Río Tala es una localidad de la
provincia de Buenos Aires, ubicada al sur del partido de San Pedro. Un pequeño
pueblo de pocos habitantes donde todos se conocen entre sí.
Hasta ahí nos dirigimos con Dortmund
para investigar un pequeño incidente doméstico que terminó con la vida del
señor Sebastián Demartino, por orden de la compañía de seguros que contrató los
servicios de mi amigo para determinar si correspondía o no abonar la póliza que
la víctima sacó.
Era coleccionista de armas. En
especial, un obsesivo de los rifles. Tenía cuatro en su colección que los
limpiaba permanentemente, siempre asegurándose de que estuvieran descargados
para evitar una tragedia.
Estaba casado con Silvana Sedrón y
tenían una hija en común, Clara Demartino, a la que sus padres cariñosamente
llamaban Clarita.
La familia últimamente no estaba
atravesando por un buen momento económico. Tenía muchas deudas, amenazas de
embargos y el Banco los había intimado a cancelar seis cuotas atrasadas que
debían de la hipoteca en un plazo no mayor a los siguientes tres días. De lo
contrario, les rematarían la finca en la que vivían y quedarían en la calle, ya
que no tenían otros parientes directos ni cercanos. En otras palabras, estaban
desesperados.
Exactamente, el día de su muerte, el
señor Sebastián Demartino estaba limpiando uno de sus rifles cuando
inexplicablemente éste se disparó y lo mató en el acto, entrándole la bala por la
mejilla y alojándose en el cerebro.
¿Era posible que un hombre tan
cuidadoso como el señor Demartino hubiera dejado olvidada una bala sin darse
cuenta? ¿No habría sido prudente que la revisase primero? ¿Cabía el hecho de
que alguien intencionalmente hubiera colocado la bala en el rifle? La familia,
después de todo, estaba urgente de dinero. De ahí, el interés de la aseguradora
en pretender descubrir infaliblemente la verdad. ¿Y quién mejor que Sean
Dortmund para contribuir a tales propósitos?
Hugo Bounet, gerente de la aseguradora
Nuevo Horizonte, le dijo al inspector
que la póliza que adquirió el señor Demartino no cubría la muerte por suicidio
antes del año. Y que si se trataba de una muerte por accidente, lo cubría al
cincuenta por ciento menos. Sólo en caso de muerte dolosa, es decir, asesinato;
el importe se cubría en su totalidad, siempre y cuando el asesino no resultase
ninguno de los beneficiarios de dicha póliza. De lo contrario, quedaba sin
efecto.
_ ¿Quiénes son los beneficiarios de la
póliza del señor Demartino, señor Bounet?_ preguntó Dortmund con mucho interés
en el asunto.
_ Su
esposa, la señora Sedrón_ replicó el gerente.
_ ¿Estaba al día con la mensualidad de
las cuotas?
_ Perfectamente al día. Nunca se
atrasó en ningún pago.
_ ¿Su hija estaba fuera o dentro del
acuerdo?
_ Estaba excluida. A excepción de que
a la madre le sucediese algo, el monto total de la póliza pasaría legalmente a
su potestad. Pero sino, no.
_ Y otros familiares no tenía. Así
que, la segunda parte del acuerdo quedaría sin efecto llegado tal caso..._
masculló Sean Dortmund como si estuviera reflexionando en voz alta.
_ No sé exactamente a qué se refiere,
señor Dortmund. Pero, técnicamente es como usted lo plantea. No sé qué tiene en
mente. Sólo queremos que aclare este asunto en nombre de la compañía. ¿Podemos
confiar en usted?
Mi amigo miró al señor Hugo Bounet con
una sonrisa elocuente.
_ Confíe en que averiguaré qué
sucedió_ contestó Dortmund, transmitiendo seguridad en sus palabras y su
actitud.
Ambos caballeros se estrecharon la
mano y el inspector desapareció de la vista del otro hombre con la velocidad de
un relámpago.
Volvió para nuestra residencia y me
pidió que lo acompañara a hablar con las dos mujeres en cuestión. Durante el
viaje, mi amigo me puso al tanto de todo. Y si bien yo no emití ninguna opinión
al respecto, escuché al inspector con mucho interés.
Llegamos a Río Tala alrededor de las
seis de la tarde del mismo día. Preguntamos a gente de la zona por la finca de
la familia Demartino y nos guiaron correctamente. Era una familia muy querida y
respetada de la zona. Nadie podía creer la desgracia que los embargaba. Todo el
pueblo estaba conmocionado.
La señora Silvana Sedrón era una mujer
de unos cuarenta y cinco años, estatura baja y de complexión atlética. Estaba
vestida con ropa informal y lucía una expresión de absoluta desolación y
tristeza por lo sucedido. Aún no podía creerlo.
