miércoles, 2 de enero de 2019

El robo del anillo de diamantes (Gabriel Zas)

                               
_ Dafne Campresi, ejecutiva de ventas_ decía la tarjeta que le extendí al inspector Dortmund aquélla soleada tarde de invierno de 1993.
_ No tiene cita programada e insiste hablar con usted inmediatamente. Dice que es urgente_ le expliqué a mi amigo.
_  ¿Desde cuándo alguien necesita tener una cita arreglada de antemano para consultarme? Hágala pasar, doctor_ me ordenó Dortmund, gentilmente.
Unos instantes después, la mujer en cuestión estaba parada frente a mi amigo, hecha un manojo de nervios. Era alta, de facciones dulces y mirada afectiva. Su estado emocional no podía opacar su belleza. Era una mujer realmente hermosa.
El inspector la invitó a tomar asiento con un ademán y una sonrisa dibujada en su boca prominente.
_ ¿En qué puedo ayudarla, señorita Campresi?_ la interrogó el inspector con amabilidad.
_ Primero quiero saber si usted es de confianza_ dijo ella con una actitud retraída e involuntariamente descortés.
_ Tengo una amplia trayectoria que me avala. Y, para serle sincero, si usted no confiara realmente en mí, no hubiera venido.
La muchacha se retorció las manos cargada de ansiedad.
_ Quizás tenga usted razón en ese aspecto. Pero quiero estar segura de poder contarle mi problema con total libertad y bajo la más estricta confidencialidad. Cuando se lo narre, dirá que el asunto no reviste un interés trascendental. Pero para mí, es algo de vida o muerte.
_ Le doy mi palabra de honor de que la discreción es mi más valiosa virtud. Lo que usted nos cuente, no saldrá de estas cuatro paredes. Y, además, ningún caso es para mí más o menos insignificante que otro, sino que trato a todos con la misma seriedad e importancia que merecen.
Dafne Campresi se sintió más aliviada y no dudó en relatar su problema con una fluidez y soltura muy naturales.
_ Es que me da vergüenza exponerle mi caso_ confesó ella._ Pero ya estoy acá y no puedo por menos contárselo ya que usted tuvo la bondad de recibirme amablemente. Mi mejor amigo, Patricio Fernández, va a contraer matrimonio mañana con una hermosa dama que sin lugar a dudas lo corresponde en todos los aspectos. Se llama Laura Otero y es una mujer estupenda. Patricio le compró como regalo de bodas un anillo de diamantes que aseguró por 50 mil dólares. El caso es que como él tenía miedo de que Laura encontrara el anillo de casualidad, me lo dio a mí para que se lo guarde hasta el día del casamiento. Tiene intenciones de dárselo en medio de la fiesta, que se va a celebrar en un salón alquilado, ubicado en el centro de Pilar. Hasta acá, todo normal. Admiro profundamente la confianza que Patricio tiene en mí.
_ ¿Hace cuánto que lo conoce?_ quiso saber Dortmund.
_ Diez años_ respondió la señorita Campresi. Y continuó con su relato._ Pero en este punto empiezan los problemas para mí. Me robaron el anillo. Me asaltaron ayer a la tarde volviendo del trabajo para mi casa y me lo sustrajeron junto a una serie de efectos personales que llevaba conmigo en ese momento. Desesperada, hablé con un conocido mío que tiene una joyería y le expuse mi situación. Me dijo que podía ayudarme fabricando uno falso, pero que debía darle una descripción muy exacta y detallada del anillo verdadero. Y así lo hice. Helo aquí.
Extrajo de uno de los bolsillos de su cartera la joya en cuestión y se la entregó en mano a Sean Dortmund con extrema delicadeza. Con mi amigo, la contemplamos maravillados. Era un trabajo excelentemente bien elaborado. El inspector revisó con buen ojo las incrustaciones de diamantes del anillo un buen rato, luego analizó su estructura y finalmente rayó uno de los vidrios de la mesa con él. Seguidamente, miró a la señorita Dafne Campresi con una sonrisa elocuente y dejó el anillo sutilmente en sus manos. 
_ ¿Por qué está aquí y qué clase de ayuda necesita de mí?_ le preguntó el inspector en tono expectante.
