miércoles, 26 de diciembre de 2018

La hermandad de los cuatro (Gabriel Zas)



_ Hasta ahora tenemos tres víctimas, sin relación aparente entre ellas_ explicaba el capitán Riestra con preocupación acentuada y carente de hipótesis._ Tres hombres de diferentes edades, todos asesinados en distintos puntos de la Capital de igual forma: con una pistola y de cerca. Hablamos entonces de un asesino serial que tiene una motivación personal. Sin embargo, la relación entre las tres víctimas, reitero, es inexistente.
_ Quizás, la relación está en la motivación del asesino y no precisamente en sus víctimas_ intervine con aire profesional._ Le da igual cualquier hombre que cubra las expectativas de su motivación y satisfaga sus necesidades personales.
_ Es un buen punto, doctor_ me alagó Riestra, gentilmente._ ¿Qué piensa al respecto, Dortmund? Está muy callado_ dijo luego dirigiéndose a mi amigo.
El inspector estaba ocupado en probar un nuevo producto para quitar la suciedad de los trajes de etiqueta. El suyo estaba intacto, y aun así, se obsesionó deliberadamente con el hecho. Era raro que un evento irrelevante lo atrajera más que un caso como el que nuestro amigo nos estaba exponiendo. No obstante, Dortmund siguió mostrándose indiferente ante tal circunstancia y Riestra le dio continuidad a su disertación.
_ Estamos investigando a las víctimas y eso con los pocos recursos que disponemos, nos demandará más tiempo del requerido. El Estado nos está limitando y se nos dificulta trabajar debidamente en esas condiciones.
_ Lamento oír eso, capitán Riestra. De todos modos, con nuestra intervención, tiene el éxito asegurado.
_ Por eso vine, doctor. Aprecio su ayuda.
_ ¿Qué hay del arma y de las heridas que tienen los tres occisos hasta el momento?
_ El funcionamiento de las pistolas es semiautomático porque el mecanismo que coloca un nuevo cartucho en la recámara luego de disparar es automático, pero como efectúa un sólo disparo al apretar el gatillo, técnicamente no se la considera arma automática. Y al ser de corto calibre, puede ser sostenida con una sola mano y lograr un disparo limpio y certero. El tirador busca precisión. Y por regla general, el proyectil de una pistola puede ser más dañino que el de un revólver.
_ ¿Y las heridas?
_ Laxas. Es decir, que el asesino ejerció poca presión sobre la piel al momento del disparo, de manera que queda un espacio entre ambas que permite el depósito del humo alrededor del orificio.
_ Interesante, caballeros_ interrumpiò Sean Dortmund, modestamente._ El asesino mata con pistola porque tiene mayor precisión y puede tomar el arma cómodamente con una sola mano, pero la apoya superficialmente sobre su víctima. ¿Remordimiento, quizás?
_ O el tirador es un inexperto_ deslizó Riestra algo dudoso.
_ Excelente observación, capitán Riestra. ¿Las lesiones son exactamente idénticas en los tres casos?
_ A simple vista, sí. El diámetro y la trayectoria son análogas en las tres muertes.
_ Eso es evidente si se usó la misma pistola en los tres homicidios. Si mató la misma persona, las lesiones serán exactamente iguales en los tres casos. Pero si hay más de un asesino, entonces las lesiones presentarán leves modificaciones unas en relación a las otras. Habrá un patrón diferente en las tres víctimas.
Con Riestra, miramos a el inspector con hostilidad. Él nos devolvió una mirada más amigable acompañada de una sonrisa peculiar.
_ Sólo evalúo posibilidades_ agregó luego en tono más serio y discreto._ ¿En cuánto estarán listos los resultados de las autopistas y los análisis de Balística, capitán Riestra?
_ Mínimo, una semana_ adujo nuestro amigo con poco entusiasmo._ Hay un sólo forense y tiene varios casos antes que éste. Y Balística no es la excepción a la regla.
_ Eso es un problema_ dijo Dortmund, preocupadamente._ Centremos la investigación por ahora en averiguar todo lo que podamos, referente a las tres víctimas.
El capitán y yo aprobamos la iniciativa.
