miércoles, 26 de diciembre de 2018

¿Usted es culpable? (Gabriel Zas)



El capitán Riestra vino a visitarnos aquélla mañana de marzo de 1996, sonriente y lleno de vitalidad. Algo interesante le había ocurrido y eso influyó en su estado de ánimo positivo y alegre. Con Dortmund nos miramos y decidimos esperar antes de preguntarle algo a nuestro amigo. Después de unos cuantos minutos, cuando vimos que el capitán no rescindía sus votos de silencio, lo interpelamos cuidadosamente.
_ Lo veo muy sonriente, capitán Riestra, más que otras veces_ le dijo Dortmund, afablemente.
_ Y es que tengo un muy buen motivo que lo justifica_ repuso el capitán, jocoso._ Hemos resuelto con mi equipo de investigación un caso de asesinato. El tipo no confesó, pero todas las evidencias apuntan en su contra.
Mi amigo lo miró con dudas y admiración en simultáneo.
_ ¿Cuál es la historia?_ quiso saber el inspector con sumo interés en el asunto.
_ Sé que usted desconfía de las evidencias porque suele sostener que nunca dicen la verdad. Que la verdad del asesinato está en la historia que cuentan los hechos en sí_ refutó Riestra, fervientemente._ Pero acá tenemos testigos que coinciden en lo que pasó. No hay dudas al respecto. El caso está cerrado.
_ Los testigos no son cien por cien confiables. El trauma que les toca experimentar muchas veces les hace distorsionar los hechos y suelen dudar de lo que realmente ocurrió. Es muy común eso.
_ Son cinco testigos, Dortmund. Las dudas no juegan un papel preponderante acá. La historia se deduce por sí misma a partir del homicidio, al revés de lo que sucede en su tesis.
_ Me intriga oír solemnemente tal historia, capitán Riestra.
Con el inspector Dortmund nos sentamos cómodamente frente al capitán y él se sintió halagado. Y, como era de esperarse, su ego se sublevó en las arcas más amplias de la soberbia y la vanidad. Sin embargo, escuchamos su relato muy atentamente.
_ La víctima se llamaba Fernando Arrubal. Y fue encontrado muerto de un disparo en la sien derecha en casa del gerente de la empresa para la que trabajaba, el señor Guillermo Urriaga. Arrubal era productor de seguros en la compañía Noroeste Pólizas. Durante los últimos cuatro meses se detectaron pólizas falsas de automóviles que participaron en toda clase de delitos. El productor de seguros cómplice de la banda falsificaba los datos del seguro para que los vehículos no fueran rastreados por la Policía. Seguidamente, los autos desaparecían para no correr riesgos, se pasaban como robados y se cobraba el valor de la póliza de manera fraudulenta, cuyo dinero era girado con apariencia legal para abrir otras pólizas nuevas y seguir con la horda de delitos, y a su vez, solventar la logística de la banda. Dicho más simplemente, lavaban la plata. Noroeste Pólizas abrió una investigación interna sin el conocimiento de ninguno de sus empleados y descubrieron que quien estaba detrás de toda ésa maraña de fraudes era Fernando Arrubal. El señor Urriaga lo increpó y él naturalmente negó las acusaciones. Pero igualmente fue despedido obligándolo a renunciar con la condición de no llevar el caso al fuero penal.  Pero se le inició igualmente un juicio civil para recuperar toda la plata que había robado. No quisieron llevar el asunto al ámbito penal porque  la empresa tiene una reputación que proteger, eso es indiscutible. Fernando Arrubal estaba en la ruina.
Pero no se quedó de brazos cruzados. Según su esposa, la señora Nora Cedeño, su marido investigó por su cuenta y le dijo el día anterior a su muerte, que lo habían inculpado y que sabía certeramente quién era el verdadero culpable, y por ende, quién lo había inculpado. Y le manifestó sus deseos de confrontar al señor Guillermo Urriaga, el gerente de la compañía de seguros, para aclarar la cuestión. Según su relato, intentó persuadir a su esposo de no hacerlo porque era peligroso pero él hizo caso omiso a sus advertencias y ayer a la mañana lo visitó.
