(Un humilde tributo a Asesinato en el
Expreso de Oriente)
_ Querrá ver
esto, Dortmund_ le dijo el capitán Riestra al inspector mientras transitaban
los amplios y elegantes pasillos del hotel Los álamos, uno de los más
prestigiosos de Ushuaia, empotrado a a un kilómetro del reconocido Faro del Fin
del Mundo.
_ Fue un viaje
muy extenuante desde Buenos Aires hasta acá_ dijo en tono de reproche,
Dortmund._ Espero que su pequeño problema sea meritorio de haberme hecho hacer
un viaje de tales magnitudes en las condiciones en las que me encuentro.
Riestra miró a
Dortmund con recelo e incertidumbre.
_ ¿Le pasa algo?
¿Se encuentra usted bien?_ le preguntó enseguida.
_ Mentalmente,
estoy tan lúcido como habitualmente suelo estarlo_ respondió el inspector,
secamente._ Pero físicamente, es todo lo opuesto. He estado trabajando sin
descanso las últimas tres semanas y necesitaba estar alejado de toda actividad
por al menos dos semanas consecutivas hasta estar repuesto completamente.
_ ¿Por qué aceptó
mi invitación, entonces, Dortmund?
_ Porque usted
también tuvo que viajar desde Buenos Aires cuando regularmente no habitúa a
hacerlo si no existe una buena razón que lo estime. Implica entonces que el
caso es realmente importante y que además la Policía de Tierra del Fuego le
pidió ayuda a la Federal. Y sabemos por experiencia que eso es algo que tampoco ocurre con reiterada
frecuencia.
_ Bueno. Si lo
plantea con ésa lógica, no puedo refutárselo ni aunque dispusiera de los
argumentos más sólidos del planeta.
_ ¿Por qué no me
hace un breve resumen de los sucesos, si es tan amable, capitán Riestra?
_ La víctima fue
identificada por los peritos locales como Laurencio Sedano y era un importante
modisto, muy reconocido a nivel territorial. No hay nadie en toda la zona de la
Patagonia que desconozca su nombre. Fue encontrado muerto hoy a la mañana por
una de las mucamas del hotel, alrededor de las nueve y cuarto, cuando pasaba
para llevarle el desayuno a la víctima. La empleada del hotel, identificada
como Clara Báez, golpeó insistentemente la puerta sin obtener ninguna respuesta
por parte del propio señor Sedano. Supuso que aún dormía y se retiró a
continuar con el servicio en el resto de las habitaciones. Volvió media hora
después a la suite del señor Sedano y volvió a golpear con persistencia, pero
extrañamente él continuaba sin atender. Preocupada, la señorita Báez, fue corriendo a la recepción y dio aviso al
gerente del hotel, el señor Víctor Regui. Él, junto a dos empleados que llevó
consigo, se acercó al cuarto y
hundieron los nudillos en la puerta con algo de violencia. Y al seguir sin
conseguir nada, decidieron echar la puerta abajo. Les costó un poco lograrlo
porque la puerta de la suite 58 es de madera vieja y resistió valientemente los
intentos de destrucción por parte de los tres hombres. Pero pudieron romper la
cerradura y la puerta cedió abruptamente abriéndose hacia adentro. Cuando
entraron todos juntos en torba, se chocaron con una escena espantosa. El señor
Sedano yacía tendido sobre la cama boca arriba, con los ojos pálidamente
abiertos, la boca rígida y uno de los brazos colgándole inerte hasta casi rozar
el piso. Entraron en crisis y dieron rápidamente aviso a la Policía. Si quiere
ver la escena, estamos casi llegando.
Se detuvieron
ante una habitación cuyo acceso estaba delimitado por una cinta blanca y roja
atravesada en la entrada. Riestra y Dortmund la traspasaron y accedieron al
interior de la suite. El cadáver del occiso todavía no había sido removido.
Una vez dentro,
Sean Dortmund le echó una ojeada rápida y ligera a todo el lugar. Luego, abrió
el placard y revisó minuciosamente todo lo que ahí había guardado y lo volvió a
cerrar. Seguidamente, examinó los efectos personales de la víctima, luego los
muebles del lugar; esto era, floreros, mesas y demás accesorios decorativos,
para finalmente centrar su atención en el cuerpo del señor Sedano. Después de
haberlo estado inspeccionando con ojo clínico, expuso sus primeras impresiones
sobre el caso.