_ ¿Quiénes son exactamente?_ quiso saber con cierta urgencia Sean Dortmund.
_ El primero de los tres se llama Elviro Cuenca_ repuso Riestra._ Apareció muerto cerca de la estación de Villa del Parque cerca de las 15 horas hace tres días. Por lo que averiguamos hablando con gente de la zona, trabajaba en una inmobiliaria muy cerca de donde lo hallamos. La única inmobiliaria que hay por ahí es Serrano y asociados. Hablamos con los empleados pero niegan conocer a la víctima.
_ Quizás porque tenía problemas que involucraba a la propia inmobiliaria_ deduje.
_ Tal vez, no lo sabremos hasta que localicemos a algún familiar suyo. Y como dije, estamos con pocos recursos para hacerlo rápido y debidamente. La segunda víctima se trata de Fabián Toledo. Apareció muerto en su casa de Lugano. Lo encontraron los vecinos, que dieron aviso a la Policía porque no lo veían hacía días. Vivía solo y no tenía familia. Trabajaba en una casa de ropa masculina en Parque Patricios. Según sus compañeros de trabajo, se comportaba de forma extraña, aunque él negara siempre que le preguntaban tener algún problema. Trataremos de averiguar más sobre él en la medida que nos sea posible. Y la tercer víctima es Enrique Galvez, docente de Contabilidad en la Facultad de Buenos Aires. Apareció tirado en plena avenida Corrientes ayer a la noche. Hablamos con algunos compañeros suyos de trabajo y nos aseguraron que estaba bien, de buen humor y que no tenía problemas con nadie. Estamos intentado localizar a algún pariente suyo. Pero con los pocos recursos que tenemos a nuestro alcance y encima que los resultados de los estudios forenses no van a estar disponibles hasta dentro de una semana aproximadamente, todo nos va a costar el doble de trabajo.
_ No necesariamente, capitán Riestra_ intervino el inspector, con aire místico y actitud pensativa._ Parece ser, según lo que se deduce de los eventos que usted correctamente expuso, que el señor Cuenca era un blanco potencial. Y un asesino serial,  por regla general, no usa pistola sino revólver.
Con el capitán Riestra, miramos a Dortmund con cierto estupor e incredulidad manifestados en una misma expresión.
_ ¿A qué se refiere, Dortmund?_ quiso saber más en detalle nuestro amigo.
_ Que quizás el blanco real de nuestro asesino era el señor Cuenca y mató a los otros dos hombres para generar una pista falsa.
No dijimos nada. Dortmund siempre tenía la idea justa y adecuada para cada planteo formulado y resultaba totalmente inútil pretender refutarlo.
_ Gran observación_ reconoció el capitán Riestra, sin más remedio.
Supimos dos días después que el señor Cuenca era oriundo de la provincia de Neuquén y que había venido a Buenos Aires por negocios que casi nadie sabía con absoluta certeza de qué se trataban. Su mujer había fallecido hacia un mes y constatamos que no le dejó más que la casa en la que residía. No tenía nada a nombre suyo y una vez por mes viajaba a Capital Federal en un avión de una aerolínea de bandera con motivos aún desconocidos. Dortmund podría tener razón cuando propuso que el señor Elviro Cuenca era el objetivo real del asesino y que las otras dos víctimas resultaron simplemente una distracción, una vieja artimaña que jamás pasará de moda.
Con el inspector y el capitán Riestra, nos dirigimos en tropel a la sede porteña de la aerolínea de bandera que trasladaba al señor Cuenca una vez por mes para averiguar más sobre dichos viajes y si eran financiados por la víctima misma o por
terceros. Pero nos explicaron desde la empresa que sin la orden de algún juez, no podían proporcionarnos la información requerida porque vulneraban el derecho a la privacidad de sus clientes. Y aunque nos sentimos impulsivos y enojados por la respuesta que nos brindaron, era cierto. Y ningún fiscal le iba a pedir al juez que entendía en la causa semejante solicitud sin pruebas específicas y concluyentes. Así que, centramos nuestra atención por el momento en la segunda víctima, el señor Fabián Toledo. Al igual que el señor Cuenca, nuestra segunda víctima también provenía del interior del país, más precisamente de Salta.