Con mi amigo le dimos el pésame y
esperamos a que se sintiera un poco mejor para entrevistarla.
_ Lamentamos profundamente lo
sucedido_ dijo Dortmund con pesar._ Haremos esto lo más breve y conciso
posible. Es que la compañía de seguros que su esposo contrató...
Silvana Sedrón lo interrumpió con
suavidad.
_ Lo entiendo_ repuso ella._ No se
preocupe por mí. ¿Qué precisa saber?
_ ¿Hace cuánto tiempo que su esposo la
contrató?
_ Unos seis o siete meses atrás.
_ ¿Por qué razón?
_ Quería asegurarnos un futuro a mi
hija y a mí. Él era así.
_ Su hija no era beneficiaria de la
póliza, señora Sedrón. ¿Usted estaba al corriente de esto?
_ Por supuesto que sí. Es menor de
edad. No cumple con los requisitos que exige la empresa Nuevo Horizonte.
_ En virtud de los recientes problemas
financieros que atraviesan, ¿de dónde sacaba el señor Demartino el dinero para
pagar las cuotas del seguro?
_ Se las rebuscaba haciendo changas o
pequeños trabajos para terceros. Mi marido sabía hacer de todo. Juntaba para
pagar la póliza todos los meses y apenas nos alcanzaba para comer y vestirnos.
_ El señor Demartino era coleccionista
de armas y un fanático de los rifles_ me sumé al interrogatorio._ ¿Por qué las
balas?
_ Le gustaba cazar. Los fines de
semana, siempre que podía, agarraba su humilde camioneta y se iba a pueblos y
zonas aledañas a cazar. La caza era un divertimento para él y tenía extendida
la habilitación correspondiente. A veces se frustraba cuando no podía comprar
las balas por falta de plata. Pero conocía muy bien al dueño de la armería del
pueblo y le tenía contemplación. Eran muy buenos amigos.
_ ¿Siempre utilizaba el mismo rifle
para sus prácticas el señor Demartino?_ siguió indagando Sean Dortmund.
_ Sí. Los otros tres son de
exhibición. Los heredó de su padre, al igual que el amor por la caza.
_ ¿Concretamente, ayer qué pasó con
exactitud, señora Sedrón?
_ Yo estaba preparando el almuerzo y
nuestra hija había ido a la ciudad a hacer un trámite personal. Lo vi a
Sebastián con el rifle en la mano. Supuse que iba ir de caza. Pero me dijo que
sólo iba a limpiarlo. Era muy obsesionado y cuidadoso con el aseo del rifle.
Se fue para la sala de armas. Dos
minutos después escuché..._ Y la señora Silvana Sedrón no pudo continuar
hablando.
_ La comprendo_ le dijo Dortmund con
afecto.
_ Vino el médico del pueblo, el doctor
Bardi, para pedirle opinión. Vio el cuerpo de mi marido e inmediatamente me
aconsejó que lo mejor que podía hacer era llamar a la Policía. Que él no podía
hacer lamentablemente nada. Creo que tenía razón. Y le hice caso.
_ ¿Qué opinaron los investigadores?
_ No creen que se trate de ningún
accidente. Aunque verdaderamente no descartan ninguna hipótesis.
_ ¿Su marido siempre revisaba que el
rifle estuviese descargado antes de limpiarlo?_ pregunté.
_ ¡Sí!_ exclamó con énfasis la señora
Sedrón._ Sebastián se llevaba las balas aparte cuando iba a cazar. Cargaba el
arma en el momento, volvía y antes de guardar el rifle de nuevo en su lugar, se
cercioraba de que no quedara ninguna bala adentro. Y recién ahí, lo guardaba.
Así de cuidadoso era él. No sé qué sucedió ayer, ¡no me lo explico!
Silvana Sedrón se había alterado
considerablemente y mi amigo le sirvió gentilmente un vaso con agua para
sosegarla. Cuando se tranquilizó, el inspector avanzó prudentemente con las
preguntas.
_ La Policía cree que alguien colocó
la bala intencionalmente en el arma sin que el señor Demartino se diera cuenta_
dedujo Dortmund cuidadosamente para no herir la susceptibilidad de la viuda._
Limpió el arma confiado porque previamente revisó que estuviera vacía y...
¡pff! Se dispara y su vida se apaga. Y todo quedaría como un infortunado
accidente. La bala entonces tuvo que colocarse entre el momento en que el señor
Demartino revisó el rifle y cuando volvió a buscarlo un rato después, porque en
el medio hizo otra cosa.