_ Temo mucho_ repuso nuestra invitada_ que tanto Patricio como Laura se den cuenta de que el anillo es falso. Temo que ella lo culpe a él por eso y él se enoje conmigo. Temo que no pueda perdonarme y no quiero perder su valiosa amistad de tantos años y menos aún, arruinar su feliz matrimonio. Lo que quiero es que busque entre las casas de empeño el anillo real y lo restituya antes de la fiesta de mañana, en la medida de lo posible. Y luego, durante el evento, hacer la sustitución del falso por el verdadero. Sé que pido algo muy arriesgado, pero estoy dispuesta a pagarle lo que sea que me pida con tal de que resuelva este problema exitosamente.
_ Me pide algo muy difícil, con una probabilidad de éxito muy restringida y muy a contrarreloj_ dijo Dortmund, pensativamente._ No obstante, conozco algunas casas de empeño muy sofisticadas que son la tentación de muchos ladrones de renombre. Y apuesto lo que sea que en una de ellas está lo que usted busca.
_ ¿Entonces, acepta ayudarme?_ replicó Dafne Campresi, excitadamente.
_ No hay caso que no pueda resolver_ concluyó el inspector, ameno.
_ Iré a la fiesta, le daré el anillo y luego me ausentaré con algún pretexto convincente. Cuando usted haya efectuado el cambio favorablemente, me reincorporaré de nuevo a la celebración. Me asusta estar ahí cuando esto ocurra. ¿Está usted de acuerdo conmigo, inspector?
_ Perfectamente de acuerdo. Tengo su tarjeta, así que la notificaré ni bien tenga la alianza genuina otra vez entre mis manos.
_ Prefiero contactarlo yo personalmente para evitar escándalos.
_ Espero su llamada, entonces. Ya sabe dónde encontrarme. Le tendré novedades a última hora del día_ y le extendió una de sus tarjetas personales por la dudas. La señorita Campresi la tomó gentilmente y la guardó en su billetera.
_ Gracias. Ésta noche podré dormir más tranquila sabiendo que mañana todo habrá terminado.
Sean Dortmund la acompañó hasta la puerta y cuando volvió a reunirse conmigo, lo miré con reproche.
_ ¿Por qué aceptó el caso, Dortmund?_ le cuestioné con gesto de desaprobación.
_ La muchacha estaba en apuros. No veo razón para negarle algún tipo de ayuda. Además, el caso sale de lo habitual. Y necesitamos un cambio de aires, ¿no le parece, doctor?_ repuso mi amigo con entusiasmo y benevolencia.
_ Sí, creo que tiene usted razón en eso_ exclamé poco convencido._ ¿Cuál es el plan de campaña?
_ Hay dos casas de empeño que podrían tener en su poder el anillo robado. El capitán Riestra me habló en una ocasión de ellas. Está seguro que son madrigueras de objetos robados. Pero la Policía no puede proceder porque hasta ahora no hay pruebas claras y contundentes que ameriten un allanamiento. Pero las sospechas están fundadas sobre bases concretas, y creo en las palabras de un amigo, como es el capitán Riestra. Iremos, ofreceremos una suma irresistible para que nos cedan el anillo sin objeciones, desempeñaré durante la fiesta el papel de un mozo medio torpe, fingiré un accidente con las bebidas y aprovecharé ése momento de distracción para efectuar el cambio. Saldré normalmente sin llamar la atención de los invitados, le devolveré el anillo a la señorita Campresi y asunto resuelto.
_ Interesante_ concebí con poco entusiasmo._ Si usted cree que funcionará, hagámoslo entonces.
_ Anímese, doctor. Todo va a salir más que bien. 
Sean Dortmund tomó el teléfono y llamó al capitán Riestra.
_ ¡Capitán Riestra!_ gritó eufórico el inspector._ ¿Está disponible para acompañarme a hacer una serie de diligencias por la ciudad? Usted será de gran ayuda en esta misión que me toca emprender... El asunto es el siguiente. Vino a verme una señorita de nombre Dafne Campresi...


