraron al departamento sigilosamente para evitar despertar a Eliana
por si descansaba profundamente. No tuvieron noticias de ella en toda la noche,
por lo que supusieron que se encontraba mucho mejor de salud.
Se acercaron a la habitación y antes de penetrar en ella, se descalzaron
para evitar hacer ruido. Con los zapatos en mano, abrieron la puerta con
prudencia y entraron en punta de pies. Pero tanto Julia como Andrea, se
pasmaron radicalmente cuando vieron la cama vacía. La habitación estaba
perfectamente ordenada, dispuesta como ellas la mantenían. Pero Eliana Garay
estaba ausente.
_ ¡Qué raro!_ exclamó Andrea, con estupor._ ¿A dónde habrá ido ésta
piba?
_ Por ahí fue a la farmacia o salió a tomar un poco de aire porque se
sentía mal_ conjeturó despreocupadamente, Julia._ Ya va a volver.
_ Sí. Puede que tengas razón.
_ Si hubiese pasado algo malo, ya nos hubiésemos enterado hace rato. Vos
sabés que las malas noticias se propagan como el fuego.
Andrea aceptó la suposición de Julia y se distendieron. Hablaron de cómo
estuvo su noche mientras se cambiaban y de los planes que concretarían el
próximo fin de semana.
Andrea sintió la garganta reseca y se dirigió hasta la cocina para beber
un poco de agua. Encontró sobre la mesa una nota escrita de puño y letra de
Eliana, que expresaba: "Vuelvo el
próximo sábado". La recogió algo descolocada y se la exhibió a Julia.
_ ¡Ah! Fue a casa de la madre, seguramente_ adujo Julia Rebollo,
relajada._ Me dijo anteayer, si mal no recuerdo, que iba a irse unos días para
allá a visitarla porque hacía varios meses que no la veía.
_ Gracias por avisarme_ repuso Andrea Tudella en tono despectivo.
_ Se habrá sentido mal, la habrá llamado a la madre y ella le habrá
sugerido irse para allá por cualquier cosa. Doña Hortensia siempre fue
demasiado protectora con Eliana.
_ Nosotras también la cuidamos. Nos cuidamos siempre entre las tres.
Andrea parecía molesta. Pero Julia intentó apaciguarla enseguida.
_ ¡No te enojes, nena!_ dijo distendidamente._ Es la mamá ante todo. Iba
a estar mejor con ella que acá sola en las condiciones en las que estaba.
_ Cuando me levante más tarde, la voy a llamar así me quedo tranquila.
_ Sí. Hay que reconocer que Eli nos tuvo toda la noche preocupada.
Andrea abrió el placard que compartían las tres para guardar sus zapatos
y su cartera, y se chocó con una terrible sorpresa que la impulsó a exhalar un
grito ahogado ampliamente prolongado y cargado de miedo y terror. Julia se dio
vuelta presa del pánico y cuando vio lo que había oculto dentro del placard, se
paralizó de pies a cabeza. Era el cadáver de una mujer joven y desconocida, de
buen porte y complexión delgada. Estaba ataviada en un sutil vestido negro de
encaje, boca abajo, con los pies descalzos atados sobre la barra que sostiene
las perchas y un sombrero de copa que le cubría su rostro por completo, dejando
entrever sólo unos ligeros mechones rubios que le sobresalían por los costados.
No era Eliana, ya que ella era pelirroja. ¿Pero, quién era ésa mujer y
cómo llegó hasta ahí? ¿Entró por sus propios medios porque escapaba de alguien
o alguien la acomodó deliberadamente ahí una vez muerta? Y sobre todo, ¿cómo
entró al departamento? Porque la cerradura de la puerta de entrada no estaba
para nada forzada.
El cuerpo tenía una gran aureola roja y medianamente descolorida
alrededor del cuello, lo que evidenciaba en una primera interpretación que
había sido estrangulada con una soga de mucho grosor y reforzada.
Tanto Julia como Andrea estaban presas el pánico contemplando una escena
totalmente inaudita y estremecedora. Por fin cuando pudieron reaccionar, Andrea
tuvo un empuje repentino y corrió hasta el teléfono de línea que estaba en el
living. Pero, Julia, anticipando las intenciones de su amiga, fue más rápida
que ella y le impidió llegar hasta el aparato.
_ ¿Qué pensás hacer?_ le preguntó con el rostro pálido y los ojos
terriblemente abiertos, presa de un susto indescriptible_ ¿Estás loca, Andrea?
_ ¡Hay que llamar a la Policía!
_ ¿Y decirles, qué? ¿Que llegamos de un bar, abrimos el placard y vimos
el cadáver de una mina que nunca vimos en nuestras vidas?
_ Es la verdad, ¿no? Yo no pienso quedar pegada en algo en lo que no
tengo que ver en lo más mínimo.
_ ¡Pensá, Andrea! La puerta sin forzar, la falta de evidencias... Con
nuestra historia, ¡No nos van a creer!
_ ¿Y qué vamos a hacer?
