lunes, 21 de enero de 2019

Tragedia en Río Tala




                                                   

Río Tala es una localidad de la provincia de Buenos Aires, ubicada al sur del partido de San Pedro. Un pequeño pueblo de pocos habitantes donde todos se conocen entre sí.
Hasta ahí nos dirigimos con Dortmund para investigar un pequeño incidente doméstico que terminó con la vida del señor Sebastián Demartino, por orden de la compañía de seguros que contrató los servicios de mi amigo para determinar si correspondía o no abonar la póliza que la víctima sacó.
Era coleccionista de armas. En especial, un obsesivo de los rifles. Tenía cuatro en su colección que los limpiaba permanentemente, siempre asegurándose de que estuvieran descargados para evitar una tragedia.
Estaba casado con Silvana Sedrón y tenían una hija en común, Clara Demartino, a la que sus padres cariñosamente llamaban Clarita.
La familia últimamente no estaba atravesando por un buen momento económico. Tenía muchas deudas, amenazas de embargos y el Banco los había intimado a cancelar seis cuotas atrasadas que debían de la hipoteca en un plazo no mayor a los siguientes tres días. De lo contrario, les rematarían la finca en la que vivían y quedarían en la calle, ya que no tenían otros parientes directos ni cercanos. En otras palabras, estaban desesperados.
Exactamente, el día de su muerte, el señor Sebastián Demartino estaba limpiando uno de sus rifles cuando inexplicablemente éste se disparó y lo mató en el acto, entrándole la bala por la mejilla y alojándose en el cerebro.
¿Era posible que un hombre tan cuidadoso como el señor Demartino hubiera dejado olvidada una bala sin darse cuenta? ¿No habría sido prudente que la revisase primero? ¿Cabía el hecho de que alguien intencionalmente hubiera colocado la bala en el rifle? La familia, después de todo, estaba urgente de dinero. De ahí, el interés de la aseguradora en pretender descubrir infaliblemente la verdad. ¿Y quién mejor que Sean Dortmund para contribuir a tales propósitos?
Hugo Bounet, gerente de la aseguradora Nuevo Horizonte, le dijo al inspector que la póliza que adquirió el señor Demartino no cubría la muerte por suicidio antes del año. Y que si se trataba de una muerte por accidente, lo cubría al cincuenta por ciento menos. Sólo en caso de muerte dolosa, es decir, asesinato; el importe se cubría en su totalidad, siempre y cuando el asesino no resultase ninguno de los beneficiarios de dicha póliza. De lo contrario, quedaba sin efecto.
_ ¿Quiénes son los beneficiarios de la póliza del señor Demartino, señor Bounet?_ preguntó Dortmund con mucho interés en el asunto.
_ Su esposa, la señora Sedrón_ replicó el gerente.            
_ ¿Estaba al día con la mensualidad de las cuotas?
_ Perfectamente al día. Nunca se atrasó en ningún pago.
_ ¿Su hija estaba fuera o dentro del acuerdo?
_ Estaba excluida. A excepción de que a la madre le sucediese algo, el monto total de la póliza pasaría legalmente a su potestad. Pero sino, no.
_ Y otros familiares no tenía. Así que, la segunda parte del acuerdo quedaría sin efecto llegado tal caso..._ masculló Sean Dortmund como si estuviera reflexionando en voz alta.
_ No sé exactamente a qué se refiere, señor Dortmund. Pero, técnicamente es como usted lo plantea. No sé qué tiene en mente. Sólo queremos que aclare este asunto en nombre de la compañía. ¿Podemos confiar en usted?
Mi amigo miró al señor Hugo Bounet con una sonrisa elocuente.
_ Confíe en que averiguaré qué sucedió_ contestó Dortmund, transmitiendo seguridad en sus palabras y su actitud.
Ambos caballeros se estrecharon la mano y el inspector desapareció de la vista del otro hombre con la velocidad de un relámpago.
Volvió para nuestra residencia y me pidió que lo acompañara a hablar con las dos mujeres en cuestión. Durante el viaje, mi amigo me puso al tanto de todo. Y si bien yo no emití ninguna opinión al respecto, escuché al inspector con mucho interés.
Llegamos a Río Tala alrededor de las seis de la tarde del mismo día. Preguntamos a gente de la zona por la finca de la familia Demartino y nos guiaron correctamente. Era una familia muy querida y respetada de la zona. Nadie podía creer la desgracia que los embargaba. Todo el pueblo estaba conmocionado.