Los vecinos escucharon un disparo. Fernando Arrubal estaba muerto en el jardín de la propiedad del señor Guillermo Urriaga. El arma que encontraron tirada cerca del cuerpo había sido recientemente disparada y el casquillo que los peritos recuperaron de la escena se correspondía con la misma arma, que a su vez, coincidía con la bala que el forense extrajo del cuerpo del señor Arrubal. No hay dudas al respecto. Indudablemente, el señor Urriaga estaba detrás de todo el esquema de fraudes y corrupción de la empresa. Y vio en Fernando Arrubal a una víctima fácil a quien inculpar para cubrir su rastro. Pero nunca pensó que él iba a descubrirlo. Fue a su casa, se asustó y lo mató para protegerse.
_ ¿El señor Guillermo Urriaga confesó?
_ No, como era de esperarse. Negó las imputaciones que pesan en su contra y pidió asesoramiento legal.
_ Es como si el señor Urriaga hubiese consentido que Fernando Arrubal lo visitara con el sólo objetivo de matarlo_ reflexioné en voz alta con vacilación.
_ Interesante planteo, doctor_ alabó Dortmund._ ¿Discutieron el señor Guillermo Urriaga y el señor Fernando Arrubal previamente al crimen, capitán Riestra?_ indagó el inspector, dirigiéndose nuevamente a nuestro visitante.
_ Según los vecinos, no_ repuso Riestra, indiferentemente._ Sólo oyeron el disparo y llamaron inmediatamente al 911.
_ No tiene sentido ir a ver a alguien sobre cuya persona se ha demostrado fehacientemente un grado de culpabilidad elevado en una cadena de delitos corporativos_ dijo Dortmund lentamente, pronunciando cada palabra con un ápice de concentración profundo. Pensaba detenidamente lo que estaba diciendo.
_ Coincido_ admití.
_ También yo_ admitió Riestra con desdén._ En cierto punto, resulta inverosímil que el señor Urriaga aceptase verse con Fernando Arrubal en su propio domicilio. Hubiese sido más lógico que Arrubal acudiese directamente a ver a un juez con las evidencias en mano para radicar la denuncia.
_ ¿Se da cuenta que la historia que cuentan los hechos desde el sentido común difiere completamente de la que dan cuenta las evidencias, capitán Riestra?_ indagó Dortmund con arrogancia y un tono de voz impertinente.
_ Es imposible...
_ No es imposible puesto que ocurrió.
_ Me refiero a que la conectividad de los eventos es incorrecta. Estamos viendo el caso desde un enfoque equivocado. Pensé que lo teníamos resuelto.
Vimos la frustración reflejada en la mirada de Riestra.
_ Era un caso demasiado fácil_ agregó luego el capitán.
_ No todos los casos tienen que ser difíciles y rebuscados_ opinó el inspector._ Usted siguió los indicios. Actuó de acuerdo al protocolo de procedimientos. No tiene que sentirse mal por eso.
_ Sí, porque comprueba que soy incapaz de resolver un caso sin su intervención, Dortmund.
_ Eso no es cierto.
Mi amigo le dio una palmada afectuosa en el hombro al capitán, acompañando el gesto con una sonrisa amistosa.
_ Es muy gentil.
_ Es la verdad.
_ ¿Cómo propone seguir?
_ Propongo hablar con la señora Cedeño, la viuda del señor Arrubal. Pero déjeme el asunto a mí. Se sentirá mucho menos inhibida si voy solo.
Riestra aprobó la idea. La pregunta que nos hacíamos los tres en ése momento era qué había pasado en realidad.
La señora Nora Cedeño era una mujer relativamente joven, de aspecto respetable, mirada furtiva y actitud un poco retraída. Se notaba el dolor y la impotencia en su rostro.
