La multitud de mujeres que había en ése momento en la
filial argentina del instituto de modelos francés Belle, rebosaba la capacidad máxima permitida del lugar. Muchas de
ellas se estaban inscribiendo por primera vez para rendir el examen de ingreso
obligatorio para poder cumplir su sueño de desfilar en las pasarelas más
importantes y prestigiosas tanto del país como del mundo. Otro grupo, en
cambio, estaba probando vestuario. Otras tantas ensayaban para el próximo
desfile que iba a desarrollarse en Mar del Plata a principios del mes siguiente
y una ínfima proporción de ése amplio porcentaje de damas que invadía
irresistiblemente todos los huecos del establecimiento estaba reunida de a dos
o de a tres, bebiendo algo y poniendo sobre la mesa temas de su intimidad
cotidiana.
Ernestina Bonasera era una joven de aspecto juvenil
aunque su edad era próxima a los cuarenta años, que inspiraba súbita simpatía
con solo observarla. Y cuya elocuente sonrisa invitaba a toda persona a
acercarse a ella sin miedo ya que de su espíritu irradiaba un vestigio de
confianza estremecedor. Pero poseía un carácter cuidadosamente reservado y eso
la restringió a ganarse solamente la amistad de dos muchachas más jóvenes que
ella.
Había ingresado al instituto hacía menos de dos meses y
según anticiparon sus mentores, era dueña de un talento inconmensurable. Su
versatilidad para desfilar y modelar era una virtud concebida como un regalo de
Dios, según el punto de vista profesional de todos sus maestros.
Estuvo hablando por más de diez minutos con su mayor
confidente, Sofia Vilanova, con quien entabló una fiel amistad desde el primer
día que ingresó a la academia y con quien estaba reunida en ese momento en una mesa
para tres, pero con el tercer asiento desocupado.
_ Tengo la garganta re seca_ le confesó Sofia con voz
sufrida y una expresión de agobio infernal._ Voy a buscar algo para tomar al
buffet. ¿Querés algo vos también?
_ ¿Qué te vas pedir?_ replicó Ernestina, con un tinte de
voz semejante al de un jugador cuando redobla su apuesta.
_ Un exprimido de naranja. ¿Te pido uno para vos además?
_ A mí traeme un té helado, mejor.
Su amiga la miró con un espanto irracional, se levantó y
fue a buscar las bebidas. Volvió a los diez minutos con ambos tragos en mano.
Ernestina quiso pagarle el suyo pero Sofia le rechazó la gentileza.
_ Dejá. Yo invito_ le dijo con amabilidad.
Ernestina Bonasera le sonrió afectuosamente en señal de
gratitud.
_ La próxima te invito yo_ añadió después.
_ Te tomo la palabra.
Sofia Vilanova estaba tan sedienta que bebió el juego de
naranja exprimido de un sólo trago, como si de tequila se tratase. Ernestina,
por el contrario, bebía el té helado lenta y pausadamente, disfrutando con fino
glamour cada sorbo, mechando en medio temas variados de conversación.
Y de repente, algo inesperado ocurrió. Ernestina comenzó
a sentirse mal. Tenía fiebre, la respiración agitada, sudaba y se sentía
extremadamente mareada. Sofia se asustó e intentó asistirla de inmediato. Pidió
ayuda desesperada y entre varias personas intentaron ayudarla. Pero nada
pudieron hacer. Ernestina Bonasera falleció inexplicablemente en pocos minutos.
La alegría que impregnaba el ambiente se vio opacada por
un clima de nervios, confusión y desconsuelo irremediables. Lo que sucedió
modificó decisivamente todos los ánimos del lugar.
Un hombre elegantemente vestido, pero de aspecto
presuntuoso y presencia imponente entraba al salón a paso firme y decisivo.
Estaba perfectamente erguido, con los brazos apenas unos centímetros separados
del cuerpo y la mirada fija en el frente, como buscando visualmente un punto de
contacto específico. Caminó a ritmo moderadamente acelerado hasta que sus ojos
definitivamente hallaron lo que buscaban: el cuerpo de Ernestina Bonasera.
Alrededor de la occisa, estaba reunida toda clase de
gente, que aquél caballero se encargó de persuadir de manera contundente, a
través de unos refinados modales cautelosamente cubiertos por un manto de rigor
profesional.
_ Inspector Laureano Borrell, Homicidios_ se presentó
inmediatamente, exhibiendo su insignia reglamentaria en mano.
