Gonzalo Labrado estaba nervioso. Había puesto la mesa para dos. Era
evidente que ésa noche no cenaría solo, y a juzgar por las velas puestas en el
centro de mesa y por su forma de vestir fina y elegante, se trataba de una
primera cita romántica.
Una primera cita siempre genera más nervios que cualquier otra cosa
porque uno siempre se propone que las cosas se desenvuelvan dentro de todo de
la mejor forma posible. No pueden permitirse errores. Entonces, alcanzar el
nivel máximo de perfección no es sólo un hábito de capricho, sino una
obligación a cumplirse sin incurrir ni en la más mínima equivocación. Y Gonzalo
Labrado sabía muy bien esto último.
No se consideraba un buen cocinero, así que optó por comprar comida
hecha. Eligió para la ocasión sushi con arroz y seleccionó también de su bodega
el mejor vino que tenía, proveniente de la más fina y delicada cosecha
mendocina.
La cita se fijó para las nueve de la noche en punto. Cada vez que se
acercaba más la hora, Gonzalo se ponía un poco más inquieto de lo que estaba
unos minutos antes.
A las nueve menos diez pasadas, sonó el timbre. Los músculos de Gonzalo
Labrado se tensaron y su adrenalina se incrementó excesivamente. Sus manos temblaban.
Pero supo controlarse antes de apoyar su mano en el picaporte y abrió sin
vacilaciones. Su exaltación cedió determinante cuando sus ojos contemplaron una
figura masculina y joven que le llevaba su pedido. Se había retrasado. Gonzalo
se frustró. Le recriminó al delivery la tardanza, pero aquél apacible muchacho
se mostró indiferente ante el reclamo. Gonzalo le pagó con cambio y cerró la
puerta con mínima violencia.
Sacó las dos porciones de sushi de sus respectivos envoltorios, las
sirvió en platos separados y las llevó a la mesa. Antes de resignarse a las
reglas de prolijidad, volvió a revisar que todo estuviese reluciente e
impecable. Cuando lo comprobó, sus nervios volvieron a atacarlo.
Estaba impaciente e inquieto y de nuevo el sonido del timbre volvió a
colapsarlo. Se dirigió hacia la puerta con pasos firmes y decididos, y abrió
con valentía e irresolución. Sus ojos se iluminaron cuando vieron parado frente
a él una esbelta y relucida figura femenina, de mirada ardiente, labios
provocativos envueltos en un rojo intenso, ojos verdes, cabello castaño y de
imponente presencia. Se trataba de Agustina Sanlés.
_ Hola_ le dijo Gonzalo, completamente nervioso y emocionado.
Ella lo miró inexpresivamente y sin responder a su saludo, entró y se
paró cruzada de brazos en medio de la sala principal. Él no dijo nada y
simplemente cerró la puerta tras de sí.
_ Gracias por venir_ dijo cortésmente, Gonzalo Labrado.
_ ¿Tenía otra opción?_ respondió con desdén, Agustina Sanlés.
_ Podrías no haber venido. Así que, el hecho de que estés acá, significa
mucho para mí.
_ Vine porque sino no me ibas a dejar tranquila nunca.
_ ¿Entonces, sabés por qué razón te hice venir?
_ Sos muy predecible, Gonzalo. No es difícil adivinar cuáles son tus
intenciones.
Agustina miró por pura casualidad la mesa servida. Y sin embargo, se
mostró imperturbable ante tanto despliegue que Gonzalo impulsó sólo para
recibirla a ella.
_ ¿Qué significa todo esto, Gonzalo?_ preguntó ella, incómoda y
contrariada por la situación.
_ Una cena entre dos personas que tienen que hablar y arreglar sus
cosas_ respondió él con elegante indiferencia.
_ No es una cita esto.
_ Nunca pretendí que lo fuera. Ya te dije. Una cena entre dos amigos, si
querés tomarlo así.
_ ¡No soy estúpida, Gonzalo!_. Agustina Sanlés levantó considerablemente
la voz.
