lunes, 12 de febrero de 2018

La hija solitaria (Gabriel Zas)




La excéntrica mujer que nos visitó aquélla tarde provenía desde Necochea y había conducido más de tres horas por la ruta para que Dortmund la recibiera. Era una dama de ademanes agitados, temperamento nervioso y de hábitos caprichosos. Se llamaba Inés Orozco y contemplarla resultaba como un gran espectáculo. Tenía una forma tan poco usual de comportarse que no sabíamos si actuaba o si realmente era así siempre. Tocó la puerta, Dortmund le abrió y ella entró despavorida y descortésmente. Se cruzó de brazos seriamente y miró a mi amigo con frivolidad pero compasivamente como si toda su fe estuviese depositado en él. Con el inspector nos miramos incrédulos toda vez que la llegad intempestiva de la señora Orozco nos había incomodado, pues no estábamos acostumbrados a tanta clase de destrato y deslealtad. Inmediatamente después, Dortmund le escudriñó una mirada interrogativa invitándola a que nos refiriera sobre el motivo de su visita.

_ ¿Es usted Sean Dortmund, correcto?_ empezó nuestra visitante._ Espero que sí sea, porque no hice un viaje agotador por ruta de más de tres horas desde Necochea para que usted se niegue a recibirme. Asumo entonces que tomará mi caso sin restricciones. Usted es un caballero y los caballeros suelen ayudar a las damas que se encuentran en serios apuros.

La señora Orozco no cesaba de hablar. Su modo de expresarse era veloz, intranquilo y exasperado. Pero sobre todo, monolítico, ya que no descansaba ni siquiera para expulsar el aire, exhalar de nuevo y retomar. Ésa mujer era poseedora de unos pulmones increíblemente resistentes.

_ Usted resuelve toda clase de casos_ seguía_ y sé que resolverá el mío. No sabía a quién recurrir y entonces supe de usted. Y ni crea que le voy a decir cómo averigüé sobre usted. Ése es asunto que a usted no le compete. ¿Me va a ayudar o no? Todavía no me dijo si va a ayudarme o no. Yo estoy segura que sí. Mi marido, el caradura de mi marido, no volvió a casa. Íbamos a salir a cenar afuera y el muy desgraciado me llamó y me canceló interponiendo una excusa para nada creíble. ¿Sabe usted lo que me dijo el insolente de mi esposo? Que de camino a casa se encontró con una nena de unos siete años que estaba perdida y que le pidió si podía llevarla a casa. La nena le dio la dirección de donde vivía anotada en un papel. Dijo que se separó de sus padres porque estaban discutiendo, salió y se perdió. Y que su mamá le había anotado sus datos en un papel por las dudas que pasase algo porque era una nena muy traviesa y desobediente. ¡Mentira! Es la vil mentira de un hombre que se fue por ahí con otra.

"Sí ése es el caso_ pensé para mis adentros_ el pobre hombre está absolutamente justificado y perdonado. Lo de una nena solitaria que no sabe volver sola a su casa es la excusa más estúpida y nefasta que escuché en toda mi vida. Pero a este buen caballero que deseaba liberarse de los tratos insoportables de su esposa le funcionó sin problemas". Y mientras tanto, Inés Orozco continuaba discurseando incesantemente.

_ Mi marido está con otra, eso es innegable. No sé la dirección ficticia que le mencionó la nena ficticia, pero quiero que busque a mi marido, lo siga y lo agarre con las manos en la masa. ¿Puede hacer eso por mí? Seguramente, no se rehusará a ayudar a una pobre mujer engañada como yo. Le pagaré lo que sea y más también, si es preciso.

Y después de haber hablado durante una eternidad sin parar ni por un segundo, literalmente, por fin el silencio volvía a hacerse presente en el ambiente.

Sean Dortmund miró a nuestra cliente insignificantemente durante unos minutos. Al fin, soslayó una sonrisa simpática y con la misma simpatía, le habló a la señora Orozco.

_ Aprecio que recurriera a mí_ dijo el inspector._ Pero usted confunde mi labor. Mi trabajo no consiste en desengañar a esposos infieles, sino va por otro camino muy diferente. Asesoro a la Policía Federal. Ayudo a ellos a resolver casos delictivos y también recibo casos de igual índole de forma particular. Lamento no poder asistirla, señora Orozco.

Inés Orozco le profirió a Dortmund un sinfín de insultos y palabras desagradables con la misma pasión con la que narró los hechos y estaba incontenible. Pero, de repente, se calló por completo, nos miró de forma totalmente diferente y largándose a llorar, dijo que su esposo pudo haber sido secuestrado y asesinado, y no sé cuántas cosas más, recurriendo de esta manera a una estrategia desesperada para que Sean Dortmund tomara su caso, cosa que decididamente no ocurrió. Después de varias horas de intentar convencerla y de tener que lidiar forzosamente contra su renuencia, la señora Inés Orozco se fue, aunque claramente ofendida.