No era lo que la Policía pensaba, sino
que era lo que en verdad Dortmund pensaba. Pero la señora Sedrón, que no
resultó una mujer ingenua, lo advirtió enseguida.
_ La Policía no arribó a ninguna
conclusión_ dijo ella, resignada._ Al contrario, no quiso lanzar ninguna
hipótesis prematura por respeto a mi hija y a mí más allá de toda sospecha
latente. Cuando los resultados de las diligencias estuviesen disponibles, ahí
vendrían a vernos de nuevo. Lo que acaba de decir es lo que usted estipula que
ocurrió. Y para serle honesta, mi marido no se despegaba del arma nunca. Una
vez que la agarraba, no la soltaba. No permitía que ninguna de las dos la
usáramos bajo ninguna circunstancia.
_ Con todo respeto, señora Sedrón,
convengamos que los eventos que planteo son absolutamente factibles.
_ Pero incorrectos. Esto fue un simple
accidente y la Justicia me va a dar la razón.
_ Tuvo oportunidad y motivo.
_ ¿Cuál motivo? ¿El seguro de vida? Si
yo lo hubiese matado, no habría cobrado nada y mi hija tampoco porque es una de
las cláusulas del convenio que mi esposo firmó.
_ Pero, seguramente usted sabía dónde
su esposo guardaba las municiones.
_ ¿Qué pretende usted?
Dortmund presionaba fuertemente a la
señora Silvana Sedrón para que cediera y confesara. Pero ella resistió
valientemente los intentos de mi amigo. Era una mujer muy tenaz y muy segura de
sí misma.
_ Por eso es que fue un crimen
brillante. Porque pareciera que fue un accidente y usted cobraría la mitad de
la póliza, lo que le alcanzaba para cubrir las deudas que aún mantiene. Porque,
después de todo, hasta la persona más cuidadosa del planeta comete errores. Y
el señor Sebastián Demartino olvidó imprevistamente una bala en el interior del
rifle. La felicito. Estupendamente pensado.
_ ¡Le repito que yo no ganaba nada con
su muerte!
Eso era cierto. ¿Entonces, por qué
Dortmund insistía con la teoría? Evidentemente, se le había ocurrido algo y ése
era su mecanismo para confirmarlo. Poco ortodoxo, a mi entender, pero
decididamente efectivo. Pasó de ser un hombre comprensivo a convertirse en
enemigo de la señora Sedrón en un segundo.
_ ¿Cómo era el estado de ánimo de su
marido los días previos a la tragedia?_ intervine para calmar un poco las
aguas.
_ Preocupado_ respondió la señora
Sedrón, más apaciguada._ La falta de plata lo mantenía seriamente preocupado,
al igual que a mí. Pero era un gran luchador y nunca bajaba los brazos. Se
mostraba optimista en todo momento, siempre luciendo una impecable sonrisa de oreja
a oreja. Cualquiera que no conociera su situación, pensaría que todo estaba
bien en su vida.
Siguieron algunas preguntas más de
menor relevancia y pedimos hablar con Clara Demartino, la hija que tenían en
común.
_ ¡Clarita!_ la llamó la señora
Sedrón._ ¡Vení que estos hombres quieren hablar unas palabras con vos!
Pero la muchacha no respondía.
_ ¿Dónde está?_ preguntó Sean
Dortmund.
_ En su cuarto, seguramente dormida_
respondió Silvana Sedrón._ La muerte de su padre la perturbó en gran medida.
Desde ayer que vive encerrada y no sale más que para las cosas necesarias. Está
muy afectada, pobrecita.
La insistencia en los llamados siguió
siendo nula y el inspector pidió autorización a la madre para ingresar a la
habitación de la joven.
Mi amigo golpeó la puerta previamente
y al no obtener repuestas, la abrió sutilmente. Se asomó con discreción y vio
la cama vacía y la ventana abierta de par en par. Clara Demartino huyó.
_ Esto no es bueno_ auguró Sean
Dortmund con mucha inquietud.
Silvana Sedrón se desesperó pero me
las ingenié de sobremanera para contenerla y evitarle una crisis aún mayor.
Un representante del fiscal general de
San Pedro/Baradero fue a notificarle personalmente a la señora Sedrón que su
hija Clara Demartino se entregó en la Comisaría del pueblo como autora del
asesinato de su padre, el señor Sebastián Demartino. Dijo que confesó colocar
la bala en el rifle en un momento de descuido de la víctima, aunque no había
detallado el porqué del homicidio. Sólo lo diría en presencia de un abogado
defensor.
La madre enloqueció terriblemente y
rompió en llantos, y comenzó a vociferar que ella en realidad mató a su esposo
y que su hija sólo la cubría. Pero la realidad era que la señora Sedrón sólo
pretendía proteger a su hija.