                                                                                        ***

Dortmund tuvo éxito. Halló el anillo robado en una de las dos tiendas a las que hizo alusión anteriormente. Si bien el dueño del establecimiento se rehusaba celosamente a conceder el anillo, la suma que le ofreció mi amigo a cambio lo hizo retractarse de su decisión sin vacilaciones. El ofrecimiento superaba cinco veces más el valor real de la joya. Sonaba como un delirio, pero al inspector no le importó abonar ésa cantidad exuberante de dinero para satisfacer los requerimientos de su cliente. Cuando me lo exhibió, me quedé sin aliento. Ambas piezas eran exactamente iguales entre sí y era prácticamente imposible determinar a sola vista cuál era el anillo auténtico y cuál el falso.
Ésa misma noche, la señorita Campresi se contactó con Dortmund por teléfono y le dio la noticia. Ella rebosaba de felicidad y el inspector se sintió complacido de haber podido ayudar a alguien que lo necesitaba, aunque el trabajo no había concluido. Todavía faltaba la parte de la restitución.
La noche del día siguiente finalmente llegó y la fiesta comenzó puntualmente a las 22:30. Dafne Campresi estaba intranquila porque mi amigo no llegaba. Pero la silueta de Dortmund emergió repentinamente de entre unos arbustos que había en el patio del salón y ella saltó de la emoción al verlo acercarse.
_ Perdone la tardanza, señorita Campresi_ se disculpó mi amigo en un susurro y hablándole a ella por lo bajo en actitud de extrema reserva.
No había peligro de ser descubiertos por nadie ya que estaban en un lugar relativamente aislado de donde se estaba desarrollando la escena principal.
_ ¿Salió todo conforme a lo planeado?_ volvió a preguntar mi amigo, en tono más sofisticado.
_ Hasta ahora, marcha todo perfectamente_ repuso Campresi, un poco ansiosa._ Le entregué el anillo a Patricio en un momento de enorme furor. Lo vio y me agradeció con una sonrisa de punta a punta. Está convencido de que posee el anillo legítimo.
_ ¿Vio en dónde lo guardó?
_ En el bolsillo exterior izquierdo de su esmoquin.
_ Muy bien, capitán Riestra_ dijo Dortmund en voz alta. Y tras una seña suya, nuestro amigo se hizo presente junto a otros dos oficiales que lo escoltaban. La muchacha palideció terriblemente, mirando a Dortmund con obcecación y frialdad. El inspector, en cambio, la observaba con soberbia y altivez.
_ Señorita Mariana Antúnez, alias Dafne Campresi, queda arrestada por robo y fraude_ declaró Riestra al detenerla.
Y seguidamente se escuchó el clic de las esposas.
_ ¿Qué sucede? ¿Qué está ocurriendo, inspector?_ clamó la dama en cuestión, inquietada y confundida.
_ Le contaré una pequeña pero interesante historia_ dijo Dortmund, _ muy similar a la que me contó usted ayer a la tarde cuando fue a mi departamento a consultarme. Una vez, una joven hermosa llamada Mariana Antúnez, casualmente como usted, se enamoró perdidamente de un joven de nombre Patricio Fernández, quien aducía ser mejores amigos. Y sí, eran muy buenos amigos. Pero sólo eso, amigos. Sin embargo, Mariana nunca lo vio a Patricio como a un amigo, sino como algo más. Un día, derrotada por sus deseos de resistencia, cae en la tentación de confesarle a él lo que sentía. Pero Patricio Fernández la rechaza cortésmente. Mariana no se da por vencida e insiste en sus intenciones de tener un romance con el señor Fernández, pero él no cambia de opinión, se mantiene firme en su postura, y ella se siente dolida. Una y mil veces Mariana Antúnez insistió, y una y mil veces Patricio Fernández dijo no. Y acá es cuando la historia se torna interesante. Patricio Fernández conoce a Laura Otero y se enamora. Salen por unos meses hasta que él le propone casamiento y ella acepta felizmente. Si la relación que Patricio Fernández inició con Laura Otero devastó a Mariana, la propuesta de matrimonio terminó por hundirla en una profunda depresión. Estaba afligida, melancólica porque se sentía traicionada.