Según sus compañeros de trabajo, vino a Buenos Aires en 1991, o sea, hace cinco años atrás. Pero no aportaron muchos más datos de los que ya disponíamos.
Dortmund llamó a Salta y descubrió a la madre y a un hermano de la víctima. Se llamaban María Carrasco y Alejandro Toledo, respectivamente. Y sin avisarnos de su decisión, Sean Dortmund viajó a Salta por voluntad propia.

María Carrasco era una mujer entrada ya en años, pero con mucha vitalidad y fortaleza intactas. Le costaba caminar pero se sostenía gracias a la ayuda de un bastón. Era de estatura mediana, ojos claros y lucía una sonrisa que inspiraba confianza y alegría. Al inspector le costó darle la noticia sobre la muerte de su hijo. Y ella, como era de esperarse, se descompensó. Después de un rato, se repuso y Dortmund pudo interrogarla.
_ Mi hijo era una excelente persona_ explicaba la señora Carrasco con mucho pesar y lágrimas en sus ojos._ No entiendo cómo pudo pasarle esto.
_ ¿Por qué el señor Fabián Toledo viajó y se radicó definitivamente en Buenos Aires?_ la indagó mi amigo, delicadamente.
_ Mire cómo vivimos_ respondió la anciana, haciendo con su manos un paneo general por todo el ambiente._ Estamos en la miseria absoluta y nadie nos ayuda, a nadie le importamos. Mi hijo quiso ser alguien y viajó a Buenos Aires porque allá tenía un mejor futuro que acá. Consiguió trabajo enseguida en una casa de ropa y alquiló por recomendación de una inmobiliaria un pequeño departamento en el barrio de Lugano. Ganaba muy bien y todos los meses me hacia un giro de dinero a una cuenta bancaria que él abrió a nombre mío solamente para ayudarme económicamente. Él era así en todo y con todos.
_ Señora Carrasco, ¿cómo se llama la inmobiliaria que le recomendó a su hijo la vivienda en la que residía en Lugano? ¿Lo recuerda de casualidad? ¿Alguna vez se lo mencionó?
La mujer hizo un esfuerzo por recordar.
_ Serrano y asociados_ repuso María Carrasco con vehemencia y firmeza.
Mi amigo la miró con estupor y asombro.
_ ¿Está segura?_ quiso estar convencido el inspector Dortmund.
_ Sí, por supuesto. Mi memoria funciona muy bien pese a mis  noventa años. La conoció por recomendación de un compañero de trabajo y alquiló la casa donde vivía a través de su firma. Es más, creo que Fabián me dijo en alguna oportunidad que le hicieron una rebaja importante en el             precio final de la renta.
_ ¿Y, recuerda de casualidad, señora Carrasco, el nombre de la aerolínea con la que el señor Fabián viajó a Buenos Aires?
La anciana respondió con contundencia. Era la misma compañía por la que el señor Cuenca se trasladaba una vez por mes de Buenos Aires a Neuquén.
A Dortmund casi se le salió el corazón del pecho por la conmoción que sintió al conocer estos dos datos. Le hizo algunas preguntas más de rigor y se retiró. Y en vista de las cuestiones que explicó la señora María Carrasco, mi amigo no creyó necesario entrevistar al hermano del occiso.

De nuevo en Buenos Aires, y después de reprocharle a Dortmund la decisión de viajar intempestivamente a Salta, nos puso al corriente de dichos eventos. Con el capitán Riestra nos miramos con los ojos enormemente abiertos y con mucha intensidad.
_ He ahí la relación que estaba buscando, capitán Riestra_ expresó Dortmund, con petulancia.
_ Una inmobiliaria, una empresa aérea... ¿Cómo se relacionan las dos cosas con las tres víctimas que tenemos hasta el momento?_ reflexionó nuestro amigo, bastante más confundido que al comienzo de la investigación.
_ Dos víctimas... Aún debemos averiguar sobre la tercera que nos resta_ corregí.
_ Exacto, doctor. Y no se olvide, capitán Riestra, que ambas víctimas, tanto el señor Cuenca como el señor Toledo, eran de otras provincias.