_ Ya hablé con la Policía y el fiscal_ dijo ella, visiblemente molesta._ No sé qué más quieren que diga. Dije todo lo que sé.
Dortmund la miró con afecto.
_ En lo personal, creo que sucedió algo más y quiero descubrir qué es para que el señor Urriaga pague su culpa por completo y que no se le indulte ningún cargo criminal_ repuso el inspector, con voz relajada y compasiva.
Nora Cedeño se relajó y cedió a las intenciones de mi amigo.
_ Guillermo Urriaga, el gerente de la empresa para la que trabajaba mi esposo, falsificaba pólizas de seguros y lavaba dinero de las mismas para cubrir su rastro de la Policía. Aseguraba coches robados que eran usados para hacer quién sabe cuántas cosas más. Los hacía desaparecer, cobraba el monto de la póliza apócrifa y el circuito se reiniciaba.
_ ¿Esto se lo contó el señor Arrubal, señora Cedeño?
_ Sí, inspector. Mi marido sabía que esto estaba pasando, tenía pruebas de lo que decía. Se debió acercar demasiado y fue más fácil inculparlo que matarlo. Pero Fernando era terco. No paró hasta desenmascarar a su jefe. Le rogué que frenara pero me ignoró. Fue a ver a Urriaga a su casa y lo mató como a un perro.
Nora Cedeño se contuvo al borde del llanto.
_ ¿Qué dijeron el fiscal y el juez sobre estas acusaciones que pesaban sobre su marido?_ siguió preguntando mi amigo.
_ Que iban a ser investigadas debidamente. Sea cual fuere el resultado de dicha instrucción, seré la primera en saberlo. Van a valorar las evidencias que mi esposo reunió.
_ ¿Por qué cree, señora Cedeño, que el señor Guillermo Urriaga no quiso llevar el asunto al fuero penal?
_ ¡Porque él estaba involucrado, naturalmente! Y si hacía la denuncia ante un juez penal, caería de un momento a otro. Y eso es justamente lo que no quería.
_ Pero sí llevaron todo al fuero civil para recuperar la suma que creyeron que su esposo les robó... Interesante.
_ Nos iban a dejar en bancarrota. Con un par de papeles y documentos contables que presentaran ante la Justicia Civil demostrando la acusación, tenían el juicio asegurado. La Justicia Civil se basa en la preponderancia de las pruebas de manera mucho menos rigurosa. Se basa en la posibilidad de que los hechos hayan pasado de una manera y no de otra. Y si los testigos contra mi esposo eran todos cómplices, creo que está todo dicho. Además, ¿de dónde iba a sacar la plata mi marido? Me dejó un montón de deudas que no sé cómo voy a saldar. Este tipo nos arruinó la vida.
_ ¿Su esposo sospechaba de alguien más a parte del señor Urriaga?
_ Si había alguien más involucrado, iba a descubrirlo.
Sean Dortmund le deseó los buenos días a la señora Cedeño y se retiró de su casa pensativo. Aquélla mujer le produjo una extraña impresión, que aún mi amigo no podía explicar.
_ Se mostraba muy evasiva_ me comentó el inspector, cuando regresó a nuestro departamento._ Es como si ocultase algo, doctor.
_ Está pasando por una situación terrible_ dije con expresión impasible._ Creo, Dortmund, que eso justifica en medida su actitud, ¿no le parece?
Pero el inspector se mostró disconforme.
_ El señor Arrubal, suponiendo que es inocente, quiere limpiar su nombre e inicia una investigación por cuenta propia_ adujo Dortmund en actitud pensativa_, porque es claro que lo inculpan de algo que él no hizo. Investiga, reúne las pruebas necesarias, ¿y qué hace? ¿Formaliza la denuncia ante las autoridades? ¡No! Lo increpa al responsable, en este caso al señor Guillermo Urriaga, en su propio domicilio. Y él, lejos de disuadirlo, lo recibe. ¿Y qué hace? ¡Lo mata! Definitivamente, la historia no tiene sentido.