_ Doce puñaladas
limpias y certeras_ vaciló dubitativamente._ Las heridas indican que se trató
de una sola arma homicida. Y por la forma que presentan, se trata de un cuchillo
de doble hoja y terminación puntiaguda. Observe que la bandeja, capitán
Riestra, conserva un plato con restos de comida, además de un vaso a medio
terminar y una servilleta con leves salpicaduras, lo que seguramente
corresponde a su última cena. Hay un tenedor y una cuchara, pero no hay rastros
del cuchillo, lo que implicaría que se trató de un arma de ocasión y de que el señor Sedano conocía a su asesino.
_ No es posible_
refutó Riestra con vehemencia._ Nadie dijo conocer a la víctima ni tener vinculos
con él.
_ Sin embargo, el
cuerpo y las evidencias cuentan otra historia diferente. Claro que yo no soy
nunca de fiarme de las evidencias que se presentan en la escena de un crimen,
pero soy consciente de que en casos muy puntuales hay que considerarlas
seriamente desde una perspectiva de justa imparcialidad.
_ Perfecto.
Digamos que alguien lo conocía...
Dortmund lo
interrumpió.
_ Nadie lo
escuchó gritar. La servilleta que descansa en la bandeja está demasiado
arrugada, reducida prácticamente a un bollo insignificante. Estimo que el
asesino lo amordazó con ella para evitar que gritara.
_ Refuerza la
teoría del asesinato espontáneo, no planificado.
_ Claramente,
capitán Riestra. Pero las incongruencias que presentan algunas de las heridas
me dejan perplejo.
Riestra miró a
Sean Dortmund con denotada hostilidad.
_ ¿De qué clase
de incongruencias habla usted, Dortmund?_ preguntó el capitán, aprensivamente.
_ Estamos de
acuerdo en que todas las heridas son superficiales y bastante limpias. Pero
todas distintas entre sí. Algunas evidencian más nerviosismo, otras
inseguridad, otro grupo firmeza y solidez, otras impotencia...
_ Son muchas
especificaciones y cualidades para que calen en la hipótesis de que el asesino
es solamente una persona.
_ Exacto.
Dortmund miró a
Riestra con insolencia. El capitán le devolvió una mirada locuaz y muy
significativa.
_ ¿Qué puede
referirme con respecto a las heridas que recibió el señor Sedano, doctor?_ dijo
Sean Dortmund dirigiéndose al médico forense, el doctor Oscar Santino.
_ Sus
apreciaciones son acertadas, inspector_ respondió el aludido, provisto de un
convencimiento inalterable._ Es difícil que lo diga porque en mis cinco años de
examinar cuerpos y escenas del crimen jamás me topé con nada semejante, pero el
señor Laurencio Sedano fue asesinado sin lugar a dudas por más de una persona.
_ ¿Cuántos
estimativamente, doctor Santino?
_ Tres, cuatro,
cinco... Es difícil precisarlo con exactitud sin un estudio más detenido y
profundo del cuerpo.
_ ¿Pero, estamos
de acuerdo en que fueron más de dos?
_ Absolutamente.
_ ¿Hombres o
mujeres?
_ No quiero
pronunciar una opinión precipitada, pero de ambos sexos.
_ La puerta sin
forzar... Piense, capitán Riestra. El señor Sedano conocía a su asesino. Lo
dejó entrar y después de discutir por un rato, el asesino le asesta la primera
puñalada. Y mientras el señor Sedano cae dolorido sobre su lecho, el criminal le permite entrar a sus cómplices, que lo
terminan. Fue una terrible y lenta
agonía a la que la víctima fue tortuosamente sometida. Por ende, el crimen fue
muy personal.
_ ¿Dónde está el
cuchillo con el que lo mataron?_ inquirió el capitán Riestra, conmovido.
_ Se lo llevaron
para no dejar rastros_ replicó Dortmund.
_ Y los peritos
no hallaron ninguna huella en la escena, más que las propias de la víctima.
Esto fue hábilmente planeado, pero quisieron hacerlo parecer como un crimen de
ocasión.
_ Exacto,
capitán.
_ La pregunta es:
¿por qué?
_ Lo
averiguaremos. Creo que ya no tenemos más nada que hacer acá.
El doctor Santino
había anunciado que la escena fue liberada y se propusieron retirar el cuerpo
de ahí para llevarlo directamente a la morgue para practicarle la autopsia. Por
su parte, el capitán Riestra no salía de su asombro y le resultaba difícil
creer lo que había ocurrido. Había que empezar con los interrogatorios.
***
A la primera
persona que Dortmund y el capitán Riestra entrevistaron fue a la mucama que
encontró el cuerpo, la señorita Clara Báez. Declaró en principio lo mismo que
el capitán le dijera al Sean Dortmund cuando lo puso al tanto de los pormenores
del caso.