La muchedumbre que contemplaba el cuerpo de Ernestina
Bonasera se dispersó en apenas pocos segundos. Y Borrell fue recibido por el
sargento Luis Montero, que lo estaba esperando desde hacía un rato en la
escena.
_ La puntualidad nunca fue una de sus más ponderadas
virtudes, Borrell_ le reprochó Luis Montero, en tono de sarcasmo y señalando
con su otra mano el reloj de su muñeca izquierda.
_ Puntualidad y eficacia no van de la mano, Montero. ¿Lo
sabía usted?_ respondió el inspector Borrell, afable y sin despegar los ojos
del cuerpo.
_ Sé muchas cosas suyas, Borrell, aunque no lo crea.
_ No tantas como las que yo sé sobre usted, Montero. ¿Qué
pasó?
_ Se quedó dormida y nos llamaron para que la
despertemos.
Borrell miró a Montero con hostilidad y con una sombra de
indiferencia reflejada en su rostro pulcro.
_ Sea franco conmigo, Montero. ¿Usted es estúpido e
irrespetuoso las veinticuatro horas del día o hace horas extras? Siempre se lo
quise preguntar. Pero no había tenido ocasión de hacerlo antes.
Un destello de soberbia iluminó temporalmente las
facciones ásperas pero cautivadoras de Laureano Borrell, que acompañó con una
discreta sonrisa persuasiva. Y su mirada, de una manera prudente, proyectaba el
mismo sentimiento.
Luis Montero se irritó modestamente. Pero para no entrar
en una disyuntiva innecesaria, se abocó de lleno a los detalles del caso.
_ Según la reconstrucción fáctica que hicimos_ explicaba
el sargento Montero, con idoneidad_ la víctima estaba acompañada por ésa mujer
de allá.
Y señaló a Sofia
Vilanova, que estaba sentada en una silla apartada, desconsolada y conmovida
hasta las lágrimas, y rodeada por dos agentes femeninos, que en apariencia le estaban
tomando declaración. El inspector se giró levemente para mirarla.
_ ¿Quién es?_ quiso saber primero, Borrell.
_ Se llama Sofia Vilanova, modelo profesional de larga
data y vasta trayectoria en el universo del modelaje. ¿La conoce?_ repuso
Montero.
_ Algo. Continúe.
_ Parece que ella era muy amiga de la occisa. Según el
testimonio que me proporcionó antes de que usted llegara, Ernestina Bonasera
entró a la academia hace alrededor de dos meses atrás. Por lo que me comentó
antes, la víctima era una mina de carácter débil y susceptible, una flaca con
una personalidad muy vulnerable y disociativa. Supongo que por algo que le pasó
de chica o de adolescente. Algún evento que la traumó y la cambió
completamente.
_ No saque conclusiones todavía, Montero. Es muy
prematuro para eso. Sígame contando los hechos.
_ Bueno. Cuestión, que nadie se le acercaba. Todo el
mundo la miraba como si fuese un bicho y la trataban como a una oveja negra.
Pero Sofia Vilanova fue una de las dos que se apiadó de ella y se le acercó sin
prejuicios a hablarle. Se hicieron muy buenas amigas de una.
_ Nombró a dos, si mal no escuché. ¿Quién era la segunda
amiga?
_ Constanza Medina. No vino porque oportunamente está de
gira por Salta y Entre Ríos. En teoría, vuelve mañana.
_ Perfecto. Entonces, Ernestina Bonasera compartía una
mesa con la señorita Vilanova. Estuvieron curioseando un rato, como hacen todas
las mujeres cuando se juntan a tomar algo, ¿y después qué pasó?
_ Vilanova fue al buffet a comprar algo para tomar. Ella
se compró un jugo de naranja exprimido y a la occisa le trajo un té helado por
expreso pedido suyo. Bebieron cada una lo suyo, toda la mar en coche...
Cuestión que a los cinco minutos, Bonasera empezó a sentirse terriblemente mal.
Quisieron ayudarla entre varios pero no pudieron y falleció.
_ ¿Se sentía mal, cómo? ¿Qué síntomas presentaba?
_ Mareos, sudor, fiebre...
_ La envenenaron, según deduzco de su relato.
_ Eso parece.
_ ¿Pudo ser accidental?
Se notaba cierta vacilación en las palabras del inspector
Borrell.