La señora Silvana Sedrón era una mujer de unos cuarenta y cinco años, estatura baja y de complexión atlética. Estaba vestida con ropa informal y lucía una expresión de absoluta desolación y tristeza por lo sucedido. Aún no podía creerlo.
Con mi amigo le dimos el pésame y esperamos a que se sintiera un poco mejor para entrevistarla.
_ Lamentamos profundamente lo sucedido_ dijo Dortmund con pesar._ Haremos esto lo más breve y conciso posible. Es que la compañía de seguros que su esposo contrató...
Silvana Sedrón lo interrumpió con suavidad.
_ Lo entiendo_ repuso ella._ No se preocupe por mí. ¿Qué precisa saber?
_ ¿Hace cuánto tiempo que su esposo la contrató?
_ Unos seis o siete meses atrás.
_ ¿Por qué razón?
_ Quería asegurarnos un futuro a mi hija y a mí. Él era así.
_ Su hija no era beneficiaria de la póliza, señora Sedrón. ¿Usted estaba al corriente de esto?
_ Por supuesto que sí. Es menor de edad. No cumple con los requisitos que exige la empresa Nuevo Horizonte.
_ En virtud de los recientes problemas financieros que atraviesan, ¿de dónde sacaba el señor Demartino el dinero para pagar las cuotas del seguro?
_ Se las rebuscaba haciendo changas o pequeños trabajos para terceros. Mi marido sabía hacer de todo. Juntaba para pagar la póliza todos los meses y apenas nos alcanzaba para comer y vestirnos.
_ El señor Demartino era coleccionista de armas y un fanático de los rifles_ me sumé al interrogatorio._ ¿Por qué las balas?
_ Le gustaba cazar. Los fines de semana, siempre que podía, agarraba su humilde camioneta y se iba a pueblos y zonas aledañas a cazar. La caza era un divertimento para él y tenía extendida la habilitación correspondiente. A veces se frustraba cuando no podía comprar las balas por falta de plata. Pero conocía muy bien al dueño de la armería del pueblo y le tenía contemplación. Eran muy buenos amigos.
_ ¿Siempre utilizaba el mismo rifle para sus prácticas el señor Demartino?_ siguió indagando Sean Dortmund.
_ Sí. Los otros tres son de exhibición. Los heredó de su padre, al igual que el amor por la caza.
_ ¿Concretamente, ayer qué pasó con exactitud, señora Sedrón?
_ Yo estaba preparando el almuerzo y nuestra hija había ido a la ciudad a hacer un trámite personal. Lo vi a Sebastián con el rifle en la mano. Supuse que iba ir de caza. Pero me dijo que sólo iba a limpiarlo. Era muy obsesionado y cuidadoso con el aseo del rifle.
Se fue para la sala de armas. Dos minutos después escuché..._ Y la señora Silvana Sedrón no pudo continuar hablando.
_ La comprendo_ le dijo Dortmund con afecto.
_ Vino el médico del pueblo, el doctor Bardi, para pedirle opinión. Vio el cuerpo de mi marido e inmediatamente me aconsejó que lo mejor que podía hacer era llamar a la Policía. Que él no podía hacer lamentablemente nada. Creo que tenía razón. Y le hice caso.
_ ¿Qué opinaron los investigadores?
_ No creen que se trate de ningún accidente. Aunque verdaderamente no descartan ninguna hipótesis.
_ ¿Su marido siempre revisaba que el rifle estuviese descargado antes de limpiarlo?_ pregunté.
_ ¡Sí!_ exclamó con énfasis la señora Sedrón._ Sebastián se llevaba las balas aparte cuando iba a cazar. Cargaba el arma en el momento, volvía y antes de guardar el rifle de nuevo en su lugar, se cercioraba de que no quedara ninguna bala adentro. Y recién ahí, lo guardaba. Así de cuidadoso era él. No sé qué sucedió ayer, ¡no me lo explico!
Silvana Sedrón se había alterado considerablemente y mi amigo le sirvió gentilmente un vaso con agua para sosegarla. Cuando se tranquilizó, el inspector avanzó prudentemente con las preguntas.
_ La Policía cree que alguien colocó la bala intencionalmente en el arma sin que el señor Demartino se diera cuenta_ dedujo Dortmund cuidadosamente para no herir la susceptibilidad de la viuda._ Limpió el arma confiado porque previamente revisó que estuviera vacía y... ¡pff! Se dispara y su vida se apaga. Y todo quedaría como un infortunado accidente. La bala entonces tuvo que colocarse entre el momento en que el señor Demartino revisó el rifle y cuando volvió a buscarlo un rato después, porque en el medio hizo otra cosa.