<Patricio Fernández le compra un anillo de diamantes a Laura Otero, su futura mujer, como regalo de boda. Pero no tiene dónde guardarlo sin temor a que la señorita Otero pueda encontrarlo accidentalmente. Entonces, al señor Fernández se le ocurre que su mejor amiga, Mariana Antúnez, se lo guarde hasta el día de la fiesta. Ella acepta, supongo que no muy complacida, y entonces traza un plan infalible para vengarse del señor Fernández, sin que él pudiera sospechar que fue ella quien lo ideó.>
<Con el anillo verdadero en posesión suya, la señorita Antúnez va a una casa de empeño luego de hacer todas las averiguaciones pertinentes y pide que le falsifiquen el anillo de diamante, y que además lo pongan a la venta como si se tratase del genuino. Por una suma adicional, le solicitaría al vendedor que le vendiese el anillo por una elevada suma a quien llevase una copia exacta del mismo y que adujese en los registros que el  encargo fue encomendado por el señor Patricio Fernández>.
<Aquél pobre incauto, llamémoslo Sean Dortmund, cree que dispone del anillo falso y que va a hacer una transacción para obtener el verdadero, pero en realidad resulta todo lo opuesto>.
<Mariana Antúnez elige al pobre infeliz que conozca casas de empeño para dar con el anillo verdadero sin problemas. Y para justificar dicha estratagema, inventa la historia del asalto. Y por supuesto, ése pobre infeliz tiene que ser alguien de la Policía. Sean Dortmund era la presa perfecta. O al menos, eso creyó la señorita Antúnez>.
<Visita al inspector con una identidad falsa, le plantea el inconveniente y él accede a ayudarla. Sabe que no puede presentarse a la fiesta abiertamente, así que, tiene en claro que para hacer la sustitución de un anillo por el otro necesita asumir una identidad falsa. Y el del mozo era el disfraz perfecto. Ella lo pensó así y a Dortmund también se le ocurrió, fíjese qué interesante casualidad>.
<El humilde inspector localizaría sin demoras la casa de empeño en particular, ofrecería una gran suma por un anillo de diamantes falso, creyendo que se trataba del original e iría a la fiesta disfrazado de mozo para hacer la sustitución de un anillo por otro, todo tal cual a lo imaginado. Cuando Laura Otero descubriese que el anillo que su marido le regaló era falso, se acordarían del torpe e inexperto mozo que derramó la bebida accidentalmente sobre el saco del señor Fernández y que lo ayudó a limpiarse, y eso la llevaría directo a la empresa de catering contratada por su propio esposo. Y le dirían que él pagó un poco más para que ellos manden a un mozo menos>.
<Rastrearía con un poco de ayuda adicional, porque como toda mujer a punto de casarse es desconfiada y precavida, los pasos del impostor, que ése sería Dortmund; ése dato la llevaría a la casa de empeño y todo en conjunto la llevaría a un mismo punto: Patricio Fernández. El marido diseñó un hábil plan para evadirse del matrimonio. Y Laura Otero por supuesto que no se casaría con él>.
<Mariana Antúnez desacreditaría a su mejor amigo por celos, pero él nunca sospecharía de ella porque no conoce a ninguna Dafne Campresi. Brillante, extraordinariamente brillante>.
_ ¡Desgraciado!_ dijo en un alarido, la señorita Antúnez._ ¿Cómo me descubrió?
_ Si el anillo que usted me dio ayer realmente fuese falso, no hubiera rayado el vidrio de la mesa cuando lo deslicé. Además, constaté que no radicó ninguna denuncia por el supuesto asalto y robo del anillo, aparte de que no existía nadie con el nombre de Dafne Campresi. Todos los datos de la tarjeta eran falsos. ¿Y por qué todo el ardid tenía que ser consumado en medio de una fiesta de casamiento, precisamente? Entonces, lo adiviné después de hacer alguna serie de averiguaciones más. No fue difícil, como ve.
Los dos oficiales que acompañaban al capitán Riestra se llevaron apresada a Mariana Antúnez mientras le leían sus derechos.
_ Los agentes de Robos y Hurtos harán la instrucción del caso en conjunto con la Fiscalía que intervenga. Ellos harán la imputación formal frente al juez_ dijo Riestra.
Y luego agregó con tono más distendido y con especial simpatía.
_ Es raro escucharlo referirse a usted mismo en tercera persona, Dortmund.
En ése instante, la señorita Antúnez gritó algo desde adentro del patrullero que no entendimos bien, pero que iba dirigido sin dudas al inspector.
_ ¿Qué dijo?_ preguntó Sean Dortmund con preocupación.
_ Dijo que lo quiere mucho y que lo va a extrañar_ respondió el capitán Riestra con sarcasmo.




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