_ ¿Se refiere a que pudo haber sufrido algún tipo de
intoxicación?
Borrell asentó dubitativamente.
_ Lo mismo pensé al comienzo. Pero las condiciones de la
cocina son óptimas y las frutas y todo lo que utilizan en general para preparar
las bebidas es fresco. Y, como moño del paquete, tienen todos los papeles en
regla y al día. El lugar está legalmente habilitado.
_ ¿Qué dijeron los peritos al respecto, Montero?
_ Estaba esperando que me lo preguntara. Hallaron restos de
Antimonio, escuche bien esto: en los dos
vasos.
El rostro de Borrell adoptó una expresión de incredulidad
extrema.
_ ¿Antimonio en los dos vasos? ¿También quisieron
asesinar a Sofia Vilanova?
Laureano Borrell se frotó los ojos frenéticamente.
_ A ver_ dijo, otra vez repuesto._ ¿De dónde salió
semejante veneno?
_ Se usa en aleaciones con plomo para generar luz
tungsteno_ respondió el sargento Montero, sobre actuando un asiduo conocimiento
sobre el tema._ Y sabemos que ésa clase de luz se usa para iluminar en muchas
ocasiones las pasarelas para realzar las facciones de la modelo.
_ Está bien, Montero. No se haga el experto. Investiguen
a los iluminadores y a todo personal con acceso a las luces. A la gente del
buffet, principalmente. Nadie se va hasta que esto esté resuelto. ¿Quedó claro?
_ Clarísimo, Borrell.
_ Sáqueme de una encrucijada mental que tengo desde hace
dos minutos, nada más.
_ ¿Qué lo preocupa?
_ Me dijo claramente que las dos bebidas, tanto la que
ingirió nuestra víctima fatal como la que bebió Vilanova, estaban envenenadas.
_ Afirmativo.
_ ¿Cómo es entonces que a Sofia Vilanova no le pasó nada?
_ Es lo que estamos investigando. Y apelo a su buen
criterio profesional y a su tan privilegiada cabeza para que encuentre una
repuesta sensata a tan inexplicable evento.
_ ¿Presentó algún tipo de síntomas la señorita Vilanova?
_ Una leve intoxicación que fue debidamente tratada y
erradicada. Ya se encuentra fuera de peligro, dijeron los médicos que la
atendieron. Extraño, ¿no le parece, Borrell?
Laureano Borrell se puso autoritario.
_ ¿Cuál es su hipótesis, a ver, Montero?_ preguntó con
sublevada preponderancia.
_ Que la asesinó su propia amiga, Sofia Vilanova. Ella
tenía que envenenarse para desviar la investigación. Pero procuró ingerir
previamente una dosis de algún antídoto contra el antimonio para no sufrir sus
efectos letales. Fue a buscar los tragos al buffet, en el trayecto en que los
traía de vuelta, echó disimuladamente el antimonio en los dos vasos, bajo el
recaudo de agregarle más cantidad al de Ernestina Bonasera que al suyo propio
pero añadiendo una dosis relativamente justa para que la afectara apenas un
poco, le dio el té helado a Bonasera y fin de la historia.
_ Nunca creí que dijera esto de usted, Montero. Pero su
idea es coherentemente aceptable. Reconozco que posee un alto valor de
credibilidad. Lo felicito.
_ Me halaga, Borrell. Aprecio mucho su opinión.
Luis Montero parecía incluso más sorprendido que el
propio inspector Borrell.
_ Y si lo analizamos desde el punto de vista del móvil_
siguió haciendo gala de su intelecto, el sargento Montero, _ también encuadra
perfectamente. Si Bonasera no se daba con nadie más y Vilanova era junto a
Constanza Medina su mayor confidente, ¿quién más podría tener motivos concretos
para quererla muerta?
_ Algún enemigo, Montero_ lo refutó Borrell con
indolencia._ Si la occisa tenía sólo dos amigas. Y se lo remarco con todas las
letras: SÓLO DOS AMIGAS. Entonces, todo el resto era su enemigo. Y alguien de
ése resto, por equis razón, la quería muerta. Sofia Vilanova fue sólo un
instrumento. El vector del delito, digamos.
_ ¿Usted pretende hacer de su profesión una constante
tortura para mí, Borrell? ¿Es así o me equivoco?
Había indignación en el tono de voz de Luis Montero.
_ ¿Por qué me dice eso? No lo entiendo_ replicó Laureano
Borrell con petulancia.
