lunes, 12 de febrero de 2018

Testigo protegido (Gabriel Zas)




Mi amigo tenía a su cargo velar por la integridad física del señor Mauro Aramburu por un expreso pedido de nuestro amigo y colaborador, el capitán Riestra.

Mauro Aramburu era testigo protegido en una causa que investigaba a unos jueces corruptos por asociación ilícita, desvío de fondos y extorsión; y su testimonio podía comprometer y encarcelar a la gran mayoría de ellos, y desbaratar a la organización ilícita que conformaban en su totalidad. Y por eso debió ser que recibió varias cartas amenazadoras durante los días previos al inicio del juicio. Eran todas similares y aducían: "Si habla, muere, señor Aramburu. Pero si declina su postura, lo dejaremos en paz para siempre. Usted decide", "¿Piensa testificar? Peor para usted", "Si declara contra los jueces, como tiene previsto hacerlo, le rogará a Dios no haber nacido". Pero las últimas que recibió fueron aún más alarmantes que éstas primeras. "El 25 es el juicio. El 24 lo mataremos", "Recuérdelo, señor Aramburu. El 24 va a morir asesinado. No nos vamos a arriesgar a que nos arruine". El involucramiento por parte de quien redactó las cartas en la última recibida como presunto miembro activo de la banda exacerbó todos los límites y la Policía tuvo que diseñar un plan para mantener al señor Mauro Aramburo con vida. Y fue ahí cuando el inspector Sean Dortmund entró en acción.

_ ¿Rastrearon las misivas?_ le preguntó mi amigo a Riestra.

_ Sí. Pero los resultados de los análisis son un callejón sin salida_ murmuró el capitán con preocupación._ La tinta nos dice que la fuente de origen es una máquina de escribir absolutamente convencional. Es el modelo más vendido del país. Es como buscar una aguja específica en un pajar de agujas.

_ ¿Y los caracteres no dejaron marcas distintivas que pudieran responder a un defecto del artefacto?

_ No. Ya agotamos todas las posibilidades y no obtuvimos ningún resultado aliciente. Si al señor Aramburu le pasa algo, será una responsabilidad muy grande la que tendremos que enfrentar y asumir.

Dortmund se irguió de hombros y se mostró preocupado por el asunto.

_ Alguien llegado a los acusados escribió la última carta. De eso, no existen dudas al respecto_ balbuceó mi amigo entre cavilaciones.

_ En lo personal_ dijo Riestra,_ yo creo que fue uno de ellos cinco porque esperan el juicio en libertad.

_ ¿Los investigaron?

_ A cada uno hasta el cansancio, y nada.

_ Pensemos juntos, capitán Riestra. ¿Cómo podrían matarlo, en caso de que se arriesgaran a intentarlo?

_ En la calle, quizás. En un lugar muy concurrido para pasar desapercibidos.

_ No. Lo harían más sutilmente. Y además, no es conveniente de que el señor Aramburu ande caminando libremente sin custodia, solo por ahí y a la suerte de estos malhechores.

_ Eso es verdad, Dortmund.

_ ¿Con quién vive el señor Aramburu?

_ Con dos empleadas domésticas que están de lunes a viernes, un jardinero que va todos los días a la mañana y un primo suyo que está viviendo temporalmente con él hasta que consiga un lugar propio para alquilar.

_ ¿Y tiene algún pariente cercano que viva afuera o en otro lado?

_ Su hija, Dalia Aramburu. Vive en Chile.

_ ¿Tiene custodia policial?

_ Dos guardias en la puerta de entrada de su casa, noche y día. Durante el día, tenemos dos oficiales que son relevados a las nueve de la noche y se quedan hasta las diez de la mañana del otro día.

_ Hasta las diez de la mañana del otro día..._ repitió Dortmund murmurando, como si una idea lo hubiera atacado repentinamente.

_ ¿Qué importancia tiene eso, Dortmund?_ intervine por primera vez en el asunto.

_ Entre las ocho y las diez de la mañana_ repuso mi amigo, reflexivamente_ es el horario habitual en que pasa el cartero a dejar la correspondencia.

_ ¿Cuál es el punto?_ preguntó Riestra, con celeridad.

_ Que la orden para matar al señor Aramburu probablemente provenga de afuera. Si uno de los guardias que custodia la casa es un cómplice de ellos, lo más razonable sería que tenga oculta una carta falsa que sustituya por cualquiera de las recibidas y la entregue en manos de alguno de los miembros de la casa, lo que implica que tanto cualquiera de las empleadas domésticas como el jardinero o como el primo del señor Aramburu están involucrados.

_ Hay que reemplazarlos urgente por agentes nuestros encubiertos sin que el señor Aramburu lo perciba para que no entre en pánico. Ya bastante traumado está por las cartas que recibió.

_ Buena idea, capitán Riestra.

_ El cartero también pudiera ser parte de este complot_ sugerí.

_ Tuvo usted una excelente ocurrencia, doctor_ me elogió Dortmund.

_ Cambiaré a los guardias de seguridad de la puerta por precaución e infiltraré gente dentro de la casa_ afirmó Riestra.

_ Muy bien_ convino Sean Dortmund._ Yo investigaré a los cuatro sospechosos, si quiere llamarlos así. Necesito sus nombres.

_ Las empleadas domésticas se llaman Alejandra Fonseca y Guillermina Gullot, respectivamente. El jardinero es Lionel Pons y el primo del señor Mauro Aramburu es Elías Aramburu.