_ ¿No escuchó
nada anoche, señorita Báez?_ la indagó Dortmund.
_ No, señor_
respondió la sirvienta, consternada._ Todo estuvo como siempre. No sucedió nada
inusual.
_ ¿Ningún
residente se quejó puntualmente del señor Sedano?_ intervino Riestra.
_ En absoluto.
Las quejas hacia nuestros residentes no son moneda corriente en nuestro establecimiento,
señor.
_ Teniendo en
cuenta que el crimen se produjo en una habitación de la planta baja, es
importante que me responda fielmente lo que voy a preguntarle a continuación.
La mucama
asintió.
_ ¿Alguien bajó
solo o acompañado de algún otro piso con cualquier pretexto después de las diez
de la noche?
_ No, señor.
Contrariamente, lo hubiese visto.
_ ¿Por qué?_
quiso saber Dortmund, con absoluto interés.
_ Porque yo
estuve limpiando el pasillo desde las diez hasta alrededor de las once y media,
y no vi a nadie bajar ni salir de sus habitaciones. Llevé la cena a los cuartos
de planta baja entre las nueve y diez y las diez menos cuarto y todo estaba
normal. Fue la última vez que vi a sus huéspedes. Terminé de limpiar y me fui.
_ ¿A qué hora,
aproximadamente, señorita Báez?
_ Eran pasadas
las doce de la noche. No me fijé la hora exacta, señor.
_ ¿Cuándo se
registró el señor Sedano? ¿Tiene idea de eso?
_ Hace dos días.
Vino a la tarde, cerca de las cuatro. Me acuerdo perfectamente porque yo estaba
acomodando su suite cuando llegó y se instaló como todo un caballero, señor.
Despidieron a la
señorita Báez cortésmente y se entrevistaron en segundo lugar con la señorita
Lozano, la otra mucama que se encargaba del servicio de los pisos superiores.
Su declaración no aportó nada trascendente al caso. Pero confirmó que nadie
bajó a la planta baja pasadas las nueve y media de la noche, lo que vino a
confirmar la versión de su colega. La despidieron amablemente y Dortmund y
Riestra intercambiaron impresiones entre sí.
_ Y si todo lo
que nos refirieron ambas mucamas, es cierto_ finalizaba Riestra, atónito
después de una vasta conversación,_
eso significa que los únicos que pudieron matar al señor Sedano son...
_ ¿Piensa en el
mismo grupo en el que yo estoy pensando en estos momentos?_ adujo Dortmund,
rebosante de satisfacción.
Ambos
intercambiaron una mirada de recíproca perplejidad. Riestra, serio y
desvariado. Y Sean Dortmund, con un esbozo que resaltaba en sus labios. Las
siguientes diligencias que se
continuaron fueron las entrevistas a todos los residentes de Los álamos. Todos
los huéspedes que compartían el
piso con el señor Sedano declararon todos exactamente lo mismo. Resumidamente, alegaron que ninguno
de ellos salió después de las diez de la noche de sus respectivas habitaciones
ni escuchó discusiones ni ruidos extraños ni nada por el estilo. Lo único que
confesaron oír con certeza fue a la señorita Báez cumpliendo sus labores de
sirvienta de hotel, lo que respaldó su testimonio. El resto era información irrelevante.
Lo mismo que
ellos, declararon el gerente del hotel junto al resto de sus empleados,
añadiendo el detalle del descubrimiento del cuerpo; y los inquilinos de los
pisos remanentes, y ninguno tenía ningún vínculo estrecho con la víctima más
que conocerla de renombre por su denotada fama arraigada inexorablemente por su
profesión de modisto. Era de público conocimiento que Laurencio Sedano iba a
radicarse en el citado hotel. Pero eso era todo.
Los inquilinos
que compartían el piso con el señor Sedano habían llegado el mismo día que él a
la noche, según los registros, y eran todos miembros de una importante comitiva
que pertenecía a una firma que producía y exportaba perfumes, que se instalaron
ahí por cuestiones de negocios, según la información oficial y sus respectivos
alegatos.
Se trataba de Gastón Grimau, Olinda Matienzo, Fabio Herrera, Priscila Montoya, Emilce
Trujillo, Larisa Vega, Santiago Somoza, Benilda Rosales, Benicio Ponce, Abigail
Gargallo, Elvira Beltrán y Tomás Lopelato. Por expreso pedido de Sean Dortmund,
el capitán Riestra revisó cautelosamente los antecedentes de cada uno de ellos
y todos estaban limpios. Sin
embargo, había algo en los informes que llamó inmediatamente la atención del
inspector. Riestra lo advirtió enseguida, pero Dortmund lo disuadió
diplomáticamente.