_ Porque siempre me humilla.
_ Deme un poco de crédito, no sea amarrete, Montero.
Siempre lo hago con diplomacia.
_ Si mi hipótesis resulta tan inverosímil, como pretende
inútilmente hacerme creer, dígame entonces porqué también envenenaron el vaso
de Sofia Vilanova, si sólo querían muerta a Ernestina Bonasera.
_ Quizá, porque el asesino desconocía cuál de los dos
brebajes era el de su objetivo.
La explicación sonó coherentemente lógica. Y ante la
carencia de argumentos para refutarla, Luis Montero se resignó ofuscado y
continuó su exhaustiva labor lejos de la presencia del inspector Borrell.
Lo que habían averiguado ambos por separado y en estrecha
colaboración con el equipo de investigadores asignados al caso, era que ningún
personal que cumplía tareas en la cocina del buffet al momento del incidente
vio nada extraño. Todos y cada uno de ellos coincidió en que Sofia Vilanova
pidió los tragos, se los prepararon en pocos minutos, se los entregaron, ella
abonó y se retiró de vuelta a su mesa. Solamente eran cinco personas en la
cocina cuando pasó todo y ninguna de ellas se descuidó ni un sólo segundo de lo
que estaba haciendo. E hicieron especial hincapié en que nadie ajeno ingresó a
la cocina, porque por las medidas de seguridad adoptadas y la disposición, lo
hubieran advertido inmediatamente. Resultaba completamente imposible que
alguien entrara o saliera sin que el resto no lo percibiera. Para Borrell, si
ésa teoría resultaba cierta, entonces uno de ellos cinco era el asesino. ¿Pero,
qué motivos podrían tener para querer muerta a Ernestina Bonasera? En
apariencia, ninguno, porque los cinco empleados del buffet atestiguaron que
apenas la conocían y que casi no tenían trato con ella. Pero coincidieron en que la víctima era una mujer algo
excéntrica porque no se relacionaba con nadie y en que además era dueña de un
carácter un poco retraído.
Laureano Borrell se preguntó entonces si la hipótesis que
deslizó el sargento Luis Montero respecto de que a Ernestina Bonasera la
asesinó su propia amiga, Sofia Vilanova, podía resultar legítima. Y empezó a
considerar ésa alternativa seriamente. ¿Había algo que no estaba viendo, algún
detalle que se le habría escapado quizás involuntariamente? Resultaba endeble,
viniendo de alguien tan meticulosamente esmerado como era él. Pero podía darse
el caso, aunque en su mente revoloteaba la idea de que la solución provisoria
que vaticinó Montero estaba desprovista de creatividad e intelecto. Pero
igualmente no la descartó. Antes quería estar totalmente seguro.
Por otra parte, entre los dos hablaron con cada una del
resto de las modelos y las opiniones respecto de Ernestina Bonasera eran
surtidas y por demás interesantes. Una ínfima parte del instituto la estimaba,
en tanto que el resto le guardaba sentimientos de indiferencia, rechazo,
envidia, rencor, ignorancia, entre otro sinnúmero de conmiseraciones adversas.
Por el contrario, todos sus maestros y demás personal la tenían en un pedestal.
Hablaron maravillas de ella e inmacularon su talento, al que calificaron de
sobresaliente. Se les formuló algunas preguntas de rigor, como por ejemplo,
hace cuánto tiempo que pertenecía al instituto Belle, y todas fueron respondidas sin ningún inconveniente.
Entonces, fue que Borrell decidió centrar toda su
atención en Sofia Vilanova y también en Constanza Medina. Aunque ella estuviese
ausente al momento del crimen, era igualmente sospechosa.
_ Hablé con todo el personal de iluminación_ le dijo
profesionalmente, el sargento Montero a Laureano Borrell, cuando se encontraron
en un punto específico para intercambiar opiniones.
_ ¿Cuántas personas en total integran ése todo suyo, Montero?_ inquirió Borrell
con contundencia y actitud.
_ Solamente tres: el director y dos empleados que tiene a
su cargo_ respondió el sargento con arrogancia e indolencia.
_ Muy bien. ¿Qué declararon?
_ El director de iluminación se llama Santiago Pedernera.
Hasta hoy a la mañana inclusive, dijo que todo el equipo que utilizan a menudo
estaba en perfectas condiciones. Nada roto, todo en su lugar, bien acomodado...