Andrea Tudella empezó a caminar incesantemente de un lado a otro dentro
de la habitación cargada de nervios, pero Julia Rebollo la contuvo con un poco
de esfuerzo.
_ Vamos a pensar algo y a resolverlo por nuestra cuenta_ dijo Julia, con
voz suave y parsimoniosa._ Sobre todo, resolverlo por nuestra cuenta.
Andrea, aplicando toda su fuerza de voluntad, logró calmarse. Ya más
apaciguada y dispuesta a la comprensión, dijo:
_ ¿Y si fue Eliana y escapó con pretextos para achacarnos la culpa de su
crimen a nosotras dos?
Julia la miró con desdén.
_ ¿Supongo que no estarás hablando enserio...?_ sentenció con recaudo.
_ Fingió sentirse mal para tener una excusa para quedarse, invitó a ésta
chica a venir y la mató. Y después, con viles evasivas, escapó.
_ ¡Eliana es incapaz de algo así y vos lo sabés tan bien como yo!
_ ¡Es que no sé qué pensar ya, Julia! Todo esto me resulta demasiado
extraordinario.
_ Pensá un poco, Andrea. Ella no tendría la fuerza suficiente para
colgar un cuerpo de cabeza. Se necesita mucha fuerza para eso. Incluso, hasta
dos personas, mirá lo que te digo.
_ ¿Y si realmente fueron dos personas?_ reflexionó Andrea Tudella con
gran sombro.
_ Quizas sí, quizás no. No tenemos prueba de nada. De absolutamente nada
de nada.
_ ¿Qué vamos a hacer, entonces, con el cuerpo?
_ Tenemos que actuar con astucia e inteligencia. Nadie tiene que
sospechar que esto pasó y menos, que nosotras estamos en medio de todo el
drama, sino va a ser el fin para nosotras. Tenemos que ser extremadamente
precavidas. Cualquier paso en falso que demos, estamos fritas.
_ Investiguemos por nuestra cuenta, para empezar. Los minutos corren. No
podemos seguir acá de brazos cruzados sin saber qué hacer todavía.
_ No hay nada que podamos hacer más que esconder el cuerpo y deshacernos
de él.
_ Estás loca si pensás que te voy a seguir en ésa.
_ ¿Cómo vamos a justificar un cuerpo en el placard de nuestro propio
departamento?
_ ¡Descubriendo la forma en que entraron y lo dejaron!
_ Eso es imposible. Saquemos el cuerpo por el garage, llevémoslo a un
lugar descampado, lo dejamos ahí y asunto terminado.
_ Insisto en que pensemos y analicemos la situación. Quien haya sido, no
atravesó la puerta para entrar.
Julia Rebollo decididamente se entregó a las obstinaciones de Andrea
Tudella. Ambas amigas se enarbolaron en un torbellino de dudas e incertidumbres
plasmadas en las diferentes teorías que plantearon sin llegar en ningún caso a
una solución que dejara satisfecha a las dos por igual.
Estuvieron más de dos horas hablando, café por medio, del asunto y
barajando otras alternativas. Pero no sacaron nada en limpio y nada pareció
convencerlas más que la idea de deshacerse del cuerpo. Inclusive, revisaron
cada rincón de la casa hasta el cansancio sin hallar nada relevante. Y eso las
frustró severamente. Parecía ser que después de todo el verdadero responsable
se había salido con la suya, a pesar de la intención de las muchachas de no dar
el brazo a torcer. Pero, dadas las circunstancias del hecho, no tuvieron ningún
otro remedio.
_ Está bien_ se rindió forzosamente, Andrea._ Creo que no nos queda otra
salida. Hagámoslo.
Ella y Julia Rebollo, con mucho esfuerzo, descolgaron el cuerpo del
perchero y lo envolvieron con varias sábanas. Después, se aseguraron de que el
piso estaba despejado y se dispusieron a sacar el cuerpo y trasladarlo por el
montacargas auxiliar hasta el garage. Si se cruzaban de pura casualidad con
algún vecino, le dirían que llevaban efectos personales en desuso para donar y
listo. La cuestión era: ¿le creerían? Posiblemente, no. Pero eso era lo que
menos las preocupaba en esos momentos.
Cargaron el cadáver, una tomándolo de la cabeza y la otra de los pies, y
lo arrastraron como pudieron hasta la puerta de entrada del departamento. Pero
cuando iban a salir, una figura masculina, sólida y de aspecto adusto, les
bloqueó la salida apuntándoles con un arma. Las muchachas temblaron de pánico y
se pusieron a las órdenes del intruso para evitar que las lastimara. Retrocedieron,
y una vez los tres nuevamente adentro del apartamento, el desconocido cerró la
puerta tras de sí y le dio dos giros de llave a la cerradura. De nuevo mirando
a las dos amigas que no podían disimular su angustia y miedo, sonrió con
petulancia y nunca sin dejar de apuntarlas, las obligó a entrar otra vez en el
dormitorio y a sentarse sobre la cama, después de que las coaccionara para que
llevaran conjuntamente el cadáver hasta ahí.