_ Evidentemente, su hija no quería
herirla de ninguna manera a usted_ dijo el representante del fiscal_ y por eso
se entregó a sus espaldas. Ella va a estar bien. La vamos a ayudar, vamos a ver
a qué clase de acuerdo podemos llegar con el juez y el abogado que el
Ministerio de la Defensa le asigne. Pero necesito que se tranquilice, señora
Sedrón, por favor. La van a llamar a declarar y tiene que estar en condiciones
de hacerlo. ¿Me comprende? La acusarán de homicidio agravado. Pero sin mucha
evidencia que respalde la acusación, saldrá en poco tiempo. Tiene que ser
fuerte y dejarnos trabajar. Haré todo lo que esté a mi alcance para que esto
resulte de la manera más beneficiosa para todos.
Silvana Sedrón seguía proclamando su
responsabilidad en la muerte del señor Demartino, inútilmente. Al fin,
comprendió cómo eran las cosas y se tranquilizó a fuerza de voluntad. Un
oficial de la Policía local, por imposición de la Fiscalía, se quedó a cuidar a
la señora Silvana Sedrón, mientras Dortmund y yo nos dirigíamos a la Comisaría
en cuestión.
_ Todo resultó como yo pensaba_ me
dijo mi amigo durante el trayecto.
_ ¿A qué se refiere puntualmente?_
pregunté vacilante.
_ ¿Acaso no lo ve? ¡Pero si todo
estuvo claro desde un comienzo para mí! Si se comprobaba que la señora Sedrón
asesinó a su esposo, no cobraría nada del seguro y mucho menos si se verificaba
un suicidio. Qué hombre inteligente resultó ser el señor Demartino. ¿Quién tuvo
ocasión de colocar la bala en el rifle? Porque dudo solemnemente que se haya
olvidado la bala puesta en el arma por
mero accidente.
Dortmund esperó a que yo dijera algo.
Pero no lo veía todo tan claro como él.
_ ¡Él mismo!_ acentuó el
inspector después de haberme dado unos segundos de gracia._ Si se suicidaba
abiertamente, la póliza quedaba sin efecto. Y si ella lo asesinaba, también. ¿Y
qué futuro le dejarían a su hija así, con las deudas y los embargos pendientes?
Sólo había una solución posible. Un suicidio que se dirima entre un
accidente o un asesinato. ¿El señor Demartino se olvidó el rifle cargado
accidentalmente? Podía ser. Claramente que sí. ¿Pero, también era probable que
alguien hubiera colocado la bala dolosamente en un momento de descuido? ¡Por
supuesto que sí! ¿Y sin indicios que avalasen una u otra teoría, cuál primaría
por sobre la otra? El señor Sebastián Demartino colocó la bala en el rifle
sabiendo que cuando lo limpiase, el disparo podía efectuarse inesperadamente de
un momento a otro. ¡Y así sucedió! Y la señorita Clara, tan inteligente como su
padre, tuvo que adivinarlo también, porque de saberlo de antemano, los planes
podrían arruinarse.
<Ella lo sospechaba. Así que,
cuando me escuchó a mí lanzar la teoría, lo supo todo. Huyó por la ventana y se
entregó como autora del asesinato. Se demostraría que actuó sola, sin el
conocimiento de su madre, y la señora Sedrón cobraría el total de la póliza de
seguro y su situación económica estaría completamente resuelta>.
_ No sé qué decir_ dije estremecido._
Es una situación muy compleja.
_ Es la única explicación que se
ajusta a los hechos, doctor. Use la lógica y lo sabrá.
_ ¿Qué le dirá al señor Bounet, el
gerente de la compañía de seguros, que fue quien lo contrató?
_ La verdad. Le diré que fue un
suicidio y le daré el detalle de los eventos tal cual ocurrieron.
_ La señora Sedrón no accederá al
beneficio de la póliza, Dortmund. Además, tiene que demostrar su hipótesis con
pruebas fehacientes ante el juez para que Clara Demartino no sea castigada por
un crimen que no cometió.
_ Ella y su hija no tienen porqué
saberlo. Y, además, sacaré a la señorita Demartino de la prisión a la brevedad.
No tengo más remedio que demostrar el suicidio del señor Sebastián Demartino
con evidencia falaz. No hay otra forma. Pero se trata de ayudar a esas pobres
mujeres que perdieron a su hombre por una causa noble, si quiere llamarlo así.
_ No verán ni un céntimo del dinero
del seguro cuando se compruebe el suicidio.
_ El dinero saldrá de mí. Yo cubriré
los gastos. Puedo hacerlo. Como le dije antes, doctor, la señora Sedrón y su
hija no tienen porqué saberlo.
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