_ Hasta hoy a la mañana inclusive... ¿Pero, después qué
pasó?
_ No sea impaciente, Borrell. A eso mismo iba ahora.
Estuvo toda la mañana afuera por temas de familia. Dejó a cargo a uno de los empleados
suyos, al de máxima confianza. O el que hasta ése momento era su empleado de
máxima confianza.
_ ¿Quién es?
_ Lorenzo Araujo. Sin antecedentes. Ya lo investigué.
Dijo que estuvo organizando unas cosas que le encomendó Pedernera y adelantando
trabajo, revisando algunas cuestiones técnicas. Se ausentó del salón unos diez
minutos mientras fue a atender un asunto personal y cuando volvió, encontró una
de las luces rotas. Sin dudas, de ahí extrajeron el antimonio. Nadie escuchó
nada, nadie vio nada. Historia repetida.
_ Nadie puede corroborar la versión de los hechos que le
dio Araujo.
_ Exacto. Y por eso consideré pertinente arrestarlo en
carácter de demorado hasta que se aclaren algunas cosas.
_ Está bien, Montero. Procedió correctamente. ¿Ya pidió
asesoramiento legal?
_ Todavía no. Pero seguramente lo solicite de un momento
a otro.
_ ¿Y qué hay del otro tipo?
_ Nicanor Esteves. No se presentó a trabajar porque le
correspondía franco. Estuvo toda la mañana en la casa. Su familia lo confirmó.
Igualmente, lo investigué. Está limpio.
_ Investigue a la víctima, entonces. Hágame el favor de
averiguar todo lo que pueda sobre ella. Manténgame informado en lo posible.
_ Ok, usted manda. ¿Puedo preguntarle qué va a hacer
entre tanto, Borrell?
_ Mi trabajo, Montero. Usted haga el suyo, que hasta
ahora lo está haciendo bien, y yo hago el mío, que sé hacerlo perfectamente.
¿Entendió o se lo vuelvo a explicar con subtítulos?
_ Que los subtítulos estén en español, por favor, que en
el Secundario me llevé Inglés setenta veces y todavía la tengo pendiente_
ironizó Luis Montero, con impudor.
Borrell lo miró inexpresivamente y se alejó con
determinación e impasibilidad. No había un motivo aparente que justificara
tanta frialdad y descortesía en el trato entre ambos. Pero, sin dudas, debía
existir uno que sólo ellos conocían y que quizás decidieron no hacerlo público
para mantener las formas y la profesionalidad.
Laureano Borrell estaba sentado frente a frente con Sofia
Vilanova, en su despacho. Él tenía una actitud firme y autoritaria, en tanto
que la joven estaba nerviosa, aunque sabía controlar los nervios
apropiadamente. Sabía que demostrarle temor a un inspector de la Policía
Federal que investigaba un homicidio y donde ella era la principal sospechosa,
no era una idea acertada. Así que, se relajó hasta donde su ansiedad se lo
permitió y se puso enteramente a disposición de Borrell.
_ Voy a serle directo_ dijo Borrell, terminante y con una
mirada fría y hostil._ Su situación en el asesinato de Ernestina Bonasera es
muy comprometida. Es la única con oportunidad para el crimen.
_ Ernestina era una persona estupenda, un ser lleno de
luz_ respondió Sofia Vilanova con ímpetu._ Nos llevábamos muy bien. No tenía
motivos para matarla. Jamás tendría el valor de hacer semejante atrocidad.
_ Todos somos asesinos potenciales, Sofia. Pero pocos son
lo que en realidad lo saben. Frente a una situación límite, uno colapsa y
aflora un costado oscuro suyo que hasta ése momento no sabía que existía. Y
terminan pasando estas cosas después. Usted pudo robar el antimonio de una de
las luces de tungsteno y verterlo discretamente en el vaso de Ernestina
Bonasera mientras se lo llevaba. Por supuesto, colocó una ínfima dosis del
veneno en su jugo para producirse una leve y moderada intoxicación para que no
sospecharan de usted. Ingenioso, hay que admitirlo.
Borrell le había dado crédito a la teoría del sargento
Montero, aunque éste no lo sabía. Sofia Vilanova miró a Laureano Borrell con
una mirada despectiva y carente de toda emoción cálida.
_ No importa lo que diga_ repuso ella, restándole
importancia a tal hipótesis._ Yo sé que no maté a mi amiga. No tenía razones
para hacerlo.