No era lo que la Policía pensaba, sino que era lo que en verdad Dortmund pensaba. Pero la señora Sedrón, que no resultó una mujer ingenua, lo advirtió enseguida.
_ La Policía no arribó a ninguna conclusión_ dijo ella, resignada._ Al contrario, no quiso lanzar ninguna hipótesis prematura por respeto a mi hija y a mí más allá de toda sospecha latente. Cuando los resultados de las diligencias estuviesen disponibles, ahí vendrían a vernos de nuevo. Lo que acaba de decir es lo que usted estipula que ocurrió. Y para serle honesta, mi marido no se despegaba del arma nunca. Una vez que la agarraba, no la soltaba. No permitía que ninguna de las dos la usáramos bajo ninguna circunstancia.
_ Con todo respeto, señora Sedrón, convengamos que los eventos que planteo son absolutamente factibles.
_ Pero incorrectos. Esto fue un simple accidente y la Justicia me va a dar la razón.
_ Tuvo oportunidad y motivo.
_ ¿Cuál motivo? ¿El seguro de vida? Si yo lo hubiese matado, no habría cobrado nada y mi hija tampoco porque es una de las cláusulas del convenio que mi esposo firmó.
_ Pero, seguramente usted sabía dónde su esposo guardaba las municiones.
_ ¿Qué pretende usted?
Dortmund presionaba fuertemente a la señora Silvana Sedrón para que cediera y confesara. Pero ella resistió valientemente los intentos de mi amigo. Era una mujer muy tenaz y muy segura de sí misma.
_ Por eso es que fue un crimen brillante. Porque pareciera que fue un accidente y usted cobraría la mitad de la póliza, lo que le alcanzaba para cubrir las deudas que aún mantiene. Porque, después de todo, hasta la persona más cuidadosa del planeta comete errores. Y el señor Sebastián Demartino olvidó imprevistamente una bala en el interior del rifle. La felicito. Estupendamente pensado.
_ ¡Le repito que yo no ganaba nada con su muerte!
Eso era cierto. ¿Entonces, por qué Dortmund insistía con la teoría? Evidentemente, se le había ocurrido algo y ése era su mecanismo para confirmarlo. Poco ortodoxo, a mi entender, pero decididamente efectivo. Pasó de ser un hombre comprensivo a convertirse en enemigo de la señora Sedrón en un segundo.
_ ¿Cómo era el estado de ánimo de su marido los días previos a la tragedia?_ intervine para calmar un poco las aguas.
_ Preocupado_ respondió la señora Sedrón, más apaciguada._ La falta de plata lo mantenía seriamente preocupado, al igual que a mí. Pero era un gran luchador y nunca bajaba los brazos. Se mostraba optimista en todo momento, siempre luciendo una impecable sonrisa de oreja a oreja. Cualquiera que no conociera su situación, pensaría que todo estaba bien en su vida.
Siguieron algunas preguntas más de menor relevancia y pedimos hablar con Clara Demartino, la hija que tenían en común.
_ ¡Clarita!_ la llamó la señora Sedrón._ ¡Vení que estos hombres quieren hablar unas palabras con vos!
Pero la muchacha no respondía.
_ ¿Dónde está?_ preguntó Sean Dortmund.
_ En su cuarto, seguramente dormida_ respondió Silvana Sedrón._ La muerte de su padre la perturbó en gran medida. Desde ayer que vive encerrada y no sale más que para las cosas necesarias. Está muy afectada, pobrecita.
La insistencia en los llamados siguió siendo nula y el inspector pidió autorización a la madre para ingresar a la habitación de la joven.
Mi amigo golpeó la puerta previamente y al no obtener repuestas, la abrió sutilmente. Se asomó con discreción y vio la cama vacía y la ventana abierta de par en par. Clara Demartino huyó.
_ Esto no es bueno_ auguró Sean Dortmund con mucha inquietud.
Silvana Sedrón se desesperó pero me las ingenié de sobremanera para contenerla y evitarle una crisis aún mayor.
Un representante del fiscal general de San Pedro/Baradero fue a notificarle personalmente a la señora Sedrón que su hija Clara Demartino se entregó en la Comisaría del pueblo como autora del asesinato de su padre, el señor Sebastián Demartino. Dijo que confesó colocar la bala en el rifle en un momento de descuido de la víctima, aunque no había detallado el porqué del homicidio. Sólo lo diría en presencia de un abogado defensor.
La madre enloqueció terriblemente y rompió en llantos, y comenzó a vociferar que ella en realidad mató a su esposo y que su hija sólo la cubría. Pero la realidad era que la señora Sedrón sólo pretendía proteger a su hija.