_ ¡Ya lo sé!
_ ¿Vos armaste todo esto para conquistarme otra vez? ¿Seguís enamorado
de mí, Gonzalo? ¡Por favor! Ya te dije que lo nuestro se terminó. Yo estoy con
alguien empezando otra vez. Y la verdad no sé qué hago acá con vos.
Amagó con irse. Pero Gonzalo Labrado se lo impidió como un caballero.
_ Vos sabés lo que significás para mí, Agustina_ confesó frenéticamente.
_ Vos y yo somos historia.
_ ¡Y lo acepto! Y así como lo acepto, me duele que me lo digas de
frente. Cuando me engañaste con Alejandro, no lo hiciste de frente.
_ Basta, Gonzalo. No nos engañemos más. Cuando empezamos a salir, vos
sabías que yo estaba enamorada de Alejandro.
_ Y eso me dolió no sabés cómo. Pero, lo que no entiendo, es porqué
aceptaste salir conmigo si te fijabas en Alejandro.
_ Porque me diste lástima. ¿Querías la verdad? Ahí la tenés. Porque
sentí lástima por vos.
Hubo un silencio incómodo que duró una eternidad. Gonzalo volvió a tomar
la palabra después de un rato.
_ Admitilo_ dijo con frialdad y desquicio._ Vos nunca me tuviste lástima
y mucho menos, compasión. Ni siquiera me amaste. Simplemente, aceptaste salir
conmigo para acercarte a Alejandro. Nunca te importé. Y lo único que hicieron
los dos fue reírse de mí.
Agustina exhaló un prolongado suspiro de resignación.
_ Andá al grano, Gonzalo. ¿Qué querés?_ preguntó.
_ Decime la verdad. ¿Por qué viniste?_ replicó él con desidia.
_ Porque quiero que me dejes tranquila de una vez y creí que esta era la
única forma de conseguirlo. Me llamás al trabajo a toda hora. Cortala un poco.
Tené dos dedos de frente y asumí las cosas como son.
_ Las veces que llamé y me dijeron que habías salido, ¿eran mentira, no?
No me querías atender.
_ Eso no importa ahora_. Consultó el reloj y golpeó el taco de su zapato
contra el suelo insistentemente._ No tengo toda la noche para perder. Decime
qué querés. Me tengo que ir.
_ ¿Alejandro sabe que estás acá o le dijiste que salías con unas amigas,
como me decías a mí cuando te veías a escondidas con él?
_ Eso no te importa y no viene al caso ahora.
_ Voy a tomar eso como una confesión.
_ Te doy un minuto para que me digas para qué me hiciste venir.
_ Estoy conociéndome con alguien. Es una compañera del laburo. Se llama
Sofia.
_ ¿¡Vos me estás cargando!? ¿Enserio me citaste para echarme en cara que
te estás revolcando con una minita?
_ Yo también tengo derecho de rehacer mi vida.
_ ¡Ah, bueno! Esto es el colmo. Mejor me voy.
Volvió a amagar con irse, pero otra vez Gonzalo Labrado la detuvo.
_ Vos sabés perfectamente porqué te hice venir_ volvió a insistir
Gonzalo con lascivia.
_ Me tengo que ir_ volvió a repetir Agustina.
_ ¿Te acordás cuando nos casamos? Me diste a entender como que no íbamos
a durar mucho y como que el matrimonio a vos no te importaba. Repartir los bienes
y las cosas después de un divorcio que no era cosa tuya. Que vos querés estar
con alguien sin estar atada legalmente a la otra persona. ¿Eso todavía lo
sostenés?
_ Sí. Con Alejandro estamos bien así. Ninguno queremos atarnos a un
matrimonio. Pero nos amamos.
_ ¿Te verdad que no tenés intenciones de casarte con él?
_ Ninguna intención. Y para que eso fuese posible, vos me tendrías que
dar el divorcio. Y no tengo ganas de gastar energía en abogados, en ir a las
audiencias y toda la mar en coche.