_ Eso no es completamente cierto. Varios testigos la
vieron discutir fuertemente con la víctima dos días antes de su muerte. Y eso
no es ninguna casualidad.
Sonó muy convincente, aunque era un dato absolutamente
falso. Borrell quería sacarle mentira a verdad. Pero Sofia Vilanova era una
mujer demasiado inteligente como para morder el anzuelo y caer en ésa burda
treta psicológica.
_ Sus testigos tienen una manera muy curiosa de ver los
hechos. Dígame quiénes son y gustosa admitiré lo que pretende escuchar.
El tono de su voz fue sublime pero soberbio.
_ Esto no es un juego. Se lo advierto. Modere sus modales
o la haré arrestar por desacato a la autoridad_ le advirtió Borrell,
frenéticamente.
_ Ernestina me dijo algo particular hace unos días atrás.
Pero no creo que a usted le interese saberlo, inspector.
Laureano Borrell abrió los ojos enormemente y observó a la
señorita Vilanova con genuina perplejidad.
_ ¿Qué fue exactamente lo que le dijo?_ quiso saber
Borrell con un interés muy sublevado en el asunto.
_ Mire, voy a serle totalmente sincera_ se previno
Vilanova con mucha cautela._ No sé a qué se refería concretamente. Pero me dijo
que no era quien decía ser. Que por mi seguridad, no podía decirme nada más.
Laureano Borrell quedó pensativo varios minutos, mientras
no salía de su asombro.
_ ¿Por qué le confesaría algo semejante sin ahondar en
demasiadas explicaciones?_ preguntó finalmente, entre cavilaciones.
_ No sé. Pero eso podría explicar en parte su actitud tan
retraída y antisocial, ¿no le parece, inspector?
Borrell la miró con rencor y la liberó. No podía
mantenerla aprehendida basada en una sospecha sin fundamento jurídico. Y por
idéntico motivo, supo que Montero tuvo que liberar al iluminador, siguiendo el
consejo legal de su letrado.
Borrell interrogó tres días más tarde a Constanza Medina,
la otra modelo que era íntima de la occisa. No aportó demasiado a la causa.
Pero coincidió en parte con lo que dijeron el resto de los testigos sobre
Ernestina Bonasera. Pero sobre todo, con Sofia Vilanova. Y a diferencia de esta
última, Ernestina jamás le mencionó que no era quien aparentaba. El resto de
información que aportó resultó irrelevante para la investigación.
Sin más, Borrell la dejó ir.
Luis Montero llegó en ése instante con información
jugosa.
_ Bonasera parece que ocultaba algo_ le comentó el
inspector Borrell al pasar.
_ Y ya sé lo que es_ afirmó el sargento Montero con una
suspicaz sonrisa en sus labios.
Borrell lo miró admirado. Toda diferencia entre ellos
había quedado momentáneamente relegada de las prioridades de los dos.
_ ¿Qué descubrió, Montero?_ inquirió Borrell con
predisposición e inquietud.
_ Ernestina Bonasera no era modelo y estaba ciertamente
muy lejos de serlo_ respondió Luis Montero._ Era en realidad oficial de la
División Trata de Personas de la Policía. Era de las nuestras. La infiltraron
para desbaratar a una banda que trabajaba de encubierta en el instituto Belle, que lo usaban como pantalla con
clara complicidad de gente de la institución misma, para reclutar mujeres,
explotarlas y venderlas en el mercado negro. Tenían la información precisa de
que eran vendidas con la excusa de un trabajo como modelo en el extranjero, en
parte. Bonasera debió acercarse demasiado a la verdad y se aseguraron de que no
llegara tan lejos.
_ Eso era lo que no podía decirle a Vilanova_ reaccionó
súbitamente Laureano Borrell._ E intentaron matar también a Sofia porque
creyeron que Ernestina le había dicho algo al respecto. Vilanova es víctima,
como la gran mayoría de las mujeres que asisten a ése instituto.
_ No creo mucho en la inocencia de Sofia Vilanova, perdóneme,
Borrell.
_ A ver, ¿por qué no?
_ Porque viendo que fallaron en el primer intento y
estando absolutamente convencidos de que Sofia Vilanova sabía demasiado, no
iban a dudar en volver a intentarlo. Y no lo hicieron.
_ Porque era muy arriesgado y además porque estábamos
nosotros de por medio. Tenemos que hablar con ella de forma urgente.