_ Me encargaré de averiguar todo lo que me sea posible sobre cada uno de ellos.

_ ¿Vendrá usted?

_ ¿A dónde, capitán Riestra?

_ Quiero que usted esté dentro de la casa junto a los oficiales que infiltremos.

_ Lo haré, si usted así lo desea.  

 

El plan se puso en marcha de acuerdo a lo hablado y todo salió tal cual lo dispuesto. El señor Aramburu no sospechó nada inusual y a diferencia de otras ocasiones, estaba más tranquilo que de costumbre. Auguró no tener miedo y remarcó más de una vez durante la noche del 23 que estaba muy ansioso por atestiguar contra la mafia de los jueces deshonestos en el juicio que se celebraría dentro de exactamente dos días. Cenó, miró un rato televisión y antes de irse a acostar, repasó su declaración. Luego de eso, se durmió sin rodeos y un oficial custodió toda la noche la habitación.

En un momento dado, el señor Mauro Aramburu preguntó por su primo, porque no lo había visto en todo el día, y el oficial al que consultó le respondió que lo habían mandado a otro sitio seguro por la seguridad de ambos. Él lo entendió de muy buena fe y no objetó nada más al respecto del tema, aunque en el fondo estaba sumamente convencido de que no le ocurriría nada malo. "Las amenazas no me asustan. Son sólo intentos cobardes para asustarme y que no declare. Pero voy a declarar igual. No hay lugar más seguro que mi casa. No se arriesgarán a hacerme nada". Por el bien de la causa y del suyo propio, esperaba que no estuviese equivocado.

 

La mañana del 24 amaneció sin novedades hasta que a las 9.30 llegó el correo. Varias de las cartas que el señor Aramburu recibió eran del Banco en el que tenía abierta una cuenta, facturas de servicios impagos, una notificación del Gobierno y otra carta de su hija, en la que le enviaba $400 que alegó deberle desde hacía un tiempo y el propio señor Aramburu consintió que eso era cierto. Dortmund recibió la carta, la estudió minuciosamente y la entregó luego en manos de otro oficial. Le susurró unas palabras en secreto y luego se volvió hacia Riestra y hacia mí.

_ ¿Por qué le envía la plata justo hoy y ahora?_ nos preguntó.

_ Casualidad_ replicó Riestra.

_ No. Las casualidades no existen.

Mi amigo nos miró con arrogancia y Riestra y yo nos miramos perplejos.

_ ¿No creerá que ella...?_ me animé a indagar.

_ Lo creo_ reafirmó Sean Dortmund._ Ya mandé a detenerla y me disculpo por pasar por encima de su autoridad, capitán Riestra. Van a pedirle una orden al juez de turno, que tendrá que enviar un exhorto a Chile para solicitar el pedido de extradición, el arresto y posterior traslado a Buenos Aires, ya que ella reside en ése país actualmente.

_ ¿Cómo la descubrió usted?

_ Supongo que investigando_ dije.

_ Correcto, doctor_ confirmó el inspector._ La señorita Dalia Aramburu tenía contactos con tres de los jueces juzgados. Ella también estaba en el negocio y fue a la única que no descubrieron porque supo ocultar muy bien sus movimientos. Permitió que los jueces desleales que estaban con ella pagasen. Pero cuando se enteró que su padre testificaría en la causa ya que trabajó como secretario con dos de los jueces juzgados y tenía información relevante para la causa, tuvo miedo y mandó a matarlo.

_ Pensó que su padre la había descubierto pero no le dijo nada. Y temía que la  delatara frente a un Tribunal_ reflexionó Riestra.

_ No pensaba hacer eso porque el señor Aramburu no lo sabía y nunca se lo hubiera imaginado_ sostuvo Dortmund._ Pero la señorita Aramburu probablemente lo pensó y quiso evitar correr riesgos.

_ Quería protegerse ella misma_ añadí._ No le importaban los jueces que manejaba.

_ Por lo menos, esperemos que la Justicia sea benévola y les dé una sentencia ejemplar a estos cinco jueces_ dijo el capitán Riestra._ Ya que conformaron una asociación ilícita para extorsionar y desviar fondos, lo mínimo es que devuelvan todo ése caudal con creces.

_ Creo que la señorita Dalia Aramburu temía también por que alguno de sus cinco cómplices la delatara durante el debate_ deduje a viva voz._ Planeó el asesinato de su propio padre para hacerlo parecer como que uno de ellos cinco o los cinco en su conjunto eran los responsables de su muerte..

_ También es posible_ replicó mi amigo._ Pero dejemos que los jueces del Tribunal lo decidan.

_ Me queda una duda_ dijo Riestra con recelo._ ¿De qué manera llegó la orden para matar al señor Aramburu y a quién iba dirigida?

_ En respuesta a su segunda inquietud_ contestó Sean Dortmund,_ es posible que fuese remitida a alguna de las dos sirvientas o  al jardinero o al propio señor Elías Aramburu, como así también a alguno de los oficiales que vigilaban la casa anteriormente al relevo. Eso no puedo respondérselo con ninguna certeza. Y en alusión a su primera duda, la orden estaba implícita en la denominación de los billetes enviados, ya que las letras finales de cada una de las cuatro series formaban la palabra "M-A-T-A". Debe saber que nuestro trabajo no es sólo resolver un asesinato cuando éste ya fue cometido, sino también resolverlo antes de que se cometa, anticipándonos de ése modo al asesino.

 

 

 

 


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