_ Solucionemos esto como dos personas adultas. Vos sabés que yo puedo
denunciarte por esto. Pero podemos llegar a un mejor acuerdo que nos convenga a
los dos en partes iguales.
Gonzalo adoptó una actitud petulante. En tanto, Agustina Sanlés se
mostró enormemente irascible.
_ ¿¡Me estás extorsionando!?_ exclamó ella con efervescencia.
_ No, Agustina. No me interesa eso. Mirá, si vos no creés en el
matrimonio, es cosa tuya. Yo no me meto con eso. Pero yo sí tengo intenciones
de casarme y no puedo hacerlo en tanto y cuando vos no me concedas el divorcio.
De los gastos y de ponerte un abogado de confianza, me encargo yo.
_ ¿Por qué tendría que darte el divorcio? ¿No era que todavía sentís
algo por mí?
_ ¿Y vos no pretendías que yo te dejara tranquila de una vez por todas?
Bueno, ésta es tu oportunidad.
_ ¿Y qué vas a hacer, sino?
_ Nada ilegal. Pero no voy a volver a pedirte por favor, Agustina. ¿Soy
claro?
Agustina se rió sarcásticamente.
_ ¿Recién conociste a ésta minita y ya te querés casar? Qué fácil te
enamorás.
_ No voy a pedírtelo dos veces_ instó Gonzalo en sus demandas.
Extrajo del bolsillo de su saco un papel y una lapicera, y se los
extendió a ella sobre una mesa.
_Ya adelanté el trámite_ aclaró._ Firmá y te olvidás del asunto y de mí
para siempre.
_ ¡Ah! ¡Por eso me hiciste venir! Fuiste llevando el tema para decírmelo
y mostrarme el papel.
_ Si te lo decía de entrada, no ibas a durar ni cinco minutos acá. Te
conozco como la palma de mi mano, Agustina. Firmame el divorcio y terminemos
con esto de una vez.
_ ¿Por qué tendría que firmarte?
_ Hacelo por los dos.
_ Si vos nunca hiciste nada por los dos. Ni siquiera por mí.
_ Las cosas cambiaron.
_ ¿Querés saber por qué rompí mi promesa de no casarme nunca para
casarme con vos?
_ Fue por una apuesta y vos no querías perder porque no querías poner ni
un solo peso de tu bolsillo.
_ Las apuestas se pagan y yo pagué la mía. Así que, no tengo ninguna
obligación para con vos.
_ ¿Alejandro lo sabe?
_ ¿Le vas a decir o me vas a extorsionar?
_ ¿Lo sabe o no?
_ Eso no tiene ninguna incidencia en esta conversación. ¿Sofia lo sabe?
_ Sí. Nunca se lo oculté.
_ Hace tiempo que están juntos, entonces.
_ Como decís vos, esto no tiene ninguna incidencia en esta conversación.
Gonzalo continuó negociando por un rato más con Agustina sin alcanzar
resultados favorables. Él no se rendía fácilmente y ella no declinaba su
actitud. Ya falto de paciencia y desbordado de irritación, Gonzalo Labrado se
acercó hasta la puerta, tomó la llave y le dio dos vueltas a la cerradura.
Agustina Sanlés lo miró ofuscada y decidida a todo.
_ De acá no salís hasta que no me firmes el acta de divorcio_ amenazó
Gonzalo.
_ Entonces, me tendré que mudar acá con vos_ lo desafió ella,
sarcástica. Y a él le molestó manifiestamente que su conducta no la alteró en
lo más mínimo.
El tire y empuje tanto de un lado como del otro persistió
irresistiblemente hasta que Gonzalo, con halagos, logró dulcificar a Agustina.
_ Está bien_ se rindió ella._ Cenemos y después te firmo lo que quieras,
me dejás ir y si te he visto, no me acuerdo. Vos seguís con tu vida y yo con la
mía. ¿Contento?
_ No tiene nada de malo que una pareja que está a punto de divorciarse
comparta una última cena juntos_ juzgó con pertinencia, Gonzalo.