Cuando la contactaron y le dijeron que sabían lo que
realmente estaba ocurriendo, ella se asustó demasiado y se mostró reacia a
colaborar. Sin embargo, Borrell supo disuadirla de que todo estaba bien y bajo
control, y Sofia Vilanova confesó todo. Confirmó la venta de mujeres, la
esclavitud y la trata con datos fehacientes y fidedignos. Y cuando parecía
sentirse más aliviada, se quebró y se largó a llorar compulsivamente.
Gracias a este puntapié inicial, otras mujeres se
animaron a hablar bajo condiciones de protección y resguardo de identidad para
evitar que tomaran represalias contra ellas, y confirmaron toda la información
y datos disponibles. E incluso, dijeron que las mantenían amenazadas y
brindaron detalles escalofriantes sobre la trata y el negocio que se manejaba
ahí adentro. Fue más que suficiente para que el juez de Instrucción expidiera
una orden de allanamiento en el instituto Belle
y ordenara detenciones. Gracias a este proceder y a la valentía de muchas de
ellas, todas pudieron recuperar su vida otra vez, aunque pudieran quedarles
algunas secuelas psicológicas por el trauma sufrido, nada redimible con el paso
del tiempo.
_ Hicimos un trabajo muy digno y leal, Montero_ dijo
Laureano Borrell, de nuevo en la Seccional._ La Justicia se hará cargo de todo
de ahora en más. Es triste admitir que si a la oficial Bonasera no la hubiesen
asesinado, esto quizás jamás hubiera salido a la luz.
_ No sé hasta qué punto, Borrell_ replicó el sargento
Montero._ Ernestina Bonasera estaba muy cerca de reunir toda la evidencia
necesaria para detener la operación. Desempeñó una gran labor como Policía. Es
una baja importante.
_ Tal vez esté en lo cierto, Montero. Estoy tan conmovido
con el caso, que ni pienso en lo que digo. Hay mujeres de todas las edades que
van a un instituto a buscar cumplir su sueño de desfilar en las grandes
pasarelas del mundo, y terminan estafadas, esclavizadas y vendidas por estas
basuras.
_ Más triste aún es que hay millones de lugares así en el
país, que ni siquiera sabemos que existen. Y están ahí, escondidos frente a
nuestros propios ojos.
_ Vamos a encontrarlos y desarticularlos a todos uno por
uno, cueste el trabajo que cueste. Eso se lo garantizo, Montero.
_ Hay algo que no
comprendo, Borrell. Si tanto el té helado que mató a Ernestina Bonasera como el
jugo de naranja exprimido que bebió Vilanova estaban igualmente envenenados, ¿por qué Bonasera murió y Vilanova no?
El inspector Borrell tomó una carpeta de su escritorio,
la abrió y la arrojó en el centro de la mesa a modo de poder ser perfectamente
visualizada en simultáneo por ambos. Seguidamente, colocó su dedo Índice sobre
la mitad de la primera hoja.
_ Es el examen preliminar del forense_ aclaró._ Resulta que el antimonio estaba contenido en
el hielo. Como Sofia Vilanova bebió su jugo velozmente de un solo sorbo, el
hielo no tuvo suficiente tiempo para derretirse y mezclarse con el contenido.
Pero los cubitos de hielo del té helado que Ernestina Bonasera bebió a ritmo
pausado, tuvieron tiempo de derretirse y liberar el veneno. Por ende, la leve
intoxicación que los médicos que asistieron a Sofia Vilanova adujeron que
padecía, no fue más que una reacción natural por lo que pasó. Toxicología
respaldó estas conclusiones. El caso está cerrado para nosotros.
_ No completamente cerrado, porque no pudimos determinar
quién fue el autor material del asesinato.
_ La causa cayó en manos del juez Ariel Keilaj, según me
informaron desde la Fiscalía antes de que usted llegara. Es de los mejores
jueces que hay hoy en día en el país, pongo las manos en el fuego lo él. Lo
resolverá eficazmente, no lo dudo. Va a descubrir al desgraciado que lo hizo.
_ Ése no es ningún consuelo para mí.
_ Vamos. Tenemos el funeral de Bonasera. Ésta noche la
despiden con honores en la sede central de la Policía.
Los dos hombres salieron de la oficina después de dejar
todo debidamente ordenado y Laureano Borrell cerró con llave.
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