_ ¿De modo que no
hallaron aún el arma homicida?_ indagó el inspector, sugerentemente.
_ No. No está en
la escena, usted mismo lo comprobó_ espetó el capitán,_ ni tampoco fue hallada
en posesión de nadie. Es probable que lo hayan descartado discretamente en
algún sitio como la basura o similar.
_ Es probable.
Pero me preocupa para serle franco, capitán Riestra, que no fue encontrado en
poder de alguno de nuestros principales sospechosos.
_ La escena está
limpia. No hay huellas ni absolutamente nada de nada. No podemos estar en
contra de ninguna persona disponga o no de motivos para asesinar al señor
Sedano. Bueno, nadie tenía motivos aparentes para el homicidio.
_ Sin embargo, mi
teoría no puede ser equívoca. Fueron ellos, ¡estoy totalmente seguro al
respecto!
_ No dudo de sus
especulaciones en este caso puntual ni mucho menos de su gran capacidad y
talento que ha demostrado poseer en la resolución de incontables casos. Pero
sin evidencia ni motivos y con coartadas sólidas todos los involucrados, y
además, con el arma homicida desaparecida, ¿cómo piensa demostrarlo?
_ Omita la
cuestión de las coartadas sólidas porque lo son sólo en apariencia. Es natural
que hayan sido diseñadas especialmente para cubrirse entre ellos.
_ Admito que
tiene usted toda la razón en eso, Dortmund. Igualmente, ¿cómo piensa demostrar
la culpabilidad de todas estas personas?
_ Me basta
demostrarlo simplemente manifestando una doble culpa irrefutable. Luego, nos
extenderemos al resto, de ser posible, para que todos paguen por su crimen.
Pero encarcelando a dos inicialmente, quedaría medianamente satisfecho.
_ Todavía no me
ha dicho cómo piensa hacerlo._ Riestra sonaba resueltamente expectante en su
pronunciación.
_ ¿Confía en mí,
capitán Riestra?
_ Siempre lo hice
y no tengo razones para dejar de confiar en usted, Dortmund.
_ Hay una
cantidad selectiva de esos nombres del total de sospechosos que indagamos que
me resultan altamente familiares. Incluso, conozco el nombre del señor Sedano
desde mucho antes que este caso. Y no precisamente porque haya sido una
eminencia en el sutil arte de la moda.
_ ¿Entonces?
_ Haré una
pequeña investigación para saber si tengo o no razón. En lo que respecta a la
escena del crimen y al hospedaje en sí, nuestra pesquisa ha concluido y
considero que, pese a todo y a la falta de evidencias, ha rendido unos frutos
muy interesantes. Véame mañana a primera hora de la mañana en el bar de la esquina,
capitán Riestra. Espero tenerle información crucial que aclare el asesinato del
señor Sedano.
Riestra confió en
el sano juicio del inspector y se despidieron mutuamente.
***
A la mañana siguiente, se reunieron en el punto de
encuentro acordado. Cuando Riestra llegó al bar Lo de Luis alrededor de
las ocho y media, Dortmund estaba ocupando una mesa arrumbada con una serie de
expedientes que analizaba detenidamente y muy a conciencia. Tal era así, que no
advirtió que el capitán había llegado. Por fin, consciente de su reciente
llegada, lo invitó a sentarse y le proporcionó una explicación detallada
referida al caso.
_ Antes que me pregunte al respecto, capitán
Riestra_ empezó diciendo Sean Dortmund,_ estos expedientes que usted ve
esparcidos sobre la mesa son de un caso viejo llevado a juicio el 14 de
septiembre de 1972. ¿El acusado? Laurencio Sedano, la víctima. Sabía que
su nombre me resultaba familiar de algún lado y entonces, reflexionando
profundamente y escarbando en lo más recóndito de mi cabeza, recordé aquél caso.