_ Todo un personaje ésa mujer_ declaró mi amigo, aliviado.

Yo consentí su opinión.

 

A la mañana siguiente, el capitán Riestra nos llamó por teléfono y habló con Dortmund.

_ La policía de Necochea_ dijo el capitán_ nos contactó para pedirnos refuerzo en un caso. Un hombre apareció muerto a la vera de la laguna. Al parecer, lo mataron en otro lugar y trasladaron el cuerpo hasta ahí. Se llama Guillermo Puig. Trabajaba en una oficina de Correos y volvía para su casa cuando lo secuestraron y lo asesinaron.

Dortmund sintió que el corazón se le paró por un instante.

_ ¿Hablaron con su esposa o con algún otro familiar directo?_ Preguntó mi amigo, precavidamente.

_ Sí. Estaba casado con Inés Orozco. Pero creo que usted ya la conoce, Dortmund. Me comentó que fue a verlo ayer y que rechazó su caso.

_ Lo rechacé porque sostenía que su esposo le era infiel y quería que yo lo siguiera para atraparlo con las manos en la masa, pero le dije que yo no me dedico a eso. Después, como un intento desesperado y apelando a la emoción, adujo que su esposo pudo ser víctima de un secuestro y de un asesinato.

_ Lo que resultó ser cierto. Y es por demás, altamente sospechoso.

_ Estamos de acuerdo en eso último, capitán Riestra. La señora Orozco mató a su marido, escondió el cuerpo en el baúl de su coche, lo llevó hasta una laguna cercana, en donde lo abandonó y luego viajó hasta Buenos Aires a verme a mí para crearse una coartada y desviar las sospechas. muy hábil. Desde el primer momento que pisó mi departamento, supe que estaba actuando. Y la absurda historia de la nena solitaria me lo confirmó.

 _ A mí también me la refirió. Vamos a revisar su coche para buscar evidencia e interrogarla para que nos diga dónde lo mató realmente y por qué.

_ Manténgame al tanto de todo.

Cortó la comunicación y Dortmund me puso al tanto. Y no me extrañó no sorprenderme en absoluto. Por ésa vez, dejamos el asunto de lado.

Al otro día, el capitán Riestra nos volvió a llamar y nos comentó que los análisis realizados en el vehículo de la señora Inés Orozco dieron todos negativos, y que negó asesinar a su marido, haciendo hincapié en el relato de la nena solitaria y perdida. Los tres seguimos creyendo que todo era inventado, porque a mi amigo se le ocurrió pensar que la señora Orozco alquiló un coche especialmente para la ocasión. El capitán Riestra siguió ésa pista, pero no condujo a ningún lado.

Una semana más tarde, la historia de la nena solitaria se repitió. Una mujer, llamada Érica Serna, denunció lo mismo que la señora Inés Orozco. Su esposo, Alan Yáñez, le avisó que llegaría a su casa un poco más tarde de lo habitual porque un nena aparentemente perdida le había pedido ayuda. No supo más nada de él desde ése momento y fue encontrado muerto al día siguiente en el mismo lugar donde fuera encontrado anteriormente el señor Puig. Nos estremecimos. Lo que parecía ser una historia inventada por una mente imperturbable y fría, resultó ser cierta. Las dos víctimas no se conocían entre sí y no existía vínculo alguno ni entre ellos ni sus viudas. En ningún caso, se había hasta entonces identificado la escena del crimen principal. La única coincidencia existente entre ambos homicidios era que tanto Guillermo Puig como Alan Yáñez murieron a raíz de un golpe en la nuca dado con fuerza y precisión.

_ Usan a la pobre criatura como carnada para atrapar a las víctimas_ dedujo Dortmund._ El asesino debe estar con ella. Ve pasar a la gente y cuando ve a alguien que se ajusta a su perfil, lo sigue hasta una zona solitaria para no levantar sospechas y ahí entra en acción la pobre niña. Lo atrae con la falsa historia de que está perdida y todo lo que ya sabemos, y el asesino se encarga del resto.

_ ¿Quién tiene la frialdad de usar a una inocente criatura de apenas siete años como carnada para atraer a sus víctimas?_ reflexioné en voz alta y con pesar.

_ Alguien que no tiene corazón, doctor_ repuso Dortmund.

_ O alguien que lo tiene cargado de odio y resentimiento. Espero que no haya matado antes. ¿Qué hacemos, Dortmund? ¿Cómo vamos a encontrarlo?

_ Con audacia. Pero para eso, tendremos que hacer un pequeño viaje hasta Necochea.

_ ¿Es necesario?

_ Absolutamente necesario, porque en el único lugar que el asesino puede ver y seleccionar a sus víctimas es una zona ampliamente concurrida.

_ ¡El centro de la ciudad!