Fuimos a la sede de la Facultad en la que se desempeñaba el señor Galvez, la tercera víctima. Después de explicarle el propósito de nuestra visita al sereno de la institución, nos sugirió hablar directamente con la directora, la señora Inés Bertaglia. Era una mujer de modales correctos, buen porte y amplia predisposición. Tenía los ojos verdes y cabellos negros. Y estaba muy conmocionada por lo que sucedió con Enrique Galvez.
_ Estaba preocupado últimamente por algo_ dijo la mujer en cuestión, compungida._ Pero, era puntual, amable y cumplía con su trabajo rigurosamente. Todos acá lo adorábamos. Alumnos y compañeros suyos.
_ ¿Tenía idea de cuál era el motivo de su preocupación?_ preguntó Dortmund con vehemencia.
_ No. Los problemas personales los mantenía al margen del trabajo.
_ ¿Nunca dio indicios de que algo grave lo estuviese afectando?
_ Para serle sincera, inspector, no.
_ ¿Tenía familia?
_ Afuera, en su provincia natal. Él era oriundo de San Juan Capital. Vivía en una casa que alquilaba cerca del Obelisco, una pensión bastante deplorable. Pero fue lo único que consiguió por el momento. Tenía intenciones de mudarse el año que viene a un lugar mejor.
_ ¿Sabe el nombre de su esposa, señora Bertaglia?
_ Bianca Molina. Ayer la llamé para darle el pésame. Me dijo que el fiscal la llamó para darle la noticia. Pobre mujer, está devastada.
_ Me imagino... ¿Hijos?
_ No. Nunca tuvieron. Desconozco la razón de dicha decisión.
_ ¿Alguna vez tuvo algún conflicto de trabajo con alguien?_ intervino severamente el capitán Riestra.
_ No, jamás. Como dije antes, todos acá lo adorábamos.
Lo siguiente que la señora Inés Bertaglia nos dijo fue el nombre de la inmobiliaria por el que, según su testimonio, el  señor Enrique Galvez pensaba alquilar más adelante. Y era la misma que tenían en común las dos víctimas anteriores, a  parte de que el señor Galvez también era del interior y había viajado a Buenos Aires por la misma empresa aérea que los otros dos.
Dortmund decidió entonces, sin permitir que el capitán Riestra lo acompañara para no involucrarlo innecesariamente, visitar la inmobiliaria Serrano y asociados para averiguar más al respecto, bajo pretextos profesionales, ya que se haría pasar por un cliente interesado en adquirir una propiedad.
Y sin dudas, su idea dio grandes resultados, porque volvió emocionado y agitado, como si hubiese descubierto algo que no esperaba.
Con Riestra le insistimos en que nos diga algo, pero su silencio fue dilapidario. Sólo nos dijo que lo único que podíamos hacer era esperar, por lo que el capitán y yo nos quedamos modestamente más desorientados y alertados que al comienzo.
Sucedió entonces lo inesperado para nosotros. Apareció en Barracas una cuarta víctima. Se trataba de Alberto Kerr, un estibador del Puerto de Buenos Aires, también asesinado como los otros tres anteriores.
Entre ellos quedó establecido que no se conocían y para colmo, no teníamos ningún sospechoso en la mira. Y aun así, mi amigo sabía algo que se rehusaba a compartirnos. Y eso, ciertamente, me molestaba en demasía. Pero confiaba en el criterio profesional de Dortmund, quien seguramente esperaba alguna confirmación que respaldase su teoría.
En resumen, la cuarta víctima recibió un disparo en el pecho, inconsistente con las tres víctimas anteriores, pero proveniente de la misma pistola.
_ La herida se produjo por contacto firme_ dijo el capitán Riestra, mientras revisaba el cuerpo levemente inclinado sobre el mismo._ Los bordes del orificio están chamuscados a raíz de los gases calientes del proceso y ennegrecidos por  el humo, lo que implica que el arma fue comprimida fuertemente sobre el pecho. Diría que fue suicidio, si no  fuese por el hecho de que los peritos no encontraron la pistola.