Laurencio Sedano era un despiadado asesino a sueldo. Al principio de la
investigación, se creía que trabajaba solo. Pero, conforme a cómo avanzó la
pesquisa, fueron saliendo algunos detalles a la luz. Laurencio Sedano era
miembro de un consorcio de asesinos anónimos llamado Los Leones, responsables
de una variedad de crímenes sin resolver. Se creía que sus miembros eran
alrededor de treinta o más, pero luego se supo por fuentes no reveladas, que
sólo estaba conformado por solamente diez personas. Sus homicidios eran
increíblemente limpios y las evidencias que dejaban en cada escena eran
intencionalmente espurias para desviar la atención hacia otro sospechoso. Y
siempre lo conseguían exitosamente. De ése modo, llegaron a encarcelar
alrededor de trece personas inocentes. Esto se debió a que tenían contactos y
vínculos directos con algunos jueces penales y varios fiscales que estaban
explícitamente involucrados en la mayoría de esos casos. Nunca se supo quién
era ni el líder ni el fundador de Los Leones, ni por quiénes eran contratados
ni cuánto dinero cobraban por cada trabajo que hacían ni cómo se asignaban los
casos encomendados a la organización ni absolutamente nada sobre ellos. En
definitiva, nadie conocía nada de su existencia, hasta que Laurencio Sedano
comenzó a cometer serios errores en cada una de las escenas de los crímenes que
llevaba a cabo, que fueron los que guiaron a los investigadores a saber de su
presencia y de lo que hacían. Laurencio Sedano, según consta en los expedientes,
capitán Riestra; fue penalmente responsable de al menos doce asesinatos que
ejecutó la organización de Los Leones. Lo detuvieron y lo acusaron. El tribunal
encargado de juzgarlo lo encontró culpable por los doce homicidios que se le
imputaron probatoriamente y lo condenó a reclusión perpetua. Pero quedó
enseguida en libertad porque se sospechó fundadamente que extorsionó a los
jueces con sacar a relucir a los ojos del mundo actos corruptos y deshonestos
que cometieron. Y ante el temor de lo que pudiera decir al respecto, lo
absolvieron.
Si los jueces de ése tribunal temieron por lo que el
señor Sedano pudiera revelar, entonces inexorablemente implica que ellos eran
parte de esos asesinatos, aunque nunca se pudo comprobar nada fehacientemente.
Comparé los nombres de los residentes del hotel Los Álamos con los nombres de
los involucrados en los asesinatos que él cometió y resulta ser que los doce
son familiares directos de sus víctimas. Cuando supieron que el señor
Sedano vendría a alojarse en este hotel, se pusieron todos de acuerdo para
registrarse con datos e información falsa y asesinar al señor Sedano por
venganza.
La noche del asesinato, alguno de ellos fue hasta la
habitación en la que se hospedaba Laurencio Sedano bajo pretextos, y cuando
aquél le abrió, lo atacó e inmediatamente hizo ingresar a los once restantes.
Lo redujeron sobre su cama y lo mataron apuñalándolo doce veces, una puñalada
asestada por cada uno de ellos individualmente. Una vez muerto el señor Sedano,
salieron cautelosamente y volvieron a sus respectivos cuartos. Y al ser
interrogados, dirían que nadie salió de sus habitaciones después de las diez de
la noche a efectos de cubrirse recíprocamente entre todos. Tuvieron la coartada
de que la señorita Báez estaba limpiando entre las diez y las once y media, los
que les jugó a favor porque le dio absoluta credibilidad a sus coartadas.
El capitán Riestra se quedó enmudecido ante el
planteo de Dortmund de los hechos. Cuando se repuso parcialmente de su asombro,
preguntó:
_ ¿Entonces, el señor Sedano no murió cerca de las
diez de la noche, como se suponía al comienzo?
_ No. Lo más probable es que lo hayan asesinado
después de la medianoche, luego de que la señorita Báez terminara su turno y se
fuera para su casa. Y como los doce asesinos estaban convencidos de que el
crimen no sería descubierto, tal como efectivamente sucedió, hasta la mañana
siguiente, entonces el forense estimaría una hora de muerte aproximada a las
diez u once de la noche, lo que sostendrían con sus testimonios y la
declaración crucial de la mucama.
_ Es una
historia extraordinaria, Dortmund. ¿Qué quiere que le diga? Pero sin pruebas,
no podremos hacer nada. Y eso me irrita demasiado. Sedano habrá sido un asesino
desalmado en sus tiempos, pero merece justicia... Igual que sus víctimas.
_ Sin pruebas completamente, no. Anoche, antes de
abandonar la escena del crimen, disimuladamente planté dos pequeñas pero
significantes evidencias que incriminarán irremediablemente a dos de ellos, por
lo que le dije anteriormente: la doble culpa. Y quizás, con un poco de suerte,
lograremos que ellos dos delaten a los otros diez. Y tal vez, paulatinamente,
se resuelvan varios casos en simultáneo y el pasado salde de una vez por todas
sus deudas con el presente.
_ ¡Lo que hizo, no es correcto, Dortmund!
_ Lo sé, capitán Riestra. ¿Pero, qué otra
alternativa teníamos?
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