_ Exacto. Iremos en tren. Saque los pasajes para mañana para el primer tren que salga. Yo lo pondré en aviso al capitán Riestra y le preguntaré dicho sea de paso si tiene alguna novedad al respecto.

Nuestro amigo todavía no había avanzado demasiado y dependía, como era habitual, de la perspicacia de Sean Dortmund.

Llegamos a Necochea a las cuatro de la tarde del día siguiente. El inspector revisó un mapa de la ciudad y delimitó un perímetro de búsqueda. Fuimos hasta los lugares indicados en el mapa, observando muy detenidamente a cada persona que pasaba y cada movimiento que ocurría alrededor.

Vi al girar la cabeza a una nena de unos siete años, ojos claros, pelo largo y vestido blanco, y sostenía entre sus pequeñas manos un oso de peluche.

Se la mostré a Dortmund con una seña y él se acercó a ella.

_ ¿Y tu mami?_ le preguntó mi amigo, dulcemente.

_ No sé_ respondió ella, tímidamente._ Mi papá y mi mamá se pelearon y yo me escapé porque no me gusta que pelen adelante mío.

_ ¿Saliste por la puerta?

_ Sí. Yo conozco cerca de mi casa porque mi mamá me enseñó. Ella me enseñó a cuidarme sola. Y sé cuidarme sola porque ya tengo siete años.

_ ¿Y sabés cómo volver?

_ No._ Hizo puchero y agachó la cabeza avergonzada._ ¿Me puede llevar a mi casa, señor?

_ ¿Te acordás la dirección?

La niña sacó de uno de los bolsillos de su vestido un papel con algo anotado y lo entregó en manos de mi amigo. La leyó y se la devolvió acompañando el gesto con una tierna sonrisa.

_ ¿Siempre salís con la dirección de tu casa encima?

_ Sí, porque mi mamá dice que la calle es peligrosa.

_ ¿Y vos te escapás seguido cada vez que tus papis discuten?

_ Sí, señor. Y mi mamá se enoja porque se angustia porque tiene miedo de que pase algo.

_ Y tiene razón. ¿Pero, sabés algo? Yo conozco por acá y te puedo acompañar a tu casa.

_ ¡Sí!_ La nena dio pequeños saltos eufóricos sobre donde estaba parada y desplegó una sonrisa contenta de lado a lado. Dortmund la tomó suavemente de la mano y la niña lo guió por una calle lateral por la que casi no pasaba gente. Yo los seguí a una distancia prudente para evitar levantar sospechas.

Vi que una joven mujer con un objeto contundente que llevaba entre sus manos salió de atrás de un árbol y se agazapó sigilosamente en posición para arremeter sorpresivamente contra mi amigo. Me aventuré a evitar el ataque. Pero el capitán Riestra con sus oficiales me ganaron de mano. Era obvio que mi amigo les había anunciado el plan con anticipación.

La mujer arrestada se llamaba Paula Huguet y la nena, Dafne Pérez Huguet, era su hija.

_ Es muy endeble que una pequeña e inocente criatura_ me dijo Dortmund al día siguiente_ lleve encima un papel con la dirección de su casa anotada por las dudas de que se pierda. Todo el ardid de la historia de la pelea de los padres, el papel con ésa dirección anotada y todo lo que rodea al hecho en sí fue obra de la señorita Huguet. Y dio resultado porque, ¿quién iba a desconfiar de una inofensiva nena de siete años? Una vez que el incauto caía en la trampa, la pequeña Dafne lo guiaba por el mismo camino por el que me llevó a mí y la señorita Paula lo atacaba de sorpresa y lo mataba. Trasladaba el cuerpo y lo abandonaba en la misma laguna donde encontramos los últimos dos cuerpos.

_ Pero fueron muchos más_ dije.

_ La señorita Paula Huguet confesó un total de ocho asesinatos con idéntico modus operandi. El capitán Riestra va a investigar los seis anteriores y nos va a mantener al tanto de todo.

_ ¿Por qué lo hizo?

_ Cuando la señorita Huguet quedó embarazada de Dafne hace siete años atrás, su padre, Facundo Pérez, mantenía una relación paralela con otra mujer, a la que también dejó embarazada casi en simultáneo. La señorita Paula Huguet se enteró y él señor Pérez decidió quedarse con la otra mujer y tener el hijo con ella, y no reconocer a su otra hija. Técnicamente, no estaban casados. Pero tenía que asumir una gran responsabilidad y él se evadió de ella.

La señorita Huget entonces usó a su hija para que atraiga a sus víctimas como venganza hacia su padre por haberla abandonado y no haberla reconocido como tal. Cada hombre que mataba representaba al señor Pérez.

Nos enteramos meses más tarde que Dafne Pérez Huguet quedó al resguardo de su padre, el señor Facundo Pérez, por imposición del juez de Menores que intervino en la causa. Ésa nena merecía una vida más digna y normal. Por fin se había hecho justicia. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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