_ Evidentemente, su hija no quería herirla de ninguna manera a usted_ dijo el representante del fiscal_ y por eso se entregó a sus espaldas. Ella va a estar bien. La vamos a ayudar, vamos a ver a qué clase de acuerdo podemos llegar con el juez y el abogado que el Ministerio de la Defensa le asigne. Pero necesito que se tranquilice, señora Sedrón, por favor. La van a llamar a declarar y tiene que estar en condiciones de hacerlo. ¿Me comprende? La acusarán de homicidio agravado. Pero sin mucha evidencia que respalde la acusación, saldrá en poco tiempo. Tiene que ser fuerte y dejarnos trabajar. Haré todo lo que esté a mi alcance para que esto resulte de la manera más beneficiosa para todos.
Silvana Sedrón seguía proclamando su responsabilidad en la muerte del señor Demartino, inútilmente. Al fin, comprendió cómo eran las cosas y se tranquilizó a fuerza de voluntad. Un oficial de la Policía local, por imposición de la Fiscalía, se quedó a cuidar a la señora Silvana Sedrón, mientras Dortmund y yo nos dirigíamos a la Comisaría en cuestión.
_ Todo resultó como yo pensaba_ me dijo mi amigo durante el trayecto.
_ ¿A qué se refiere puntualmente?_ pregunté vacilante.
_ ¿Acaso no lo ve? ¡Pero si todo estuvo claro desde un comienzo para mí! Si se comprobaba que la señora Sedrón asesinó a su esposo, no cobraría nada del seguro y mucho menos si se verificaba un suicidio. Qué hombre inteligente resultó ser el señor Demartino. ¿Quién tuvo ocasión de colocar la bala en el rifle? Porque dudo solemnemente que se haya olvidado la bala  puesta en el arma por mero accidente.
Dortmund esperó a que yo dijera algo. Pero no lo veía todo tan claro como él.
_ ¡Él mismo!_ acentuó el inspector después de haberme dado unos segundos de gracia._ Si se suicidaba abiertamente, la póliza quedaba sin efecto. Y si ella lo asesinaba, también. ¿Y qué futuro le dejarían a su hija así, con las deudas y los embargos pendientes? Sólo había una solución posible. Un suicidio que se dirima entre un accidente o un asesinato. ¿El señor Demartino se olvidó el rifle cargado accidentalmente? Podía ser. Claramente que sí. ¿Pero, también era probable que alguien hubiera colocado la bala dolosamente en un momento de descuido? ¡Por supuesto que sí! ¿Y sin indicios que avalasen una u otra teoría, cuál primaría por sobre la otra? El señor Sebastián Demartino colocó la bala en el rifle sabiendo que cuando lo limpiase, el disparo podía efectuarse inesperadamente de un momento a otro. ¡Y así sucedió! Y la señorita Clara, tan inteligente como su padre, tuvo que adivinarlo también, porque de saberlo de antemano, los planes podrían arruinarse.
<Ella lo sospechaba. Así que, cuando me escuchó a mí lanzar la teoría, lo supo todo. Huyó por la ventana y se entregó como autora del asesinato. Se demostraría que actuó sola, sin el conocimiento de su madre, y la señora Sedrón cobraría el total de la póliza de seguro y su situación económica estaría completamente resuelta>.
_ No sé qué decir_ dije estremecido._ Es una situación muy compleja.
_ Es la única explicación que se ajusta a los hechos, doctor. Use la lógica y lo sabrá.
_ ¿Qué le dirá al señor Bounet, el gerente de la compañía de seguros, que fue quien lo contrató?
_ La verdad. Le diré que fue un suicidio y le daré el detalle de los eventos tal cual ocurrieron.
_ La señora Sedrón no accederá al beneficio de la póliza, Dortmund. Además, tiene que demostrar su hipótesis con pruebas fehacientes ante el juez para que Clara Demartino no sea castigada por un crimen que no cometió.
_ Ella y su hija no tienen porqué saberlo. Y, además, sacaré a la señorita Demartino de la prisión a la brevedad. No tengo más remedio que demostrar el suicidio del señor Sebastián Demartino con evidencia falaz. No hay otra forma. Pero se trata de ayudar a esas pobres mujeres que perdieron a su hombre por una causa noble, si quiere llamarlo así.
_ No verán ni un céntimo del dinero del seguro cuando se compruebe el suicidio.
_ El dinero saldrá de mí. Yo cubriré los gastos. Puedo hacerlo. Como le dije antes, doctor, la señora Sedrón y su hija no tienen porqué saberlo.






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