_ Coincido con eso.
Se sentaron a la mesa y durante la cena, se distendieron alegremente y
hablaron sobre todo tipo de temas. Inclusive, recordaron anécdotas que
compartieron tiempo atrás y que quedaron como un grato recuerdo de sus épocas
más felices. Agustina Sanlés se sentía a gusto con Gonzalo Labrado, en una
actitud totalmente opuesta a la que había prohijado hasta un rato antes de la
comida. Pero él lo interpretó como una estrategia suya para desembarazarse de
él lo más rápido posible. No obstante, le siguió el juego al pie de la letra
hasta el final.
_ Propongo un brindis_ interrumpió repentinamente, Gonzalo.
Tomó la botella de vino, la escorchó, le sirvió un sorbo a Agustina y
luego se sirvió un trago él. Alzó la copa al aire y Agustina siguió el ritual.
_ ¿Por qué brindamos?_ preguntó ella con una sonrisa ligera.
_ Porque todo termine como debe terminar y en buenos términos_ contestó
Gonzalo Labrado.
_ Y por la cena y este momento juntos.
_ ¡Chin, chin!
Chocaron sus copas en el aire y bebieron un raudo sorbo en simultáneo.
Él sonreía con cierta malicia e impaciencia, en tanto que ella lo miraba con
suspicacia y soberbia.
Agustina apoyó su copa en la mesa y Gonzalo le acercó la hoja para
firmar acompañada de un bolígrafo. Ella tomó todo el conjunto de buena fe y
cuando estaba a punto de estampar su firma en la parte inferior del documento,
comenzó a retorcerse desesperadamente. Se tomó el estómago como consecuencia
del insoportable dolor que sentía, y en un instante cayó al suelo revolcándose
pálida del cólera que la afligía y con serias dificultades para respirar
correctamente.
Gonzalo se puso de pie, se acercó apaciblemente hasta donde Agustina Sanlés
yacía tirada y sin dejar de sonreír con la misma malicia que antes, se
arrodilló a su lado.
_ ¿Vos te pensaste que lo tuyo con lo de Alejandro y el haberme tomado
por estúpido y además haberme traicionado te iba a salir gratis?_ dijo con
altivez._ No, no. En ésta vida todo se paga. El vino estaba envenenado. Le puse
una dosis considerable de arsénico, suficiente para que sufras y mueras después
de agonizar un largo rato. Pero, vos te estarás preguntando, queridísima
Agustina, cómo a mí no me pasó absolutamente nada si bebimos de la misma
botella.
Gonzalo se remangó las dos mangas de su saco. Sus brazos estaban
cubiertos de infinitos puntos pequeños, semejantes al pinchazo de una aguja.
_ ¿Ves estas marcas?_ prosiguió_ Me estuve inyectando ínfimas dosis de
arsénico durante más de dos meses para que mi cuerpo generara anticuerpos. ¿Y
mirá si no los creo? Abrí la botella, le eché el veneno y la volví a sellar. Y
tengo otra exactamente igual a ésta preparada previamente para reemplazarla
posteriormente y no dejar rastros de mi crimen. Admitilo, soy un genio. Pero,
vos no te vas a ir de éste mundo sin antes firmarme lo que quiero.
Gonzalo tomó la hoja y la apoyó frente a ella. Acto seguido, agarró la
lapicera, la colocó entre los dedos de Agustina y la ayudó a firmar los papeles
de divorcio. Cuando por fin los firmó, falleció.
Gonzalo, con absoluta frialdad, guardó el documento en una gaveta en su
habitación y después hizo una llamada por teléfono.
_ ¿Hola, Alejandro? Sí, ya está hecho. Agustina ya no es problema... Sí,
firmó. El asunto ya está solucionado. El lunes tengo que ir a ver al abogado
para que inicie todos los trámites para que
el divorcio quede legalmente efectivizado. Por fin, vos y yo vamos a estar juntos después de tanto tiempo de
espera.
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