El desconocido no resultó serlo ni para Andrea Tudella ni para Julia
Rebollo. Se trataba de Esteban Azcona, el propietario del departamento en
cuestión.
_ ¿Así que, fue usted?_ declaró Julia sin mucho asombro._ Eso explica
porqué la cerradura no estaba forzada y todo lo demás.
_ ¿Por qué nos hizo esto a nosotras?_ inquirió Andrea con absoluto
desconcierto._ ¿Qué le hizo a Eliana?
_ ¿Usted la envenenó, no? Por eso se sentía mal.
_ ¡Claro! Usted, Azcona, nos trae siempre la comida porque nosotras no
tenemos tiempo de hacer las compras. Nosotras le dejamos la lista con todas las
cosas que nos hacen falta.
_ ¡Desgraciado malnacido!
_ ¿Terminaron?_ preguntó Esteban Azcona con lascivia.
_ No_ sentenció ofuscada, Julia._ ¿Quién es la pobre mujer que mató y
cuyo cuerpo plantó en nuestro placard, y qué hizo en verdad con Eliana?
_ Eliana está enfrente de ustedes en este preciso instante_ dijo el
propietario, insolentemente.
Una sensación de horror recorrió la espina dorsal de ambas mujeres.
Esteban descorrió la sábana del cuerpo, levantó el sombrero y dejó ver
el rostro de la occisa: era Eliana Garay.
Las dos prorrumpieron en llantos y gritos desesperados.
El sombrero tenía adherido en la parte de adentro cabello artificial
rubio que cubría la cabellera real del cuerpo. Fue un artilugio perpetrado por
el propio Esteban Azcona, que además vistió el cadáver con otras prendas para
camuflarlo y aparentar que correspondía a alguien más.
_ Ustedes me la arrebataron_ dijo él con desidia._ Yo fui novio de
Eliana por muchos años. Mis días a su lado fueron los mejores de mi vida. Pero
ustedes aparecieron de la nada y empezaron a pasar tiempo completo con ella.
Eliana ya no quería estar conmigo, sino con ustedes.
_ Nosotras la conocíamos desde muy chiquitas_ dijo Andrea Tudella entre
sollozos._ Éramos amigas entrañables de toda la vida. Es imposible que lo
conociera a usted después que a nosotras.
_ ¡Claro que es imposible, pendeja estúpida! Porque yo la conocí cuando
también era chico, un año antes que ustedes. Antes de mudarse para su barrio,
Eliana vivía en Ciudad Evita, a una cuadra de mi casa. Todo el día pasábamos
juntos. Todo iba bien hasta que sus padres decidieron irse a vivir a otro lado.
No les importó su hija, no les importé yo, no les importó nada. La última vez
que la vi antes de que se fuera definitivamente del barrio, ése mismo día que
fui a verla para despedirme de ella, me prometió vernos al menos dos o tres
veces al mes. Me entusiasmé. Al principio funcionó estupendamente. Sus padres
no se oponían ni los míos tampoco. Pero aparecieron ustedes dos y todo cambió.
Me traicionó, me destruyó por completo. Jugó con lo que sentía por ella, jugó
con nuestra relación. Nunca se lo perdoné. Intenté de todas las formas posibles
establecer contacto con ella sea de la manera que fuera, pero lo único que
conseguí de parte suya fueron evasivas. Enloquecí de celos y venganza. Cuando
me contactó para alquilarme el departamento, supe que tenía una gran
oportunidad. ¿Saben una cosa? Ella no me
reconoció. Fue la gota que rebasó el vaso. Lo planeé todo con lujo de
detalles y acá estamos todos juntos felizmente reunidos.
_ Está loco_ dijo Julia.
_ Quizás tengan razón en eso. Pero no vivirán para contárselo a nadie.
Estaba a punto de apretar el gatillo, pero Andrea lo detuvo.
_ ¿Y el recado?_ preguntó_ Porque ésa es la letra de Eliana,
irrefutablemente. ¿La obligó a escribirla antes de matarla, pedazo de basura?
_ No. La escribió ella misma en otra misiva que estaba dirigida a
alguien más. Sólo repasé con papel carbónico y una lapicera la parte que me
interesó, nada más. Recorté el pedazo de papel adonde había hecho la
transferencia del texto y lo dejé en donde ustedes lo encontraron. Resultó la
cosa más fácil del mundo. Sabía que no notarían el engaño. Y ahora, señoritas,
si me permiten hacerles los honores...
Afianzó la puntería del arma que empuñaba y se dejó que su dedo jalara
del gatillo con suma naturalidad.
Esteban Azcona aún recordaba en su mente la carta original:
"Rosa: me gustó mucho el
vestido azul que me mostró la otra vez que fui y decidí comprárselo. Acá le
envío el cheque con el pago. Vuelvo el
próximo sábado para retirarlo. Téngamelo preparado, en la medida que le sea
posible, para la mañana temprano. Pasaré por su negocio puntual entre las nueve
y las diez. Muchas gracias. Eliana".
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