_ ¿Por qué matar al señor Kerr de forma distinta a como lo hizo en los tres homicidios anteriores?_ deslicé con inquietud.
_ Esto le da luz y claridad a mi teoría_ agregó Sean Dortmund, con una sonrisa impertinente que dibujaban sus labios en esos momentos. Y dirigiendo su atención hacia el capitán Riestra, preguntó.
_ ¿Cuándo estarán listos los resultados preliminares de las autopsias?
_ Ya están listos. Me acaban de notificar al respecto_ repuso nuestro amigo con indiferencia y desconfianza.
_ ¿Qué esperamos para ir a hablar con el patólogo, entonces?
El inspector apresuró los pasos impulsivamente, alejándose de la escena a ritmo acelerado. Y con Riestra tuvimos que seguirlo antes de perderlo definitivamente y sin que nos haya dicho todavía nada acerca de su misteriosa conjetura de los hechos.
Llegamos al laboratorio antes de lo estipulado. El doctor Emilio Angulo nos recibió cordialmente y el inspector lo abordó ansiosamente sin dejar que ni el capitán Riestra ni yo respondiéramos a los saludos de rigor.
_ Si bien los tres disparos fueron efectuados con la misma pistola y bajo la misma mecánica de disparo en cuanto a trayectoria, distancia y presión ejercida concernientes, todas las heridas presentan entre sí diferencias muy mínimas pero claras y específicas_ explicaba con voz enérgica y tono de médico experto, el doctor Angulo._ Son como huellas dactilares porque no existen dos iguales. Y esta particularidad está extremamente ligada a la habilidad y al estilo propio de cada tirador.
_ ¿Tres asesinos?_ inquirió Riestra, absolutamente descolocado.
_ Pero los tres, o cuatro mejor dicho si contamos al señor Kerr, están vinculados por algo mucho más fuerte_ amplió Dortmund con pesar. Y le cedió la palabra al doctor Emilio Angulo.
_ Los cuarto, si se quiere decir aunque todavía no le practiqué la necropsia a la víctima reciente, estaban en la etapa terminal de una enfermedad fulminante. No les quedaba más de tres o cuatro meses de vida a cada uno de ellos. Estaban sufriendo una agonía que los estaba consumiendo terriblemente y ya no soportaban lidiar con tanto dolor y sufrimiento innecesarios.
_ ¿Un pacto suicida?_ indagué obnubilado.
_ Así es, doctor_ me respondió Dortmund, afligido._ Pienso que ninguno de los cuatro quería que sus familiares y allegados sufrieran por ellos. En todas las entrevistas que mantuve, nadie hizo mención a ninguna enfermedad. Por ende, no lo sabían. La solución para los cuatro amigos es clara: un pacto suicida. Ellos se liberan del dolor y no preocupan, digámoslo así, a los suyos. Y se les ocurre una idea ingeniosa para llevar a cabo su plan. Se les ocurre, ni más ni menos, que simular a un asesino serial. Después de planificar todos los detalles, Toledo asesina a Cuenca; Galvez a Toledo; Kerr a Galvez. Y finalmente, el señor Alberto Kerr se suicida con la ayuda de un tercero que esconde el arma para sostener la idea del asesino en serie.
Riestra y yo nos estremecimos hasta el borde del llanto.
_ ¿De dónde se conocían?_ preguntó alicaído el capitán Riestra.
_ Los cuatro eran pacientes del mismo centro médico. Los cuatro hacían su tratamiento en el mismo sanatorio. Y lo abonaban por intermedio del señor Juan Iriarte, médico especialista de la institución y empleado de la inmobiliaria Serrano y asociados. La mensualidad que abonaban por el tratamiento incluía gastos de traslados por intermedio de la compañía aérea con la que el centro médico tenía un contrato firmado. Y estoy seguro que fue él quien se llevó el arma de la escena en el caso de la muerte del señor Kerr.
Preferimos abandonar el caso en esta instancia. Nos afectó profundamente y nos hizo comprender los secretos que esconde una alma dañada y sensible. La esencia humana que guía tomar esta clase de decisiones sigue siendo un gran misterio de la vida.

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