_ Sin embargo, evita radicar la denuncia en el fuero penal pero la hace en el fuero Civil.
_ Exacto, doctor. Tampoco encaja. ¿Qué le sugiere eso entonces?
Pero no se me ocurrió una respuesta sensata a tal pregunta.
_ Que tienen algún juez cómplice en todo esto_ afirmó Dortmund con contundencia después de unos segundos._ Ahora bien, doctor. ¿Qué haría usted en el lugar del señor Urriaga en una situación similar?
_ Seguramente, no lo mataría porque sería muy arriesgado.
_ Pero sí lo extorsionaría bajo condición de que si no prescinde de su actitud, haría la denuncia con pruebas falsas. Y con un juez amigo, todo el asunto se reduce a la más mínima simpleza.
_ Supongo que tiene usted razón. Un asesinato complicaría todo. Y no es conveniente si hay un juez penal en medio de todo el drama.
_ Dio en la tecla, doctor.
Sean Dortmund me miró con su tan peculiar mirada impertinente de siempre.
_ No lo comprendo_ le dije medianamente confundido.
_ Pronto lo comprenderá_ replicó mi amigo, dando un salto repentino de su butaca.
Tomó su abrigo de la silla y cruzó la puerta apresuradamente sin decir adónde se dirigía. Me enteré poco después que siguió cautelosamente por unos días a la señora Cedeño, sin terminar de entender el propósito de semejante estrategia. Al principio, su rutina era la habitual de una mujer que vivía sola. Pero al quinto o sexto día, Dortmund la siguió hasta los bosques de Palermo. Y vio cómo Nora Cedeño tomó un pañuelo blanco de uno de los bolsillos de su vestido, lo desenvolvió, agarró lo que estaba oculto en su interior y lo arrojó cuidadosamente a las aguas del lago. Y cómo con idéntico resguardo, se retiró tal como llegó.
Sean Dortmund sonrió victorioso frente a dicha escena y ni  bien volvió a nuestra residencia, me hizo enviarle urgente un telegrama a la señora Cedeño, citándola para el día siguiente a las diez de la mañana.
Nora Cedeño llegó puntual sin comprender del todo el propósito de la reunión. Mi amigo la hizo pasar amablemente, le ofreció algo para beber, invitación que ella declinó cortésmente; y luego le ofreció sentarse en una silla que Dortmund preparó especialmente para ella.
La viuda miró al inspector con dudas y estupor, en tanto él la observaba con arrogancia y provocación.
_ Sé todo, señora Cedeño_ la intimidó Dortmund, fríamente._ Y no voy a permitir que un hombre pague por un asesinato que no cometió.
Del rostro de la señora Cedeño brotaron gotas de sudor y una expresión de miedo súbito se apoderó de su semblante.
_ No entiendo a qué se refiere, inspector_ titubeó la mujer, nerviosamente.
_ Mintió en su testimonio. Hay muchos detalles en su historia que no cuadran.
<Esto es lo que creo que pasó: Guillermo Urriaga sí falsificaba pólizas de seguro, sí lavaba el dinero que después cobraba de forma fraudulenta de las mismas y sí era el responsable de una asociación ilícita que formaba junto a otros empleados de la compañía. En resumen, es culpable de todo lo que se lo acusa. El señor Fernando Arrubal, de forma accidental o no, descubre lo que está pasando y decide llevar todo a la Justicia. Pero el señor Urriaga anticipa la jugada y le tiende una trampa, y lo hace quedar a su esposo como el máximo responsable del problema con pruebas falsas, complicidad de otros empleados, prevaricato de algún juez, en fin. Y con pruebas y acusaciones también infundadas, le inician una causa civil en su contra para desacreditarlo, para sacarle lo poco que tenía, para destruirlo y desincentivarlo de ése modo de ir en contra de ellos. Le habían arruinado la vida, literalmente hablando.
El señor Fernando Arrubal no pudo soportarlo, era demasiado para él, demasiada presión por algo de lo que era absolutamente inocente y lo estaban inculpando. Colapsó y recurrió a la única solución posible: el suicidio>.
<Me imagino su conmoción, señora Cedeño, cuando halló el cuerpo sin vida de su marido. La ira y el enojo tomaron posesión suya, no podía controlarlo. Y se le ocurre, enceguecida por sus emociones violentas, culpar al hombre que arruinó la vida del señor Arrubal y lo llevó a la muerte>.
<Tomó el cuerpo de su marido, lo cargó en el baúl de su coche, condujo hasta la casa del señor Urriaga y abandonó el cadáver discretamente en su jardín a través de la reja de la entrada principal. Luego tomó la misma arma con la que su esposo se quitó la vida, efectuó un tiro al aire y dejó el arma abandonada en la escena. Inmediatamente, volvió a su vehículo y emprendió un escape fugaz a tiempo para evitar que la vieran. Ingenioso, realmente ingenioso>.
_ Está equivocado...
_ Por supuesto que no. Una persona que mata a otra en circunstancias similares, dispara al pecho o a la parte frontal del cráneo, pero nunca lo hace a los costados de las sienes. Por otro lado, mi visita de la otra vez a su casa la intranquilizó, la puso nerviosa y se mostró bastante esquiva en algunos tramos de la conversación, como si ocultase algo, como si tuviese miedo de descubrir lo que se estaba esforzando en ocultar alevosamente. Me pareció que exageraba demasiado para pretender esconder simples detalles de la historia. Así que, me tomé la inmodestia de seguirla en secreto por algunos días. Y entonces la vi. Arrojó el casquillo de la bala que mató a su marido al lago de Palermo para hacer desaparecer la única prueba de su suicidio. Si era encontrada, toda su historia hábilmente elaborada se caía. Usted en verdad asesinó a su esposo.
Nora Cedeño miró al inspector con hostilidad.
_ ¿Le extraña que yo hiciera lo que hiciera para proteger la dignidad de Fernando? ¡Y usted tiene la insolencia de llamarme asesina a mí! ¡A mí, señor mío!
_ Fue un asesinato porque fue un acto cometido por su propia voluntad. Usted pudo no haber apretado el gatillo, pero sigue siendo un asesinato. Su esposo murió porque no tuvo ni el valor ni los recursos para enfrentarse a un problema de semejante envergadura. Y aunque le parezca bien o mal, fue su decisión. Suya y de nadie más. Y debe respetarse a pesar de todo el dolor que sienta en su alma.
<El señor Urriaga seguirá detenido por toda la madeja de delitos y estafas que promovió en su carácter de gerente de la aseguradora. Pero no pagará injustamente por un homicidio que no cometió. Eso no lo permitiré bajo ningún punto de vista, señora Cedeño>.
<Piense esto. ¿Vale la pena arruinarle la vida a un ser humano... A un ser humano por no respetar los deseos de su fallecido esposo? ¿Vale la pena en verdad?>
Nora Cedeño miró a Dortmund sombría.
_ No, sinceramente no lo vale_ respondió ella en tono arrepentido.
_ Su esposo logró que el señor Guillermo Urriaga cayera. Su muerte no fue en vano, si eso la hace sentir un poco más aliviada.
_ En cierta medida, sí. Pero es algo que jamás podré superar.
_ Retírese, por favor. Ya terminamos.
La señora Cedeño se levantó de la silla tímidamente y se alejó de nosotros sin siquiera saludarnos. Unos segundos después oímos la puerta cerrarse suavemente detrás de nosotros.
_ Le diré al capitán Riestra la verdad respecto de este caso_ dijo Sean Dortmund más calmadamente.
_ ¿Lo aceptará?_ inquirí con indecisión.
_ Con una buena cena de por medio, ¡por supuesto que sí!
_ Muero por una buena porción de asado.
_ Deseo concedido, doctor_ repuso mi amigo con frenesí.




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